Psicología Evolutiva: Educación sexual (6 a 12 años). El cuerpo

La educación sexual de niñas y niños de 6 a 12 años
(Autoras: Graciela Hernández Morales, Concepción Jaramillo Guijarro)

6- El cuerpo.

Un cuerpo sexuado cambiante:

Entre los 7 y los 10 años, la disposición, capacidad y curiosidad para entender y comprender sus cuerpos y lo que les pasa es muy alta. Generalmente con una sola explicación no terminan de entenderlo todo, pero esto no significa que aún no tengan la preparación suficiente, sino que están en pleno proceso de aprendizaje y que, por tanto, necesitan volver a escuchar determinada reflexión o explicación.
A partir de los 10 años, los cambios físicos suelen ser más evidentes y acelerados. Por eso, en esta etapa, la vivencia del propio cuerpo y la curiosidad que sienten sobre todo lo que a él le sucede están cargadas de mayor perplejidad y pasión.
Este proceso no se da de la misma manera y con la misma celeridad en todas las niñas ni en todos los niños. La adolescencia suele aparecer en las niñas entre los 9 y los 14 años, y en los niños de los 10 a los 15 años. Y la tendencia es que ésta se dé cada vez a edades más tempranas.
De los 6 a los 12 años, pasan de la infancia a la preadolescencia. A las niñas les empiezan a crecer los pechos, se les ensanchan las caderas y tienen la primera menstruación. A los niños les empieza a cambiar la voz y a ensanchárseles la espalda. Unas y otros estiran sus tamaños, les crece vello por el cuerpo y, en algunos casos, se les hincha la cara y sienten como ésta se llena de espinillas.
En los últimos años de esta etapa, algunas y algunos empiezan a sentir sus hormonas alteradas y experimentan sensaciones nuevas relacionadas con las emociones, con el placer y con la sexualidad que no siempre saben canalizar. Una madre lo expresa así, ‘no noto ningún cambio corporal significativo en mi hija de 9 años, pero supongo que algo está sucediendo por el carácter que tiene últimamente’.
Cada cual, sea cual sea su proceso de crecimiento, necesita entender qué le sucede a su cuerpo en cada momento para poder sentir su propia piel sin miedo y sin mitos. Para esto, es necesario tratar con atención y cuidado la singularidad de cada cuerpo, ayudando a que quienes se desarrollen antes puedan dar a cada uno de los cambios vividos unos significados propios, sanos y creativos. Del mismo modo que quienes empiezan más tarde puedan aprender de lo que les pasa a los otros y a las otras, aceptando su ritmo y su propio proceso.
Es importante informar de lo que les pasará con un poco de antelación, para que no se sorprendan ni vivan estos cambios con sobresaltos, entendiendo, además, que en todo este proceso no existe una norma rígida y cerrada, o sea, que cada cual tendrá una experiencia diferente y única.
A veces, al hablarles de la adolescencia que se les avecina, se pone la menstruación y la eyaculación a un mismo nivel. Sin embargo, son dos fenómenos dispares que no pueden ser homologados.
Hablar de la menstruación y de la eyaculación como si fueran equivalentes puede confundirles.
La menstruación tiene que ver con la capacidad del cuerpo femenino de acoger, engendrar y
dar luz a una criatura humana. En cuanto a la eyaculación, si bien tiene relación con la fecundación humana, también la tiene con el placer y el orgasmo masculino. Si sólo hablamos de menstruación y eyaculación, ocultamos el placer y los orgasmos femeninos que poco tienen que ver con la menstruación.

La vivencia del cuerpo sexuado:

Un niño de 6 años le dice a su educadora ‘¿es malo que me pique la colita? ¡Es que me pica!’
Y ella responde ‘no, no es malo ¡si te pica, ráscate, no te hagas daño, pero ráscate!, pero, si te pica mucho, mucho, dile a tu padre o a tu madre que te lleve al médico’.
Si a este niño le picara la barriga o la boca, podría asustarse o preocuparse, pero no porque pensase que lo que le pasa es malo en un sentido moral del término. Él se expresa así porque ha aprendido que determinada parte de su cuerpo está relacionada con ‘cosas malas’, precisamente esa parte que le hace saber que es niño y no niña, y que está vinculada a lo que comúnmente llamamos sexualidad. Esto le puede llevar a vivir su cuerpo sexuado con vergüenza o extrañeza y a sentir que su sexualidad está ligada a cosas negativas.
Conocer cómo es su cuerpo de mujer o su cuerpo de hombre, tener claro el propio esquema
corporal, es fundamental y necesario para que puedan sentirse a gusto en su propia piel. ¡Cuántas niñas crecen sin saber cómo es su vulva o dónde está su clítoris! ¡Cuántos niños creen que ya lo saben todo por la importancia que gran parte de nuestra cultura da a su pene!
Es necesario mimar la información que damos sobre sus genitales porque, aunque pueda parecer una información aséptica o puramente científica, conlleva emociones. Una niña de 7 años le dijo a su madre que le encantaba su vulva, pero que no le gustaban nada los penes. Y la madre le respondió que si es lo que ella siente está bien, pero que quizás, algún día, le gusten también los penes.
Vivir la intimidad es una cuestión importante. A veces, ésta representa un momento para reconocer su cuerpo a solas. Otras veces, sobre todo en el caso de las niñas, ésta responde al deseo de preservar su cuerpo de determinadas miradas, gestos u observaciones que les resultan desagradables.
No es extraño, por ejemplo, que una niña de 11 años, cuando empieza a sentir que sus pechos
crecen, se encorve para no mostrarlos. Con ese gesto, ella expresa su desconcierto ante su cuerpo que cambia, pero también su miedo a vivir burlas por parte de los chicos ante su nuevo cuerpo. Es probable que, en más de una ocasión, esta niña sienta la necesidad de aislarse.
A veces, ocurre todo lo contrario, hay niñas que exhiben sus cuerpos (ombligo, escotes, etc.) de una manera que se suele calificar de seductora o sexy, con frecuencia para estar a la moda, para no resultar ‘ñoña’ o buscando resultar atractivas. Aunque, también hay veces que muestran sus cuerpos simplemente porque les gusta expresarse así. En todo caso, exhibirse o esconderse por lo que los y las demás dicen o hacen, es perder el propio centro, dejar a un lado el propio deseo y perder la oportunidad de dar significados propios y libres a su cuerpo de mujer.
Además, las niñas suelen desarrollar muchos recursos expresivos a través del ritmo, el baile, la coquetería y el lenguaje gestual, y a través de ellos pueden dar a conocer con muchos matices la riqueza de sus afectos y deseos. Pero, ¿qué le pasa a una niña o a una chica cuando se expresa libremente con su cuerpo? No es extraño que alguna persona adulta diga ‘¡qué peligro tiene esta niña!’.
Pero el peligro no está realmente en ella, sino en esas miradas que estereotipan sus movimientos y toda la expresividad de su cuerpo.
Dos hermanas de 10 y 8 años, de la República Dominicana, se pusieron a bailar en una fiesta, moviendo absolutamente todo su cuerpo con mucha desenvoltura y seguridad. Los niños se quedaron mudos y algo ‘bizcos’ mirándolas. ¿Qué hubiera pasado si ellos hubieran sido más mayores? Es importante ayudar a que estos niños aprendan a descubrir y escuchar toda la riqueza expresiva de un cuerpo femenino sin pensar que éste le está provocando, ni sentir la necesidad de invadirlo o agredirlo para canalizar las emociones que éste le suscita. Es importante, también, que ellas aprendan a preservar su integridad física sin renunciar a expresarse tal como desean hacerlo, sin dar a la mirada del otro o de la otra más entidad que a su propio deseo.
Es interesante también que los niños experimenten sin miedo ni prejuicios los diferentes recursos expresivos que tienen sus cuerpos. Por ejemplo, ¿qué pasa con el baile, sigue siendo cosa de niñas? Hoy en día, al existir más referentes de hombres que bailan y lo hacen bien, los niños asumen esta actividad con más tranquilidad. Sin embargo, aún es difícil que un niño se atreva a apuntarse a las clases de ballet que se dan en su escuela.
Los niños tienden a ocupar mucho espacio con sus cuerpos. A veces, se mueven como si hubiesen aprendido que sus cuerpos de hombres les dan la potestad para invadir y avasallar el espacio de las y los demás. Y, de este modo, aunque parezca una paradoja, pierden la oportunidad de aprender a tener control sobre su propio cuerpo y, sin control, no es posible sentirlo, mimarlo y expresar realmente lo que quieren expresar.
Imaginemos a un grupo de niñas y niños de 10 u 11 años en una piscina. Si se cambian de ropa en un mismo espacio, lo más probable es que las niñas se cambien tranquilamente, sin meterse con nadie e incluso que sientan un poco de pudor. Es posible que algún niño también actúe así. Pero, es muy probable, que otros niños hagan ostentación de su cuerpo y tal vez incluso de sus genitales.
Cada cuerpo, cada rincón de nuestro cuerpo, sea la mano, el pelo, los dedos de los pies, las rodillas, el pecho o las costillas nos da infinitas posibilidades de hacer, sentir, crear, experimentar.
Para dar significados libres a nuestros cuerpos es necesario tomar conciencia de estas posibilidades y no reducir la experiencia corpórea a unos cuantos clichés y estereotipos.
Todos los cuerpos tienen infinitas posibilidades, pero también límites y necesidades. El cuerpo se cansa, necesita alimento, se enferma. Pero los límites no son impedimentos para experimentar y probar diferentes maneras de ser, sino que nos invitan a hacerlo con medida y sensatez.
Saber cómo es el propio cuerpo y experimentar las infinitas posibilidades que éste presenta, así como sus límites y sus necesidades de cuidado, es conocerse y poder encontrar el modo de estar a gusto con él; de expresar una manera propia de ser chica o de ser chico.

La curiosidad por los otros cuerpos:

Niñas y niños sienten curiosidad por cómo son los demás cuerpos. Esa curiosidad es la que les permite entender la diferencia sexual, las diferencias entre los cuerpos de su mismo sexo e imaginarse cómo serán sus cuerpos cuando sean mayores.
Los modos que tienen de expresar su curiosidad son variados, a veces incluso virulentos. Durante unos cuantos meses, en una clase de segundo de primaria, tres niños entraron con frecuencia en el cuarto de baño de las niñas durante el recreo. En una asamblea, las niñas dijeron ‘éste, éste y éste entran al cuarto de baño y no nos dejan orinar tranquilas’. La maestra preguntó a estos niños porque lo hacían y cómo se sentían haciéndolo. Uno dijo que lo hacía porque lo hacía el otro, otro que lo hacía como una broma y, finalmente, el tercero dijo ‘es que yo no sé bien como es la vulva’. Entonces la maestra dijo ‘si este es el problema, vamos a investigar en los libros, dibujos y fotos, vamos a ver cómo es la vulva’. Y, desde entonces, ningún niño volvió a entrar en el baño de las niñas.
Esta maestra hizo un ejercicio de escucha y atención, les dio imágenes y palabras, y, de este modo, logró canalizar la curiosidad de estos niños de un modo más sano, entendiendo que sentir curiosidad es algo positivo pero no una justificación para invadir otro cuerpo.
Ver cuerpos desnudos, bien en casa, bien en la televisión, en las películas o en los dibujos, les permite expresar y saciar su curiosidad con más frescura y serenidad. Esto no significa que sea necesario desnudarse. Cada cual, en función de la relación que tenga con la niña o el niño, de sus sentimientos o de su carácter tendrá que buscar su propia manera de enseñarles cómo son los cuerpos sexuados. Si hacemos algo que nos hace sentirnos mal, lo que les enseñamos es malestar.

La coquetería y la seducción:

Adornar y embellecer el cuerpo es un modo de cuidarlo. Son prácticas en las que, a través de la creatividad, podemos expresar cosas diversas: estados de ánimo, deseos, gustos, etc. Este conjunto de posibilidades expresivas ha estado más cerca de la experiencia femenina a lo largo de la historia, de ahí que sean más niñas que niños quienes las incorporan a sus vidas.
Estas prácticas, cuando son usadas con libertad, permiten un mayor conocimiento del propio
cuerpo. Ahora bien, cuando son usadas para alcanzar un modelo estereotipado de belleza, se vuelven en contra de quienes las practican.
Demasiadas niñas y cada vez más niños sienten que sólo podrán estar a gusto en sus cuerpos si gustan estéticamente, y que sólo podrán gustar si reproducen un modelo rígido y estereotipado de belleza. O sea, aprenden a tratar a su propio cuerpo desde una mirada ajena que atiende, no tanto a sus posibilidades, sino a lo que le falta o le sobra para reproducir este ideal.
Esto no implica que debamos animar a una niña a que deje de usar el rosa o de ser muy coqueta, ni tampoco todo lo contrario. Se trata, más bien, de escuchar y atender a lo que siente esa niña, que es única y singular, cada vez que se arregla, sea como sea la ropa que elija ponerse: ¿Es feliz y creativa adornándose o se siente presionada para dar una determinada talla o modelo? ¿Su forma de vestirse le hace perder movilidad corporal y frescura a la hora de relacionarse o, por el contrario, le hace sentirse más viva y abierta?
Es importante, por tanto, ayudar a cada niña y a cada niño a buscar su propia manera de
expresarse estéticamente; una manera que no les haga renegar de su propio cuerpo, sino que les ayude expresar sus gustos, sentimientos o deseos también a través de la ropa, adornos, peinados, etc. Para ello, es necesario estar a su lado en su proceso de integrar la coquetería y la belleza en sus vidas, sin imponer ningún tipo de modelo, sino dándoles la posibilidad de elegir sin caricaturizar ni moldear su creatividad. Teniendo en cuenta, además, que este es un proceso cambiante.
Imaginemos a una niña que no le gusta adornarse y que suele ir siempre con pantalones, zapatillas y camisetas anchas. Es probable que alguien la tilde de ‘marimacho’, como si su manera de vestir no fuera adecuada. Imaginemos que a esa misma niña le apetece ponerse una falda. Es probable que alguien se ría de ella por el cambio que ha dado. Si esta niña se deja arrastrar por la corriente y no tiene quien escuche y entienda lo que vive y siente, tendrá un lío enorme a la hora de elegir, sentirá que, se ponga lo que se ponga, nunca elegirá bien.
Las criaturas, y también las personas adultas, descubren sensaciones y gustos diferentes en
cada edad, en cada momento vital, en cada contexto, en cada relación, en cada actividad. Lo importante es que no dejen nunca de preguntarse: ¿Cómo me apetece vestirme hoy? ¿Qué ropa, qué adorno o qué color hacen sentirme bien y me permiten expresar lo que quiero expresar en este momento concreto?
Desde ahí, tener diversidad de recursos estéticos es tener más estímulos para dar forma a
su necesidad de expresión. En el caso de los niños, esto implica, por ejemplo, animarles a experimentar qué sienten al usar colores más vivos y atrevidos, y no sólo el azul, beige, marrón o negro. O también, dejarles que disfruten maquillándose o poniéndose los zapatos de lunares de la hermana, sin regañarles por ello, ya que es su manera de acercarse a un mundo que se les tiene vedado.
Junto a la coquetería, existe algo que va más allá. La seducción es la capacidad de expresarse de tal modo que despierte atracción en otra persona, ganas de acercarse y conocer a quien se expresa así. Es un modo de hacer patente que nunca terminamos de conocer a alguien en su totalidad y convertir este hecho en un juego. Con la seducción, podemos descubrir cosas nuevas sobre lo que somos y poner en el centro de las relaciones elementos más lúdicos.
Ahora bien, existe un hilo frágil que puede llevar a que una persona opte por ponerse una
‘máscara’ que le resulte más atractiva, en lugar de mostrar algo suyo a través del juego de la seducción. No es lo mismo, por ejemplo, que una niña quiera usar determinado pantalón porque le marca sus caderas de un modo que las hace más bonitas, que querer usarlo para ocultar esas caderas que la niña considera deformes o poco atractivas.
Dejar de ser quienes son para gustar es una tarea frustrante. No son ellos o ellas quienes gustan, sino una imagen idealizada y ficticia. Y esta imagen suele quebrarse y estorbar en una relación más profunda. Por eso, es importante también atender y escuchar qué viven cuando se muestran seductores o seductoras. Qué sienten, por ejemplo, cuando se miran atentamente en el espejo haciendo diferentes gestos, posturas o pasos de baile.
Todo esto tiene que ver con la belleza. Cuando una persona resulta atractiva, de algún modo
se la ve guapa, aunque no responda al modelo estándar de belleza. Del mismo modo, hay personas que sí responden a ese modelo y, sin embargo, resultan insulsas y artificiales. Esto es así porque la belleza está allí donde una persona se siente libre, entera, cuidada, a gusto con lo que es. Darles la oportunidad de reconocer los momentos en los que se han sentido guapos y guapas, les ayudará a descubrir que cuando alguien está en su propio centro, cuando se comunica y se relaciona transmite belleza.
Una chica de 11 años tiene unos rasgos físicos que resultan muy atractivos y a muchos chicos se les ‘cae la baba’ cuando la ven. Con los niños de su edad, ella se muestra muy cercana y abierta, sin hacer ostentación de su belleza. Sin embargo, cuando sale con sus hermanos mayores, ella juega con ese poder que tiene.
Si esta niña se deja atrapar por esas miradas, probablemente terminará identificándose con
ellas, reduciendo, tanto su propia manera de ser, de expresar y de sentirse bien, a un estereotipo de belleza. Quizás, incluso, sufrirá cuando no la vean ‘perfecta’. Asimismo, si estos niños no aprenden a mirar más allá de sus rasgos físicos, no podrán descubrir lo que ella les puede aportar en relación a sus gustos, aficiones, conocimientos, formas de ser, etc. Y nada de esto significa, en ningún caso, perder el gusto por mirar un cuerpo de hombre o de mujer que se considera hermoso.

Pesos y medidas:

Existe un modelo estereotipado de belleza que circula con mucha fuerza en nuestra cultura.
Este modelo valora a los cuerpos y a cada una de sus partes conforme a unos patrones rígidos que varían en cada momento histórico y que están basados en el peso y el volumen. Cuando niñas y niños perciben que su cuerpo no responde a esas medidas, les resulta más difícil aceptarlo y cuidarlo, sobre todo cuando esta percepción va unida a calificativos por parte de los y las demás como ‘jirafa’, ‘culo gordo’ o ‘paticorta’.
De forma paradójica, junto a la idealización de la delgadez, un número significativo de niños y, en menor medida de niñas, presenta problemas de sobrepeso. Son niñas y niños que tienden a realizar actividades sedentarias y que, a menudo, comen alimentos con un gran aporte calórico y poco valor nutricional.
De modo que, en una misma clase, podemos ver a una niña que apenas come por miedo a engordar, junto a un niño que está gordo por comer de un modo desordenado e insano. Tanto en un caso como en otro, hay poca escucha y cuidado del propio cuerpo, poca atención a sus necesidades nutritivas y de movimiento, y poca valoración de su propia belleza. En el primer caso, por intentar ajustarlo a un ideal impuesto desde fuera, renegando de la singularidad de ese cuerpo concreto. En el segundo caso porque, con el afán de disfrutar de la vida y de la comida, se abandona el propio cuerpo como si fuera posible vivir al margen de él.
Todas las actividades que les permiten sentir, entender y escuchar a su propio cuerpo, les
ayudarán a no despreciarlo ni abandonarlo. Por ejemplo, si un niño siente y aprende a relacionar cómo un empacho de chocolate le quita energía o descubre el placer que le proporciona un juego divertido que implica movimiento, tendrá más claves a la hora de cuidarse.
Asimismo, en esta etapa de grandes cambios corporales, cobra especial importancia la forma
y tamaño de algunas de las partes de sus cuerpos. Por ejemplo, para algunos niños, sobre todo para los más mayores, empieza a ser significativo el tamaño de sus penes y, en algunos casos, llegan a competir entre ellos para ver quien lo tiene más grande. Detrás de estos juegos suele colarse una idea que, aunque falsa, más tarde puede llegar a afectar negativamente a su vivencia de la sexualidad: ‘a más tamaño, más virilidad y más posibilidad de disfrutar y hacer disfrutar sexualmente a una mujer’.
Entre las niñas, sobre todo a partir de los 10 u 11 años, es habitual que se fijen, comenten y conversen sobre a quién le crecen más los pechos, cómo crecen en unas y en otras, quién los tiene grandes y quién los tiene pequeños, cómo dicen que le gustan a los chicos y qué hacer para defenderse de sus agresiones.
Es necesario que tanto unas como otros tengan la oportunidad de expresar todo lo que sienten y viven en relación al aumento de volumen, peso y talla de cada parte de sus cuerpos, para que puedan comprender qué les pasa y dar a todo este proceso un sentido más sano y feliz.

El autoplacer:

A lo largo de este capítulo, hemos ido planteando diversas cuestiones que tienen relación directa con la capacidad del cuerpo para sentir gusto y placer. Cuando un niño o una niña sienten que todo su cuerpo está vivo, sienten placer. Los juegos, la risa, el agua en la piel, la coquetería y el cuidado, las caricias, etc. avivan su cuerpo y les dan placer.
Desde que nacen, experimentan formas diversas de placer en cada rincón de sus cuerpos. En este proceso, descubren sensaciones agradables y diferentes cuando se tocan sus genitales. Asimismo, a medida que crecen, toman conciencia de que esta práctica tiene significados complejos y, a veces, conflictivos en su entorno.
En general, con pocos años, ya no hace falta insistir demasiado en que la masturbación es una práctica íntima porque ya lo han aprendido. Lo que sí es necesario explicarles es que no se trata de algo dañino o negativo. Por eso, con 5 ó 6 años, si un niño o una niña siguen tocándose los genitales en público, es probable que tengan algún conflicto psicológico y/o emocional.
Un niño de 9 años le dice a su madre: ‘un niño me dijo que es malo masturbarse’. La madre
le dice que eso no es verdad, que muchas personas se masturban sin hacerse daño ni hacer daño a nadie. Le cuenta que ella también se toca la vulva de vez en cuando y siente placer cuando lo hace.
Aprovecha la situación para explicarle que, cuando él sea mayor, ‘echará un líquido’ que se llama semen y que no debe asustarse cuando le pase. Le explica, además, que cuando eche el semen es muy probable que sienta también una sensación diferente, pero muy agradable, que se llama orgasmo.
Una madre entra a la habitación de su hija de 11 años y la ‘pilla’ tocándose la vulva. La madre cierra la puerta y se va. Más tarde dice a la niña que siente haber entrado en la habitación sin avisar.
De este modo, esta madre ha transmitido a su hija que tocarse la vulva no es algo malo, pero sí una cuestión íntima. Es un tipo de situación que se puede aprovechar para decir o volver a decir que ella puede tocarse la vulva cuando quiera mientras no se haga daño ni haga que nadie se sienta mal.
Es posible, además, explicarle donde está su clítoris y cómo su estimulación, tanto directa como indirecta, produce una sensación muy placentera que puede desembocar en un orgasmo.

La expresión de los afectos:

Niñas y niños, desde que nacen, sienten la necesidad de comunicarse a través del contacto,
de tocar y sentir el tacto de las y los demás. Tocarse, besarse, abrazarse, achucharse, olerse, revolcarse en el suelo, hacerse cosquillas, poner la cabeza en la tripa de otra persona, son formas de comunicarse que suelen producir placer.
Cada cual tiene su propia sensibilidad. Esa forma de abrazar que tanto le gusta a una niña
puede que no le guste a otra, ese beso que le gustó a un niño por la mañana quizás le desagrade cuando esté más cansado. Es necesario tomarse en serio lo que sienten, ayudándoles a expresar con su cuerpo aquello que quieren sin dañar ni forzar a nadie.
Por ejemplo. Una niña de diez años suele ser un poco brusca a la hora de dar un abrazo. Se muestra así porque, en el fondo, no se siente cómoda con las caricias y los abrazos. Sin embargo, a su hermano pequeño sí que le gustan. Él suele coger la mano a su madre mientras ven la televisión, se recuesta en sus piernas y le acaricia el pelo cuando se ponen a hablar. La niña, al ver como su hermano se relaciona con su madre, siente celos y, por eso, ella también busca el contacto físico con su madre. Pero, al hacerlo de un modo forzado, tanto ella como su madre se sienten incómodas. La madre, al darse cuenta de lo que le pasa a su hija, ha decidido darle caricias y besos antes de que la niña se lo pida, y ésta, a su vez, está aprendiendo a tocar con más prudencia, sin tanta brusquedad.
Otro ejemplo. Cuando un niño le da un abrazo a su maestra, sin que aparentemente venga a
cuento, ella acoge esa propuesta y también lo abraza. Sin embargo, con los niños y niñas que no les gusta tanto el contacto físico, ella no les abraza directamente, pero sí que les toca la cabeza o busca su complicidad a través de la mirada. Todo esto le permite crear una relación de confianza donde no sientan miedo de expresarse con el cuerpo. Tras pasar un año con su maestra, algunas criaturas que antes eran más reservadas, la abrazan en momentos especiales como son el inicio de las vacaciones o su cumpleaños.
A partir de los 9 ó 10 años, muchos niños se sienten violentos cuando alguna persona adulta les abraza o besa en espacios públicos. Dicen ‘¡aquí no!’ Esto ocurre cuando empiezan a sentir que los besos son ‘cosas de niñas’. Sin embargo, a muchos de estos niños sí les gustan los besos y abrazos que se dan dentro de casa, donde no son vistos por otros niños. Es decir, no es que no les guste este tipo de expresión afectiva, lo que no les gusta realmente son las burlas de los otros niños.
Por eso, no es extraño que muchos niños expresen la afectividad entre ellos dándose toques en la espalda o pequeños golpes en los brazos o en la cabeza. Los besos, a medida que crecen, suelen dejar de formar parte de su mundo relacional y ellos suelen mostrarse menos cómodos cuando otro niño les besa. Aunque, afortunadamente, cada vez son más los niños que se atreven a expresar su afecto también con besos y abrazos.
Algunos niños, cuando besan, lo hacen de forma impulsiva tanto a niñas como a niños, sin pedir permiso y, a veces, sin medir sus fuerzas. Por ello, es necesario que ensayen otras maneras de abrazar sin tener que abalanzarse sobre alguien que a lo mejor no quiere ese abrazo.
Por su parte, el contacto físico como un modo de expresar sentimientos suele ocupar un lugar importante en las relaciones que las niñas establecen entre sí. Ellas suelen abrazarse con más suavidad y, una parte significativa de su expresión afectiva, está relacionada con el cuidado. Por ejemplo, pueden pasarse horas y horas peinando a otra niña, a su cuidadora o a su abuela. Aunque también hay niñas a las que les cuesta relacionarse a través del contacto físico y que a veces se sienten obligadas a hacerlo sin que ese sea su deseo.
Para aprender a escuchar y a entender lo que sienten las personas con las que mantienen un
contacto físico, necesitan saber distinguir también los contextos y sus códigos. Hay un niño que está acostumbrado a besar en los labios a su padre, a su madre y a su hermano. Ese niño tiene que saber que, en la mayoría de los contextos, no es habitual darse besos en los labios y que a muchas personas les puede sentar mal si alguien les besa de este modo. Él tendrá que descubrir que el beso en los labios es un contacto más íntimo y que, si alguien le pide un beso, es mejor dárselo en la cara.
La afectividad tiene que ver también con cómo expresan sus enfados, su malestar o sus conflictos.
Son emociones y sensaciones a las que tienen que dar salida, no sólo con la palabra, también con el cuerpo. Un día, una niña llegó a clase con una fuerte tensión. A la hora de volverse a casa, su padre la vino a buscar y ella, al verlo, se desmayó. Las maestras sospechan que este hombre es un maltratador. Esta niña es muy callada y tranquila. Ella podría haberse puesto a pegar patadas a un balón o podría haber llorado, sin embargo, se desmayó. Su hermano, en cambio, es un niño hiperactivo. Cuando él vio que su hermana se desmayaba, se puso a llorar.
Si un niño expresa su agresividad dando patadas, pero sin hacer o hacerse daño, está dando
salida a algo que lleva dentro. Es importante acoger su enfado, escucharle, dar la posibilidad de que ponga palabras a lo que siente. También es necesario explicarle que no es malo estar enfadado, ya que si piensa de sí mismo que es una mala persona por pegar patadas, su malestar se hará aún mayor. Decirle que todo el mundo tiene momentos en los que se cansa o se enfada, y que dar una patada es una manera de expresar estas sensaciones de la misma forma que dar un abrazo es mostrar afecto, es un modo de ayudarle a entender y aceptar lo que vive y siente en cada momento.
Es una pena que no siempre puedan ni sepan expresar qué les pasa con palabras, pero esta
mudez se hace más aguda aún cuando sus mayores no aceptan o no les dan la oportunidad de expresar su tristeza, enfado o malestar con el resto del cuerpo.

Sentir que sí / sentir que no:
(Este título está tomado del audiovisual: National Film Board: “Sentir que sí, sentir que no”. Fundación Serveis de Cultura Popular. Barcelona, 1997.)

Descubrir el placer que da el contacto corporal no implica sólo aprender a respetar lo que
sienten las otras personas, sino también saber cuándo a uno o a una le gusta y no le gusta que las demás personas le toquen. Esto que parece sencillo, no lo es del todo. A menudo, las ideas sobre lo que ‘me debe gustar’ o lo que ‘no me debe gustar’ se sobreponen a lo que una niña o un niño sienten realmente. Por ejemplo, un niño puede sentir que no le apetece dar un beso a un niña que se lo propone, pero a la vez siente que es una oportunidad que no puede perder y que, si no lo hace, puede que algunos de sus amigos se rían de él. Tal vez, este niño termine besando a la niña sin saber muy bien por qué lo hace ni qué siente realmente cuando ella le besa.
En una clase de segundo de primaria, los niños quisieron besar a las niñas, y se pusieron a besarlas a lo loco, sin límites, sin saber hasta dónde podían tocar, besar y explorar el cuerpo de ellas. En la asamblea semanal, la maestra les dijo: ‘sé que ahora estáis jugando a los novios y a las novias, ¿me queréis contar esto?’ Y se pusieron a hablar porque sintieron un clima de confianza donde no se les iba a regañar por lo que hicieron. La maestra les hizo reflexionar sobre algunas ideas: ‘el cuerpo es de cada uno o de cada una y hay que respetarlo y no podemos tocar el cuerpo de otra persona si la otra persona no quiere’. Pero, para poder decir que sí o que no a una propuesta de contacto y afecto, tendrán primero que aprender a saber qué quieren, por qué besan o abrazan a quien besan o abrazan, qué sienten en cada beso, caricia y abrazo, etc. Además, es algo que tendrán que preguntarse una y otra vez porque, por ejemplo, a una niña le puede gustar que le besen en la mejilla pero no que se lo haga determinado niño, o que este niño le dé un beso cuando ella está enfadada.
Una niña de 11 años se enamoró de un chico de su edad. Empezaron una relación de noviazgo
en la que ella estaba muy contenta e ilusionada, pero, a las pocas semanas dejó de hablar de él. Su madre le preguntó si había pasado algo y ella le dijo que él era un tonto, que ya no le gustaba ese chico. Los demás chicos la llamaron ‘puta’ porque ella había besado una vez a su novio y éste había alentado estos comentarios.
Esta niña supo reconocer sus sentimientos, aunque éstos fueran complejos y dolorosos. Lo hizo, además, con mucha madurez, porque supo ver claro que le apeteció besar a este chico cuando él la trató bien, pero no cuando él la trató mal. Es síntoma de buena salud que a una niña o a un niño les apetezcan besar a alguien cuando sienten que existe complicidad y cariño, y que rechacen las muestras de afecto de alguien que sienten que les utilizan, que les tratan con desprecio o que no saben respetar su intimidad.

La menstruación:

La edad en la que las niñas tienen su primera menstruación es cada vez más temprana.
Este es un acontecimiento importante en sus vidas, y también para sus amigas o hermanas que
aún no han menstruado, ya que les da la oportunidad de conocer más de cerca algo que más
pronto o más tarde también les sucederá. Saber que no hay una edad óptima para que una
niña empiece a menstruar, que cada una empieza a una edad diferente y que esto no significa
en ningún caso que unas niñas sean más atractivas, más mujeres o más sanas que las otras,
les ayuda a ser cómplices entre sí en vez de separarse o dividirse en función de su desarrollo corporal.
La experiencia de la menstruación les supone sentir y cuidar su cuerpo de un modo diferente.
Asimismo, les hace pensar y tomar una mayor conciencia sobre esa capacidad del cuerpo femenino de engendrar y dar luz a una nueva vida. Conectar con esa posibilidad de su propio cuerpo les permite relacionar la menstruación con la creatividad. Ahora bien, es fundamental que esta información se transmita con sumo cuidado, de modo que ellas no interioricen la idea de que ser mujer implica la obligatoriedad de ser madre, sino sólo una posibilidad.
Explicar en qué consiste la menstruación supone desechar cualquier mito que les invite a pensar que la regla es capaz de producir situaciones nefastas como, por ejemplo, estropear las plantas cuando se riegan, cortar la mayonesa o aguar el vino. Asimismo, es importante para una niña saber que la menstruación no implica limitaciones para lavarse o para jugar, más bien al contrario, ya que la higiene y el ejercicio físico son positivos en estos periodos.
Una parte significativa de nuestra cultura ha relacionado la menstruación con la enfermedad.
Eso se hace patente cuando una mujer, para decir que está menstruando, dice: ‘estoy mala’. En una clase de sexto de primaria, el profesor pregunta a su alumnado si sabe qué es la regla. Un niño toma la palabra y dice: ‘si el espermatozoide no fecunda al óvulo, el óvulo se pone pocho y se muere’. Si el profesor le hubiera dejado, este niño hubiese seguido escenificando este acontecimiento como si se tratara de una película de terror, con un vocabulario de muerte y anormalidad, y con una visión muy androcéntrica (*) . Este profesor les explicó que los espermatozoides también mueren cuando no fecundan pero, del mismo modo que el óvulo, no porque se pongan enfermos, sino porque ya han vivido lo que tenían que vivir.
Desmitificar la regla y explicar en qué consiste esta experiencia antes de que una niña la viva por primera vez, es facilitar que ella integre este hecho sin miedo ni vergüenza y, por tanto, que se sienta bien en su cuerpo de mujer. Esta información también es importante para los niños. Les permite reconocer y valorar un poco más el cuerpo femenino y saciar algunas de sus dudas.
Una manera de iniciar esta conversación es dejar a la vista las compresas y los tampax. Probablemente sentirán curiosidad por estos objetos y ésta será una buena oportunidad para que una madre cuente a su hija o a su hijo qué le pasa en los días en los que las compresas aparecen en los cubos de la basura, cómo se siente ante la posibilidad de volver a ser madre, de dónde viene esa sangre que sale por la vagina y que nada tiene que ver con heridas o enfermedades.
Pero como toda información que se aporta a estas edades, es probable que queden lagunas,
ideas mal entendidas, o suposiciones que nada tienen que ver con la información dada. Una madre se dio cuenta de que su hija de 9 años estaba ya bastante desarrollada, y decidió volver a hablarle sobre la menstruación. Esta niña ya tenía mucha información sobre la regla, pero se quedó sorprendida cuando su madre le dijo que podría empezar a menstruar en cualquier momento. Ella estaba convencida de que era algo que sucedía a los 18 años porque, para ella, a esa edad, ocurrían muchas cosas, como sacarse el carné de conducir, irse de casa o quedarse embarazada. Fue, por tanto, una oportunidad para deshacer este malentendido que le podría haber supuesto un gran susto.
Otro ejemplo. Un niño de 6 años le contó a su madre que en el colegio, durante el recreo, estuvo cuidando la puerta del baño para que su novia, de 6 años también, pudiera cambiarse porque tenía la regla. La niña había traído a la escuela tampax y compresas de su madre y había estado jugando a tener la regla. La madre del niño le dijo: ‘Pero hijo, ¿tú sabes qué es tener la regla? Y él dijo: ‘Sí, que te sale sangre por la vagina’. La madre aprovechó para explicarle que esto sólo les pasa a las niñas cuando son más mayores.

La reproducción humana:

El cambio que se produce en el cuerpo de una niña en el momento que empieza a menstruar
es radical: ya le es posible ser madre. Aunque también es cierto que, en la mayoría de los casos, su cuerpo aún no está preparado del todo para albergar a un bebé sano. Asimismo, su edad, recursos materiales, madurez o proyectos de futuro no son compatibles con la maternidad.
Todo esto nos lleva a pensar en la necesidad de desmitificar la maternidad. No se trata de que una niña sienta que tiene muy mala suerte por ser mujer y, por tanto, por poder quedarse embarazada, reduciendo esa capacidad extraordinaria de su cuerpo a un sentimiento de horror y malestar.
Pero tampoco de idealizar la maternidad, ocultando el esfuerzo y el trabajo que suponen sacar una vida adelante, o inculcándoles la idea de que ser madre es lo que realmente da sentido a la vida de una mujer.
Aunque resulte fascinante y emocionante, el embarazo y el nacimiento de un bebé es sólo el
inicio de una relación con una nueva vida que, por sí misma, no garantiza realización personal ni felicidad. La maternidad, por arte de magia, no da sentido a una vida ni tampoco a una relación de pareja. Es más bien al contrario. Cuando una mujer se siente fuerte, madura, que su vida tiene sentido, y decide ser madre, podrá vivir esta experiencia con responsabilidad y de tal modo que le haga sentir bien.
Tanto a unas como a otros les fascina descubrir su propio origen, todo lo que ha sucedido
para que fuera posible su nacimiento. Aunque, por cuestiones obvias, a las niñas les interesa de forma especial cómo pueden quedarse embarazadas y, por ello, suelen preguntar más sobre esta cuestión. Pero, es muy importante que los niños entiendan que, si más adelante deciden tener relaciones coitales, ellos también tienen una gran responsabilidad ante un posible embarazo de su pareja.
Hablar sobre estos temas produce una mezcla de inquietud, risas, vergüenza y curiosidad. En
cualquier aula donde se muestren cuerpos de hombres y mujeres desnudos o se hable de besos,
semen o procreación, surge algún tipo de alboroto, esta es su forma de mostrar esta mezcla de sentimientos. Es importante aceptar que esto es parte del proceso y no pretender que se comporten como si les resultara natural hablar sobre sexualidad cuando en realidad no es así, sobre todo teniendo en cuenta que a la mayoría de las personas adultas también les resulta difícil.
Las niñas y los niños están perfectamente preparados para comprender la relación entre el
coito y el origen de la vida. Un clima de confianza permitirá que pregunten sobre aquello que no terminan de entender y que expresen lo que sienten al imaginarse este proceso. Mostrar esta información de un modo aséptico, desligado de sus sentimientos es convertir la sexualidad y, en este caso, la reproducción humana, en un tema desligado de la vida y la experiencia concreta de mujeres y hombres, de ellas y de ellos.
A veces, sus propias preguntas tienen un tono más aséptico. Pero, incluso en estos casos, es interesante poner algo de emoción y vida a la respuesta. Por ejemplo, si nos preguntan ‘¿qué es eso del óvulo y del espermatozoide?’ Podemos hablarles de cómo son estas células y de la carga genética que albergan, pero podemos contarles también que el óvulo es la célula más grande del cuerpo humano, que las niñas han nacido con muchísimos óvulos, pero que sólo una parte de ellos maduran para hacer posible sus menstruaciones, y que cuando las hormonas empiezan a funcionar para hacer posible todo esto generan sensaciones diversas en el cuerpo femenino.
O si nos preguntan ‘¿cómo es posible que el pene se alargue tanto antes de entrar en la vagina?’
Podemos hablarles de terminaciones nerviosas, del dolor que se siente cuando se daña esa zona, y también de la relación entre ese hecho y el placer o excitación de un chico.
En determinadas circunstancias, al no tener asimilada la información suficiente, las criaturas se sienten desconcertadas. Una niña de 8 años, asustada, le dijo a su maestra: ‘¿Cuántos agujeros tenemos las niñas? ¿Por dónde sale el bebé? ¡Qué daño!’ Ella no sabía cómo era la vagina ni que ésta podía aumentar su tamaño y, por tanto, sentía algo parecido que si le hubieran dicho que los bebés salen por las orejas. La clase se quedó fascinada cuando la maestra les explicó la elasticidad de la vagina y la niña se quedó orgullosa de tener algo tan fantástico en su propio cuerpo.
Otras veces, sus inquietudes se sitúan a un nivel más emotivo. Un niño de 9 años le dijo a su madre: ‘¡Me han dicho que tienes que meter el pene dentro de la chica! ¡Pues yo no lo pienso hacer!’.
La madre le preguntó por qué decía eso y el niño dijo: ‘¿Cómo voy a juntarme de esa manera
con una niña si no nos juntamos ni para jugar?’ La madre le dijo que no tenía por qué hacerlo nunca, a no ser que le apeteciera mucho y a la chica que estuviera con él también. Le explicó que, a veces, cuando un hombre y una mujer se sienten muy a gusto cuando están cerquita y sienten cosas agradables al tocarse, sienten ganas de practicar el coito y disfrutan con ello. Le contó que eso fue lo que le pasó a ella cuando se quedó embarazada de él. Finalmente, le dijo que las parejas que eligen practicar el coito no lo hacen sólo para tener bebés, muchas lo hacen sólo porque les gusta, pero, en todo caso, no es algo que niñas y niños deban hacer porque sus cuerpos aún no están preparados para ello y se pueden hacer daño.
Invitar a las niñas y a los niños a sacar el mayor jugo posible a la experiencia de crecer, conocerse y madurar, es ayudarles a prevenir embarazos tempranos. Esto nos lleva también a la necesidad de explicarles, no sólo de donde vienen los niños y las niñas, sino también de cómo hacer para que no vengan.
Tener hijas e hijos es una elección, algo que podrán vivir cuando sean mayores y, cuanta mejor información, más libertad tendrán para elegir realmente si quieren o no vivirlo. Para que esto sea posible, tienen que tener claro que, de todas las prácticas sexuales, sólo aquellas que hacen que el semen entre en contacto con un óvulo dan lugar a un embarazo. O sea, con un simple beso o una caricia debajo de la ropa no hay peligro de embarazo.
Asimismo, necesitan saber que es posible embarazarse la primera vez que se practica el coito, tanto si se hace de pie como en cualquier otra postura, si la chica está menstruando o no, si ella ha tenido orgasmo o no, o si el chico ha dado la ‘marcha atrás’ o no. Si no se usan correctamente métodos anticonceptivos adecuados y se practica el coito, siempre hay un riesgo de embarazo. Sin olvidar que, a veces, los métodos anticonceptivos también fallan.
Si comprenden que el semen, cuando sale por el pene, lleva espermatozoides y que, cuando
éstos entran en contacto con el óvulo, se puede iniciar un embarazo, podrán comprender también que, si un hombre se pone un preservativo, estará evitando que esto suceda. Un niño de 8 años le dice a su tía: ‘¡Qué suerte tienes de no tener hijas ni hijos!’ Ella le responde: ‘No es una suerte, es una elección’. Ante esta respuesta, el niño dice: ‘Ya lo sé, usas condón’. Y su tía le pregunta: ¿Qué es el condón? Y él, muy serio, le dice: ‘Un plástico que se pone en las mujeres para que no salga la cabeza del bebé para fuera’. Tras esta afirmación, este niño y su tía tuvieron una larga charla sobre la concepción y anticoncepción.
Es importante insistir en que pueden disfrutar en una relación sexual con otra persona sin coito, que no lo tienen que practicar si no lo quieren o no se sienten preparadas o preparados y que, sobre todo cuando ya tienen 11 ó 12 años, sepan cómo se usa un preservativo para que, más adelante, no se lleven sustos innecesarios.
Sin olvidar que, a estas edades, la noción de riesgo no les resulta fácil de asimilar. Muchas chicas y muchos chicos aceptan que la posibilidad de embarazo está ahí, pero hay algo que les dice ‘a mí no me va a pasar’, ‘fulanita lo hizo una vez y no se quedó embarazada, ¿por qué tendría que tocarme justo a mí?’. Por todo ello, es necesario crear el clima adecuado para que puedan expresar esa sensación, para ayudarles a conectar sus deseos con la realidad y a vivir una sexualidad feliz, acorde a su edad, sin riesgos y sin ensoñaciones.

(*) Se llama androcentrismo a la forma de representar el mundo que considera las experiencias, cuerpos, deseos y necesidades masculinas como representativas del conjunto de la humanidad, ocultando lo vivido por las mujeres o tratándolo como una excepción a la regla.

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