Obras de Sigmund Freud: El interés por el psicoanálisis (1913)

El interés por el psicoanálisis (1913)
«Das Interesse an der Psychoanalyse»

Nota introductoria:

Ediciones en alemán

1913   Scientia, 14, nº 31, págs. 240-50, y nº 32, págs. 369-84.

1924   GS, 4, págs. 313-43.

1943   GW , 8, págs. 390-420.

Traducciones en castellano

1928 «El múltiple interés de la psicoanálisis». BN (17 vols.), 12, págs. 91-124. Traducción de Luis López-Ballesteros.

1943   Igual título. EA, 12, págs. 93-127. El mismo traductor.

1948   Igual título. BN (2 vols.), 2, págs. 875-88. El mismo traductor.

1953   Igual título. SR, 12, págs. 73-99. El mismo traductor.

1968   Igual título. BN (3 vols.), 2, págs. 967-80. El mismo traductor.

1972   Igual título. BN (9 vols.), 5, págs. 1851-67. El mismo traductor.

Este trabajo fue escrito por Freud ante la expresa solicitud del director de Scientia, la conocida publicación científica italiana. Las fechas precisas de su aparición fueron, probablemente, setiembre y noviembre de 1913. Es la única descripción amplia que hizo alguna vez de las aplicaciones no médicas del psicoanálisis.

James Strachey

* El interés psicológico

El psicoanálisis es un procedimiento médico que aspira a curar ciertas formas de afección nerviosa (neurosis) por medio de una técnica psicológica. En un breve escrito publicado en 1910  expuse el desarrollo del psicoanálisis a partir del procedimiento catártico de Josef Breuer, así como también su nexo con las doctrinas de Charcot y de Pierre Janet.

Como ejemplos de las formas de enfermedad asequibles a la terapia psicoanalítica cabe mencionar las convulsiones y fenómenos inhibitorios histéricos, así como los diversos síntomas de la neurosis obsesiva (representaciones y acciones obsesivas). Todos estos son estados que en ocasiones muestran una curación espontánea y están sometidos al influjo personal del médico de una manera caprichosa, hasta hoy no entendida. El psicoanálisis no consigue terapéuticamente nada en las formas graves de las genuinas enfermedades mentales. Pero tanto en las psicosis como en las neurosis permite -por primera vez en la historia de la medicina- obtener una visión sobre el origen y el mecanismo de su contracción.

Empero, este valor médico del psicoanálisis no justificaría exponerlo ante un círculo de eruditos interesados en la síntesis de las ciencias. Tanto más cuanto que esa empresa por fuerza parecerá prematura, puesto que todavía buena parte de los psiquiatras y neurólogos desautorizan el nuevo procedimiento terapéutico y desestiman tanto sus premisas como sus resultados. Si, no obstante, estimo legítimo ese intento, lo hago basándome en el hecho de que el psicoanálisis reclama el interés de otros, además de los psiquiatras, pues roza varios ámbitos diversos del saber y establece inesperadas conexiones entre estos y la patología de la vida anímica.

Por eso dejaré ahora de lado el interés médico en el psicoanálisis, y elucidaré en una serie de ejemplos lo que acabo de aseverar acerca de esta joven ciencia.

Hay un gran número de exteriorizaciones mímicas y lingüísticas, así como de formaciones de pensamiento -tanto en personas normales como enfermas-, que nunca habían sido objeto de la psicología porque en ellas no se veía sino unos resultados de perturbaciones orgánicas o deficiencias anormales en la función del aparato anímico. Me refiero a las operaciones fallidas (deslices en el habla y en la escritura, olvidos, etc.), a las acciones casuales y los sueños en las personas normales, y a los ataques convulsivos, delirios, visiones, ideas obsesivas y acciones obsesivas en las neuróticas. Tales fenómenos suelen remitirse a la patología -siempre que no se los ignore por completo, como es el caso de las operaciones fallidas-, y se pone todo el empeño en darles unas explicaciones fisiológicas, que en ningún caso han resultado satisfactorias. El psicoanálisis, en cambio, consiguió demostrar que todas esas cosas se pueden llegar a entender mediante unos supuestos de naturaleza puramente psicológica, y que cabe insertarlas en la trama del acontecer psíquico que nos es consabido. De esa manera, el psicoanálisis por una parte puso límites al abordaje fisiológico, y por la otra conquistó para la psicología un gran fragmento de la patología. Aquí el mayor peso probatorio es proporcionado por los fenómenos normales. No se puede reprochar al psicoanálisis que haya trasferido al estado normal unas intelecciones obtenidas en el material patológico. Aporta sus pruebas en uno y otro campo de manera independiente, y de este modo muestra que los procesos normales y los llamados patológicos obedecen a las mismas reglas.

Entre los fenómenos normales que cuentan en este contexto, vale decir, aquellos que se observan en seres humanos normales, trataré con detalle dos clases: las operaciones fallidas y los sueños.

Las operaciones fallidas, o sea, el olvido de palabras y nombres de ordinario familiares, así como de designios, los deslices en el habla, la lectura y la escritura, el extravío de cosas de modo que no se las encuentra, su pérdida, ciertos errores cometidos a pesar de un mejor saber, o en numerosos gestos y movimientos habituales; todo eso, que yo resumo bajo el título de operaciones fallidas de los seres humanos sanos y normales, en su conjunto ha sido muy poco valorado por la psicología, se lo clasificó como «distracción» y se lo derivó de la fatiga, el desvío de la atención o el efecto colateral de ciertos estados patológicos leves. Empero, la indagación analítica muestra, con una certeza que cumple con todos los requisitos, que los factores mencionados en último término sólo poseen el valor de unas circunstancias propicias, que también pueden estar ausentes. Las operaciones fallidas son fenómenos psíquicos de pleno derecho y en todos los casos poseen un sentido y una tendencia. Sirven a determinados propósitos que a consecuencia de la situación psicológica imperante en cada caso no pueden expresarse de otro modo. Estas situaciones son, por regla general, las de un conflicto psíquico en virtud del cual la tendencia subyacente es esforzada a apartarse de la expresión directa y empujada por vías indirectas. El individuo que incurre en la operación fallida puede reparar en ella o ignorarla; y en cuanto a la tendencia sofocada que está en el fondo, puede serle notoria, pero por lo común no sabe, sin que medie análisis, que la operación fallida correspondiente fue la obra de esa tendencia. Los análisis de las operaciones fallidas son a menudo muy fáciles y se realizan con rapidez. Cuando a uno le llaman la atención sobre su torpeza, la ocurrencia inmediata aporta su explicación.

Unas operaciones fallidas ofrecen el material más accesible para todo el que quiera convencerse de la credibilidad de las concepciones analíticas. En un pequeño libro, dado a la luz por primera vez en 1904, comuniqué gran número de ejemplos de esta clase, junto con su interpretación; y desde entonces he podido enriquecer ese repertorio con numerosas contribuciones de otros observadores.

La evitación de displacer resulta el motivo más frecuente para sofocar un propósito que luego es constreñido a conformarse con su figuración mediante una operación fallida. Así, se olvidan pertinazmente nombres propios si uno alimenta secreta inquina contra quien los lleva; se olvida ejecutar designios si uno en el fondo sólo de mala gana los habría llevado a cabo, por ejemplo meramente para acatar una convención social. Uno pierde objetos sí se ha enemistado con la persona a quien ese objeto recuerda, por ejemplo la que nos lo obsequió. Uno se equivoca de tren si hace de mala gana ese viaje y preferiría dirigirse hacia otra parte. El motivo de evitar displacer se muestra con la mayor nitidez en el olvido de impresiones y vivencias, como lo habían notado numerosos autores ya antes de la época del psicoanálisis. La memoria es parcial y proclive a excluir de la reproducción todas las vivencias a las que adhiere un afecto penoso, por más que no en todos los casos consiga realizar esa tendencia.

Otras veces el análisis de una operación fallida es menos simple y lleva a unas resoluciones menos trasparentes, a consecuencia de la intromisión de un proceso que llamamos desplazamiento. Por ejemplo, uno olvida también el nombre de una persona contra la cual no tiene nada; pero el análisis demuestra que ese nombre ha despertado por vía asociativa el recuerdo de otra persona de nombre idéntico, o que suena parecido, que tiene justificados títulos para nuestra aversión. Y a raíz de ese nexo, el nombre de la persona inocente se olvidó; el propósito de olvidar se desplazó, por así decir, a lo largo de cierta vía de la asociación.

Por otra parte, el propósito de evitar displacer no es el único que se realiza a través de operaciones fallidas. El análisis descubre en muchos casos otras tendencias que fueron sofocadas en la situación respectiva y de igual modo tuvieron que exteriorizarse desde el trasfondo como unas perturbaciones. Así, el desliz en el habla a menudo sirve para delatar opiniones que uno debería mantener en secreto ante el interlocutor. Los grandes poetas han entendido en este sentido los deslices en el habla, y los han utilizado en sus obras. La pérdida de objetos valiosos resulta ser con frecuencia una acción sacrificial destinada a evitar una desgracia esperada, y buena parte de nuestra superstición sigue abriéndose paso en las personas cultas en la forma de operaciones fallidas. El extravío de objetos no es, por lo común, sino una eliminación de ellos; roturas de cosas se emprenden, de una manera no deliberada al parecer, para constreñir a su sustitución por algo mejor, etc.

El esclarecimiento psicoanalítico de las operaciones fallidas conlleva algunos leves retoques en la imagen del mundo, no importa cuán ínfimos puedan ser los fenómenos considerados. También a los seres humanos normales los hallamos movidos por tendencias opuestas mucho más a menudo de lo que habríamos creído. El número de los eventos que hemos llamado «casuales» experimenta notable restricción. Es casi un consuelo que, las más de las veces, la pérdida de objetos no se cuente entre las contingencias de la vida; nuestra torpeza con harta frecuencia se convierte en el pretexto de nuestros secretos propósitos. Empero, más significativo es que muchos accidentes graves, que de otro modo atribuiríamos al acaso, revelan al análisis la participación de la voluntad propia, si bien no claramente confesada. El distingo, a menudo tan difícil en la práctica, entre una desgracia casual y una muerte que se buscó adrede se vuelve todavía más dudoso por obra del abordaje analítico.

Si el esclarecimiento de las operaciones fallidas debe su valor teórico a lo fácil de su solución y la frecuencia con que estos fenómenos acaecen aun en los seres humanos normales, este resultado del psicoanálisis empequeñece su valor frente a otro, logrado en un diverso fenómeno de la vida anímica de las personas sanas. Me refiero a la interpretación de los sueños, la que dio inicio al destino del psicoanálisis de afirmarse en oposición a la ciencia oficial. La investigación médica declara al sueño un fenómeno puramente somático carente de sentido y de significado, ve en él la exteriorización de reacciones del órgano del alma, sumergido en el estado del dormir, ante unos estímulos corporales que le imponen un parcial despertar. El psicoanálisis eleva al sueño a la condición de un acto psíquico que posee sentido, propósito y un puesto dentro de la vida anímica del individuo, y al hacerlo se sitúa por encima de la ajenidad, la incoherencia y lo absurdo del sueño. Los estímulos corporales desempeñan en él sólo el papel de unos materiales que son procesados por la formación del sueño. No hay acuerdo posible entre estas dos concepciones sobre el sueño. En contra de la concepción fisiológica habla su infecundidad, y en favor de la psicoanalítica se puede aducir que ha traducido a su sentido varios millares de sueños, apreciándolos para el conocimiento de la vida anímica íntima de los hombres.

He tratado el sustantivo tema de la interpretación de los sueños en una obra publicada en 1900, y he tenido la satisfacción de que casi todos los colaboradores del psicoanálisis corroboraran e hicieran progresar las doctrinas allí sustentadas mediante sus propios aportes . Por general acuerdo se asevera que la interpretación de los sueños es la piedra fundamental del trabajo psicoanalítico y sus resultados constituyen la contribución más importante del psicoanálisis a la psicología.

Aquí no me es posible ni exponer la técnica mediante la cual se obtiene la interpretación del sueño, ni dar razón de los resultados a que nos ha llevado la elaboración psicoanalítica del sueño. Me veo precisado a ceñirme a la formulación de algunos conceptos nuevos, a comunicar las conclusiones y poner de relieve su significación para la Psicología normal.

El psicoanálisis enseña, pues: todo sueño está provisto de sentido, su ajenidad se debe a unas desfiguraciones que se emprendieron sobre la expresión de su sentido, su carácter absurdo es deliberado y expresa burla, escarnio y contradicción, su incoherencia es indiferente para la interpretación. El sueño tal como lo recordamos tras el despertar debe llamarse contenido manifiesto del sueño. Mediante el trabajo de su interpretación uno se verá llevado a los pensamientos oníricos latentes que se esconden tras el contenido manifiesto y se hacen subrogar por este último. Estos pensamientos oníricos latentes ya no son ajenos, incoherentes o absurdos, sino que forman parte, y con pleno derecho, de nuestro pensar de vigilia. Llamamos trabajo del sueño al proceso que ha mudado los pensamientos oníricos latentes en el contenido manifiesto del sueño; lleva a cabo la desfiguración a consecuencia de la cual ya no discernimos los pensamientos oníricos en el contenido del sueño.

El trabajo del sueño es un proceso psicológico de una índole tal que la psicología no había conocido hasta entonces. Reclama nuestro interés en dos direcciones principales. En primer lugar, porque nos señala procesos novedosos como la condensación (de representaciones) o el desplazamiento (del acento psíquico desde una representación hasta otra), procesos que en la vida despierta no hemos descubierto, o los hemos encontrado sólo como base de las llamadas «falacias». En segundo lugar, porque nos permite colegir en la vida anímica un juego de fuerzas cuya acción eficaz estaba oculta para nuestra percepción conciente. Nos enteramos de que en nosotros existe una censura, una instancia examinadora que decide si una representación aflorante tiene permitido alcanzar la conciencia, y excluye sin miramiento, hasta donde llega su poder, lo que provocaría o volvería a despertar displacer. En este punto nos acordamos de que también en el análisis de las operaciones fallidas obtuvimos indicios de esa tendencia a evitar el displacer que traerían consigo ciertos recuerdos, como también de los conflictos entre las tendencias de la vida anímica.

El estudio del trabajo del sueño nos impone irrebatiblemente una concepción de la vida anímica que parece zanjar los problemas más disputados de la psicología. El trabajo del sueño nos constriñe a suponer una actividad psíquica inconciente más abarcadora y sustantiva que la por nosotros consabida, conectada con la conciencia. (Agregaremos algunas palabras sobre esto cuando elucidemos el interés filosófico en el psicoanálisis [AE, 13, pág. 181].) Nos permite emprender una articulación del aparato psíquico en instancias o sistemas diferentes, y nos muestra que en el sistema de la actividad anímica conciente discurren procesos de índole por entero diversa a los que percibimos en la conciencia.

La función del trabajo del sueño es siempre y únicamente preservar el dormir. «El sueño es el guardián del dormir». En cuanto a los pensamientos oníricos, pueden entrar al servicio de las más diversas funciones anímicas. El trabajo del sueño cumple su tarea figurando como cumplido, por vía alucinatoria, un deseo que se eleva desde los pensamientos oníricos.

Es lícito enunciar, sin ninguna duda, que el estudio psicoanalítico de los sueños ha inaugurado una perspectiva sobre una psicología de lo profundo no vislumbrada hasta ese momento . Serán necesarios radícales cambios en la psicología normal para ponerla de acuerdo con estas nuevas intelecciones.

En el marco de esta exposición es de todo punto imposible agotar el interés psicológico en la interpretación de los sueños. No olvidemos que nuestro propósito reside sólo en destacar que el sueño está provisto de sentido y es un objeto de la psicología, y prosigamos con las nueva! adquisiciones para la psicología en el campo patológico.

Las novedades psicológicas dilucidadas en el sueño y en las operaciones fallidas por fuerza habrán de contribuir a esclarecer otros fenómenos si es que hemos de creer en su valor, y aun en su existencia misma. Y bien; el psicoanálisis en efecto ha demostrado que los supuestos de la actividad anímica inconciente, de la censura y de la represión, de la desfiguración y la formación sustitutiva, adquiridos mediante el análisis de aquellos fenómenos normales, nos posibilitan también un primer entendimiento de una serie de fenómenos patológicos; nos ponen al alcance de la mano, por así decir, las llaves de todos los enigmas de la psicología de las neurosis. Así, el sueño pasa a ser el arquetipo normal de todas las formaciones psicopatológicas. Quien comprenda al sueño penetrará también el mecanismo psíquico de las neurosis y psicosis.

En virtud de sus indagaciones, que tomaron al sueño como punto de partida, el psicoanálisis está en condiciones de edificar una psicología de las neurosis a la que aporta pieza tras pieza en un trabajo que no conoce desfallecimientos. Empero, el interés psicológico, que rastreamos en estas páginas, sólo nos exige tratar con detalle dos componentes de esa vasta trama: la prueba de que muchos fenómenos de la patología que se creía preciso explicar fisiológicamente son actos psíquicos, y que los procesos de los cuales surgen resultados anormales pueden ser reconducidos a unas fuerzas pulsionales psíquicas.

Elucidaré la primera tesis mediante algunos ejemplos. Los ataques histéricos se han discernido desde hace mucho como unos signos de excitación emotiva acrecentada, y se los equiparó a estallidos de afecto. Charcot procuró acotar en fórmulas descriptivas la diversidad de sus formas de manifestación; Pierre Janet discernió la representación inconciente eficaz tras esos ataques ; el psicoanálisis ha demostrado que son figuraciones mímicas de escenas vivenciadas o imaginadas {dicbten} que ocupan la fantasía de los enfermos sin devenirles concientes. Esas pantomimas se vuelven oscuras para el espectador en virtud de unas condensaciones y desfiguraciones de las acciones figuradas. Ahora bien, bajo estos mismos puntos de vista entran además todos los otros síntomas, llamados «permanentes», de los histéricos. Son por entero unas figuraciones mímicas o alucinatorias de fantasías que los gobiernan inconcientemente en su vida de sentimientos, y significan un cumplimiento de sus secretos deseos reprimidos. El carácter martirizador de estos síntomas se debe al conflicto interior en que ha caído la vida anímica de estos enfermos por la necesidad de combatir esas mociones inconcientes de deseo.

En otra afección neurótica, la neurosis obsesiva, aqueja a los enfermos un ceremonial de penosa observancia, al parecer sin sentido, que se exterioriza en la repetición rítmica de las acciones más triviales, como lavarse o vestirse, o en la ejecución de disparatados preceptos, en la obediencia a enigmáticas prohibiciones. Significó ni más ni menos un triunfo del trabajo psicoanalítico el hecho de demostrar cuánto sentido poseen todas esas acciones obsesivas, aun las más triviales y nimias de ellas, y cómo espejan los conflictos de la vida, la lucha entre tentaciones e inhibiciones morales, el propio deseo proscrito y los castigos y penitencias por su causa, y ello en el material más indiferente. En otra forma de esta misma enfermedad, los afectados padecen de representaciones penosas, ideas obsesivas cuyo contenido se les impone imperiosamente, acompañadas de unos afectos que por su índole e intensidad rara vez se explican por el texto mismo de aquellas ideas obsesivas. La indagación analítica ha mostrado aquí que los afectos están de todo punto justificados, pues corresponden a reproches en cuya base se encuentra al menos una realidad psíquica. Ahora bien, las representaciones adosadas a esos afectos ya no son las originarias, sino que han entrado en ese enlace por desplazamiento (sustitución) desde algo reprimido. La reducción (el enderezamiento) de estos desplazamientos allana la vía para discernir las ideas reprimidas y hace que el enlace entre afecto y representación aparezca totalmente adecuado.

En otra afección neurótica, en verdad incurable, la dementia praecox (parafrenia, esquizofrenia), que en sus peores desenlaces vuelve a los enfermos por completo apáticos, a menudo restan como únicas acciones ciertos movimientos y gestos repetidos de manera uniforme, que han sido designados «estereotipias». La indagación analítica de tales restos (por obra de C. G. Jung) ha permitido discernirlos como relictos de actos mímicos provistos de sentido, en los que antaño se procuraban expresión las mociones de deseo que gobernaban al individuo. Los dichos más insensatos y las más raras posturas y actitudes de estos enfermos se han podido entender e insertar en la trabazón de la vida anímica desde que aquellos fueron abordados con premisas psicoanalíticas .

Algo en un todo semejante vale para los delirios y alucinaciones, así como para los sistemas delirantes de diversos enfermos mentales. Donde antes parecía reinar sólo el más extravagante capricho, el trabajo psicoanalítico ha puesto de relieve una ley, un orden y una trabazón; al menos, ha permitido vislumbrarlos, puesto que ese trabajo aún no ha culminado. Y las diversas formas en que se contrae una enfermedad psíquica han sido discernidas como otros tantos desenlaces de procesos que en el fondo son idénticos, y que es posible asir y describir con conceptos psicológicos. Dondequiera están en juego el conflicto psíquico, ya descubierto en la formación del sueño, la represión de ciertas mociones pulsionales, rechazadas a lo inconciente por otras fuerzas anímicas, las formaciones reactivas de las fuerzas represoras y las formaciones sustitutivas de las pulsiones reprimidas, mas no despojadas de toda su energía. Dondequiera se exteriorizan, en estos procesos, la condensación y el desplazamiento, ya consabidos por el sueño. La diversidad de las formas patológicas observadas en la clínica psiquiátrica se debe a otras dos diversidades: la multiplicidad de mecanismos psíquicos de que dispone el trabajo represivo, y la multiplicidad de las predisposiciones, advenidas en la historia del desarrollo, que posibilitan a las mociones reprimidas irrumpir hasta unas formaciones sustitutivas.

El psicoanálisis remite a la psicología, para que esta le dé trámite, una buena mitad de la tarea psiquiátrica. No obstante, constituiría un serio error suponer que el análisis se propone alcanzar, o postula, una concepción puramente psicológica de las perturbaciones anímicas. No puede ignorar que la otra mitad del trabajo psiquiátrico tiene por contenido el influjo de factores orgánicos (mecánicos, tóxicos, infecciosos) sobre el aparato anímico. Y en la etiología de las perturbaciones anímicas, ni siquiera para las más leves de ellas, las neurosis, reclama un origen puramente psicógeno, sino que busca su causación en la influencia que sobre la vida anímica ejerce un factor indudablemente orgánico, que luego hemos de mencionar [AE, 13, pág. 184].

Los resultados del psicoanálisis en sus detalles, por fuerza significativos para la psicología general, son demasiado numerosos y no puedo mencionarlos aquí. Me limitaré a enunciar otros dos puntos: la manera inequívoca en que el psicoanálisis reclama para los procesos afectivos el primado dentro de la vida anímica, y la demostración de que en el hombre normal, como en el enfermo, existe una medida insospechada de perturbación afectiva y de enceguecimiento del intelecto.

El interés del psicoanálisis para las ciencias no psicológicas