Obras de Lev Semiónovich Vygotsky: La conciencia como problema de la psicología del comportamiento

Obras de Lev Semiónovich Vygotsky: La conciencia como problema de la psicología del comportamiento 1

«Una araña ejecuta operaciones que asemejan a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los paneles de las abejas podría avergonzar a más de un maestro de obras. Pero hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un resultado, que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero; es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal. El obrero no se limita a hacer cambiar de forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que, al mismo tiempo, realiza en ella su fin, fin que él sabe que rige como una ley las modalidades de su actuación y al que tiene necesariamente que supeditar su voluntad.»
K. Marx

Nuestra literatura científica elude insistente e intencionadamente el problema de la naturaleza psicológica de la conciencia, y trata de no darse cuenta de él, como si para la nueva psicología no existiese en absoluto. Como consecuencia de ello, los sistemas de psicología científica a cuya creación asistimos hoy llevan implícitos desde su mismo comienzo una serie de defectos orgánicos. Mencionaremos tan sólo algunos de ellos, que, en nuestra opinión, son los más fundamentales e importantes.
1. Al ignorar el problema de la conciencia, la psicología se está cerrando a sí misma el camino de la investigación de problemas más o menos complejos del comportamiento humano. Se ve obligada a limitarse a explicar los nexos más elementales del ser vivo en el mundo. Es fácil comprobar 39 esta aseveración si echamos una ojeada al índice del libro de V. M. Béjterev «Fundamentos generales de la reflexología del hombre» (1923): «Principió la conservación de la energía. Principio de la mutabilidad continúa. Principio del ritmo. Principio de la adaptación. Principio de la reacción igual a la acción. Principio de la relatividad». En una palabra, principios universales, que abarcan no sólo el comportamiento de los animales y del hombre, sino todo el conjunto del universo, aunque por supuesto no aparece ni una sola ley psicológica que formule los posibles nexos hallados o la interdependencia entre los fenómenos, y que caracterice la originalidad del comportamiento humano que lo diferencia del comportamiento animal.
Por otra parte, el libro que acabamos de mencionar gira alrededor del experimento clásico de formación del reflejo condicionado, una pequeña muestra, de extraordinaria importancia básica, pero que no cubre el espacio universal desde el reflejo condicionado de primer grado hasta el principio de la relatividad. La inadecuación entre el tejado y los cimientos y la ausencia de edificación entre ambos, pone fácilmente de manifiesto lo excesivamente prematuro que resulta aún formular principios universales basados en el material reflexológico y lo simple que resulta extraer las leyes de otras ramas del saber y aplicarlas a la psicología. Además, cuanto más amplio y universal sea el principio que tomemos, más fácil será adaptarlo al hecho que necesitamos. No hay que olvidar, sin embargo, que la amplitud y el contenido del concepto están siempre en relación inversa. Y como la amplitud de los principios universales tiende al infinito, su contenido psicológico disminuye hacia cero con igual rapidez.
Pero éste no es un defecto achacable exclusivamente al curso de Béjterev. Este mismo defecto aparece y se refleja de una u otra forma en cada intento de formular sistemáticamente la doctrina del comportamiento del individuo desde el punto de vista de la mera reflexología.
2. La negación de la conciencia y la tendencia a construir el sistema psicológico sin este concepto —como una «psicología sin conciencia», según expresión de P. P. Blonski (1921, pág. 9) — conduce a que los métodos se vean privados de los medios más fundamentales para investigar esas reacciones no manifiestas ni aparentes a simple vista, tales como los movimientos internos, el habla interna, las reacciones somáticas, etcétera. Limitarse a estudiar las reacciones que se ven a simple vista resulta estéril e injustificado incluso en lo que se refiere a los problemas más simples del comportamiento humano. Y, sin embargo, el comportamiento del individuo está organizado de forma que son justamente los movimientos internos poco conocidos los que le orientan y dirigen. Cuando formamos el reflejo condicionado salival en el perro, organizamos previamente su comportamiento de un modo determinado, a través de procedimientos externos, ya que de otra forma el experimento no es posible. Lo colocamos en el banco de experimentación, lo sujetamos con correas, etcétera. De la misma manera organizamos previamente el comportamiento del sujeto mediante conocidos movimientos internos 40 —a través de consignas, aclaraciones, etcétera. Y estos movimientos internos varían de pronto en el transcurso del experimento, todo el cuadro del comportamiento se alterará bruscamente. Por consiguiente, nos limitamos a hablar de reacciones inhibidas, que sabemos se producen constantemente y de forma ininterrumpida en el organismo y que desempeñan un influyente papel regulador en el comportamiento, ya que éste es consciente. Pero carecemos de medio alguno para investigar estas reacciones internas.
Por decirlo llanamente: el sujeto siempre piensa para sí y eso no deja nunca de influir en su comportamiento. El cambio repentino de pensamiento durante la prueba repercute siempre en el comportamiento de la persona sometida a ella (de repente le viene un pensamiento: «No voy a mirar al aparato»). Pero no sabemos en absoluto cómo tener en cuenta esta influencia.
3. Se borra radicalmente toda diferencia entre el comportamiento del animal y del hombre. La biología se traga a la sociología y la fisiología a la psicología. El estudio del comportamiento del hombre se aborda del mismo modo que el estudio del comportamiento de cualquier mamífero. Y al hacer-lo se ignora lo que añaden de nuevo la conciencia y la psique al comportamiento humano. Recurriré en calidad de ejemplo a dos leyes: la de la extinción (o de inhibición interna) de los reflejos condicionados, establecida por I. P. Pávlov (1923) y la de los dominantes, formulada por A. A. Ujtomski (1923).
La ley de extinción (o de inhibición interna) de los reflejos condicionados establece que la excitación prolongada con un excitante condicionado y no reforzada mediante un excitante incondicionado produce el debilitamiento paulatino y finalmente la extinción total del reflejo condicionado. Pasemos al comportamiento del hombre. En el sujeto restringimos una reacción condicionada a un cierto excitante: «Cuando oiga el timbre pulse el botón de la consola». Repetimos el experimento 40, 50, 100 veces. ¿Hay extinción? Por el contrario, la conexión se refuerza de una vez a otra, de un día a otro. Se produce el cansancio, pero no es eso lo que supone .a ley de la extinción. Es evidente que en este caso es imposible trasponer sin más una ley del dominio de la psicología animal al de la psicología del hombre. Es necesaria, por principio, cierta reserva. Pero no sólo la desconocemos, sino que no sabemos tan siquiera dónde buscarla.
La ley del dominante establece la existencia en el sistema nervioso del animal de unos focos de excitación que atraen otros, las excitaciones subdominantes, que en esos momentos van a parar al sistema nervioso. La excitación sexual en los gatos, los actos de deglución y defecación, el reflejo de abrazar en las ranas, todo ello, como muestran las investigaciones, se refuerza mediante cualquier excitante extraño. De aquí se pasa directamente al acto de atención del hombre y se establece que la base fisiológica de este acto está constituida por el dominante. Pero resulta que precisamente la atención está privada de este rasgo característico, es decir, de la capacidad de verse reforzada bajo la acción de cualquier excitante extraño. Por el contrario, todos ellos desvían y debilitan la atención. De nuevo, el paso de 41 las leyes del dominante, establecidas en el gato y la rana, a las comportamiento humano necesitan una seria corrección. 1
4. Lo más importante es que la exclusión de la conciencia del campo de la psicología científica deja en gran medida intacto el dualismo y espiritualismo de la psicología subjetiva anterior. V. M. Béjterev afirma que el sistema reflexológico no contradice la hipótesis «del alma» (1923). Caracteriza los fenómenos subjetivos o conscientes como fenómenos de segundo orden, específicamente internos, que acompañan a los reflejos concatenados. El hecho de admitir la posibilidad o incluso de reconocer como algo inevitable la aparición en el futuro de una ciencia aparte —la reflexología subjetiva—, no hace sino reforzar el dualismo.
La principal premisa de la reflexología, la admisión de la posibilidad de explicar enteramente el comportamiento del hombre sin recurrir a fenómenos subjetivos, es decir, la psicología sin psique, representa la otra cara del dualismo de la psicología subjetiva, con su intento de estudiar una psique pura, abstracta. Mientras allí tenemos la psique sin comportamiento, aquí tenemos el comportamiento sin psique, y allí y aquí, la «psique» y el «comportamiento» se interpretan como dos fenómenos distintos. Precisamente debido a ese dualismo, ni un solo psicólogo, aunque se trate del más acérrimo espiritualista e idealista, niega el materialismo fisiológico de la reflexología; antes al contrario, cualquier idealismo lo presupone siempre indefectiblemente.
5. Al eliminar la conciencia de la psicología nos encerrarnos de una manera firme y definitiva en el círculo de lo biológicamente absurdo. Incluso Béjterev previene del gran error que supone considerar los «procesos subjetivos como totalmente superfluos o secundarios en la naturaleza (epifenómenos), ya que sabemos que en ésta todo lo secundario se atrofia y se destruye, mientras que nuestra propia experiencia nos dice que los fenómenos subjetivos alcanzan su mayor desarrollo en los procesos más complejos de la actividad correlativa» (Ibídem, pág. 78).
Por consiguiente, habrá que convenir que o bien es realmente así, en cuyo caso es imposible estudiar el comportamiento del hombre y las complejas formas de su actividad, independientemente de su psique; o bien no es así, en cuyo caso la psique es un epifenómeno, un fenómeno secundario, ya que todo se explica sin ella, con lo que nos encontramos ante un absurdo psicológico. No cabe una tercera posibilidad.
6. Así planteada la cuestión, se nos cierra para siempre el acceso a la investigación de los problemas más trascendentales, como son la estructura de nuestro comportamiento, de sus componentes y de sus formas. Estamos condenados para siempre a mantener la falsa concepción de que el comportamiento es una suma de reflejos.
El reflejo es un concepto abstracto: metodológicamente tiene gran valor, pero no puede convenirse en el concepto principal de la psicología como ciencia del comportamiento del hombre, porque este comportamiento no 42 constituye en modo alguno un saco de cuero lleno de reflejos ni su cerebro es un hotel para los reflejos condicionados que casualmente se alojen en él.
La investigación de las reacciones dominantes en los animales y la de la integración de los reflejos ha demostrado convincentemente que el trabajo de cada órgano, su reflejo, no es algo estático, sino únicamente una función del estado general del organismo. El sistema nervioso funciona como un conjunto —modelo de Ch. Sherrington—, que debe servir de base a la doctrina del comportamiento.
En efecto, la palabra «reflejo», en el sentido en que se utiliza en nuestro país, recuerda mucho la historia de Kannitvershtan, el nombre que oía un pobre extranjero en Holanda como respuesta a sus preguntas: «¿A quién entierran? ¿De quién es esta casa? ¿Quién es el que ha pasado en el coche?», etcétera. Pensaba ingenuamente el pobre extranjero que en aquel país todo lo realizaba Kannitvershtan, cuando en realidad esa palabra significaba que los holandeses con quienes tropezaba no comprendían sus preguntas. El reflejo de meta o el de libertad no parecen sino ejemplos análogos de incomprensión de los fenómenos que se investigan 2. No parece evidente que no se trata en este caso de un reflejo en el sentido normal, como puede serlo el reflejo salival, sino de un mecanismo de comportamiento estructuralmente distinto. Sólo si reducimos todo a un común denominador podremos decir: esto es un reflejo, como: esto es Kannitvershtan. Pero en ese caso, la propia palabra «reflejo» pierde su sentido.
¿Qué es la sensación? Es un reflejo. ¿Qué son el lenguaje, los gestos, la mímica? También reflejos ¿Y los instintos, los lapsus, las emociones? Son también reflejos. Todos los fenómenos que ha encontrado la escuela de Wurtzburgo en los procesos mentales superiores, el análisis de los sueños, propuesto por Freud, son igualmente reflejos. Evidentemente, eso es cierto, pero la esterilidad científica de tan desnudas constataciones es de todo punto evidente. Con tal método de análisis la ciencia no sólo no aporta luz y claridad a los problemas a estudiar que permita distinguir y delimitar objetos, formas y fenómenos, sino que, por el contrario, obliga a ver todo en una penumbra en la que todo se entremezcla y donde se borra cualquier límite definido entre los objetos. Esto es un reflejo y esto no lo es, pero ¿quién distingue lo uno de lo otro?
Lo que hay que estudiar no son los reflejos, sino el comportamiento: su mecanismo, composición, estructura. Cuando experimentamos con animales o personas creyendo invariablemente que estamos investigando una reacción o un reflejo, lo que en realidad investigamos siempre es el comportamiento. Lo que sucede es que estamos previamente organizando de manera preestablecida y estandarizada el comportamiento del sujeto para conseguir que prevalezca la reacción o el reflejo: de otro modo, no lo conseguiríamos.
¿Acaso, en los experimentos de I. P. Pávlov, reacciona el perro con el reflejo salival y no con las numerosas y más diversas reacciones motrices, internas y externas, sin que éstas influyan en el proceso reflejo que estamos observando? ¿Y acaso no es el mismo excitante condicionado utilizado en 43 tales experimentos el que provoca estas otras reacciones (la orientación de las orejas, los ojos, etc.)? ¿Por qué el cierre de la conexión condicionada se produce entre el reflejo salival y el timbre y no de otra manera? O dicho de otro modo, ¿por qué no es la carne la que comienza a provocar los movimientos de orientación de las orejas? ¿Acaso la única reacción manifiesta del sujeto es pulsar el mando del timbre ante una señal? ¿No son también partes esenciales de la reacción la relajación general del cuerpo o el hecho de apoyarse en el respaldo de la silla, de desviar la cabeza, suspirar, etc.?
Valga esto para mostrar lo complicado de cualquier reacción, su dependencia del mecanismo de comportamiento al que está incorporada, la imposibilidad de estudiar una reacción en forma abstracta. Tampoco debemos olvidar, antes de ampliar y magnificar nuestras conclusiones sobre los experimentos clásicos con reflejos condicionados, que la investigación sólo se halla en sus comienzos y ha cubierto un área aún muy limitada, que han sido estudiadas únicamente una o dos clases de reflejos —el salival y el defensivo-motor—, y sólo reflejos condicionados de primero y segundo orden y en una línea biológicamente no ventajosa para el animal (¿por qué ha de segregar saliva como respuesta a señales muy lejanas, a excitantes condicionados de orden superior?). Por eso nos cuidaremos de trasladar directamente a la psicología las leyes reflexológicas. Como afirma certeramente V. A. Vágner 3 (1923), los reflejos constituyen los cimientos, pero partiendo únicamente de ellos no se puede decir todavía nada acerca de lo que se va a construir encima.
Creemos que a tenor de todos estos razonamientos hay que dejar de considerar el comportamiento del hombre como un mecanismo que hemos logrado desvelar totalmente gracias a la llave del reflejo condicionado. Sin una hipótesis de trabajo previa sobre la naturaleza psicológica de la conciencia es imposible revisar críticamente todo el capital científico en este campo, seleccionarlo y cribarlo, trasladarlo a un nuevo idioma, elaborar nuevos conceptos y crear una nueva área de problemas.
La psicología científica no tiene que ignorar los hechos de la conciencia, sino materializarlos, trasladarlos a un idioma objetivo que existe en la realidad y desenmascarar y enterrar para siempre las ficciones, fantasmagorías, etcétera. Sin ello es imposible todo trabajo de enseñanza, de crítica y de investigación.
No es difícil comprender que no hay necesidad de considerar la conciencia, ni biológica, ni fisiológica, ni psicológicamente, como una segunda categoría de fenómenos. Es necesario encontrar para ella, como para todas las otras reacciones del organismo, una interpretación y un lugar adecuados. Esa es la primera exigencia de nuestra hipótesis de trabajó. La segunda sería que la hipótesis deberá explicar sin la menor fisura aquellos problemas fundamentales relacionados con la conciencia: el problema de la conservación de la energía, la introspección, la naturaleza psicológica del conocimiento de otras conciencias, el carácter consciente de las tres principales dimensiones de la psicología empírica (pensamiento, sensaciones y voluntad), el concepto de lo inconsciente, de la evolución de la conciencia, de su identidad y unidad.
En este breve y rápido apunte sólo hemos expuesto unas ideas previas, las más generales y fundamentales, cuya confluencia creemos dará lugar a que surja la hipótesis de trabajo de la conciencia en el comportamiento psicológico.
Apartado 02
Intentemos ahora enfocar el problema desde fuera, es decir, sin partir de la psicología.
En sus formas principales todo el comportamiento del animal consta de dos grupos de reacciones: los reflejos innatos o no condicionados y los adquiridos o condicionados. Además, los reflejos innatos constituyen algo así como el extracto biológico de la experiencia hereditaria colectiva de toda la especie, y los adquiridos surgen sobre la base de esta herencia hereditaria a través del cierre de nuevas conexiones, obtenidas en la experiencia particular del individuo. De modo que todo comportamiento animal puede ser considerado convencionalmente como la experiencia hereditaria más la adquirida, multiplicada por la particular. El origen de la experiencia hereditaria fue aclarado por Darwin; el mecanismo de la multiplicación de esta experiencia por la personal es el mecanismo del reflejo condicionado, establecido por l. P. Pávlov. Mediante esta fórmula se pone punto final, en general, al comportamiento del animal.
comportamiento es necesario introducir nuevos componentes en la fórmula. Hace falta, ante todo, señalar lo extraordinariamente amplio de la experiencia heredada por el hombre si la comparamos con la experiencia animal. El hombre no se sirve únicamente de la experiencia heredada físicamente. Toda nuestra vida, el trabajo, el comportamiento, se basan en la amplísima utilización de la experiencia de las generaciones anteriores, es decir, de una experiencia que no se transmite de padres a hijos a través del nacimiento. La llamaremos convencionalmente experiencia histórica.
Junto a ello debe situarse la experiencia social, la de otras personas, que constituye un importante componente del comportamiento del hombre. Dispongo no sólo de las conexiones que se han cerrado en mi experiencia particular entre los reflejos condicionados y elementos aislados del medio, sino también de las numerosas conexiones que han sido establecidas en la experiencia de otras personas. Si conozco el Sahara y Marte, a pesar de no haber salido ni una sola vez de mi país y de no haber mirado jamás a través del telescopio, se debe evidentemente a que esta experiencia tiene su origen en la de otras personas que han ido al Sahara y han mirado por el telescopio. Es igual de evidente que los animales no poseen esta experiencia. La designaremos como componente social de nuestro comportamiento. 45
Finalmente, algo completamente nuevo en el comportamiento del hombre es que su adaptación y el comportamiento relacionado con esta adaptación adquiere formas nuevas respecto a la de los animales. Estos se adaptan pasivamente al medio; el hombre adapta activamente el medio a sí mismo. Es verdad que también entre los animales encontramos formas iniciales de adaptación activa en la actividad instintiva (la construcción de nidos, de guaridas, etcétera.), pero, en primer lugar, en el reino animal estas formas no tienen un valor predominante y fundamental y, en segundo lugar, sus mecanismos de ejecución siguen siendo esencialmente pasivos.
La araña que teje la telaraña y la abeja que construye las celdillas con cera lo harán por la fuerza del instinto, como máquinas, de un modo uniforme y sin manifestar en ello mayor actividad que en las restantes reacciones adaptativas. Otra cosa es el tejedor o el arquitecto. Como dice Marx, ellos construyeron previamente su obra en la cabeza; el resultado obtenido en el proceso laboral existía idealmente antes del comienzo de ese trabajo (véase: K. Marx, F. Engels. Obras, t. 23, pág. 189). Esta explicación de Marx, completamente indiscutible, no significa otra cosa que la obligatoria duplicación de la experiencia en el trabajo humano. En el movimiento de las manos y en las modificaciones del material el trabajo repite lo que antes había sido realizado en la mente del trabajador, con modelos semejantes a esos mismos movimientos y a ese mismo material. Esa experiencia duplicada, que permite al hombre desarrollar formas de adaptación activa, no la posee el animal. Denominaremos convencionalmente esta nueva forma de comportamiento experiencia duplicada.
Ahora el término nuevo en nuestra fórmula de comportamiento del hombre adoptará la siguiente forma: experiencia histórica, experiencia social, experiencia duplicada.
Continúa en pie la cuestión: ¿con qué signos, relacionados entre sí y a la vez con la parte anterior, pueden estar relacionados estos nuevos componentes de la fórmula? El signo de multiplicación de la experiencia hereditaria por la particular es claro para nosotros: significa el mecanismo del reflejo condicionado.
Las siguientes partes de este artículo están dedicadas a la búsqueda de los signos que faltan.
Apartado 03
En el punto anterior hemos tocado las vertientes biológica y social del problema. Ocupémonos ahora, de forma igualmente resumida, de la vertiente fisiológica.
Incluso los experimentos más sencillos con reflejos aislados se enfrentan al problema de la coordinación de estos reflejos o su transformación en comportamiento. Veíamos antes de pasada que cualquier experimento de Pávlov presupone un comportamiento previamente organizado del perro, de forma que en el choque de reflejos se cierre la única conexión necesaria. 46
Pávlov se vio obligado (1950) a formar otros reflejos más complejos en el perro, y más de una vez señala que en el proceso de experimentación surgen choques entre dos diferentes reflejos. Además, los resultados no son siempre iguales: en un caso se habla de que el reflejo de alimentación se refuerza junto con el de alerta; en otro, de la victoria del primero sobre el último. Ambos reflejos constituyen en realidad algo así como los dos platillos de la balanza, dice Pávlov a este respecto, sin cerrar los ojos ante la singular complejidad del proceso de desarrollo de los reflejos. •Si se tiene en cuenta —dice— que el mencionado reflejo a una excitación externa no sólo está limitado y regulado por otro acto reflejo simultáneo externo, sino también por toda una masa de reflejos internos, así como por la acción de todos los posibles excitantes internos (químicos, térmicos, etc., y ello tanto al nivel de los diferentes sectores del sistema nervioso central como directamente sobre los propios elementos tisulares de trabajo), nos podemos hacer idea de la auténtica complejidad de los fenómenos reflectores de respuesta» (Ibídem, pág. 190).
El principio fundamental de coordinación de los reflejos, como se explica en las investigaciones de Ch. Sherrington, consiste en la lucha que se establece entre distintos grupos de receptores por un campo motor común. «Puesto que las neuronas aferentes al sistema nervioso son muchas más que las eferentes, cada neurona motriz no se halla en conexión reflectora con un sólo receptor, sino con muchos, probablemente con todos. En el organismo se da una continua lucha entre diferentes receptores por el campo motor común, por el dominio de un órgano de trabajo. El resultado de esta lucha depende de causas muy complejas y numerosas. Parece claro, por tanto, que cada reacción, cada reflejo victorioso, se produce tras una lucha, después de un conflicto, en el «punto de colisión»» (Ch. Sherrington, 1912).
El comportamiento es pues un sistema de reacciones triunfantes.
En condiciones normales, dice Sherrington, si se dejan a un lado los problemas de la conciencia, el comportamiento del animal está constituido por transiciones sucesivas del campo motor final hacia un grupo de reflejos o hacia otro. En otras palabras, el comportamiento es una lucha que no se interrumpe ni un minuto. Tenemos base suficiente para suponer que una de las funciones más importantes del cerebro consiste precisamente en establecer la coordinación entre reflejos que provienen de puntos lejanos, de modo que el sistema nervioso está integrado en realidad por la totalidad del individuo.
El mecanismo coordinador del campo motor general sirve de base, en opinión de Sherrington, al importante proceso psíquico de la atención, y gracias a este último principio se va generando en cada momento la unidad de acción, lo que a su vez sirve de base al concepto de personalidad, de modo que la formación del sistema de personalidad resulta así tarea del sistema nervioso, según afirma Sherrington. El reflejo es la reacción integral del organismo. Por eso, en cada músculo, en cada órgano de trabajo, hay que ver «un cheque al portador, que cualquier grupo de receptores puede poseer»
(Ibídem, pág. 23). 47
Sherrington explica magníficamente su concepción general sobre el sistema y nervioso con esta comparación: «El sistema de receptores guarda la misma relación con el de las vías eferentes que el orificio superior ancho de un embudo con el de salida. Pero cada receptor guarda relación no sólo con una vía eferente, sino con muchas, quizá con todas; naturalmente, la consistencia de esta conexión puede ser diferente. Por eso, continuando nuestra comparación con el embudo, hay que decir que cada sistema nervioso es un embudo, uno de cuyos orificios es cinco veces más ancho que el otro; dentro de él están los receptores, que también son embudos cuyo orificio ancho está vuelto hacia el extremo de salida del embudo general y lo cubre por completo» (Ibídem, pág. 56).
I. P. Pávlov (1950) compara los grandes hemisferios cerebrales con una central telefónica, donde se produce el cierre de nuevas conexiones temporales; entre los elementos del medio y reacciones concretas. Pero nuestro sistema'» nervioso recuerda mucho más que a una central telefónica a las estrechas puertas de un gran edificio, hacia las que se lanza la muchedumbre en un momento de pánico; por las puertas caben sólo unas cuantas personas: las que han logrado cruzarlas felizmente son un reducido número de entre las miles que han fallecido aplastadas. Eso refleja con mayor aproximación el carácter catastrófico de la lucha del proceso dinámico y dialéctico entre el mundo y el hombre y en el interior de éste, que se denomina comportamiento.
Dos premisas, necesarias para plantear con acierto el problema de la conciencia en cuanto mecanismo del comportamiento, se desprenden de estas consideraciones:
1. Parece como si el mundo se vertiera en el orificio ancho del embudo a través de millares de excitantes, inclinaciones, invitaciones; dentro del embudo tiene lugar una lucha y un enfrentamiento ininterrumpidos; todas las excitaciones salen en número muy reducido por el orificio estrecho, en forma de reacciones de respuesta del organismo. El comportamiento que se ha visto realizado es una parte insignificante de los comportamientos posibles. Cada minuto del hombre está lleno de posibilidades no realizadas. Estas posibilidades no realizadas de nuestro comportamiento, esta diferencia entre los orificios anchos y estrechos del embudo, es una realidad inasequible, al igual que la reacción triunfadora, porque los tres momentos de la reacción que les corresponden están presentes.
Cuando la estructura del campo común final es algo complicada y los reflejos complejos, el comportamiento no realizado puede adoptar las más diversas formas. «En los reflejos complejos, los arcos reflejos se unen a veces a una parte del campo general y luchan unos contra otros con respecto a otra de sus partes» (Ch. Sherrington, 1912, pág. 26). Por consiguiente, la reacción puede quedar realizada a medias o realizarse en alguna, siempre indeterminada, de sus partes.
2. Gracias al complejísimo equilibrio que se establece en el sistema nervioso a través de esta complicada lucha de reflejos, es frecuente que baste con una fuerza insignificante del nuevo excitante para resolver el resultado 48 de la lucha, con lo que, en el complicado sistema de fuerzas en colisión, una insignificante nueva fuerza puede determinar el resultado y el sentido de la resultante. En una gran guerra, la incorporación de un pequeño Estado a una de las partes puede decidir la victoria y la derrota. Eso significa lo fácil que sería suponer cómo reacciones insignificantes de por sí, incluso poco notables, pueden resultar rectoras en función de la coyuntura en el «punto de colisión» en que intervienen.
Apartado 04
La ley más elemental y más importante, la ley general de conexión de los reflejos puede formularse así: los reflejos se enlazan entre sí según las leyes de los reflejos condicionados; es decir, la parte de respuesta de un reflejo (motriz, secretora) puede convenirse en condiciones adecuadas en un excitante condicionado (o inhibidor) de otro reflejo al conectarse con el extremo sensorial de este último. Es posible que toda una serie de conexiones semejantes sean hereditarias y pertenezcan a reflejos no condicionados. El resto de ellas se crea durante el proceso de la experiencia —y no puede por menos de establecerse de forma permanente en el organismo.
l. P. Pávlov llama a este mecanismo reflejo en cadena y .o incluye en la explicación del instinto. En sus experimentos, G. P. Zelionyi 4 (1923) descubre el mismo mecanismo al investigar los movimientos musculares rítmicos, que también han resultado ser un reflejo en cadena. Por consiguiente, este mecanismo es el que mejor explica las uniones inconsistentes, automáticas, de reflejos. No obstante, si no nos limitamos a un mismo sistema de reflejos, sino que consideramos distintos sistemas y la posibilidad de transmisión de un sistema a otro, nos encontramos con el mecanismo fundamental que objetivamente caracteriza ala conciencia: la capacidad que tiene nuestro cuerpo de constituirse en excitante (a través de sus actos) de sí mismo (y de cara a otros nuevos actos) constituye la base de la conciencia.
Se puede hablar ya de la indudable interacción entre sistemas aislados de reflejos y de la repercusión de unos sistemas en otros. El perro reacciona al ácido clorhídrico segregando saliva (reflejo), pero la propia saliva es un nuevo excitante para el reflejo de la deglución o de la expulsión de la misma. En una asociación libre, a la palabra excitante -rosa» pronuncio «narciso». Se trata de un reflejo, que a su vez resulta un excitante para la siguiente palabra: «alhelí». Esto se produce dentro de un mismo sistema o sistemas cercanos, que colaboran. El aullido del lobo produce en mí como excitante los reflejos somáticos y mínimos de temor, el cambio de respiración, los latidos del corazón, el temblor, la sequedad en la garganta (reflejos) me hacen decir o pensar: «Tengo miedo». Aquí nos encontramos con la transmisión de unos sistemas a otros.
Parece, por tanto, que debemos comprender, ante todo, la propia conciencia o la concienciación por nuestra parte de los actos y estados 49 propios como un sistema de mecanismos transmisores de unos reflejos a otros, que funciona perfectamente en todo momento consciente. Cuanto más acertadamente provoque cada reflejo interno en calidad de excitante toda una serie de reflejos diferentes procedentes de otros sistemas y se transmita a ellos, más consciente será su sensación (se sentirá, se verá reforzada en la palabra, etcétera).
Darse cuenta de algo significa justamente transformar unos reflejos en otros. Lo inconsciente, lo psíquico, implica que los reflejos no se transmiten a otros sistemas. Caben infinitas variedades de grados de conciencia, es decir, de interacción de sistemas incorporados al mecanismo del reflejo que actúa. La conciencia de las propias sensaciones no significa nada más que su posesión en calidad de objeto (excitante) para otras sensaciones. La conciencia es la vivencia de las vivencias, lo mismo que las simples sensaciones son las sensaciones de los objetos. Precisamente la capacidad del reflejo (la sensación del objeto) de ser un excitante (objeto de la sensación) constituye el mecanismo de transmisión de reflejos de un sistema a otro. Eso es aproximadamente lo que V. M. Béjterev denomina reflejos subordinados y no subordinados.
La psicología debe pues plantear y resolver el problema de la conciencia en la perspectiva de considerarla como interacción, reflexión, excitación recíproca de diferentes sistemas de reflejos. Es consciente lo que se transmite a otros sistemas en calidad de excitante y provoca en ellos una respuesta. La conciencia es siempre un eco, un aparato de respuesta. Tres citas de diversos autores pueden servirnos para apoyar esta tesis.
1. Conviene recordar que en las obras de psicología se ha señalado más de una vez que la reacción circular es un mecanismo que devuelve al organismo su propio reflejo con ayuda de las corrientes centrípetas que surgen con tal motivo y que constituye el fundamento de la conciencia (N. N. Langue, 1914). Además, se aduce con frecuencia el valor biológico de la reacción circular: la nueva excitación, enviada por el reflejo, produce una nueva reacción, secundaria que, o bien refuerza y repite la primera o la debilita e inhibe, en función del estado general del organismo: es decir de la valoración que da éste a su propio reflejo. Por consiguiente, la reacción circular no es una simple unión de dos reflejos, sino una unión en que una reacción dirige y regula a otra. Estamos aquí ante un nuevo aspecto en el mecanismo de la conciencia: su papel regulador respecto al comportamiento.
2. Ch. Sherrington distingue los campos exteroceptivos e interoceptivos como campos de la superficie exterior e interior de algunos órganos, en donde se introduce cierta parte del medio exterior. Distinto de ellos, el campo propioceptivo es aquél que a través del propio organismo provoca los cambios que se producen en los músculos, tendones, articulaciones, vasos sanguíneos, etcétera.
«A diferencia de los receptores de los campos extero- e interoceptivos, los del campo propioceptivo son excitados tan sólo de forma secundaria por influencias que provienen del medio exterior. Su excitante lo constituye el 50 estado activo de unos u otros órganos, por ejemplo, la contracción muscular, que a su vez sirve de reacción primaria a la excitación del receptor superficial por parte de factores del medio exterior. Generalmente, los reflejos que se producen gracias a la excitación de los órganos propioceptivos se combinan con reflejos provocados por la excitación de órganos exteroceptivos» (Ch. Sherrington, 1912, pág. 42).
La combinación de reflejos secundarios con reacciones primarias, esa «segunda conexión», puede enlazar, como muestra la investigación, tanto reflejos compatibles como de tipo antagónico. Dicho de otra manera, la reacción secundaria puede reforzar o interrumpir la primitiva. En eso consiste el mecanismo de la conciencia.
3. Finalmente, I. P. Pávlov afirma en una de sus obras que .a reproducción de los fenómenos nerviosos en el mundo subjetivo es muy singular: por decirlo así, una refracción múltiple, por lo que en su conjunto la interpretación psicológica de la actividad nerviosa es altamente convencional y aproximada.
Es poco probable que Pávlov quisiera sobreentender aquí algo más que una simple comparación, pero por nuestra parte estamos dispuestos a interpretar sus palabras en el sentido literal y exacto y afirmar que la conciencia es la «refracción múltiple de reflejos».
Apartado 05
Con esto se resuelve el problema de la psique sin pérdida de energía. La conciencia se reduce por completo a unos mecanismos transmisores de reflejos, que actúan según leyes generales, así es que cabe admitir que en el organismo no hay más procesos que las reacciones.
Se abre también una posibilidad a la resolución del problema de la autoconciencia y la introspección. La percepción interna, la introspección, son posibles únicamente gracias a .a existencia del campo propioceptivo y de los reflejos secundarios relacionados con él. Es siempre como un eco de las reacciones.
Se ven así perfectamente los límites de la introspección, en cuanto percepción de lo que, según expresión de J. Locke, se produce en la propia alma del hombre. Queda aquí clara la accesibilidad de esta prueba a una sola persona, a la que vive su experiencia. Únicamente yo y tan sólo yo puedo observar y percibir mis reacciones secundarias, porque sólo para mí mis reflejos sirven de nuevo excitante al campo propioceptivo. También se explica fácilmente la principal limitación del experimento; por la misma razón que en el caso anterior lo psíquico no se parece a nada que tenga relación con excitantes sui generis, que no se encuentran más que en mi cuerpo. El movimiento de mi brazo, perceptible por el ojo, puede ser igualmente un excitante, tanto para mi ojo como para uno ajeno, pero la conciencia de este movimiento, las excitaciones propioceptivas que surgen y provocan las reacciones secundarias, existen sólo para mí. No tienen nada en 51 común con la primera excitación del ojo. Aquí actúan otros conductos nerviosos, otros mecanismos, otros excitantes completamente distintos.
Ambos hechos guardan una estrecha relación con uno de los problemas más complicados de la metodología psicológica: con el valor de la introspección. La psicología anterior consideraba ésta como la fuente esencial y más importante del conocimiento psicológico. La reflexología la rechaza por completo o la somete al control de los datos objetivos como fuente de datos complementarios (V. M. Béjterev, 1923).
La interpretación del problema que acabamos de exponer permite comprender en sus líneas generales el valor (objetivo) que puede tener para la investigación científica la respuesta verbal de un sujeto sometido a prueba. Los reflejos no manifiestos (el habla silenciosa), los reflejos internos, inaccesibles a la percepción directa del observador, pueden ser descubiertos con frecuencia indirectamente o de forma mediatizada, a través de reflejos accesibles a la observación, de los que a su vez son excitantes. Por la presencia de un reflejo completo (la palabra) establecemos la del excitante correspondiente, que en el presente caso desempeña un doble papel: primero, de excitante respecto al reflejo completo; en segundo lugar, de reflejo respecto al excitante precedente.
Puesto que la psique, el sistema de reflejos no manifiestos, juega ese papel central y primordial en el sistema del comportamiento, sería un suicidio para la ciencia renunciar a investigarla indirectamente a través de su reflejo en otros sistemas de reflejos. De esta manera tenemos en cuenta los reflejos procedentes de excitantes internos, ocultos para nosotros. De este modo seguimos la misma lógica, el mismo razonamiento y proceso de demostración. Interpretando así la vida psíquica, el informe del sujeto sometido a prueba no es en modo alguno un acto de introspección que aparentemente introduce una cucharada de hiel en el barril de miel de la investigación objetivo-científica. No hay introspección alguna. A la persona sometida a prueba no se la coloca en absoluto en la situación de observador, y por tanto no ayuda al experimentador a observar los reflejos para él ocultos. El sujeto sometido a prueba se mantiene hasta el final —, y en su propio informe— en calidad de objeto del experimento, pero en éste se introducen ciertos cambios y transformaciones a través de un interrogatorio posterior: se introduce un nuevo excitante (el nuevo interrogatorio), un nuevo reflejo, que permite juzgar acerca de las partes del excitante precedente que han quedado sin explicar. En este caso es como si todo el experimento pasase por un doble objetivo.
Es pues preciso que en la metodología de la investigación psicológica se haga pasar el experimento a través de las reacciones secundarias de la conciencia. El comportamiento del hombre y el establecimiento en él de nuevas reacciones condicionadas vienen determinados no solamente por las reacciones complejas, manifiestas y totalmente explícitas, sino también por las no reveladas externamente, que no se pueden ver a simple vista. ¿Por qué se pueden estudiar los reflejos complejos de lenguaje y no se pueden tener en 52 cuenta los pensamientos-reflejos, interrumpidos en sus dos tercios, aunque se trate del mismo tipo, real y cierto de reacción?
Si pronuncio en alta voz, de forma que la oiga el experimentador, la palabra «tarde», que ha venido a la mente en una asociación libre, eso será tenido en cuenta como una reacción verbal, como un reflejo condicionado. Y si la pronuncio silenciosamente, para mí, si la pienso ¿dejará por eso de ser un reflejo y cambiará su naturaleza? Y ¿dónde está el límite entre la palabra pronunciada y no pronunciada? Si se han movido los labios, si lanzo un murmullo que, sin embargo, no oye el experimentador, ¿qué sucederá entonces? ¿Puede pedirme que repita esa palabra en voz alta o se tratará en ese caso de un método subjetivo, sólo admisible para aplicarlo a uno mismo? Si puede (y con esto estarán probablemente casi todos de acuerdo), ¿por qué no pedir que diga en voz alta la palabra pronunciada mentalmente, es decir, sin mover los labios ni emitir un murmullo? Porque siempre ha sido, y lo sigue siendo ahora, una reacción motriz de lenguaje, un reflejo condicionado, sin el cual no existe el pensamiento. Y eso es ya un interrogatorio, una manifestación del sujeto sometido a prueba, su respuesta verbal a las reacciones que, aunque no ha captado el oído del experimentador (ahí estriba la diferencia entre los pensamientos y el lenguaje) eran, sin duda, objetivamente anteriores. Disponemos de muchos procedimientos para convencernos de que su presencia es real y contamos con todos y cada uno de los rasgos que prueban su existencia. En la elaboración de estos procedimientos radica precisamente una de las más importantes tareas de la metodología psicológica. Uno de los procedimientos elaborados es el psicoanálisis.
Pero lo más importante es que ellos mismos [los reflejos no manifiestos. —R.R] se preocupan de convencernos de su existencia. Se ponen de manifiesto con tal fuerza y claridad en el ulterior transcurso de la reacción, que obligan al experimentador a tenerlos en cuenta o a renunciar por completo a estudiar el desarrollo de la reacción en que se introducen. ¿Y hay muchos ejemplos de comportamiento en que no se introduzcan reflejos retenidos [zadiérzhannye refleksy]? Por consiguiente, o renunciamos a estudiar el comportamiento del hombre en sus formas más esenciales o introducimos en nuestro experimento el control obligatorio de estos movimientos internos.
Dos ejemplos aclararán esta necesidad. Si recuerdo algo y establezco un nuevo reflejo de lenguaje, ¿es indiferente acaso lo que pienso en ese momento, tanto si repito para mí la palabra dada como si establezco una conexión lógica entre ella y otra? ¿Es que no está claro que en ambos casos los resultados serán sustancialmente distintos?
En la asociación libre, ante la palabra-excitante «trueno» pronuncio «serpiente», pero ya antes se me ocurrió el pensamiento: «relámpago». ¿Es que no está claro que si no lo tengo en cuenta obtendré con toda seguridad una idea falsa, como si la reacción a «trueno» fuera «serpiente» y no relámpago»?
Se sobrentiende que no se trata en este caso de trasladar simplemente la introspección experimental de la psicología tradicional a la nueva. Más bien 53 se tratará de la urgente necesidad de elaborar una nueva metodología para investigar los reflejos inhibidos [zatormozhónye refleksy]. Aquí defendíamos sólo esta necesidad esencial y la posibilidad de satisfacerla.
Para terminar con los problemas de los métodos detengámonos brevemente en la aleccionadora metamorfosis que está viviendo actualmente la metodología de la investigación reflexológica en su aplicación al hombre y a la cual se refería V. P. Protopópov en uno de sus artículos.
Inicialmente, los reflexólogos practicaban la excitación eléctrica cutánea de la planta del pie; después resultó más ventajoso elegir como criterio la reacción de respuesta de un aparato más perfecto, más adaptado a las reacciones orientativas; la mano sustituyó al pie (V. P. Protopópov, 1923, pág. 22). Pero al decir a hay que decir también b. El hombre posee todavía un aparato mucho más perfecto, con ayuda del cual se establece una conexión más amplia con el mundo —los órganos articulatorios: hemos de pasar a las reacciones verbales.
Pero lo más curioso son esos «ciertos casos» con que el investigador se ha tenido que enfrentar durante el proceso de su trabajo: El hecho de que el hombre ha conseguido muy lenta y penosamente la diferenciación del reflejo, y de que, actuando sobre el sujeto con las palabras adecuadas, se pueden favorecer tanto la inhibición como la estimulación de reacciones condicionadas (Ibídem, pág. 16). En otras palabras, los descubrimientos realizados se reducen a que en el caso del hombre puede lograrse un acuerdo con palabras, de modo que a una señal determinada retire la mano y a otra no la retire. A este respecto Protopópov establece dos principios, para nosotros importantes:
1. «Indudablemente, en el futuro las investigaciones reflexológicas en el hombre deberán realizarse en psicología experimental básicamente sirviéndose de reflejos condicionados secundarios» (Ibídem, pág. 22). Eso no significa más que el hecho de que la conciencia irrumpe incluso en las pruebas de los reflexólogos y modifica considerablemente el cuadro del comportamiento. Haz salir la conciencia por la puerta y entrará por la ventana.
2. La inclusión de estos procedimientos de investigación en la metodología reflexológica fusiona por completo esta última con la metodología de investigación de las reacciones, establecida hace tiempo en la psicología experimental. También Protopópov señala este hecho, aunque considera que la coincidencia es casual y sólo externa. Para nosotros está claro que se trata en este caso de una capitulación completa de la metodología puramente reflexológica, cuya utilización ha dado buenos resultados en el caso del comportamiento de los perros.
Creemos importante señalar, siquiera sea en dos palabras, que si contemplamos desde el punto de vista de la hipótesis que hemos expuesto aquí los tres aspectos que la psicología empírica ha diferenciado en la psique (conciencia, sentimiento y voluntad), no nos resultará difícil identificar en el plano de la conciencia esa misma triple naturaleza, lo cual resulta compatible tanto con nuestras hipótesis como con la metodología que se desprende de ellas. 54
1. La teoría de las emociones de W. James (1905) da perfectamente pie a esta interpretación de la conciencia de los sentimientos. James altera el orden de los tres elementos habituales (A – la causa de los sentimientos, B – el propio sentimiento, C – su manifestación corporal) de la siguiente manera: A – C – B. No me detendré a recordar su conocida argumentación. Señalaré tan sólo que en ella se pone perfectamente de manifiesto: a) el carácter reflejo del sentimiento, el sentimiento como sistema de reflejos – A y B; b) el carácter secundario de la conciencia de los sentimientos, cuando su propia reacción sirve de excitante a una reacción nueva, interna – B y C. También puede verse aquí el valor biológico del sentimiento en tanto que reacción evaluadora rápida de todo el organismo a su propio comportamiento, como acto del interés del organismo en la reacción, como organizador interno de todo el comportamiento presente en el momento dado. Señalaré además que la tridimensionalidad de los sentidos propuesta por Wundt se refiere en esencia a ese carácter valorativo de la emoción, a esa especie de repercusión de todo el organismo ante su propia reacción. De ahí el carácter irrepetible, exclusivo, de las emociones en cada caso concreto.
2. Los actos de conocimiento de la psicología empírica también manifiestan su doble naturaleza, ya que transcurren conscientemente. La psicología distingue claramente dos fases en ellos: los actos de conocimiento en sí y la conciencia de los mismos.
Son especialmente curiosos los resultados de refinadísima introspección de la escuela de Wurtzburgo, de ese destilado de «psicología de psicólogos», que podemos encontrar en esta corriente. Una de las conclusiones de estas investigaciones establece la imposibilidad de observar el propio acto del pensamiento, que escapa a la percepción. Aquí, la introspección se agota a sí misma. Nos hallamos en el mismo fondo de la conciencia. La conclusión que se impone de una cierta inconsciencia de los actos del pensamiento es paradójica. Además, los elementos que advertimos, que encontramos en nuestra conciencia, son antes sucedáneos del pensamiento que la esencia del mismo: se trata de toda clase de retazos, jirones, espuma.
Experimentalmente se ha logrado demostrar, dice con este motivo O. Külpe (1916), que no podemos apartar de nosotros nuestro «yo». Es imposible pensar, pensar entregándose por completo a los pensamientos y sumirse en ellos y observarlos al mismo tiempo. No es posible llevar hasta el fin una división tal de la psique. Lo que a su vez significa que no se puede dirigir la conciencia hacia uno mismo y que ésta constituye un fenómeno secundario. No se puede pensar el propio pensamiento, captar el mecanismo específico de la conciencia, precisamente porque no es un reflejo, es decir, no puede ser objeto de vivencia, excitante de un nuevo reflejo, sino que es un mecanismo transmisor entre sistemas de reflejos. Pero en cuanto se ha terminado el pensamiento, es decir, se ha cerrado el reflejo, puede observársele conscientemente: «Primero uno, después otro» —como dice Külpe.
M. B. Krol dice con este motivo en uno de sus artículos (1922) que los nuevos fenómenos descubiertos por las investigaciones realizadas por la 55 escuela de Wurtzburgo en los procesos superiores de la conciencia recuerdan extraordinariamente los reflejos condicionados pavlovianos. La espontaneidad del pensamiento, el hecho de que lo encontremos ya formado, las complejas sensaciones de la actividad, las búsquedas, etc., hablan, naturalmente, de esto. La imposibilidad de observarlo [hablan] en favor de los mecanismos que señalamos aquí.
3. Por ultimo, es precisamente la voluntad la que descubre mejor y d forma más simple esa esencia de la propia conciencia. La presencia previa de representaciones motrices (es decir, de reacciones secundarias al movimiento de órganos) explica de qué se trata. Cualquier movimiento deberá realizarse la primera vez inconscientemente. Después, su kinestesia (es decir, su reacción secundaria) se convierte en la base de su conciencia (H. Münsterberg, 1914; H. Ebbinghaus, 1912). La conciencia de la voluntad es la que proporciona la ilusión de dos aspectos: lo pensé y lo hice. Y aquí, en efecto, nos hallamos en presencia de dos reacciones, sólo que en orden inverso: primero la secundaria y después la principal, la primera. A veces, el proceso se complica y la doctrina del acto volitivo y de su mecanismo, embrollada con los motivos, es decir, por el enfrentamiento de varias reacciones secundarias, concuerda también completamente con los pensamientos des-arrollados anteriormente.
Pero casi lo más importante es que a la luz de estos pensamientos se explica el desarrollo de la conciencia desde el momento de nacer, su procedencia de la experiencia, su carácter secundario y, por consiguiente, su dependencia psicológica respecto del medio. La experiencia determina la conciencia: esta ley puede obtener aquí por vez primera, mediante cierta reducción, un significado psicológico exacto y descubrir el propio mecanismo de tal determinabilidad.
Apartado 06
Hay en el hombre un grupo de reflejos fácilmente identificables cuya denominación correcta sería la de reversibles: se trata de reflejos a excitantes que pueden a su vez ser creados por el hombre. La palabra escuchada es un excitante, la pronunciada, un reflejo que crea ese mismo excitante. Aquí, el reflejo es reversible, porque el excitante puede convertirse en reacción y viceversa. Estos reflejos reversibles, que crean la base del comportamiento social, sirven de coordinación colectiva del comportamiento. De entre toda la masa de excitantes, hay un grupo que a mi juicio se destaca con claridad: el de los excitantes sociales, que provienen de las personas. Y se destaca porque yo mismo puedo reconstituir para mí individualmente esos mismos excitantes; porque se convierten para mí muy pronto en reversibles y, por consiguiente, determinan mi comportamiento de un modo diferente a los demás. Me asemejan a otras personas, hacen mis actos idénticos conmigo 56 mismo. En el amplio sentido de la palabra es en el lenguaje donde se halla precisamente la fuente del comportamiento social y de la conciencia.
Es muy importante, aunque sólo sea de pasada, establecer aquí la idea de que si esto es realmente así resulta que el mecanismo del comportamiento social y el de la conciencia es el mismo. El lenguaje es, por un lado, un sistema de «reflejos de contacto social» (A. B. Zalkind, 1924), y por otro, preferentemente un sistema de reflejos de la conciencia, es decir, un aparato de reflejo de otros sistemas.
Aquí es donde está la raíz de la cuestión del «yo» ajeno, del conocimiento de la psique ajena. El mecanismo del conocimiento de uno mismo (autoconciencia) y el del otro es el mismo. Las doctrinas habituales sobre el conocimiento de la psique ajena, o bien asumen su incognoscibilidad (A. I. Vvedienski 5, 1917) o bien tratan de construir un mecanismo verosímil, que es esencialmente el mismo aunque las hipótesis sean distintas, tanto desde la teoría de las sensaciones como desde la de las analogías: conocemos a los demás en la medida que nos conocemos a nosotros mismos; al conocer la cólera ajena reproduzco la propia.
En realidad, sería más correcto decir precisamente lo contrario. Tenemos conciencia de nosotros mismos porque la tenemos de los demás y por el mismo procedimiento por el que conocemos a los demás, porque nosotros mismos con respecto a nosotros mismos somos lo mismo que los demás con respecto a nosotros. Tengo conciencia de mí mismo sólo en la medida que para mí soy otro, es decir, porque puedo percibir otra vez los reflejos propios como nuevos excitantes. Entre el hecho de que yo pueda repetir en alta voz la palabra dicha en silencio y el hecho de que pueda repetir la palabra dicha por otro no hay ninguna diferencia, como tampoco la hay en principio en los mecanismos: uno y otro son un reflejo reversible —un excitante.
Por eso, como consecuencia de la adopción de la hipótesis propuesta se seguirá directamente la socialización de toda la conciencia, de ello se desprende que el reconocimiento, la prioridad temporal y efectiva pertenecen a la vertiente social y a la conciencia. La vertiente individual se construye como derivada y secundaria sobre la base de lo social y según su modelo exacto. De aquí la dualidad de la conciencia: la idea del doble es la más cercana a la idea real de la conciencia. Lo que no deja de tener cierta proximidad a la división de la personalidad en el «yo» y el «ello» que descubre analíticamente S. Freud. El «yo» se comporta respecto a «ello» de modo parecido a un jinete, dice, que debe domar un magnífico caballo, con la única diferencia de que el jinete ha de realizarlo con sus propias fuerzas, mientras que el «yo» debe hacerlo con fuerzas prestadas. Esta comparación se puede continuar. Lo mismo que el jinete, a quien si no quiere separarse del caballo no le queda otro remedio que conducirle adonde éste quiere ir, también el «yo» transforma por lo común en acción la voluntad del «ello», como si se tratase de la suya propia (S. Freud, 1924b). 57
La educación de la conciencia del lenguaje en los sordomudos y en parte el desarrollo de las reacciones táctiles en los ciegos puede ser una magnífica confirmación de la idea de la identidad de los mecanismos de la conciencia y del contacto social y de que la primera es algo así como el contacto consigo mismo. Por lo común, el lenguaje no se desarrolla en los sordomudos, estancándose en el estadio de grito reflector, no porque tengan lesionados los centros del lenguaje, sino porque debido a la falta de oído se paraliza la posibilidad de que el reflejo de lenguaje sea reversible. El lenguaje no retorna como excitante al propio hablante. Por eso es inconsciente y asocial. Generalmente, los sordomudos se limitan al idioma convencional de los gestos, que los familiariza con el reducido círculo de la experiencia social de otros sordomudos y desarrolla en ellos la conciencia, gracias a que estos reflejos retornan al propio mudo a través del ojo.
La educación del sordomudo en su vertiente psicológica consiste precisamente en restablecer o compensar el alterado mecanismo de reversibilidad de reflejos. Los sordos aprenden a hablar verificando en los labios del parlante los movimientos que realiza al pronunciar y aprenden a hablar ellos mismos utilizando las excitaciones kinestésicas secundarias que surgen en las reacciones motrices del lenguaje. Lo más admirable es que la conciencia del lenguaje y la experiencia social aparecen a la vez y de forma totalmente paralela. Es como un experimento montado especialmente por la naturaleza, que confirma la tesis fundamental de nuestro artículo. En otro trabajo espero mostrar esto con más claridad y de forma más completa. El sordomudo aprende a tener conciencia de sí mismo y de sus movimientos en la medida en que aprende a tener conciencia de los demás. La identidad de ambos mecanismos es sorprendentemente clara y casi evidente.
Ahora podemos reunir los elementos de la fórmula del comportamiento humano, descrita antes. Evidentemente, la experiencia histórica y la social no constituyen nada psicológicamente distinto, ya que en la realidad no se pueden separar y siempre se presentan juntas. Unámoslas con el signo +. Su mecanismo es absolutamente el mismo que el de la conciencia, como he tratado de demostrar, porque también esta última debe ser considerada como un caso particular de la experiencia social. Por eso, es fácil designarlas con el mismo índice de experiencia duplicada.
Apartado 07
Considero extraordinariamente importante y esencial señalar como resumen de este ensayo la coincidencia de conclusiones que existe entre los pensamientos desarrollados en él y el análisis de la conciencia realizados por W. James. Ideas procedentes de campos totalmente distintos y que se han desarrollado por caminos completamente diferentes han conducido a un mismo punto de vista, señalado ya por James en su análisis especulativo. En ello veo cierta confirmación parcial de mis ideas. Ya en su «Psicología» (1911) decía él que 58 la existencia de estados de conciencia como tales no constituye un hecho plenamente demostrado, sino mis bien un prejuicio profundamente arraigado. Precisamente los datos de su brillante introspección le han convencido de ello.
«Cada vez que intento notar en mi pensamiento —dice— la actividad como tal tropiezo infaliblemente con un acto puramente físico, con una impresión cualquiera que proviene de la cabeza, las cejas, la garganta y la nariz». Y en el artículo «¿Existe la conciencia?» (1913), explica que la única diferencia entre la conciencia y el mundo (entre un reflejo al reflejo y un reflejo al excitante) radica tan sólo en el contexto de los fenómenos. En el contexto de los excitantes se trata del mundo, en el de mis reflejos, de la conciencia. Esta es únicamente un reflejo de reflejos.
Por consiguiente, la conciencia como categoría específica, como procedimiento especial de la existencia, no aparece. Resulta ser una complejísima estructura del comportamiento, concretamente la duplicación del mismo, como se dice respecto al trabajo en las palabras que sirven de epígrafe. «En lo que a mí respecta, estoy convencido —dice James— de que en mí la corriente de los pensamientos… es tan sólo una denominación a la ligera de lo que en un examen más minucioso resulta ser en realidad una corriente respiratoria. «Pienso», que según Kant debe acompañar todos mis objetos, no es más que «respiro», que los acompaña en realidad… Los pensamientos… están hechos de la misma materia que las cosas» (1913, pág. 126).
En este ensayo hemos apuntado rápidamente y a vuelapluma tan sólo algunas ideas de carácter previo. Sin embargo, me parece que justamente a partir de aquí deberá iniciarse el estudio de la conciencia. El estado en el que se encuentra nuestra ciencia la mantiene aún muy apartada de la fórmula final de un teorema geométrico que corone el último argumento —como queríamos demostrar. Creemos que en el momento actual sigue siendo aún importante definir con precisión qué es lo que hay que demostrar para ponernos después a demostrarlo; primero, formular la tarea; después, resolverla2.
Para esta formulación de la tarea confiamos en que sirva, dentro de lo posible, el presente ensayo.

Notas:
1 «Soznanie kak problema psijologuii povedienia». Escrito en 1925 y publicado en K. N. Kornílov (Comp.) «Psicología y marxismo». Moscú y Leningrado, 1925.
2 El presente artículo se hallaba ya en fase de corrección de pruebas, cuando conocí algunos trabajos relativos a este problema pertenecientes a psicólogos behavioristas. Estos autores plantean y resuelven el problema de la conciencia de forma cercana a las ideas desarrolladas aquí, como un problema de relación entre reacciones (cotéjese con comportamiento verbalizado.