Obras de Winnicott: ¿Qué sabemos de la costumbre que tienen los bebés de chupar la ropa o los objetos de tela?, 1956

¿Qué sabemos de la costumbre que tienen los bebés de chupar la ropa o los objetos de tela?, 1956

Charla radial emitida por la BBC el 31 de enero de 1956.

Mucho es lo que se puede obtener de la observación de lo que hacen los bebés cuando no duermen, pero ante todo tenemos que librarnos de la idea de lo que está bien y lo que está mal; nuestro interés surge del hecho de que, a partir de los propios bebés, podemos aprender sobre ellos. La semana pasada, el orador adoptó el punto de vista de que si un bebé se chupa el pulgar o un trozo de tela, no tenemos que intervenir para aprobarlo o desaprobarlo, y en cambio tenemos una oportunidad de aprender algo sobre ese bebé en particular. Concuerdo con él y con las madres cuyas cartas citó.

Aquí no interesan una amplia variedad de fenómenos que caracterizan la vida del bebé. Nunca sabremos todo sobre ellos, porque cada bebé es un nuevo bebé, y no hay dos exactamente iguales, ya sea por la cara que tienen o por sus hábitos. Conocemos a los bebés no sólo por el perfil de su rostro y el color del cabello, si es que esto los identifica, sino también por sus peculiaridades.

Cuando las madres me cuentan de sus hijos, habitualmente les hago recordar lo que sucedió en los inicios mismos y fue característico. Les gusta rememorar estas cosas, que les traen tan vívidamente el pasado.

Me cuentan entonces acerca de todo tipo de objetos adoptados por el bebé y que se tornaron importantes para él, que los chupaba o los abrazaba; estos objetos lo ayudaron a superar sus momentos de soledad e inseguridad, o le proporcionaron algún solaz, o actuaron como sedantes. Estos objetos están a mitad de camino entre ser parte del bebé y ser parte del mundo. Pronto reciben un nombre que delata este doble origen. Sus elementos esenciales son su olor y su textura; ¡qué nadie ose lavarlos, u olvidarlos en la casa cuando se va! Si uno es sensato, dejará que el objeto se desvanezca poco a poco como ese viejo soldado de la canción, que no moría nunca; no lo destruirá, ni lo perderá, ni se desprenderá de él.

Lo principal es que al niño nunca debe provocárselo a que responda a esta pregunta: «¿Es esto algo que imaginaste tú, o es una parte del mundo que encontraste y tomaste para ti?». Poco tiempo después, uno le estará instando al bebé a que diga «ta» y así reconozca que ese perrito de lana es un regalo de su tía. Pero este primer objeto es establecido como parte del mobiliario, de la cuna y del andador, antes de que la palabra «ta» pueda pronunciarse o tenga sentido, antes de que el bebé distinga con claridad entre lo que es «parte de mí» o «distinto de mí» -o mientras está en curso el establecimiento de este distingo-.

Se. está formando una personalidad, se vive una vida que jamás se vivió antes, y desde el mismo momento en que se sienten los movimientos del bebé en el útero es esta nueva persona, que vive esta nueva vida, lo que le interesa a la madre y al padre. La vida personal empieza de entrada, y adhiero a esta idea aun cuando sé que también los perritos y los gatitos chupan ropa y juegan -hecho éste qué me lleva a afirmar que también los animales son algo más que un manojo de reflejos y de apetitos-. Cuando digo que la vida empieza de entrada, admito que al principio cobra una forma muy limitada, pero sin duda la vida personal del bebé ya ha empezado cuando nace. Estos extraños hábitos de los bebés nos están diciendo que en su vida hay algo más que dormir y mamar, algo más que obtener gratificación instintiva de un buen alimento incorporado. Indican que ya hay ahí un bebé que efectivamente vive y está construyendo recuerdos, creando una pauta personal de comportamiento.

Para entender esto un poco más, creo que debemos reflexionar en que en el ser hay, desde el principio, en forma burda, lo que luego llamamos imaginación. Esto nos lleva a afirmar que el niño incorpora no sólo con la boca sino con las manos y con la piel sensible del rostro. La experiencia imaginativa de la lactancia es mucho más amplia que la experiencia física pura. La experiencia total de la lactancia puede muy pronto incluir una rica relación con el pecho materno, o con la madre tal como gradualmente la va percibiendo el niño, y lo que éste hace con las manos y los ojos amplía los alcances del acto de alimentación. Esto, que es normal, se vuelve más notorio cuando vemos alimentar a un bebé en forma mecánica. Lejos de constituir una experiencia enriquecedora para él, interrumpe su sentido de continuar siendo: no sé de qué otra manera decirlo. Allí hay actividad refleja pero ninguna experiencia personal.

Cuando se le hacen cosquillas a un bebé en el rostro puede hacérselo sonreír, pero tal vez no se sienta para nada complacido. El reflejo ha traicionado a su dueño. Casi se ha adueñado del bebé.

Nuestra tarea no consiste en esgrimir el poder que sin duda poseemos provocándole reflejos y estimulando gratificaciones instintivas que no forman parte del ritmo de la vida personal del bebé.

Hay un montón de cosas que un bebé hace mientras mama que nos parecen sin sentido porque no contribuyen a que gane peso. Afirmo que son precisamente estas cosas las que nos aseguran que

se está alimentando y no meramente es alimentado: que vive una vida y no responde simplemente a los estímulos que le ofrecemos. ¿No vieron nunca a un bebé chupándose el dedo mientras toma el pecho lo más contento? Yo sí. ¿Nunca tuvieron un sueño mientras caminaban? Cuando un bebé succiona un trozo de ropa o de tela, o la almohada o un muñeco, equivale a una especie de derramamiento de la imaginación, estimulada por la función excitatoria central que es la lactación.

Lo expresaré de otro modo. ¿Nunca se les ocurrió que el palpar a su alrededor, chuparse los dedos o la ropa, aferrarse al muñeco de trapo, es la primera exhibición de conducta cariñosa del bebé? ¿Puede haber algo más importante?

Quizás ustedes den por sentada la capacidad del bebé para mostrar cariño, pero tomarán conciencia de ella de inmediato si tienen un chico que es incapaz de dar afecto o que perdió su habilidad para ello. A un chico que no parece tener ganas de comer puede inducírselo a que coma, pero nada puede hacerse para convertir en cariñoso a uno que no lo es. Por más que derramemos todo nuestro afecto en él, se apartará en silencio o dando gritos de protesta.

Estas esporádicas y atípicas actividades a las que nos referimos son un signo de que el bebé está allí presente como persona, y confía en la relación suya con la madre. Es capaz de utilizar objetos que son, diríamos, simbólicos de la madre o de alguna cualidad de ésta, y de disfrutar de acciones que no son otra cosa que un jugar, más o menos lejanas respecto del acto instintivo, vale decir, de la alimentación.

Veamos qué acontece si el bebé empieza a perder su confianza. Una deprivación menor puede generar un elemento compulsivo en el hábito del chupeteo, o en alguna otra cosa, de modo tal que en vez de ser una ramificación secundaria sea el tronco principal; pero si la deprivación es más grave o prolongada, el bebé pierde por completo su capacidad de chupar el trozo de tela o de jugar con la boca o hacerse cosquillas en la nariz, y estas actividades lúdicas pierden su significado.

Estos primeros objetos y actividades lúdicos existen en un mundo intermedio entre el del bebé y el mundo externo. Por detrás de la demora con que el bebé distingue lo que es «parte de mí» de lo que es «distinto de mí» hay una enorme tensión, y le damos tiempo a fin de que esta evolución se produzca en forma natural.

Empezamos a ver cómo discrimina las cosas y aprende que hay un mundo afuera y un mundo adentro, y con el fin de ayudarlo damos cabida a un mundo intermedio, que es al mismo tiempo personal y externo, «parte de mí» y «distinto de mí». Equivale a los intensos juegos de la niñez temprana y a los ensueños diurnos de los chicos mayorcitos o los adultos, que no son ni sueños ni hechos fácticos, y sin embargo son ambas cosas.

Pensemos en esto: ¿acaso alguno de nosotros, al crecer, pudo prescindir de su necesidad de una región intermedia entre él mismo, con su mundo personal interno, y la realidad externa o compartida? La tensión que siente el bebé al tener que discriminar entre los dos mundos no desaparece nunca; y nosotros nos permitimos una vida cultural, algo que puede compartirse pero es personal. Me refiero, desde luego a cosas tales como la amistad y la práctica de la religión. Y en todo caso están todas las cosas sin sentido que hacemos. Por ejemplo: ¿por qué fumamos? Para responder a esto tendría que apelar a un bebé, que no se reiría de mí, estoy seguro, porque el bebé sabe mejor que nadie qué estúpido es ser siempre sensato.

Por más que parezca tal vez extraño, chuparse el pulgar o un muñeco de trapo puede percibirse como real, en tanto que una mamada real puede provocar sentimientos irreales. La mamada real desencadena reflejos y una plétora de instintos, y el bebé no ha avanzado tanto en el establecimiento de su self como para poder asimilar esas poderosas experiencias. ¿No les hace recordar esto a ese caballo sin jinete que gana el Gran Premio Nacional? Esta victoria no constituye un premio al dueño del caballo, porque el jockey fue incapaz de mantenerse en la montura. El dueño se siente frustrado y quizás el jockey sufrió alguna lesión. Cuando en los inicios uno se adapta a las necesidades y ritmos personales de su bebé, permite que este novato que corre por primera vez se mantenga firme en su montura, y aun que corra en su propio caballo y disfrute de la cabalgata por la cabalgata en sí.

Para el self inmaduro de un niño muy pequeño, lo que siente como real es esta expresión de sí mismo, quizás en la forma de estos hábitos extraños, como el de chupar la ropa; esto mismo da a la madre y al bebé la oportunidad de establecer una relación humana que no esté a merced de los instintos animales.