PODER Y RESISTENCIA EN MICHEL FOUCAULT: Biopoder, biopolítica, gubernamentalidad

PODER Y RESISTENCIA EN MICHEL FOUCAULT

(The Power and Resistance in Michel Foucault)

REINALDO GIRALDO DÍAZ

UCEVA -Unidad Central del Valle del Cauca (Colombia)

Artículo de reflexión Recibido: Abril 26 de 2006 Aceptado: Mayo 30 de 2006

Biopoder, biopolítica, gubernamentalidad

La emergencia del biopoder permite que el racismo se inserte radicalmente en el Estado. En el siglo XIX «el poder se hizo cargo de la vida», la antigua soberanía sobre el individuo se transformó en una soberanía sobre la especie humana, sobre «la población», concepto nuevo que será fundamental para la biopolítica (Foucault, 1991:22). El soberano tenía el derecho de «hacer morir o de dejar vivir»; ahora el nuevo derecho consiste en «hacer vivir o dejar morir», por medio de una nueva tecnología de poder que se aplica sobre el hombre viviente como masa; aparecen entonces la demografía, el control de nacimientos, la preocupación por el índice de mortalidad, la higiene pública, la seguridad social, todo lo que abarca a los seres humanos como especie es objeto de un nuevo saber, de una regulación, de un control científico destinado a hacer vivir. La medicina tiene un papel fundamental en el proceso, es un poder-saber que actúa a un tiempo sobre el cuerpo y sobre la población, sobre el organismo y los procesos biológicos. En consecuencia la medicina tendrá efectos disciplinarios y efectos de regulación (Foucault, 1999:332-333).

La estrategia de la biopolítica decide lo que debe vivir y lo que debe morir: el racismo es lo que permite fragmentar esta masa que domina el biopoder, dividirla entre lo normal de la especie y lo degenerado; así se justifica la muerte del otro, en la medida en que amenaza a la raza (no ya al individuo). Se puede matar lo que es peligroso para la población. La raza, el racismo, son -en una sociedad de normalización- la condición de aceptabilidad de matar. Y «matar» no se refiere solamente al asesinato directo, sino, también a todo lo que puede ser muerte indirecta, es decir, al hecho de exponer a la muerte o de multiplicar para algunos el riesgo de muerte, o más simplemente la muerte política, la expulsión. El Estado funciona teniendo como base el biopoder; a partir de este hecho, la función homicida del Estado queda asegurada por el racismo (Foucault, 1991:19).

Foucault distingue dos modelos de poder: el modelo de la peste que funciona por exclusión y el modelo de la lepra basado en el control (Foucault, 2001:55-59). Son modelos que idearon los siglos pasados y configuran lo que hoy son las sociedades modernas. El modelo de la peste es el modelo ideal de las sociedades disciplinarias, del dispositivo de poder disciplinario, donde el espacio está recortado, cerrado, continuamente vigilado y controlado. Los lugares son asignados funcionalmente. En este espacio los individuos son puestos en lugares fijos donde se vigilan los menores movimientos. Este modelo se basa en el orden, en el ordenamiento que prescribe a cada uno su lugar, el lugar de la mujer, del loco, del estudiante, del enfermo mental, etc. Donde se prescribe a cada cual su lugar, su bien, cual le corresponde a cada uno, y cual es el camino para conseguirlo. Este modelo de la peste, característico de la sociedad disciplinaria se opone en principio al modelo de la lepra.

El modelo de la lepra viene del modelo estigmatizador, de exclusión y de expulsión heredado de la edad media con los leprosos. Al leproso se le marca y expulsa a las afueras para que allí se pudra. Lo que hace este modelo de la lepra es dividir de manera binaria (leprosos y no leprosos). Este modelo divide binariamente al contrario que el de la peste que se apoya en múltiples e individualizantes estrategias, es decir una organización profunda de la vigilancia y de los controles, el poder se ramifica y se ejerce de una manera continuada y que individualiza. Al leproso se le rechaza extra muros de la ciudad, por lo cual, deja de ser ciudadano. El modelo de la lepra sueña con una comunidad pura, de fondo casi religioso donde no exista el mal, sino la pureza de la comunidad.

En la ciudad que funciona el modelo de la peste, toda la cuidad está atravesada de jerarquía, de vigilancia y de registro, es el sueño de una sociedad disciplinada, la utopía de la ciudad perfectamente gobernada donde todo es visible, controlable, transparente y expuesto a la mirada. Estos modelos en la práctica son superponibles y combinables. El hospital, el manicomio, la escuela, el correccional, la prisión funcionan con la doble lógica, una que divide en dos grupos normal-anormal, loco –cuerdo, enfermo -sano y la lógica individualizante diferencial que se trata de saber quién es, cómo vigilarlo, cuál es su bien, cómo reconocerlo, cómo hay que curarlo.

Desde el siglo XIX, la toma de poder sobre el hombre como ser vivo y sobre la vida, hace que la vida se convierta en objeto del poder y que se estatalice lo biológico. La razón de Estado domina la biopolítica, es decir, los mecanismos, las técnicas, las tecnologías y los procedimientos por los cuales se dirige la conducta de los seres humanos mediante una tecnología gubernamental, «el Estado, en su supervivencia y en sus límites, no puede entenderse más que a partir de las tácticas generales de la gubernamentalidad» (Foucault, 1981:25-26).

Los problemas específicos de la vida y de la población, como sexualidad, reproducción, trabajo, salud, higiene, vivienda, etc., son subsumidos en el seno de la administración estatal. Este poder controla la expansión, planifica, suprime poblaciones, no se ocupa tanto de la muerte individual como del genocidio que intenta eliminar «agentes infecciosos» a nombre de la supervivencia. Vivimos en la era de la biopolítica de las poblaciones, en la era de este poder contemporáneo que intenta administrar la vida en multiplicidades abiertas. Por ello, las nuevas luchas que aparecen ya no son por la restitución de antiguos derechos, sino por la vida, fuerza de resistencia que afirma la plenitud de lo posible. Las fuerzas que resisten se apoyan en lo mismo que el poder invasor, es decir, en la vida del ser humano en tanto que ser vivo, social y político.

Lo que se reivindica y sirve de objetivo a las luchas políticas es la vida, por lo cual, el nuevo plano de la militancia, su extraordinaria forma de manifestarse es, en consecuencia, la militancia biopolítica, es la oposición de un cuerpo plenamente incapaz de someterse al comando, un cuerpo que no se adapta a la vida familiar, ni a la fábrica, ni a las regulaciones de la vida sexual convencional. El concepto de biopoder expresa el acontecimiento por el cual, a partir del siglo XVII, la vida surge como objeto de gobierno mediante un vínculo que se establece en doble sentido, entre la anatomopolítica –mediante la cual los cuerpos son disciplinados y controlados–, y una biopolítica de las poblaciones que quiere garantizar la supervivencia de la especie; la demografía y la salud pública hacen parte de este dispositivo. La estrategia de pacificación también opera con un vínculo en doble sentido, el que se establece entre el diálogo y el genocidio, este último como forma de intimidación colectiva que tiene por objeto la re-territorialización mediante el sufrimiento en masa.

La obra de Foucault permite reconocer la naturaleza biopolítica de este nuevo paradigma de poder que se ejerce sobre la vida y se presenta de dos formas: el cuerpo máquina y el cuerpo especie. La más alta función de este poder es infiltrar cada vez más la vida, y su objetivo primario es administrarla. El biopoder, pues, se refiere a una situación en la cual el objetivo del poder es la producción y reproducción de la vida misma. La vida es la apuesta de las luchas políticas y económicas; y lo es porque la entrada de la vida en la historia corresponde al Capitalismo: desde fines del siglo XVIII los dispositivos de poder y de saber tienen como función el control de la vida. Las técnicas de poder cambian en el preciso momento en que la economía (gobierno de la familia) y la política (gobierno de la polis) se integran la una en la otra, es decir, «el paso de un arte de gobierno a una ciencia política, de un régimen dominado por la estructura de la soberanía a otro dominado por las técnicas de gobierno se opera en el siglo XVIII en torno a la población y en torno al nacimiento de la economía política» (Foucault, 1981:23).

La introducción de la vida en la historia permite concebir una nueva ontología para pensar el sujeto político como un sujeto ético, contra la tradición del liberalismo político occidental que lo concibe como un sujeto político. Si el poder toma la vida como objeto de su ejercicio, lo que hay que buscar es lo que en la vida le resiste y, al resistírsele, crea formas de vida que escapan a esos biopoderes. Definir las condiciones de un nuevo proceso de creación política, confiscado desde el siglo XIX por las grandes instituciones políticas y los grandes partidos políticos parece ser el hilo que atraviesa la reflexión de Foucault, pues, la introducción de la «vida en la historia» es interpretada como una posibilidad de concebir una nueva ontología que parte del cuerpo y de sus potencias para pensar el «sujeto político» como un «sujeto ético», contra la tradición del pensamiento occidental que lo piensa exclusivamente bajo la forma del «sujeto de derecho». El poder es interrogado, entonces, a partir de la libertad y de la capacidad de transformación que todo ejercicio del poder implica.

La biopolítica es la forma de gobierno donde las relaciones de poder expresan una nueva dinámica de las fuerzas, donde la vida emerge como potencia de resistencia y de creación. Los dispositivos biopolíticos, entendidos como la relación entre gobierno-población-economía política, plantean la forma de gobernar como es debido a los individuos y fundan una nueva relación entre ontología y política. Estos dispositivos maximizan la multiplicidad de fuerzas que son coextensivas al cuerpo biopolítico colectivo, pues, no hay un poder único y soberano, sino una multitud de fuerzas que actúan y reaccionan entre ellas según relaciones de obediencia y mando. Los dispositivos biopolíticos coordinan estratégicamente las relaciones de poder dirigidas a que la vida produzca más.

El biopoder conlleva dos novedades, la primera es que la clásica teoría del derecho sólo funciona con base a dos elementos, a saber, el individuo y la sociedad. Las disciplinas solamente tratan al individuo. En cambio, el biopoder trabaja con el concepto de población tanto como problema político como científico. La segunda novedad es que los fenómenos considerados (morbilidad, calidad de vida, etc.), son colectivos, solamente son pertinentes a nivel de masas, con efectos económicos y políticos sólo en masa considerados.

Con el biopoder hay una consecuencia, y es una progresiva descalificación de la muerte, cada vez hay menos derecho a hacer morir, y más a hacer vivir. En el momento que el poder es cada vez más el derecho a intervenir sobre la manera de vivir, la muerte es el final del poder, es el exterior. Sobre la muerte el biopoder no tiene nada que hacer, el poder domina no sobre la muerte sino sobre la mortalidad, es decir, sobre la gestión de la vida y la mayor o menor probabilidad de que se muera, pero no sobre la muerte misma, por ello la muerte se delega a lo más privado.

Otra consecuencia del biopoder es la importancia de la sexualidad, puesto que en su campo se cruzan las disciplinas y el biopoder. Se cruzan las disciplinas (vigilancia, control, individualización,) con el biopoder ejercido sobre la población para regular la procreación, control de natalidad, aborto, es decir, que es un campo privilegiado porque se cruzan las técnicas de biopoder ejercidas en masa sobre la población y las técnicas disciplinarias ejercidas de manera individualizada e individualizante sobre el cuerpo de cada uno entendido como máquina.

La medicina, la psicología, la psiquiatría ocupan un lugar central, porque constituyen un saber que vincula la acción científica y la técnica política de la intervención tanto sobre el cuerpo como sobre la población. Sobre el cuerpo individualmente considerado historial clínico, pero al mismo tiempo también intervención masiva sobre la población. Es un poder-saber, para Foucault la otra cara del poder es el saber, que actúa sobre ambos, el cuerpo individual y el cuerpo social, y por tanto tiene efectos disciplinarios sobre cada cuerpo individual como efectos de regulación sobre las poblaciones consideradas globalmente.

La sociedad de control adopta este contexto biopolítico como su terreno característico de referencia. En el acontecimiento del pasaje de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control se lleva a cabo un nuevo paradigma de poder, el cual se define por las tecnologías que reconocen a la sociedad como el ámbito del biopoder. La producción biopolítica, en consecuencia, emerge de los elementos vitales de la sociedad, del medio ambiente, del mundo de la vida, cuando el poder se vuelve enteramente biopolítico y todo el cuerpo social queda comprendido en la máquina del poder, y se desarrolla en su virtualidad, es decir, cuando las fuerzas productivas de las personas y los grupos, en su conjunto, se vuelven productivas.

La sociedad es subsumida dentro de un poder que llega hasta los núcleos de la estructura social y sus procesos de desarrollo, reaccionando como un único cuerpo. El poder, entonces sólo puede ser expresado como un control que se extiende por las profundidades de las conciencias y cuerpos de la población– y al mismo tiempo a través de la totalidad de las relaciones sociales. Relaciones a través de las cuales la biopolítica se incorpora y se afianza en el sistema de redes sociales sobre la base de la lógica de mando capitalista.

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