Obras de S. Freud: Lo inconciente (1915), Nota Introducctoria de James Strachey

Lo inconciente (1915)

Nota Introducctoria de James Strachey:

Aparentemente, este artículo fue escrito en menos de tres semanas, entre el 4 y el 23 de abril de 1915. Se publicó ese mismo año en el Internationale Zejtschríft, en dos entregas: la primera incluía las secciones I a IV, y la segunda, las secciones V a VII. En las ediciones anteriores a 1924 el artículo no estaba dividido en secciones, pero los actuales títulos de estas aparecían al margen del texto. La única excepción es la frase «y el punto de vista tópico», que actualmente forma parte del título de la sección II, y que originalmente figuraba, en el margen, al comienzo del segundo párrafo, junto a las palabras «Dentro de una exposición positiva… » (pág. 169). En la edición de 1924 se introdujeron también unas pocas modificaciones menores en el texto.

Si la serie de «Trabajos sobre metapsicología» es quizá lo más importante entre los escritos teóricos de Freud, no cabe duda de que el presente ensayo sobre «Lo inconciente» es la culminación de esa serie.

El concepto de que existen procesos anímicos inconcientes es, desde luego, fundamental en la teoría psicoanalítica. Freud nunca dejó de insistir, incansablemente, en los argumentos en favor de ello, ni de combatir las objeciones que se le oponían. De hecho, el último fragmento inconcluso de su pensamiento teórico, el escrito de 1938 al que tituló «Algunas lecciones elementales sobre psicoanálisis» (1940b), es una reivindicación de aquel concepto.

Debe aclararse enseguida, sin embargo, que el interés de Freud por este supuesto nunca fue de naturaleza filosófica -aunque, sin duda, los problemas filosóficos aguardaban inevitablemente a la vuelta de la esquina-. Su interés era práctico. Encontró que sin ese supuesto le resultaba imposible explicar o aun describir una gran variedad de fenómenos que le salían al paso. Formulándolo, por el contrario, se le abría el camino a una región, inmensamente fértil, de nuevos conocimientos.

En los comienzos del pensamiento freudiano, no puede haber habido en el medio que lo rodeaba grandes resistencias contra esta idea. Los maestros inmediatos de Freud (p. e¡., Meynert) (1) se regían fundamentalmente, hasta donde llegaba su interés por la psicología, por los puntos de vista de J. F. Herbart (1776-1841); y parece ser que en la escuela secundaria a la que asistió Freud se utilizaba un libro de texto que contenía los principios herbartianos (Jones, 1953, págs. 409-10). El reconocimiento de la existencia de procesos anímicos inconcientes desempeñaba un papel esencial en el sistema de Herbart. A pesar de esto, Freud no adoptó la hipótesis de inmediato en las primeras etapas de sus investigaciones psicopatológicas. Es cierto que desde el principio parece haber sentido la fuerza del argumento puesto de relieve en las páginas iniciales del presente artículo: a saber, que restringir los sucesos anímicos a los que son concientes, y entremezclarlos con los sucesos puramente físicos, neurológicos, es algo que «quiebra la continuidad psíquica» e introduce brechas ininteligibles en la cadena de los fenómenos observados. Pero esta dificultad podía encararse de dos maneras distintas. Podemos desentendernos de los sucesos físicos y adoptar la hipótesis de que las brechas están cubiertas por sucesos anímicos inconcientes; o, por el contrario, podemos desentendernos de los sucesos anímicos concientes y construir una cadena puramente física, sin solución de continuidad, que abarcaría todos los hechos de la observación, Para Freud, que en los comienzos de su carrera científica había estado totalmente dedicado a la fisiología, esta segunda posibilidad resultó al principio irresistiblemente atractiva. Sin duda esto se vio reforzado por las opiniones de Hughlings-Jackson, cuya obra Freud admiraba -como lo demostró en su monografía sobre las afasias (1891b)- (2) Por lo tanto, el método de descripción de los fenómenos psicopatológicos que Freud adoptó al principio fue el neurológico, y todos sus escritos del período de Breuer se basan expresamente en ese método. La posibilidad de construir una «psicología» a partir de elementos puramente neurológicos ejerció gran fascinación intelectual sobre él, y consagró muchos meses del año 1895 a dar cumplimiento a esa hazaña. Así, el 27 de abril (Freud, 1950a, Carta 23), escribió a Fliess: «Me encuentro tan atollado en la «Psicología para neurólogos» que me consume por completo, al punto de que estoy trabajando en exceso y me veo obligado a interrumpir. Jamás he estado tan intensamente preocupado por cosa alguna. ¿Y qué saldrá de todo esto? Espero que algo resulte … ». Algo salió, por cierto, mucho después: el «torso» que conocemos como «Proyecto de psicología», enviado a Fliess en setiembre y octubre de 1895. Esta sorprendente producción se propone describir y explicar todo el ámbito de la conducta humana, normal y patológica, por medio de un complicado manejo de dos entidades materiales: la neurona y la «cantidad fluyente», una energía física o química no especificada. De esta manera, Freud evitó por entero la necesidad de postular cualesquiera procesos anímicos inconcientes: la cadena de sucesos físicos era ininterrumpida y completa.

Sin duda, son muchas las razones por las que el «Proyecto» nunca se terminó y toda la línea de pensamiento subyacente fue al poco tiempo abandonada. Pero la principal es que el neurólogo Freud fue desplazado y sustituido por el psicólogo: cada vez se hizo más evidente que aun la elaborada maquinaria de los sistemas neuronales resultaba demasiado incómoda y burda para lidiar con las sutilezas que el «análisis psicológico» estaba trayendo a la luz, y que sólo podían describirse en el lenguaje de los procesos anímicos. En realidad, el interés de Freud había ido desplazándose muy gradualmente. Su tratamiento del caso de Emmy von N. fue dos o tres años anterior a la publicación de su monografía sobre las afasias, y el historial clínico correspondiente fue escrito más de un año antes que el «Proyecto». Estampó por primera vez en letra impresa la expresión «lo inconciente» en una nota al pie de ese historial clínico (AE, 2, pág. 96); y aunque la teoría ostensible que sirve de base a su participación en los Estudios sobre la histeria (1895d) sea neurológica, ya se insinuaba firmemente allí la psicología, y con ella la necesidad de los procesos anímicos inconcientes. Por cierto, los cimientos mismos de la hipótesis de la represión en la histeria y del método catártico clamaban por una explicación psicológica, y su fundamentación neurológica en la segunda parte del «Proyecto» sólo se hizo posible mediante acrobáticos esfuerzos (3). Pocos años más tarde, en La interpretación de los sueños ( 1900a), había ocurrido una extraña trasformación: no sólo desapareció por completo la explicación neurológica de la psicología, sino que buena parte de lo que Freud escribiera en el «Proyecto» en términos del sistema nervioso resultaba ser ahora válido, y mucho más inteligible, al traducírselo a términos anímicos. El inconciente quedó, de tal modo, establecido de una vez para siempre.

Pero, debe repetírselo, Freud no estableció una mera entidad metafísica. Lo que hizo en el capítulo VII de La interpretación de los sueños fue, por así decir, convertir la entidad metafísica en algo de carne y hueso. Por primera vez mostró cómo era el inconciente, cómo trabajaba, cómo difería de otras partes de la psique y cuáles eran sus relaciones recíprocas con ellas. En el artículo que sigue volvió a esos descubrimientos, ampliándolos y profundizándolos.

No obstante, ya antes de eso se había hecho evidente que el término «inconciente» era ambiguo. Tres años atrás, en el artículo que escribió en inglés para la Society for Psychical Research (1912g), y que en muchos sentidos es un prólogo a este, había investigado cuidadosamente tales ambigüedades, y diferenciado entre los usos «descriptivo», «dinámico» y «sistemático» de la palabra. Repite estas distinciones en la sección II del presente artículo, aunque en forma algo diferente; y volvería de nuevo sobre ellas en el capítulo I de El yo y el ello (1923b), y con mayor extensión todavía en la 31ª de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a). La desprolijidad con que se acomoda el contraste entre «conciente» e «inconciente» a las diferencias entre los diversos sistemas de la psique se expone con toda claridad; pero su posición completa no fue puesta en perspectiva sino en El yo y el ello, donde Freud introdujo un nuevo cuadro estructural de la psique. Pese a la insatisfactoria aplicabilidad del criterio para distinguir «conciente o inconciente», Freud insistió siempre (como lo hace aquí en dos lugares, y de nuevo en El yo y el ello y en las Nuevas conferencias) en que ese criterio «es en definitiva la única antorcha en la oscuridad de la psicología de las profundidades». (4)

James Strachey

Notas:

1- La posible influencia del fisiólogo Hering sobre Freud en este aspecto se examina en el «Apéndice A», de esta edición.
2- De la cual se encontrará un importante pasaje en el «Apéndice B» de esta edición.
3- Curiosamente, el primero en hacer una defensa razonada de las representaciones inconcientes fue Breuer, en su contribución teórica a los Estudios sobre la histeria (Breuer y Freud, 1895), AE, 2, págs. 232-
4- Las palabras finales del capítulo I de El yo y el ello. – Los términos alemanes «bewusst» y «unbewusst» tienen la forma gramatical de participios pasivos, y su sentido habitual es algo así como «conocido concientemente» y «no conocido concientemente». El vocablo inglés «conscious» puede ser usado de esa misma manera pasiva, pero también lo es (y quizá con mayor frecuencia) en un sentido activo: «He was conscious of the sound» {«El fue conciente del sonido»}, y «He lay there unconscious» {«Yacía allí inconciente»}. Los términos alemanes no suelen tener este significado activo, y es importante tomar en cuenta que, en lo que sigue, «conciente» debe entenderse, en general, en un sentido pasivo. Por otra parte, la palabra alemana «Bewusstsein» {«conciencia»} sí tiene un sentido activo. Así, por ejemplo, más adelante Freud habla de un acto psíquico que pasa a ser «objeto de la conciencia», y anteriormente, de «la percepción [de procesos anímicos] por la conciencia»; en general, cuando emplea frases como «nuestra conciencia» se está refiriendo a nuestra conciencia de algo. Cuando quiere significar la conciencia de un estado anímico en el sentido pasivo utiliza la palabra «Bewusstheit» {«condición de conciente»}, donde «conciente» debe entenderse -como casi siempre en estos artículos- en el sentido pasivo.