Obras de Sigmund Freud: Dos mentiras infantiles (1913)

Dos mentiras infantiles. (1913)
«Zwei KinderIügen»

Nota introductoria:

En su primera publicación en Internationale Zeitschrift für ärztliche Psychoanalyse, este artículo precedía a otros varios de distintos autores, todos los cuales tenían por título general «Aus dem infantilen Seelenleben» {Sobre la vida anímica infantil}. Esta frase fue incorporada al título del trabajo en 1918 y en la versión inglesa de 1924 (Collected Papers, 2, págs. 144-9); a partir de entonces se la eliminó.

James Strachey

Es comprensible que los niños mientan, toda vez que así imitan las mentiras de los adultos. Pero algunas mentiras de niños bien criados tienen un significado particular y deben llamar a reflexión al educador en vez de enojarlo. Se producen bajo el influjo de unos motivos de amor hiperintensos y se vuelven fatales si provocan un malentendido entre el niño y la persona amada por él.

I

Una niña de siete años (asiste al segundo grado de la escuela) ha pedido dinero a su padre para comprar unas pinturas con las cuales adornar huevos de Pascua. El padre se lo ha negado argumentándole que no tiene, A poco, le pide dinero a fin de contribuir a la compra de una corona para la difunta princesa. Cada uno de los escolares debe aportar cincuenta pfennig. El padre le da diez marcos; ella hace su aporte, deja sobre el escritorio del padre nueve marcos y con los cincuenta pfennig restantes se compra unas pinturas que esconde en el armario de los juguetes. En la mesa familiar, el padre, enojado, pregunta qué ha hecho con los cincuenta pfennig faltantes, si acaso no se compró pinturas con ellos. La niña niega, pero su hermano, tres años mayor y con quien ella quería pintar, juntos, los huevos, la delata; le encuentran las pinturas en el armario. El encolerizado padre entrega la malhechora a la madre para su castigo, que resulta muy enérgico. Poco más tarde, la madre misma se conmueve cuando nota lo desesperada que está la niña. La mima después del castigo, la saca a pasear para consolarla. Pero los efectos de esta vivencia son calificados por la propia paciente como un «punto de viraje» de su niñez, demostraron ser incancelables. Había sido hasta ese momento una niña silvestre, confiada, y de ahí en más se volvió timorata. En el curso de su noviazgo le entró una furia incomprensible para ella cuando la madre encargó por ella los muebles y el ajuar. Se le antoja que ese es su dinero, y nadie tiene permitido comprar algo con él. Como joven esposa, recela de pedirle sumas a su marido para su necesidad personal y de una manera superflua separa «su» dinero del dinero de él. Durante el tratamiento, sucedió algunas veces que los envíos de dinero de su marido se retrasaran, de suerte que se quedaba sin recursos en la ciudad extraña. Habiéndomelo referido en cierta ocasión, quise comprometerla, para el caso de repetirse esta situación, a que tomara de mí prestada la pequeña suma que entretanto le hiciera falta. Así lo prometió, pero en su siguiente apuro de dinero no cumplió su promesa y prefirió empeñar sus alhajas. Declara serle imposible tomar dinero alguno de mí.

La apropiación de los cincuenta pfennig en la infancia tuvo un significado que el padre no pudo vislumbrar. Poco antes de que empezara a ir a la escuela, ella había escenificado un singular dramita con dinero. Una vecina amiga de la familia la había enviado con una pequeña suma, como acompañante del hijito de ella, más pequeño aún, para adquirir algo en una tienda. Por ser la mayor, traía ella a casa el vuelto del dinero tras hacer la compra. Pero al toparse por la calle con la sirvienta de esa vecina, arrojó el dinero sobre la calzada. Para el análisis de esta acción, inexplicable para ella misma, se le ocurrió judas, quien arrojó los denarios que recibiera por traicionar al Señor. Declara ser, seguro que ya antes de ir a la escuela estaba familiarizada con la historia de la Pasión. Pero, ¿hasta dónde tenía derecho a identificarse con Judas?

A la edad de tres años y medio, tenía una niñera a quien se apegó mucho. Esta muchacha entró en vínculos eróticos con un médico, cuyo consultorio visitaba con la niña. Parece que por esa época esta fue testigo de diversos procesos sexuales. No es seguro si vio que el médico diera dinero a la muchacha, pero es indudable que esta obsequiaba a la niña moneditas para asegurarse de su silencio, a cambio de las cuales se hacían compras (de golosinas, sin duda) en el camino de regreso a casa. También es posible que el propio médico obsequiara en ocasiones dinero a la niña. A pesar de ello, esta, por celos, delató a su niñera ante la madre. jugaba de manera tan llamativa con los centavos que traía a casa, que la madre no pudo menos que preguntarle: «¿Quién te ha dado ese dinero?». La niñera fue despedida.

Tomar dinero de alguien había tenido entonces para ella tempranamente el significado de la entrega corporal, del vínculo de amor. Y tomar dinero del padre poseía el valor de una declaración de amor. La fantasía de ser el padre su amado era tan seductora que el deseo infantil de poseer las pinturas para los huevos de Pascua fácilmente se abrió paso, con el auxilio de aquella, contra la prohibición. Ahora bien, confesar la apropiación del dinero no podía, se veía forzada a negarla, porque el motivo de la acción, inconciente para ella misma, era inconfesable. La reprimenda del padre era, por consiguiente, un rechazo de la ternura a él ofrecida, un desdén; por eso quebrantó su coraje. Dentro del tratamiento estalló un estado de desazón grave, cuya resolución condujo al recuerdo de lo que acabo de comunicar, cuando yo me vi obligado a copiar el desdén rogándole que no me trajera más flores.

Para el psicoanalista, apenas si hace falta destacar que en esta pequeña vivencia de la niña se tiene uno de aquellos casos, frecuentísimos, de continuación del previo erotismo anal en la posterior vida amorosa. También proviene de esta misma fuente el placer de pintar los huevos de colores.

II

Una señora, que hoy está gravemente enferma a consecuencia de una frustración en su vida, había sido una muchacha particularmente buena, seria, amante de la verdad y capaz, y se convirtió luego en una esposa tierna. Sin embargo, antes de todo ello, en los primeros años de su vida, fue una niña caprichosa y descontentadiza, y mientras variaba con bastante rapidez hacia una bondad y escrupulosidad excesivas, ocurrieron cosas (estando todavía en la escuela primaria) que en la época de su enfermedad la llevaron a hacerse graves reproches y que juzgó como unas pruebas de radical corrupción. Su recuerdo le decía que en ese tiempo a menudo se jactaba y mentía. Una vez, camino a la escuela, una compañera se ufanó: «Ayer a mediodía tuvimos hielo». Ella replicó: «¡Bah! Hielo nosotros tenemos todos los días». En realidad, no entendió qué significaba tener hielo para el almuerzo (sólo conocía el hielo en grandes bloques, como lo trasportaban en los carros), pero supuso que tenía que ser algo muy digno, y por eso no quiso quedarse atrás de su compañera.

Otra vez, cuando tenía diez años, en la clase de dibujo le dieron la tarea de trazar un círculo a pulso. Pero se sirvió para ello del compás; le fue muy fácil, produjo un círculo perfecto y, triunfante, mostró su logro a su vecina de banco. El maestro se acercaba, oyó la jactancia, descubrió las marcas del compás en el círculo y puso en entredicho a la niña. Pero esta negó con obstinación; ninguna prueba obtuvo su confesión y se refugió en desafiante mudez. El maestro trató el asunto con el padre; y ambos, movidos por la habitual bondad de la niña, convinieron en que la falta no le trajera ulteriores consecuencias.

Las dos mentiras de la niña estaban motivadas por el mismo complejo. Siendo la mayor de cinco hermanitos, la pequeña desarrolló desde temprano una dependencia de intensidad no común respecto de su padre, en la cual después, en sus años maduros, estaba destinada a encallar su dicha en la vida. Ahora bien, pronto hubo de descubrir que el padre amado no poseía toda la grandeza que ella estaba presta a atribuirle. Tenía que luchar con dificultades de dinero, no era tan poderoso ni tan noble como ella había creído. Pero no pudo admitir esa deficiencia de su ideal. A la manera de la mujer, ponía todo su orgullo en el hombre amado, y entonces se le hizo un motivo hiperintenso apoyar al padre contra el mundo. Así, era jactanciosa ante las colegialas para no tener que empequeñecer al padre. Cuando más tarde aprendió a traducir «hielo en el almuerzo» por «glace» {«postre helado»}, se le facilitó el camino por el cual el reproche por esta reminiscencia pudo desembocar en una angustia ante la rotura y astilladura de vasos {Glas}(La pronunciación de la voz alemana «Glas» es similar a la de la palabra francesa «glace».).

El padre era un eximio dibujante y a menudo las demostraciones de su talento habían arrobado y admirado a los niños. Identificada con el padre dibujó ella en la escuela aquel círculo, que sólo pudo lograr por medios fraudulentos. Era como si quisiera vanagloriarse: «¡Mira lo que puede mi padre! ». La conciencia de culpa que adhería a la inclinación hiperintensa por el padre halló su expresión en el fraude intentado; una confesión era imposible por las mismas razones que en el caso anterior: habría debido ser la confesión del amor incestuoso escondido.

No hay que tener en poco tales episodios de la vida infantil. Sería un serio error si de esas faltas se extrajera la prognosis del desarrollo de un carácter inmoral. Pero, sin duda, ellas se entraman con los más intensos motivos del alma infantil y anuncian las predisposiciones a posteriores destinos o futuras neurosis.