SOBRE LA CRIMINALIDAD (1934)

SOBRE LA CRIMINALIDAD (1934)

 

Señor
Presidente, señoras y señores: cuando vuestro secretario me pidió hace
uno o dos días que hablara esta noche en esta reunión, contesté que lo
haría con placer, pero que no podía con tan poca anticipación elaborar
nada semejante a un artículo o contribución para este tema. Señalo esto
porque sólo voy a reunir libremente algunas conclusiones que he
formulado en otros contextos 2 .En un artículo 3 que leí a esta sección
en 1927 traté de mostrar que las tendencias criminales funcionan
también en los niños normales, y expresé algunas sugerencias sobre los
factores que subyacen al desarrollo asocial o criminal. Había
encontrado que los niños que muestran tendencias asociales y
criminales, y que las actúan (por supuesto que en forma infantil) una y
otra vez, eran quienes más temían una cruel represalia de sus padres
como castigo de sus fantasías agresivas dirigidas contra esos mismos
padres. Niños que inconscientemente estaban esperando ser cortados en
pedazos, decapitados, devorados, etc., se sentían compelidos a portarse
mal y hacerse castigar, porque el castigo real, por severo que fuera,
era reasegurador en comparación con los ataques asesinos que esperaban
continuamente de sus padres fantásticamente crueles. Llegué a la
conclusión, en el artículo al que acabo de referirme, de que no es
(como se supone generalmente) la debilidad o falta de superyó, o en
otras palabras, no es la falta de conciencia, sino la abrumadora
severidad del superyó, la responsable del comportamiento característico
de personas asociales y criminales.

La labor
consiguiente en el campo del análisis infantil ha confirmado estas
sugerencias y ha dado un insight más profundo en los mecanismos que
actúan en estos casos. El niño pequeño alberga primero impulsos y
fantasías agresivos contra sus padres, después los proyecta en ellos, y
así desarrolla una imagen fantástica y distorsionada de la gente que lo
rodea.

Pero al mismo tiempo actúa el mecanismo de
introyección, de modo que se internalizan estas imágenes irreales, con
el resultado de que el niño se siente así mismo gobernado por padres
fantásticamente peligrosos y crueles: el superyó dentro de sí.

En
la temprana fase sádica, que normalmente todo individuo supera, el niño
se protege contra este temor a sus violentos objetos, tanto
introyectados como externos, redoblando en su imaginación sus ataques
contra ellos; su propósito para deshacerse así de sus objetos es en
partesilenciar las intolerables amenazas del superyó. Se establece un
círculo vicioso, la angustia del niño lo impulsa a destruir sus
objetos, esto lleva a un incremento de la propia angustia, y esto lo
presiona una vez más contra sus objetos; este circulo vicioso
constituye el mecanismo psicológico que parece estar en el fondo de las
tendencias asociales y criminales en el individuo.

Cuando
en el curso normal del desarrollo disminuyen tanto el sadismo como la
angustia, el niño encuentra recursos y modos mejores y más socializados
de dominar su angustia. La mejor adaptación a la realidad permite al
niño conseguir más apoyo contra las imagos fantásticas a través de su
relación con los padres verdaderos. En tanto que en los estadíos más
tempranos del desarrollo sus fantasías agresivas contra sus padres,
hermanos y hermanas despertaban principalmente la angustia porque estos
objetos podrían volverse contra él, esas tendencias se convierten ahora
en la base de los sentimientos de culpa y deseo de reparar lo que en su
imaginación ha hecho. Cambios del mismo tipo surgen como resultado del
análisis.

Los análisis del juego muestran que cuando
los instintos agresivos y la angustia del niño son muy intensos, éste
sigue una y otra vez rompiendo y cortando, desgarrando, mojando y
quemando toda clase de cosas como papel, fósforos, cajas y juguetes,
que representan a sus padres, hermanos y hermanas, y el cuerpo y pecho
de la madre, y encontramos también que estas actitudes agresivas
alternan con grave angustia. Pero cuando durante el análisis se
resuelve gradualmente la angustia y disminuye así el sadismo, aparecen
en primer plano sentimientos de culpa y tendencias constructivas, por
ejemplo, cuando antes un niño no hacia más que romper en pedacitos
trozos de madera, empieza ahora a tratar de convertir esos trocitos de
madera en un lápiz. Toma pedacitos de grafito. de lápices que ha
cortado y los pone en una hendidura de la madera, y luego cose un trozo
de tela alrededor de la madera para que parezca más bonito. Es
evidente, del contexto general del material que representa y de las
asociaciones que proporciona, que este lápiz hecho por él, representa
el pene de su padre, que en la fantasía ha destruido, y el suyo propio,
cuya destrucción teme como medida retaliatoria.

Cuanto
más aumenta la tendencia y capacidad de reparar y más crece la creencia
y confianza en los que lo rodean, más se apacigua el superyó, y
viceversa. Pero en los casos en que, como resultado de un fuerte
sadismo y una angustia abrumadora (sólo puedo mencionar aquí algunos de
los factores más importantes) el círculo vicioso entre el odio, la
angustia y las tendencias destructivas no puede romperse, el individuo
sigue estando bajo la tensión de las primeras situaciones de angustia y
retiene los mecanismos de defensa pertenecientes a este estadío
temprano. Si entonces el miedo al superyó, sea por razones externas o
intrapsíquicas, pasa de ciertos limites, el individuo puede sentirse
compelido a destruir a la gente, y esta compulsión puede formar la base
del desarrollo de un tipo de conducta criminal o de una psicosis.

Vemos
así que las mismas raíces psicológicas pueden desarrollarse hasta
constituir paranoia o criminalidad. Ciertos factores llevarán en este
último caso a una mayor tendencia en el criminal a suprimir las
fantasías inconscientes y hacer acting out en la realidad. Las
fantasías de persecución son comunes a ambos estados; es porque el
criminal se siente perseguido que va destruyendo a otros. Naturalmente
en casos en que los niños, no sólo en la fantasía, sino también en la
realidad, experimentan cierto grado de persecución por padres malos o
un ambiente miserable, se reforzarán fuertemente las fantasías. Hay una
tendencia común a sobrestimar la importancia del ambiente
insatisfactorio, en el sentido en que las dificultades psicológicas
internas, que en parte resultan del ambiente, no se aprecian
suficientemente. Por consiguiente, depende del grado de angustia
intrapsíquica, el que ésta conduzca o no a mejorar el ambiente del
niño.

Uno de los grandes problemas sobre los
criminales, que siempre los ha hecho incomprensibles al resto del
mundo, es su falta de los naturales sentimientos humanos buenos; pero
esta falta es sólo aparente. Cuando en el análisis se llega a los más
profundos conflictos de los que brotan la angustia y el odio, también
se encuentra el amor. El amor no está ausente en el criminal, sino que
está escondido y enterrado en forma tal que sólo el análisis puede
traerlo a la luz. Como el objeto persecutorio odiado era originalmente
para el bebé el objeto de su amor y libido, el criminal está ahora en
situación de odiar y perseguir su propio objeto amado; como ésta es una
situación intolerable es preciso suprimir todo recuerdo y conciencia de
cualquier sentimiento de amor por cualquier objeto. Si no hay en el
mundo más que enemigos, y esto es lo que siente el criminal, a su modo
de ver su odio y destructividad se justifican ampliamente, actitud que
alivia algunos de sus sentimientos inconscientes de culpa. El odio se
usa a menudo como el encubridor más efectivo del amor, pero no debe
olvidarse que para la persona que está bajo la continua tensión de la
persecución, la seguridad de su propio yo es la primera y única
consideración.

Entonces, para resumir: en los casos
en que la función del superyó es principalmente provocar angustia,
evocará violentos mecanismos de defensa en el yo, de carácter no ético
y asocial; pero en cuanto disminuye el sadismo del niño y cambia el
carácter y funcionamiento de su superyó de modo tal que provoca menos
angustia y más sentimiento de culpa, se activan esos mecanismos
defensivos que forman la base de la actitud moral y ética, y el niño
empieza a tener consideración por sus objetos, y a tener sentimientos
sociales.

Uno sabe cuán difícil es acercarse al
adulto criminal y curarlo, aunque no tenemos razones para ser demasiado
pesimistas en este punto, pero la experiencia muestra que uno si puede
acercarse y curar tanto niños criminales como psicóticos. Por
consiguiente, parece que el mejor remedio contra la delincuencia sería
analizar a los niños que muestran signos de anormalidad hacia una u
otra dirección.