Problemáticas en la adolescencia, el Complejo de Edipo

Desde que la adolescencia existe como tal, esta parece haber sido siempre una etapa conflictiva.

De hecho en 1610 William Shakespeare ya expresaba: “…Desearía que no
hubiera edad intermedia entre los 16 y los 23 años, o que la juventud humana durmiera
hasta hartarse, porque no hay nada entre esas edades como no sea dejar embarazadas a
las chicas, agraviar a los ancianos, robar y pelear”.

Y efectivamente es cierto que la adolescencia siempre ha sido identificada como
un período caracterizado por lo desmedido, la transgresión o la rebeldía.
Así lo definía
Arminda Aberasturi cuando hablaba del “síndrome normal de la adolescencia “.
Pero por otra parte parece existir un consenso generalizado acerca de que en las
sociedades occidentales se está produciendo un mayor impacto de la problemática
adolescente.

En el psicoanálisis y las orientaciones psicodinámicas se define el complejo de
Edipo como el conjunto organizado de deseos amorosos y hostiles que el niño
experimenta respecto a sus padres
, que es vivido en su periodo de acmé entre los tres y
cinco años de edad. Según la teorización freudiana el edipo desempeña un papel
fundamental en la estructuración de la personalidad y en la orientación del deseo
humano, y en su resolución positiva el niño no solo comienza a hacer una diferenciación
de los padres que le llevará finalmente a la autonomía, sino que también asume la ley de
lo social en la que “no todo es posible”.
Ese momento del acmé edípico ha coincidido durante mucho tiempo con el paso
del menor al sistema escolar, dejando de estar bajo la única protección y norma parental,
para pasar a estar también bajo la protección y norma social, con lo cuál de alguna
forma el desarrollo del edipo se veía favorecido contextualmente.
Actualmente, acompañando a los cambios sociales que se han venido dando en
la configuración y funcionalidad de las familias, los niños tienden a incorporarse de
forma prematura a las guarderías, y las figuras parentales están más ausentes durante los
primeros años de vida, por lo que la crisis edípica se diluye, quedando pendiente para la
adolescencia en la que en lugar de darse una reactualización del conflicto edípico, se
produce una auténtica explosión edípica que se sintomatiza en la sistemática y aguda
problematización de la relación entre el joven y la norma, la familia y la sociedad en
general.
Jean Bergeret afirmaba que la política educativa de los kibutz en Israel, en la
que los niños eran retirados prematuramente a sus padres, pasando a convivir en lugares
especialmente acondicionados para ellos, siendo cuidados y educados por profesionales,
preservaba a estos jóvenes del desarrollo de estructuras de personalidad psicóticas, pero favorecía sin embargo el incremento de estructuras de personalidad borderline. Y es
precisamente el incremento de estas estructuras de personalidad, entre las que Paulina
Kernberg distingue las limítrofes, las antisociales, y las narcisistas, lo que se está
observando en la clínica de la infancia y la adolescencia.
Cuando hablamos de estructuras de personalidad narcisistas, hacemos referencia
a aquellas que se construyen alrededor de una grandiosa importancia del self, que se
coloca en el lugar de la omnipotencia, y en los que la vulnerabilidad de la autoestima
pueda ser una característica asociada. Son estructuras fuertemente defensivas con
predominancia de comportamientos y actitudes arrogantes y altaneros, y con grandes
limitaciones en el uso de la empatía.