Psicologia del desarrollo: edad adulta, delimitación del campo (motricidad, sensorialidad, memoria,etc.)

Delimitación del campo.

Referiremos al ámbito más cercano a la persona, a sus propias competencias, sobre todo, las sensoriales y cognitivas que, como hemos visto, son las variables quizá más trabajadas en las investigaciones sobre el desarrollo de la edad adulta y la vejez. En general, los estudios actuales indican que el desarrollo de las capacidades visuales y auditivas decrecen en la edad adulta, a partir de los 40 años (Fozard y Gordon-Salant, 2001). Los cambios causados por la edad en la anatomía y fisiología del sistema auditivo influyen directamente en la capacidad auditiva individual. La presbiacusia (pérdida del oído en la zona de las altas frecuencias) es la dificultad auditiva que se observa más frecuentemente en las personas mayores, mientras que las frecuencias bajas se perciben relativamente bien. A edades avanzadas, también suele aparecer el zumbido. Este suele manifestarse junto a la presbiacusia ocasionada por la exposición a un ruido excesivo.
La reducción de la capacidad visual acontece, en general, en más de la mitad de las personas mayores de 75 años. Pueden sobrevenir cambios en la sensibilidad para los contrastes (cerca de un 6% de reducción anual, a partir de los 65 años), en la adaptación a la oscuridad, en la percepción de colores o en las capacidades y habilidades de acomodación. Con el envejecimiento, el cristalino adquiere espesor, perdiendo plasticidad y capacidad de acomodación (presbiopía). Normalmente, no puede acomodarse a los objetos que están muy lejos o muy cerca. También se produce una disminución del tamaño de la pupila (miosis), y esta responde más lentamente, disminuyendo la capacidad del ojo para ajustarse a los cambios repentinos de luz. Además, suele aumentar la frecuencia de las cataratas, glaucoma y degeneración macular.
Las conductas motoras se vuelven más lentas, aunque existen grandes variaciones.
En la investigación sobre tiempos sencillos de reacción, se consigna un 25% más de lentitud en las personas mayores de 65 años, en comparación con personas más jóvenes (Ketcham y Stelmach, 2001). Las mediciones del equilibrio muestran que la inestabilidad aumenta y con ella la mayor probabilidad de una caida. También disminuye el empleo de las informaciones propioceptivas, es decir, sobre la situación del cuerpo en el espacio. Estos efectos podrían producirse por una innervación más lenta o una disminución de las fuerzas musculares necesarias para mantener la estabilidad.
La capacidad cognitiva es uno de los recursos centrales y quizá mejor investigados en las personas mayores. Los recursos cognitivos se dividen en una serie de subprocesos y solo una observación bien diferenciada puede aclarar los fenómenos de su desarrollo.
En el ámbito de la inteligencia, existen grandes diferencias interindividuales. Un estudio pionero en el desarrollo de la inteligencia adulta que sigue proporcionando nuevos datos es el "Seattle Longitudinal Study" (Schaie, 1996). Este estudio investiga el desarrollo cognitivo, a través de distintas dimensiones intelectuales. Schaie pudo demostrar con sus mediciones los cambios debidos a la edad en las cinco capacidades primarias de la inteligencia (pensamiento inductivo, orientación espacial, habilidad numérica, capacidad verbal y fluidez verbal).
La variabilidad y diferenciación que aparecen en las dimensiones intelectuales llevan de la mano a la cuestión de si existe algún ámbito en las capacidades que pueda alcanzar un alto rendimiento en la edad adulta y la vejez. Ello condujo a investigar otros aspectos de la inteligencia, como la "sabiduría" o la "inteligencia práctica". La inteligencia práctica se refiere a las tareas necesarias para una vida autónoma, por ejemplo, la interpretación de mapas, planes de viaje, instrucciones de las recetas médicas o la declaración de la renta. Efectivamente, en estos aspectos aparece una gran estabilidad en la edad adulta. Las personas mayores son equiparables en esto a las más jóvenes. Quizá la razón de ello se encuentre en que se trata de tareas relativamente sencillas que no necesitan de la totalidad de los recursos intelectuales.
Por otra parte, los valores medios en el descenso y limitación de la inteligencia práctica se debe sin duda al mayor número de personas dementes que aumenta con la edad.
Staudinger y Baltes (1996) definen la sabiduría como el conocimiento experto en las cuestiones vitales. Una persona sería sabia, según esta definición, cuando tiene un mayor conocimiento de los hechos al dirimir situaciones conflictivas, cuando domina mejores estrategias ante las consecuencias de una toma de decisiones, cuando considera todos los aspectos del entorno estableciendo prioridades o cuando reconoce las inseguridades de la vida para poder salvarlas. También en esto ha podido demostrarse que en los grupos de edad entre los 20 y los 89 años no existe ningún efecto achacable a la edad. Las personas mayores se equiparan a los jóvenes en la solución de problemas, a base de la sabiduría.
La investigación de la memoria tiene una larga tradición parecida a la de la inteligencia.
La memoria constituye una premisa central para formarse la identidad y la autonomía, convirtiéndose así, a lo largo de todas sus dimensiones, en algo decisivo para las personas adultas. Desde el punto de vista psicológico general, pueden distinguirse en ella diversos aspectos que suelen resumirse en memorizar, almacenar y recordar informaciones y experiencias.

La memoria procedimental se dirige a aprender y recordar habilidades cognitivas o motoras, como conducir un coche, contar, deletrear o leer. Estas habilidades poseen un fuerte componente de automatismos y no exigen recordar explícitamente el momento en que fueron adquiridas. Por eso, se habla también de procesos implícitos de memoria, en oposición a los procesos explícitos ("Recall" y "Recognition") tan necesarios para recordar la información. Curiosamente, en el rendimiento de los procesos implícitos no surgen cambios con la edad (Park y Schwarz, 2000).
La memoria primaria intenta recordar las informaciones presentadas de una vez. El hecho de su limitada capacidad explicaría por qué se recuerdan mejor las últimas palabras escuchadas de una lista y no las primeras (Recency-Effekt). En este tipo de memoria existen diferencias mínimas debidas a la edad. Por el contrario, la diferencia de edad juega un gran papel en la memoria de trabajo necesaria para recordar y elaborar simultáneamente las informaciones. En la práctica, esto quiere decir que no existiría ningún problema con el aumento de la edad para recordar un número de teléfono; pero si se tratase de tener presente ese número y a la vez elaborar simultáneamente otras informaciones, la edad podría ser determinante.
La memoria episódica concierne a la capacidad de recordar los acontecimientos autobiográficos recientes. Esto se investiga por medio de la libre reproducción de listados de palabras, frases, historietas o imágenes. Efectivamente, los resultados correlacionan con los cambios de edad. Estos cambios son mayores en comparación con otros tests de memoria, como los de memoria procedimental o semántica. Las diferencias de edad aumentan con las dificultades para elaborar la información. Si se ofrece un apoyo para esa elaboración, las personas mayores se benefician en mayor grado que los jóvenes. La memoria semántica se refiere a la capacidad de poder recordar un conocimiento objetivo. En relación, por ejemplo, con los conocimientos generales -un subtest de un muy extendido test de inteligencia para adultos- apenas aparecen diferencias, en relación con la edad o, en todo caso, se decantan a favor de las personas mayores. De todas formas, las dificultades para recordar nombres de personas son características de las personas mayores que las consideran como una problemática típica de la edad. Esto quizá se deba al hecho de que hablando de conocimientos generales, si no se recuerda un término o una palabra, siempre puede ser sustituida por otra; algo imposible, al tratarse de los nombres de las personas.
La memoria espacial presenta también diferencias, cuando se habla de entornos que resultan familiares. Las personas mayores, por lo general, se orientan bien en un entorno, aunque no sean capaces de describirlo verbalmente.
La memoria autobiográfica atañe a los recuerdos de los acontecimientos vividos. Es típico que las personas mayores recuerden con exactitud las circunstancias de su niñez que para ellas permanecen intactas. Generalmente, suelen ser acontecimientos muy concretos y marcados. Llama la atención que los recuerdos más frecuentes estén datados entre los 10 y los 30 años. Quizá estos recuerdos están unidos a contenidos emocionales. Si se toman en consideración acontecimientos sin ninguna relación personal, tanto los jóvenes como los mayores recuerdan las cosas peor, cuanto más distanciadas están en el tiempo.
La memoria prospectiva, es decir, la capacidad de recordar que uno debe poner en práctica lo que tenía intención de hacer se convierte en uno de los problemas diarios más comunes (Kliegel y Martin, 2003). Este hecho es, en esencia, independiente de la edad y de la situación vital de una persona. Sin embargo, tratándose de los mayores, estas tareas típicas diarias les acarrean diversos problemas con resultados negativos para su situación particular o su salud, por ejemplo, para la toma de medicamentos o las visitas al médico (Park, Hertzog, Kidder, Morrell y Mayhorn, 1997).
A pesar de que los datos empíricos al respecto suelen ser contradictorios, aparecen indicios de un receso de la memoria prospectiva en la vejez. Huppert, Johnson y Nickson (2000) investigaron, en uno de los estudios más populosos, a 11.956 personas de 65 años y mayores sobre la memoria prospectiva, con la ayuda de un screening. Solo un 54% de los participantes pudieron solucionar las tareas con éxito. Los análisis del efecto "edad" demostraron una caída clara y lineal del rendimiento con el aumento de la edad. Los autores del estudio encontraron también una clara relación de la memoria prospectiva con la sintomatología demencial. Teniendo en consideración las variables demográficas más relevantes
(sexo, formación, estatus socioeconómico, etc…), las personas diagnosticadas con demencia débil presentaban un 88% de riesgo acusado de no poder superar las tareas de memoria prospectiva.
Otro campo bastante estudiado es el del aprendizaje. Las personas mayores pueden aprender con éxito diversas habilidades, pero deben dedicar a ello más tiempo, quizá por una escasa formación anterior.
En los aprendizajes verbales, como la adquisición de un nuevo idioma o de nuevas asociaciones entre nombres y rostros, se detecta que las personas mayores asocian, por ejemplo, los pares de palabras, pero con un mayor esfuerzo y un tempo más lento. También aparece la importancia de las condiciones del propio contexto del aprendizaje. Las diferencias de rendimiento entre las distintas edades suele ser menor, cuando los sujetos pueden elegir por sí mismos los tiempos de trabajo o de respuesta.
No existen, por tanto, fronteras para el aprendizaje, si bien cambian con la edad las condiciones de un aprendizaje efectivo. Al mismo tiempo, conviene tener en cuenta las posibilidades de los potenciales insuficientemente desarrollados.
Al hilo de lo expuesto hasta el momento, también podría hablarse de la parte positiva de las capacidades cognitivas en la edad adulta y la vejez. El desarrollo no corre por libre, sino que cabe influir en él de manera activa y preventiva.
Desde el punto de vista de la modificabilidad o plasticidad del rendimiento cognitivo en edades adelantadas, uno puede preguntarse hasta dónde se puede actualizar o mejorar el rendimiento intelectual y de la memoria con el entrenamiento. En el se cuestionó, si podrían mejorarse algunas capacidades primarias con el entrenamiento. Con un training en estrategias de cinco de horas de duración pudieron conseguirse progresos significativos en los campos entrenados, pero sin ningún transfer a otros ámbitos, resultando así ser específicos.
Las mejoras permanecían todavía diez meses después. En una investigación posterior con el mismo training, se estudió, si las personas que habían manifestado un descenso de al menos un punto en una de las capacidades primarias podrían equilibrar parcialmente esa pérdida con un nuevo training. Es lo que sucedió a unas dos terceras partes de los sujetos. Es más. Un 40% de ellos recuperó el rendimiento alcanzado 14 años atrás. El seguimiento, siete años más tarde, demostró la superioridad del grupo entrenado y la repetición del training mejoró todavía más su ventaja. Como se ve, un entrenamiento adecuado puede recuperar buena parte de las pérdidas. Pero siguiendo con esta cuestión, cabe preguntarse: ¿puede aumentar todavía el rendimiento en las personas que han alcanzado ya un nivel relativamente alto? El Programa "Autonomía en la edad adulta" (SIMA; Oswald, Hagen, Rupprecht y Gunzelmann, 2003) intentó dar una respuesta. Con una muestra inicial de 375 sujetos entre 77 y 93 años, sin daños cognitivos, y su correspondiente grupo de control se estudió el efecto de un training de memoria (20 sesiones) en combinación con otro motórico (22 sesiones). Los participantes mejoraron en varios ámbitos entrenados, por ejemplo, en la atención y en el tempo para la elaboración de la información. Sin embargo, no se observó ningún transfer en los campos no entrenados. En los continuos seguimientos anuales, se demostró que muchos de los sujetos seguían manteniendo los niveles adquiridos en el training.
Finalmente y en este mismo contexto, puede ser interesante saber, si el rendimiento de las personas mayores puede alcanzar los mismos niveles de la época de su juventud. Para ello se trabaja con el método "Testing the Limits", en el que los sujetos ejercitan una y otra vez una habilidad, hasta que dejan de observarse nuevos progresos. En un estudio de Kliegl, Smith y Baltes (1989) en que se entrenaba (20 sesiones) la reproducción de listados pudo demostrarse que las personas mayores conseguían mejoras masivas, superando a los sujetos no entrenados. Esto indicaría que la falta de ejercicio podría considerarse como una causa fundamental de los cambios observados, en relación con la edad. Por otro lado, las mejoras de las personas más jóvenes eran superiores a las de las personas mayores, lo que volvería a apoyar la gran importancia del ejercicio de capacidades y habilidades.