Seminario 11: Clase 4, De la red de significantes, 5 de Febrero de 1964

Suelo suspender dos sesiones de mi seminario para cumplir con ese reposo ritual, ya convertido en costumbre entre nosotros, que llaman deportes de invierno. Tengo el gusto de anunciarles que este año no lo haré, porque la falta de nieve me ha dado el pretexto que necesitaba para renunciar a esta obligación.  

Por cosas del azar, esto hace que pueda anunciarles también otro acontecimiento, que me alegro poder hacer del conocimiento de un público más extenso. En efecto. resulta que cuando renunciaba a la oportunidad de entregar cierta cantidad de dinero a la agencia de viajes, me lo agradecieron mucho, pues acababan de recibir una solicitud de viaje para ocho miembros de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis.

Debo decir que me alegra mucho enterarlos de este acontecimiento porque se trata de una verdadera buena acción, de esas que cumplen con el precepto del Evangelio: La mano izquierda debe ignorar lo que hace la mano derecha.  

Ocho de los miembros más eminentes de la profesión están pues en Londres discutiendo sobre los medios para poner coto a los efectos de mi enseñanza. Es éste un celo muy encomiable, y la susodicha Sociedad no repara en sacrificios cuando se trata de atender a sus miembros, a menos que, por reciprocidad, la Sociedad inglesa haya pagado los gastos de viaje, como solíamos hacer nosotros con ellos cuando venían a interesarse de cerca por el funcionamiento de la nuestra.  

Creí oportuno hacer este anuncio para que las expresiones de agradecimiento cubrieran ciertas pequeñas señales de nerviosismo relaciónadas probablemente con esta expedición.  

La vez pasada les hablé del concepto de inconsciente cuya verdadera función es estar en relación profunda, inicial, inaugural, con la función del concepto de Unbegriff – o Begriff del Un original, o sea el corte. Vinculé profundamente este corte con la función como tal del sujeto, del sujeto en su relación constituyente con el significante mismo.  

Con razón, les pareció novedoso que me refiriera al sujeto cuando del inconsciente se trata. Creí haber logrado hacerles sentir que todo esto acontece en el mismo lugar, el lugar del sujeto, el cual cobró por la experiencia cartesiana que reduce a un sólo punto el fundamento de la certeza inaugural -un valor arquimédico, si de veras fue el punto de apoyo que permitió la muy distinta dirección que tomó la ciencia, en especial a partir de Newton.  

No he dejado de hacer hincapié durante mis anteriores exposiciones en la función de algún modo pulsativa del inconsciente, en la necesidad de evanescencia que parece serle de alguna manera inherente: como si todo lo que por un instante aparece en su ranura estuviese destinado, en función de una especie de cláusula de retracto, a volver a cerrarse, según la metáfora usada por el propio Freud, a escabullirse, a desaparecer, al mismo tiempo, formulé la esperanza de que en torno a ello se vuelva a producir la cristalización tajante, decisiva, que se produjo antes en la ciencia física, pero esta vez en una dirección que llamaremos la ciencia conjetural del sujeto. Esto es menos paradójico de lo que parece a primera vista.  

Cuando Freud comprende que debe encontrar en el campo de los sueños la confirmación de lo que le había enseñado su experiencia de la histérica, y empieza a seguir adelante con una osadía sin precedentes, ¿qué nos dice entonces del inconsciente? Afirma que está constituido esencialmente, no por lo que la consciencia puede evocar, explicitar, detectar, sacar de lo subliminal, sino por aquello qué por esencia le es negado a la consciencia. ¿Y qué nombre le da Freud a esto? El mismo que le da Descartes a lo que antes llamé su punto de apoyo: Gedanken, pensamientos.  

Hay pensamientos en ese campo de allende la cons-ciencia, y no hay modo alguno de representar esos pensamientos que no sea mediante la misma homología de determinación en que el sujeto del yo pienso se encuentra respecto a la articulación yo dudo.  

Descartes aprehende su yo pienso en la enunciación del yo dudo, no en su enunciado, el cual aún acarrea todo ese saber que ha de ponerse en duda. Yo diría que Freud da un paso más, que señala bastante bien que la asociación que hacemos es legítima -cuando nos invita a integrar al texto del sueño lo que yo llamaría el colofón de la duda -el colofón, en los viejos textos, era esa mano que señala con el índice que se imprimía en el margen, en la época en que todavía existía una tipografía. El colofón de la duda forma parte del texto. Esto nos indica que Freud sitúa su certeza, Geweissheit únicamente en la constelación de los significantes tal como resultan del relato del comentario de la asociación, sin que importen los desmentidos, a fin de cuentas, todo proporciona significante, y él cuenta con eso para establecer su propia Gewissheit -pues repito que la experiencia sólo comienza con los pasos que él da. Por eso los comparo con la manera de proceder de Descartes.

No digo que Freud haya introducido el sujeto en el mundo -el sujeto como distinto de la función psíquica, la cual es un mito, una nebulosa confusa -pues fue Descartes.  Pero diré que Freud se dirige al sujeto para decirle lo siguiente, que es nuevo: Aquí, en el campo del sueño, estás en casa. Wo es war, soll Ich werden.  

Lo cual no quiere decir, como lo enuncia no sé qué porquería de traducción, «Le moi doit deloger le ça», «el yo tiene que desalojar al ello». Dénse cuenta de como se traduce a Freud al francés, cuando una fórmula como ésta iguala en resonancia a las de los presocráticos. No se trata del yo (moi) en ese soll Ich werden, se trata de lo que es el Ich bajo la pluma de Freud, desde el comienzo hasta el fin -cuando se sabe desde luego, reconocer su sitio-, el lugar completo, total, de la red de los significantes, es decir, el sujeto, donde eso estaba desde siempre, el sueño. En este lugar, los antiguos reconocían toda índole de cosas, y en ocasiones, mensajes de los dioses- ¿Y por qué habrían de estar equivocados? Algo hacían ellos con esos mensajes de los dioses, además, y tal vez lo vislumbren en la continuación de mi exposición, no hay que excluir que esos mensajes sigan allí -lo que pasa es que a nosotros nos da igual, a nosotros nos interesa el tejido que envuelve a estos mensajes, la red donde, eventualmente algo queda prendido.. Tal vez la voz de los dioses se hace oír, pero desde hace mucho tiempo nuestros oídos han vuelto, en lo que a ellos respecta, a su estado originario; todos sabemos que están hechos para no oír.  

Pero el sujeto está allí para dar consigo mismo, donde eso estaba -me adelanto-, lo real. Justificaré luego lo dicho aquí, pero los que me escuchan desde hace algún tiempo saben que suelo usar la fórmula: los dioses pertenecen al campo de lo real.  

Allí donde eso estaba el Ich –el sujeto, no la psicología- el sujeto ha de advenir.  Y para saber que se está allí no hay más que un método, detectar la red, pero ¿cómo no se detecta una red? Pues porque uno regresa, vuelve, porque uno se cruza con su camino, que los cruces se repiten y son siempre los mismos, y no hay en ese capítulo siete de la interpretación de los sueños otra confirmación de Gewissheit sino ésa: Hablen de azar, señores, si les da la gana; yo, en mi experiencia, no encuentro en eso nada arbitrario, pues los cruces se repiten de tal manera que las cosas escapan al azar.

Mencionaré de nuevo, para los que ya han oído mis lecciónes sobre el tema, la carta cincuenta y dos a Fliess, que comenta el esquema, llamado más tarde, en la Traumdeutung, óptico. Este modelo representa cierto número de capas, permeables a algo análogo a la luz y cuya refracción se supone que cambia de capa en capa. Ese es el lugar donde se pone en juego el asunto del sujeto del inconsciente. Y no es, dice Freud, un lugar espacial, anatómico, pues, ¿cómo, si no, concebirlo tal como nos lo presentan? -inmenso despliegue, espectro especial, situado entre percepción y consciencia, como se dice entre carne y pellejo. Ya saben que estos dos elementos formarán más tarde, cuando haya que establecer la segunda tópica, el sistema percepción-consciencia, Wahrneh-mung-Bewusstsein pero será, preciso no olvidar, entonces, el intervalo que los separa, en el que está el lugar del Otro, donde se constituye el sujeto.

Pues bien, si nos atenemos a la carta a Fliess, ¿cómo funciona eso de los Wahrnehmungszeichen, las huellas de la percepción? Freud deduce de su experiencia la necesidad de separar absolutamente percepción de conciencia, para que algo pase a la memoria primero debe borrarse en la percepción, y viceversa. Freud nos designa entonces un momento en que esos Wahrnehmungszeichen deben estar constituidos en la simultaneidad. ¿Y qué es eso? Pues no otra cosa que la sincronía significante. Y, por supuesto, tanto es así que Freud lo dice sin saber que lo dice cincuenta años antes que los lingüistas- Pero nosotros podemos darle de inmediato a esos Wahrnehmungszeichen su verdadero nombre: significantes, y nuestra lectura se asegura aún más porque Freud, cuando regresa sobre esto en la Traumdeutung, designa otras tantas capas, donde esta vez las huellas se constituyen por analogía. Podemos dar aquí con las funciones de contraste y de similitud que son tan esenciales en la constitución de la metáfora, la cual, por su parte, se introduce a partir de una diacronía.

No insisto porque hoy tengo que seguir adelante. Digamos solamente que encontramos en las articulaciones de Freud la indicación, sin ambigüedades, de que en esta sincronía no se trata sólo de una red formada de asociaciones al azar y por continuidad. Los significantes sólo pudieron constituirse en la simultaneidad en razón de una estructura muy definida de la diacronía constituyente. La diacronía está orientada por la estructura, Freud señala muy bien que, para nosotros, en lo que toca a la última capa del inconsciente, donde funciona el diafragma, donde se establecen las prerelaciones entre el proceso primario y lo que de él será utilizado a nivel del preconsciente, no puede haber ningún milagro. Debe estar relaciónado, dice él, con la causalidad.

Todas esas indicaciones se cruzan, y ello nos asegura, a nosotros también, que coincidimos con Freud -sin que podamos saber si nuestros hilos de Ariadna provienen de ahí, porque, por supuesto, lo leímos antes de dar nuestra teoría del significante, si bien no siempre lo comprendimos de inmediato. Sin lugar a dudas, hemos colocado en el centro de la estructura del inconsciente la hiancia causal debido a las propias necesidades de nuestra experiencia, pero el haber encontrado la indicación enigmática, inexplicada de esta hiancia en el texto de Freud es para nosotros señal de que progresamos en el camino de su certeza- Pues el sujeto de la certeza está aquí dividido: la certeza es de Freud.

En esta dirección se indica el meollo del problema que planteo. ¿El psicoanálisis es ya a estas alturas, una ciencia? La ciencia moderna se distingue de la ciencia en su aurora, discutida en el Teeteto, porque cuando surge la ciencia, siempre está presente un amo. Sin lugar a dudas, Freud es un maestro. Pero si todo lo que se escribe como literatura analítica no es pura y simple chocarrería, él sigue funcionando como tal, lo cual incita a preguntarse si ese pedúnculo podrá troncharse algún día .

Frente a su certeza está el sujeto, del que hace poco dije que estaba allí a la espera desde Descartes. Me atrevo a enunciar como una verdad que el campo freudiano sólo era posible cierto tiempo después de la emergencia del sujeto cartesiano, por el hecho de que la ciencia moderna empieza después del paso inaugural dado por Descartes.

De ese paso depende que se pueda llamar al sujeto a que regrese a sí en el inconsciente; pues, al fin y al cabo, es preciso saber a quién se llama. No es el alma de siempre, mortal o inmortal, sombra, doble o espectro, ni siquiera psicoesfera pretendida, caparazón lugar de las defensas y otros esquematismos. El sujeto es llamado, sólo él, entonces, puede ser elegido. Habrá tal vez, como en la parábola muchos llamados y pocos elegidos, pero no habrá otros aparte de los llamados.

Para comprender los conceptos freudianos se debe partir de este fundamento: el sujeto es llamado -el sujeto de origen cartesiano- Este fundamento le brinda su verdadera función a lo denominado en análisis; rememoración. La rememoración no es la reminiscencia platónica, no es el regreso de una forma, de una huella; de un eidos de belleza y de bien, que nos llega del más allá, de una verdad suprema. Es algo proveniente de las necesidades de estructura, de algo humilde, nacido a nivel de los encuentros más bajos y de toda la baraúnda pedante que nos precede, de la estructura del significante, de las lenguas habladas de manera balbuceante, trastabillante, pero que no puede escapar a exigencias cuyo eco, modelo, estilo, encontramos, en nuestros días, curiosamente, en las matemáticas.

Como lo han podido ver con la noción de intersección la función del retorno, Wiederkehr, es esencia, no el Wiederkehr en el mero sentido de lo reprimido: la constitución misma del campo del inconsciente se asegura con el Wiederkehr, así es como Freud asegura su certeza. Pero es obvio que ella no proviene de ahí. Proviene de que él, Freud, reconoce la ley de su propio deseo. No hubiera podido avanzar apostando a esa certeza, si no lo hubiese guiado, como lo atestiguan los textos, su autoanálisis.

¿Y qué otra cosa es su autoanálisis si no el haber dado, genialmente, con la ley del deseo suspendido del Nombre-del-Padre? Freud se mueve, sostenido por cierta relación con su deseo, y por su acto, a saber, la constitución del psicoanálisis.

No me extenderé aunque siempre vacilo al abandonar este terreno. Si insistiera les mostraría que la noción, en Freud, de alucinación como proceso de catexia regresiva sobre la percepción implica necesariamente que el sujeto es subvertido por completo, cosa que sólo sucede, en efecto, en momentos sumamente fugaces. Esto deja abierta, sin duda la cuestión de la alucinación propiamente dicha, en la que el sujeto no cree, y en la que no se reconoce como involucrado. Esto no es más que simple encuadre mítico, pues no es seguro que se pueda hablar de delirio de la psicosis alucinatoria de origen confusional como hace Freud àpresuradamente, y ver en ella la manifestación de la regresión perceptiva del deseo detenido. Pero que exista un modo que le permita a Freud concebir como posible la subversión del sujeto, muestra ya, hasta qué punto él identifica al sujeto con lo que el sistema significante subvierte originariamente.

Dejemos pues este tiempo del inconsciente, y avancemos hacia la cuestión de saber que es la repetición, Ello va a exigir más de una de estas conversaciones nuestras.

Lo que tengo que decirles ahora es tan nuevo -aún- que, desde luego, esto apuntalado por lo que articulé sobre el significante- que pensé que era preciso formularles de una vez, poniendo todas mis cartas sobre la mesa, de qué manera entiendo la función de la repetición.

En todo caso, esta función nada tiene que ver con el carácter abierto o cerrado de los circuitos que hace rato llamé Wiederkehr.

Freud la articula por primera vez -no he dicho que era la primera vez que la introducía- en el artículo de 1914, Erinnern, Wiederholen und Durcharbeiten- justamente el texto sobre el que se ha basado, en análisis, la mayor estupidez-, y que va a parar al capítulo cinco de Jenseits des Lustprinzip.

Traten de leer ese capitulo cinco, línea por línea, en otro idioma que el francés. Quienes no conozcan el alemán, léanlo en la traducción inglesa. Dicho sea de paso, se divertirán mucho leyéndola. Notarán, por ejemplo, que la traducción de Trieb por instinct y de triebhaft por instinctual, mantenida uniformemente -cosa que sitúa a toda la edición en el plano del contrasentido absoluto, ya que nada tienen en común Trieb e instinct- presenta tantos inconvenientes al traductor que, en este texto, la discordancia se hace irrebasable e imposibilita llevar una frase hasta el final traduciendo triebhaft por instinctual. Se requiere una nota escrita: At the beginning of the next paragraph, the word Trieb… is much more revealing of the urgency, than the word instinctual. El Trieb les anda pisando los talones amigos míos, ésa es toda la diferencia con el instinto, supuestamente, así es como transmiten la enseñanza psicoanalítica.

Veamos pues cómo se introduce el Wiederholen, Wiederholen tiene que ver con Erinnerung, la rememoración. Estando el sujeto en su lugar, la rememoración de la biografía es algo que anda, pero sólo hasta cierto límite, lo real. Si quisiese forjar ante ustedes una fórmula espinozista atinente a esto, diría: cogitatio adaequata semper vitat eamden rem. Un pensamiento adecuado en tanto que pensamiento siempre evita, en el nivel en que estamos, aunque sea para después volverla a encontrar en todo, la misma cosa, aquí, lo real es lo que siempre vuelve al mismo lugar-,al lugar donde el sujeto en tanto que cogita, la res cogitans, no se encuentra con él.

Toda la historia del descubrimiento freudiano de la repetición como función se define acotando así la relación entre el pensamiento y lo real, al comienzo todo anduvo sobre ruedas, porque se trataba con histéricas. ¡Qué convincente era el proceso de la rememoración en las primeras histéricas! Pero lo que había en esa rememoración no se podía saber desde el principio: no se sabía que el deseo de la histérica era el deseo del padre, deseo que tiene que ser sostenido en su status. No es sorprendente, entonces, que, para beneficio de quien toma el lugar del padre, rememoraran las cosas hasta la hez .

Aprovecho la ocasión para indicarles que, en los textos de Freud, repetición no es reproducción. Nunca hay oscilación en este punto: Wiederholen no es Reproduzieren.

Reproducir es lo que se creía poder hacer en la época de las grandes esperanzas de la catarsis. Conseguían una reproducción de la escena primaria como uno consigue ahora obras maestras de la pintura por nueve francos cincuenta. Sólo que Freud nos indica, cuando da los pasos siguientes, y no tarda mucho en darlos, que nada puede ser captado, destruido, quemado sino, como se dice, de manera simbólica, in effigie, in absentia.

La repetición aparece primero bajo una forma que no es clara, que no es obvia, como una reproducción, o una pre-sentificación, en acto. Por eso he puesto al acto con un gran signo de interrogación en la parte de abajo de la pizarra, para indicar que, mientras hablemos de la relaciones de la repetición con lo real, el acto estará siempre en nuestro horizonte.

Es bastante curioso que ni Freud, ni ninguno de sus epígonos, haya intentado nunca rememorar lo que, sin embargo, esto al alcance de cualquiera en lo tocante al acto; precisemos humano, si así lo quieren, pues, que nosotros sepamos, sólo es acto el del hombre. ¿Por qué un acto no es un comportamiento? Fijemos la mirada, por ejemplo, en ese acto sin ambigüedades, el acto de abrirse el vientre en ciertas condiciones -no digan harakiri, se llama seppuku. ¿Por qué hacen una cosa así? Porque creen que fastidia a los demás, porque en la estructura, es un acto que se hace en honor de algo. Esperen. No nos àpresuremos antes de saber, y reparemos en que un acto, un acto verdadero, tiene siempre una parte de estructura, porque concuerda a un red que no se da allí por descontado.

Wiederholen. Nada ha sido tan enigmático, especialmente a propósito de esa bipartición, tan estructurante de toda la psicología freudiana, entre el principio del placer y el principio de realidad, como ese Wiederholen, que está muy cerca, según dicen los etimologistas más mesurados, del halar -como se hace en los caminos de sirga- muy cerca del halar del sujeto, que siempre tira de su cosa para meterla por cierto camino del que no puede salir.

Y primero, ¿por qué la repetición apareció en el plano de la llamada neurosis traumática?

Freud, al contrario de todos los neurofisiólogos, patólogos y demás, señaló claramente que si para el sujeto reproducir en sueños el recuerdo del gran bombardeo, por ejemplo, de donde parte su neurosis, representa un problema -lo mismo, en cambio, parece tenerle sin cuidado cuando está despierto. ¿En que consiste entonces, la función de la repetición traumática cuando nada, en lo más mínimo, parece justificarla desde el punto de vista del principio del placer?. Dominar el acontecimiento doloroso, le dirán a uno- ¿pero quién domina, donde está aquí el amo que hay que dominar?, ¿por qué precipitarse cuando, precisamente, no sabemos donde situar la instancia que se dedica a esta operación de dominio?.

Freud al final de esta serie de escritos -les mencioné los dos esenciales- indica que sólo podemos concebir lo que ocurre en los sueños de neurosis traumática a nivel del funcionamiento más primario -el funcionamiento en el cual lo que está en juego es la obtención de la ligazón de la energía. Entonces, no presupongamos de antemano que se trata de una simple desviación o de una distribución de función como la que encontramos en un nivel de acercamiento a lo real infinitamente más elaborado. Por el contrario, vemos aquí el punto que el sujeto sólo puede abordar dividiéndose él cierto número de instancias. Podríamos decir lo que dice del reino dividido, que allí parece toda concepción de la unidad del psiquismo totalizador, sintetizador, que asciende hasta la conciencia.

En fin, en esos primeros tiempos de la experiencia en que la rememoración, poco a poco, se sustituye a sí misma y se aproxima cada vez más a una especie de foco, de centro, en el que todo acontecimiento parecería estar a punto de ser revisado precisamente en ese momento vemos manifestarse lo que llamaré -también entre comillas, porque es preciso cambiar el sentido de las tres palabras que voy a decir, es preciso cambiarlo completamente para darle todo su alcance- la resistencia del sujeto, que se convierte en ese momento en repetición en acto.

Lo que articularé la próxima vez les enseñará como podemos apropiarnos para esto de los admirables capítulos cuatro y cinco de la Física de Aristóteles, Aristóteles usa y da vueltas dos términos que son absolutamente resistentes a su teoría, a pesar de ser la más elaborada de las que se hayan hecho de la función de la causa; dos términos que se traducen impropiamente por azar y por fortuna. Nos ocuparemos pues de realizar la relación que Aristóteles establece entre el automaton –y el punto de elaboración alcanzado por las matemáticas modernas que permite saber de que se trata de la red de significantes– y lo que él designa como la tyche que, para nosotros, es el encuentro con lo real.