Obras de Lev Semiónovich Vygotsky: Ensayo sobre el desarrollo espiritual del niño

Ensayo sobre el desarrollo espiritual del niño

Introducción a la versión rusa del libro de, K. Bühler

Apartado 01
El libro de K. Bühler «Ensayo sobre el desarrollo espiritual del niño», que ofrecemos a la atención del lector en su versión rusa, combina dos cualidades, que es raro ver reunidas en una misma obra: el verdadero valor científico y la sencillez y concisión de su exposición. Eso hace que sea igualmente interesante y accesible tanto para los pedagogos que estudian psicología infantil como para los psicólogos especializados. Del libro, saturado de contenido y lacónico de forma, destacaríamos su carácter exhaustivo, la amplitud sistemática con que abarca todos los aspectos del desarrollo psicológico del niño, la riqueza de los datos que incluye, las teorías e hipótesis que aporta. Podemos decir, en general, que es el mejor de los libros actuales sobre la psicología del niño, de los libros destinados a un amplio círculo de lectores y ante todo a los educadores y a los padres. Es eso lo que nos ha inducido a traducir tan interesante «Ensayo».
K. Bühler es uno de los más notables psicólogos alemanes actuales, psicólogo investigador y pensador. Escribe todos sus trabajos —no sólo los más importantes, sino también los más modestos, como este «Ensayo»—, partiendo de una amplísima base científica. El intento de basar la psicología infantil en un fundamento biológico, la tendencia a situar en primer plano la interpretación integral de los procesos psicológicos, tan característica de la psicología moderna, y el estricto y consecuente mantenimiento de la idea del desarrollo como el principio explicativo fundamental constituyen los principales determinantes de la base teóricos del «Ensayo».
Al igual que toda la psicología moderna, las concepciones teóricas y de principio de Bühler han evolucionado seriamente a lo largo de las últimas décadas y de forma tan compleja y profunda que sólo pueden ser valoradas e interpretadas con acierto a la luz del desarrollo de la ciencia psicológica durante los últimos tiempos. Bühler comenzó su actividad científica como miembro de la denominada escuela de Wurtzburgo de O. Külpe, que declaró la introspección profunda como la única fuente del conocimiento psicológico. 163
En la actualidad, en el libro «Desarrollo espiritual del niño», al que está muy próximo el presente «Ensayo» y sobre todo en «La crisis de la psicología», Bühler se muestra partidario de una amplísima síntesis de todos los rasgos esenciales de la investigación psicológica moderna, síntesis que incluye estructuralmente la psicología subjetiva y objetiva, la psicología de las vivencias y la del comportamiento, la psicología de lo inconsciente y la estructural, la científico-natural y la psicología como ciencia del espíritu. En esta síntesis ve Bühler la confirmación de la unidad de la psicología como ciencia y el destino histórico de ésta. En buena parte, esta síntesis se sustenta sobre un fundamento teleológico, que no ha llegado a superar. La tendencia a sintetizar las corrientes más dispares y con frecuencia irreconciliables del pensamiento psicológico y a analizar toda una serie de problemas bajo un prisma teleológico conduce a veces al autor a matrimoniar eclécticamente las doctrinas y puntos de vista teóricos más heterogéneos, a constreñir los hechos y embutirlos en esquemas comunes. Es verdad que esto se deja notar muy poco en el «Ensayo». En cambio, salta mucho más a la vista otro rasgo negativo del trabajo: la no diferenciación de los factores biológicos y sociales en la evolución psicológica del niño.
En el «Ensayo», al igual que en otro gran trabajo dedicado al estudio del desarrollo espiritual del niño, K. Bühler comparte también, con casi toda la psicología infantil moderna, el concepto unilateral y erróneo del desarrollo psicológico del niño como un proceso único y además biológico por su naturaleza. La confusión y la falta de diferenciación entre lo natural y lo cultural, lo natural y lo histórico, lo biológico y lo social en el desarrollo psicológico del niño, conduce inevitablemente a una comprensión e interpretación de los hechos esencialmente erróneas.
No es de extrañar que el desarrollo del lenguaje y del dibujo, la formación de conceptos y el pensamiento sean considerados como procesos que no se distinguen esencialmente de otros como el desarrollo de los rudimentos de la actividad intelectual en el reino animal. No en vano Bühler, entusiasmado por la semejanza entre el empleo de instrumentos primitivos por parte de los monos antropoides (chimpancés) y los niños humanos, denomina edad antropoide la época en que aparecen en el niño las formas primarias de pensamiento. Este hecho basta por sí solo para poner al descubierto con total claridad la tendencia fundamental de Bühler: reducir a un común denominador los hechos del desarrollo biológico y sociocultural e ignorar la especificidad básica de la evolución del niño humano.
Si W. Köhler plantea en su conocido trabajo, en el que se basa en gran medida el presente «Ensayo», la tarea de descubrir los actos inteligentes de los chimpancés, de descubrir su carácter antropoide, Bühler se rige en el estudio del intelecto infantil por la tendencia opuesta: trata de descubrir el carácter «antropoide» en la conducta del niño de edad temprana. Para él, el curso de la evolución del niño humano no es más que un escalón intermedio en la escala biológica. Para él, todo el camino de la evolución del mono hasta el hombre adulto culto es un ascenso por una escala biológica única. Bühler 164 desconoce la transición que se da en todo desarrollo psicológico entre dos tipos de volución: la evolución biológica y la evolución histórica o, por lo menos, no la considera como un cambio básico. No establece la distinción que se da en la ontogénesis entre la línea de desarrollo biológico y la de formación sociocultural de la personalidad del niño: para él ambas líneas se funden en una.
De aquí se desprende la sobreestimación de las leyes internas del desarrollo en perjuicio de la influencia formadora del medio social. El medio, como factor principal de desarrollo de las funciones intelectuales superiores, queda en todo momento relegado al último plano del «Ensayo». La historia de la evolución de las formas superiores de comportamiento del niño se diferencia esencialmente de la historia general del desarrollo de los procesos biológicos elementales. La historia de la formación de los conceptos no se diferencia en nada básicamente de la historia del desarrollo de cualquier función elemental directamente unida a la evolución orgánica del niño.
La naturaleza no da saltos, el desarrollo se produce siempre paulatinamente; así es como formula el propio Bühler este punto de vista antidialéctico. La tendencia a suavizar los saltos en nombre del carácter gradual del desarrollo le deja ciego para apreciar el salto real de la biología a la historia que se produce en el desarrollo humano, en ese proceso que el propio Bühler denomina devenir del hombre.
Esta tendencia a analizar el desarrollo de las formas superiores de comportamiento (que en el plano filogenético son producto de la evolución histórica de la humanidad y tienen en la ontogénesis una historia y una vía de desarrollo especificas) en el mismo plano que el desarrollo de las funciones elementales, conduce a dos tristes consecuencias. En primer lugar, eso le lleva a presentar lo que es propio y específico del niño de una época y un medio social determinados como un eslabón absoluto, universal, necesario, del desarrollo. Además de la «edad del chimpancé», Bühler diferencia como etapa especial en la evolución del niño la edad de los cuentos (y más concreta y exactamente, la edad de Stiopka-rastriopka) [1], la edad de Robinson. Al contemplar al niño y sus cuentos a través de la lupa del análisis psicológico, Bühler eleva la «edad de los cuentos» a una determinada categoría natural, a una determinada fase biológica del desarrollo. Esa regularidad, fruto de una evolución histórica condicionada por la evolución social y por la dinámica de clases es elevada así al rango de ley eterna de la naturaleza.
En segundo lugar, debido también a esa postura de partida, nos encontramos ante una profunda deformación global del enfoque evolutivo en la psicología infantil, no sólo porque se mezclen por principio los criterios biológicos y sociales a la hora determinar las fases y épocas del desarrollo del niño, sino también por la propia distribución real de todo el proceso de desarrollo en las diferentes edades.
No es casual que Bühler llegue a la conclusión de que el principal interés de la psicología infantil debe concentrarse siempre alrededor de los primeros años de la vida del niño. A los ojos de este investigador, la psicología infantil 165 es la psicología de la infancia temprana; cuando maduran las funciones psicológicas básicas y fundamentales. El autor del «Ensayo» supone que, al poco de nacer, en el camino de su desarrollo, el niño da grandes pasos y son precisamente esos primeros pasos (los únicos posibles y los únicos al alcance de la psicología infantil moderna a que se adhiere Bühler) los que debe estudiar el psicólogo, lo mismo que para el estudio del desarrollo del cuerpo únicamente se estudian embriones.
Esta comparación que Bühler ofrece en su extenso libro sobre el desarrollo espiritual del niño refleja con asombrosa fidelidad el estado real de las cosas en la psicología infantil. Todos los razonamientos sobre el significado principal de los primeros pasos de la evolución psicológica y la defensa a ultranza de la tesis de que la psicología del niño es por su propia naturaleza la psicología de la edad infantil y de la infancia temprana concuerdan perfectamente con lo que hemos dicho anteriormente. Debido a la naturaleza de su orientación, la psicología infantil contemporánea, en la que se inscribe Bühler, se ve limitada al estudio del desarrollo embrionario de las funciones superiores, —la embriología del espíritu humano—, considerándolo como su único objeto de estudio, aún admitiendo sus límites metodológicos. Y ciertamente solo se estudian embriones.
Pero la comparación con la embriología no sólo es objetivamente exacta, al mismo tiempo es una comparación traidora: Señala el punto débil de la psicología infantil, muestra su talón de Aquiles, delatando la sobriedad y la limitación autoimpuesta de las que la psicología pretende hacer virtud.
Y de hech10o lo único que surge ante nosotros, en el «Ensayo», es precisamente la «embriología del alma humana». Todas las edades son relegadas a la infancia temprana y la primera infancia, cualquier función se estudia únicamente en ese nivel evolutivo. La edad infantil se nos muestra reducida a la zona biológicamente limítrofe entre el modo de pensar del chimpancé y del hombre. En ello radican la fuerza y la debilidad de la concepción psicológica global de Bühler, y en eso mismo radican la fuerza y la debilidad de su «Ensayo».
Si anteponemos todas estas observaciones a la versión rusa del libro de Bühler, es únicamente porque nos guía el deseo de ofrecer al estudioso un firme punto de apoyo que le sirva para asimilar críticamente el valioso material contenido en este «Ensayo sobre el desarrollo espiritual del niño» y para reflexionar consecuentemente sobre sus tesis y fundamentos.
Apartado 02
Lo novedoso del «Ensayo», si lo comparamos con el extenso libro anterior dedicado al mismo problema, es el intento de poner de relieve con una mayor claridad los fundamentos biológicos de la psicología infantil y de construir de acuerdo con ello una teoría general de desarrollo infantil, como explica el propio Bühler en el prefacio. Probablemente no resultaría fácil 166 encontrar otro ejemplo de ensayo que exponga en forma asequible para un amplio circulo de lectores no especializados, el contenido esencial de u extenso y capital trabajo sobre psicología infantil y que incluya al mismo tiempo un intento de construir la teoría general de la evolución del niño.
Esta combinación en forma de ensayo de una investigación teórica y básica de altura con la exposición sencilla y clara de los fundamentos más esenciales de la psicología infantil constituye una excepción poco frecuente en las publicaciones de carácter científico. Por lo general, estos dos aspectos no se encuentran en un mismo libro: rara vez se combina la construcción de las teorías generales con la exposición de los elementos esenciales de esa misma rama científica, siendo habitual que ambas tareas aparezcan divididas entre distintos autores. Su combinación en un mismo autor y en un solo libro imprime al libro en su conjunto un profundo y característico sello con dos rasgos fundamentales.
Por un lado, gracias a esa combinación, la exposición de los fundamentos de la psicología alcanza cotas insospechadas. Ante los ojos del lector, adquieren nueva vida los fundamentos del pensamiento teórico, verificados, sometidos a crítica y agrupados en un nuevo sistema. Todo ello confiere realmente una nueva dimensión a muchas verdades evidentes, profundamente arraigadas hace tiempo, iluminándolas, podríamos decir, con nueva luz. Cada una de estas verdades, desplazada de su lugar habitual e incorporado a un sistema distinto, se convierte en problema.
El libro, aunque dedicado en esencia íntegramente a verdades científicas que suelen llamarse de Perogrullo, está cuajado de un rico contenido teórico. En él se trata de examinar viejas verdades desde un nuevo plano y ofrecerlas bajo una nueva luz exigiendo del lector no sólo que asimile, sino que piense de forma activa y crítica. El autor no se limita a la mera comunicación, sino que forma ante el lector un sistema teórico con el tejido de sus conclusiones y exige de él la discusión, la crítica, el seguimiento de la totalidad del proceso global de razonamiento.
Ahí radica el segundo rasgo que confiere al libro ese doble carácter. Al mismo tiempo que consigue hacer renacer verdades elementales desplazándolas de lugares de gran profundidad, el libro introduce muchas cuestiones discutibles, contradictorias, verdaderamente problemáticas e incluso erróneas en el análisis objetivo de un material fáctico en sí mismo indiscutible, pero enfocado a veces bajo la luz oscilante, falsa de un pensamiento teórico que no ha logrado liberarse hasta el final de elementos precientíficos, metafísicos e idealistas.
Esta circunstancia es la que nos ha llevado a considerar necesario anteponer al «Ensayo sobre el desarrollo espiritual del niño» un rápido análisis crítico de algunos de los principales puntos teóricos de que parte Bühler. El único objetivo de ese análisis consiste en introducir determinadas rectificaciones en la construcción teórica que sirve de base al «Ensayo» y señalar al juicio crítico del lector las líneas fundamentales a seguir para superar en el libro aquello que no merece asimilación. 167
¿Qué es lo que debe ser superado críticamente en el libro de Bühler? En páginas anteriores, en el apartado 1, hemos tratado de esbozar en términos muy generales y a través de una serie de ejemplos concretos, los principales aspectos del libro a los que dirigir fundamentalmente nuestra critica. Hemos visto que los méritos y los deméritos, los más y los menos del conjunto del «Ensayo» parten de una raíz metodológica común. De ahí que el trabajo de localizar y diferenciar esos «más y menos» no pueda realizarse de un modo mecánico, censurando tal o cual parte de la obra. Es necesario esclarecer su compleja trama.
Siguiendo las tendencias de la psicología infantil actual, Bühler parte de una negación del planteamiento atomístico del desarrollo infantil y busca una concepción integral de la psicología infantil. Considero, dice, que lo más importante ahora es que intentemos nuevamente comprender, como lo hizo hace cien años Pestalozzi, el sentido del conjunto. Si logramos penetrar las funciones biológicas de la psique y el ritmo interno de su desarrollo, la causa de Pestalozzi renacerá en nuestro tiempo.
Con ello está todo dicho. No cabe expresar de forma más completa y sucinta, de modo más enjundioso y lacónico, la esencia de la idea básica de Bühler: al investigador se le plantea la tarea de comprender el desarrollo psicológico del niño como un todo. Más adelante presenta esa evolución como una función biológica de la psique, con un ritmo interno de desarrollo. Repitamos una vez más: las funciones biológicas de la psique y el ritmo interno de su desarrollo son presentados como la totalidad de la psicología infantil. Esa solución tan sencilla del problema del todo en la psicología infantil la consigue Bühler a costa de eliminar total y absolutamente de su campo de atención las funciones sociales de la psique y el ritmo socialmente condicionado de su desarrollo.
Evidentemente, lo criticable no es el intento en sí de resaltar las bases biológicas de la psicología del niño, sino el intento de presentar esas bases biológicas como una unidad cuyo significado aflora en su desarrollo espiritual. El propio intento de Bühler de basar la psicología infantil en un fundamento biológico confirma el enorme progreso realizado por el autor, paralelo al seguido por la propia psicología, desde una concepción metafísica subjetivo-idealista de la psique que predominaba en los trabajos de la escuela de Wurtzburgo, hasta una concepción científico-natural, biológica, y en consecuencia materialista espontánea. Naturalmente, la psicología infantil científica no puede construirse de otra forma que sobre la base de un fundamento biológico firme.
La idea del desarrollo, que impregna el libro de la primera página a la última; la aspiración global del autor a buscar en el desarrollo estructural de la corteza cerebral la causa de los importantes y prototípicos avances de la vida espiritual del niño y el consiguiente intento de estudiar el desarrollo psicológico del niño en el marco de conjunto de su desarrollo biológico, son las tres ideas que constituyen lo más valioso de la teoría de Bühler y las tres 168 se desprenden de las bases biológicas de la psicología infantil, que el autor considera de suma importancia.
Pero el intento de limitar la totalidad del contenido de la psicología infantil a las funciones biológicas de la psique, de reducir el desarrollo psicológico global del niño a estas funciones, sólo significa para el psicólogo caer prisionero de la biología. Tal intento conduce inevitablemente a extender la interpretación biológica en psicología fuera de sus límites metodológicos legítimos y da lugar a una serie de profundos errores teóricos, de entre los cuales hemos destacado algunos importantes en el apartado 1.
Apartado 03
Si intentamos reducir estos errores a su común denominador metodológico, unificarlos y extraer del paréntesis lo que es general a todos, encontraremos como raíces comunes dos líneas principales de consideraciones teóricas, igualmente falsas, que están internamente relacionadas pero que van en distinta dirección. La primera es la psicologización de la biología, la segunda, la biologización de la psicología. Ambas líneas constituyen por igual conclusiones completamente legítimas de premisas radicalmente falsas, que unen con el signo de igualdad las dos partes de la ecuación metodológica fundamental de Bühler: el «sentido unitario» de la psicología infantil y «las funciones biológicas de la psique».
Empecemos por analizar la primera línea. Por raro y paradójico que pueda parecer a primera vista, el intento de biologizar por completo la psicología inevitablemente conduce de hecho a lo contrario: a la psicologización de la biología. Esto es así porque —refirámonos a un caso concreto—, considerar la formación de los conceptos a la luz de las funciones biológicas de la psique no sólo significa tergiversar la naturaleza psicológica de ese proceso de formación, equiparándolo esencialmente a «descubrimientos prácticos» o a otras formas de actividad intelectiva de los chimpancés, sino también deformar la naturaleza de las funciones biológicas, atribuyéndoles algo que no contienen, elevándolas a un rango superior y suponiendo —¡aunque sólo sea suponiendo!— que encierran algo más que simples procesos orgánicos, vitales.
A su vez, eso significa abrir las puertas al vitalismo y al mismo tiempo preguntar, respondiendo positivamente de antemano: ¿las funciones biológicas, en cuyo seno debe incluirse también a la psicología humana en su totalidad, no encierran ya en sí mismas un principio psicológico o psicoide, es decir, análogo al psíquico? Dicho de otra forma, ¿cómo situar la aparición del pensamiento dentro del conjunto de funciones y procesos biológicos?
K. Bühler, pese a la rigurosidad y prudencia que caracterizan su línea de razonamiento biologicista y que se ponen de manifiesto a cada paso en este «Ensayo» cuando trata cuestiones como el carácter consciente del instinto, los procesos de la conciencia en el niño o el desarrollo del cerebro y del 169 pensamiento —que resuelve, por cierto, dentro del espíritu del vitalismo— se ve obligado a reconocer como teóricamente admisible la concepción vitalista de H. Drisch, guía espiritual del vitalismo actual. En opinión de Bühler, es perfectamente posible que los fenómenos más generales de la vida orgánica (crecimiento, multiplicación, regeneración) exijan admitir la existencia en todos los seres vivos de un factor psicoide natural, y para ello se remite a Drisch.
No cabe demostración más clara y convincente de que el intento de reducir la totalidad del desarrollo espiritual del niño a factores biológicos, naturales, elementales, conduce de hecho a admitir, con los vitalistas, que el alma es un factor natural elemental. Esa es la estructura del trabajo de Drisch al que se remite Bühler.
La otra cara de este enfoque es lo que hemos denominado anteriormente la segunda línea y a la que hemos considerado como la biologización de la psicología.
No es casual que Bühler desarrolle la idea de extrapolar directamente las formas experimentales de la psicología animal a la psicología infantil y que considere a este método como el método de investigación experimental preferente durante los primeros años de la vida del niño, estableciendo una serie de reservas respecto a las modificaciones técnicas que deben introducirse, pero sin señalar ni una sola diferencia esencial en la manera de enfocar la investigación sobre el comportamiento que manifiesta el niño y el que manifiesta el animal en situaciones experimentales idénticas.
Tampoco es casual que, en la medida en que Bühler acepta, junto con H. Rickert, W. Dilthey y otros autores, el hecho de que ni ahora ni quizá nunca se pueda llegar a interpretar la personalidad como el producto medible de las funciones que han contribuido a su formación (o, lo que es lo mismo, admitiendo de hecho la idea metafísica de la personalidad), sea incapaz de hallar en el plano de la investigación de la personalidad nada esencialmente diferente a los tres niveles de desarrollo psíquico que se producen en el reino animal.
Resulta sorprendente que, a la vez que se supone fácticamente que la personalidad es incognoscible, el investigador dé por hecho que en el plano del conocimiento científico no pueda encontrarse nada en ella que supere los límites de esas formas básicas del comportamiento animal. El hecho de que el núcleo de la teoría de Bühler de los tres niveles en el desarrollo del comportamiento incluya por igual el comportamiento del hombre y el comportamiento del animal en todas sus facetas, constituye un punto esencial para el conjunto de su sistema. ¿No equivale eso a admitir que en la evolución del hombre y del niño no ha surgido nada básicamente nuevo, que no ha habido ningún avance en la conducta del hombre que le sea específico y le diferencie y que esa evolución está plenamente dentro de los límites de la evolución biológica del comportamiento?
Como ya hemos dicho, es natural que en el desarrollo del niño se anteponga lo elemental, lo básico, lo biológicamente primario, en perjuicio 170 de lo superior, lo específicamente humano; histórica y socialmente, en la psicología del hombre. ¿Es que no suena magistralmente la afirmación de Bühler de que las habitaciones de los niños, los asilos para deficientes mentales y las escuelas especiales son los lugares en donde mejor se puede estudiar la estructura del espíritu humano y las líneas fundamentales de su desarrollo?
Una tendencia a la que ya nos referíamos en el primer apartado se filtra por doquier: derivar directamente de las raíces biológicas la totalidad de las funciones y formas psicológicas, conferir un valor absoluto a lo primitivo, lo primario, lo básico, dar un significado universal a los estudios embrionarios del desarrollo.
Apartado 04
Pero lo que nos hemos propuesto es un trabajo de delimitación y de análisis. ¿Qué habría de malo aparentemente en el hecho de considerar lo primario como lo básico? De hecho, lo primario es en realidad lo básico. Las funciones inferiores, elementales, primitivas constituyen lo básico y las superiores son algo así como lo derivado, lo secundario, incluso lo terciario.
Todo eso es así. Y como la idea de Bühler consiste precisamente en eso, tiene indudablemente razón. Pero, tras esa idea acertada, el análisis descubre otra cosa. Quien no se conforme con eso y trate de reducir la totalidad del desarrollo a su base primaria estará otorgando a ésta un valor absoluto. Estará ignorando la dialéctica objetiva del desarrollo, que estriba en un proceso de aparición sucesiva de formaciones nuevas sobre la base primaria original y que cualitativamente no pueden reducirse a ella; estará ignorando también que el método dialéctico del conocimiento científico es el único procedimiento adecuado para descubrir la dialéctica objetiva del desarrollo.
Pero, como ya hemos dicho, la antidialéctica constituye el defecto principal de todo el sistema de Bühler. Ahí radican todos sus errores.
«La naturaleza no da saltos, el desarrollo se produce siempre paulatinamente»; Bühler formula esa regla antidialéctica precisamente en relación con el problema del comportamiento de los animales y del hombre. El salto de la biología a la historia no existe para él y, por consiguiente, tampoco existe el salto de la evolución biológica del comportamiento a la histórica, que es un salto fundamental cuando se pasa de la psicología animal a la psicología humana. Al igual que toda la psicología del niño europea, la teoría de Bühler trata de soslayar lo social en el problema del hombre. Esa es la idea central, el nudo de todas sus líneas teóricas: la interpretación antidialéctica del desarrollo psicológico.
Tanto en la interpretación de la filogénesis como en la de la ontogénesis, esta postura induce a errores, entre los cuales el más grave consiste en confundir todas las formas y los tipos de desarrollo, identificándolos, de hecho, mecánicamente. Especialmente en el caso de la filogénesis y la ontogénesis, el desarrollo de la humanidad y del niño. 171
K. Bühler está convencido de que la historia de la humanidad primitiva no es más que la historia del desarrollo espiritual de nuestros niños. Pero a continuación equipara la historia de la humanidad primitiva a la evolución biológica, que conduce a la aparición del hombre. En la escala biológica, dice Bühler, no conocemos escalones intermedios entre el pensamiento del chimpancé y del hombre, pero los podemos descubrir a lo largo de la evolución de los niños y eso permitirá mostrar cómo se lleva a cabo esta transición.
Bühler no diferencia dos tipos esencialmente distintos de evolución que se dan en la filogénesis: la línea de la evolución biológica y la línea de evolución histórica del comportamiento, y tampoco identifica en la ontogénesis la existencia de ambas líneas como dos tipos diferentes de desarrollo. A continuación sitúa en el mismo plano la filogénesis y el desarrollo del niño, arguyendo que en este último se manifiestan determinadas leyes fundamentales del progreso espiritual, que son totalmente independientes de las influencias externas, es decir, válidas tanto para explicar el desarrollo del hombre en épocas prehistóricas como para explicar el desarrollo en la infancia.
Es evidente que, al no tener en cuenta las influencias externas, del medio, las leyes actuales sobre el desarrollo del hombre no permiten diferenciar entre las formas inferiores y las formas superiores de conducta y pensamiento, entre los factores de desarrollo biológicos y sociales que son propios, específicos de un niño de una determinada época o clase social, y las leyes universales de desarrollo biológico. Según nuestro autor, la tarea del investigador deberá consistir en encontrar la esencia pura de estas leyes básicas y eternas de desarrollo, independientes de influencias externas, liberadas de todos los rasgos concretos e históricos para llegar a abstraer, a partir de la confusa imagen concreta de un niño, los rasgos básicos del niño universal.
A partir de esta idea básica, se abordan incorrectamente diversas cuestiones. Hemos hablado ya del problema de las funciones intelectuales superiores, que el autor incluye en el mismo plano biológico. Una consecuencia típica de esta clase de aproximaciones es el intento de encontrar en la evolución estructural de la corteza cerebral el origen inmediato de determinadas avances en la vida psíquica del niño normal, como por ejemplo el desarrollo de la formación de conceptos.
En lugar de admitir que es en el desarrollo estructural de la corteza cerebral donde se dan las condiciones necesarias, se crean las posibilidades y se forman las premisas biológicas para el desarrollo de las funciones de formación de conceptos —esa forma superior del pensamiento históricamente establecida y socialmente condicionada—, el autor se limita a considerar que el origen histórico de todas las formas superiores de comportamiento radica en cambios estructurales de la corteza.
Podríamos mencionar también la teoría puramente naturalista del juego infantil que desarrolla Bühler, siguiendo los pasos del camino trazado por K. Groos, cuando sostiene que ya en el juego de los animales está presente la posterior evolución que seguirán las diversas facultades. Y ése va a ser un 172 condicionante para su interpretación sobre el nexo entre el juego del niño y el juego de los animales: no se trata más que de una ejercitación para el desarrollo de una determinada facultad. Ni más ni menos.
No vamos a extendernos en la enumeración detallada de todos aquellos problemas concretos que se han visto afectados de una u otra forma por los defectos metodológicos de todo el sistema de Bühler. Únicamente vamos a detenernos para terminar en uno de los más ilustrativos de todo el libro: el problema de la herencia de las propiedades psíquicas, tal como lo interpreta Bühler.
Apartado 05
Al analizar el problema de la herencia de las propiedades psíquicas, Bühler aporta los resultados de una investigación con cien criminales natos. Desde el punto de vista del autor, los resultados muestran que hay personas que manifiestan desde su juventud una arraigada tendencia al vagabundeo y al robo y que se convierten en el curso de su vida en habituales inquilinos de cárceles y reformatorios. Son víctimas de una herencia fatídica, que se transmite de generación en generación con la misma regularidad que cualquier rasgo físico simple y que es recesiva con respecto a las inclinaciones normales. Pero hay que hacer la salvedad de que tales inclinaciones sólo llevan a los hombres a cárceles y reformatorios con la frecuencia que exigen las reglas mendelianas.
Así pues, según Bühler, las inclinaciones hereditarias, que se transmiten de padres a hijos con la regularidad que exigen las leyes de G. Mendel, como ocurre con cualquier rasgo físico simple, son las que están en el origen de la criminalidad. Por monstruosa que sea semejante afirmación, por evidente que resulte que el autor, siguiendo al pie de la letra la vieja y falsa teoría de la «criminalidad innata», reduzca a «herencia fatídica» la permanencia de padres e hijos en cárceles, ignorando los factores socioeconómicos de la criminalidad, merece la pena detenerse en este ejemplo y analizar cómo son posibles, más aún, inevitables tales conclusiones, a partir de determinadas premisas teóricas.
Tenemos ante nosotros un ejemplo sorprendente de cómo pueden ser ciertos en sí mismos los hechos que sirven de fundamento a una determinada conclusión y cómo pueden, sin embargo, llevar a resultados totalmente falsos, si su interpretación está regida por concepciones teóricas erróneas.
En sí mismos, los hechos establecidos en las investigaciones de Bühler son ciertos. ¡En qué consisten? En que existe una alta correlación entre la permanencia en cárceles de padres e hijos. Bühler, por ejemplo, investigó el destino de niños cuyos padres habían permanecido un largo período en la cárcel. De treinta niños del mencionado grupo, veintiocho también habían ido a parar a la cárcel. Esos son los hechos. Lo que dicen es que hay una relación entre la permanencia en la cárcel del padre y del hijo. Sólo eso. Ni una palabra más. 173
A continuación comienza la interpretación y la explicación de los hechos. ¿Cuál es esta relación? Bühler afirma que se trata de una relación hereditaria, que las inclinaciones hacia la criminalidad se heredan de acuerdo con las leyes de Mendel, lo mismo que cualquier rasgo físico. En este caso actúa igual que F. Galton en la conocida investigación del carácter hereditario de los genios y en otras muchas, cayendo con él en un error tan ingenuo como frecuente en la teoría de la herencia y que ya se ha convertido en un lugar común.
Las investigaciones de Bühler, al igual que muchas otras similares, conducen a resultados totalmente erróneos, debido a que se utiliza la analogía de rasgos entre padres e hijos como único fundamento para justificar la herencia, sin posteriores análisis. K. Pearson define la herencia como la correlación entre el grado de parentesco y el grado de parecido. Esta misma definición, a modo de silenciosa premisa, fundamenta a la investigación de Bühler.
En la bibliografía rusa, P. Blonski ha criticado este error tan difundido. La definición de Pearson, tácito presupuesto de donde parten todos los que repiten una y otra vez este error, condena irremisiblemente lo que se denomina en lógica circulus vitiosus: los investigadores describen un círculo vicioso en su razonamiento, al partir de lo que en esencia tratan de demostrar. Bühler, por ejemplo, presupone de antemano que si hubiera relación entre la permanencia de padres e hijos en la cárcel, esa relación sería hereditaria. Y, sin embargo, eso es precisamente lo que hay que demostrar.
En realidad, ¿es que toda similitud en cualquier rasgo entre padres e hijos es signo indefectible de transmisión del mencionado rasgo de los primeros a los segundos a través de la herencia? La definición de Pearson es excesivamente amplia y por ello errónea. Incluye no sólo la herencia biológica, sino también lo que Blonski denomina herencia social de las condiciones vitales y existenciales, que no se rige por las leyes de Mendel, sino por las leyes de la vida social.
«La herencia», dice Blonski, «no es un simple fenómeno biológico: debemos distinguir entre herencia cromosómica [2] y herencia de condiciones de vida y de posición social. Sobre la base de esa herencia social, de clase, es como se forman los árboles genealógicos. En una sociedad clasista de alto rendimiento y rica, que goce de gran bienestar material y en la que estas dinastías sean muy prolíficas, aumentan las posibilidades de que surja un gran número de talentos. Por otro lado, la labor dura permanente, el trabajo físico y la miseria no ofrecen posibilidad alguna de que entre las masas trabajadoras se manifieste el genio hereditario» (1925).
Lo que dice Blonski del «carácter hereditario del genio» a propósito de las investigaciones de Galton es también aplicable palabra por palabra a la herencia de las inclinaciones que según Bühler llevan a la cárcel y a la investigación de Peters sobre la herencia de las facultades mentales que refiere Bühler. Peters, compara las notas escolares de niños, padres y abuelos y establece el hecho de la transmisión hereditaria de las facultades mentales a partir de los datos de éxito escolar en la familia, ignorando la circunstancia 174 de que éstos son el resultado de numerosos factores y en primer lugar de factores sociales. Peters, considera la aptitud para el éxito escolar como un rasgo que se transmite según las leyes de Mendel.
Es fácil ver que todas estas investigaciones confunden la herencia en el sentido estricto del término con la herencia social, con la herencia de las condiciones de vida; en efecto, la semejanza entre padres e hijos, la semejanza de sus destinos, viene naturalmente explicada, no sólo por la transmisión directa de las propiedades hereditarias, sino también por la transmisión de las condiciones de vida.
Un niño cuyos padres hayan sufrido prolongado encarcelamiento tiene, evidentemente, muchas posibilidades de repetir su destino, no sólo porque los delitos de los padres sirven con frecuencia de ejemplo educativo para los hijos y no sólo porque el propio hecho de la permanencia de los primeros en prisión condena a un niño normal al vagabundeo, sino sobre todo porque las mismas causas sociales que empujaron a los padres a delinquir suelen también continuar actuando en la segunda generación, determinando igualmente el destino de los hijos como en tiempos determinaron el de los padres. ¿Es que la miseria, la falta de trabajo, el vagabundeo y otros muchos bien estudiados factores de la delincuencia no actúan sobre los hijos de forma igualmente irrefutable que en los padres?
Con la misma certeza, las condiciones sociales (el bienestar, el elevado nivel cultural de la vida casera, el ocio, etcétera), que habían asegurado en tiempos a los abuelos y los padres buenas notas durante su permanencia en la escuela, deberán en su conjunto asegurar a los hijos de tales padres iguales buenas notas.
Sólo en base a la más burda mezcolanza de la herencia biológica y social son posibles semejantes equivocaciones científicas, como las tesis anteriormente citadas de Bühler sobre la herencia de las «inclinaciones carcelarias», las de Peters sobre el carácter hereditario de las inclinaciones hacia las buenas notas en la escuela y las de Galton sobre las inclinaciones hereditarias hacia los cargos ministeriales, judiciales y hacia las profesiones científicas. En lugar de analizar los factores socioeconómicos que condicionan la delincuencia, este fenómeno puramente social —producto de la desigualdad social y la explotación— se presenta como rasgo biológico hereditario, que se transmite de progenitores a descendientes con igual regularidad que un determinado color de los ojos.
Nos hemos detenido tan pormenorizadamente en el análisis del problema de la herencia tal como lo interpreta Bühler, no porque ocupe el lugar central dentro de su sistema de pensamiento, sino porque es típico de sus errores metodológicos y muestra cómo y de qué forma las falsas premisas de principio conducen a conclusiones teóricas erróneas. De hecho, Bühler no se plantea como objetivo analizar los fundamentos metodológicos del problema de la herencia en psicología, ni establecer qué es, en general, lo que se hereda de las formas de comportamiento, ni ver cuál es la relación entre las inclinaciones hereditarias y el desarrollo de las complejas funciones psicológicas 175 superiores a las formas de comportamiento. Y sin ese análisis, imperceptiblemente para el propio autor, autor, su concepción biológica fundamental comienza a determinar todo el curso de sus razonamientos. En este problema, al igual que en todos los demás, lo social de nuevo se presenta como biológico, y a esto se le otorga un protagonismo absoluto y universal en todo el drama del desarrollo espiritual del niño, en palabras del propio Bühler, que no advierte en este drama otros personajes que los factores biológicos.
Con esto podemos poner punto final a nuestro ensayo crítico. Hemos comenzado por señalar que el principal error metodológico en el conjunto de la teoría de Bühler consiste en no distinguir los factores sociales de los factores biológicos en el desarrollo psicológico del niño, y concluimos nuestro análisis crítico de su obra en el mismo punto. Evidentemente, éste es el alfa y el omega de su «Ensayo.

Notas
[1] Estebanillo, el desaliñado. Título de una colección de cuentos humorísticos y edificantes para los niños, muy difundida en el siglo XIX, y nombre del héroe de uno de los cuentos. (N. T.)
[2] En el texto se dice literalmente «cromatina»