Seminario 12: Clase 15, del 12 de Mayo de 1965

El sujeto supuesto saber. El significante como singular. El significante faltante y la díada. El sexo y el saber.

Los dejé la última vez en la cuestión planteada sobre el estatuto del analista. El analista, ¿puede ser simplemente el sujeto supuesto saber? Sobre la figura erguida de lo que comporta una suposición parecida, es lo que ella nos forzaría a sostener, una suerte de función fetiche del analista a la mirada de esta posición del saber.

Para que el análisis se comprometa y se sostenga, seguramente el analista es supuesto saber, y sin embargo todo lo que comporta justamente de saber, el fundamento del psicoanálisis nos afirma que no podría ser ese sujeto supuesto saber, por la razón que el saber fundamental del psicoanálisis, el descubrimiento de Freud, lo excluye. Yo no iría más lejos hoy. He trazado aquí un límite que debe hoy partir de donde debe arribar mi discurso. Mi discurso será hoy sólo el desarrollo de esta antinomia abriendo, quizá, sólo en su final la falla, la abertura por donde podemos concebir que, porque ya está trazada, esta falla, esta abertura, que la posición del analista, efectivamente se sostiene. Sin embargo, hemos permanecido sobre esa cuestión concerniente al analista, no seguramente a su capacidad, demasiado fácil y mítica de imaginar, no se que virtud, don innato o adquirido que lo pondría en posición de asumir lo que él tiene que hacer. Es su posición como sujeto  en el fundamento del análisis y sujeto supuesto saber que no puede, vistos los trazados que Freud nos ha dado, representar otra cosa que una cierta disponibilidad que aseguraría, que lo definiría como tal, en lo cual equivaldría a una cierta disponibilidad en el orden del significante a proveer, y esto no sin encontrar eco en el modo en el cual defino -no sin razón- para ustedes el significante como siendo lo que representa al sujeto cerca de otro significante. Es precisamente por lo cual, por otra parte, la conjunción analítica es el punto donde se disuelve lo que tiene corta vista en el lingüista, ésta distinción que él cree hacer, debe hacer, como esencial de dos niveles pretendidamente lingüísticos: el uno comportando la inherencia de la significación, el otro que la excluiría: oposición de la palabra y el fonema.

Desde el punto de vista de nuestra experiencia -la de la falta- no es nunca dado que la palabra, cualquiera que sea, a cualquier nivel que sea, el fonema siendo igualmente en la experiencia que nos prueba abundantemente que en ese campo, del cual parte Freud, el olvido de los nombres, el fonema, su olvido, está al principio. Que ese olvido no es de ningún modo el olvido de la palabra como significación que subsiste, sino del defecto de una articulación de significancia. Me he acordado, a propósito de ello, para decírselos, que, curiosamente la expresión en francés «me falta», es datable, que ella no era de uso en francés en una cierta época. Tenemos de ello el testimonio de alguien del círculo de los Preciosos del comienzo del siglo XVIII que notaba: «recogiendo las expresiones de invención feliz», él recogía la palabra «me falta» que fue inventada en alguna parte, entre dos personas que conversaban sentadas sobre lo que se llamaba «las comodidades» de la conversación, dicho de otro modo: unos sillones. Irá hasta permitirnos afirmar legítimamente que antes de esa dicción preciosa, la expresión «la palabra me falta» dejaba cernirse una parte impensable sobre esa falta de significante.  Es precisamente allí, al nivel de la creación significante, que se introduce algo que cerró la vía de lo que pudo aprehenderse más tarde. «La palabra me falta» no implica a todo Freud, pero es un modo de introducir, de retomar, en la ocasión, la forma de una cuestión que he introducido la última vez, sobre lo que es de un saber antes de ese momento, de cualquier modo que lo designemos, donde él emerge, sin que podamos decir en virtud de qué maduración, si no es quizá de su composición significante. ¿Qué es lo que querría decir «la palabra me falta», antes de Freud?. Está claro que no tendría, en todo caso, el mismo valor significativo, pero no es de ese lado que debemos buscar el resorte de incidencia de esta conjunción significante, que es, alrededor de lo cual estructuraremos la noción de saber. No quiero de ello más prueba que para indicar la esterilidad, la cerrazón que comporta la otra vertiente, aquélla que se llama del positivismo lógico que yendo a buscar el «meaning of meaning» en asegurarse, en precaverse, diría yo, de las sorpresas de la conjunción significante, desmembrando de ello, de algún modo -cómo hacerlo si no de un modo siempre retrospectivo – la diversidad de esas refracciónes significativas, no llegando, a propósito de lo bello, a aislarnos las diversas acepciones en las cuales esa palabra puede ser comprendida sino dando, desde entonces, las diversas significaciónes según las cuales puede ser tomada.

El positivismo lógico opera por él contraste y el pegamento de dos términos donde se afirma alguna cosa, como de esos monstruos que han poblado el bestiario mundial, para no volver a nuestro eterno unicornio, o alguna quimera, bastante usadas por el uso escabroso que han hecho de ellas los lógicos. Conviene ser prudente. Allí yo hablaría de otro monstruo el horgaleón (formica-leo), tiene un pecho de león, el trasero de una hormiga, llevado por Prévert hasta una longitud de 18 metros. Tal es la cagada de mosca a la que llega el positivismo lógico después de abundantes rumiadas. Se diría a este propósito cuando le impulsa un soplo en ver terminar la elaboración penosa de meaning, el primer idiota llegado diría, que bello (beau) rima con pote (pot) y diría bastante más.

«La palabra me falta» habría anticipado antes de Freud su valor de develamiento. Comportaba por su sola composición de artificio precioso, la abertura de un camino de verdad, que debería encontrar con Freud su acabamiento en saber. La palabra de verdad, tiene un sentido propiamente heideggeriano, de ambigüedad, de lo que se devela aún semi-oculto. Una cierta reflexión medica de la cual estoy rodeado, puede seguramente ver cómo he dicho la última vez, que la cuestión que se plantea es el estatuto de saber newtoniano, donde Freud, antes que viniera el día, acababa de decir: «Ustedes ponen al día, enseñan, las cosas escabrosas».

Así, el inconsciente no sería más que la invención de Freud, ¿por qué no? El sujeto representado por el significante es una cosa que se data más que por vuestro discurso, pues, de lo que se trata es precisamente del estatuto del sujeto por relación a un saber, ese sujeto tal que, en primer lugar lo reencontramos como afirmado supuesto en todo saber que se cierra, ¿dónde estaba antes? Cuando un saber como el saber newtoniano se finaliza, observamos lo que ocurre en cuanto al estatuto del sujeto. La cosa vale para detenernos un instante, aunque eso sea desde hace mucho tiempo lo que he destacado del problema ante ustedes. El saber newtoniano en la historia de la ciencia ha realizado una suerte de akme de ejemplo a la vez paradojas y verdaderamente ejemplar y paradigmático, para no pleonizar en este ejemplo de lo que es en ello, verdaderamente, del estatuto del sujeto.  Es en esta fórmula la reunión que a menudo se enraízan todos los fenómenos enigmáticos, que han cautivado la atención de los calculadores en el curso de los siglos en el cielo; la reunión, el encierro en una fórmula que no tiene nada de otra cosa para ella más que su exactitud, pues ella es impensable en nombre de ninguna propiedad experimentada en todo lo que el hombre conocía de sus relaciones con el mundo, ya que lo que él enseña es que no hay acción a transmitir que no supongo un medio que la transmita, que le propone esta acción a distancia – hablando propiamente – impensable, que hace surgir de la boca de los contemporáneos como un sólo grito, pero como tal cuerpo, que con tal masa aislada, en un punto, puede el saber a qué distancia está otro cuerpo, por estar ligado en esta relación. Para newton no hay duda que esto supone en sí un sujeto, que mantiene la  acción de la ley, todo lo que es del orden de lo físico,  parece relevarse de la acción o de la reacción de los cuerpos siguiendo la propiedad del movimiento y del reposo. Pero la operación gravitacional no le parece, a él, poder estar soportada más que por ese sujeto puro, y suprime esta suerte de akmé del sujeto ideal que representa un dios newtoniano. Es precisamente en lo cual los contemporáneos han igualado, a justo título, al newtoniano en ese Dios. La misma cosa es crear esta vida y haberla articulado en su rigor, pero no es menos verdadera que es un sujeto demasiado perfecto, el sujeto del saber es el verdadero primer modelo de ese saber absoluto por el cual es frecuentado en Hegel – que ése asunto nos deje completamente indiferentes – y que la creencia en Dios no haya tomado allí ningún retoño, que ese sujeto no es nada, es que allí no hay más que el planteo del saber. Es precisamente eso el signo: precisamente que él no es nada. Dicho de otro modo, es en la ambigüedad de la relación de un sujeto al saber, es en el saber, en tanto que falta aún al saber, que reside para nosotros la actividad de la existencia de un sujeto. Es precisamente en lo cual no es en tanto que se soporte supuesto de un conjunto armonioso de significantes del sistema, que el sujeto se funda, pero en la medida en que en alguna parte hay una falta – que yo articulo para ustedes – como siendo la falta de un significante porque esta articulación es la que nos permite reunir del modo más simple la articulación freudiana y permite para nosotros desprender de ello el resorte esencial. Seguramente para no dejarles este horizonte de cielo velado ante el cual Kant se postergaba aún, observen que si es allí que el hombre ha hecho sus escalas musicales, sus ejercicios de significante, es únicamente por eso que ha buscado siempre el sujeto supremo en el resto, no encontrándolo allí nunca. Pero tal es la fuerza, la pregnancia del funcionamiento del significante que es aún, allí que él espera, las miradas dadas vueltas, cuando desde, siempre sabe bien que los dioses están en medio de nosotros, están en otra parte que en el cielo. Esto no es más que su constelación opónima que el va a situar los últimos relentes. Después de esta expulsión del cielo de toda sombra divina con Newton; no resta esperar bajo la forma de sus señales  vendrán de alguna parte, y paradojalmente de alguna vida de otro planeta. Me pregunto si nos llegará efectivamente algún signo o señal que podamos calificar de significante, ¿en nombre de qué?. Eso nos aseguraría una vida cualquiera si no fuera porque del modo menos fundado que sea, identificamos la posibilidad de articular el significante, con el hecho de una vida que sería soporte, ¿es que no hay otra cosa que la vida que produzca el significante?. El primer criterio sería saber dónde definiremos el límite de una pulsación natural, como en las últimas noticias que no hubiéramos recibido otra cosa de una galaxia donde habría otro significante, ¿cómo definirlo, sino en términos lacanianos? La presencia de un sujeto más un significante que pudiéramos articular precisamente como orientado por relación a otro significante.  Alternancia que, de un modo especial nos atestiguaría que unos de sus miembros haría allí, precisamente, alguna variación para decir todo, la forma en la cual un morse nos da la indicación, a saber:  la existencia del dáctilo o del espondeo. Que en el primer tiempo un significante no vale más que para el otro significante, no sería suficiente. Sería necesario a este elemento de excepción, de paradoja, de aparición y desaparición, fundado como tal que mostrara bien, que algo alterna que es precisamente la relación de un significante con el sujeto.

Adición o alternancia, nos haría falta el testimonio de la puesta en orden significante de algo, donde el sujeto se manifestara ser capaz de asegurar un puro azar, a saber una sucesión de cara o seca bajo forma significante. La mejor prueba que tendríamos sería si el mensaje se encuentra respondiendo al mínimo de cuatro términos, que la sintaxis que en el capítulo introductorio de «La carta robada» de Poe, he llamado alfa, beta, gamma… Aquéllos que han visto que el hecho de agruparlos de nombrarlos de modo unitario culmina en una sintaxis de la cual uno no podría escapar, tendríamos así la seguridad que se trata allí de un sujeto. Si ustedes se creen en derecho de justificar como él ésta vivo, eso no está sobre las misma rutas en que yo querría tratar de avanzar ahora.

Freud escapa a la objeción – que me hacía en su momento mi interlocutor, calificado de irreflexivo – en qué, respondiendo a la cuestión de: ¿dónde está el sujeto del inconsciente antes que Freud lo hubiera descubierto?  La respuesta es justamente que lo que Freud nos define como sujeto, a esa nueva relación, original, impensable antes de su descubrimiento pero  afirmada, de un sujeto a un no saber. ¿Es necesario que ponga los puntos sobre las íes?  Lo que quiero decir: el incosnciente es que el sujeto rechaza un cierto punto de saber, el sujeto se designa de hacer expreso el no saber, se instituye – éste es el paso donde la articulación de Freud se enriquece con lo que yo designo al margen, concerniente a la relación del sujeto al significante – la cuestión que es para nosotros elaborar un estatuto tal a ese sujeto, que lo estemos forzados de darle una sustancia, a saber, creer con los junguianos y que ese sujeto es Dios. Es aquí que está destinado a rendir servicio el llamado que yo hago: que lo que representa el trazado de toda la dialéctica, que ha culminado en nuestras ciencia reposa sobre una aproximación, más y más articulada del sujeto cómo designado por una relación que reabre esa relación concreta, afirmada, experimental con el significante faltante, relación dada por Freud. Lo que toda la dialéctica, aquella que parte de Platón, ha forjado para nosotros y es esa suma de textos mayores concernientes a la elaboración de un pensamiento del saber, apuntalado en nuestra tradición. Eso les recuerda de tiempo en tiempo los puntos de articulación esenciales. Les indicaré los textos fundamentales de ellos, según mis auditores: «El Sofista, de Platón. Verán allí, en filigrana, intervenir las articulaciones esenciales que verán recortarse con el mayor rigor, hasta el punto de emergencia en ciertos lugares como algo que revienta la tela de la definición que, actualmente la referencia lingüística nos permite dar del sujeto, lo  que responde a la posición del significante. Allí entiendo que es elemental el fonema en el sistema de la batería significante, allí es donde se instaura la realidad concreta de toda lengua existente. Conviene allí recordar dos términos que están incluidos en el aforismo fundamental del significante representando al sujeto para otro significante, todo está en el estatuto de ese otro. Todo lo que diré de este otro en lo que va a seguir emerge – está ya articulado perfectamente en los términos de ese, «Sofista», que les evocaba posible bajo la rúbrica del otro. Si el estatuto moderno del sujeto no está dado en Platón, es en la medida en que se oculta allí, que no está allí articulado la tensión que hay de este otro aruno, que este otro no permitiría fundar como lo que yo llamo el uno en más, éste uno en más que ustedes ven emergen en la que teoría de los números al nivel de Frege. Esta concepción de lo singular como esencialmente de la falta.

Dos relaciones se dibujan en esta relación tercera – yo articulo para ustedes – del significante representando algo cerca de otro significante, al significante representando al sujeto en una función de alternancia, de vel, de o bien … o bien: o bien, el significante que representa, o bien el sujeto…  Es precisamente la singularidad esencial, requerida del analista, si él tuviera irreductiblemente, que responder por esta nominación fantasmática que parecía siempre, esta formulación cromática de la cual esa falta sería colmada por la formulación de un nombre.

La composición de la díada significante, de la culpa cualquiera sea en todo uso de la lengua, especialmente poética, es lo que está expresado en la fórmula: «Las palabras hacen el amor» o un: «A cada día su noche» a cada árbol su nombre, -como Platón nos habla de su nombre y de su distinción al no-ser en «El Sofista». Lo que es necesario entender aquí es que no se trata de contrarios en lo real, sino de oposiciones significantes. Es alrededor de ello que gira toda la elaboración platónica, esta díada para sustituirse en el pensamiento de Platón necesita la introducción del otro como tal para ser y no renacer de los contrarios siendo igualmente y dando abrigo a los giros de pasa-pasa de «El Sofista». Es necesario que el no ser sea instituido como otro para que el sofista pueda ser rechazado.

«El Sofísta» de Platón, del cual me agradaría que alguien pudiera hacernos el comentario, mostrándonos lo que aparecía alrededor: la semejanza, el tornasol de los reflejos que hace que leamos allí la carácterística de la historia del psicoanalista mismo. El psicoanalista es la presencia del sofista en nuestra  época pero con otro estatuto por la razón que ha aparecido ese por qué saber, operando a la vez con tanto fuerza y también ese saber por que.

Tanta fuerza reposa en que nosotros aprendamos el análisis que en la raíz de toda díada está la díada sexual, lo masculino y lo femenino, que lo digo así porque hay una oscilación alrededor de la expresión el macho y la hembra. Las ambigüedades en la lengua de la función del género, de lo que alguien como Pichón que creía un poco demasiado en el pensamiento, llamaba: la sexual semejanza (sexuisemblance). Yo preferiría la sexualatence (sexualilatencía). Llamar un sillón a un sillón, no tiene sexual semejanza más que para un imaginativo. El género opera como acumulativo de la oposición significante. Para nosotros la distinción del género y del sexo está hecha para recordarnos que lo que funda la oposición diádica del sistema, si ocasiona atolladeros a Platón – en tanto le hace inventar al otro para hacer subsistir al ser la oposición diádica no tiene como fundamento radical más que la oposición del sexo sobre la cual no sabemos nada, pues Freud mismo articula en muchos textos la oposición masculino-femenino en los equivalentes paralelos, metáforas: activo-pasivo, ver y ser visto, penetrante-penetrado, estimado por una célebre boludona… Pero el masculino y el femenino, no sabemos qué es. Freud afirma que lo es para el saber, entiende el saber capaz de dar cuenta de sí misma, el saber que sabe articular el sujeto, no hay otro para su estatuto en el  inconsciente. El inconcionte, no hace falta decir nada fuera de ésta perspectiva. Qué hay en ese saber para que en la proximidad de él funcione, y de un modo unilateral, a saber en el sentido de su puro eclipse, de la desaparición del significante. No sólo de lo Verwofen y de Verdrangen, sino también de la represión, y todo lo que puede aproximarse hasta de lejos y que nos testimonie de la presencia del sujeto del inconsciente. El sujeto del inconsciente es el sujeto que evita el saber del sexo, allí hay un asunto, confesémoslo, un poco sorprendente que, por otra parte, para descansar un instante, nos permitirá arrojar una, mirada hacia atrás y hacer una distinción -pienso que puede ser que algunos de ustedes la han hecho sobre esta vía, que trato de elaborar para ustedes en las horas que yo reservo el día de mi sabat – me he roto la cabeza, diciéndome que no hay palabra en griego para designar el sexo.

Como tenía únicamente dicciónarios greco-franceses a mi alcance me vi reducido a buscar en los autores: «El tratado de los animales» de Aristófanes (sic) He constatado que Aristófanes ha dicho todo lo que era importante en zoología, sobre el sujeto de la reproducción no hablemos del sexo, tiene ideas algo flotantes, faltaba la microscopia – la comunidad del líquido esperma que se retoma localmente en el macho y la hembra, con la diferencia que ella lo retoma en el interior y el macho en el exterior. La distinción es válida pero no es necesario ayudarla en tanto el atolladero donde ha podido estar durante siglos sobre lo que se refiere esencialmente por ( … ). No hablemos de eso. Esto puede explicar muchas cosas. Con algunos escrúpulos he dado un golpe de teléfono a alguien para preguntarle cómo en un dicciónario  francés-griego, se expresaba eso. Me dijo que eso era en la ocasión, la diferencia entre el macho y la hembra. Esta perífrasis es interesante. No se podrá hacer  un gran reproche a Platón por desconocer esta dimensión que le ha rendido servicios en sus atolladeros, sus aporias de «El Sofista». No estaba allí sin tener alguna percepción de ello. El error que él manifiesta para la categoría del  contrario, por los sí y los no es el testimonio de un misterio a lo ancho de lo cual convendría pasar.

Los latinos tienen sexus; si podemos designar de él  un  origen es a nivel de secare. Hay algo extraño que es que sobre el sexo no sabemos – digo saber del hecho de la investigación científica – no sabemos mucho más.

Una cosa que sorprende del examen de lo que ocurre al nivel de los animales, es lo que se llama protistos. Es una cosa que  todo naturalista sabe, pero también puede articular en claro; aquellos que se han inclinado sobre la sexualidad lo han dicho: no sabemos. Pero nos diremos sus consecuencias. Que el sexo no es obligatoriamente algo que tenga relación con la reproducción – hay organismos que se reproducen de forma asexuada y que aquéllos que son intermediarios en el estado del sujeto dé la descendencia se reproducen de modo asexuado, tanto hacen algo qué tiene una relación sexuada – lo que ocurre es sobre todo algo de lo cual lo esencial es la inversa de la fecundación que es decir sobre todo algo de lo cual lo esencial es la inversa de la fecundación es decir una reproducción cromosómica, después puede haber allí una conjunción, no forzosamente una reproducción, si no más bien una regeneración. Esa es quizá la relación, el lazo entre la relación sexual y la muerte, que se manifiesta aquí tangible y dé un modo ambigüo. Es la relación con la muerte que experimenta allí, como una carácterística de una verdadera relación, esta pulsación fundamental que el sexo es a la vez el signo de la muerte y que es al nivel del sexo se produce la lucha contra la muerte, pero no la producción. Esta es en uso, en la ocasión de células más especializadas que las otras en el momento en que aparece la autonomía del germen por relación al soma.

En la naturaleza, empero, nada indica que el sexo sea un mecanismo reproductivo. Si nosotros nos retrasamos en ese fenómeno fundamental de la reducción cromosómica, dicho de otro modo lo que se llama el meión y de lo que resulta de ello como expulsión que es lo que se llamaba en los bancos del liceo, los glóbulos polares. Vemos allí en lo concreto, el material, la expresión  de otra polaridad, la del soporte del organismo con algo qué es un resto, el complemento que está perdido, reducido en el meión. Esto podría estar destinado a esclarecernos sobre lo qué es de la función fantasmática del objeto perdido, encarnado metafóricamente por objetos que no tienen siempre esta forma, expulsados, en un carácter más que externo. Yo especulo, sueño, pero es extraño que esta suerte de perrería (chiennerie) no haya sido jamás hecha en el campo psicoanalítico. Todos los descubrimientos sobre la sexualidad son abundantes. Los cromosomas, ¡esto es apasionante!. Eso es objeto de discusiones febriles para todos los que se ocupan de ese algo que se llama la reproducción de los seres vivos, cualesquiera que sean. Los psicoanalistas, para ellos es la letra muerta. No he visto jamás un texto, cualquiera que sea, que se interese, del modo más pequeño del mundo en ese campo de los descubrimientos de la biología moderna, sobre el sexo y las cuestiones que él plantea. Hay allí un fenómeno que no podemos no considerar, considerando lo que eso comporta de indicaciones, por otra parte forzosamente ilegítimas, sobre lo que es relativo a la posición del psicoanalista, sobre su forma más pregnante: el sujeto supuesto saber, en tanto que sujeto del inconsciente. Dicho de otro modo, el sujeto supuesto saber: lo que no es necesario saber en ningún caso.

Esto tiene la naturaleza de mostrarnos la puerta falsa. Hay que pensar al psicoanalista como siendo aquél que tiene que procurar responder del significante singular, porque éste falta en su relación con él otro significante; pues si esa relación radical comporta la cobertura original, verwogenheit de la exclusión fundamental, por allí la doctrina analítica misma se constituye en su lazo último, a saber: lo que es su correspondencia cualquiera que sea, del macho y la hembra. Está bien claro que todo indica, que la posición del analista no está allí en una menor exclusión que la de todo sujeto instituido, que lo ha precedido. Es por lo cual, el análisis permanece en la tradición del sujeto del conocimiento, en ésta condición que desde hace mucho tiempo ha sido largada lejos del sujeto y que el sujeto del cual se trata no es más que en tanto relación con el significante faltante. Por el contrario, lo que la experiencia nos enseña efectivamente, lo que surge, en un campo de experiencia, es precisamente esta metáfora de la cual, cuanto menos, no es por nada, que les he evocado su correspondencia, que puede tener, a propósito de realidades fundamentales del sexo, a saber: la pérdida de ese algo donde se instituye la relación más estrecha del sujeto del inconsciente con el mundo del fantasma.

Sea lo que sea allí que la experiencia analítica haya llevado al psicoanalista, nos permite ahora abrir la cuestión que nos solicita, ese punto de desviación lateral, ese punto indicado de una relación al sexo, que de todos modos, no podría recubrir una imagen que podemos hacernos mítica de la relación macho y hembra, de lo que surge del texto divino: «El nos hizo hombre y mujer», como no duda en retomarlo Ernest Jones, armado de su tradición protestante. Es que no captamos allí más que por otras tradiciones, otros pensamientos, como el de Tao que parte enteramente de una aprehensión significante – la significación es secundaria, eso pulula siempre dos significante, el uno frente al otro, eso hace pequeñas significaciónes -ellas no son forzosamente graciosas, graciosas……..

Pero que el inicio sea como tal, la oposición del Ying y Yang del macho y hembra, eso, en sí, enteramente solo, comporta ese singular milagro, que haya allí algo más adecuado de fondo radical en lo que eso puede significar: el fracaso total del lado de la culminación del verdadero saber. Sería un error creer que hay la menor cosa que esperar de la exploración freudiana del inconsciente, para corroborar lo que se produce en las tradiciones – etiquetémoslas de orientales – ésa alguna cosa, la función del sujeto no ha sido elaborada por la tradición. Desconocerlo es prestarse a toda suerte de confusiones y si algo de nuestra parte puede ser ganado en el sentido de una integración auténtica de lo que para el psicoanalista debe ser el saber, es seguramente que debe hacerse en otra dirección, totalmente diferente.