Obras de S. Freud: La indagatoria forense y el psicoanálisis (1906)

La indagatoria forense y el psicoanálisis (1906).

Nota introductoria:

Este trabajo fue originalmente una conferencia, pronunciada por Freud en junio de 1906 a pedido de Alex Loffler, profesor de jurisprudencia en Viena, ante su seminario en la universidad. Existe cierta confusión respecto de cuándo fue publicado. La revista en que apareció llevaba en su portada la fecha «21 de diciembre de 1907»; pero aquí debe de haberse deslizado una errata por «1906», pues los números siguientes de la revista están fechados el «6 de marzo de 1907» y el «29 de abril de 1907».

Esta conferencia posee cierto valor histórico, ya que en ella, por primera vez en una publicación, Freud menciona a Jung y a Adler. Había iniciado un intercambio epistolar con Jung apenas un par de meses antes, aunque el primer encuentro personal entre ambos tuvo lugar el siguiente mes de febrero.

El trabajo testimonia el influjo inmediato de Jung. Parece tener como finalidad exclusiva presentar a los estudiantes vieneses los experimentos de asociación y la teoría de los complejos del grupo de Zurich. Los estudios de este grupo habían empezado a aparecer en forma periódica dos años atrás (Jung y Riklin, 1904), y el propio Jung publicó dos o tres trabajos sobre la aplicación de su procedimiento a las pruebas judiciales unos meses antes de que Freud diera su conferencia (v. gr., Jung, 1906). Más tarde, luego de la secesión de Jung, al escribir su «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» (1914d) Freud desestimó la importancia tanto de los experimentos de asociación como de la teoría de los complejos (AE, 14, págs. 27-8). Y aun aquí su opinión favorable sobre estos tiene como trasfondo una crítica tácita. Freud se esfuerza por demostrar que los descubrimientos del grupo de Zurich no son, en verdad, sino aplicaciones particulares de principios psicoanalíticos subyacentes. Y en el penúltimo párrafo señala el peligro de extraer conclusiones demasiado apresuradas de los resultados de las pruebas de asociación.

Considerando que, entre los escritos publicados de Freud, es aquí donde aparece por vez primera el término «complejo», tal vez convenga hacer algunas acotaciones al respecto. El primero en realizar experimentos de asociación de manera sistemática fue Wundt; luego, Kraepelin y, en especial, Aschaffenburg los introdujeron en la psiquiatría. Una serie de experimentos similares efectuaron Bleuler, a la sazón director del hospital Burghólzli en Zurich, y Jung, su asistente principal. Los hallazgos se publicaron a partir de 1904 y fueron después recopilados en dos volúmenes al cuidado del propio Jung (1906-1909). Además de su nueva clasificación de las formas que adoptan las reacciones verbales frente a palabras estímulo, el principal interés de los descubrimientos hechos en Zurich radicaba en la importancia que asignaban a determinado factor que influía en las reacciones, y que en la primera de estas publicaciones (Jung y Riklin, 1904) fue descrito como un «complejo de representaciones emocionalmente coloreado». Según explican los autores en una nota al pie con ello aludían a «la totalidad de representaciones vinculadas con determinado suceso emocionalmente coloreado», añadiendo, que en adelante emplearían con ese sentido la palabra «complejo». Se advertirá que no se hace referencia directa a que las representaciones en cuestión fueran inconcientes o reprimidas, y de lo que sigue se colige que un «complejo» puede consistir o no en material reprimido. Salvo su conveniencia como abreviatura, la palabra «complejo» así definida no parece tener especiales virtudes; y aun es improbable que fuese este el primer uso de ella con ese sentido. Ernest Jones nos informa (1955, págs. 34 y 127) que Theodor Ziehen, el conocido psiquiatra berlinés, sostenía haberla acuñado (1); pero en un sentido que no presenta ninguna diferencia, figura tres veces en una obra anterior de Freud -su historial clínico de Frau Emmy von N., en Estudios sobre la histeria (1895d), AE, 2, pág. 89, en tanto que Breuer (2), en esa misma obra.

parece en verdad insistir más que aquellas definiciones de los de Zurich en el carácter inconciente, cuando escribe que «representaciones que fueron evocadas pero no entraron en la conciencia [ … ] en muchas ocasiones forman agregados y complejos: el estrato psíquico sustraído de la conciencia». Cuando más adelante el término pasó a ser de uso corriente no sólo en psicología sino en el lenguaje popular, el hecho de que las representaciones estuviesen «sustraídas de la conciencia» -vale decir, «reprimidas»- quedó como una parte esencial de su connotación.

En el futuro, Freud sólo tendría con la jurisprudencia contactos escasos y distanciados entre sí. El tercero de sus estudios sobre «Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico» (1916d) guarda relación directa con la psicología del delito, y en dos oportunidades presentó informes vinculados a causas criminales. En uno de estos, «El dictamen de la Facultad en el proceso HaIsmann» (1931d), comenta la opinión de un experto en un caso de homicidio; el otro es un memorándum presentado en 1922 (y que se ha perdido) para la defensa de un joven que mató a su padre al sorprenderlo en un acto de violación (Jones, 1957, pág. 93). En ambos casos, Freud desvalorizó cualquier aplicación inexperta de las teorías psicoanalíticas a los procesos judiciales.

James Strachey.

Señores: La creciente intelección sobre la inseguridad de las declaraciones de testigos, que, empero, constituyen hoy la base de tantas condenas en querellas judiciales, ha acrecentado en todos ustedes, futuros jueces y abogados defensores, el interés por un nuevo procedimiento de indagación, que al parecer constreñiría al propio imputado a probar su culpa o su inocencia mediante unos signos objetivos. Este procedimiento consiste en un experimento psicológico y se funda en trabajos psicológicos; se entrama de modo íntimo con ciertas intuiciones de muy reciente vigencia en la psicología médica. Sé que ustedes comenzaron por someter a prueba el manejo y alcance de este nuevo método en ensayos que podrían denominarse «ejercicios de simulación» {«Phantomübung»}, y he aceptado la invitación del director {del seminario}, el profesor Löffler, para exponerles en detalle los nexos que este procedimiento mantiene con la psicología,

Todos ustedes están familiarizados con ese juego de salón, y común entre los niños, en que una persona propone a otra una palabra cualquiera, a la que ella debe agregar una palabra que forme con la primera una expresión compuesta. Por ejemplo, «vapor-barco» {«Dampf-Schiff»}; en consecuencia, «barco de vapor» {«Dampfschiff»}. No otra cosa que una modificación de este juego infantil es el «experimento de la asociación», introducido en la psicología por la escuela de Wundt, y que solo ha renunciado a una de las condiciones que rigen en aquel juego. Consiste en proponer a una persona una palabra -la palabra estímulo-, a la que ella debe responder lo más rápido posible con una segunda -la llamada reacción- sin que nada la limite para elegirla. Los factores observados son el tiempo que la reacción demanda y su nexo con la palabra estímulo, que puede ser muy variado. Ahora bien, no puede afirmarse que al comienzo se obtuviera gran cosa. con tales experimentos. Y es comprensible, pues no se los realizaba dentro de un planteo cierto y les faltaba una idea que pudiera aplicarse a los resultados. Sólo adquirieron pleno sentido y se volvieron fecundos cuando Bleuler y sus discípulos, en particular Jung, empezaron a ocuparse en Zurich de estos «experimentos de asociación». Ahora bien, sus ensayos sólo cobraron valor mediante la premisa de que la reacción frente a la palabra estímulo no puede ser algo contingente, sino que por fuerza estará determinada por un contenido de representación presente en quien reacciona.

Se ha hecho costumbre llamar «complejo (3)» a un contenido de representación de esta índole, capaz de influir sobre la reacción a la palabra estímulo. Ese influjo se produce porque la palabra estímulo afecta directamente al complejo, o bien porque este último se pone en conexión con aquella mediante unos eslabones intermedios. Este determinismo de la reacción es un hecho muy asombroso; en la bibliografía sobre la materia hallarán expresado sin tapujos el asombro que provoca. Pero no cabe dudar de su exactitud, pues si a la persona misma que produce la reacción ustedes la interrogan sobre las razones de esta, por regla general podrán pesquisar el complejo influyente y comprender desde él esas reacciones de otro modo incomprensibles. Ejemplos como los de las páginas 6 y 8-9 del ensayo de Jung [1906] son muy aptos para llevarnos a cuestionar la contingencia y el presunto libre albedrío en el acontecer anímico.

Ahora echen conmigo una ojeada a la prehistoria de esta tesis de Bleuler – Jung, según la cual el complejo determina la reacción de la persona examinada. En 1901 publiqué una obra (4) donde sostenía que toda una serie de acciones que se consideraban inmotivadas están, sin embargo, sujetas a un rígido determinismo; así contribuía a restringir el campo del libre albedrío psíquico. Estudié las pequeñas operaciones fallidas del olvido, el desliz en el habla y en la escritura, el extravío de objetos, y demostré que, si una persona se trastraba al hablar, no cabe responsabilizar por ello al azar, ni a las solas dificultades de articulación o semejanzas fónicas, sino que en todos los casos se puede pesquisar un contenido de representación perturbador -un complejo- que modificó en su favor el dicho intentado, creando la apariencia de un error. Consideré también las pequeñas acciones casuales de la gente en que esta no parece guiada por propósito alguno -su juguetear, tamborilear con los dedos, etc.- y las desenmascaré como unas «acciones sintomáticas» que se vinculan con un sentido escondido y están destinadas a procurarle una expresión inadvertida. Y llegué al resultado de que ni siquiera es posible que a uno se le ocurra al azar un nombre propio (5), pues se verificará siempre que su ocurrencia estuvo comandada por un poderoso complejo de representación; más aún, cifras que uno escoja supuestamente al azar se reconducen a uno de estos complejos escondidos. Un colega, el doctor Alfred Adler, pudo documentar años más tarde, con algunos buenos ejemplos, estas, las más sorprendentes de mis tesis. (6) Y toda vez que uno se habitúe a esta concepción del condicionamiento en la vida psíquica, le parecerá legítimo deducir, de los resultados de la psicopatología de la vida cotidiana, que tampoco la ocurrencia del sujeto en el experimento de la asociación estará librada al azar, sino acaso condicionada por un contenido de representación eficaz en él.

Volvamos pues, señores, al experimento de la asociación. En los casos considerados hasta ahora, era la propia persona examinada quien nos esclarecía sobre el origen de las reacciones, condición que en verdad le quita interés para la práctica judicial. Pero, ¿qué ocurrirá si modificamos su disposición, tal como podemos resolver una ecuación de varias magnitudes pesquisando una u otra de estas, haciendo de la a o la b que en ella figuran la x buscada? Hasta ahora los examinadores desconocíamos el complejo; ensayábamos con palabras estímulo escogidas al azar, y el sujeto nos denunciaba el complejo que había sido llevado a exteriorizarse a raíz de la palabra estímulo. Pero si variamos la situación, partimos de un complejo conocido por nosotros, provocamos reacciones a él mediante palabras estímulo deliberadamente escogidas, pasamos la x del lado de la persona que reacciona, ¿será posible decidir, por el resultado de las reacciones, si la persona examinada lleva también en su interior el complejo escogido? Ya ven ustedes que este modo de disponer el experimento responde exactamente al caso del juez de instrucción que procura averiguar si una circunstancia de autos para él consabida lo es también para el acusado en calidad de autor. Parece que Wertheimer y Klein, dos discípulos de Hans Gross, profesor de derecho penal en Praga, fueron los primeros en introducir esta variante en el dispositivo del experimento. (7)

Por sus propios ensayos ustedes ya saben que, dado este planteo, las reacciones ofrecen diversos puntos de apoyo para decidir si la persona examinada posee el complejo que ustedes exploran por medio de las palabras estímulo. Se los enumeraré por orden: 1) Un insólito contenido de la reacción, que pida esclarecimiento. 2) El alargamiento del tiempo de reacción, pues, según se comprueba, palabras estímulo que han acertado con el complejo son respondidas sólo tras una nítida demora (que es, a menudo, varias veces el tiempo de reacción ordinario). 3) El error en la reproducción. Ustedes conocen el curioso hecho a que esto se refiere. Cuando, breve lapso después de concluido el experimento con una larga serie de palabras estímulo, sé las vuelve a proponer al examinado, él repite las mismas reacciones de la primera vez. Sólo para aquellas que dieron directamente en el complejo es fácil que sustituya por otra la reacción anterior. 4) El hecho de la perseveración (quizá diríamos mejor el «efecto duradero»): con frecuencia sucede que el efecto producido al ser reavivado el complejo por una palabra estímulo que lo alcanzó (una palabra estímulo «crítica»), por ejemplo el alargamiento del tiempo de reacción, perdura y altera también las reacciones a las palabras siguientes, no críticas. Pues bien: si todos estos indicios o varios de ellos coinciden, el complejo para nosotros consabido demuestra estar presente como algo perturbador en la persona encausada. Ustedes comprenden esa perturbación en el sentido de que el complejo presente en el encausado está investido con afecto y habilitado para restar atención a la tarea de reaccionar; hallan así en esta perturbación una «autodelación psíquica».

Sé que en la actualidad ustedes consideran las posibilidades y dificultades de este procedimiento destinado a provocar en el imputado una autodelación objetiva, y por eso les llamo la atención sobre el hecho de que un procedimiento enteramente análogo se aplica desde hace más de un decenio en un campo diferente, para revelar algo anímico que está escondido o se mantiene en secreto. Mi tarea deberá consistir, pues, en mostrarles las semejanzas y diferencias entre las constelaciones de uno y otro. (8)

Este campo es harto diverso del de ustedes. Me refiero a la terapia de ciertas «enfermedades nerviosas», las llamadas psiconeurosis, como ejemplos de las cuales pueden ustedes tomar la histeria y el representar obsesivo. El procedimiento mencionado se llama psicoanálisis, y ha sido desarrollado por mí a partir de la terapia «catártica», que Josef Breuer aplicó por primera vez en Viena. (9) Para salir al paso del asombro de ustedes, debo trazar una analogía entre el criminal y el histérico. En ambos se trata de un secreto, de algo escondido. Pero, si no quiero volverme paradójico, tendré que destacar enseguida la diferencia. En el criminal se trata de un secreto que él sabe y oculta ante los demás; en el histérico, de un secreto que tampoco él sabe, que se oculta a sí mismo. ¿Cómo es esto posible? Pues bien, tras laboriosas exploraciones sabemos que todas estas enfermedades tienen por base el haber producido esas personas una represión {desalojo} de ciertas representaciones y recuerdos de intensa investidura afectiva, así como de los deseos edificados sobre estos; y los han reprimido de tal modo que no desempeñan papel alguno en su pensar, no entran en su conciencia y, así, permanecen en secreto para ellos mismos. Y de este material psíquico reprimido, de estos «complejos», provienen los síntomas somáticos y psíquicos, que martirizan a los enfermos exactamente igual que una mala conciencia. Por consiguiente, la diferencia entre el criminal y el histérico es fundamental en este punto.

Ahora bien, la tarea del terapeuta es la misma que la del juez de instrucción; debemos descubrir lo psíquico oculto, y a tal fin hemos inventado una serie de artes detectivescas, de las que ahora los señores juristas parece que nos imitarán algunas.

Para el trabajo de ustedes les interesará saber cómo procedemos con el psicoanálisis nosotros, los médicos. Después que el enfermo ha referido una primera vez su historia, lo exhortamos a abandonarse por entero a sus ocurrencias y a exponer sin ninguna reserva crítica cuanto se le pase por la mente. Así partimos de la premisa, no compartida por el enfermo, de que esas ocurrencias no serán fruto de su libre albedrío, sino que estarán comandadas por el nexo con su secreto, su «complejo»; se las puede aprehender como unos retoños de ese complejo, por así decir. Según ven, es la misma premisa con cuyo auxilio han hallado ustedes interpretables los experimentos de asociación. Pero el enfermo, a quien se solicita obedecer la regla de comunicar todas sus ocurrencias, no parece capaz de hacerlo. Retiene ora esta, ora estotra ocurrencia, y para ello se vale de diversas motivaciones: que no tiene importancia, que no viene al caso o que carece por completo de sentido. Entonces le exigimos que comunique y persiga la ocurrencia a pesar de tales objeciones; es que justamente esa crítica que obtiene valimiento es para nosotros una prueba de que la ocurrencia obedece al «complejo» que buscamos descubrir. En semejante conducta de los enfermos discernimos una exteriorización de la «resistencia» que no nos deja mientras dura el tratamiento. Sólo de pasada señalaré que el concepto de «resistencia» ha cobrado el máximo valor tanto para nuestro entendimiento de la génesis de la enfermedad como del mecanismo de curación.

Ahora bien, en los ensayos de ustedes no se observa de manera directa una crítica como la mencionada; en cambio, en el psicoanálisis podemos observar todos los signos de complejo que llaman la atención de ustedes. En efecto, cuando el enfermo ya no se atreve a infringir la regla que se le ha dado, notamos que de tiempo en tiempo se atasca, vacila, hace pausas en la reproducción de las ocurrencias. Cada vacilación de esta índole es para nosotros exteriorización de la resistencia y nos sirve como un signo de obediencia al «complejo». Y aun lo consideramos el indicio más importante de tal intencionalidad, como lo es para ustedes el análogo alargamiento del tiempo de reacción. Nos hemos habituado a interpretar la vacilación en ese sentido aunque el contenido de la ocurrencia retenida no parezca ofrecer motivo alguno de escándalo y aunque el enfermo asegure que no atina a entender por qué debía vacilar para comunicarla. Las pausas que se producen en el psicoanálisis son, por regla general, varias veces más largas que las demoras que ustedes registran en los ensayos de reacción.

También otro de los signos de complejo que ustedes emplean, la alteración en el contenido de la reacción, cumple su papel en la técnica del psicoanálisis. Aun desviaciones leves respecto de los giros usuales en nuestros enfermos suelen ser consideradas por nosotros, en general, como signos de sentido oculto, y es verdad que con tales interpretaciones nos atraemos durante un tiempo sus burlas. Estamos al acecho de dichos matizados de doble sentido y en los que el sentido oculto se trasluzca a través de la expresión inocente. No sólo los enfermos: también colegas ignorantes de la técnica psicoanalítica y de sus particulares constelaciones se niegan a darnos crédito y nos reprochan rebuscamiento y sofistería, pero casi siempre somos nosotros quienes tenemos razón. Y en definitiva no es difícil comprender que un secreto celosamente guardado sólo se denuncie por indicios finos, especialmente de doble sentido. Por último, el enfermo se acostumbra a brindarnos en la llamada «figuración indirecta» todo lo que nos hace falta para el descubrimiento del complejo.

En un ámbito más limitado empleamos en la técnica del psicoanálisis el tercero de los signos de complejo, el error (es decir, la variante) en la reproducción. Una tarea que a menudo se nos plantea es interpretar sueños, traducir el contenido que del sueño se recuerda a su sentido oculto. A veces no sabemos por dónde principiar esa tarea, y en tal caso podemos servirnos de una regla empíricamente fundada, que nos aconseja pedir que se repita el relato del sueño. Es común que al hacerlo el soñante altere sus expresiones en muchos pasajes, en tanto repite otros con fidelidad. Entonces nosotros nos aferramos a los pasajes en que la reproducción es defectuosa por variación, a menudo también por omisión, porque esta infidelidad nos garantiza la obediencia al complejo y nos promete el mejor acceso al sentido secreto del sueño. (10)

No reciban ustedes la impresión de que habría llegado a su fin la coincidencia que vengo persiguiendo si les confieso que en el psicoanálisis no se presenta ningún fenómeno parecido a la perseveración. Esta aparente diferencia sólo se debe a las particulares condiciones del experimento de ustedes. En verdad, no le dejan tiempo al efecto del complejo para desarrollarse; apenas ha empezado a hacerlo, ustedes reclaman la atención del examinado mediante una nueva palabra estímulo, probablemente inocente, y entonces pueden observar que el sujeto persiste en ocuparse del complejo a pesar de las perturbaciones que le han introducido. En el psicoanálisis, en cambio, evitamos tales perturbaciones, hacemos que el enfermo siga ocupándose del complejo, y como en nuestro caso todo es perseveración, por así decir, no podemos observar ese fenómeno como episodio aislado.

Estamos autorizados a sostener que por medio de técnicas como las comunicadas logramos hacer conciente al enfermo lo reprimido, su secreto, y así cancelamos el condicionamiento psicológico de los síntomas de su padecer. Antes de extraer de estos éxitos conclusiones sobre las perspectivas del trabajo de ustedes, iluminemos las diferencias en la situación psicológica en uno y otro caso.

Ya hemos mencionado la principal de esas diferencias: en el neurótico, un secreto se oculta a su propia conciencia; el criminal sólo se lo oculta a ustedes; en el primero hay un legítimo no saber, si bien no en cualquier sentido; en el segundo hay sólo fingimiento del no saber. Con esto se enlaza otra diferencia, de valor práctico. En el psicoanálisis el enfermo pone su empeño conciente en cooperar en la lucha contra su resistencia, pues espera que la indagación le brinde una ventaja: la curación; en cambio, el criminal no presta su colaboración, pues lo haría en contra de todo su yo. Como para compensar esto, en la indagación de ustedes sólo interesa que obtengan una convicción objetiva, mientras que a la terapia se le requiere que el propio enfermo alcance ese convencimiento. Hay que ver qué dificultades o variantes deparará al procedimiento que siguen esa falta de cooperación del indagado. Además, es este un caso que nunca han podido crear en sus ensayos de seminario, pues el colega que adopta el papel del inculpado sigue siendo un colaborador y los ayuda a pesar de su designio conciente de no delatarse.

Si proceden a comparar ambas situaciones con mayor detenimiento, llegarán a la conclusión de que en el psicoanálisis se aborda una tarea más simple, un caso especial de la tarea de descubrir lo escondido en la vida anímica, tarea que se presenta más abarcadora en el caso de ustedes. Para ustedes no cuenta como diferencia el hecho de que en los psiconeuróticos se trata con total regularidad de un complejo sexual reprimido (en el sentido más lato de la expresión). Pero sí cuenta otra cosa. La tarea del psicoanálisis se plantea de manera uniforme para todos los casos; es preciso descubrir complejos que fueron reprimidos a consecuencia de sentimientos displacenteros y, a raíz del intento de introducirlos en la conciencia, dan de sí unos indicios de resistencia. Esta resistencia se encuentra por así decir localizada, nace en el paso fronterizo entre inconciente y conciente. En el caso de ustedes se trata de una resistencia que proviene enteramente de la conciencia. No podrán desdeñar sin más esta desemejanza, y sólo la experimentación les permitirá establecer si la resistencia conciente se denuncia por idénticos indicios que la inconciente. Opino, además, que no pueden estar seguros todavía de que sea lícito interpretar como «resistencia» los indicios objetivos de complejo que ustedes utilizan. Aunque no muy a menudo en criminales, en los sujetos de experimentación de ustedes puede darse el caso de que el complejo alcanzado esté teñido de placer, y cabe preguntarse si este producirá las mismas reacciones que un complejo de tinte displacentero.

Me gustaría destacar también que el ensayo de ustedes puede estar expuesto a una contaminación de suyo ausente en el psicoanálisis: pueden ser despistados en su indagación por el neurótico que reacciona como si fuera culpable aun siendo inocente, porque lleva en su interior una conciencia de culpa aprontada y al acecho para apoderarse de cualquier inculpación determinada. No tengan a este caso por un ocioso invento; consideren la crianza de los niños, donde harto a menudo se lo puede observar. Sucede que un niño a quien se le reprocha un desaguisado niegue con decisión la culpa, pero luego eche a llorar como convicto pecador. Acaso ustedes opinen que el niño miente cuando proclama su inocencia, pero el caso puede ser diverso. El niño en realidad no perpetró el desaguisado que se le imputa, pero sí en cambio otro, de parecida índole, sobre el que ustedes nada saben y por tanto no se lo imputan. Entonces, niega con derecho su culpa -por uno de ellos-, y sin embargo en el acto mismo se denuncia su conciencia de culpa -por el otro-. (11) En este punto, como en muchos otros, el neurótico adulto se comporta igual que el niño; hay muchas personas así, y entonces cabe preguntarse si la técnica de ustedes conseguirá distinguir entre estos que se acusan a sí mismos y los realmente culpables. Una cosa más para terminar: Ustedes saben que de acuerdo con las reglas del procedimiento penal no están autorizados a tomar por sorpresa al imputado mediante procedimiento alguno. El sabrá, pues, que en ese experimento es preciso no delatarse, y así nace este otro problema: sí se puede contar con idénticas reacciones en quien tiene su atención dirigida al complejo y en quien se encuentra extrañado de él, y hasta dónde el designio de ocultar puede afectar el modo de reacción de diversas personas.

Precisamente por ser tan diversas las situaciones sometidas a las indagaciones de ustedes está tan interesada la psicología en su resultado, y uno les pediría que no desesperasen demasiado rápido de su aplicabilidad práctica. Permitan que yo, tan ajeno al ejercicio práctico del derecho, les haga todavía una propuesta. Por indispensables que sean los experimentos de seminario como preliminares y con miras a establecer la problemática, ustedes no podrán crear aquí la misma situación psicológica que en la indagación de inculpados en causas penales. Siguen siendo ejercicios de simulación, en los que nunca podrá fundarse la aplicación práctica al proceso penal. Si no queremos renunciar a esta última, se nos ofrece el siguiente expediente: Debería permitírseles, y aun convertirse en un deber para ustedes, emprender tales indagaciones durante una serie de años en todos los casos reales de inculpación penal, sin que los resultados de ellas puedan ejercer influjo alguno sobre la instancia juzgadora. Y lo mejor sería que esta última ni siquiera tuviese conocimiento de la conclusión a que ustedes arribaran, tras su indagación, sobre la culpabilidad del acusado. Compiladas a lo largo de los años y sometidas a elaboración comparativa las experiencias así obtenidas, por fuerza se solucionarían todas las dudas sobre la viabilidad de este procedimiento de indagación psicológica. Sé muy bien que la realización de esta propuesta no depende sólo de ustedes ni de su estimado maestro.

(1) Ziehen era un enconado opositor del psicoanálisis, aunque curiosamente la Psicopatología de la vida cotidiana (1901b) y el historial de «Dora» (1905e) vieron la luz en una publicación de la que él era codirector.
(2) En los primeros tiempos, Freud empleó con suma frecuencia las expresiones «grupos de representaciones» o «grupos psíquicos» en un sentido aparentemente muy similar. Véase, por ejemplo, Estudios sobre la histeria (1895d), AE, 2, págs. 38, 108 y 179-80, y el Manuscrito G (que data probablemente de enero de 1895) en la correspondencia con Fliess (Freud, 1950a), AE, 1, pág. 241. En las dos primeras ediciones de Psicopatología de la vida cotidiana (1901b) se leía en un lugar (AE, 6, pág. 11 On.) «círculos de pensamientos» («Gedankenkreisen»), expresión que en la edición de 1907 y en todas las siguientes se remplazó por «complejos». La palabra «complejos» (aunque tal vez no derivada en este caso de Jung) aparece en El chiste y su relación con lo inconciente (1905c), AE, 8, pág. 95; no obstante, este texto es posterior al trabajo de Jung y Riklin de 1904.
(3) Esta es, probablemente, la primera vez que Freud utilizó el término en este sentido particular en una obra impresa. Véase mi «Nota introductoria»
(4) Psicopatología de la vida cotidiana (1901b)
(5) Es probable que Freud estuviera pensando en su elección del nombre «Dora» para la paciente cuyo caso relatara en «Fragmento de análisis de un caso de histeria» (1905e); la elección de ese nombre fue analizada por él en la primera edición de Psicopatología de la vida cotidiana (1901b), AE, 6, págs. 234-5, en un pasaje al que agregó un párrafo en la edición de 1907.
(6) Cf. Adler, 1905. Uno de tales ejemplos fue expuesto en Psicopatología de la vida cotidiana, a partir de la edición de 1907.
(7) Cf. Jung, 1906. Se hallará una ulterior referencia a esto en una nota al pie agregada en 1907 a Psicopatología de la vida cotidiana
(8) Freud formuló algunas apreciaciones de carácter crítico sobre los experimentos de asociación en una reunión de la Sociedad Psicoanalítica de Viena celebrada el 26 de febrero de 1908 (Minutes, 1).
(9) Cf. Estudios sobre la histeria (Breuer y Freud, 1895).
(10) Véase mi obra La interpretación de los sueños (1900a) [AE, 5, pág. 510
(11) Freud volvió a tocar este tema mucho después, en sus comentarios sobre «El dictamen de la Facultad en el proceso Halsmann» (1931d).