Seminario 12: Clase 2, del 9 de Diciembre de 1964

Agradezco a mi público por mostrarse tan atento en el momento en que retomo estos cursos.

Comienzo por el por qué. En verdad esto es para mí una parte de un problema que trataré de plantear en relación al cual querría definir algo que llamaría: cómo vamos nosotros a trabajar  este año. Digo «vamos nosotros» no concibiendo que mi discurso se despliegue en una abstracción profesoral, de la cual, después de todo, poco importaría quien aprovechara de ella bien o mal, ni por qué vía.

Me he informado por esos ecos que justamente en razón de la especificidad de mi posición no tardan nunca en llegarme que, la última vez, yo había sido didáctico. En fin; que sobre ese particular se me acordaba un buen punto de progreso. Eso no es cierto pero, sin embargo, me parece que les he preparado, si  pudiera decirlo, pues introducir el problema que nos va a ocupar de entrada este año, el de la relación del sujeto al lenguaje, como lo he hecho, por ese no-sentido y permanecer allí, sostener su comentario, la cuestión, suficiente tiempo para hacerles pasar por vías,  desfiladeros que podrían anular  con un revés de la mano, en cuanto al resultado, no en cuanto al valor de la prueba, para, al final, hacerles admitir, diría casi desde mi punto de vista hacerles pasar la muscada de una relación distinta, aquella cuyo sentido es soportado por las dos frases escritas en el pizarrón.

No puedo más que felicitarme de que algo de un tal discurso haya llegado a su fin: si es verdad que existe la grieta (faille) cuya formulación he comenzado la última vez entre algo que nosotros asimos en el mismo nivel en el que el significante funciona como tal, y como lo he definido: el significante es lo que representa al sujeto para otro significante. Si es verdad que esta representación del sujeto, que eso en lo cual el significante es su representante, es lo que se presentifica en el  efecto de sentido y que haya entre eso todo lo que se construye como significación, esa suerte de campo neutro, de grieta (faille), de punto de azar, lo que se reencuentra no se articula enteramente de modo obligado, a saber: lo que vuelve como significación de una cierta relación, que falta definir, del significante al referente, En ese algo de articulado o no en lo real, sobre lo cual , es viniendo, digamos, a repercutirse, por no decir más por ahora, que el significante engendra el sistema de las significaciónes. Hay allí, sin duda, para aquellos que han seguido mi discurso del pasado, acentuación  nueva de algo de lo cual podrán sin duda reencontrar el lugar en mis esquemas precedentes y hasta ver allí que aquello de lo que se trataba en el efecto  del significado donde tenía que conducirlos para señalarles el lugar en el momento en que el año pasado, les di el esquema de la alienación, que ese referente existía, pero en otro lugar; que ese referente era el deseo en tanto estaba instituido en la formación, en la institución del sujeto cruzándose en alguna parte en el intervalo entre los dos significantes esencialmente evocados en la definición del significante mismo.
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Aquí no el sujeto desfalleciendo (défaillant) en esta formulación de lo que se puede llamar la célula primordial de su constitución, sino ese significado ya en una primera metáfora que por la posición misma del sujeto en vías de desfallecimiento, había de ser reemplazado por la función del deseo. Fórmula restallante para designar toda suerte de efectos genéticos en nuestra experiencia analítica, pero fórmula relativamente oscura si vamos a ubicar aquello de lo cual se trata en fin de cuentas: esencialmente de la validez de esta fórmula y, para decir todo, de la relación del desarrollo, tomado en su sentido más amplio, de la relación, de la posición del sujeto, tomado en su sentido más radical en la función del lenguaje.

Estas fórmulas, producidas de un modo más aforístico que dogmático, son dadas como punto de apoyo a partir de las cuales puede seriarse la gama de las formulaciones diferentes que son dadas a todos los niveles donde esta interrogación intenta proseguirse de un modo contemporáneo, ya sea por el lingüista, el psico-lingüista, el psicólogo, el estratega, el teórico de los juegos, etcétera.

El término que yo anticipo, el del significante representando al sujeto para otro significante, tiene en sí mismo algo de exclusivo que recuerda – para dar otra vía, en cuanto al estatuto a dar a tal o tal nivel del significado – que algo, seguramente, es arriesgado, que más o menos anula, franquea una cierta grieta y que antes de dejarse tomar allí convendría mirarlo dos veces. Es más; es posición, yo diría casi imperativa que, con toda seguridad no puede sostenerse más por intentar una referencia que no sólo encuentra su recurso en un desarrollo adecuado de una teoría adaptada a los hechos, sino también encuentra su fundamente en una estructura más radical. Lo mismo que aquéllos que han podido seguir lo que pude desarrollar hace tres años en un seminario sobre la identificación, no deja de tener relación con lo que les introduzco ahora. Fui conducido a la necesidad de una cierta topología que me ha parecido imponerse, surgir, de esta misma experiencia, la más singular, a veces hasta la más confusa, que fuera aquélla con la cual tratamos en el psicoanálisis, a saber: la identificación.

Seguramente esta topología es esencial a la estructura del lenguaje. Hablando de estructura, no se puede dejar de evocar la primera distinción, yo diría primaria: que todo desarrollo en el tiempo… que debemos concebir en el discurso, si es algo que el análisis estructural  tal  como se ha operado en lingüística está hecho para revelarnos, que esta estructura lineal no es de ningún modo suficiente para dar cuenta de la cadena del discurso concreto, de la cadena significante que no podemos ordenar, acordar, más que bajo la forma que se llama de escritura  musical; un pentagrama es la noción que tenemos que decir – desde entonces la cuestión de la función de esta segunda dimensión , de cómo concebirla – es algo que nos obliga a la consideración de la superficie y bajo qué forma , aquélla hasta aquí formulada en la intuición del espacio tal como puede inscribirse de un modo ejemplar en la estética trascendental , o si es otra cosa, esta superficie teorizada al nivel de las matemáticas, de las superficies tomadas bajo el ángulo de la topología. Si este pentagrama sobre el cual conviene inscribir toda unidad de significante, toda frase en sus cortes, ¿cómo, en las dos extremidades, ese corte viene a estrechar ese pentagrama? Digamos que hay en este lugar más de un modo de interrogarse; ¡qué hay fagot y fagot!

Seguramente no es demasiado pronto para, ante esta estructura, replantear la cuestión de saber –  lo que hasta el presente ha pasado por ir de suyo – si el tiempo se reduciría a una sola dimensión.

Pero dejémoslo por el instante, y para atenernos a esta curiosa fluctuación al nivel de lo que puede ser esta superficie siempre indispensable para toda  nuestra ordenación, son precisamente estas dos dimensiones del pizarrón las que me hacen falta. Entonces es visible que cada línea no tiene nunca una función homogénea con las otras. Simplemente, en primer lugar, para quebrantar el carácter intuitivo de esta función del espacio en tanto que ella puede interesarnos, les haría destacar que, en esta primera aproximación a una cierta topología muy estructuralmente de lo que adviene del sujeto en nuestra experiencia, recuerdo que aquello a lo cual había sido llevado a servirme, es algo que no toma partido de un espacio que parece de tal modo integrado a nuestra experiencia y que puede decirse que cerca de este otro, merece el nombre de espacio familiar y particular, también. Que haya un espacio menos imaginable con el cual sea necesario familiarizarse. Uno reencuentra allí igual ausencia de posición que en lo que he tratado de introducir la primera vez. Déjenme conducirlos aquí bajo la forma de esta suerte de juguete, algo del cual reencontraremos, quizá, ulteriormente, la forma.

Estos elementos topológicos, para hablar de aquéllos sobre los cuales he puesto el acento, el agujero, el toro, el cross-cap, están verdaderamente separados por una suerte de mundo distintivo con formas. Llamémoslas como los guestalistas, de los cuales es necesario decir que son llevados por el desarrollo de una geometría, pero también de una significancia. Las metamorfosis del círculo de G. Poulet… Hay otros de ellos, otros que recuerdan que la significancia de la esfera ha dominado todo un pensamiento, no en verla culminar en un poema dantesco, hasta con lo que podemos reportarle lo que es de su mundo; el cono, implicando la generación de todo lo que ha sido confirmado en la geometría de la sección cónica. Hay allí un mundo que introduce las referencias a las cuales hacía alusión.

Les mostraré un ejemplo interrogándoles sobre él. No tomaré ninguna de esas estructuras topológicas que he enumerado porque son demasiado complicadas para nuestro objeto. Tomaré la forma más familiar que todo el mundo termina por entender: la banda de Moebius.

Su forma podría ser, en el comienzo, un segmento de cilindro por el hecho que al mismo tiempo se hace el tiro en la pared utilizando términos que van a atravesar la materia. La inversión culmina en la existencia de una superficie cuyo punto más destacable es el hecho que ella no tiene más que una cara. A saber: que de cualquier punto que se parta se puede llegar, por un camino que permanece sobre  la cara de donde se ha partido, a algún punto que podría hacernos creer que es una cara y la otra. No hay más que una. No tiene más que un borde.

Esto supondría la anticipación de toda clase de definiciones: la de la palabra borde, que es para nosotros de gran utilidad.

Lo que quiero hacerles notar es esto:- que será algo a considerar por los más novicios – ¿pueden ustedes prever lo que ocurre si se corta esta superficie en dos, longitudinalmente? Eso da el siguiente resultado: no la superficie dividida, sino una banda continua, la cual tiene la propiedad de poder reproducir la forma de la superficie primera recubriéndose ella misma. Es, en suma, una superficie que no se puede dividir, al menos al primer golpe de tijera.

Otra cosa es más interesante y que ustedes , pienso, no habrán encontrado en los libros.

Se trata del siguiente problema: estando constituida la superficie, ¿puede, quizá, estar doblada, recubierta por otra que viene a aplicarse exactamente sobre su forma? Es fácil percibir, haciendo la experiencia, que al doblar  una superficie exactamente igual a la primera la que aplicaremos sobre ella, llegaremos al resultado que la terminación de la segunda banda se enfrentará a la otra terminación de la misma banda, pero esas dos terminaciones no podrán reunirse más que atravesando la primera superficie.

Esto no es evidente y se descubre en la experiencia. Es estrechamente solidario del primer resultado. Este cruce necesario en la superficie por la superficie que la redobla; he ahí algo que puede parecernos muy cómodo para significar la relación del significante al sujeto.

Quiero decir, el hecho siempre a recordar, que el significante en ningún caso, salvo al desdoblarse, podría significarse a sí mismo. ¡Punto muy frecuentemente olvidado, sino, siempre olvidado!

Por otra parte, que es quizá ligado a esta propiedad topológica que debemos buscar ese algo de inatendido, de fecundo, en la experiencia que podemos reconocer en todos puntos comparable a un efecto de sentido.

Llevando más lejos este asunto, si continuamos la cobertura de nuestra superficie, primera banda de Moebius, superficie que es estrictamente el doble, llegaremos a envolverla por dentro y por fuera. Esto es lo que está realizado. Al medio hay una superficie de Moebius y alrededor una superficie del tipo de la superficie desdoblada cuando se la corta y que la recubre por fuera y por dentro. Pero ustedes constatan que estas dos superficies están anudadas.

Esto para darnos la idea que la cadena significante, como las metáforas, alcanzan un fin, que previamente no creen avistar; que ella tiene un sentido más pleno que el que suponemos al principio, donde ella implica eslabones que se encajan. Algo como una hesitación ante el carácter un poco distante en relación a los problemas que acabo de abordar aquí. Por otra parte la división del campo que puede aportar esta estructura, si la comparamos a la superficie que la completa en el cross-cap y que es un plano dotado de propiedades especiales, no es sólo torsionado, sino algo de lo cual no se puede más que decir que comporta su juntura eventual para una superficie de Moebius: el ocho interior.
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Un círculo que tiene la forma de un corazón, la parte derecha viene a apoderarse de la izquierda. Está claro que los bordes son continuos y la relación de paralelismo en la cual entra la relación para impulsar los bordes permitiendo  ubicar una superficie como la banda de Moebius.

Siguiendo el espacio entre los bordes enfrentados, tendrán una suerte de retorno de la superficie que es lo que les quiero destacar: la definición misma de la banda.

Si contemplamos esta superficie con la otra, ¿qué ocurre? Es que la superficie de Moebius corta la dicha superficie en un punto donde la localización importa poco, pero que por la adición se revela más evidente. ¿Qué quiere decir? Es que, eventualmente, nosotros nos ponemos a hacer funcionar un corte tal pero en el lugar en que la lógica de clase tomada en extensión se sirve de ello: los llamados círculos de Euler. Podríamos poner en evidencia ciertas relaciones esenciales, pero el discurso no me permite llegar hasta el fin.

Sepan que lo concerniente a un silogismo como el de :
Todos los hombres son mortales.
Sócrates es un hombre.
Sócrates es mortal.

Silogismo del cual espero que haya aquí cierto número de orejas que quieran admitir otra cosa que la significación, o sea, que existe lo que he llamado el sentido. Este silogismo tiene algo que nos detiene  y por otra parte que la filosofía no ha sorteado nunca de entrada, que no está en ninguna parte en los analíticos de Aristóteles; algo que estaría bien guardado. No porque fuera el sentimiento de deferencia, de respeto que lo impedía, en un pensamiento en juego con el común de los hombre. No se ha sabido que el término Sócrates, en su contexto, pueda ser introducido sin prudencia. Henos allí llevados al corazón pleno de una cuestión del orden de las que nos interesan. Es singular que en un momento de florecimiento de la lingüística la discusión sobre lo que es el nombre propio esté enteramente en suspenso.

Quiero decir que si han aparecido ya toda clase de trabajos destacables sobre la función del nombre propio, a la vista de lo que parece ir de suyo del primer significante, la denominación , la cosa que golpea.

Es que al introducirse en uno de los desarrollo más diversos, más categorizados que son impulsados sobre un tema que tiene un valor fascinante para todos los que se han aproximado a ello, aparece , para cada autor, que lo que han dicho los otros es de una gran absurdidad.

He allí algo que está precisamente destinado a retenernos y diría a introducir ese pequeño rincón, ese pequeño sesgo en la cuestión del nombre propio; algo que comenzaría, muy simplemente , por esto: «Sócrates». Hasta el final, no habría medio de evitar este primer resorte. Sócrates es el nombre de aquel que se llama Sócrates. Lo que no es decir la misma cosa, pues está el Sócrates de los compañeros, el Sócrates de Ignotos que se extiende a la función del nombre propio. Que el nombre propio es una designación del individuo como tal, no es suficiente.

¿Qué es el uso? No es la cuestión de lo que se anuncia en el nombre propio. Ustedes me dirán : «¡Dígalo!». Allí está la objeción que debemos hacer al Sócrates mortal. Pues lo que se anuncia en Sócrates está en una relación enteramente privilegiada: la muerte .

Pues si existe una cosa de la cual estemos  seguros es que la muerte, él la ha demandado. O bien , acepten la atopía, o mátenme. Esto sin equívoco ni ambigüedad. Sólo el uso de nuestro pequeño círculo nos permite, inscribiendo de él el circuito de los bordes : Sócrates es mortal. Consideren la función de esas fórmulas. La conclusión es lo que nos va a permitir volver a partir un campo de significaciones donde parece natural que Sócrates esté allí en paralelismo.

Un campo del sentido que recubre el primero y por donde se plantea la cuestión, para nosotros, de si es necesario saber, si es necesario dar, al «es un hombre» el sentido de recorte de la significación, a saber: si ser un hombre es demandar la muerte.

De no hacer intervenir más que significantes, es la entrada de lo que Freud ha introducido como pulsión de muerte.

He hablado de Dante, de la topología introducida en su poema. Si Dante volviera se encontraría, – al menos en los años pasados – habría encontrado conveniente mi seminario. Quiero decir que no es porque para él todo venga a pivotear alrededor de la substancia y del ser, alrededor de lo que se llama el punto; el punto que es a la vez punto de extensión y de desvanecimiento de la esfera. No habría encontrado mayor interés en el modo en que hablamos del lenguaje.

Antes de «La Divina Comedia» escribió «La Vita Nuova» acerca del problema del deseo. En «De vulgari eloquentia»‘ manifiesta sin ninguna duda, con impases, puntos de fuga ejemplares por los cuales sabemos que no es necesario ir. Ha manifestado el más vivo sentido del carácter primitivo del lenguaje, del lenguaje maternal oponiéndolo a todo lo que era en su época: atadura, retorno a un lenguaje sabio, compara de antemano (préemption) de la lógica sobre el lenguaje.

El lenguaje es cerrado, como dice Piaget. Todo reposa sobre la falsa ruta donde el extravío, las búsquedas, manan en cuanto a la acumulación, en cuanto al agrupamiento. Todo reposa sobre el desconocimiento del orden que existe entre el lenguaje y la lógica.

Todo el mundo reprocha a esas salidas, especialmente a las de Aristóteles, el ser demasiado gramaticales. No es sólo allí que ellas nos indican que es de allí que parten. Hablo de las formas más refinadas, las más depuradas que hemos encontrado, la logística, etc.

La cuestión para nosotros no es la de instalar este orden del pensamiento, este juego puro y de más en más cerrado, que llegamos a poner a punto. No el sustituir al lenguaje, quiero decir creer que el lenguaje no es más que un sólo tratamiento en el primer plano de nuestra experiencia analítica. El orden del lenguaje no es objeción  para que Dante, contrariamente a los gramáticos de su época, vea la importancia de la «lingua» gramática. Es esta gramática la que importa y nos permite reencontrar la lengua pura. Esta es toda la diferencia que habría entre el modo de abordaje de Piaget y el  que Vigotsky prosigue en su obra hasta la época en que él muere en 1934, a los 38 años. Es necesario leer ese libro. Es necesario que alguien se encargue de esa obra con algún otro, de hacer su esclarecimiento, la luz de grandes líneas de referencias que son aquéllas a las cuales hemos de dar su estatuto. Lo que lleva agua a mi molino es que ellas responden allí de un modo más o menos ingenuo.

Si ese libro y el método Vigotsky introducen una separación tan evidente en los hechos, uno se sorprende que, en el último artículo aparecido del señor Piaget, él se mantenga duro como acero aunque responde con un pequeño factum o mirada, a la función del lenguaje. Esto es que él tiende, más que nunca, a que el lenguaje de conceptos en el niño- sin duda ayuda a su desarrollo- encuentra allí su límite. El lenguaje no está allí más que como ayuda, instrumento secundario, y no se complacerá más que en poner siempre en relieve, a partir del interrogatorio del niño, su uso inapropiado.

Todo el uso muestra, al contrario, que si hay algo sorprendente en el lenguaje del niño, es la anticipación de ciertos elementos del lenguaje que sólo después deberán aparecer como acción.

Es la precisión de las partículas, de pequeñas fórmulas, de «quizá no», de «pero aún», hasta mostrando con un poco de frescura que permitiría decir que la estructura gramatical es correlativa de las primerísimas operaciones del lenguaje. ¿Qué quiere decir, sino que lo que importa no es ver lo que ocurre en el espíritu del niño, que es algo, y que con el tiempo se realiza?

Es que si ciertos estadios, etapas, son de destacar en su adecuación al concepto, veremos que Vigotsky ha planteado su interrogación en forma diferente, que él percibe que hasta un manejo riguroso del concepto le denota, quizá, en ciertos signos falaces, que el verdadero manejo del concepto es alcanzado sin extraer consecuencia de ello, en la pubertad. Lo importante será extraer lo que es, para él, la fuente de percepción demasiado rica de lo que el niño hace espontáneamente con las palabras, sin las cuales no hay conceptos. ¿Qué hace él con las palabras que emplea mal en relación al adulto que lo alienta? ¿Qué es lo que en él corresponde de dependencia al significante al mismo nivel en que van a reintroducirse, por la retracción, los conceptos? ¿Qué es lo que hace con una palabra que parece un concepto?

Quiero decirles que vemos reaparecer el alcance, en toda su frescura, de lo que Darwin descubrió: el niño al comienzo del lenguaje tiene algo de fonetizado: «coin – coin»,  que es el significante, el grito del pato. El va a transportar el «coin – coin» del pato al agua en la cual chapotea, del agua y de todo lo que puede relaciónarse con ella y que termina por devenir una unidad monetaria que está marcada con el signo del águila acuñada (frappée) por los Estados Unidos.

En muchas materias, la primera observación es la que acuña (frappe). Esos dos   extremos del significante que son el grito por donde, quizá el pato se señala. Que comienza a señalarse, ¿cómo? ¿Es un concepto? ¿Es un nombre? Pues si existe un modo de interrogar la función de la denominación es el de tomar el significante como algo que se pega y que culmina en otra cosa de la cual yo no creo que sea azar de los reencuentros.

Que haya conciencia del niño de que eso  sea una moneda en la cual ello se ata al fin, no veo allí ninguna confirmación psicológica. Digamos que veo allí el augurio de lo que siempre guía el trabajo, cuando éste no se deja trabar en su vía por el prejuicio.

Es Darwin quien nos muestra los dos términos extremos alrededor de los cuales se anuda, se sitúa y se inserta, por problemático que sea, el grito, de un lado, y del otro la función de la moneda. Término olvidado en los trabajos de los lingüistas y del cual está claro que antes ellos, y en aquellos que han estudiado la moneda, en sus textos, se ve venir bajo su pluma, la referencia al lenguaje.

El lenguaje significante como garantía de algo que supera infinitamente el problema de la objetividad y que no es ese punto ideal – donde podríamos ubicarnos- de referencia a la verdad.

Este último punto de discriminación; el tamiz, la criba a aislar, la proposición verdadera. Es de allí que parte el principio de toda la axiomática de Bertrand Russell («Principia Mathematica»). Lectura fascinante si son ustedes capaces de sostenerse al nivel de la pura álgebra. Bien que el beneficio no sea absolutamente decisivo.

Esto no es nuestro asunto. El nuestro es el análisis que hace del lenguaje. Hay más de uno en las obras de Russell («Significación y verdad», Flammarion), donde verán que al interrogar allí las cosas bajo el ángulo de esta pura lógica, B. Russell concibe el lenguaje como una superposición, un tablado de número indeterminado, una sucesión de metalenguajes. Cada nivel proporcional estando subordinado al control, en la reposición de la proporción en un escalonamiento superior, como proporción, primera puesta en cuestión. Esquematizo.

Esta obra es ejemplar en que impulsando a su último término, lo que llamaré la posibilidad del metalenguaje, demuestra su absurdo – precisamente en la afirmación fundamental de la cual partimos aquí –  no hay metalenguaje. Toda relación comprende allí el aporte estructuralista en lingüística, que está él mismo incluido, dependiente, secundario, en pérdida por relación al uso primero y  puro del lenguaje. Todo desarrollo lógico, cualquiera que sea, supone un lenguaje en el origen del cual se ha desprendido. Si no nos sostenemos firmes en ese punto de vista, todo  lo que planteamos aquí como cuestión , toda la topología que hemos desarrollado es vana y fútil y no importa quién -Piaget, Russell-  haya respondido. Lo más penoso es que ellos no llegan a entenderse ni entre ellos ni con los otros.

¿Qué hago aquí? ¿ Por qué prosigo este discurso?

Lo hago por estar comprometido en una experiencia que lo necesita absolutamente. Como puedo proseguirlo en tanto que, por las mismas premisas que acabo de reafirmar, no puedo sostener este discurso más que en un lugar esencialmente precario, a saber: asumo esta enorme audacia de la cual experimento, cada vez, la sensación de arriesgar todo, este lugar insostenible que es el del sujeto.

No hay nada comparable con ninguna posición llamada de profesor. Quiero decir que la posición de profesor , en tanto que pone entre el auditorio y él una barrera intermedia, muralla, y es precisamente lo que lanza el espíritu sobre las vías que son aquéllas denunciadas, de Piaget. Hay un problema de psicoanálisis. Ustedes lo saben. El arriba a cosas bastante cómicas- hasta diría falsas-. Que haya podido ocurrirme tener durante tres años en primera fila del seminario en Sainte Anne, a un espetoncillo (brochette) de personas que trabajaba activamente en que yo fuera excluido de su comunidad. Esta es una posición extrema para la cual he recurrido a una dimensión precisa que llamo la farsa.

Hay otro modo, como el de Abelardo.

Se trata de un incidente un poco grueso que puede pasar en las sociedades analíticas. ¿Por qué ocurrió esto? Porque si la fórmula de la relación del sujeto al sentido, es verdadera puede representar el sentido justo para el analista y en la medida en que él la representará efectivamente con el tiempo, más y más el analista coincide en esta posición, en esta medida, quiero decir, al nivel de los mejores. Juzguen lo que él puede ser para los otros. Los psicoanalistas en las comunicaciones normales no se comunican entre ellos. Quiero decir que si el sentido es allí mi referencia radical, lo que ya he aproximado en otras partes, es de carácterizar un orden que es ciertamente comunicable, pero no codificable en los modos actualmente recibidos de la comunicación científica que voy a puntualizar bajo el término del no-sentido, como siendo la cara helada donde se marca este límite entre el afecto del significante y lo que le vuelve por reflexión , devienen significados. En otros términos; si hay un no sentido (pas de sens), jugando con la ambigüedad del no (pas) negación y paso (pas) de franqueamiento, nada prepara al analista para discutir de su experiencia con su vecino. Es la dificultad que salta a los ojos de la institución de una ciencia psicoanalítica. En este impasse que, manifiestamente, debe ser resuelto por medios indirectos, a este impasse suplen toda suerte de artificios y es precisamente allí donde se halla el drama de la comunicación entre analistas. Pues con seguridad está la solución de las «palabras maestras». De tiempo en tiempo, eso aparece, no a menudo.

M. Klein ha introducido un cierto número de ellas. Yo mismo, el significante. ¿Es ésta quizá una palabra maestra? No, justamente, no. Dejemos. La solución de las palabras maestras no es una solución, aunque eso sea aquello con lo cual – para una buena parte – uno se contenta.

Si anticipo esta solución – es sobre la traza en que estamos hoy – no hay más que analistas que tengan necesidad de encontrar. A Bertrand Russell, para reencontrar su lenguaje bíblico, le hace falta una base. Ha inventado un lenguaje-objeto.

Hay un nivel en que el lenguaje es un puro objeto. Les desafío a anticipar una pura conjunción de significantes que pueda tener esta función. Buscaremos palabras maestras al cabo de la cadena. Cuando les hable de ello en la teoría analítica, serán palabras como aquéllas.

Está claro que una significación a dar a ese término, no es sostenible en ningún sentido. El mantenimiento del no sentido, la utopía socrática es indispensable en esta búsqueda. Para proseguirla y en tanto que su vía no está aún trazada, el rol de aquél que asume no ya el rol del sujeto supuesto saber , sino de ese riesgo, el lugar donde falta, es un lugar privilegiado y que tiene derecho a cierta regla del juego. Para aquéllos que acaban de escuchar que algo no esté hecho del uso de las palabras que anticipa lo que se llama falsa moneda.

Un uso imperceptiblemente desviado de tal o cual término, que en el curso de los años, que he conducido, me ha señalado a aquéllos que trabajaban en mi proximidad y que caerían en el camino. Es por ello que no quiero dejarlos sin haberles indicado lo que hace al objeto de mi discurso. Se puede proseguir esta búsqueda para el psicoanálisis. De mantenerse en esta región que no tiene frontera, porque su interior es la misma cosa que su exterior. Se puede proseguir esta búsqueda en lo concerniente al agujero del lenguaje. Se la puede proseguir públicamente, pero ello importa que exista un lugar donde es necesario que yo tenga la respuesta de lo que ha advenido de mi seminario, que eso tenga lugar en la medida en que mi auditorio se ha ampliado.

He tomado la siguiente disposición: los cuartos y quintos miércoles, en que tengo el honor de entretenerlos, serán sesiones cerradas. Eso no quiere decir que alguien sea excluido de ellas, pero sí que será admitido por pedido.

Desde el cuarto miércoles de Enero, toda persona que se presente aquí – no hay razón para que ellas no sean numerosas – pero no es seguro que todas las personas que están aquí me lo demanden.

La relación S, el punto D – de los cuales algunos conocen la existencia – tienen en un discurso como el que aquí prosigo, la función análoga, aunque inversa, a la relación analítica. Se plantea como estructurante, sano y normal, que en un cierto tipo de trabajos participen aquéllos que lo demanden. Haré mayor apertura. Esto es armados de una carta subrayando que en esta demanda yo he accedido.

Trabajaremos según un modo en el cual daré a algunos la palabra en mi lugar.