Psicología de las masas por Gustave Le Bon. Primera parte: El alma de las masas (capítulo 1)

Psicología de las masas por Gustave Le Bon 

Primera parte: El alma de las masas

CAPÍTULO 1

CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LAS MASAS. LEY PSICOLÓGICA DE SU UNIDAD MENTAL

En su acepción corriente, el vocablo masa, en el sentido de muchedumbre, representa un conjunto de individuos de cualquier clase, sean cuales fueren su nacionalidad, profesión o sexo, e independientemente de los motivos que los reúnen.

Desde el punto de vista psicológico, la expresión masa asume una significación completamente distinta. En determinadas circunstancias, y tan sólo en ellas, una aglomeración de seres humanos posee características nuevas y muy diferentes de las de cada uno de los individuos que la componen. La personalidad consciente se esfuma, los sentimientos y las ideas de todas las unidades se orientan en una misma dirección. Se forma un alma colectiva, indudablemente transitoria, pero que presenta características muy definidas. La colectividad se convierte entonces en aquello que, a falta de otra expresión mejor, designaré como masa organizada o, si se prefiere, masa psicológica. Forma un solo ser y está sometida a la ley de la unidad mental de las masas.

El hecho de que muchos individuos se encuentren accidentalmente unos junto a otros no les confiere las características de una masa organizada. Mil sujetos reunidos al azar en una plaza pública, sin ninguna finalidad determinada, no constituyen en absoluto una masa psicológica. Para adquirir las correspondientes características especiales, es precisa la influencia de determinados excitantes cuya naturaleza hemos de determinar.

La disolución de la personalidad consciente y la orientación de los sentimientos y pensamientos en un mismo sentido, que son los primeros rasgos de la masa en vías de organizarse, no implican siempre la presencia simultánea de varios individuos en un mismo lugar. Millares de sujetos separados entre sí, en un determinado momento y bajo la influencia de ciertas emociones violentas (un gran acontecimiento nacional, por ejemplo), pueden adquirir las características de una masa psicológica. Un azar cualquiera que les reúna bastará entonces para que su conducta revista inmediatamente la especial forma de los actos de masa. En determinados momentos de la historia, media docena de hombres pueden constituir una muchedumbre psicológica, mientras que centenares de individuos reunidos accidentalmente podrán no formarla. Por otra parte, un pueblo entero, y sin que haya aglomeración visible, se convierte en ocasiones en masa, bajo la acción de alguna influencia.

Una vez formada, la masa psicológica adquiere características generales provisionales, pero determinables. A estas características generales se añaden otras particulares, que varían según los elementos que la compongan y que pueden modificar su estructura mental.

Las masas psicológicas son, por tanto, susceptibles de clasificación. El estudio de esta última nos mostrará que una muchedumbre heterogénea, compuesta por elementos distintos entre sí, presenta rasgos comunes con las masas homogéneas, formadas por elementos más o menos similares (sectas, castas y clases), por caracteres comunes, y junto a éstos por particularidades que permiten diferenciarlas.

Antes de ocuparnos de las diversas categorías de masas, vamos a examinar las características comunes a todas ellas. Operaremos como el naturalista, comenzando por determinar los rasgos generales de los individuos de una familia, y luego los particulares que diferencian a los géneros y las especies que se incluyen en ella.

El alma de las masas no es fácil de describir; su organización varía, no solamente con arreglo a la raza y la composición de las colectividades sino también según la naturaleza y el grado de las excitaciones a que está sometida. Por otra parte, la misma dificultad se presenta en el estudio psicológico de un ser humano cualquiera. En las novelas, los individuos se manifiestan con un carácter constante, pero no sucede así en la vida real. Tan sólo la uniformidad de los medios ambientes crea la igualdad aparente de los caracteres. He demostrado en otro lugar que todas las constituciones mentales contienen modos de ser potenciales que pueden revelarse bajo la influencia de un brusco cambio de medio ambiente. Así, entre los más feroces miembros de la Convención se encontraban inofensivos burgueses que, en circunstancias corrientes, habrían sido pacíficos notarios o virtuosos magistrados. Una vez transcurrida la tormenta, recuperaron su carácter normal. Napoleón halló entre ellos sus más dóciles servidores.

Ya que no podemos analizar aquí todas las etapas de formación de las masas, las estudiaremos, sobre todo, en la fase de su completa organización. Veremos así en qué pueden convertirse, pero no lo que siempre son. Únicamente en esta fase avanzada de organización se superponen, al fondo invariable y dominante de la raza, ciertas características nuevas y especiales, dando lugar a que todos los sentimientos y pensamientos de la colectividad se orienten en idéntica dirección. Tan sólo entonces se manifiesta la que anteriormente he denominado ley psicológica de la unidad mental de las masas.

Las masas tienen diversas características psicológicas comunes con los individuos aislados; otras, por el contrario, no se encuentran sino en las colectividades. Vamos a estudiar primeramente estas características especiales, a fin de mostrar su importancia.

El hecho más llamativo que presenta una masa psicológica es el siguiente: sean cuales fueren los individuos que la componen, por similares o distintos que puedan ser su género de vida, ocupaciones, carácter o inteligencia, el simple hecho de que se hayan transformado en masa les dota de una especie de alma colectiva. Este alma les hace sentir, pensar y actuar de un modo completamente distinto de como lo haría cada uno de ellos por separado. Determinadas ideas, ciertos sentimientos no surgen o no se transforman en actos más que en los individuos que forman una masa. La masa psicológica es un ser provisional, compuesto por elementos heterogéneos, soldados de forma momentánea, de un modo absolutamente igual a como las células de un cuerpo vivo forman, por su reunión, un ser nuevo que manifiesta características muy diferentes de las que posee cada una de las células que lo componen.

Contrariamente a una opinión, que nos asombra sea debida a la pluma de un filósofo tan agudo como Herbert Spencer, en el conjunto que constituye una masa no existe en absoluto una suma y un término medio de los elementos, sino una combinación y una creación de características nuevas. Lo mismo sucede en química. Puestos en mutua presencia ciertos elementos -las bases y los ácidos por ejemplo-, se combinan para formar un cuerpo nuevo dotado de propiedades diferentes de las de aquellos que han servido para constituirlo.

Es fácil comprobar hasta qué punto difiere el individuo que forma parte de una masa respecto del sujeto aislado; pero es menos sencillo descubrir las causas de esta diferencia.

Para llegar a entreverlas, hay que recordar primeramente la siguiente observación de la psicología moderna: no es sólo en la vida orgánica, sino también en el funcionamiento de la inteligencia, donde desempeñan los fenómenos inconscientes un papel preponderante. La vida consciente del espíritu no representa sino un sector muy reducido, en comparación con su vida inconsciente, El analista más sutil, el observador más penetrante, no llega a descubrir más que un número muy reducido de los móviles inconscientes. Nuestros actos conscientes derivan de un substrato inconsciente, formado sobre todo por influencias hereditarias. Este substrato encierra los innumerables residuos ancestrales que constituyen el alma de la raza. Tras las causas manifiestas de nuestros actos se encuentran causas secretas ignoradas por nosotros. La mayoría de nuestros actos cotidianos son el efecto de móviles ocultos que se nos escapan.

Principalmente, todos los individuos que componen el alma de una raza se asemejan por los elementos inconscientes y difieren, por los elementos conscientes, frutos de la educación pero sobre todo de una herencia excepcional. Los hombres más diferentes entre sí por su inteligencia tienen, en ocasiones, instintos, pasiones y sentimientos idénticos. En todo aquello que se refiere a sentimientos -religión, política, moral, afectos, antipatías, etc.-, los hombres más eminentes no sobrepasan, sino en raras ocasiones, el nivel de los individuos corrientes. Entre un célebre matemático y su zapatero puede existir un abismo en su rendimiento intelectual, pero desde el punto de vista del carácter y de las creencias, la diferencia es frecuentemente nula o muy reducida.

Ahora bien, estas cualidades generales del carácter, gobernadas por el inconsciente y que poseen en un mismo grado aproximado la mayoría de los individuos normales de una raza, son precisamente aquellas que encontramos, de forma generalizada, en las masas. En el alma colectiva se borran las aptitudes intelectuales de los hombres y, en consecuencia, su individualidad. Lo heterogéneo queda anegado por lo homogéneo y predominan las cualidades inconscientes.

Esta puesta en común de cualidades corrientes nos explica por qué las masas no pueden realizar actos que exigen una elevada inteligencia. Las decisiones de interés general tomadas por una asamblea de hombres distinguidos, pero de diferentes especialidades, no son sensiblemente superiores a las que adoptaría una reunión de imbéciles. Tan sólo pueden asociar, en efecto, aquellas cualidades mediocres que todo el mundo posee. Las masas no acumulan la inteligencia, sino la mediocridad. No es todo el mundo, como se dice con frecuencia, quien tiene más ingenio que Voltaire. Ciertamente, Voltaire tiene más ingenio que todo el mundo, si es que todo el mundo representa a las masas.

Pero si los individuos que forman una masa se limitasen a fusionar sus cualidades corrientes, se daría simplemente un término medio y no, como hemos dicho, una creación de características nuevas. ¿De qué modo se establecen estas características? Procedamos a examinarlo.

Diversas causas determinan la aparición de las especiales características de las masas. La primera de ellas es que el individuo integrado en una masa adquiere, por el mero hecho del número, un sentimiento de potencia invencible que le permite ceder a instintos que, por sí solo, habría frenado forzosamente. Y cederá con mayor facilidad, puesto que al ser la masa anónima y, en consecuencia, irresponsable, desaparece por completo el sentimiento de responsabilidad, que retiene siempre a los individuos.

Una segunda causa, el contagio mental, interviene asimismo para determinar en las masas la manifestación de características especiales y, al mismo tiempo, su orientación. Dicho contagio es un fenómeno fácil de comprobar, pero que sigue hasta ahora sin explicar y que hay que poner en relación con los fenómenos de índole hipnótica que estudiaremos a continuación. En una masa, todo sentimiento, todo acto es contagioso, hasta el punto de que el individuo sacrifica muy fácilmente su interés personal al colectivo. Se trata de una aptitud contraria a su naturaleza y que el hombre tan sólo es capaz de asumir cuando forma parte de una masa.

Una tercera causa, de mucha mayor importancia, determina en los individuos que forman masa características especiales, que a veces son muy opuestas a las del sujeto aislado. Me refiero a la sugestibilidad, cuyo contagio, anteriormente mencionado, no es sino un efecto.

Para comprender este fenómeno hay que tener presentes algunos descubrimientos recientes de la fisiología. Hoy día sabemos que puede llevarse a un individuo a un estado tal que, habiendo perdido su personalidad consciente, obedezca todas las órdenes del operador que le ha hecho llegar a este estado y cometa los actos más contrarios a su carácter y costumbres. Ahora bien, atentas observaciones parecen demostrar que el individuo, sumergido durante cierto tiempo en el seno de una masa actuante, cae muy pronto -a consecuencia de los efluvios emanados por ésta o por cualquier otra causa aún ignorada- en una situación particular, que se aproxima mucho al estado de fascinación del hipnotizado en manos de su hipnotizador. Al estar paralizada la vida del cerebro en el sujeto hipnotizado, éste se convierte en el esclavo de todas sus actividades inconscientes, que el hipnotizador dirige a su placer. La personalidad consciente se ha esfumado, la voluntad y el discernimiento han quedado abolidos. Sentimientos y pensamientos se orientan entonces en la dirección determinada por el hipnotizador.

Aproximadamente, éste es el estado del individuo que forma parte de una masa. Ya no es consciente de sus actos. En él, al igual que en el hipnotizado, mientras que son destruidas ciertas facultades, otras pueden alcanzar un grado extremo de exaltación. La influencia de una sugestión le lanzará con una fuerza irresistible a la ejecución de determinados actos.

Impetuosidad más irrefrenable aún en las masas que en el sujeto hipnotizado, ya que la sugestión, al ser la misma para todos los individuos, se exagera al convertirse en recíproca. Las unidades de una masa que posean una personalidad lo bastante fuerte como para resistir a la sugestión, son muy poco numerosas y las arrastra la corriente. Podrán intentar, a lo sumo, una desviación mediante una sugestión diferente. En ocasiones, una palabra acertada, una imagen intencionadamente evocada, han apartado a las masas de los actos más sanguinarios.

Así pues, la desaparición de la personalidad consciente, el predominio de la personalidad inconsciente, la orientación de los sentimientos y las ideas en un mismo sentido, a través de la sugestión y del contagio, la tendencia a transformar inmediatamente en actos las ideas sugeridas, son las principales características del individuo dentro de la masa. Ya no es él mismo, sino un autómata cuya voluntad no puede ejercer dominio sobre nada. Por el mero hecho de formar parte de una masa, el hombre desciende varios peldaños en la escala de la civilización. Aislado era quizá un individuo cultivado, en la masa es un instintivo y, en consecuencia, un bárbaro. Tiene la espontaneidad, la violencia, la ferocidad y también los entusiasmos y los heroísmos de los seres primitivos a los que se aproxima más aún por su facilidad para dejarse impresionar por palabras, por imágenes y para permitir que le conduzcan a actos que vulneran sus más evidentes intereses. El individuo que forma parte de una masa es un grano de arena inmerso entre otros muchos que el viento agita a su capricho.

Y así vemos a jurados dictar veredictos que desaprobaría, individualmente, cada uno de los miembros; a asambleas parlamentarias que adoptan leyes y medidas que rechazaría personalmente cada uno de sus componentes. Considerados por separado, los hombres de la Convención eran burgueses de hábitos pacíficos. Reunidos en masa no vacilaron, bajo la influencia de algunos líderes, en enviar a la guillotina a los individuos más patentemente inocentes; y, en contra de todos sus intereses, renunciaron a la inviolabilidad y se diezmaron mutuamente.

El individuo inmerso en la masa no sólo difiere de su yo normal a causa de sus actos. Antes incluso de haber perdido toda independencia, se han transformado sus ideas y sentimientos, hasta el punto de que el avaro se pueda transformar en pródigo, el escéptico en creyente, el hombre honrado en criminal, el cobarde en héroe. La renuncia a todos sus privilegios, votada por la nobleza en un momento de entusiasmo durante la famosa noche del 4 de agosto de 1789, jamás hubiera sido aceptada por ninguno de sus miembros considerados aisladamente.

De las observaciones precedentes deducimos que, intelectualmente, la masa es siempre inferior al individuo aislado. Pero desde el punto de vista de los sentimientos y de los actos que éstos provocan, puede ser mejor o peor, según las circunstancias. Todo depende del modo como se la sugestione. Esto es lo que no han visto los escritores que han estudiado a las masas tan sólo desde el punto de vista criminal. Desde luego, las masas son frecuentemente criminales, pero también son heroicas en muchas ocasiones. Se las conduce fácilmente a dejarse matar por el triunfo de una creencia o de una idea, se las entusiasma por la gloria y el honor, se las arrastra casi sin pan y sin armas, como durante las cruzadas, para librar del infiel la tumba de un dios o, como en 1793, pará defender el suelo de la patria. Heroísmos sin duda un tanto inconscientes, pero que son los que hacen la historia. Si no se anotaran en el activo de los pueblos más que las grandes acciones fríamente razonadas, los anales del mundo registrarían muy pocas cosas.

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