Saber, verdad, opinión

Saber, verdad, opinión

24 de Noviembre de 1954

El psicoanálisis y sus conceptos. Una verdad inaprehensible por el saber ligado. Forma y
símbolo. Pericles psicoanalista. Programa del año .
La vez pasada efectué una breve introducción al problema que espero profundizaremos
juntos este ao, es decir, el yo en la teor a Freudiana.
No es sta una noci n que se identifique con el yo de la teora cl sica tradicional, aunque
la prolongue; sino que, teniendo en cuenta lo que le aade, el yo cobra en la perspectiva
Freudiana un valor funcional muy distinto.
Les he hecho entrever que no se teoriza al yo desde hace mucho tiempo. En poca de
Scrates, el yo no s lo era entendido en forma diferente a la actual ,abran los libros y
vern que el t rmino est completamente ausente, sino que en efecto la palabra tiene aqu
su pleno sentido el yo no cumpla la misma funci n.
Un cambio de perspectiva trastorn despu s la noción tradicional de lo que pod a ser el
bien, digamos, del individuo, del sujeto, del alma y todo lo que se les ocurra. A partir de
cierta poca, la noci n unitaria del bien como esa perfección o arete que polariza y orienta
la realizaci n total del individuo, cay bajo la sospecha de inautenticidad. A este respecto
les mostr el valor significativo del pensamiento de La Rochefoncauld.
Abran esa pequea colección de mximas sin importancia y tendr n un juego de sociedad
muy singular, que nos presenta una suerte de pulsación o, más exactamente, de captación
instant nea de la conciencia. Es un momento de reflexin de valor indudablemente activo,
y un ambig o abrir los ojos: se trata de un viraje concreto de la relación del hombre
consigo mismo, o de una simple toma de conciencia, toma de conocimiento, de algo no
observado hasta entonces?
Al respecto el psicoanálisis tiene valor de revolución copernicana. Toda la relaci n del
hombre consigo mismo cambia de perspectiva con el descubrimiento Freudiano, y de esto
se trata en la prctica, tal como la realizamos todos los d as.
Ello explica que el domingo pasado me hayan odo rechazar, del modo más categrico, la
tentativa de una nueva fusión del psicoanálisis en la psicolog a general. La idea de un
desarrollo individual unilineal, preestablecido, con etapas que se presentan cada una a su
turno conforme a una tipicidad determinada, es pura y simplemente el abandono, el
escamoteo, el camuflaje, para ser exactos la denegación, incluso la represión, de la
contribución esencial del an lisis.
Esa tentativa de sincretismo la hemos odo de labios del nico, entre los partidarios de tal
tendencia, que sabe pronunciar un discurso coherente. Han podido ver que este discurso
coherente lo llev a formular: Los conceptos anal ticos no tienen ningn valor, no
corresponder a la realidad. Pero, c mo captar esa realidad si no la designamos
empleando nuestro vocabulario? Y si, al seguir hacióndolo, crey ramos que este
vocabulario es tan slo la se al de cosas que estaran más all; Que se reduce a
peque as etiquetas, designaciones que flotan en lo innombrado de la experiencia analtica
cotidiana? En tal caso esto significar a sencillamente, que hay que inventar otro, es decir,
hacer otra cosa y no psicoanálisis. Si el psicoanálisis no es los conceptos en los que se
formula y se transmite, no es psicoanálisis, es otra cosa, pero entonces hay que decirlo.
Sin embargo y en esto consiste el escamoteo se sigue, por supuesto, utilizando esos
mismos conceptos, sin lo cual la experiencia se disolver a en su totalidad; y no digo que
esto no les suceda, concretamente, a algunos que aceptan reducir el psicoanálisis a la
psicolog a general. Pero los conceptos del psicoanálisis est n ah, y por su causa el
psicoanálisis dura. Los otros se sirven de ellos, no pueden dejar de hacerlo, pero lo hacen
de una manera que no est ni integrada ni articulada, que no es capaz de hacerse
comprender, de transmitirse, ni siquiera de defenderse. Esto explica que cuando dialogan
con otros lo que sucedi el domingo pasado vale decir, con psiquiatras, se guardan su
vocabulario en el bolsillo diciendo que lo importante en la experiencia analtica no es eso
sino los intercambios de fuerzas, esto es, all donde ustedes no pueden meter la nariz.
Este ao el personaje de Men n no ha ofrecido un vano prembulo a nuestro ciclo de
trabajo. Su valor es ejemplar, al menos para quienes se encuentras; aqu y se afanan por
comprender. Ellos no pueden compartir la confusin que, por lo que me contaron, se
produjo en ciertos esp ritus, y segn la cual Men n sera el analizado, el infeliz analizado a
quien la otra noche habr amos puesto en ridculo. No, Men n no es el analizado, es el
analista: la mayora de los analistas.
Querr a que no se dejara atrs lo que pudo quedar inconcluso en nuestro encuentro con
Alexandre Koyr . S que era nuestro primer encuentro, y que siempre resulta algo dif cil
entablar un dilogo. Es todo un arte, una may utica. Algunos que hubieran tenido cosas
que aportar no pudieron hacerlo, salvo en los pasillos. Es imposible pretender agotar en
una velada la cuestin del di logo platnico. Lo importante es que esto quede, aqu , vivo,
abierto.
No obstante, sera lamentable que lo que me dijo Octave Mannoni despu s de esa
conferencia no entrara en circulación en nuestra comunidad. Recuerda l todava lo que
pens tras mi propia intervención sobre la funci n de la orthodoxa? Porque, a decir
verdad, en esta orthodoxa hay un enigma.
O. MANNONI: Lo que me llam la atención en el desarrollo de la conferencia del seor
Koyr fue, primero, una tendencia casi espontnea a asimilar directamente el di logo
platnico y la may utica socrtica al an lisis. Quisiera protestar contra esa asimilación
demasiado directa, haciendo notar que, para Plat n, hay una verdad olvidada, y que la
mayutica consiste en hacerla salir a luz, tanto es as que el dilogo es cabalmente una
mezcla de verdad y error, y la dial ctica una suerte de tamiz de la verdad. En el anlisis no
se trata de la misma especie de verdad, sino de una verdad hist rica, mientras que la
primera se presenta, por un lado, como una verdad de ciencia natural. Sorprende mucho
que se pueda denominar al inconsciente unas veces el lenguaje olvidado, como lo hace
Erich Fromm, y otras la lengua fundamental, como lo hace el presidente Schreber, es
decir, tan pronto la sabidura y tan pronto la locura. Tanto es as que lo que reaparece en
la mayutica anal tica es la verdad en el error y el error enla verdad. Esto es por completo
diferente de lo que sucede en una perspectiva platnica. Asimismo, creo que el se or
Koyr inclina la orthodoxa del lado de aquello que los primitivos llaman las costumbres que
hacen vivir. Por consiguiente, puede ocurrir en efecto que aquel Men n, y sobre todo
Anito-que est apegado a las costumbres que hacen vivir, se sienta en peligro ante la
b squeda epistmica. Podr a ser que hubiese ah un conflicto que también se encuentra
en el anlisis, cuando quien est seguro, quien tiene confianza en lo que sucede, se
inquieta por lo que puede ocurrir si se lo cuestiona.
Es cierto que hubo, y no slo por parte del se or Koyr, una incitaci n algo abusiva a
comparar la experiencia analtica con la conducción del dilogo con Men n.
Ahora, en lo tocante a la verdad, observen bien cul es la meta del Men n. El Menn
muestra c mo se hace salir la verdad de la boca del esclavo, es decir, de cualquiera, y que
cualquiera est en posesión de las formas eternas. Si la experiencia presente supone la
reminiscencia, y si la reminiscencia viene de la experiencia de las vidas anteriores, es
menester que dichas experiencias también hayan sido conducidas con ayuda de una
reminiscencia. No hay raz n para que esta recurrencia llegue a un trmino, lo cual nos
demuestra que se trata efectivamente de una relaci n con formas eternas. Su despertar en
el sujeto explica el paso de la ignorancia al conocimiento. Dicho de otro modo, no se
puede conocer nada, salvo porque ya se lo conoce. Pero, para ser exactos, sa no es la
meta del Men n.
La meta y la paradoja del Menn es mostrarnos que la episteme el saber ligado por una
coherencia formal, no abarca todo el campo de la experiencia humana, y en particular que
no hay una episteme de aquello que realiza la perfección, la aret de esa experiencia.
En cuanto a esas ligazones, les anuncio que en más all del principio del placer tendremos
que preguntarnos qu son.
Lo que se destaca en este dilogo no es simplemente que Men n no sabe lo que dice,
sino que no sabe lo que dice a propsito de la virtud. Y esto se debe a que fue un mal
alumno de los sofistas: Men n no comprende lo que los sofistas le pueden ensear, no
una doctrina que lo explica todo, sino el uso del discurso, que es algo muy diferente.
Vemos hasta qu punto es mal alumno cuando dice: Si Gorgias estuviera aqu, l nos
explicara todo esto. Lo que dijo Gorgias los dejar a pasmados. El sistema siempre est en
el otro.
Lo que S crates pone de relieve es, exactamente, que no hay episteme de la virtud y, muy
precisamente, de lo que conforma la virtud esencial tanto para nosotros como para los
Antiguos-, la virtud poltica, por la cual los ciudadanos se encuentran ligados e n un cuerpo.
Los practicantes excelentes, eminentes, que no son demagogos, Temástocles, Pericles,
actan en el grado más elevado de la acción, el gobierno pol tico, en función de una
ortodoxia, que s lo se define por lo siguiente: lo verdadero que hay en ella no es
aprehensible por un saber ligado.
Se ha traducido orthodoxa por opinin verdadera, y se es realmente su sentido.
Si la constitución de una episteme, en el interior del vasto tumulto, del bullicio, de la
barah nda, de la sofstica, es la funci n de Scrates, a n es cuestin de entender qu
espera l de ello. Porque S crates no cree que eso sea todo.
Quedara mucho por decir sobre los puntos de referencia de S crates. Scrates siempre
nos est sacando en su dialctica una referencia a las t cnicas; no es que haga de ellas
los modelos de todo, porque sabe perfectamente que hay diferencias entre las del nauta,
el constructor de barcos, el mdico, y la t cnica superior de quienes gobiernan el Estado.
Y en el Menn nos muestra, otra vez, precisamente, d nde est la fractura.
Sr. HYPPOLITE: Est evadiendo un poco la pregunta de Mannoni.
No la evado. Hace tiempo que me estoy apartando de ella. Pero est usted de acuerdo
con lo que digo?
HYPPOLITE: Espero la continuaci n, ya veremos. Pienso que Mannoni formul hace un
momento una diferencia fundamental entre el di logo platnico y el del an lisis.
Absolutamente admitida; no tiene nada que ver.
Sr. HYPPOLITE: Creo que esa diferencia, en lo que tiene de radical, se puede evitar. Me
preguntaba si es eso lo que usted quera intentar. Esperaba la continuaci n.
Ya lo ver.
No es f cil rizar el rizo. Es que nuestra episteme ha hecho tantos progresos que est
claramente constituida de un modo muy diferente a la de S crates. Sin embargo, sera
errado no ver que, a n basada en la forma de la ciencia experimental, la episteme
Moderna, como en tiempos de Scrates, sigue siendo fundamentalmente una cierta
coherencia del discurso. Se trata simplemente de saber qu quiere decir esa coherencia,
qu especie de ligaz n supone: Sobre el trmino ligaz n recaern precisamente una gran
parte de las cuestiones que plantearemos aqu a partir de lo que tratar de ense arles
acerca del ego .
Antes de terminar de explicarme aadir una observación. Queriendo dar a Men n un
ejemplo de la forma en que se constituye el discurso de la ciencia, mostrndole que no hay
necesidad de saber tanto, que no debe imaginarse que la cosa est en el discurso de los
sofistas, Scrates dice: Tomo esta vida humana que est aqu, el esclavo, y ver n que lo
sabe todo. Basta con despertarlo. Relean ahora con atención la forma en que le hace
encontrar al esclavo la verdad en juego, esto es: c mo duplicar la superficie del cuadrado,
despus de haber advertido que a uno de sus lados le corresponde cierto n mero de
unidades de superficie, que guardan cierta proporción con ese lado.
Pues bien: por más que el esclavo posea en s todas las ciencias bajo la forma de lo que
acumul en su vida anterior, de todos modos empieza por equivocarse. Se equivoca al
usar, muy correctamente, algo que nos sirve de base en la prueba tipo de inteligencia:
procede utilizando la relación de equivalencia A/B = C/D, con la cual procede
continuamente la inteligencia. Este procedimiento lo conduce matem ticamente al error de
creer que duplicando el lado quedar duplicada la superficie.
S crates le muestra, sobre la figura trazada en la arena, que esto no es as.
El esclavo ve perfectamente que la superficie construida a partir de la duplicaci n del lado
de 2 es el doble de lo que se hubiera querido obtener: 16 en lugar de 8. Pero con esto no
avanza en la solución del problema, y es S crates quien le muestra que al eliminar las
cuatro esquinas del cuadrado grande se le sustrae exactamente la mitad, o sea 8, as el
cuadrado interior es de 8, y representa la soluci n buscada.
No perciben aqu una brecha entre el elemento intuitivo y el elemento simb lico? El
resultado es obtenido gracias a la noción que se tiene de los n meros, que 8 es la mitad
de 16. Pero lo que se obtiene no son 8 cuadrados-unidades. Tenemos en el centro 4
unidades de superficie y un elemento irracional,(raz cuadrada de 2) , que no est dado en
el plano intuitivo. Por consiguiente, aqu hay pasaje de un plano de ligaz n intuitivo a un
plano de ligazn simb lico.
Esta demostración, que es un ejemplo del paso de lo imaginario a lo simb lico, la efecta,
a todas luces, el amo. S crates es quien introduce que 8 es la mitad de 16. El esclavo, con
toda su reminiscencia y su intuición inteligente, ve la buena forma, si cabe expresarse as ,
a partir del momento en que sta le es se alada. Pero aqu palpamos el clivaje(2) entre el
plano de lo imaginario, o de lo intuitivo donde funciona, en efecto, la reminiscencia, es
decir el tipo, la forma eterna, que también podemos llamar intuiciones a priori y la función
simb lica, que de ningn modo le es homog nea y cuya introducción en la realidad
constituye un forzamiento.
Pregunto al se or Riguet, que es matemtico, si le parecen discutibles las cosas que digo.
Sr. RIGUET:-Estoy de acuerdo.
Prefiero, con todo, que un matem tico est de acuerdo conmigo.
Ven entonces que la funci n aqu manifestada como gen rica de las ligazones que
Scrates hace entrar en consideraci n en la etisteme, no deja de cuestionar
profundamente el valor de la invención simb lica, del surgimiento de la palabra. Hay un
momento en que (raz cuadrada de 2) aparece en la historia de la geometr a. Antes, se
giraba a su alrededor. Retrospectivamente, podemos decir que los gemetras egipcios e
hind es la entrevieron, que hallaron el modo de utilizarla. Lo mismo Scrates, que ah ,
sobre la arena, hace un truco y produce algo equivalente. Pero la autonoma de (ra z
cuadrada de 2) no se manifiesta en modo alguno en el dilogo. Cuando aparece engendra
multitud de cosas, todo un desarrollo matem tico donde el esclavo ya nada tiene que
hacer.
Sr. HYPPOLITE:- Usted seala entonces que en Plat n toda invención, una vez producida,
se presenta como algo que engendra su propio pasado, como un descubrimiento eterno.
En el fondo, estamos pervertidos por el cristianismo, que nos hace situar verdades eternas
como anteriores. Mientras que el platonismo, siguiendo más el movimiento que podramos
llamar historicidad, muestra que la invenci n del símbolo se presenta, una vez inventada,
como un pasado eterno. Quiz la nación de verdad eterna no tiene en el platonismo el
sentido que le dio la Edad Media, y en el cual se basa claramente la interpretaci n de
Mannoni. Por eso dije que poda haber un v nculo paradjico entre el di logo platnico y el
an lisis, y que esto era lo que usted buscaba a travs de la relaci n entre el simbolismo y
la verdad.
An no es eso. Creo precisamente que hay dos clases de relaci n con el tiempo. A partir
del momento en que una parte del mundo simblico emerge, ella crea, en efecto, su propio
pasado. Pero no de la misma manera que la forma a nivel intuitivo. Justamente en la
confusión de ambos planos estriba el error, el error de creer que lo que la ciencia
constituye mediante la intervención de la funci n simblica estaba all desde siempre, que
est dado.
Este error existe en todo saber, en la medida en que ste es tan slo una cristalizaci n de
la actividad simblica y que, una vez constituido, lo olvida. En todo saber hay, una vez
constituido, una dimensión de error, la de olvidar la función creadora de la verdad en su
forma naciente. Vaya y pase que se la olvide en el dominio experimental, ya que ste se
encuentra asociado a actividades puramente operativas -operacionales como se dice, no
entiendo por qu, ya que el t rmino operativas es perfectamente vlido-. Pero no podemos
olvidarlo nosotros, analistas, que trabajamos en la dimensión de esa verdad en estado
naciente.
Lo que descubrimos en el anlisis est a nivel de la orthodoxa. Todo lo que se opera en el
campo de la acción anal tica es anterior a la constitución del saber, lo cual no impide que
operando en este campo hayamos constituido un saber, que incluso mostr ser
excepcionalmente eficaz; cosa muy natural, pues toda ciencia surge de una utilización del
lenguaje que es anterior a su constituci n, y la acción anal tica se desenvuelve en esta
utilización del lenguaje.
también a esto se debe que cuanto más sabemos, mayores son los riesgos. Todo lo que
les ense an, de modo más o menos predigerido, en los pretendidos institutos de
psicoanálisis estadios sdico, anal, etc.-, todo eso es desde luego muy til, sobre todo
para los que no son analistas. Sera est pido que un psicoanalista los descuidara
sistemticamente, pero es preciso que sepa que no es sa la dimensin en la que opera.
El psicoanalista debe formarse, moldearse en un dominio diferente de aquel en que se
sedimenta, en que se deposita el saber que poco a poco se va formando en su
experiencia.
O. MANNONI:-Estoy totalmente de acuerdo.
S lo que creo estar explicndole lo que hace un momento plante usted como un enigma.
Usted dijo que de cada lado haba verdad y error, error y verdad. Ambos se hallaban
repartidos para usted de una manera estrictamente sim trica e inversa.
O. MANNONI:-No es que haya presentado la cosa como un enigma. Lo que me pareca
enigmático es que el pblico est perfectamente dispuesto a considerar el psicoanálisis
como una continuaci n del platonismo.
Hay dos pblicos, el que est aqu y tiene al menos una posibilidad de saber d nde est
parado, y el otro, que viene de sitios muy diferentes a husmear un poco lo que pasa, que
lo encuentra curioso, apto para comentarios y charlas de sobremesa, y que naturalmente
puede quedar algo confundido. Si quieren saber d nde estn parados s lo tienen que
asistir con más frecuencia. Hay que amedrentar la curiosidad a toda costa, stas no son
conferencias mundanas. Si vienen creyendo que queremos hacer del psicoanálisis la
prolongaci n del dilogo plat nico, se equivocan. Dense por enterados.
Las palabras fundadoras, que envuelven al sujeto, son todo aquello que lo ha constituido,
sus padres, sus veciónos, toda la estructura de la comunidad, que lo han constituido no slo
como s mbolo, sino en su ser. Son leyes de nomenclatura las que determinan al menos
hasta cierto punto y canalizan las alianzas a partir de las cuales los seres humanos
copulan entre s y acaban por crear, no s lo otros símbolos, sino también seres reales que,
al llegar al mundo, de inmediato poseen esa pequea etiqueta que es su nombre, s mbolo
esencial en cuanto a lo que les est reservado. De este modo, a la orthodoxa que
S crates deja, a sus espaldas, pero por la que se siente enteramente envuelto porque a
fin de cuentas l también parte de ah, puesto que est constituyendo esa orthodoxa que
deja tras de s la ponemos, nosotros, otra vez en el centro. El an lisis es eso.
A fin de cuentas, para Scrates, y no forzosamente para Plat n, si Temástocles y Pericles
fueron grandes hombres es porque eran buenos psicoanalistas.
Ellos encontraron en su registro lo que la opini n verdadera quiere decir. Estn en el
coraz n de ese concreto de la historia donde se entabla un dilogo, mientras que ninguna
especie de verdad es all observable bajo la forma de un saber generalizable y siempre
verdadero. Responder lo debido a un acontecimiento en tanto significativo, en tanto que es
función de un intercambio simb lico entre los seres humanos puede ser la orden de salir
del Pireo, impartida a la flota-es hacer la buena interpretación. Y hacer la buena
interpretaci n en el momento debido, es ser buen psicoanalista.
No quiero decir que el poltico es el psicoanalista. Plat n, justamente, con el Poltico,
comienza a producir una ciencia de la pol tica, y Dios sabe a qu nos ha llevado eso. Pero
para S crates, el buen poltico es el psicoanalista. Con esto respondo a Mannoni
O. MANNONi:-No estoy en absoluto de acuerdo. Hay otra rama de la alternativa que me
parece más socrtica. Pericles y Temástocles eran buenos hambres de Estado por una
razn distinta, y es que ten an la orthodoxa, porque eran lo que hoy llamaramos unos
gentlemen. Estaban tan integrados en su medio social, hab a para ellos tan pocos
problemas, tan poca necesidad de ciencia, que es casi lo contrario.
Eso es lo que le estoy diciendo, estimado amigo. El que fueran psicoanalistas de
nacimiento, sin haberse psicoanalizado, no quita que fueran buenos psicoanalistas.
Est claro que en aquel momento, los amos son los nicos que hacen la historia, y el
esclavo, que Scrates quiso pasear un rato por el ruedo, no tiene nada que decir. Todav a
le falta algn tiempo para hacer de Espartaco. Por ahora, no es nada. Los gentlemen
encuentran las palabras necesarias, precisamente porque son los nicos que tienen algo
que decir en esta historia. Y hasta pondrn out a un tipo como S crates por haberse salido
por demás de la sociedad de los gentlemen.A fuerza de etisteme, falla en orthodoxa, y se
lo har n pagar muy caro, de un modo imbcil. Pero es también porque, como observaba
Maurice Merleau-Ponty, Scrates le puso buena voluntad al asunto: con muy poco de su
parte hubiera podido tomarles el pelo. Quiz s, en ese momento, no dispona del pleno
dominio de sus facultades? Sin duda ten a sus razones para embarcarse en una forma
distinta de demostración. Despu s de todo, no result tan ineficaz. Tuvo un sentido
simb lico.
Nos queda poco tiempo. Tiene usted algo que decirnos hoy, Pontalis?
Pienso que hay que empezar siempre tomando los problemas por lo más dif cil: despus,
basta con descender. Por eso quise que empez ramos por más all del principio del
placer. Desde luego, no fue mi propsito agobiar a Pontalis con la carga de ofrecernos de
entrada un an lisis exhaustivo, pues no llegaremos a entender este texto sinodespus de
haber recorrido todo lo que dice Freud acerca del yo, desde el inicio de su obra hasta el
final.
Quiero recordarles que este a o todos ustedes tendrn que leer, de cabo a rabo, con la
más extremada atención, los textos siguientes.
En primer lugar, Aus den Anf ngen der Psychounalyse, que incluye las cartas a Fliess y el
Entwurf, que es una primera teora psicol gica, ya completa. Estos papeles de juventud de
Freud son el gran descubrimiento de posguerra. Lean este Proyecto de una teora llamada
psicol gica, que ya es una metapsicologa, con una teor a del ego . La encontrarn también
en ingls, bajo el t tulo de Origins of Psycho-analysis.
En segundo trmino, la Traumdeutung, muy particularmente el cap tulo titulado Psicologa
de los procesos on ricos, y esto en la edición alemana o, a falta de ella, en la inglesa.
Tercero, los textos concernientes a la llamada segunda metapsicolog a de Freud,
agrupados en la traducción francesa bajo el t tulo de Essais de psychanalyse. All est n
más all del principio del placer, Psicologa de las masas y an lisis del yo, y El yo y el ello,
que son los tres artículos fundamentales para la comprensión del yo.
En cuarto lugar, hay otras cosas que pueden leer, como los artículos Neurosis y psicosis,
La funci n del principio de realidad en la neurosis y la psicosis, Anlisis terminable e
interminable..
Quinto, tienen que conocer el último trabajo de Freud, un ensayo inconcluso titulado en
alemn Abriss der psychounalyse, que aporta ciertas indicaciones sobre la manera en que
Freud pon a en correspondencia su primera divisin t pica del psiquismo -inconsciente,
preconsciente, consciente con la nueva típica del yo, el supery y el ello. Slo en el Abriss
hallar n indicaciones sobre este punto.
Con esto, que va desde el trabajo inicial de Freud hasta el último, disponen ustedes del
elemento en el cual trataremos de operar para el an lisis de la teora Freudiana.
O. MANNONI:-Puedo señalar, en los Collected Papers , último artículo, Splitting of the
ego ?
De ah arrancaron justamente todas las confusiones.
Pontalis, tiene diez minutos para comunicarnos las preguntas que suscitó en usted la
primera lectura de más all del principio del placer.
Los títulos citados en espa ol son los que figuran en las Obras Completas, edición de
Biblioteca Nueva, Madrid. [T.]
Sr. LEFEBVRE-PONTALIS: Recordar en dos palabras el significado del ttulo. Como
ustedes saben, más all del principio del placer es un ensayo donde Freud descubre que
el predominio del principio del placer, que l haba establecido originariamente, ligado al
principio de constancia, seg n el cual el organismo tiene que poder reducir las tensiones a
un nivel constante, que dicho principio no es exclusivo, segn hab a afirmado
primeramente. Es como si de algn modo se viera compelido por una cantidad de hechos
a ir más all de lo afirmado en un principio. Pero en este texto, que hasta hoy yo
desconoc a, Freud se muestra incmodo.
Primero est n los sueos de los traumatizados, es decir que, hecho curioso, en las
neurosis traum ticas siempre habr una reaparici n del sueo de la situaci n traumtica.
De suerte que la idea del sue o como realización aluciónatoria de deseo se viene abajo
Despu s, los juegos que los nios repiten indefinidamente . Est el clebre ejemplo del
ni o de dieciocho meses que es dejado por su madre, y que una y otra vez arroja un
objeto y lo recupera, proceso de redesaparición, reaparici n. El nio intenta asumir un
papel activo en esta situaci n.
Lo más importante es lo que sucede en la situaci n transferencial, donde el analizado
produce una y otra vez determinados sueos, siempre los mismos. De una manera
general, es llevado a repetir en lugar de, simplemente, rememorar. Como si la resistencia
no procediera, seg n crey Freud al principio, nicamente de lo reprimido, sino nicamente
del yo. Y as ve modificada su primera concepción de la transferencia. Esta ya no se define
s lo como el producto de una disposición a la transferencia, sino de una compulsión de
repetición.
En s ntesis, estos hechos inducen a Freud a objetivar, y a pasar a la afirmación de que hay
algo diferente del principio del placer, que hay una tendencia irresistible a la repetición que
trascendera el principio del placer y el princitio de realidad, el cual, aunque opuesto en
cierto modo al principio de placer, lo completar a en el seno del principio de constancia. Es
como si, al lado de la repetición de las necesidades, hubiera una necesidad de repetición
que Freud, más que introducir, constata.
Aquí no es cuestin de seguir a Freud en la tentativa biol gica que procura dar como
infraestructura. Simplemente, quisiera plantear Algunas preguntas sobre lo visto hasta
ahora.
Algo que me sorprendi dado que debo cumplir el papel de boca ingenua es que la
tendencia a la repetición aparece definida de una manera contradictoria.
Aparece definida por su meta, y su meta, si tomamos el ejemplo del juego del nio, parece
ser la de dominar aquello que est amenazando un cierto equilibrio, asumir un papel
activo, triunfar sobre conflictos no resueltos. Aquí la tendencia a la repetición se presenta
como generadora de tensin, como factor de progreso, mientras que el instinto, en el
sentido en que Freud lo dice, es, por el contrario, un principio de estancamiento. La idea
central es que la tendencia a la repetición modifica la armona preestablecida entre
principio de placer y principio de realidad que conduce a integraciones cada vez más
amplias, que es, por tanto, factor de progreso humano. Con esto el ttulo del artículo queda
justificado. La compulsin de repetición estara más all del principio del placer, pues ser a
la condición de un progreso humano en lugar de ser, como el principio del placer, un
elemento de seguridad.
Si pasamos al otro punto de vista, y dejamos de definir la tendencia de repetición por su
meta para pasar a hacerlo por su mecanismo, se presenta como puro automatismo, como
regresin. Para ilustrar este aspecto Freud toma muchos ejemplos extra dos de la b iologa.
El aspecto tensión queda ilustrado por los progresos humanos, y el aspecto regresin por
el fen meno de higiene alimentaria.
Tal es la construcción que cre percibir entre la tendencia a la repetición como factor de
progreso y la tendencia a la repetición como mecanismo. No debe renunciarse a describir
esta repetición en t rminos biológicos para comprenderla en t rminos nicamente
humanos. El hombre es llevado a dominarla con su muerte, su estancamiento, su inercia,
en la que siempre puede recaer.
Segundo punto. Dicha inercia podr a estar representada por el yo, que Freud define
explcitamente como el n cleo de las resistencias en la transferencia. Esto constituye un
paso en la evolución de su doctrina: el yo en el an lisis, es decir, en una situación que
vuelve a cuestionar el equilibrio precario, la constancia, el yo presenta la seguridad, el
estancamiento, el placer. De suerte que la funci n de ligazn antes mencionada no
definir a a todo sujeto. El yo,.cuya tarea principal es transformar todo en energa
secundaria, en energ a ligada, no definir a todo sujeto, y de ah la aparición de la
tendencia a la repetición
El problema de la naturaleza del yo podra ser enlazado a la funci n del narcisismo.
también aqu encontr ciertas contradicciónes en Freud, quien a veces parece identificarlo
con el instinto de conservación y en ocasiones habla de l como de una especie de
bsqueda de la muerte.
Esto es, poco más o menos, lo que quera decir.
Ha resultado esto, dentro de su brevedad, suficientemente inteligible?
Por breve que haya sido, estimo que la forma en que Pontalis ha presentado el problema
es digna de atención, porque apunta realmente a lo central de las ambigedades con que
tendremos que v rnoslas, al menos en los primeros pasos de nuestro intento por
comprender la teora Freudiana del yo
Usted habl del principio de placer como equivalente a la tendencia a la adaptación. No se
le pasar por alto que esto es lo que precisamente puso despus en tela de juicio. Hay
una profunda diferencia entre el principio del placer y otra cosa que presenta con l una
diferencia, como estos dos vocablos ingleses que pueden traducir la palabra necesidad:
need y drive..
Plante usted bien el problema afirmando que una cierta forma de hablar de esto implica la
idea de progreso. Quiz lo que no recalc bastante es que la noci n de tendencia a la
repetición en tanto que drive se opone, expl citamente, a la idea de que en la vida haya
cosa alguna que tienda al progreso, contrariamente al enfoque del optimismo tradicional,
del evolucionismo, lo cual deja enteramente abierta la problemtica de la adaptación y
hasta, dira yo, de la realidad.
Hizo muy bien en señalar la diferencia entre el registro biológico y el registro humano. Pero
esto s lo ofrece inters si se advierte que el problema de este texto nace precisamente de
la confusión entre ambos registros. No hay texto que cuestione en más alto grado el
sentido mismo de la vida. Ello desemboca en una confusión, dira casi radical, entre la
dial ctica humana y algo que est en la naturaleza. Hay ah un trmino que usted no ha
pronunciado, y que sin embargo era absolutamente esencial, el de instinto de muerte.
Mostr usted con gran acierto que esto no es, simplemente, metafsica Freudiana. Aquí
est totalmente implicada la cuesti n del yo. Se limit usted a esbozarla; de lo contrario,
habr a realizado aquello por donde les voy a llevar este ao.
La pr xima vez abordar la cuesti n del yo y del principio del placer, es decir que tomar a
un tiempo lo que aparece al final de la interrogaci n de Pontalis, y lo que ste encontr al
comienzo.