Psicología y Derechos Humanos – Derechos y neutralidad: una lección en el acto de Fernando Ulloa

Psicología y Derechos Humanos

Perspectiva: Derechos Humanos y neutralidad: una lección en acto de Fernando Ulloa

JUAN JORGE MICHEL FARIÑA

Tomemos la siguiente anécdota, originada en una comunicación personal de Fernando Ulloa. El Dr. Fernando Ulloa, psicoanalista de reconocida trayectoria en la vigencia de los derechos humanos, recibe en 1978 –plena dictadura militar –, la derivación de un paciente a través de un colega de suma confianza. El paciente, un hombre de mediana edad, correctamente vestido, llega puntual y relata una situación de conflicto matrimonial. Pero en un momento dado interrumpe su relato y dice “antes de continuar hay algo que necesito decirle. Yo lo elegí a usted como terapeuta porque soy subversivo y quiero analizarme con usted porque necesito sentirme seguro en mi terapia y sé que usted atiende subversivos”. Ulloa se levanta enérgicamente de su sillón e indicándole la puerta de calle le dice “Retírese inmediatamente, yo no atiendo subversivos”.

El hombre se incorpora de su sillón, sorprendido y algo turbado. Pero rápidamente se recompone, y cuadrándose se presenta ante Ulloa como el capitán fulano de tal, oficial de Inteligencia del Ejército, a la vez que le dice: “lo felicito doctor: nunca atienda subversivos”.[1]

 

Propondremos organizar la situación siguiendo el método hegeliano de inversiones dialécticas:

1. Primer desarrollo de la verdad: el paciente se presenta como “subversivo” y solicita ser atendido en su condición de tal, Ulloa lo rechaza enfáticamente y lo expulsa de su consultorio. Leída de manera literal, la situación es la de un terapeuta que niega atención a un paciente en razón de su ideología, que discrimina a un paciente a partir de un rasgo particular ¿Actúa este terapeuta en nombre de la neutralidad? Un elemental seguimiento de los códigos deontológicos, diría que no.[2]

Primera inversión dialéctica: En realidad, Ulloa no lo expulsa por ser “subversivo”, sino porque advierte que se trata de un engaño. En el español del Río de la Plata (diferencia entre idioma y lengua), el adjetivo «subversivo» no se suele utilizar en primera persona. Alguien a quien los militares hubieran señalado como “subversivo”, nunca se hubiera nombrado a sí mismo como tal –podría haber dicho “militante popular”, “delegado gremial”, etc. La lengua delata una impostura: el pretendido paciente no es otra cosa que un espía. El pedido de terapia es una trampa.

2. Segundo desarrollo de la verdad, Conjeturamos entonces que cuando lo expulsa de su consultorio Ulloa actúa animado por una estrategia de supervivencia en tiempos difíciles. Su intervención está destinada a desbaratar la maniobra del impostor, respondiéndole lo que conviene. Abandona su posición de terapeuta. Falta a la neutralidad, pero no lo hace por impericia o imprudencia sino simplemente para salvar su vida. Si el otro no es un paciente, él queda relevado de su función de analista.

Segunda inversión dialéctica: Pero podemos conjeturar que Ulloa escucha más allá de lo que calcula, y como buen analista no puede dejar de escuchar aun en la situación extrema en la que se encuentra. No puede dejar de escuchar semejante impostura del discurso. Que el otro elija nombrarse con una palabra que lo delata, no puede ser completamente azaroso. “Soy subversivo” encuentra en Ulloa la réplica enfática “no atiendo subversivos”, que acompañada del gesto de expulsión, adquiere una virulencia inesperada y conmueve la situación, produciendo un efecto que la trasciende.

3. Llegamos así a un tercer desarrollo de la verdad: «no atiendo subversivos» puede ser leído entonces como una interpretación: «no atiendo impostores». En cuanto el analista escucha el síntoma en el discurso del otro, elige, sin calcularlo del todo, una fórmula que adquiere un doble alcance. Por un lado desmonta la farsa, desnudando la grosera maniobra del espía; pero por otro envía un mensaje al sujeto: si desea analizarse deberá regresar desde otro lugar. Para ello es imprescindible que abandone el de impostor con el que se acaba de presentar.

Inesperadamente, la intervención de Ulloa, alcanza al sujeto más allá del yo de la máscara con que se presenta. Si alguna vez este hombre regresa a un consultorio, deberá hacerlo desde otro lugar. Desde la farsa y la impostura no hay lugar en el consultorio de Ulloa ni de ningún analista que se precie de tal. No sabemos qué hará el sujeto con todo esto. Pero la apuesta analítica está echada. La intervención de Ulloa recupera así toda su potencia ética.[3]

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[1] La anécdota, publicada por primera vez en un reportaje a Michel Fariña en la revista La Maga, en 1998, fue comunicada por Fernando Ulloa en 1983, durante el trabajo de supervisión clínica que Ulloa realizó con pacientes familiares de desaparecidos y detenidos por razones políticas en el Movimiento Solidario de Salud Mental.

[2] Ver código de la American Psychological Association, Principio C.

[3] Nótese  que la potencia del ejemplo no surge de una prédica abstracta de la neutralidad analítica, sino de su puesta en acto. Y su vía argumental es por la negativa: “no atiendo subversivos”, indica aquí lo contrario de su enunciado: sí lo estoy analizando. Pero no en la opereta que ha montado sino en relación a la verdad que lo llevó a engañar (se) en ella. El impostor queda descolocado, pero no burlado, sino imprevistamente esclarecido. Su turbación evidencia la interpelación de la que acaba de ser objeto: cuando profiere la advertencia que le indicaba el guión, sus palabras dejaron ya de ser amenazantes para el analista, que emerge intacto de la situación.

FUENTE:

Intersecciones Psi – Revista Electrónica de la-Facultad de Psicología de la UBA (Año 5 – Número 15 – Junio de 2015)