Seminario 10: Clase 11, del 20 de Febrero de 1963

GRANOFF:
Nos hemos preguntado sobre el método que íbamos a utilizar para hablarles de estas cosas, más aún cuando tuvimos que enfrentar una dificultad práctica, la de cómo cortar, cómo separar la cuestión en varios artículos o en varios breves ítems. Finalmente no nos decidimos por ningún plan, es decir que como nuestro conocimiento de esos artículos es relativamente desparejo, pues además estuvimos escasos de material bibliográfico, nos dijimos que lo único que realmente podíamos hacer era hablar de ellos entre nosotros, tomándolos a ustedes de algún modo como testigos.

En cuanto al modo de hacerlo, es decir, por dónde encararlos, por dónde abordarlos, dado el hecho de que fue Lacan quien nos pidió que lo hiciéramos y que nos lo pidió con cierto espíritu, pues en dichos artículos debíamos apreciar qué era, como se dice en inglés, relevant o irrelevant para lo que nos estaba enseñando en ese momento, este nos pareció finalmente el camino más lógico; es decir que en la medida en que de lo que Lacán nos habla es del análisis tal como él lo concibe, resulta evidente que prácticamente todos los artículos que pueden hallarse en la bibliografia, por poco que estén bien elegidos, son pertinentes a los problemas de que Lacan trata.

Algunos de ellos contienen seguramente más elementos que alertaron su sensibilidad y que aparecen como si hubiera alertado la sensibilidad de tal o cual autor, como por ejemplo Margaret Little. Cuando consideramos que tal artículo es bueno y tal otro no tan bueno, lo hacemos, por supuesto, fuera de sus cualidades evidentes, de sus cualidades literarias y de su valor propedéutico, y además por el hecho de que en él aparecen precisamente los elementos sobre los cuales nuestra sensibilidad resulta más alertada, y más alertada por la forma.

En este caso nos hallamos con artículos que, en base a este criterio, son excelentes, vale decir que son excelentes por su inserción en las formulaciones que actualmente dominan en este seminario.

Considerando lo que en este momento se halla en curso, o sea grosso modo las diversas concepciones que hemos podido formarnos, que podemos formarnos o que todavía nos formamos del análisis, es evidente que como tales concepciones son concepciones de analistas, en el fondo estarán expuestas con particular vivacidad en la literatura, por cierto restringida, que trata acerca de la contratransferencia.

Hay aquí, evidentemente, una dificultad, porque con respecto a la contratransferencia en el fondo puede decirse que las cosas todavía no están maduras, y por diversas razones uno se sentiría poco inclinado a ellas. Sin embargo, cualquiera que sea la acrobacia que se realice para evitar presentar las cosas bajo la rúbrica de la contratransferencia, me percaté de que finalmente era casi inevitable tomarla como la tomaron los propios autores, es decir, bajo ese mismo título.

Por consiguiente, en materia de contratransferencia, último momento de las opiniones sobre el análisis, puede considerarse que en el curso de la historia del movimiento analítico nos las vemos con algo que puede representarse como un campo recorrido por un compás desplegado sobre 180°; y si a las posiciones iniciales, a las que no llamaría posiciones freudianas porque a aquéllas las exploré relativamente mal, pero en fin, al menos si a las posiciones iniciales cronológicamente hablando se las considera como muy bien representadas en el artículo de Bárbara Low, puede decirse que en el otro extremo de este abanico encontramos una tentativa como la de Thomas Szasz, que ofrece la particularidad de ser, dentro de las tentativas contemporáneas, por lo menos una de las más interesantes por su rigor, por las cualidades de su exposición, por la búsqueda y severidad del autor frente al criterio que utiliza, lo que hace que haya culminado en esa suerte de flor finalmente monstruosa pero de la que se tiene la sensación de que en el fondo muy poco le habría faltado para que, a cambio de monstruosa, no fuera algo enteramente distinto.

Como resulta evidente, es extremadamente limitado el tiempo de que disponemos para recorrer ese abanico. Tomaremos pues, siguiendo el orden cronológico, el artículo de Bárbara Low, artículo que presentó en el Congreso de Lucerna, si no me equivoco, o en el de Zurich, el séptimo, y que fue reeditado en el International Journal de 1935. Hemos observado al pasar que entre el texto alemán del Zeiterschrift y el texto inglés hay algunas pequeñas divergencias, pero esta vez creo que debemos hacer abstracción de nuestra habitual parcialidad, ya que la autora es de lengua inglesa y en esta ocasión no tenemos razones para privilegiar el texto alemán.

Vemos que la posición de Low apunta, grosso modo, a asimilar el ejercicio del análisis al de un arte. Grosso modo y con toda precisión, ésta es la posición que ella expresa. Porque, según dice, el analista se encuentra en una posición particularmente difícil de sostener si no permite que en la misma se introduzcan satisfacciónes o, para ser más exactos, lo que ella llama «compensaciones psicológicas», en alemán Entschädigung, algo que, hablando con propiedad, es del orden del resarcimiento.

Tales resarcimientos, que evidentemente introducen la idea del daño al que el analista le es imposible no dar participación, son inducidos por tres privaciones esenciales. La primera se refiere a la inhibición del placer narcisístico, sobre todo en los niveles pregenitales; y aquí es imprescindible apuntar que la autora escribe en una época en que las cuestiones de la llamada «pregenitalidad» aún tenían un desarrollo menos extremado del que alcanzaron después.

A continuación, y éste es un punto muy importante, casi central en el fondo para ella, la inhibición de la certeza dogmática en la esfera intelectual; y en tercer lugar, lo más importante en el plano de lo que es difícil de soportar, penosas modificaciones a nivel del superyó del analista.

¿Dónde tiene lugar este drama? ¿Dónde se juega? Y bien, evidentemente, aquí puede decirse que el esfuerzo de la generación del analista nos (…). Al mismo tiempo, puede advertirse igualmente la simpatía que Lacan puede sentir con respecto a este artículo: para Bárbara Low todo esto se juega en el fondo sobre una segunda escena; es bastante probable al menos que, en el nivel en que ella presenta la cosa, el fantasma último de Bárbara Low en cuanto a la situación analítica no pase lejos de un fantasma plano. Y como segunda escena, es con evidencia a la segunda escena, es decir, la escena sobre la escena de Hamlet, que ella se refiere.

¿Cuál debe ser según Low la posición del analista? La autora nos trae una breve cita de Milton, de «El paraíso perdido», que atiende a la tranquilidad que ella recomendaría al analista, para llegar a los consejos dados por Hamlet a la troupe de actores que viene a actuar. Su manera de citar a Hamlet es muy curiosa; desdichadamente, no tengo la edición francesa de esta obra, lo que hace que no sepa cuál es la traducción habitual; pero veamos lo que ella cita: «No sean demasiado tame»; a decir verdad, no sé cómo podría traducirse esto: «no sean demasiado tímidos». En el fondo, tame es la domesticación

(Alguien en la sala: «timoratos»). Timoratos: «No sean demasiado timoratos. En el torrente — en la tempestad, podría yo decir— del torbellino de las pasiones, deben adquirir y obtener una templanza.»

En la línea siguiente, la autora procede a una especie de inversión, porque «Be not too tame» es lo que aparece en el parágrafo que sigue, el que ella cita primero. Esto ofrece interés, un interés accesorio pero sin embargo bastante curioso, porque —y aquí encontramos algo que hallaremos Íntegramente desarrollado en una autora de quien les hablaré en último lugar, Lucy Tower, autora contemporánea, una mujer, igualmente— cuando en el primer parágrafo, o sea antes de decir «No sean demasiado timoratos», Hamlet habla del torbellino de las pasiones, ¿para qué lo hace? Para decir que el actor no deberá exagerar y que, en particular, no deberá superar a Termanant. ¿Quién es este personaje?.  A decir verdad, no lo sé con precisión Todo lo que sé es que se trata de una divinidad a la que se hacía intervenir en esas suertes de comedias, de juegos de la pasión, que comenzaron por las iglesias en el exterior y acabaron por suministrar a la Edad Media compañías de actores profesionales ambulantes. Este personaje aparece en los «Chesterwoodson Plays» y en los «Country Plays». Ahora bien, ¿qué papel juega?. En los «Chesterwoodson Plays» habla de sí mismo diciendo que es aquél a quien el sol no se atreve a alumbrar. Y en los «Country Plays» se presenta como amo de todo hombre. De modo tal que aquí Hamlet demanda a sus actores que no superen en el simulacro a un personaje que se presenta como investido de una omnipotencia. En definitiva, se trate de una omnipotencia o de un personaje que no contiene ninguna clase de laguna, esto nos remite a algo que es del orden de la preocupación por el todo, en fin, por cierta totalidad, y que llega a su apogeo en un artículo reciente, del cual les hablaré justamente bajo el título de «cien por cien» que veremos utilizado tanto por Margaret Little como por Lucy Tower. Con toda evidencia, en Margaret Little hay (…) donde en este caso sólo es cuestión del cien por cien de responsabilidad.

¿Como termina Bárbara Low lo que tiene que decir?. Y bien, asimilando el ejercicio analítico a una actividad artística. ¿Por qué? Porque ella es una creadora. De paso, nos da mil signos de su gusto por lo que no es pedante. Habla de la relación de Freud con su obra y la describe como una actitud alegre que comunica su alegría al lector; también cita a los autores que para ella son de idéntica vena, Evidentemente, no se trata de cualquier autor, sino básicamente de Ferenczi; y creo que gustosamente convendremos con ella en decir que tal es la manera como sentiríamos también nosotros las cosas. Por lo demás, ella misma escribe en un inglés espléndido, y cuando trae un ejemplo clínico es bien notable que la paciente citada es también, según dice, «una autora de cierta calidad».

Entonces, actividad creadora. ¿Qué es lo que hace posible esta actividad creadora? Es que en el fondo, si entre las cosas que en la actividad analítica se satisfacen está el mirar —lo que por supuesto es adecuado para ocasionarle toda clase de dificultades, esencialmente en el plano de la inhibición de nuestra certeza dogmática—, hay, dice ella, un medio para transformar los embarazos de mirar, es decir, en lugar de mirar nuestra posición, «vivir de», en inglés «living from»; en alemán, las palabras inglesas se conservan en itálica y entre paréntesis.

Por lo tanto, ese «living from», que es una de las diversas formas de nuestra participación en los beneficios, es a decir verdad el resorte mismo del valor creador de nuestra actividad como actividad artística; y en este punto la autora coincidirá con uno de los artículos de Szasz, uno de los artículos de 1956, el que hacía alusión a las satisfacciónes que se experimentan en el ejercicio de profesiones liberales, y particularmente en el análisis. Bárbara Low destaca que en nuestro contexto cultural —salvo en las actividades artísticas, esencialmente en el entertainment, es decir, el espectáculo— no ocurre que se experimenten satisfacciónes, en el primer sentido del término, en el ejercicio mismo de la actividad en cuestión.

Y, de una manera que en ese lugar puede parecer inesperada, esto la lleva a brindar una imagen gráfica del modo en que ella concibe esa satisfacción y ese «vivir de». El ejemplo, o más bien la ilustración que propone es «tomar una comida». Esto resulta muy llamativo, pues lo encontraremos en otro artículo publicado veinte años más tarde. Tomar una comida o, en otras palabras —dice— si comer al lado de alguien la propia comida es una cosa, comer en común con alguien es otra. Para ella, en este nivel el resultado es una suerte de fraternidad mística que deriva de la comida tomada en común.

Tal fraternidad de la buena comida, brotherhood, reaparece veinte años más tarde en un artículo del que no sé si será oportuno hablar ahora; pero en todo caso, ya que se me ocurre el ejemplo clínico, se trata del artículo de Lucy Tower aparecido en el Journal de la Asociación psicoanalítica americana bajo el título de «Contratransferencia», en el número de Abril de 1956. Si el tiempo lo permite, diré algunas palabras sobre este artículo. Lo cierto es que el ejemplo clínico que nos ofrece es el siguiente: se trata de una mujer sumamente molesta, que la insulta más allá de lo que ella puede tolerar. «Una hermosa mañana de primavera, salí de mi consultorio veinte minutos antes de la cita con esta paciente; mi agenda quedó abierta sobre el escritorio». Sola, paladeó una comida deliciosa —e insiste sobre el hecho de que se trataba de una comida deliciosa— en un restaurante. Sin darse prisa, regresó a su gabinete, y cuando entró fue para que le dijeran — su secretaria, muy probablemente— que la paciente se había retirado encolerizada.

Transcurrieron 24 horas de intensa rabia, pero cuando esperaba ver irse a la paciente, dejar el tratamiento, o en todo caso injuriarla todavía más si regresaba, de manera que ella se vería obligada a poner fin a la cura, se llevó la sorpresa de comprobar que después de haber intentado efectivamente este recurso, la paciente le dice: «Francamente, no la puedo censurar». Y aquí se sitúa uno de esos virajes extraordinarios de los que el artículo de Margaret Little nos dará numerosos ejemplos, aunque de por sí la señora Tower ofrece otros tres de esos virajes, a causa de un descubrimiento consecutivo a un pasaje al acto, o a un acting-out, según el caso, de la analista.

Aquí se trata manifiestamente de un acting-out: esa comida deliciosa que ella toma a causa de todas las venenosas virtudes del objeto que le propone su paciente.

Dejemos a Bárbara Low, y pasemos al primero o al segundo artículo de Margaret Little, y a un artículo de Szasz que no es el que has leído. Se advierte que en la otra punta, en Szasz, por lo tanto, las inevitables gratificaciones del analista consisten finalmente en algo que le cuesta mucho aceptar. Cita algunas de ellas, que son bien corrientes. No valdría la pena malgastar en su enumeración un tiempo que se va agotando. Lo cierto es que personalmente concibe su contribución a esa enumeración de la manera siguiente: hay una, dice, sobre la cual los autores quizás no han atraído tanto la atención porque para ellos mismos es una cosa sumamente difícil. Se trata de todo lo que deriva de la aplicación del saber, es decir, de la posibilidad de probarse que se ven correctamente las cosas.

La distancia con respecto a Low es enorme. Por una parte, resulta evidente que la aplicación del saber se apoya en la satisfacción de ser aquél del cual se tiene necesidad. Así podemos representarnos esa distancia con Low: Low dice: «Mi posición con relación al análisis es que yo soy curiosa, y esto es legítimo por cuanto me concierne». La posición de Szasz, en cambio, es: «Tengo el derecho de ver por qué usted tiene necesidad de mí a causa de lo que yo poseo, mi saber». Y el punto en el que Szasz desemboca es que, para él, la cuestión no es tanto —pues esto no lo conmueve en absoluto— la del deseo del analista, como la de la preocupación, en última instancia política, que lo anima; el problema entero radica en el poder del analista, con todo lo que naturalmente una posición semejante le debe al contexto en el cual trabaja este autor, es decir, el contexto americano

Según Szasz, la resistencia a reconocer las satisfacciónes ligadas al ejercicio de cierto poder —donde todo estriba para él en hacer que ese poder sea legítimo, es decir, que se lo desarrolle con un rigor científico extremo, y no ilegítimo, como ocurre en lo que el considera como los inconvenientes de la formación actual, a la que lisa y llanamente asimila al espionaje (lo cual, por otra parte, le valió ser rechazado en lo sucesivo por toda publicación analítica)— , la resistencia a aceptar esto deriva del hecho de que el analista ocupa una posición parental; y en cuanto al progenitor, no es cuestión de que obtenga satisfacciónes, dado que hace una obra (…) en sí. Y al respecto, es divertida la manera con que habla del interés de sus conciudadanos por su presidente de esa época, Eisenhower: cuánto tiempo le dedica al trabajo y cuánto al juego, ya que es evidente que es preciso que juegue, aunque no demasiado, porque se dirá que encuentra placer en ello, y si trabaja, tampoco tiene que hacerlo con exceso porque después reventaría, y entonces se lo perdería como sustituto parental.

Si por un lado tenemos esta perspectiva, por el otro tenemos todo lo que circula en el marco presentado por Low. Cómo se llena el campo recorrido por ese compás, del que tal vez podría precisarse —tomando aquí una referencia más freudiana— que, si en un extremo, la transferencia en Freud se encuentra, puede decirse, en una especie de ecuación que podríamos considerar análoga al amor, que esto es lo difícil, que tal es la dificultad de la contratransferencia, que acerca de ese orden de cosas conocemos su posición sobre el duelo por una parte y sobre la elección de objeto para el hombre contemporáneo, es decir, el «Malestar en la civilización», en el otro extremo encontramos cierto optimismo del análisis actual, particularmente ilustrado en los Estados Unidos, la correlativa degradación del estatuto de la angustia, la promoción, sobre la que mucho insiste Lacan, del armazón genital, y una correlativa oblatividad. Naturalmente, lo que ya no aparece es el inconsciente como otra escena pues mientras tanto, al mismo tiempo que todos los poderosos esfuerzos de la colectividad analítica en Estados Unidos, intervienen —factor esencial— veinte años de ego-psychology, con todo lo que después encontraremos de la manera menos pedante, la más cándida en razón de su pertenencia kleiniana, en Margaret Little, y hasta incluso en su sensibilidad a cierta elección de material clínico. Pienso en aquello de que les hablaré, es decir, la cápsula, todos esos fantasmas esféricos que en este momento se ponen a aflorar como fantasmas de reemplazo del fantasma plano. Voy rápido, pues nos hemos tomado realmente muy poco tiempo …

La constancia de los problemas a los cuales tiene que hacer frente el analista es, por lo tanto, absoluta. ¿Qué es lo que cambia?. No la dimensión del campo a partir del origen, sino el alumbrado, porque lo que cambió es en verdad la naturaleza del haz luminoso. Esto es lo que quería expresar al decir que aquí interviene la ego-psychology. Por lo tanto, será simultáneamente al momento en que la ego-psychology cobre todo su vuelo y dé todos sus frutos que se situará la discusión concerniente a la contratransferencia; en ese momento obtendrá ésta derecho de ciudadahía.

Aquí sólo es posible ahorrar a ustedes las largas estadísticas de temas finalmente parciales; también ellas recorren cierto sector de 180° a partir de «cierta» dignidad dada a la contratransferencia, hasta el punto opuesto, la contratransferencia como pura y simple fuente de dificultades. Lucy Tower se constituye en su colector, y en un colector particularmente esmerado, Advertimos que en esa colección, en ese paso de 180° por el abanico, e inclusive en la ironía misma que puede desplegarse a su respecto, hay finalmente cierto malentendido: en el fondo, ¿es respetable la paradoja de la cuestión de la contratransferencia? Tal como finalmente resulta la posición de Lucy Tower, dicha paradoja es respetable porque es inevitable. O una posición al extremo, como la de Spitz. ¿Por qué al extremo? Simplemente, a causa de la seguridad de la que al respecto parece dar pruebas al decir que si la cosa es muy lamentable, muy enojosa, no lo es demasiado, ya que finalmente uno sale de ella muy bien, en fin, se trata de un pequeño accidente. Estoy forzando un poco las cosas, pero de todos modos en cierta medida son de ese orden.

Por lo tanto, aunque admitido, y hasta glorificado o negado, a pesar de todo parecería que toda la discusión es un malentendido. Pues considero que sería muy jactancioso hablar de cobardía o de hipocresía, porque después de todo los analistas no son necesariamente más vanidosos ni más cobardes que cantidad de otras clases de autores a ese respecto; y puede decirse que al fin de cuentas, bajo esa relación, al menos en apariencia serían un poquito menos hipócritas. Porque cuando se trata de otras personas, ellas parecen permitirse llegar un poco más lejos que las que no son analistas.

Ahora bien, de cualquier modo creo que aquí hay algo que juega en un plano histórico, Porque si hubo un movimiento en el plano de la interpretación y del rol que debe adjudicarse a la contratransferencia, movimiento que llegó a hacer de ésta esa cosa que hay que ahogar a todo precio —y de allí provienen las actuales tentativas contrarias, las de rehabilitarla— , es que si al comienzo analistas y analizados se hallaban en condiciones grosso modo análogas — quiero decir, en todo caso por lo que es haber tenido un analista, y aquí interviene todo el problema del superyó analítico— , no se habrán sentido ligados a tantas obligaciones, salvo la de su juramento de fidelidad a Freud.

Pero veinte o treinta años después, ocurre que uno de los partenaires todavía no se analizó, mientras que el otro sí. Lo cual hace que en este nivel el enjuiciamiento de la contratransferencia no sea otro que el de toda la empresa, en la medida en que uno de los partenaires supuestamente ya se analizó mientras que el otro no. Se trata de un enjuiciamiento de su acción; pues una cosa es decir «Evidentemente, los análisis fracasan; yo fallo la mitad de las veces, los demás también; da lo mismo uno que otro …»; una cosa es hablar del fracaso de la empresa, lo cual se vincularía esencialmente con una dialéctica que podría atribuirse a algo del orden del complejo de castración, y otra es para el analista no llegar a serlo o no llegar a ser el perfecto analizado. Hay aquí una diferencia notable que se vincula con la angustia, de la que aprendemos que no es sin objeto.

En ese cierre que ha pasado al estado de cierre casi completo, los artículos de Little, el del 51 y el del 56, son particularmente destacables. Lo son porque, por un lado, Little gira alrededor del tema—de la totalidad, es decir, de esos «cien por cien» que han quedado atascados en su garganta y, por otro, no le queda más —para introducir lo que en este momento se desarrolla en el seminario de Lacan bajo el título de la falta— que ese algo muy desarmante, que en todo caso en ella está muy desarmado, pero que sin dudas hace intervenir el corte.

La gran dificultad en el análisis es dejar las cosas en el estado general de lo inesperado, de lo unexpectedness; no se trata, dice, de una pérdida de control, sino de un estado en que las cosas, yo diría en que eso puede llegar, en que puede llegar también la pérdida de control, pero lo mismo en cierto modo controlada, vale decir, aceptada.

Entre el artículo del 51 —del que me habría gustado hablarles, pero no lo haré porque de lo que debemos hablarles es del artículo del 56— y el artículo del 56, hay una gran distancia que se cubre en sólo seis años. En el 51 la posición de Margaret Little, su análisis quedará incompleto, pero sin embargo hay en el paciente cierto deseo de working-through.

Si hubiera tenido más tiempo, citándome a mí mismo los habría remitido a una conferencia de 1958 —publicada en 1960— donde en las últimas páginas de un breve trabajo sobre Ferenczi yo no hablaba de otra cosa sino precisamente del deseo, de la voluntad de curar, tomándolo de Ferenczi —quien en cierto modo es sin embargo el padre espiritual de Margaret Little, por intermedio de Melanie Klein—, del fuerte deseo de curar por una parte, y del deseo del analista.

En 1956 a cambio de la incompleción del análisis, Margaret Little ha recorrido un camino. Contrariamente a Szasz, quien insiste constantemente en que de ningún modo es cuestión de apartarse de los estudios clásicos, Margaret va más lejos y de manera completamente abierta preconiza el impulso, el pasaje al acto, cosas, en fin, de un carácter firmemente experimental.

Todavía podría decir un montón de cosas muy interesantes, muy entretenidas. Pero terminaré manifestando que tal infiltración del actuar en el procedimiento nunca es tan abierta y cándida como en Margaret Little.

En un artículo bien reciente de Frederick Krapp, publicado en el mismo Journal de la Asociación psicoanalítica americana, causa asombro una nueva técnica que se preconiza para el autoanálisis del analista en acción. Ese artículo no es peor que otro, no es absolutamente una porquería, y hasta ofrece el interés de que si la técnica aludida consiste en estimular en uno mismo, cuando el paciente cuenta un sueño, las asociaciones visuales, en seguir el sueño del paciente, al respecto hay que hacer una observación: evidentemente, fustigarse así del lado de la imagen visual no es dirigirse, hablando con propiedad, en el sentido de la verbalización. Seguramente esto se halla más del lado del acting-out. Pero bien mirado es más analizable sin embargo que este último.

Tal es el punto en que se encuentran estos dos autores, que no carecen de sensibilidad, y que por cierto no carecen de escrúpulos, ya que proponen manipular la cosa en condiciones de control, etc. … Pero el material clínico que ofrecen en su apoyo, aquél que se asentará muy particularmente en esa técnica, es el del paciente contando sueños; y como todo el mundo sabe que es más bien en los sueños que eventualmente se encuentran cosas un poco escabrosas y hasta francamente cochinas, sin embargo a este respecto, en todo lo que en Bárbara Low reciba un tratamiento muy diferente, es decir, para hablar el lenguaje actual, el deseo y la falta, estos autores recomiendan aquella técnica de manera enteramente contemporánea, es decir, tomando las cosas en el nivel de lo que podemos llamar el Congreso de Edimburgo. Y será allí que van ustedes a situar, si nos encontramos en el nivel de una discusión que, finalmente, creo que es la más importante del Congreso, a dos autores —Nedelson y Heyman— que dicen: «Desde luego, no es cuestión de constituirse en el objeto bueno del paciente». Sin embargo, esperamos que no sea eso lo que quiso decir Nacht, el otro autor que entra en esta serie de artículos. Nacht declara con absoluta legitimidad: «Y bien, figúrense, sí. Si no comprenden lo que quiero decir, nada puedo hacer, pero es exactamente lo que preconizo.». Si logran ustedes transmitirnos lo que contiene el artículo de Margaret Little, hablarnos adecuadamente de los cien por cien y de todo lo que gira en torno de esos importantes puntos, estaremos en condiciones de advertir por qué en cuanto a las posiciones de Nedelson, Heyman o Nacht, ninguna de ellas nos parece más condenable, más errónea que la otra. Las tres tienen para mí el mérito de presentar las cosas en una especie de radicalismo, el cual da en verdad la sensación de que ninguno de esos tres autores, por más que se los extreme, podrá llegar más allá de la formulación en la que se encuentran verdaderamente acorralados.

Creo que era François quien, en nuestro esbozo de planning, debía hablar de la flor, es decir, del artículo de Szasz.

PERRIER: La Flor, de Szasz

Este análisis del control se refiere a dos concepciones opuestas del campo analítico, las de Bárbara Low y la de Szasz. Tiene que ver con el modo de referencia a la egoterapia y a la evolución de la teoría analítica. Giramos alrededor de «Análisis terminado e interminable». En este artículo, los puntos de vista superan lo que se ve en Szasz con esa roca final, el instinto de muerte y el deseo en filigrana, sobre el cual vienen a fracasar los esfuerzos terapéuticos. Desde el día en que los psicoanalistas comenzaron a analizarse, el problema de la contratransferencia plantea el de la formación del analista, el de la teoría analítica.

En «Análisis terminado …», Freud vio perfilarse a través del instinto de muerte una estructura del deseo más allá del Narcisismo. Margaret Little hace la diferencia entre el neurótico, el psicótico y el desequilibrado, el tipo carácterológico que más problemas presenta al analista. A esto se refiere Lacan a propósito del a en la teoría de la angustia y, más allá, en la transferencia y la contratransferencia.

En Szasz se vuelve al análisis de la situación psicoanalítica. Este artículo es conducido con gran rigor, pero finalmente nos decepciona cuando cae en la ego-psychology. El autor funda la disciplina analítica sobre bases científicas: poseer términos exactos, o sea que para definir la situación analítica no hay que atenerse a lo que se dice en los últimos trabajos sino que, por el contrario, es preciso volver al momento de su invención por Freud, con su toma de distancia en relación con las terapéuticas hipnótica y catártica, en relación con su formación médica; comprender científicamente, no ser ese médico que a todo precio quiere ayudar al paciente. Es necesario llevar el análisis a un campo preciso, el del tratamiento analítico en el sentido restrictivo del término. Szasz concibe el análisis como elemento de conquista, sin anexarle todos los problemas psiquiátricos. Toma el modelo del juego de ajedrez: hay que definir las reglas que estructuran la situación y el objeto del análisis como inherente a las reglas. Es el conjunto de las reglas del juego lo que determina la naturaleza de éste y funda su identidad misma. Tal restricción de las reglas reaparece en el análisis; pero el talento de los jugadores permite inventar un número de jugadas tanto más numerosas cuanto mayor sea ese talento. Si las reglas estructuran la situación, si la meta es inherente a esas reglas, a saber, dar jaque mate, tomar al rey, en análisis este objetivo está incluido en las reglas del juego. En esta ocasión, Szasz muestra un aspecto de su propia posición y de sus propios deseos: para poder jugar, es preciso que los jugadores sean de fuerza poco más o menos comparable; es preciso que el analizado tenga un yo sólido, que pueda concordar con las reglas del análisis. Ciertos sujetos deben ser rechazados: que jueguen a las damas, es decir, que hagan psicoterapia … Se trata de evitar así un deslizamiento hacia esta última.

¿De qué manera está incluido este propósito en las reglas del análisis, al respetar la libertad de elección?. Son necesarias la maduración emocional, el desarrollo no obstruído de la personalidad?, ¿Es menester una armonía, una buena adaptación del sujeto a la sociedad?, ¿Cuál es el objetivo?. Tomemos un buen tirador y un blanco: el objetivo puede ser el blanco, pero también la situación misma de intentar dar en él. En análisis, uno puede querer la curación del síntoma o interesarse por la situación misma. El autor critica así el objetivo médico del psicoanálisis que culmina en un desplazamiento de la técnica y de la disciplina. Finalmente, coloca a ambos jugadores en posición simétrica.

El objeto de estudio es lo que sucede en el campo, definiendo así la posición del tercero, analista; pero es menester que éste posea un yo tan sólido como el del analizado. La mira del análisis será una actitud científica en el estudio cada vez más profundo del sujeto con relación a sí mismo: sus objetos internos, su pasado, su presente; y esto es bien inherente a las reglas. El análisis no es un método de aplicación de un saber, sino una búsqueda de lo verdadero, búsqueda definida como ciencia exacta, verdad objetiva, esto es, verdad del deseo. Es preciso desmitificar los señuelos de la transferencia, encontrar en la propia vida una actitud científica; es decir que el sujeto bien analizado será científico en una actitud objetivante por oposición a los señuelos de la transferencia. En este sentido, el fin del análisis tiene lugar en los siguientes términos: el proceso analítico no termina nunca, el análisis es interminable. Se trata de una búsqueda cada vez más científica, más objetivante, clave del estudio del paciente si no de su curación. Por lo tanto, se trata de evitar todo ejercicio de un poder para con el analizado y de llevar el conjunto a una situación científica rigurosa. Pero esto es en realidad un enorme fantasma obsesivo, uno de los polos a los que puede conducirnos el análisis. El autor se defiende contra todas las prácticas que podrían darle el ejercicio de su poder como saber, porque aquí podría nacer su contratransferencia; de donde deriva una situación típicamente obsesiva. De hecho, Szasz no responde al propósito del análisis; su criterio no es satisfactorio. Lo estorba su concepción del ego. Cuando habla de la finitud de la vida con relación a la ciencia, donde la última palabra jamás se pronuncia, nos deja con la impresión de que lo que se opone a esa abertura (béance) es el yo científico del analizado. Esto conduce a una estructura obsesiva. El obsesivo se encuentra en el nivel del poder de su propio saber. Nos hallamos en el nivel de un «yo pienso». Lo que Szasz propone es la promoción de una estructura significante en sí misma; un saber, su yo, estructura la estructura, y esto es lo propio del obsesivo. Tiene necesidad de un analizado en situación, de un alter ego, lo cual replantea el problema del deseo.

El autor evita la cuestión planteada por Freud a propósito de la roca y de la repulsa de la femineidad en la sexualidad femenina, lo cual nos lleva al objeto a. Para Lacan, en «Análisis terminado …», el objeto que él, el analista, pretendidamente posee a los ojos del analizado que carece de él, es para Freud (…). En esa medida, tal repulsa de la femineidad, esa Spaltung en la que pueden surgir el sujeto del inconsciente y el a, que sólo existe en tanto que perdido en el momento en que un i(a) crea lo real en razón de la posibilidad de simbolización por un objeto especularizable. La cuestión del deseo de cierto número de sujetos, como el Hombre de los Lobos o una paciente histerectomizada que recae de manera inanalizable, da lugar al replanteo del problema de esa falta, de ese vacío femenino al que Freud no pudo pretender llegar. Lo que propone Lacan es que el a pueda movilizarse.

GRANOFF: «¿No debería el analista convertirse en el eterno enamorado de su paciente?», se pregunta Bárbara Low, en oposición a Szasz. «Comprometerse en un cien por cien», recomienda Margaret Little. Esto no es en absoluto diferente de la posición de Nacht, es decir, renunciar a sus derechos y dar algo, a condición de que el analista no se enamore. Aquí, Little se une a Bárbara Low. ¿Como desbloquearse, pasar al acto, si está jugando la bipolaridad amor-odio? Si no se pasa al acto, tenemos la posición de Lucy Tower, quien con relación a su paciente hombre acaba por decir: «el paciente me ha plegado a sus necesidades, pude tener confianza en él como mujer». En la medida en que ella se sitúa como una mujer ante un hombre, se asocia a Freud: no hay diferencia entre una situación de amor verdadero y una situación de contratransferencia. El amor de contratransferencia no deja de ser una situación de amor puro.