Seminario 1: Clase 8, El lobro! El lobo! 10 de Marzo de 1954 (Caso Roberto, teoría del Superyo)

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Llegamos entonces a un nivel del tratamiento que puede resumirse así: el
contenido de su cuerpo ya no es destructor, malo; Roberto es capaz de
expresar su agresividad haciendo pipí de pie, y sin que la existencia e
integridad del continente, es decir del cuerpo, sean cuestionadas.
El Q.D. del Gessell pasó de 43 a 89, y en el Terman Merrill tiene un
C.I. de 75. El cuadro clínico cambió, las perturbaciones motoras han
desaparecido, el prognatismo también. Se ha vuelto amistoso con los
otros niños, a menudo protector de los más pequeños. Se puede empezar a
integrarlo en actividades grupales. Sólo el lenguaje permanece
rudimentario: Roberto nunca estructura frases, sólo emplea las palabras
esenciales.
Me fui luego de vacaciones. Estuve ausente dos meses.
A mi regreso, Roberto monta una escena que muestra la coexistencia en él
de los patterns del pasado y de la construcción presente.
Durante mi ausencia su comportamiento siguió siendo idéntico; expresaba
en su antiguo modo, pero en forma muy rica a causa de lo adquirido, lo
que la separación representaba para él: su temor de perderme. Cuando
regresé, vació como para destruirlos, la leche, su pipí, su caca,
después se quitó el delantal y lo tiró al agua. Destruyó así su antiguo
contenido y su antiguo continente, vueltos a encontrar a través del
traumatismo de mi ausencia. Al día siguiente, desbordado por su reacción
psicológica, Roberto se expresaba en el plano somático: diarrea
profusa, vómitos, síncope. Se vaciaba completamente de su imagen pasada.
Sólo mi permanencia podía constituir el enlace con una nueva imagen de
sí mismo, como un nuevo nacimiento. En ese momento, adquirió una nueva
imagen de sí mismo. Lo vemos en sesión volver a poner en escena antiguos
traumatismos que ignorábamos. Roberto bebe el biberón, pone la tetina
en su oreja, y rompe luego, con gran violencia, el biberón. Sin embargo,
fue capaz de hacerlo sin que la integridad de su cuerpo sufriera por
ello. Se separó de su símbolo del biberón y pudo expresarse a través de
él en tanto que objeto. Esta sesión que repitió dos veces, fue tan
impresionante que investigué cómo se había desarrollado la antrotomía
sufrida a los cinco meses. Supimos entonces que, en el servicio de
O.R.L. donde fue operado, no le anestesiaron y que, durante la dolorosa
operación le mantuvieron por la fuerza un biberón de agua azucarada en
la boca. Este episodio traumático esclareció la imagen que Roberto había
construido de una madre que hambreaba, violenta, paranoica, peligrosa,
que seguramente le atacaba. Después de la separación, un biberón
mantenido por la fuerza, haciéndole tragar sus gritos. La alimentación
con sonda, veinticinco cambios sucesivos. Tuve la impresión de que el
drama de Roberto era que todos sus fantasmas oral-sádicos se habian
realizado en sus condiciones de existencia.
Sus fantasmas se habían
convertido en realidad.
Por último, debí confrontarlo con una realidad. Estuve ausente durante
un año, y volví encinta de ocho meses. Me vio encinta. Comenzó poniendo
en escena fantasmas de destrucción de ese niño.
Desaparecí a causa del parto. Durante mi ausencia, mi marido lo tomó en
tratamiento, y Roberto puso en escena la destrucción del niño. Cuando
regresé me vio sin vientre y sin niño. Estaba pues convencido que sus
fantasmas se habían hecho realidad, que había matado al niño, y que por
lo tanto yo iba a matarlo.
Estuvo sumamente agitado esos últimos quince días, hasta el día en que
pudo decírmelo. Entonces, lo confronté con la realidad. Le traje a mi
hija, para que pudiese ahora hacer la ruptura. Su estado de agitación
cesó de golpe, y cuando lo volví a ver, al día siguiente, empezó, por
fin, a expresarme sentimientos de celos. Se aferraba a algo vivo y no a
la muerte.
Este niño había permanecido siempre en el estadio en el que los
fantasmas eran realidad. Esto explica que sus fantasmas de construcción
intrauterina hayan sido realidad en el tratamiento, y que haya podido
hacer una asombrosa construcción. Si hubiese estado más allá de ese
estadio, yo no hubiera podido obtener esa construcción de sí mismo.
Como decía ayer, tuve la impresión de que este niño había caído bajo el
efecto de lo real, que al comienzo no había en él función simbólica
alguna, y menos aún función imaginaria. Tenía al menos dos palabras.
SR. HYPPOLITE: Quisiera plantear una pregunta sobre la palabra El lobo.
¿De dónde salió El lobo?
SRA. LEFORT: En las instituciones infantiles, a menudo las enfermeras
asustan a los niños con el lobo. En la institución donde lo tomé en
tratamiento, los niños fueron encerrados-un día que estaban
insoportables-en la sala de juegos, y una enfermera salió e imitó el
grito del lobo para que se portaran bien.
SR. HYPPOLITE: Quedaría por explicar por qué el miedo al lobo se fijó en
él, como en muchos otros niños.
SRA. LEFORT: El lobo era evidentemente, en parte, la madre devorante.
SR. HYPPOLITE: ¿ Cree usted que el lobo es siempre la madre devorante?
SRA. LEFORT: En las historias infantiles siempre se dice que el lobo va a
comer. En el estadio sádico-oral, el niño tiene deseos de comer a su
madre, y piensa que su madre va a comerle. Su madre se convierte en
lobo. Creo que aquí está, probablemente, pero no estoy segura, la
génesis. Hay en la historia de este niño muchas cosas ignoradas, que no
he podido saber. Cuando quería ser agresivo conmigo no se ponía en
cuatro patas, ni ladraba. Ahora lo hace. Ahora sabe que es un ser
humano, pero de vez en cuando necesita identificarse a un animal, como
lo hace un niño de dieciocho meses. Y cuando quiere ser agresivo, se
pone en cuatro patas, y hace uuh, uuh, sin la menor angustia. Después se
incorpora y sigue el curso de la sesión. Sólo puede expresar su
agresividad en ese estadio.
SR. HYPPOLITE: Sí, entre zwingen y bezwingen. Se trata de la diferencia
que existe entre la palabra en que hay coerción, y aquella en la que no
la hay. La compulsión, Zwang, es el lobo el que le produce angustia, y
la angustia superada, Bezwingung, es el momento en que juega al lobo.
SRA. LEFORT: Sí, estoy de acuerdo.
Naturalmente, el lobo plantea todos los problemas del simbolismo: no es
una función delimitable, ya que debemos buscar su origen en una
simbolización general.
¿Por qué el lobo? No es un personaje demasiado familiar en nuestras
comarcas. El hecho de que el lobo haya sido elegido para producir estos
efectos nos remite, directamente, a una función más amplia en el plano
mítico, folklórico, religioso, primitivo. El lobo se vincula con una
filiación a través de la cual llegamos a las sociedades secretas, con lo
que las mismas suponen de iniciático, ora en la adopción de un tótem,
ora en la identificación con un personaje.
Es difícil efectuar estas distinciones a propósito de un fenómeno tan
elemental, pero yo quisiera llamarles la atención sobre la diferencia
entre el superyó, en el determinismo de la represión, y el ideal del yo.
No sé si han advertido aún lo siguiente: existen dos concepciones que,
apenas introducidas en una dialéctica cualquiera para explicar un
comportamiento enfermo, parecen dirigirse exactamente en sentido
contrario. El superyó es coercitivo y el ideal del yo exaltante.
Son estas cosas que tendemos a eliminar, al pasar de un término al otro
cual si ambos fueran sinónimos. Se trata de una cuestión que valdrá la
pena plantear a propósito de la relación transferencial. Cuando se busca
el fundamento de la acción terapéutica, suele decirse que el sujeto
identifica al analista con su ideal del yo, o por el contrario, con su
superyó y, en el mismo texto, un término sustituye al otro según el
capricho del desarrollo de la demostraclón, sin que se explique
claramente la diferencia.
Me veré obligado, indudablemente, a examinar el problema del superyó.
Por de pronto diré que-si nos limitamos a un empleo ciego, mítico, de
este término, palabra clave, ídolo-el superyó se sitúa esencialmente en
el plano simbólico de la palabra, a diferencia del ideal del yo. El
superyó es un imperativo
. Como lo indican el sentido común el uso
que de él se hace, el superyó es coherente con el registro y la noción
de ley, es decir con el conjunto del sistema del lenguaje, en tanto
define la situación del hombre como tal, es decir, en tanto que éste no
sólo es individuo biológico. Por otra parte, es preciso acentuar
también, y en sentido contrario su carácter insensato, ciego, de puro
imperativo, de simple tirahía. ¿En qué dirección puede hacerse la
síntesis de estas nociones?
El superyó tiene relación con la ley, pero es a la vez una ley
insensata, que llega a ser el desconocimiento de la ley.
Así es como
actúa siempre el superyó en el neurótico. ¿No es debido acaso a que la
moral del neurótico es una moral insensata, destructiva, puramente
opresora, casi siempre antilegal, que fue necesario elaborar la función
del superyó en el análisis?
El superyó es, simultáneamente, la ley y su destrucción. En esto es la
palabra misma, el mandamiento de la ley, puesto que sólo queda su raíz.
La totalidad de la ley se reduce a algo que ni siquiera puedes
expresarse, como el Tú debes, que es una palabra privada de todo
sentido. En este sentido, el superyó acaba por identificarse sólo a lo
más devastador, a lo más fascinante de las primitivas experiencias del
sujeto. Acaba por identificaré se a lo que llamo la figura feroz, a las
figuras que podemos vincular con los traumatismos primitivos, sean
cuales fueren, que el niño ha sufrido.
Percibimos encarnada, en este caso privilegiado, esta función del
lenguaje, la palpamos en su forma más reducida, reducida a una
palabra-cuyo sentido y alcance para el niño ni siquiera somos capaces de
definir-pero que, sin embargo, lo enlaza a la comunidad humana. Como lo
indicó con toda pertinencia Rosine Lefort, no se trata de un niño-lobo
que habría vivido en un simple salvajismo, sino de un niño hablante; ha
sido gracias a ese ¡El lobo! que ella tuvo desde el comienzo la
posibilidad de instaurar el diálogo.
Lo admirable en esta observación es el momento en que, después de una
escena que usted ha descrito, desaparece el uso de la palabra ¡El
lobo!
Es en torno a este pivote del lenguaje, a la relación con esa
palabra, que para Roberto resume una ley, donde se produce el giro de la
primera a la segunda fase. Comienza luego esa elaboración
extraordinaria que culmina en el conmovedor auto-bautismo, cuando
pronuncia su propio nombre. Palpamos aquí en su forma más reducida, la
relación fundamental del hombre con el lenguaje. Es extraordinariamente
conmovedor.
¿Qué otras preguntas quieren plantear?
SRA.  LEFORT: ¿Qué diagnóstico?
Bien, hay quienes ya tomaron posición al respecto. Lang, me dijeron que
dijo usted algo anoche que me pareció interesante. Pienso que su
diagnóstico es sólo analógico. Refiriéndose al cuadro que existe en la
nosografía, usted pronunció la palabra…
DR. LANG: Delirio alucinatorio. Siempre se puede intentar buscar una
analogía entre trastornos profundos del comportamiento de los niños y lo
que conocemos en los adultos. Casi siempre se habla de esquizofrenia
infantil cuando no se comprende bien lo que ocurre. Para que pueda
hablarse de esquizofrenia falta aquí un elemento esencial: la
disociación. No hay disociación, porque apenas hay construcción. Me
pareció que esto recuerda ciertas formas de organización del delirio
alucinatorio. Anoche formulé grandes reservas pues falta franquear un
paso entre la observación directa de un niño de esta edad y lo que
conocemos de la nosografía habitual. Habría en este caso que explicitar
muchas cosas.
Sí. Así comprendí lo que usted dilo cuando me lo contaron.
Un delirio alucinatorio-en el sentido en que usted lo entiende, el de
una psicosis alucinatoria crónica-sólo tiene un punto en común con lo
que sucede en este sujeto: esa dimensión, que observó sutilmente la Sra.
Lefort, según la cual este niño sólo vive lo real. Si la palabra
alucinación significa algo, es ese sentimiento de realidad. En la
alucinación, hay algo que el paciente asume, verdaderamente, como real.
Saben ustedes cuán problemático sigue siendo esto, incluso en una
psicosis alucinatoria. En la psicosis alucinatoria crónica del adulto
hay una síntesis de lo imaginario y lo real; en esto radica el problema
de la psicosis. Encontramos aquí una elaboración imaginaria secundaria,
que la Sra. Lefort destacó, que es literalmente la    no-inexistencia en
estado naciente.
Hacía tiempo que no examinaba este caso. Sin embargo, la última vez que
nos encontramos les hice el gran esquema del florero y las flores, en el
que las flores son imaginarias, virtuales, ilusorias, y el florero real
o inversamente, pues se puede disponer el aparato en sentido contrario.
Ahora tan sólo puedo hacerles notar la pertinencia de este modelo,
construido en base a la relación entre las florescontenido y el
florerocontinente. Vemos aquí jugar plenamente, y al desnudo, el sistema
continente-contenido que ya coloqué en un primer plano de la
significación que doy al estadio del espejo. Vemos cómo el niño actúa
con la función, más o menos mítica, del continente, y cómo podrá
soportarlo vacío-como señaló la Sra. Lefort-sólo al final. Poder
soportar su vacuidad es identificarlo finalmente como un objeto
propiamente humano; es decir, un instrumento, capaz de ser separado de
su función. Esto es esencial, ya que en el mundo no sólo existe lo útil
sino también el utensilio; es decir, instrumentos que existen como cosas
independientes.
SR. HYPPOLITE: Universales.
DR. LANG: El paso de la posición vertical del lobo a la posición
horizontal es muy interesante. Me parece justamente que el lobo del
comienzo es vivenciado.
Al comienzo, no es ni él ni ningún otro.
DR. LANG: Es la realidad.
No, creo que es esencialmente la palabra reducida a su médula. No es ni
él, ni nadie, es, evidentemente, ¡El lobo! en tanto que él dice esta
palabra. Pero ¡El lobo! es cualquier cosa en tanto que puede ser
nombrada. Ven aquí ustedes el estado nodal de la palabra. El yo es aquí
completamente caótico, la palabra está detenida. Pero sólo a partir de
¡El lobo! podrá ocupar su lugar y construirse.
DR. BARGUES: Yo había señalado que, en cierto momento, cuando el niño
jugaba con sus excrementos, había un cambio. El dio, cambió y cogió
arena y agua. Pienso que comenzaba a construir y a manifestar lo
imaginario. Pudo tomar ya una mayor distancia con el objeto, con sus
excrementos, y luego avanzar cada vez más. No creo que podamos hablar de
símbolo, en el sentido en que usted lo entiende. Sin embargo, ayer,
tuve la impresión de que la Sra; Lefort hablaba de ellos como símbolos.
Es ésta una cuestión difícil. Es la que aquí tratamos, en la medida en
que puede ser la clave de lo que designamos como yo. ¿Qué es el yo? No
son instancias homogéneas. Unas son realidades, otras imagenes,
funciones imaginarias. El mismo yo es una de ellas.
Quisiera detenerme en este punto antes de terminar. No hay que omitir lo
que usted nos describió, al comienzo, de modo tan apasionante: el
comportamiento motor de este niño. Este niño parece no tener lesión
alguna en sus aparatos. ¿Cómo es actualmente su comportamiento motor?
¿Cómo son sus gestos de prehensión?
SRA. LEFORT: Desde luego, ya no está como al principio.
Al comienzo, tal como usted lo describió, cuando quería alcanzar un
objeto no podía asirlo más que con un único gesto. Si ese gesto fallaba,
debía volver a empezar desde el principio. Por lo tanto controla la
adaptación visual, pero sufre perturbaciones de la noción de distancia.
Este niño salvaje siempre puede-como un animalito bien
organizado-atrapar lo que desea. Pero si hay fallo o lapsus del acto,
sólo puede corregir volviendo a empezar todo. En consecuencia, podemos
decir que en este niño no parece haber ni un déficit ni un retraso
ligado al sistema piramidal, nos hallamos ante manifestaciones de las
fallas de las funciones de síntesis del yo, en el sentido en que
entendemos el yo en la teoría analítica. La ausencia de atención, la
agitación-inarticulada, que usted también notó al comienzo, deben
igualmente ser referidas a desfallecimientos de las funciones del yo. Es
además preciso observar que, en ciertos aspectos, la teoría analítica
llega a hacer de la función del dormir una función del yo.
SRA. LEFORT: Este niño ni dormía ni soñaba, desde el famoso día en que
me encerró disminuyeron sus trastornos motores, empezó a soñar por la
noche, y a llamar en sueños a su madre.
A esto quería llegar. No dejo de vincular directamente la atipla de su
dormir con el carácter anómalo de su desarrollo, cuyo retraso se sitúa
precisamente en el plano de lo imaginario, en el plano del yo como
función imaginaria. Esta observación nos muestra que, a partir de un tal
retraso del desarrollo imaginario, aparecen perturbaciones de ciertas
funciones, aparentemente inferiores a lo que podemos llamar el nivel
superestructural. En la relación entre la maduración estrictamente
sensoriomotriz y las funciones del dominio imaginario en el sujeto
radica el enorme interés de este caso. Todo el problema reside ahí. Se
trata de saber en qué medida esta articulación es la que está en juego
en la esquizofrenia. Según nuestra inclinación, y en función de cómo
cada uno de nosotros concibe la esquizofrenia, su mecanismo, su resort
esencial, podremos o no situar este caso en el marco de una afección
esquizofrénica.
Ciertamente no se trata de una esquizofrenia en el sentido de un estado,
en la medida en que usted nos muestra su significación y movilidad.
Pero hay allí una estructura esquizofrénica de relación con el mundo, y
un conjunto de fenómenos que, eventualmente, podríamos vincular con la
serie catatónica. No hay ningún síntoma de ello en sentido estricto,
sólo podemos pues situar el caso en este cuadro-como lo hace Lang-para
situarlo de modo aproximativo. Pero ciertas deficiencias, ciertas
carencias de adaptación humana, abren hacia algo que, más tarde,
analógicamente, se presentará como una esquizofrenia.
Creo que no podemos decir nada más, salvo quizá que se trata de lo que
llamamos un caso de demostración. Después de todo, no tenemos ninguna
razón para pensar que los cuadros nosológicos están delimitados y
esperándonos desde la eternidad. Como decía Péguy, los tornillitos
siempre entran en los agujeritos, pero existen situaciones anormales
donde los tornillitos no corresponden ya a los agujeritos. Que se trata
de fenómenos de orden psicótico, o más exactamente de fenómenos que
pueden culminar en una psicosis, no me cabe duda.
Leclaire, le pido especialmente a usted que, la próxima vez, nos traiga
algo sobre Introducción al narcisismo, que se encuentra en el tomo IV de
los Collected Papers, o en el tomo X de las obras completas. Verá que
se plantean problemas que corresponden al registro de lo imaginario que
aquí estamos estudiando.