Seminario 1: Clase 6, Análisis del discurso y análisis del yo (Anna Freud o Melanie Klein)

Clase 6: Análisis del discurso y análisis del yo. 17 de Febrero de 1954
Anna Freud o Melanie Klein

Tengo intención de comenzar a internarlos en la región delimitada por nuestras afirmaciones de la vez pasada. Se trata exactamente de la región comprendida entre la formación del símbolo y el discurso del yo, en la cual, desde comienzos de este año, avanzamos.
He dado hoy, al seminario que juntos continuaremos, el título de Análisis del discurso y análisis del yo, pero no puedo prometer, en una sola sesión, cumplir con un título tan ambicioso. Pretendo así sustituir, oponiendo ambos términos, la oposición clásica entre análisis del material y análisis de las resistencias.
Hyppolite destacó en el texto de Freud sobre la Verneinung, que amablemente aceptó comentar para nosotros, el sentido complejo, flexible, de Aufhebung. En alemán este término significa a la vez negar, suprimir, pero también conservar en la supresión, levantar. Tenemos aquí el ejemplo de un concepto cuya profundización, a fin de reflexionar acerca de lo que hacemos en nuestro diálogo con el sujeto nunca será suficiente, como lo han señalado desde hace un tiempo los psicoanalistas.
1)
Por supuesto que es con el yo del sujeto, con sus limitaciones, sus defensas, su carácter, con lo que tenemos que vérnosla. Tenemos que hacerlo avanzar. ¿Pero cuál es la función que cumple en esta operación? Toda la literatura analítica está enredada en torno a su definición exacta.
Las elaboraciones recientes que consideran al yo del analizado como aliado del analista en la Gran Obra analítica implican contrae acciones severas.
En efecto, es muy difícil definir al yo como una función autónoma, y al mismo tiempo como un maestro en errores, sede de la ilusión, lugar de una pasión que le es propia y que conduce esencialmente al desconocimiento; salvo que se desemboque en la noción, no sólo de bipolaridad o bifuncionamiento del yo, sino estrictamente hablando, de splitting, distinción radical entre dos yo. Función de desconocimiento; esto es el yo en el análisis, como lo es también, por otra parte, en una gran tradición filosófica.
Hay párrafos en el libro de Anna Freud, El yo y los mecanismos de defensa, donde se tiene la impresión, siempre y cuando se venza el lenguaje a veces desconcertante por su estilo cosiste, de que habla del yo en el estilo de comprensión que intentamos mantener aquí. Al mismo tiempo tenemos la impresión de que ella habla del hombrecito-que-está en el hombre, que tendría una vida autónoma en el sujeto y que estaría allí para defenderlo— Padre, cuidado a la derecha, Padre cuidado a la izquierda —contra lo que puede acometerlo tanto desde fuera como desde dentro. Si consideramos su libro como una descripción moralista, entonces ella sin duda alguna habla del yo como sede de cierto número de pasiones, en un estilo que no es indigno de lo que La Rochefaucauld señala como las astucias incansables del amor propio.
La función dinámica del yo en el diálogo analítico, por no haber sido rigurosamente situada, sigue siendo pues hasta hoy profundamente contradictoria, y ello se manifiesta cada vez que abordamos los principios de la técnica.
Creo que muchos de ustedes han leído este libro de Anna Freud. Es muy instructivo, y ciertamente pueden detectarse en él, pues es suficientemente riguroso, los puntos en que aparecen los errores de su demostración, más patentes aún en los ejemplos que nos ofrece.
Examinen los pasajes en que intenta definir la función del yo. En el análisis, afirma, el yo sólo se manifiesta a través de sus defensas, vale decir en tanto se opone al trabajo analítico. ¿Significa esto que todo lo que se opone al trabajo analítico es defensa del yo? En otro lugar Anna Freud reconoce que esta concepción no puede sostenerse y que existen otros elementos de resistencia distintos a las defensas del yo. ¿No es así como he empezado a abordar el problema con ustedes? Muchos de los problemas aquí abordados figuran en este libro, es preciso leerlo lápiz en mano, pues tiene un valor de legado, verdaderamente bien transmitido, de la última elaboración de Freud en lo que concierne al yo.
Alguien cercano a nosotros en la Sociedad, empujado en el Congreso de 1950, no sé por qué, por un impulso lírico —ese querido compañero— llamó a Anna Freud la plomada del psicoanálisis. Pues bien, la plomada sola no es suficiente en arquitectura. Hacen falta otras herramientas, por ejemplo un nivel de agua. No obstante, la plomada no está mal, nos permite situar la vertical de algunos problemas.
Voy a pedirle a la Srta. Gélinier que les presente un artículo de Melanie Klein: La importancia de la formación del símbolo en el desarrollo del yo. No creo que sea inadecuado introducirlo con la lectura de un texto de Anna Freud sobre el análisis de niños y, en particular, las defensas del yo.
He aquí un pequeño ejemplo que ella nos ofrece. Se trata de una de sus pacientes quien decide analizarse a causa de un grave estado de ansiedad que perturba su vida y sus estudios, lo decide a fin de obedecer a su madre. Al comienzo del análisis, dice Anna Freud: «Su actitud hacia mí era amistosa y sincera, pero advertí sin embargo que en sus relatos evitaba cuidadosamente toda alusión a sus síntomas y no mencionaba las crisis de ansiedad que sufría entre las sesiones. Su actitud amistosa cambiaba inmediatamente cada vez que deliberadamente yo intentaba traer al análisis su síntoma o interpretaba su ansiedad en base a ciertos datos de sus asociaciones. En tales ocasiones me hacía objeto de un torrente de observaciones burlonas e irónicas. Toda tentativa de hallar una relación entre esta actitud de apaciente y su comportamiento con su madre fracasó totalmente. La relación consciente e inconsciente de la niña con la madre era totalmente distinta. Su ironía, sus sarcasmos renovados sin cesar desconciertan a la analista y, durante un tiempo, hacen imposible la continuación del análisis. Sin embargo, observé, profundizando a continuación el análisis, que esta actitud irónica y bromista no era, estrictamente hablando una reacción de transferencia, y no estaba vinculada en absoluto a la situación analítica. La paciente recurría a esta maniobra cada vez que estaban a punto de surgir sentimientos tiernos, de deseo o ansiedad. Cuanto más fuerte era el ímpetu del afecto, más vehemencia y acritud surgía en su autoridiculización. Sólo secundariamente la analista atrae hacia si estas reacciónes de defensa pues favorece la aparición en lo consciente de los sentimientos de ansiedad de la enferma. Aunque correctamente fundada en las asociaciones y comunicaciones de la paciente, la interpretación del contenido de la angustia no surtía efecto, pues toda aproximación a los afectos no hacía sino intensificar la defensa. Hasta no haber logrado llevar a la conciencia y volver así inoperante el método defensivo (desvalorización, burla) que de modo automático la paciente utilizaba contra sus afectos en todas las circunstancias de su vida, el análisis no pudo hacer consciente el contenido de la angustia. Este mecanismo defensivo —desprecio e ironía— se aclara históricamente por una identificación con su padre muerto, quien quiso educar a la niña en el autodominio, burlándose de ella cada vez que se abandonaba a algún arrebato emocional. El recuerdo del padre amado había estereotipado este modo de defensa. El procedimiento técnico a seguir en la comprensión de este caso era comenzar por el análisis de la defensa contra los afectos, y elucidar luego su resistencia en la transferencia. Sólo entonces es posible analizar verdaderamente la ansiedad misma y sus antecedentes históricos.»
¿Qué es lo que aquí se presenta como necesidad de analizar la defensa del yo? No es otra cosa sino el correlato de un error. Anna Freud, en efecto, consideró inmediatamente las cosas desde el ángulo de la relación dual entre la enferma y ella misma. Confundió la defensa de la enferma con aquello mediante lo cual se manifestaba: a saber, una agresión contra ella, Anna Freud. Es en el plano de su yo, el de Anna Freud, en el contexto de la relación dual con ella, Anna Freud, donde percibió las manifestaciones de defensa del yo. Quiso al mismo tiempo ver allí una manifestación de transferencia acorde con la fórmula que convierte la transferencia en la reproducción de una situación. Aunque muchas veces mencionada, hasta tal punto que se la considera clásica, esta fórmula es incompleta, pues no precisa como está estructurada la situación. Lo que les digo hoy se une a lo que señalaba en mi conferencia en el College Philosophique.
Anna Freud empezó por interpretar la relación analítica según el prototipo de la relación dual, que es la relación del sujeto con su madre. De inmediato se encontró en una posición que, no sólo se estancaba, sino que era perfectamente estéril. ¿Qué es lo que ella llama haber analizado la defensa contra los afectos? Según este texto no parece que pueda verse allí sino su propia comprensión. No podía progresar por ese camino. Debería haber establecido la distinción entre la interpretación dual, en la cual el analista entra en una rivalidad yo a yo con el analizado, y la interpretación que progresa en el sentido de la estructuración simbólica del sujeto, la cual ha de situarse más allá de la estructura actual de su yo.
Volvemos así al problema de saber cuál es la Bejahung, la asunción por el yo, el sí que está en juego en el progreso analítico. ¿Cuál es la Bejahung que se trata de obtener cuya revelación es esencial para el progreso de un análisis?
Freud en un texto contenido en el Compendio de psicoanálisis, página 40 de la edición francesa, que no está fuera de nuestros intereses, puesto que se llama La técnica psicoanalítica, nos dice que lo que define la entrada en la situación analítica es el establecimiento de un pacto. «El «yo» enfermo del paciente promete la más completa sinceridad, es decir, promete poner a nuestra disposición todo el material que le suministra su autopercepción. Por nuestra parte, le aseguramos la más estricta discreción y ponemos a su servicio nuestra experiencia en la interpretación del material sometido al inconsciente. Nuestro saber ha de compensar su ignorancia, y ha de permitir al yo recuperar y dominar los dominios perdidos de su psiquismo. En este pacto consiste la situación analítica.»
Pues bien —mi última conferencia ya lo implicaba— si es cierto que nuestro saber acude en auxilio de la ignorancia del analizado, no por ello dejamos de estar, nosotros también, en la ignorancia, en tanto ignoramos la constelación simbólica que yace en el inconsciente del sujeto. Además, esta constelación hay que concebirla siempre como ya estructurada, y de acuerdo a un orden complejo.
La palabra complejo surgió en la superficie de la teoría analítica por una especie de fuerza interna; como ustedes saben, no la inventó Freud, sino Jung. Cuando nos encaminamos hacia el descubrimiento del inconsciente, nos encontramos con situaciones estructuradas, organizadas, complejas. Freud nos proporcionó su primer modelo, su patrón, con el complejo de Edipo. Aquellos entre ustedes que han seguido desde hace ya tiempo mi seminario pudieron advertir cuántos problemas y cuántas ambigüedades plantea el complejo de Edipo a través de mis comentarios sobre los casos que menos pueden ponerse en tela de juicio, pues son los más ricamente delineados por Freud mismo: a saber, tres de sus cinco grandes psicoanálisis. En suma, todo el desarrollo del psicoanálisis consistió en la valorización sucesiva de cada una de las tensiones implicadas en ese sistema triangular. Esto sólo nos obliga ya a ver en él algo muy diferente a ese bloque masivo que se resume en la fórmula clásica: atracción sexual hacia la madre, rivalidad con el padre.
Conocen el carácter profundamente disimétrico —desde el origen— de cada una de las relaciones duales que comprende la estructura edípica. La relación que une al sujeto con su madre es distinta de la que lo vincula al padre, la relación narcisista o imaginaria con el padre es distinta de la relación simbólica, y también de la relación que debemos llamar real: la cual es, respecto a la arquitectura que nos interesa en el análisis, residual. Todo esto muestra suficientemente la complejidad de la estructura, y que no es inconcebible que otra línea de investigación nos permita elaborar el mito edípico superando lo hecho hasta ahora.
A pesar de la riqueza del material incluido en el interior de la relación edípica, poco nos hemos despegado del esquema dado por Freud. Este esquema debe, en lo esencial, mantenerse, pues él es, verán ustedes por qué, verdaderamente fundamental, no sólo para toda comprensión del sujeto, sino también para toda realización simbólica, por el sujeto, del ello, del inconsciente, el cual es un sí-mismo y no una serie de pulsiones desorganizadas, como parte de la elaboración teórica de Freud permitiría pensar al leer en ella que sólo el yo tiene, en el psiquismo, una organización.
Vimos la vez pasada que la reducción misma de la negación que afecta lo denegado no nos da por ello, de parte del sujeto, su Bejahung. Es preciso examinar en detalle el valor de los criterios que exigimos —sobre los cuales estamos, por otra parte, de acuerdo con el sujeto— para reconocer una Bejahung satisfactoria.
¿Dónde está la fuente de la evidencia? Lo que el sujeto debe autentificar es la reconstrucción analítica. El recuerdo ha de ser revivido con ayuda de los vacíos. Y Freud nos recuerda, a justo título, que jamás podremos confiar íntegramente en la memoria. ¿A partir de entonces, qué nos satisface exactamente cuando el sujeto nos dice que las cosas han llegado a ese punto disparador en el que experimenta el sentimiento de la verdad?
Esta pregunta nos conduce al núcleo del problema del sentimiento de realidad que abordé el otro día a propósito de la génesis de la alucinación del hombre de los lobos. Di esa fórmula casi algebraica, casi demasiado transparente, demasiado concreta: lo real o lo que es percibido como tal es lo que resiste absolutamente a la simbolización. A fin de cuentas, ¿no se presenta acaso en su punto máximo el sentimiento de lo real en la ardiente manifestación de una realidad irreal, alucinatoria?
En el hombre de los lobos, la simbolización del sentido del plano genital ha sido verworfen. Tampoco debe sorprendernos que ciertas interpretaciones, que suelen llamarse interpretaciones de contenido, no sean simbolizadas por el sujeto.
Se manifiestan en una etapa en que no pueden revelarle en grado alguno cuál es su situación en ese dominio interdicto que es su inconsciente, pues se encuentran aún en el plano de la negación o en el plano de la negación de la negación. Algo aún no ha sido franqueado: algo que justamente está más allá del discurso, que necesita un salto en el discurso. La represión no puede pura y simplemente desaparecer, sólo puede ser superada, en el sentido de Aufhebung.
Lo que Anna Freud llama análisis de las defensas contra el afecto es tan sólo una etapa de su propia comprensión, y no de la del sujeto. Una vez que se ha dado cuenta de que está equivocada al creer que la defensa del sujeto es una defensa contra ella misma, puede entonces analizar la resistencia de transferencia.
¿Adónde se ve entonces conducida?: hacia alguien que no está allí, hacia un tercero. Aísla algo que debe parecerse mucho a la posición de Dora. La sujeto se identificó con su padre y esta identificación estructura su yo. Esta estructuración del yo es allí designada como defensa. Se trata de la parte más superficial de la identificación, pero por ese sesgo podemos alcanzar un plano más profundo, y reconocer la situación de la sujeto en el orden simbólico. La prenda del análisis no es sino reconocer qué función asume el sujeto en el orden de las relaciones simbólicas que cubre todo el campo de las relaciones humanas, y cuya célula inicial es el complejo de Edipo, donde se decide la asunción del sexo.
Dejo ahora la palabra a la señorita Gélinier quien va a mostrarles cuál es el punto de vista de Melanie Klein. Este punto de vista se opone al de Anna Freud: no en vano estas dos damas, que no dejan de presentar entre sí ciertas analogías, se enfrentaron en rivalidades merovingias.
El punto de vista de Anna Freud es intelectualista, y la lleva a formular que, en el análisis, todo debe ser conducido a partir de la posición mediana, moderada, que sería la del yo. Todo parte para ella de la educación o de la persuasión del yo, y a esto se limitará todo. Verán de dónde, por el contrario, parte Melanie Klein para abordar a un sujeto especialmente difícil, con el cual uno se pregunta cómo se las habría ingeniado Anna Freud para utilizar sus categorías de yo fuerte y yo débil, que suponen una posición previa de reeducación. Podrán apreciar al mismo tiempo cuál de ellas se encuentra más cerca del eje del descubrimiento freudiano.
El artículo de Melanie Klein, The importance of symbol formation in the development of the ego, publicado en 1930, se encuentra en Contributions to Psycho-Analysis, 1921-1945.
2)
¡Hay que ver con qué brutalidad Melanie Klein le enchufa al pequeño Dick el simbolismo! Comienza de entrada lanzándole las interpretaciones mayores. Le suelta una verbalización brutal del mito edípico, casi tan escandalosa para nosotros como para cualquier lector: tú eres el pequeño tren, quieres cogerte a tu madre.
Esta manera de actuar evidentemente se presta a polémicas teóricas que no pueden disociarse del diagnóstico del caso. Pero después de esta intervención indudablemente algo sucede. Todo radica allí.
Percibieron la falta de contacto que experimenta Dick. Es éste el defecto de su ego. Su ego no está formado. También Melaine Klein distingue a Dick de los neuróticos a causa de su profunda indiferencia, su apatía, su ausencia. En efecto, es evidente que, para Dick, lo no simbolizado es la realidad. Este joven sujeto está enteramente en la realidad de su estado puro, inconstituida. Está enteramente en lo indiferenciado. Ahora bien, ¿qué es lo que constituye un mundo humano sino el interés por los objetos en tanto distintos, por los objetos en tanto equivalentes?. El mundo humano es, en lo que se refiere a los objetos, un mundo infinito. En este sentido, Dick vive en un mundo no-humano.
Este texto es valioso porque pertenece a una terapeuta, a una mujer con experiencia. Ella siente las cosas, las expresa mal, no podemos reprochárselo. La teoría del ego está aquí incompleta, quizá porque ella no se decide a formularla, sin embargo muestra claramente lo siguiente: si, en el mundo humano, los objetos se multiplican, se desarrollan con la riqueza que constituye su originalidad, lo hacen en la medida en que aparecen en un proceso de expulsión ligado al instinto primitivo de destrucción.
Se trata aquí de una relación primitiva, situada en la raíz misma, instintual, del ser. A medida que se producen esas eyecciónes fuera del mundo primitivo del sujeto, que no está aún organizado en el registro de la realidad propiamente humana, comunicable, surge cada vez un nuevo tipo de identificación. Esto es lo que no puede soportarse y la ansiedad surge al mismo tiempo.
La ansiedad no es una especie de energía que el sujeto debería repartir para constituir los objetos, y en el texto de Melanie Klein no hay frase alguna que pueda interpretarse en ese sentido. La ansiedad siempre es definida como surgente, arising. A cada una de las relaciones objetares corresponde un modo de identificación cuya señal es la ansiedad. Las identificaciones a las que se refiere preceden a la identificación yoica. Pero aún cuando esta última esté realizada, toda nueva re-identificación del sujeto hará surgir la ansiedad: ansiedad en tanto ella es tentación, vértigo, pérdida del sujeto que vuelve a encontrarse en niveles extremadamente primitivos. La ansiedad es una connotación, una señal, como siempre lo formuló claramente Freud: una cualidad, una coloración subjetiva.
Ahora bien, precisamente lo que no se produce en el sujeto al que nos referimos es esta ansiedad. Dick ni siquiera puede lograr el primer tipo de identificación la cual sería ya un esbozo de simbolismo. Por paradójico que sea decirlo, él está frente a la realidad, vive en la realidad. En el consultorio de Melanie Klein no hay para él ni otro ni yo; hay una realidad pura y simple. El intervalo entre las dos puertas es el cuerpo de la madre. Los trenes, y todo lo demás, es algo sin duda, pero no es ni nombrable ni nombrado.
Entonces Melanie Klein, con ese instinto de bruto que le permitió alcanzar, por otro lado, una suma de conocimientos hasta entonces impenetrable, se atreve a hablarle: hablar a un ser que, sin embargo, se deja aprehender como alguien que, en el sentido simbólico del término, no responde. Está allí como si ella no existiese, como si ella fuese un mueble. Y, sin embargo, ella le habla. Ella literalmente da nombre a aquello que, sin duda, participa efectivamente del símbolo pues puede ser inmediatamente nombrado, pero que hasta entonces no era para ese sujeto, más que una realidad pura y simple.
Allí adquiere entonces su significación el término premaduración que utiliza para decir que Dick ha alcanzado ya en cierto sentido el estadio genital.
Normalmente, el sujeto da a los objetos de su identificación primitiva una serie de equivalentes imaginarios que aumentan los engranajes de su mundo: esboza identificaciones con otros objetos, etc… Cada vez, la ansiedad detiene la identificación definitiva, la fijación de la realidad. Pero estas idas y venidas proporcionarán su marco a ese real infinitamente más complejo que es el real humano. Después de esa fase durante la cual los fantasmas son simbolizados, aparece el estadio llamado genital, en que la realidad entonces es fijada.
Ahora bien, para Dick, la realidad está bien fijada, pero porque no puede realizar esas idas y venidas. Está inmediatamente en una realidad que no conoce desarrollo alguno.
Sin embargo, no se trata de una realidad totalmente deshumanizada. A su nivel, ella significa. Ya está simbolizada pues puede dársele un sentido. Pero como ella es, ante todo, movimiento de ida y vuelta, no se trata más que de una simbolización anticipada, inmovilizada, y de una sola y única identificación primaria que tiene nombre: lo vacío, lo negro. Precisamente, lo que es humano en la estructura propia del sujeto es esa hiancia y es ella la que en él responde. El sujeto no tiene contacto sino con esa hiancia.
En esa hiancia, sólo cuentan un número muy limitado de objetos, que el niño ni siquiera puede nombrar, como han podido observar. Ciertamente, dispone ya de cierta aprehensión de los vocablos, pero no ha realizado la Bejahung: no los asume. Al mismo tiempo, y por más paradójico que ello parezca, existe en él una posibilidad de empatía mucho mayor que la normal, pues se encuentra perfectamente bien en su relación con la realidad, de modo no ansiógeno. Cuando ve sobre la blusa de Melanie Klein virutitas de lápiz, resultado de un destrozo, dice: Poor Melanie Klein.
La próxima vez, abordaremos el problema de la relación entre el simbolismo y lo real desde su perspectiva más difícil, en su punto de origen. Verán ustedes la relación con lo que el otro día, en el comentario de Hyppolite, designamos como función de la destructividad en la constitución de la realidad humana.