Seminario 1: Clase 7, La tópica de lo imaginario. 24 de Febrero de 1954 (segunda parte)

Volve a la primera parte

2)
Esta pequeña experiencia me fue favorable. No la inventé yo, es conocida
desde hace mucho tiempo con el nombre de experiencia del ramillete
invertido. Así, tal cual es, en su inocencia-sus autores no la
fabricaron para nosotros-nos seduce hasta en sus detalles contingentes,
el florero y el ramillete.
En efecto, el dominio propio del yo primitivo, Ur-Ich o LustIch’, se
constituye por clivaje, por distinción respecto al mundo exterior: lo
que está incluido en el exterior se distingue de lo que se ha rechazado
mediante los procesos de exclusión, Aufstossung, y de proyección. De
allí que, sin duda, las concepciones analíticas del estadio primitivo de
la formación del yo, colocaron en primer plano esas nociones que son
las de continente y contenido. Por este motivo la relación entre el
florero y las flores que contiene puede servir como metáfora, y de las
más preciosas.
Saben que su proceso de maduración fisiológica permite al sujeto, en un
momento determinado de su historia, integrar efectivamente sus funciones
motoras y acceder a un dominio real de su cuerpo. Pero antes de este
momento, aunque en forma correlativa con él, el sujeto toma conciencia
de su cuerpo como totalidad. Insisto en este punto en mi teoría del
estadio del espejo: la sola visión de la forma total del cuerpo humano
brinda al sujeto un dominio imaginario de su cuerpo, prematuro respecto
al dominio real. Esta formación se desvincula así del proceso mismo de
la maduración, y no se confunde con él. El sujeto anticipa la
culminación del dominio psicológico, y esta anticipación dará su estilo
al ejercicio ulterior del dominio motor efectivo.
Es ésta la aventura imaginaria por la cual el hombre, por vez
primera, experimenta que él se ve, se refleja y se concibe como
distinto, otro de lo que él es:
dimensión esencial de lo humano, que
estructura el conjunto de su vida fantasmática.
En el origen suponemos todos los ellos, objetos, instintos, deseos,
tendencias, etc. Se trata pues de la realidad pura y simple, que en nada
se delimita, que no puede ser aún objeto de definición alguna; que no
es ni buena ni mala, sino a la vez caótica y absoluta, originaria. Freud
se refiere a este nivel en Die Verneinung cuando habla de los juicios
de existencia: o bien es o bien no es. Aquí es donde la imagen del
cuerpo of rece al sujeto la primera forma que le permite ubicar lo que
es y lo que no es del yo. Pues bien, digamos que la imagen del cuerpo
-si la situamos en nuestro esquema-es como el florero imaginario que
contiene el ramillete de flores real. Así es como podemos
representarnos, antes del nacimiento del yo y su surgimiento, al sujeto.
Se dan cuenta, sin duda, que estoy esquematizando, pero el desarrollo de
una metáfora, de un dispositivo para pensar, exige primero entender
para qué sirve. Verán que este dispositivo posee una capacidad de
maniobra tal que es posible imprimirle cualquier tipo de movimiento.
Pueden invertir las condiciones de la experiencia: el florero podría
estar abajo y las flores arriba. Pueden, según su capricho, hacer
imaginario lo que es real, siempre y cuando conserven la relación entre
los signos, + – + o -+-.
Para que la ilusión se produzca, para que se constituya, ante el ojo que
mira, un mundo donde lo imaginario pueda incluir lo real y, a la
vez, formularlo; donde lo real pueda incluir y, a la vez, situar lo
imaginario, es preciso, ya lo he dicho, cumplir con una condición
:
el ojo debe ocupar cierta posición, debe estar en el interior del cono.
Si está fuera de este cono, no verá ya lo que es imaginario, por la
sencilla razón de que nada proveniente del cono de emisión le impactará.
Verá las cosas tal como son, en su estado real, al desnudo, es decir el
interior del mecanismo y, según los casos, un pobre florero vacío o
bien unas desoladas flores.
Me dirán: No somos un ojo, ¿qué significa este ojo que se pasea de un
lado al otro?
La caja representa el cuerpo de ustedes. El ramillete son los instintos y
los déseos, los objetos de deseo que se pasean. ¿Y qué es el caldero?
Tal vez el córtex. ¿Por qué no? Sería divertido: hablaremos de ello otro
día.
El ojo de ustedes no se pasea en medio de todo esto, está fijado allí,
como un pequeño apéndice titilante del córtex. Entonces, ¿por qué les
cuento que se pasea, y que es en función de su posición que el
dispositivo funciona o no?
Como sucede con frecuencia, el ojo es aquí el símbolo del sujeto. Toda
la ciencia se basa en la reducción del sujeto a un ojo, por eso está
proyectada ante ustedes, es decir objetivada; les explicaré en otra
oportunidad este punto. Hubo un año en que alguien había traído una
construcción muy buena de la teoría de los instintos, la más paradójica
que yo jamás haya oído, en la cual se entificaban los instintos. Al
final, ni uno quedaba en pie; en ese sentido era una demostración útil.
Sería preciso, para relucirnos por un instante a no ser sino un ojo, que
nos situásemos en la posición del sabio que puede decretar que él sólo
es un ojo, y colocar un letrero en la puerta: No molestar al
experimentador. No ocurren así las cosas en la vida pues no somos un
ojo. ¿Qué significa entonces este ojo que está aquí?
Significa que, en la relación entre lo imaginario y lo real, y en la
constitución del mundo que de ella resulta, todo depende de la situación
del sujeto. La situación del sujeto-deben saberlo ya que se lo
repito_está carácterizada esencialmente por su lugar en el mundo
simbólico; dicho de otro modo, en el mundo de la palabra. De ese lugar
depende que el sujeto tenga o no derecho a llamarse Pedro. Según el
caso, estará o no, en el campo del cono. Aún cuando esto parezca un poco
rígido tienen que metérselo en la cabeza para poder comprender lo que
ha de seguir.
3)
Debemos tomar el texto de Melanie Klein como lo que es: el informe de
una experiencia
.
Se trata de un muchacho que, nos informan, tiene unos cuatro años, pero
cuyo nivel general de desarrollo está entre los quince y los dieciocho
meses. Es éste un problema de definición; nunca se sabe qué se quiere
decir con esto. ¿Cuál es el instrumento de medición? Esta aclaración se
omite a menudo. Un desarrollo afectivo entre quince y dieciocho meses,
esta noción es aún más vaga que la imagen de una flor en la experiencia
que acabo de presentarles.
El niño dispone de un vocabulario muy limitado, y más que limitado,
incorrecto. Deforma las palabras, y la mayor parte del tiempo las emplea
mal; otras veces en cambio uno se da cuenta que conoce su sentido.
Melanie Klein insiste en el hecho más sorprendente
: este niño no
desea hacerse comprender, no busca comunicarse; sus únicas actividades
más o menos lúdicas son emitir sonidos y complacerse con estos sonidos
sin significación, con estos ruidos.
Sin embargo, este niño posee algo de orden del lenguaje, si no Melanie
Klein no podría hacerse entender por él. Dispone de algunos elementos
del aparato simbólico. Por otra parte, Melanie Klein, desde el primer
contacto con el niño, que es tan importante, carácteriza su actitud como
apática, indiferente. Pero no por ello carece de orientación. No da la
impresión de ser idiota ni mucho menos. Melanie Klein lo distingue de
todos los niños neuróticos que ha examinado antes señalando que, en él,
no hay indicios aparentes de ansiedad, ni siquiera en la forma velada en
que aparece en los neuróticos: explosión o bien retracción, rigidez,
timidez. Algo así no podría escapársele a una terapeuta de la
experiencia de Melanie Klein. Aquí está el niño, como si no pasara nada.
Mira a Melanie Klein como miraría un mueble.
Subrayo estos aspectos porque quiero destacar el carácter uniforme que,
para él, tiene la realidad. Todo le es igualmente real, igualmente
indiferente.
Aquí comienzan las perplejidades de la señorita Gélinier.
El mundo del niño, nos dice Melanie Klein, se produce a partir de un
continente-sería el cuerpo de la madre-y de un contenido del cuerpo de
esta madre.
A lo largo del avance de sus relaciones instintuales con
ese objeto privilegiado que es la madre, el niño se ve llevado a
realizar una serie de relaciones de incorporación imaginaria. Puede
morder, absorber el cuerpo de su madre. El estilo de esta incorporación
es un estilo de destrucción.
El niño espera encontrar en ese cuerpo materno cierta cantidad de
objetos que, aunque están incluidos en él, están provistos de cierta
unidad, objetos que pueden serle peligrosos. ¿Por qué peligrosos?
Exactamente por la misma razón por la cual él es peligroso para ellos.
Los reviste-es oportuno decirlo-en espacio, con las mismas capacidades
de destrucción de las que se siente portador. Acentuará en este sentido
su exterioridad respecto a las primeras delimitaciones de su yo, y los
rechazará como objetos malos, peligrosos, caca.
Estos objetos serán, desde luego, exteriorizados, aislados de ese primer
continente universal, de ese primer gran todo que es la imagen
fantasmática del cuerpo de la madre, imperio total de la primera
realidad infantil. Sin embargo, siempre se le presentarán provistos del
mismo acento maléfico que habrá marcado sus primeras relaciones con
ellos. Por eso los re-introyectará, y trasladará su interés hacia otros
objetos menos peligrosos. Llevará a cabo, por ejemplo, lo que se llama
la ecuación heces-orina. Diferentes objetos del mundo exterior, más
neutralizados, se constituirán en equivalentes de los primeros,
vinculándose a ellos por una ecuación-lo subrayo-imaginaria. De este
modo la ecuación simbólica que volvemos a descubrir entre estos objetos
surge de un mecanismo alternativo de expulsión e introyección, de
proyección y absorción, vale decir, de un juego imaginario.
Precisamente es este juego el que trato de simbolizar en mi esquema por
las inclusiones imaginarias de objetos reales, o inversamente por las
capturas en el interior de un ámbito real de objetos imaginarios.
En Dick, observamos un esbozo de imaginarización, si puedo decirlo asé,
del mundo exterior. Está ahí, a punto de aflorar, pero está tan sólo
preparado.
Dick juega con el continente y con el contenido. De modo natural ya ha
entificado ciertos objetos, por ejemplo el trenecito, ciertas
tendencias, incluso ciertas personas; él mismo es el trenecito en
relación a su padre que es el tren grande. Por otra parte, hecho
sorprendente, el número de objetos que son para él significativos es
extremadamente reducido; reducido a los signos mínimos que permiten
expresar el adentro y el afuera, el contenido y el continente. Así, el
espacio negro es inmediatamente asimilado al interior del cuerpo de la
madre en el cual se refugia. Lo que no se produce es el juego libre, la
conjunción entre las diferentes formas, imaginaria y real de los
objetos. Así, cuando busca refugio en el interior vacío y negro del
cuerpo materno, los objetos no están allí, para gran sorpresa de la
señorita Gélinier. Por la sencilla razón de que en su caso, el ramillete
y el florero no pueden estar allí al mismo tiempo. Esta es la clave.
El asombro de la señorita Gélinier se debe a que, para Melanie Klein,
todo está en un plano de igual realidad- The unreal reality como dice-lo
cual, en efecto, no permite concebir la disociación de los diferentes
sets de objetos primitivos. Sucede que para Melanie Klein, no hay teoría
de lo imaginario, ni teoría del ego. Somos nosotros quienes debemos
introducir estas nociones y comprender que si una parte de la realidad
es imaginada la otra es real; o inversamente, si una es real la otra se
convierte en imaginaria. Comprendemos entonces por qué, al comienzo, la
conjunción de las diferentes partes, de los diferentes sets, no puede
lograrse nunca.
Estamos aquí en la relación del espejo.
Llamamos a esto el plano de la proyección: ¿cómo señalar el correlato de
la proyección? Habría que encontrar un término diferente al de
introyocción. Tal como lo utilizamos en análisis el término introyección
no es lo contrario de proyección. Habrán observado que prácticamente
sólo se lo emplea cuando se trata de introyección simbólica. Siempre se
acompaña de una denominación simbólica. La introyección es siempre
introyección de la palabra del otro, lo que introduce una dimensión muy
diferente a la de la proyección. Mediante esta distinción podrán separar
lo que pertenece a la función del ego, que es del orden del registro
dual; y lo que pertenece a la función del superyó. Su distinción no es
gratuita en la teoría psicoanalítica, y no por nada se admite que el
superyó, el superyó auténtico, es una introyección secundaria respecto a
la función del ego ideal.
Estas son observaciones al margen. Vuelvo al caso descrito por Melanie
Klein.
El niño está allí. Dispone de cierta cantidad de registros
significativos. Melanie Klein-podemos seguirla en este punto-hace
hincapié en la gran estrechez de uno de ellos: el registro imaginario.
Normalmente las posibilidades de juego, de transposición imaginaria son
las que permiten que se realice la valorización progresiva de los
objetos en el plano comúnmente denominado afectivo, mediante una
multiplicación de los engranajes, un despliegue en abanico de todas las
ecuaciones imaginarias que permiten al ser humano ser el único, entre
los animales, que posee un número casi infinito de objetos a su
disposición; objetos marcados con un valor de Gestalt en su Umwelt,
objetos delimitados en sus formas. Melanie Klein subraya la pobreza del
mundo imaginario y, al mismo tiempo, la imposibilidad de este niño de
establecer una relación efectiva con los objetos en tanto estructuras.
Correlación que es importante aprehender.

Si resumimos ahora todo lo que describe Melanie Klein acerca de la
actitud de este niño, el punto significativo es simplemente éste: no
dirige ningún llamado.
El llamado, les recomiendo retengan esta noción. Ustedes pensarán: Por
supuesto, el Dr. Lacan ya va a empezar otra vez con el lenguaje. Pero
este niño ya tiene un sistema de lenguaje suficiente. La prueba está en
que juega con él. Incluso lo utiliza para dirigir un juego de oposición
contra los intentos de intrusión de los adultos. Por ejemplo, se
comporta en una forma que en el texto es denominada negativista. Cuando
su madre le propone una palabra que él es capaz de reproducir
correctamente, la reproduce de modo ininteligible, deformado, o
inservible. Volvemos a encontrar aquí la distinción necesaria entre
negativismo y denegación, como nos ha recordado Hyppolite, demostrando
así no sólo su gran cultura, sino también que ha visto enfermos. Dick
utiliza el lenguaje en forma propiamente negativista.
En consecuencia, al introducir el llamado no introduzco indirectamente
el lenguaje. Más aún, diría que no sólo no es el lenguaje, sino que ni
siquiera es un nivel superior al lenguaje. Si se habla de niveles,
estaría más bien por debajo del lenguaje.
No tienen más que observar un animal doméstico para ver cómo un ser
desprovisto de lenguaje es totalmente capaz de dirigir llamados; llamado
para atraer la atención de ustedes hacia algo que, en cierto sentido,
le falta. Al llamado humano le está reservado un desarrollo ulterior,
más rico, precisamente porque se produce en un ser que ya adquirió el
nivel del lenguaje.
Esquematicemos.
Un tal Karl Bühler formuló una teoría del lenguaje, que no es la única
ni la más completa, pero en la que hay algo que no deja de presentar
cierto interés: distingue tres etapas en el lenguaje. Desgraciadamente
las ubica mediante registros que no las tornan demasiado comprensibles.
En primer lugar, el nivel del enunciado como tal, que está a un nivel
casi de dato natural. Me encuentro a nivel del enunciado cuando le digo a
alguien la cosa más sencilla, por ejemplo un Imperativo. Hay que situar
en este nivel del enunciado todo lo concerniente a la naturaleza del
sujeto. Un oficial, un profesor, no daran sus órdenes con el mismo
lenguaje que un obrero o un contramaestre. Todo lo que aprendemos a
nivel del enunciado, en su estilo y hasta en sus entonaciones, se
refiere a la naturaleza del sujeto.
En un imperativo cualquiera hay otro plano: el del llamado. Se trata del
tono con el que se dice este imperativo. El mismo texto puede tener
valores completamente diferentes según el tono empleado. El simple
enunciado Deténgase puede tener según las circunstancias valores de
llamado completamente diferentes.
El tercer valor es el de la comunicación: aquello de lo que se trata, y
su referencia al conjunto de la situación.
Con Dick estamos a nivel del llamado. El llamado cobra su valor en el
Interior del sistema ya adquirido del lenguaje. Ahora bien, ocurre que
este niño no pronuncia ningún llamado. El sistema por el que el sujeto
llega a situarse en el lenguaje está interrumpido a nivel de la palabra.
El lenguaje y la palabra no son lo mismo: este niño hasta cierto punto
es dueño del lenguaje, pero no habla. Es un sujeto que está allí y que,
literalmente, no responde.
La palabra no le ha llegado. El lenguaje no se ha enlazado a su sistema
imaginario, cuyo registro es extremadamente pobre: valorización de los
trenes, de las manijas de las puertas, del lugar negro. Sus facultades,
no de comunicación, sino de expresión están limitadas a esto. Para él lo
real y lo imaginario son equivalentes.
Melanie Klein debe entonces renunciar aquí a toda técnica. Tiene un
material mínimo. Ni siquiera dispone de juegos: este niño no juega.
Cuando toma a veces el trenecito, no juega, lo hace como si atravesase
la atmósfera, como si fuese invisible, o más bien como si, en cierto
modo, todo le fuese invisible.
Melanie Klein no interpreta nada aquí, y tiene clara conciencia de ello.
Parte-dice-de las ideas que tiene, que son conocidas, acerca de lo que
sucede en este estadio. Voy directamente y le digo: Dick tren pequeñito,
tren grande papátren.
Entonces, el niño se pone a jugar con su trenecito y le dice la palabra
station o sea estación. Momento crucial en el que se esboza la unión del
lenguaje con el imaginario del sujeto.
Melanie Klein le devuelve lo siguiente: La estación es mamá, Dick
entrar en mamá. A partir de ese momento todo se desencadena. Ella sólo
hará este tipo de cosas, ninguna otra. Rápidamente el niño progresa. Es
un hecho.
¿Qué ha hecho Melanie Klein? Tan sólo aportar la verbalización. Ha
simbolizado una relación efectiva: la de un ser, nombrado, con otro ser.
Ha enchapado la simbolización del mito edípico, para llamarlo por su
nombre. A partir de entonces, y después de una primera ceremonia, que
consistirá en refugiarse en el espacio negro para volver a tomar
contacto con el continente, la novedad surge para el niño.
El niño verbaliza un primer llamado: un llamado hablado. Solicita a su
niñera, con quien había entrado y a quien había dejado partir como si
nada. Por primera vez, produce una reacción de llamado que no es
simplemente un llamado afectivo, mimado por todo el ser, sino un llamado
verbalizado que supone, entonces, una respuesta. Se trata de una
primera comunicación, en el sentido propio, técnico, del término.
Luego las cosas se desenvuelven hasta el punto en que Melanie Klein hace
intervenir los otros elementos de la situación, ahora organizada;
incluso el padre desempeña su papel. Fuera de las sesionesdice Melanie
Klein-las relaciones del niño se desarrollan en el plano del Edipo. El
niño simboliza la realidad que lo rodea a partir de ese núcleo, de esa
pequeña célula palpitante de simbolismo que le ha dado Melanie Klein.
Es lo que ella más tarde llama: haber abierto las puertas de su
inconsciente.
¿Acaso Melanie Klein ha hecho algo que evidencie la más mínima
aprehensión de no sé qué proceso que sería, en el sujeto, su
inconsciente? Por hábito, lo admite de entrada. Vuelvan a leer toda la
observación y encontrarán allí una manifestación sensacional de la
fórmula que siempre repito: el inconsciente es el discurso del otro.
Este es un caso donde esta fórmula es absolutamente evidente. No hay en
el sujeto ningún tipo de inconsciente. Es el discurso de Melanie Klein
el que injerta brutalmente, en la inercia yoica inicial del niño, las
primeras simbolizaciones de la situación edípica. Melanie Klein siempre
procede así con sus sujetos, más o menos implícitamente, más o menos
arbitrariamente.
En el caso dramático de este sujeto que no ha accedido a la realidad
humana porque no hace ningún llamado, ¿cuáles son los efectos de las
simbolizaciones introducidas por la terapeuta? Ellas determinan una
posición inicial a partir de la cual el sujeto puede hacer jugar lo
imaginario y lo real, y conquistar así su desarrollo. El niño se
precipita en una serie de equivalencias, en un sistema donde los objetos
se sustituyen unos a otros. Recorre toda una serie de ecuaciones que le
hacen pasar de ese intervalo entre los dos batientes de la puerta,
adonde iba a refugiarse como si fuera el negro absoluto del continente
total, a objetos que lo sustituyen; la palangana de agua por ejemplo.
Despliega y articula así todo su mundo. Pasará luego de la palangana al
radiador eléctrico, a objetos más y más elaborados. Accede a contenidos
cada vez más ricos, y también a la posibilidad de definir el contenido y
el no-contenido.
¿Por qué hablar en este caso de desarrollo del ego? Esto es confundir
como siempre ego y sujeto.
El desarrollo sólo se produce en la medida en que el sujeto se integra
al sistema simbólico, se ejercita en él, se afirma a través del
ejercicio de una palabra verdadera. Notarán que ni siquiera es necesario
que esta palabra sea la suya. En la pareja momentáneamente formada por
la terapeuta y el sujeto, aún cuando su forma sea mínimamente afectiva,
puede producirse una palabra verdadera. Sin duda no cualquier palabra:
en esto radica la virtud de la situación simbólica del Edipo.
Verdaderamente ésta es la llave, llave en verdad pequeña. Ya les señalé
que muy probablemente existía un manojo de llaves. Tal vez un día de
estos dé una conferencia acerca de lo que nos enseña, en este sentido,
el mito de los primitivos: no diré de los más primitivos, pues no son
menos, y conocen acerca de esto mucho más que nosotros. Cuando
estudiamos una mitología, por ejemplo la que quizá va a ser publicada
sobre una población sudanesa, vemos que el complejo de Edipo no es para
ellos más que una tontería. Es apenas un detalito de un inmenso mito. El
mito permite confrontar una serie de relaciones entre los sujetos de
tal riqueza y complejidad que, en comparación, el Edipo parece una
versión hasta tal punto abreviada que, finalmente, puede llegar a
resultar inservible.
Pero qué importa. Hasta ahora, nosotros, analistas, nos hemos conformado
con él. Ciertamente, intentamos elaborarlo un poco, pero más bien
tímidamente. Nos sentimos siempre horriblemente embarullados pues
distinguimos mal entre imaginario, simbólico y real.
Quiero ahora señalarles lo siguiente. Cuando Melanie Klein le transmite
el esquema del Edipo, la relación imaginaria que vive el sujeto,
aunque
extremadamente pobre, es ya suficientemente compleja como para que pueda
afirmarse que el niño tiene su mundo propio. Pero, para nosotros, este
real primitivo es literalmente inefable. Mientras no nos diga algo
acerca de él, no tenemos ningún medio para penetrarlo, salvo mediante
extrapolaciones simbólicas que constituyen la ambigüedad de todos los
sistemas como el de M. Klein; ella nos dice, por ejemplo, que en el
interior del imperio materno, el sujeto está allí con todos sus
hermanos, incluyendo también el pene del padre, etc. ¿En serio ?
No importa, porque podemos captar en todo caso cómo este mundo se pone
en movimiento, cómo imaginario y real comienzan a estructurarse, cómo se
desarrollan las cargas sucesivas que delimitan la variedad de los
objetos humanos, es decir nombrables. Todo este proceso encuentra su
punto de partida en este primer fresco constituido por una palabra
significativa, que formula una estructura fundamental que, en la ley de
la palabra, humaniza al hombre.
¿Cómo decirlo aún de otro modo? Pregúntense ustedes qué representa el
llamado en el campo de la palabra. Pues bien, es la posibilidad de la
negativa. Digo la posibilidad. El llamado no implica la negativa, no
implica ninguna dicotomía, ninguna bipartición. Pero pueden comprobar
que es en el instante en que se produce el llamado cuando se establecen
en el sujeto las relaciones de dependencia. Recibirá a partir de
entonces a su niñera con los brazos abiertos, y se esconderá adrede
detrás de la puerta; manifestará súbitamente ante Melanie Klein la
necesidad de contar con un compañero en ese rincón reducido que fue a
ocupar por un momento. Luego vendrá la dependencia.
En esta observación pueden ver entonces jugar en el niño,
independientemente, la serie de relaciones pre-verbales y post-verbales.
Perciben que el mundo exterior-lo que llamamos el mundo real, no es más
que un mundo humanizado, simbolizado, constituido por la trascendencia
introducida por el símbolo en la realidad primitiva-sólo puede
constituirse cuando se han producido, en el lugar adecuado, una serie de
encuentros.
Estas posiciones pertenecen al mismo orden que las que, en mi esquema,
hacen que determinada estructuración de la situación dependa de
determinada posición del ojo. Volveré a utilizar este esquema. Hoy sólo
quise introducir un ramillete, pero se puede introducir el otro.
A partir del caso de Dick, y utilizando las categorías de lo real, lo
simbólico y lo imaginario, demostré cómo es posible que un sujeto que
dispone de todos los elementos del lenguaje, que tiene la posibilidad de
realizar desplazamientos imaginarios que le permitirían estructurar su
mundo, no estuviese en lo real. ¿Por qué no lo está? Unicamente porque
las cosas no han aparecido en cierto orden. La figura en su conjunto
está dislocada. Imposible darle a ese conjunto el más mínimo desarrollo.
¿Se trata acaso de desarrollo del ego? Vuelvan al texto de Melanie
Klein. Ella dice que el ego se ha desarrollado demasiado precozmente, de
modo tal que el niño mantiene una relación demasiado real con la
realidad porque lo imaginario no puede introducirse; luego, en la
segunda parte de su frase, dice que es el ego quien detiene el
desarrollo. Esto quiere decir, sencillamente, que no puede utilizarse,
en forma valedera, el ego como aparato en la estructuración del mundo
exterior. Por una sencilla razón: dada la mala posición del ojo, el ego
pura y simplemente no aparece.
Supongamos que el florero sea virtual. El florero no aparece y el sujeto
permanece en una realidad reducida, con un bagaje imaginario también
reducido.
Deben comprender cuál es el resorte de esta observación: la virtud de la
palabra, en tanto el acto de la palabra es un funcionamiento coordinado
con un sistema simbólico ya establecido, típico y significativo. .
Esto merecería que ustedes formulasen preguntas, que volvieran a leer el
texto, que manejasen también este pequeño esquema para ver por su
propia cuenta de qué modo les puede ser útil.
Lo que ofrecí hoy es una elaboración teórica que se mantiene próxima a
los problemas planteados por la señorita Gélinier la última vez. Anuncio
el título de la próxima sesión que tendrá lugar dentro de quince días:
La transferencia en los distintos niveles donde es preciso estudiarla.