Seminario 1: Cuarta parte, El hombre de los lobos (Nº2)

La cuestión que es necesario plantear es la de las relaciones del yo (moi) y del instinto sexual que, en el hombre, desemboca en el instinto genital. La observación del «Hombre de  los Lobos’ es significativa e instructiva a este propósito.

El «Hombre de los Lobos» tiene una vida sexual realizada, aparente, de carácter «incluso» («compulsiva», para Freud). Se trata de un ciclo de comportamiento que, una vez desencadenado, va hasta el fin y que está «entre paréntesis» por relación al conjunto de la personalidad del sujeto. Esta suerte de paréntesis es sorprendente al lado de la confidencia de una vida de carácter igualmente ocluido y cerrado. El «Hombre de los Lobos» tiene vergüenza de su vida sexual, sin embargo ella existe y puntúa su vida de adulto estragada por una depresión narcisista.

El «Hombre de los Lobos» tuvo con su hermana relaciones propiamente genitales. Hablando propiamente, no hay retraso instintivo en él. Tiene reacciónes instintivas muy vivas y listas para penetrar a través de la opacidad que fija y hace estancar su personalidad en un estado propiamente narcisista. Se encuentra una virilidad de estructura narcisista (términos adlerianos casi aflorantes).

Se puede partir del esquema clásico de la represión: la represión está ligada a la rivalidad con el padre, la que es inasumible (rival omnipotente) y sancionada por un apremio, una amenaza, la de la castración. Hay pues disociación entre la sexualidad y el yo (moi), proceso de doble faz que tiene un resultado normativo y feliz (período de latencia). Pero el retorno de lo reprimido provoca las neurosis infantiles que sobrevienen en el período de latencia.

Aquí, la rivalidad con el padre está lejos de haberse realizado y es reemplazada por una relación que, desde el origen, se presenta como una afinidad electiva con el padre: el «Hombre de los Lobos» amaba a su padre, quien era muy gentil con él: hay una preferencia afectiva. El padre no es castrador ni en sus actos, ni en su ser (enferma muy pronto, más castrado que castrador). Y sin embargo Freud nos dice que el temor de la castración domina toda la historia de este enfermo. Freud se pregunta si es en función de un esquema filogenético.

La relación de orden simbólico que el sujeto busca conquistar, pues ella le aporta su satisfacción propia, es la siguiente: Todo sucede como si, sobre el fundamento de una relación real, el niño, por razones ligadas a su entrada en la vida sexual, buscara un padre castrador: que sea el genitor, el personaje que castiga: él busca el padre simbólico (no su padre real), teniendo con él relaciones punitivas (y esto justo después de la seducción de su hermana). El niño tiene una actitud provocativa y busca una satisfacción: ser castigado por su padre. La diferencia entre este padre  simbólico y el padre real no es cosa rara.
Otra cosa es igualmente importante para esclarecer nuestra investigación: es la instrucción religiosa, la que es dada por una mujer (Freud considera a esta instrucción religiosa como un factor de apaciguamiento).

En el lenguaje de Freud, la sublimación tiene un sentido diferente de la imagen vulgar que uno se hace de ella: es decir, el pasaje de un instinto a un registro más sublime. Para Freud, es la iniciación de un sujeto a un símbolo más o menos socializado y objeto de creencia universal.
Durante un cierto tiempo, el niño es calmado gracias a eso. Para Freud, la religión es una ilusión, pues su estructura dogmática le parece mítica.

Para Freud, la satisfacción del deseo del hombre exige que sea reconocido. Este reconocimiento deviene el objeto mismo del deseo del hombre. Cuando el hombrecito no encuentra la forma de una religión, se hace  una:  es la neurosis obsesiva, y es lo que la religión evita. Lo que la instrucción religiosa enseña al niño es el nombre del Padre y del Hijo. Pero falta el espíritu: es decir, el sentimiento del respeto. La religión trazaba las vías por las cuales se podía testimoniar el amor por el padre, «sin el sentimiento de culpabilidad inseparable de las aspiraciones amorosas individuales» (Freud). Pero, para el «Hombre de los Lobos», faltaba una voz plenamente autorizada. Un padre que encarne el bien, el padre simbólico. Y la rebelión ligada al masoquismo se manifiesta (crítica religiosa que hace el niño). Cuando aparece el repetidor que puede encarnar la función del padre y que dice: «la religión, son bolazos», todo eso no se sostiene mucho tiempo. Pues, en este caso, no hay super-ego: el niño no ha podido identificarse a una imagen propiamente paterna que cumpliera la función simbólica del Padre. Por esto y al mismo tiempo no ha podido realizar tampoco el complejo de Edipo normativizante. Sus relaciones, en el triángulo edípico, lo muestran identificado a la madre. El objeto de su deseo es el padre. Se lo sabe gracias al sueño de angustia. En sus antecedentes inmediatos se encuentra la espera del doble don para el día de Navidad. El «doble don» manifiesta su duplicidad en relación al padre (el regalo de Navidad manifiesta la trascendencia del niño en relación al adulto). El niño es el extraño que escapa al orden donde uno se reconoce; el niño siente que del lado del adulto hay todo un mundo organizado y en el cual, propiamente hablando, él no está iniciado. La relación niño-adulto es de amor, pero este amor es también rechazado (reppouseé): el niño capta todo y por  otro lado no sabe todo. y esto explica que el niño se introduzca de un sólo golpe en un sistema completo de lenguaje en tanto que sistema de una lengua y no deletreo de la realidad.
El «Hombre de los Lobos» quería pues se regalo de Navidad y el de su cumpleaños. Para él, que se considera como el hijo  de su único Padre,  quiere también un don de amor real. Y alrededor de esto se cristaliza el sueño-pesadilla esencial. Es un sueño de angustia. Esta no siempre está ligada al retorno de lo reprimido en la conciencia (siendo lo reprimido algo que no ha sido memorizado simbólicamente).
Hay que distinguir dos memorias. El niño se acuerda de algo que ha existido y que no puede ser rememorado sobre el plano simbólico. Y esto determina sin embargo todo su comportamiento ulterior, que da esta «sexualidad argumentado en astillas»: es el drama del desarrollo de este niño.

En el análisis de este sueño hay dos planos:

1º) los mitos que están en el registro de su tentativa de asumir los mitos  socializantes (el cuento tiene un valor de satisfacción saturante que introduce al niño en un medio de comunicación que lo satisface).

2º) Después de eso, no hay más nada, y es sólo Freud quien interpreta este sueño que tiene el valor de la irrupción de la escena primitiva misma en la conciencia nocturna.

A este sueño, para comprenderlo, es necesario invertirlo. La realidad apuntada ha sido abolida por esta inversión: ventana abierta: es lo inverso del velo que envuelve al sujeto: es un espejo donde él va a verse a sí mismo mirando (bajo la forma de esos animales que lo miran) —una escena agitada: el padre y la madre teniendo un coitus a tergo. Esto entraña una relajación esfinteriana debida al terror. (Representando esto un regalo orgánico del bebé). El enfermo ha olvidado esta escena, la que es inintegrable a su memoria consciente. Ella resurge cuando él intenta mediatizar su deseo creando una relación simbólica con el padre. En su inconsciente se trata de una relación homosexual pasiva. Pero ésta es reprimida por una exigencia narcisista. ¿Qué es el narcisismo? ¿Una relación libidinal con el cuerpo propio? La relación narcisista está centrada por un reflexión: una imagen especular, narcisista y una identificación al otro. Hay ambigüedad total, el sujeto es a la vez él; y otro. Otra cosa: hay un rol de la imagen impregnante en la erotización de la imagen del otro. Ahí se plantean todas las cuestiones de la bisexualidad. Feminizado en el inconsciente, el sujeto, sobre el plano del Yo (Moi), elige con la última energía la posición justamente opuesta. ¿Cómo explicar esto? Refiriéndose a las relaciones que, en la naturaleza, existen entre la parada y el pareo: hay relación a cierta imagen cuyo afrontamiento es realizado de manera bastante contingente. Se establece una reacción de parada: es una suerte de prueba que produce un cambio en la actitud de los partenaires, y uno y otro, y uno en relación al otro, se reconocen. Por ahí se completa una suerte de esquema innnato y los roles son fijados, repartidos de una vez por todas. ¿Se puede decir que hay algo análogo en la referencia imaginaria a los personajes en la escena primitiva? De donde el conflicto entre una impresión feminizante y una experiencia del cuerpo completo, especular (ver la lección de Freud sobre la feminidad). La relación a una imagen unívoca y fálica nos pone en presencia del fenómeno que, en la experiencia clínica, guarda un carácter original. Todo sucede como si un fenómeno de relación imaginaria a sí mismo recubriera, apagara todo lo que es del otro registro. Por lo que la identificación a la madre en la escena primitiva es rechazada: la imagen de la identificación femenina está del lado de la imagen del cuerpo fragmentado, por detrás para el enfermo. Y es por lo cual la libido narcisista, confirmación narcisista, debe traer una denegación absoluta de su contenido (o tinte —la palabra falta en el texto) homosexual: hay prevalencia de la imagen completa (fálica) del cuerpo. La reevocación de la imagen fragmentada del cuerpo provoca el resurgimiento de un estado anterior del yo (moi) y esto da angustia. Así se explica el carácter narcisista de la afirmación viril del sujeto y, de ahí, viene también la dificultad para alcanzar un objeto heterosexual.

La identificación a la hermana es cierta (hay un año y medio de diferencia entre ello = buena diferencia: «nota sensible» en el sentido que eso tiene en música). Al punto que, cuando la hermana ha muerto, ella es como reabsorbida por él mismo. Por eso no puede aceptar los primeros avances de su hermana, que le habrían dado acceso a un estadio propiamente genital.
Para que la identificación se produzca en el hombre, debe ser por intermedio de un modelo realizado: adulto, femenino o masculino (hay una diferencia con los animales: en ellos la experiencia es pasivizante para uno, promotora de actividad para el otro).

El hombre se anticipa en su imagen completa antes que la haya alcanzado. De donde los fantasmas de castración: el pene puede ser tomado o arrebatado. 
La identificación narcisista es frágil y está siempre amenzada.

La escuela francesa ha tocado algo justo ligando la oblatividad a la maduración de la función genital. Pero este lazo es muy complejo. El sentido verdadero de la oblatividad se encuentra en una relación de don consitutiva de un acceso pleno a la sexualidad humana. (El altruismo es diferente, ya que está ligado a una identificación narcisista del otro).
La oblatividad verdadera es una relación simbólica que hace que el deseo del hombre se reconozca y se mediatice por el deseo del  otro: suerte de captura del deseo del otro.

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