Seminario 12: Clase 18, del 16 de Junio de 1965

Seminario 12, clase 18
Les haré, hoy, en principio, el último curso de este año, por otra parte, no será enteramente nuestro último encuentro, al contrario, el seminario cerrado que tendrá lugar en ocho días podrá, para todos y cada uno, dar lo ocasión de plantearme algunas cuestiones sobre lo que habría podido dejar de oscuridad, sea sobre su texto, sea sobre su designio, lo que he expuesto este año.

He detenido la última vez la lectura de un texto preliminar de un escrito en curso, en el término siguiente: «… Pues el psicoanálisis no querrá -digo yo- a aquél que demanda ser analista, lo que tú quieras, cuando seas psicoanalista no irá nunca más lejos que allí donde él puede conducirte.» «Esto no es para engañarnos justamente de un merecido sermoneo sobre la responsabilidad a tu práctica. Tú sabes bien que todo ejercicio de un poder no está sólo sujeto a error, sino en ese colmo de equivocación, de ser bien hecho en su error. ¿Cómo aceptaremos ser médicos si no aceptáramos este increíble humano laberinto?» «Lo que me falta decirte es el riesgo para ti de ese matrimonio a la suerte del psicoanálisis. Pues lo que tú pones aquí en juego no tiene nada que hacer con lo que de ello se trata en la salida de un psicoanálisis ordinario. Y el término de perfectamente analizado que se te hace apuntar en la salida de tu psicoanálisis, calificado de didáctico, es también engañoso, más que insuficiente a la definición de los fines de este análisis.

«Pues no basta que tú seas, según la forma clásica, perfectamente claro en tus relaciones con tus pacientes; es necesario también que puedas soportar tus relaciones con tus pacientes, es necesario también que tú puedas soportar tus relaciones con el psicoanálisis mismo.» «Pues el psicoanálisis nos lo enseña; la verdad responde a una falta venial en su lugar -a una represión, dicho de otro modo, tomando sobre el cuerpo mismo donde yace tu ser, su razón.» No creas que ella sea más clemente a la falta capital siempre inminente en una acción  que pretende seguir su traza sin conocer sus rastros. Una acción cuyo medio es el verbo, titubea entre la mentira y la verdad, recurre sus trazos siempre con usura».

Mi posición está, pues, bien ligada a la suerte de todo aquello que se llama: los psicoanalistas. Pues el psicoanálisis no está en ninguna otra parte. Si no se puede esperar nada más del psicoanálisis que lo que allí se pone. Lo que yo exijo es, a saber penetrar lo que hay detrás de una cierta resistencia instituida en el cuerpo mismo de los psicoanalistas. Ésta es la apuesta en cuestión esencial. Y después, el tiempo o mi enseñanza se han planteado pura y simplemente como oponiéndose a cierta sordera en la teorización de la práctica, cuyo común denominador es dado por la psicologización que allí se denuncia con (…)  en tanto ella confiesa ser la cima de algunos de sus promotores, buscar lo real del cual el psicoanálisis tiene que ocuparse en la psicología. Es el principio de una desviación radical. Toda reducción, toda tentativa de retorno, como se dice, o de acepción en el psicoanálisis de algún psicólogo…  de algún modo constituido que se pueda forjar, es la negación del psicoanálisis. Desde el tiempo en que he mostrado que la psicología está tejida de falsas creencias – llamemos las cosas por su nombre- el de esta identidad intuitiva que se llamaría el yo (moi). Me parece que he recorrido bastante camino para mostrar dónde se puede trazar otra vía totalmente distinta. Jamás nadie, salvo una cierta forma de ignorancia que, en un tema de humor, atribuí, muy gratuitamente, no sin razón, al dentista, jamás nadie ha osado aún imputar a Descartes el origen de este error intuitivo.

Lo que les he recordado la última vez concerniente al estatuto instaurado del sum en el cogito, no lo recordaré hoy. Es de allí que vuelvo a partir. Para aquéllos que no estaban aquí, tengo, por otra parte, que marcar que aquello sobre lo cual he puesto el acento es que esta fundación del sum en el cogito no es fundación primera, que es necesario recordar, ese surgimiento del cogito, en esta división donde el análisis me marca el ser; ser yo soy del ser, al yo sé del sentido: yo se, «entonces yo soy» (donde jé suis). Que esta marcha no se conciba sin la localización de eso, por relación a lo cual se sitúa como una duda metódica, radical, ese algo, que es un saber ya constituido y que esta relación del sujeto al saber es aquí esencial, que partiendo de allí, en el comienzo, reencontramos en el resultado, ese algo, el incentivo de una reflexión que puede ser retomada y proseguida en otra parte. El resultado de la marca de Descartes es el de hacer posible ese algo que he carácterizado como la acumulación de un saber.

El fundamento, la marca, el estilo del saber de la ciencia, es, ante todo, el de ser un saber que puede ser acumulado, y todo lo que la filosofía -desde que yo hablo de ella- que podemos retener como la mejor, no  ha sido otra , que definir las condiciones de posibilidad de un sujeto frente a ese saber, en tanto que puede acumularse, pues es esto lo que es posición falsa de la filosofía, pero el filósofo está, diría, en la misma posición de valet que hace que el psicólogo esté allí, para darnos las condiciones de posibilidad de un sujeto en una sociedad dominada por la acumulación del capital. El sujeto, en tanto debe constituirse para hacer posible esta acumulación de un saber; he allí aquello en lo cual podemos puntuar la marca de la marcha kantiana, la más sana en esta materia. Pero el origen de ese algo acerca de lo cual debemos plantearlo como inscribiendo en falso, la condición de posibilidad del saber, no es eso lo que nos interesa. Es precisamente de eso que Descartes, de eso que con Descartes, la consumación está hecha, de lo que yo llamaría la alienación del saber y que es que él se desembaraza de las verdades eternas sobre el arbitrio divino. Este es el resorte de esta nueva marcha donde algo es fundamentalmente desconocido, y cuyo retorno constituye la esencia del descubrimiento freudiano.

Si Descartes libera el carro del saber de esas verdades eternas, de las cuales se desembaraza sobre el arbitrio divino, ellas podrían ser otras. Seguramente el carácter decisivo de ese momento, es allí donde puntúa -la importancia pero conviene darle su continuidad, pues nada, ni aún dos y dos hacen cuatro, sino necesario para sí; si todo es posible, nada lo es, y desde entonces es allí lo importante de lo que es omitido en nuestra apercepción, la aperpepción filosófica del punto de partida de Descartes. Desde entonces lo real es lo imposible. Todo es posible salvo lo que está aquí desde entonces, y no se funda más que en su imposibilidad. Es imposible que dos y dos hagan cuatro porque Dios lo quiera, y partiendo, esa es la única razón. Es necesario pasar por allí. Newton tiene la vía facilitada por ese nudo, aún nunca desanudado del campo gravitacional y Descartes puede permitirse ser relapso del lado de lo posible, con su teoría de los torbellinos. Desde entonces está claro que, para los filósofos, y aquéllos de la línea kantiana  -la mejor – el análisis de las condiciones de posibilidad del saber, es una desviación, como si se los hubiera esperado para eso,  pues, es justamente durante todo lo que ha precedido, donde se buscaba la vía por donde hacer posible saber que se había probado imposible encontrar esa vía. Repentinamente se tornó posible saber, lo que ha sido imposible de descubrir, cuando se buscaba allí, en primer lugar, lo que era verdad. Lo he llamado la ciencia. Ahora, ahora, que no se la buscaba más porque se la había desembarazado sobre Dios, lo que se buscaba descubrir se imponía de un modo que no resolvía nada en la verdad. He ahí porque ahora los filósofos se han reducido a pescar algunas futilidades por comentarios hermenéuticos. En una vía que pasa enteramente por otra parte, yo trato de constituir para ustedes, no las condiciones de posibilidad del psicoanálisis, sino en que, su vía se traza del fundamento de lo que Freud ha articulado siempre como siendo su imposibilidad.  Es el término de lo imposible, lo articulo hoy, sin duda, de un modo que puede parecerles àpresurado, hasta torcido, pero que podría, provisoriamente, que para aprehender de los dos sesgos, en cuanto a lo real, que nos permite aprehender esta relación a lo posible, tan esencial para marcar bien para toda nuestra marcha de analista, en recordarles que los contingentes de lo real, lo que no puede ser, que lo necesario, si cometemos el error de fundarlo en lo real y no allí donde es fundado, a saber, en una relación simbólica.

Lo real es lo que no puede no ser. Si vemos allí el fundamento de lo real, no tendrá más que operar sobre esas dos fórmulas: lo que no puede no ser; esto es en la instauración de lo posible que surge efectivamente  la dimensión de lo real.

Les había anunciado el año pasado que hablaría de las posiciones subjetivas del ser, después, por un movimiento de prudencia , me dejé aconsejar, y me contenté con hablar de los problemas cruciales del psicoanálisis. No porque mi primer designio haya sido abandonado: las posiciones subjetivas del ser están en el pizarrón desde hace cuatro cursos, bajo los tres términos: del sujeto, del saber y del sexo. Es precisamente de las posiciones subjetivas del ser, del sujeto, del «Yo soy» (Je suis) de Descartes, del ser del saber y del ser sexuado, que se trata, en la dialéctica psicoanalítica y nada es allí concebible sin la conjunción de esos tres términos. La relación de esos tres términos está marcada por una relación que es la que bajo el término inscripto en rojo, que es el título de ese esquema del Entzweiung, como instaurándose, en el mundo de la relación de lo que constituye el estatuto del sujeto. El estatuto del sujeto -en tanto hemos girado todo el año alrededor de la especie de trazo particular que es el que constituye ese Uno; que hemos ido a buscar en Frege, la fórmula en la medida en que ese Uno se instituye en la localización de la falta-. Ese uno singular, debemos buscarlo en alguna parte.  De ese algo que es el Zwang por relación al saber esto es del Zwei (dos) del ser sexuado en tanto que él tiene siempre, para eso uno del sujeto imaginario, ha sido no soluble. Esa relación del Zwei al uno del sexo, esto es de lo cual encontramos la instancia en todos los niveles de la relación entre los tres polos de esta tríada, pues ese Zwang, ete Entzweiung son algo que he creído inscribir en ese esquema topológico como marcándose, por el hecho que la estructura de esta topología es la de una superficie tal, que su lugar viene, en alguna parte a reunirse con lo que es su opuesto, a saber: su anverso. En nuestra experiencia de analista de lo que se  trata es  de esa relación muy particular de un sujeto a su saber sobre sí mismo, que se llama un síntoma. El sujeto se aprehende en una cierta experiencia que no es una experiencia donde él esté sólo, si no  una experiencia en un cierto punto educada, dirigida, por un saber. Del síntoma  del obsesivo no tenemos en apariencia más que demasiada experiencia, que no toma su plena constitución más que en una cierta relación al Otro, que puede ser alguna  vez el  primer tiempo del psicoanálisis; esta división es Zwang, esa división en lo que le viene del lado del saber, es la relación del sujeto a su síntoma. Es el primer paso del psicoanálisis. No recuerdo esto más que para motivar el hecho que sea allí que he marcado la dirección.

El Zwang si está allí y si ese dibujo es motivo de que la hoja simbólica  de la relación topológica, de la cual se trata- es una relación de tríadas que tiene su sentido, su importancia. Volveré a ello en su momento. Está claro que en esa banda de Moebius que está representada -no habrán reflexionado suficientemente en esta banda tres veces replegada sobre ella misma- lo que ella oculta de Entzwiung, en que no hay dos superficies, que es la misma superficie viniendo a reencontrarse en su anverso, esto es en todos los puntos que puede manifestarse.

Es precisamente la experiencia que nosotros vemos: que el signo, lo que hace la potencia de la experiencia analítica, que ella ha introducido en el modo de ese algo ambigüo, donde reconocemos al nivel más opaco, de una cadena significante, ese algo que hace sentido y siempre más o menos tomado en esta bi-polaridad aún irresuelta, que es la que emana del sexo y esto es lo que, en todos los casos, hacen allí sentido.  Pero, ¿no había comenzado yo el año mostrándoles que esa naturaleza del sentido es la del no sentido? Lo que podemos articular, tratar de conjugar, hará ese no sentido, manifestar aún de ello más el relieve y la originalidad. El Sinn está marcado del Unsim.  Es allí que surge su más grande pureza, donde encontraremos esa línea de fuga del Entzweiung, en el lugar de ligazón del sujeto al sexo que hemos llamado Wahrheit. Es de eso de que se trata en el análisis. Si el Sinn, si lo que es sentido, es interpretable viniendo al sujeto del lado del saber, en los tropiezos del discurso, en los titubeos del significante, el significante que viene así, viene de otra parte, viene aquí por las bandas, no por el desvío del saber, por esa relación del sujeto con el ser sexuado, ¿dónde está entonces, aquí, la división? ¿Tengo necesidad ante los psicoanalistas de llamarlo por su nombre?. ¿Cuál es la experiencia a la cual el psicoanálisis nos conduce y define la relación del sujeto con el sexo si no es, cualquiera sea el sexo de ese sujeto, que esa relación se expresa de este modo singular que es el que llamamos la castración? Es en la medida en que está megativizada lo que es la cópula, el instrumento de conjunción, que al sujeto, cualquiera sea, se entrega en la verdad del sexo, y esta necesidad de la castración, he ahí lo que nos muestra el principio de este extraordinario Entzweiung, gozante de la imposibilidad. De ese Uno. siempre evanescente y siempre obligado a confrontarse al 2 – pues, se los, he dicho- la idea de la idea, raíz de toda institución de instauración de lo simbólico en lo real, el bien de Platón, no es otra cosa que número. Y les he indicado la última vez  que es Simplicius hace de referencia de ese testimonio. Me agradaría que algunos de mis auditores tomen allí pretexto para una búsqueda más desarrollada. Observen que no es porque me haya gustado dibujar esta banda que he llamado banda de Moebius, tres veces replegada de un cierto modo ella con mis designios, que la última, vez había mostrado que tiene simetría: el rulo inserto en la banda, se opone, al otro, hay simetría, pueden reunirse, lo mismo a nivel del otro lado de la juntura, pero no en el tercero, curiosidad de la cual les pido destacar, habituándose a esta suerte de experiencia- .

No hay ningún medio de realizarla en su achatamiento triangular, sin, que, en alguna parte, aparezca la estructura que acabo de subrayar. Puedo decir que no se distingue, de esto: que lo que es una banda de Moebius forzosamente no tiene otra posibilidad,  la misma cosa se produzca al nivel de los tres lados; lo que se hace en el caso en que uno use, lo que se llama, la forma del nudo.
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A saber, que es del mismo modo invertido, las tres veces, que la banda será replegada y no será menos banda de Moebius. La tríada – es singular que uno no se haya percibido – implica esta topología de la banda de Moebius. Puede parecerles que eso se juega con singulares caprichos, que yo quiero retrasarme tanto en una estructura de la cual, cuanto menos, pueden presentir que es una estructura poco familiar – no estoy seguro de ello para algunos, sino para la mayor parte- la distinción que acabo de hacer, el hecho de servirnos de esta superficie como siendo el soporte más propicio para representar una cierta tríada, que se plantea para nosotros allí instituyendo la posición subjetiva. Subjetividad del ser como tal que ese soporte lleva en él, la necesidad de una cierta relación imaginada por la banda de Moebius, pero de la cual ya les he hecho notar que la banda no es más que la imagen. Puedo recordarles que, no es porque esta superficie sea superficie, que ella existe – para decir todo – que la hace superficie de Moebius. Pueden sacar cuantos trozos quieran; su continuidad resta. Ella es siempre superficie de Moebius y, en el límite, no es más que ese corte medio, que cambiando la superficie, en una superficie verdaderamente única, un corte medio no corta en dos la banda de Moebius, pero la transforma en una banda que hace solamente eso que se llama un bucle. Pero lo propio de esta banda es que ella puede – ya se los he mostrado en su momento- recubrirse a sí misma, ella puede tomar la forma exacta de una banda de Moebius y, que, entonces, lo que será el doble borde de esta banda replegada en una banda de Moebius, será un intervalo del cual se puede demostrar que comparta un medio giro que es una banda de Moebius, igualmente.

¿Qué quiere decir esto?  Que, si, conforme a la topología, consideramos la superficie como debiendo ser siempre definida por un borde, no hay otra definición topológica de la superficie que un borde vectorizado como éste:
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He ahí el símbolo de la superficie esférica. Una esfera. Es allí donde se puede hacer un agujero que anulará  borde a borde. Los dos bordes del agujero viniendo a confundirse en el mismo sentido. Si quieren, para no confundirse, ni perderse en una imaginación concerniente al volumen que no está de ningún modo interesado en la materia, llamemos a esta superficie, un globo. La topología del globo no está definida de otro modo que por la duplicidad de ese borde. Lo que está fuera y dentro del borde, hasta si es un globo infinito, hasta si es un plano, es estrictamente equivalente. Lo que está fuera del círculo,  es un círculo como lo que está en el interior. Lo propio de una superficie que se llama globo, es que un corte cerrado, separa de él un trozo. Esto no es verdad para toda superficie, como un toro o un anillo, o si este corte cerrado puede tener un mismo efecto. Está quien abre la cámara de aire, que es el toro, y la  deja en un sólo trozo. Es verdad que un doble corte, previendo que se crucen, el uno sobre  el otro,  en  algún fragmento, no deja más en dos trozos, al toro. He introducido este año la botella de Klein cuya propiedad es que no puede tener sobre ella dos cortes que no se crucen y que ella no es en esa medida dividida.

La botella de Klein está hecha de dos bandas de Moebius. Hay, pues, un trazo que hace dos veces el giro del vacío central, de ese vacío del cual no tenemos que hablar cuan do especulamos sobre las superficies.  Les parece que esta superficie es así dividida en dos bandas de Moebius. ¿Por qué revoqué aquí la botella de Klein? Hay una cuarta forma de superficie definible por su borde, es la que, para ir más rápidamente he llamado el cross-cap y que se llama, teóricamente, con todo rigor, el plano proyectivo.
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No puedo volver a evocar para ustedes cómo está hecho esto. Para los otros, quieran imaginarse que esta línea manifiesta el cruce. Si nosotros tomamos un globo previamente abierto en los bordes, y si hacemos reunir esos bordes entrecruzándose, de modo tal que, cada punto ligándose suture con el punto simétrico por relación a una línea qué sea, sino por relación a un punto central, lo que constituye lo que he llamado, provisoriamente, el cross-cap. ¿Cuál es la propiedad de un corte cerrado, en algunos tipos de cortes cerrados?

Existe uno que tiene el mismo efecto que la esfera.  Pero hay una diferencia de naturaleza entro uno y otro de los jirones.  Uno es lo que aquí se figura aislado, se representa bajo esta forma llamada del ocho interior. Hoy llamaré al  otro: una banda de Moebius. Me excuso de ese largo desarrollo que está hecho para plantear, introducir, ese elemento central, tomémoslo como tal, por relación a lo que ven aquí figurar bajo la forma de una banda de Moebius. Este elemento central que lo completa y lo cierra, y que yo he llamado la porción nula;  eso topológicamente completa lo que tenemos que decir de las posiciones subjetivas del ser, lo que en la botella de Klein se completa por una banda de Moebius simétrica y que forma, bajo el aspecto de ese algo que semeja (…) por equivalencia a otra cosa de naturaleza diferente de la banda de Moebius. Esa otra cosa es lo que topológicamente corresponde al objeto a. Este objeto a es esencial a la dialéctica analítica. He escuchado decir – me ha vuelto – que alguien entre mis auditores se ha expresado sobre objeto a en términos tomísticos. El objeto a sería lo que en el ser encontraría su acabamiento, con seguridad puede haber un tal malentendido hasta el momento en que esta imagen les muestra esta cerradura del Entzweiung, la ocultación de la imposibilidad, la consumación de la indeterminación -de la cual yo hablaba- que es la del  lugar del Entzweiung, de esta falsa seguridad de la certeza que se instaura en el enmascaramiento de la división.

Tal es la función de este objeto, diría, tan poco conforme a una buena forma. Ustedes no pueden imaginarlo más que como esta rodaja de la cual alguna parte el contorno más reñido, escotado, hendido en recubrirse a sí mismo, no es, sin embargo, algo diferente de una superficie ordinaria, pero ese lado artístico de la buena forma, ese lado que yo llamaría el jirón , ese jirón es la forma en que (…) donde se localizan en la instancia, las posiciones subjetivas del ser, a saber lo que se llama en el análisis: el objeto, el seno, el objeto fecal, o el excremento, la mirada y  la voz. Es bajo esta forma topológica que se constata la función del objeto a, y es en esto que la equivalencia, la sustitución posible del objeto a en la conjunción al otro es carácterística de un cierto modo macroscópico que ha prevalecido hasta una cierta fecha del mundo, donde el hombre se repliega y se adhiere a la realidad de un otro preformado, de aquél que lo hace a su imagen, en imagen semejante a la vez invertida. El corte en la historia y también en el estatuto del sujeto como tal es el momento en que ese partenaire sustituya la función del objeto a. Es en tanto que yo soy a, que mi deseo es el deseo del Otro, y es por ello que por allí pasa toda la dialéctica de mi relación con el Otro, que define mi relación de la alienación. sustituyéndose allí, nos permite el otro modo de la relación, el de la separación de algo donde yo me instauro como caído, como reducido al rol de jirón, en lo que ha sido esta estructura del deseo del Otro por la cual el mío ha sido determinado al hecho que la satura, que la adherencia de mi relación subjetiva,  de mi posición subjetiva como ser, puede ser encontrada en el objeto a. Es allí por, donde pasa la verdadera naturaleza de mi dependencia del Otro, y especialmente de su deseo, pues el fantasma no es otra cosa que esta conjunción de la Entzweing del sujeto con el a gracias a lo cual una falaz completitud viene a recubrir lo que de ello es imposible de lo real. El carácter de cobertura que tiene el fantasma por relación a lo real, no puede, no debe articularse de otro modo. El análisis pasa por el desfiladero de esta reposición del yo (moi) como sujeto en ese a que yo he sido para el deseo del Otro.

Y ningún desenlace es posible en el enigma de mi deseo sin ese pasaje por el objeto a. He escuchado en uno de mis análisis, hace, poco tiempo, emplear el término, a propósito de alguien cuyo análisis no parece haberle servido mucho, por  la cualidad personal. Hay, entonces, -decía mi analizado- «falsas camas (fauses couches) analíticas». Me gustó bastante esa fórmula.  Yo no la habría inventado. En efecto; hay un giro del análisis donde el sujeto permanece peligrosamente suspendido en ese hecho de reencontrar su verdad en el objeto a. Puede acá tenerse allí, y eso se ve.

Mi curso del año próximo lo haré, entonces, sobre lo que falta en las posiciones subjetivas del ser: lo haré sobre la naturaleza del objeto a. En inglés habría dicho: «Significant object small a».  Pero como hablo una lengua que se llama el latín, me inspiraré del «De natura objecti a».

Siempre he deplorado que la madre iglesia haya abandonado esta lengua que tiene el privilegio de hacer herméticas las explicaciones en las ceremonias, sobre, lo que ocurre. Cuando se escuchan ceremonias en latín, se tienen posibilidades de comprender que es incomprensible.  Estén seguros: no les haré discursos en latín, quizá uno, cuanto menos… Todo esto quiere decir – hay quien cree que estoy lejos de la clínica relatándoles esta historia – hay un cierto número de posiciones subjetivas verdaderamente concretas, a las cuales debemos atender, bien que en el síntoma uno no cuida en buscar el saber.

En el análisis existe el Otro, y nos damos cuenta del modo en el cual por relación al Otro, se plantea el problema del deseo. No es hoy que volveré sobre la tri-percepción con:  

La demanda del Otro   —————————> Neurosis

El goce del Otro            ———————– > Perversión

La angustia del Otro    ————————–> Psicosis

En la neurosis, de donde ha partido nuestra experiencia más cotidiana, también fundamental, es por relación a la demanda del Otro que se constituye el deseo del sujeto. Decir que es por relación a la demanda no es ir contra lo que yo he dicho: que el deseo del sujeto es el deseo del Otro, sino su punto de mira, porque es también el principio de su mantenimiento en la posición neurótica.

Es la demanda del  Otro, lo que el Otro demanda, seguramente, no es lo que él desea.  He insistido  bastante sobre ese radical Entzweiung, para no olvidarlo.  Retomemos todo lo que he podido dejar como comentario sobre tal punto de la «Traumdeutung», para proseguirlo hasta la estructura de la homosexualidad femenina: la histérica carga a un tercero para responder a la demanda del Otro por ella; ella se sostiene en su deseo como insatisfecho y es por eso, es por la síntomatología que a la evolución de la histérica tenemos el acceso más rápido, pero al mismo tiempo, lo vela en parte por el hecho de la castración.

La castración es demasiado instrumental, demasiado mediatizante en la histérica, y también demasiado fácil de hacer, en tanto la mayor parte del tiempo, la histérica es ya objeto castrado, para que eso no nos vele. El obsesivo, como neurótico, está en el mismo caso. Opera de otro modo con la demanda del Otro, se pone en su lugar y le ofrece, en su lugar, el espectáculo de un desafío, mostrándole que el deseo que esta demanda  provoca en él, es imposible. En los casos fecundos, pues de estos son los neuróticos obsesivos, él le demuestra que todo es posible en el lugar, multiplica las hazañas. Todo eso tiene también una gran relación con la castración, y si él acoge con dureza, si él degrada, si él destruye, burla el deseo del Otro, lo sabemos, es para proteger su pene. Del lugar del Otro, a través de todos los riesgos calculados que él corre, se prueba como falo salvaguardado. Es allí que la oblatividad es su asunto. El ofrece todo al lugar, tanto más gustosamente en tanto todo lo que ofrece es mierda. Forzarle la carta interpretándole el fantasma del fellatio, puede ocurrir, en efecto, y ocurre ordinariamente en su análisis, imaginándose de ello que es avidez del pene quien lo dirige haciéndole el objeto de comunión.  Esto es en realidad, un desconocimiento del analista, que está en el hecho de la confusión del falo perdido con el objeto fecal y que ha interesado al sujeto en análisis, en una dialéctica del tocar, del no tocar, del contacto y del no contacto, testimonio pues, de está dialéctica del obsesivo que es precisamente la de la limpieza y no la de la propiedad. El sujeto por tal vía es invitado a lo que yo definí como siendo la función del objeto a, a encontrar su verdad en este objeto a, en sus aspectos fecales. Lo que, en efecto, colma al obsesivo que no demanda más que eso.

Ven que esta teoría tiene consecuencias prácticas; ella permite articular objeciones estructuradas, contra algo que se presenta como no siendo sin efecto clínico, hasta un cierto punto bienhechor, en tanto todo el peligro está en satisfacer la demanda que vemos manifestarse en el neurótico. Cuando yo retome esta dialéctica de lo posible y lo imposible, les mostraré que no está en otra cosa que en la oposición del principio del placer al principio de realidad; que el sufrimiento neurótico sea un placer, no puedo demostrar cómo es posible, si no es por malas jugadas (entourloupettes), pero puedo manifestarlo poniéndome en el lugar donde hago imposible la demanda, donde se oculta ese sufrimiento. No iré más lejos sobre los detalles clínicos,  porque es necesario que concluya. No diré como el fóbico está bajo la relación de la demanda del Otro. Les he hablado suficiente del significante faltante. Para cerrar y terminar lo que tengo que decirles sobre ese punto donde culmina todo el discernimiento que ha tenido Freud del fenómeno inconsciente, cuando él habla del deseo que habita el sueño, que es el verdadero deseo del Otro.  Deseo de que durmamos.  No es por nada que es en el momento en que un sueño llega a ese punto culminante, es en esta figura inmóvil que encarna el fantasma de la realidad. Si el fantasma nos despierta en la angustia, es porque la realidad no aparece. Pueden ustedes sólo estar así despiertos para que el sentido de esa palabra a venir en mi designio desde ahora les toque.  No desembarazaré al Otro ni de su saber, ni de su verdad. El término del análisis, si es eso que he inscripto en el S significante del A barrado, el Otro sabe que él no es nada de eso.

Final del Seminario 12