Seminario 12: Clase 16, del 19 de Mayo de 1965

Seminario 12, clase 16
Como en el juego del amor, de la morra donde: tijeras, piedra, papel se ganan en rueda indefinidamente, piedra rompiendo tijeras, papel envolviendo piedra y tijeras cortando papel. Ustedes pueden enunciar en una analogía que encubre, seguramente, algo más complejo que los tres términos de mi último discurso, y muy especialmente aquel de la última vez que tratado ante ustedes bajo la rúbrica del sujeto. Allí he puesto el mayor cuidado en agudizar vuestra interpretación del saber que, por otra parte, era al segundo al cual trataba de dar –concerniente a aquello de lo cual se trata, bajo el nombre de inconsciente- todo su peso. El inconsciente es un saber donde el Sujeto permanece indeterminado ¿Qué sabe él?. El sexo, en fin, del cual no es más azar ni urgencia, -habiéndolo marcado la última vez en todo su relieve- que en el sentido de la doctrina freudiana el sexo es uno de los estribos de puente alrededor del cual gira esa relación triple. Esta es una economía donde cada uno de esos términos se reenvía del uno al otro según una  relación que, en primera aproximación, parecía ser una relación de dominancia circular. El Sujeto se indetermina en el Saber, el cual se detiene ante el sexo, el cual confiere al Sujeto esta nueva suerte de certeza por donde su lugar de Sujeto – estando determinado – no puede ser lo más que de la experiencia del Cogito con el descubrimiento del inconsciente, de la naturaleza radical, fundamentalmente sexual de todo el deseo humano el Sujeto toma su nueva certeza, la de tomar su morada en el puro defecto del sexo. Esa relación de dominancia girante es esencial para fundar, aquello de lo cual se tratará hoy – después de esta introducción – no de constatar esta dominancia como un hecho del mundo que se rechaza a través de cada uno de los tres términos, sino que al reformularla, debemos hacer sentir sus efectos en términos de esta forma, bajo la cual, para nosotros se ejerce ella, que es precisamente la forma del juego. Pienso que aún para aquéllos que querrían escucharme aquí, hoy, por primera vez, saben bastante de Freud para reconocer qué términos esenciales constituyen en su enseñanza la relación entre Saber y Sexo. Que se trate de su aproximación, de su descubrimiento de la dinámica psicoanalítica, es en términos de lo que el sujeto sabe más de ello de lo que cree, dice más de lo que quiere y demuestra sobre sus propios resortes esta forma de saber ambigüo que, de algún modo, se renuncia a sí mismo en el momento mismo que se confiesa. Freud introduce la dinámica del inconsciente y cuando él teoriza, es alrededor de ese punto oscilante de la cuestión sobre el sexo, de la pulsión epistemológica, de la necesidad de saber. Es lo que del sexo se introduce genéticamente en la historia del niño, todo lo que para él florecerá tanto en las formas de su persona, de su carácter, de sus síntomas, de esta materia que es la nuestra y que nos interesa.

Pero es aquí que toma su incidencia, que he sostenido para vosotros a articular en su diferencia dialéctica, cuando les he hablado de verdad a propósito del saber, donde está ese saber, allí donde tiene su estatuto, allí donde lo hemos constituido, allí donde no es más inconsciente, sino externo, en la conciencia, pero, ¿dónde estaba la verdad antes del establecimiento del saber? Cuestión de la cual quiero recordarles la fecha: es exactamente contemporánea de las primeras articulaciones lógicas, está en Aristóteles, es el estatuto de la contingencia de la verdad, antes que se pruebe en saber, pero lo que la articulación freudiana nos demuestra es una relación divergente de esta verdad al saber. Si el saber se hace esperar, si la verdad está en suspenso, tanto que no se haya constituido el saber, está bien claro que cualquiera que hubiera formulado trescientos años antes la misma fórmula newtoniana, no habría dicho nada, falta que esta verdad pueda insertarse en su saber; es la estructura freudiana que nos revela y levanta el signáculo de ese misterio.

La orientación de la verdad, lo que se descubre no es hacia un saber mínimo en venir que está siempre en relación a un punto x, en una posición lateral profundamente lo que vamos a poner al día como verdad, como alétheia, como revelación heideggariana. Es algo que para nosotros da un sentido más pleno, sino más puro, a esta cuestión sobre el ser, que en Heidegger se articula y que se llama para nosotros, para nuestra experiencia de analistas: el sexo. O nuestra experiencia está en el error, o no hacemos nada bueno, o es así que eso se formula. Es así que eso debe formularse aquí. La verdad está en decir sobre el sexo y es por ello que es imposible. Esto está en el texto de Freud: la posición del analista es imposible. Es por eso; es porque es imposible de decirla en su entidad, que fluye de ella esta suerte de suspenso, de debilidad, de incoherencia secular en el saber, que es precisamente la que denuncia y articula Descartes para destacar de ella la certeza del sujeto en la cual el mismo se manifiesta como siendo justamente la señal, el test, el residuo de esa falta de saber por donde reúne lo que se rechaza en el saber del sexo, en lo cual el sujeto se encuentra suspendido bajo la pura forma de esa falta, el saber como entidad desexuada. Un saber, entonces, se refugia en alguna parte, en ese lugar que podemos llamar – ¿por qué no?, pues nosotros reencontramos allí las antiguas vías – un lugar de pudor original, por relación al cual todo saber se instituye en un horror insuperable a la mirada de ese lugar, donde yace el secreto del sexo. Es por ello que es importante recordar lo que cada uno puede saber, pero, es sorprendente que se lo olvide, que nosotros conocemos muchos efectos, en cascada de lo que es del sexo. No es por la multiplicidad de seres existentes que llegaremos el sexo, eso no es sino velar la cuestión, escamotearla más que hacer del sexo el instrumento de esos efectos que se encontrarían allí, justificados por su teología. El sexo, en su esencia de diferencia radical permanece tachado y se rehusa al saber. La introducción del inconsciente cambia totalmente el estatuto del saber y duplica el doblamiento antes de repetirse a cada nivel es donde tenemos que retomar los tres polos donde se constituye nuestro orden subjetivo. El saber del inconsciente en tanto que del lado del sujeto se plantea como indeterminación del sujeto. No sabemos en qué punto del significante se aloja ese sujeto presumido saber, pero del otro lado, ese saber mismo, inconsciente, es una referencia de interdicción fundamental a la mirada de ese polo que se determina en su función de saber. Hay algo que ese sujeto, ese saber, no debe nunca saber. Ésta es la constitución radical, no accidental, aunque todas las cadenas donde se lee esta concatenación subjetiva no sean nunca más que singulares, pero fundadas sobre esta toma, esta inclusión primera que hace de ello toda la lógica, lógica que se trata para nosotros de fundar, en fin de aprehender como ella se recorre y donde estamos nosotros cuando, analistas, pretendemos jugar con ella.

Esta es una cuestión que acaba de ser planteada en un concurso, en uno de esos concursos que en un medio como éste, es algo que representa cierta ilustración. Una cuestión que se plantea allí, muy bien se puede decir en el campo, se ha dicho a aquéllos que deben franquear esta barrera de la agregación: «El hombre, ¿puede representarse un mundo sin el hombre?». No diré aquí, el modo en el cual habría aconsejado a algún candidato acerca de cómo tratar esta cuestión, sino el sentido en el cual yo mismo la habría tratado. Que el mundo del cual se trata no haya sido jamás aprensible más que siendo parte de un saber, como eso se formula.  El hombre mismo ha sido fabricado en el curso de esta tradición en la medida de sus engaños. Está, entonces, bien claro que no podría ser excluido de esta representación, si continuamos haciendo de esta representación la caución de ese mundo. Pero se trata del Sujeto y, para nosotros el Sujeto en la medida, justamente, en que él puede ser inconsciente, no es representación. El es el repräsentanz de la Vorstellung. Está en el lugar de la Vorstellung-repräsentanz que falta.  Este es el sentido freudiano de Vorstellung-repräsentanz.

No se trata de oponernos a que desde siempre este hombre con el cual cubrimos el mundo, este meganthropos  al que se lo ha hecho bien sobresexuado, pero justamente está demasiado claro que falta poder decir de qué sexo era. Tenía los dos. Precisamente allí está toda la cuestión. El hecho de decir que se encuentra un pequeño toque del uno y del otro, una mezcla de carácteres en los vertebrados superiores, no agrega nada. El sujeto del cual tenemos que partir es la pieza que falta de un saber condicionado por la ignorancia, y esto es lo que se trata en cuanto a él. Si es por él que tenemos que encontrar al hombre, es siempre en posición de deyecto, por relación a su representación y en esta medida se puede decir que, hasta el psicoanálisis ha representado siempre el mundo sin el hombre verdadero, sin tener en cuenta el lugar donde él es como sujeto, lugar sin el cual no habría representación, porque la representación no tendría representante en el mundo. Es así que he marcado en el pizarrón, con sus carácterísticas – las mismas que acabo de enunciar – esos tres polos del saber en tanto que inconsciente. Que sepa todo, puede ser, salvo lo que lo ha motivado. El sujeto. El se instituye en esa certeza de ser falta en saber, y ese tercer término que es precisamente el sexo en la medida en que en esta esfera está rechazado al principio, en la medida en que, todo vuelve a salir de lo que uno se quiere saber nada de ello. Aquí les preguntaré: ¿quieren que hoy se juegue?. No digo nada más. Yo no digo: ¿quieren ustedes jugar conmigo? Porque después de todo, desde donde yo hablo como analista, jugar conmigo no dice con quién se juega. No digo nunca que se juegue a algo. Todos los analistas que seamos, lo somos en la historia, y si la física se funda sobre los términos de «Nada se pierde, nada se crea», pido a cualquiera aquí, reflexionar sobre la historia, si el fundamento de esta idea de la historia no es: «Nada se juega». Para todos aquéllos que han tenido el tiempo de probar algo de lo que en nuestro tiempo ha parecido jugarse en lo que puede escribirse de historia para aquéllos que han tenido el tiempo de ver hundirse algunos puros juegos de la historia, ¿no es evidente que la marcha de las cosas da su verdad a lo que acabo de enunciar bajo esta forma: «¿Nada se juega?». Si es una verdad de la historia, la verdad marxistas por ejemplo, es precisamente lo que desde un cierto punto de vista uno puede ser llevado a reprocharle, esto es que todo está jugado desde antes. Si el sujeto de la historia está precisamente allí donde se nos dice, en sus fundamentos económicos, pero esto es lo que está demostrado en cada giro. Es suficiente que metamos en su lugar eso de lo cual se trata. Allí donde se cree conducir el juego, no queda nada más que ese juego en su estatuto, y que él está en alguna parte entre los tres términos que acabo de dibujar para ustedes.  Es allí dentro, que vamos a entrar ahora y que proseguiré mi discurso para los analistas, aunque se pruebe que en algún juego que yo lleve a su cuenta, es siempre allí donde está el menor riesgo, que pongamos el más grueso paquete y el pequeño allí donde está el mayor riesgo. Pero se trata para eso de saber lo que quieren decir esos términos.¿Qué quiere decir el juego mismo, en cualquier nivel en que empleamos esta categoría?

El juego es un término de amplia extensión. Desde el juego del niño hasta el juego que se llama de azar, hasta lo que se ha llamado, de un modo que despista, la teoría de los juegos, entiendo aquélla que iba a datar el libro del señor von Neumann y de su colaborador. Trataré hoy de decirles cómo, desde el punto de vista del análisis, que tiene todos los carácteres de un juego, podemos acercarnos a lo que es de ese registro. El juego es algo que, desde sus formas más simples, hasta las más elaboradas, se presenta como la sustitución de la dialéctica en sus tres términos, de una simplificación que, en primer lugar, lo instituye en sistema cerrado. Lo propio del juego es siempre – aún cuando esté enmascarada – una regla. Una regla que está excluida de él como prohibida, ese punto que es, precisamente, aquel que al nivel del sexo, les designo como el punto de acceso imposible, dicho de otro modo, el punto donde lo real se define como lo imposible. El juego reduce ese círculo de la relación del sujeto al saber; esa relación tiene un sentido y no puede tener más que uno sólo; es el de la espera. El sujeto espera su lugar en el saber. El juego es siempre de la relación de una tensión, de un alejamiento por donde el sujeto se instituye a distancia de lo que existe ya en alguna parte como saber; si en el tiempo yo creía, aún, que algo se juega. He hecho ejercitarse, al menos durante un trimestre el pequeño rebaño que está bajo mi cayado; el juego de par o impar era para tratar de hacer pasar ese juego por las venas. Aquel que tuviera las canicas, sabía si su número era par o impar. Poco importa que él supiera o no. En su mano hay saber. La pulsión del juego surge de que, enfrente,  yo me instituyo como sujeto que va a saber bajo cualquier forma que sea, de una apuesta, o de las canicas mismas; la realidad aquí toma su lugar de ser lo que, en ese triángulo, de ese triplo está lo imposible de saber, pero que, abatido en el juego, en tanto excluido en este imposible, deviene la pura y simple realidad de la apuesta. La apuesta es, de algún modo, lo que enmascara el riesgo. Nada, al fin de cuentas, es más contrario al riesgo que el juego. Ella encapuchona el riesgo, y la prueba es que los primeros pasos de la teoría de los juegos, que se hicieron no al nivel de Neuman, sino de Pascal, comienzan por la teoría de la división, lo que quiere decir que, en un momento del juego es concebible una división equitativa de lo que está en juego. Es posible un cálculo de las esperanzas que hace que de detenerse un juego en su mitad, lo que no implica que cada uno retire su puesta, sino que la puesta sea dividida en función de lo que es la norma a enunciar, pero, sin embargo de la estructura de lo que se trata es del cálculo de las esperanzas.

No iré al detalle de eso de lo que se trata aquí. Me contengo con reenviarlos a los opúsculos fundamentales de Pascal que han hecho ley por las mejores razones, después. ¿Qué decir?, sino que, para nosotros, estando allanadas las vías por esta teoría de los juegos donde se demuestra lo que se llama estrategia, es algo que nos muestra que lo que es perfectamente calculable, lo que en un número extenso de casos para que esto haga lo concerniente a la elaboración en el ejercicio del juego, la connotación dé golpes posibles para el jugador con el conjunto de golpes posibles para el otro. Hay un punto destacado, punto de afirmación donde se recorta como siendo estrictamente idéntico lo que deben jugar los dos jugadores para tener en conjunto y en todos los casos, el mínimo de pérdidas mostrando que la naturaleza del juego está lejos de ser pura y simple oposición entre los jugadores, sino, que la partida en su misma comprehensibilidad, en su posibilidad, es lo contrario, de acuerdo.

Lo que en todo juego busca el jugador, el jugador como persona, es siempre algo que comporta esta conjunción, como tal, de dos sujetos. Y la verdadera apuesta del asunto es este jugador, sujeto dividido, en tanto que allí interviene él mismo como apuesta, a título de ese pequeño objeto, de ese residuo, que conocemos bien, nosotros analistas, bajo la forma de ese objeto al cual he dado el nombre de una pequeña letra: la primera.  Si él, es algo que soporta toda actividad de juego, es ese algo que se produce en el reencuentro del sujeto dividido, en tanto es sujeto, con ese ello por el cual el jugador se sabe él mismo el deyecto de algo que se ha jugado en otra parte, otra parte a todo riesgo, otra parte desde donde él ha caído del deseo de sus padres. ¿Está allí precisamente el punto del cual se desvía yendo a buscar en el opuesto, esa relación de un sujeto a un saber? Para imaginarizarles, bajo la forma más rudimentaria, el carácter fundado de lo que les indico como siendo radicalmente el juego, la relación de un sujeto a un saber, les indicaré una imagen para mí particularmente sorprendente: la de una niñita que, hacia los tres años de edad, había encontrado ese juego en un ejercicio que no era en absoluto por azar, que era el de ir a besar a su padre y que consistía en ir al otro extremo del cuarto y aproximarse a paso lento. A medida que ella se aproximaba, se precipitaba, escondiendo estas palabras: «Eso va a llegar». He allí la imagen donde está incluida la diversidad, la actividad lúdica bajo sus formas más complejas y ordenadas. El aislamiento del sistema en el medio de una regla donde se determina la entrada y la salida del juego, en el interior del juego mismo, el sujeto en lo que tiene de real y de real imposible de alcanzar, materializado – si pudiera decirlo – en la apuesta. Y es en esto en lo cual, el juego, es la forma propicia, ejemplar, aislante, aislable, de la posición del deseo. El deseo no siendo otra cosa que la operación de esta apuesta, de ese a, que es el ser jugador, en el intervalo de un sujeto dividido entre su falta y su saber.

Observen que en ese juego está la realidad reducida a su forma de deyecto, del sexo en su forma insexuada (sic). El otro beneficio del juego, es que la relación de verdad está allí, en razón misma de la supresión de ese polo de realidad como imposible – la relación de verdad está suprimida. Uno puede preguntarse en todos sentidos lo que hay allí de verdad, de la ciencia antes que se afirmara. Uno puede preguntarse lo que es del inconsciente antes que yo lo interprete. Pero lo propio del juego es que antes que se juegue, nadie sabe lo que va a salir de él. Allí está la relación del juego al fantasma; el juego es un fantasma tornado inofensivo y conservado en su estructura. Estas distinciones son esenciales para introducir lo que deseo articular hoy para ustedes: a saber, lo que es del juego en el análisis si tanto es que tiene todos sus carácteres. Es un juego porque se prosigue, en el interior de una regla, en la cual se trata de saber cómo el analista tiene que conducir ese juego, para saber también cuáles son las propiedades exigibles de su posición para que conduzca, esta operación, de un modo correcto.

Digamos en primer lugar de qué nos sirve ese esquema: para decirnos aquello que sin duda nosotros sabemos, pero que estamos lejos de articular, y esto lo explica. Es que en un análisis hay, en apariencia dos jugadores. Estos jugadores, de los cuales he tratado de articular su relación como una relación de malentendido, en tanto que del lugar que ocupa uno de ellos, el otro es el Sujeto, y el sujeto supuesto saber, en tanto que si confían en mi articulación esquemática, el sujeto, si podemos hablar de ese polo en su constitución pura, el sujeto no se aísla más que de retirarse de toda sospecha de saber. La relación de uno de esos polos al polo del sujeto, es una relación de falacia, pero es también en ella, que se aproxima al juego. El sujeto supuesto saber hace la conjunción de ese polo del sujeto al polo del saber, del cual el sujeto tiene, en primer lugar, que saber que a un nivel del saber no hay que suponer sujeto, en tanto él es inconsciente. ¿Qué es lo que resulta de ello? Ateniéndonos a esos dos polos, desde el punto de vista del juego, eso hace quizá, dos jugadores, en el sentido en que la teoría de los juegos del señor von Neuman, lo que se llama jugadores, son simples agentes los que se distinguen el uno del otro simplemente por un orden de preferencia, pero el hecho mismo que esos agentes, en el caso que evocaba hace un momento, puedan coincidir, hasta sin siquiera conocerse sobre la simple hoja de papel, que establece el señor von Neuman, para mostrar que ellos no tienen más que un sólo golpe a jugar. Desde un cierto punto de vista y hasta un cierto límite, si el analista en su posición pura, original, no tiene otro sujeto que aquel que yo definí como cartesianamente, como siendo aquel que en todo caso se afirma; que hasta si él no sabe nada es quien piensa que no sabe nada y que esto es suficiente, perfectamente, para asegurar su posición de cara al otro jugador, que sabe, sin duda, pero no sabe que él sabe. Está claro que esos dos polos pueden válidamente constituir una misma persona. Si definimos una persona no por sus preferencias, sino por el interés común: la curación, ¿qué es lo que quiere decir en el punto en que Pascal detiene el juego y puede hacer la repartición de las posturas de un modo satisfactorio para los dos? La curación no tiene otro sentido que esta repartición de las apuestas en un punto cualquiera del proceso, si partimos de la idea que hasta un cierto punto, sujeto y saber están perfectamente hechos para entenderse. Esto es lo que todos los analistas de la Escuela de Psicoanálisis de hoy llaman la alianza con la parte sana del yo; dicho de otro modo: «Engañémonos juntos».

Si hay algo que trato de reintroducir, que permite en el análisis culminar en otra cosa que en una identificación del sujeto indeterminado, en el sujeto supuesto saber, es decir en el sujeto del engaño, es en la medida en que recuerdo lo que hasta aquéllos que tienen esta teoría, saben en práctica: es que existe un tercer jugador y que el tercer Jugador se llama la realidad de la diferencia sexual. Es porque antes esta realidad de la diferencia sexual, el sujeto que sabe que no es el analista sino el analizado – después de mucho tiempo; constituido en su propio juego, aquel que ha durado, comenzado y culminado hasta el análisis algo es del sujeto, dividido: de un lado, sujeto, del otro, saber, pero conjunto. Algo que no puede aprehenderse más que como caído (chu) y decaído (déchu) de la realidad, de la cual no puede, ni quiere, saber nada. De lo que hace que siempre el hombre tenga que huir lo imposible de la realidad sexual, que ese algo que es su suplemento lúdico, al mismo tiempo defensa, ese algo que conocemos bajo la forma de lo que se revela en el fantasma, en tanto que la causa es la puesta en juego del sujeto bajo la forma de este objeto de la relación de objeto, puesta en juego, entre los dos términos subjetivos del sujeto opuesto al saber y del consciente. Esta sustitución del a del objeto, de deyectos del objeto, de caídos en eso de lo cual se trata; la realidad de la relación sexual. Esto es lo que da su ley a esa relación del analista en el analizado en ese sentido, que lejos que él tenga que contentarse con alguna repartición equitativa de las apuestas, tiene que atender a algo donde él se encuentra precisamente en una posición de oposición a su partenaire, como en todos los casos donde no hay en el juego soluciones de acuerdo, tiene que enfrentar a un partenaire en la defensiva, pero cuya defensiva es peligrosa, es prevalente en que contrariamente a lo que se imagina, esta defensiva no está dirigida contra el otro polo,: el de la realidad sexual. Ella es imbatible justamente en que no habiendo solución de este hecho, la astucia del conductor del juego – si el analista vale merecer su nombre – no puede ser más que de esto: de hacer culminar de ella, de desprender de esta defensiva, una forma siempre más pura. Es este el deseo del analista en la operación: lleva al paciente a su fantasma original, eso no es enseñarle nada, es aprender de él como hacerlo. El objeto a y su relación en un caso determinado, la división del sujeto; esto es el paciente que sabe hacer allí. Y nosotros estamos en el lugar del resultado, en la medida en que lo favorecemos. En analizado es el lugar donde esto se verifica de un modo radical porque aquí se muestra la superposición estricta que designa el deseo del Otro, no porque al paciente le sea dictado el deseo del analista, sino porque el analista se hace el deseo del paciente. Esto es lo que está expresado por el pequeño triángulo que muestra en que espacio virtual del lado del Otro, lugar ocupado por el analista, se sitúa el punto del deseo en el polo opuesto donde yace la realidad del sexo. Pues es allí que yace lo supremo de la astucia analítica y es sólo allí que ella puede ser reunida. Es sólo en esta mira y en la medida en que el analista está allí absolutamente aislado que puede pasar algo de lo que constituye, hablando propiamente, la única ganancia concebible. Es sólo en el punto donde llega al máximo lo que hace que al saber se constituya como la guarda, entiendan en el sentido de sirviente de ese rechazo de la realidad sexual, de este más íntimo aidos, de este pudor radical. Es precisamente en ese punto que este pudor puede traicionarse, en que esta guarda al ser llevada a su punto más perfecto, puede dejar pasar algo de una falta de guarda, pues esta realidad del sexo no es supuesto saber, y es allí que dejaré oscilante la cuestión de las últimas posiciones subjetivas ¿Sabe o no sabe este supremo pudor?. Hay quienes creen que saben pero ¿cómo saber lo que sabe sino en ese nivel del otro donde va a surgir la sombra de ese significante todo potente, de ese nombre supremo del Otro, del omnicente que siempre ha sido el lazo, el lugar, la lucha de la captura para aquéllos que tienen necesidad de creer? Cada uno sabe lo que eso quiere decir, creer allí, eso puede querer decir, eso quiere decir siempre: las gentes creen lo que afirman, es la teoría fideista, no se puede creer en lo que no se esté seguro.

Aquellos que están seguros no creen en ello. No creen en el Otro; están seguros de la cosa. Son los psicóticos. Es por lo cual, es perfectamente posible, contrariamente a lo que alguien de esta Escuela ha escrito a propósito de la historia de la locura, al cual  se puede reprochar no haber dado ésta definición de la locura. Ese discurso se distingue en que está seguro que la cosa sabe.

¿Cuál debe ser ese deseo del analista, para sostenerse a la vez en ese punto de suprema complicidad, complicidad abierta a la  sorpresa? El opuesto de esta espera donde se constituye el juego en sí, el  juego como tal es lo inesperado. Lo inesperado no es el riesgo. Uno se prepara a lo inesperado. Lo inesperado mismo – si me permiten un instante volver sobre  este esbozo de estructuración para-euleriana que he tratado de  darles como necesario  a ciertos conceptos, el ocho invertido, esta banda de Moebius, que debe atravesar la pulsión oculta. ¿Qué es lo inesperado sino lo que se revela como espera ya esperada, pero sólo cuando llega? Lo  inesperado atraviesa el campo de lo esperado alrededor de ese juego de la espera y es haciendo frente a la angustia como Freud mismo, en los textos fundamentales sobre ese tema, lo ha formulado, alrededor de ese campo de la espera.

Debemos describir el estatuto de lo que es del deseo del analista. Es lo que retomaré en quince días, en tanto la próxima vez, tendremosun seminario cerrado.