Seminario 12: Clase 6, del 20 de Enero de 1965

Seminario 12, clase 6
Hemos avanzado en ese problema que es para el psicoanálisis el de la identificación. La identificación que representa en la experiencia el progreso, el paso que he tratado aquí de hacerles franquear en la teoría, que telón que nos separa de este punto de mira que es el nuestro, en tanto irresuelto, y que hemos puntualizado el año pasado como siendo el momento necesario sin el cual resta en suspenso la calificación del psicoanálisis como ciencia: he dicho, el deseo del psicoanalista.

La identificación. Trato en una topología de reatrapar, en una suerte de haz de reunión de hilos más simples, que todo eso de lo cual ustedes testimonian, los giros y las vueltas, el laberinto de la lógica moderna, en la medida en que, entre clases, relaciones y número, ella va a hurtarse, ante ella misma, al modo de la mosca  en el vaso del prestidigitador. De lo que se trata es de aprehender lo concerniente a la enunciación de lo idéntico.

En fin, para facilitar vuestro acceso a  nuestro camino de hoy, voy a partir de la forma más vulgarizada, – cercada después  de dos siglos, es el caso de decirlo, en este problema de la identificación – la imagen del círculo de Euler, tan sorprendente que no  hay estudiante que, pudiendo tener abierto un libro de lógica, no pueda despojarse de su simplicidad. Ella está fundada, en efecto, sobre lo más estructural. Si es engañosa es, precisamente, por dar seguridad sobre lo que se llama un punto particular, un punto privilegiado de la topología: su falsa simplicidad.

El círculo que define la clase, círculo él mismo incluido, excluido, sus recortes con otro círculo, hasta varios, ellos mismos supuestos como representando los atributos de  la clase a identificar.

No tengo necesidad de reproducir en el pizarrón lo que ya ha sido trazado en tanto que una primera vez  he abordado el silogismo cuya conclusión es :

Sócrates es mortal.

Los hombres son mortales
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Este extraordinario atrapa-bobos formado por Euler, según el modo de la época  -ha habido un buen gran siglo la inversa de lo que se ha llamado, por otra parte, el siglo del genio – de ser fascinado, como lo testimonian las obras aparecidas en este siglo, de ser fascinado por esa obra, impensable para ellos, que era la educación de las mujeres, para una princesa, en más, que haya forjado de ello esos círculos que adornan vuestros manuales.

Una preocupación tan tenaz, recela siempre una subestimación del sujeto apuntado, que lleva suficientemente sus marcas en todas las obras que se intitulan con este fin. Por otra parte, pienso, que es en la medida en que Euler, que no era de ningún modo un espíritu mediocre, se dirigía a una morada, que él puso en circulación esos círculos cautivantes, pero, de los cuales, espero mostrarles que dejan escapar lo esencial de lo que entienden rodear.

En fin: no es sorprendente que eso ocurra en un tiempo en que la figura estaba, de algún modo, integrada a la imagen mental. Como de la esfera puede surgir un círculo, como se hacía en tiempos romanos, sin inquietarse cuando aparecía que círculo, según la superficie en que era trazado, delimita lo mismo en el exterior que en el interior. Lo que ustedes encierran es todo el resto de la máquina redonda.

Prestemos, entonces, un poco de atención antes de manejar el círculo, y sobre todo no olvidemos que su mérito mayor en la ocasión, es el de darnos, por su forma, una suerte de sustituto de lo que he llamado el sentido, que hago provenir de la comprensión, en el doble sentido de  la  comprensión verdadera, del Begriff, sobre lo cual el Begriff se cierra, es esta toma de la cual el círculo de la imagen. Es el corte de esta parte tórica de nuestra superficie la cual va a llevar nuestro discurso de hoy, en parte, y por otra parte dando solamente de esta comprensión, una imagen. El es el mejor soporte de todos los engaños. Comprensión y extensión pueden ser confundidas. Que se imaginen el conjunto número de los objetos. Las condiciones numéricas del  número, carácterísticas clasificarorias al menos de lo que nos permite aprehenderlo en la función de las significaciónes, la localización numérica es de otro orden. Cosa sobre la cual no me comprometeré, tipo de cuestión que he querido reservar a la parte cerrada de este curso, que tomará nombre de seminario.

La homología de la función que toma el nombre de número en tanto que no podría ser distinguido de la función del número entero, la homología, en el sentido en que es más sorprendente aún, más necesario que las indicaciones que he podido darles de la función del nombre en tanto que abre algo, que abre un círculo de una naturaleza muy especial. Círculo privilegiado que marca el nivel de reflexión de la botella de Klein. El número ocupa, de modo evidente, en el análisis de su estructura por los problemas que él plantea a los matemáticos, no podría tolerar que ningún punto de su lenguaje no pueda, no sea construido, de tal suerte, que no aprehenda varias suertes de objetos heterogéneos a la vez, los privilegios, las resistencias de la función del número entero en esta generalización matemática.

He aquí lo que plantea problema a los matemáticos, lo que nos impulsa a esfuerzos considerables. La cuestión es saber si ellos han superado la función del número en la de las clases, lo que será tratado, entonces, en nuestro próximo encuentro cerrado. Sería suficiente indicar en conexión con la figura del círculo que se llega a seguir la búsqueda matemática, que se llega a un esquema estrictamente homólogo de aquel que aquí he anticipado como el significante representando al sujeto para otro significante. Teoría matemática, que representa, a la vez, la solución. Esto es lo que pongo en cuestión, y el colmo de esta tentativa de reducir, de reunir la función del número entero en el lenguaje matemático culmina en la fórmula siguiente:

1   –   1   –   1
________
0

De allí puede esquematizarse del mismo modo que les he mostrado como el sujeto se vehiculiza de significante en significante, representando cada significante para aquel que lo sigue, esto es, bajo el 1 del cero para la serie de los unos que van a venir. El descubrimiento condicionado por la búsqueda lógico-matemática, más reciente, el descubrimiento como necesario cuando el cero, la falta, es la razón última  de la función del número entero.

Que el uno originalmente lo represente, y que la génesis de la díada para nosotros muy distinta de la génesis platónica, en esto que la díada  está ya en el 1 en la  medida en que el 1 va a repErsentar el cero para otro 1. Cosa singular que lleva en sí la necesidad del N + 1; justamente de ese cero que se agrega allí, han sido necesarios largos rodeos del análisis matemático para algo que se da al nivel de la experiencia del niño.

Es necesaria la fatuidad de los pedagogos para haber puesto, al nivel de los tests, la minusvalía mental del niño que dice: «Yo tengo tres hermanos: Pabli, Ernesto y yo», como si justamente no fuera de eso de lo que se trata, a saber que yo (moi) debo estar en dos lugares, el de hermano y el del que lo enuncia. El niño sabe más de eso. Tratando de reproducir una palabra para poner a prueba a su nieta, los balbuceos, no de la enunciación del número, sino de su puesta en uso; me ha sorprendido que en ninguna parte Piaget – que está lejos de carecer de suficiente cultura en el dominio de la lógica – saque partido. El hace surgir de ello el nivel donde pretende reducir el abordaje del pequeño niño en  lo  concerniente  a  la   enumeración  de  los  objetos, a  un  tanteo sensorio-motor, precisamente con una niñita de cuatro años y medio. Es probablemente jugando con ella – digo probablemente, porque no se está jamás seguro – según las fórmulas piagetianas, a saber, esos famosos: vaso, cuchillo, cuchara, llegar a ser, siguiendo las fases, poniéndolas en la prueba  del conteo, «la pequeña me dice «cuatro», por tres vasos. ¿Verdaderamente? «Si dice  ella, uno, dos, tres, cuatro, sin duda». El cuatro es su cero en tanto que es a partir de ese cero que ella cuenta, pues ella ya es el pequeño círculo, el agujero del sujeto.

 He buscado ese círculo, he pedido a alguien buscármelo en el famoso texto de Pascal; gracias a los cuidados de los innumerables universitarios que se han encargado de dar reclasificación personal a sus pensamientos, cuyo orden se basta bien a sí mismo, son necesarios tres cuartos de hora para reencontrar en esos paquetes las cosas más simples. En la edición Havet está en la página 72, donde encontrarán la referencia de esa esfera infinita.

«Esfera infinita cuyo centro está en todos lados y la circunferencia en ninguna parte».

Esto es importante porque, además, Pascal es nuestro amigo, si puedo decirlo, al modo en el cual lo es aquel que nos guía en todos nuestros pasos: el neurótico que él era. No es para disminuirlo. Saben bien que aquí no es la nota de la psicopatologización del genio lo que damos. Es suficiente abrir las memorias de su hermana para ver hasta qué punto sus angustias han podido tomar raíz en la  aversión de la cual testimonia precedentemente – de la cual es sorprendente verlo testimoniarse por su hermana – mejor condición para dar crédito a su testimonio: ella no comprende nada de lo que dice. El horror llevado hasta el pánico, la crisis negra de Pascal cuando veía a la pareja parental aproximarse a su lecho, de lo cual es necesario tener en cuenta, a condición seguramente, de estar en estado de plantearse la cuestión de saber cuáles límites la neurosis debe imponer al sujeto. No son forzosamente los límites de adaptación, sino quizá, rodeos metafóricos, y es por eso que ese mismo hombre, a quien debemos este ejemplo prodigioso de audacia, que es esa famosa apuesta sobre la cual se han dicho tantas cosas vistas del punto de vista de la teoría de la probabilidad, pero a la cual es suficiente acercarse para ver que es la tentativa desesperada de resolver la cuestión que tratamos de promover aquí, la del deseo como deseo del gran Otro.

Esto no impide que esta solución sea un fracaso, ni que Pascual, en el momento en que nos formula su esfera infinita cuyo centro está en todos lados, haya tropezado sobre el plano metafísico; cualquiera que es metafísico sabe que es lo contrario: si hay esfera infinita, de la superficie de la cual se trata, lo que es circunferencia está por todos lados y el centro en ninguna parte. De lo cual espero convencerlos en la aprehensión de esta topología.

En efecto; para retomar lo que la última vez les señalaba, si es el juego de esta superficie lo que comanda aquello que ocurre al nivel del sujeto, si el sujeto está a concebir como guiado por las envolturas, pero también las reversiones, los puntos de reversión de esta superficie, no más que la superficie misma – si puedo decirlo – esos puntos de reversión que él no conocía. En esta superficie él no puede conocer ese círculo de retroceso. La cuestión que se plantea es dónde nosotros podemos aprehender la cuestión de ese círculo privilegiado. No está para nada en concebirlo de modo intuitivo, no es necesario que sea círculo, es posible llegar al círculo por un corte. Pero si ustedes practican ese corte, la superficie no posee nada de su especificidad. Todo se pierde. Ella se presenta, semejante a un toro al cual ustedes hubieran practicado el mismo corte.

La cuestión de lo que ocurre al nivel del círculo de reversión es lo que quiero aproximarles, en la medida en que podemos hacer allí cuestión. El modelo de lo es puesto en cuestión para nosotros, por la función de la identificación.

La última vez he recordado que las espiras de una traza proseguidas sobre la superficie externa  de la botella de Klein, que ven aquí representada entera a la izquierda, es representada parcialmente a la derecha, a saber, el punto que nos interesa, en los abordajes de lo que vengo a llamar círculo de reversión, de retroceso, como ustedes lo entienden.

Las espiras de la demanda con su repetición sobre un toro ordinario, como lo he largamente desarrollado otra vez, en relación  con la  estructura del neurótico, llegarán a volver sobre ellas mismas, recortándose o no, hasta sin tener que recortarse, pero se prosiguen, como es fácil figurarlo una vez. El contorno del  toro cumplido, insertándose en el interior de esas espiras, podrá proseguirse indefinidamente sin que aparezcan esta serie de giros suplementarios que serán cumplidos, al hacer el giro del borde, de su giro central. En la botella de Klein que nosotros vemos, no se prosiguen por una necesidad interna en la curva. Es alrededor de la demanda de tener que inclinarse sobre el círculo de reversión, de un borde al otro de ese círculo para permanecer en la superficie donde ella vendrá necesariamente, habiendo franqueado –  lo que les he representado de ella, medio círculo, habiendo franqueado ese paso, antes siempre de franquearlo ante un número impar de semicírculos, deberá reaparecer del otro lado tórico de la botella de Klein en un giro en sentido contrario, como lo indican las flechas. A la derecha giramos en el sentido de las agujas de un reloj, mirando el mismo lugar, es en el sentido contrario de las  agujas de un reloj que viene a operar la espiral. Este es el favor, tocado  aquí por nosotros, que presenta esta figura topológica, ella nos libra el nudo –  si puedo decirlo – intuitivamente, en tanto que se los represento por una figura, pero que no tiene necesidad de esta figura de un modo más obscuro, más opaco que pudiera hacerlo soportar por ustedes por una disposición reducida de algún símbolo algebraico, agregando a ello vectores que serían más opacos para vuestra representación.

Esta figura, con su llamado intuitivo, la destino a permitirles comprender la coherencia que hay en ese punto que definimos como rodeando las condiciones, los favores, las ambigüedades, las trampas de la identificación.

Para hacerles aprehender la conexión de ese punto que es para nosotros, en la clínica analítica, la reversibilidad esencial de la demanda, que hace que, en el juego dinámico del complejo no haya fantasma de devoración que nosotros no (…) que para implicar en algún momento en su inversión propia, resultando  en esta inversión y dirigiendo el pasaje al fantasma de ser devorado. Para aprehender la coherencia con el punto focal, las determinaciones que van a permitirnos anudar la localización de ese punto  focal, aprehender la coherencia de ese punto de experiencia, que llamamos confusamente la identificación, y al mismo tiempo precisar lo que tiene  de ello y de esta identificación. He allí en lo cual avanzamos y es lo que dirige nuestro paso.

Una cosa es segura: yo les he hablado de los espirales de la demanda, ustedes me permiten no motivar más, es algo accesible – quiero decir no demasiado difícil – el acordarme de hacer la prueba de la consecuencia. Yo no estoy aquí para proseguir un discurso que  se astringe a no hacer salto lógico.

Lo que nosotros llamaremos un enunciado en el sentido en el cual nos interesa, donde tiene incidencias de identificaciones, no de identificación analítica, sino analíticas y conceptuales. Esto es, en efecto, lo que queremos precisamente simbolizar por un círculo cercano; lo que nuestra topología nos permite distinguir del círculo de Euler,  que no hay que elevar contra él la objeción que hemos elevado en su momento, a saber, que ese círculo puede llegar a ser dos campos equivalentes: en el interior y en el exterior. Más allá de lo que el círculo de Euler podría llevar, aparentemente, sobre un plano, tiene sin embargo este alcance de poder reducirse a un punto. Un círculo que, al modo de las espiras de nuestra demanda, hace el alrededor de una parte tórica, ya se trate del toro o de la botella, es un círculo que no tiene esta propiedad: no define dos campos equivalentes, sino uno sólo. Abrir la botella de Klein, el toro, con un corte circular, es hacer de ello un cilindro en los dos casos. En más, ese círculo no es de ningún modo irreductible a un punto.

¿De qué puede servirnos ese círculo así definido? Es él quien va a servirnos para discernir lo que nos interesa en cuanto a las funciones de la identificación; digamos que, según ese círculo que como ustedes ven es un corte, no es más un borde, vamos a tratar de ver lo que llegarán a ser nuestras proposiciones para nosotros.

La de la identificación – como se los he mostrado ya – para poner en práctica, podemos escribir la proposición productiva, para carácterizarla gramaticalmente, inscribir en tanto que es la proposición más simple, aquélla que, en la tradición es presentada como la primera concerniente a la  identificación, podemos inscribirla sobre el contorno de este círculo; de ese círculo así escrito, tal como está allí, no tengan en cuenta las letras, podemos escribir: «Todos los hombres son mortales». El sentido «mortales habría debido estar escrito a continuación. Habría podido escribir: «Sócrates es mortal». Se trata de saber lo que hacemos articulando en esos enunciados, que según los casos, llamaremos predicación, juicio o concepto.
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Es aquí que puede servirnos el caso particular, donde esos círculos, espiras, no deben reflejarse sobre lo que he llamado el círculo de retroceso en la botella de Klein.
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Al figurar en bloque ese círculo de retroceso, el otro está hecho de líneas que vienen a reflejarse sobre su borde para retomar su trazado sobre la otra parte de la superficie, aquélla que separa de la primera, el círculo de retroceso. Pero si ello es así, la primera mitad del círculo, aquélla que era exterior a la primera mitad de la superficie, tal como vengo  a definirla, se prosigue al contrario en el interior de las superficies, si consideramos que el interior de la botella de Klein, que las dos mitades del círculo en ese nivel no son de ningún modo homogéneas, que no  es en el mismo campo, – salvo a cualquier precio querer enceguecerse – como es la función lógica modelo, que no es en el mismo campo desde el punto de vista de la identificación, en el sentido en que ella nos interesa, que se plantea: «Todos los hombres son mortales», que se plantea el «Sócrates es mortal», que no es dicho en ningún modo con anticipación. El «Sócrates…» no debe ser distinguido en su función lógica, de lo que sería el sujeto de una clase definida como tributaria. Que no se trata de otra cosa en decir que  un hombre, o todos los hombres son mortales, de otra cosa que de definir la clase de las ocas blancas.

Hay una distinción radical que se impone, que nos visitamos con el vocabulario  filosófico, con cualidades, con atributos que no son homogéneos, lo que no es decir que la clase de las «ocas blancas» no nos plantea problemas, en la medida en que el uso de la metáfora nos causará problemas, en calcular lo que es la prioridad de la pajarería o de la blancura.

La clase «de las ocas blancas» puede reducirse de otro modo que la de la definición que nos hace articular que «Todos los hombres son mortales»; no hablamos de una clase, que especifica una clase entre las otras de los mortales humanos. Hay otra relación del ser humano al ser mortal; esto es lo que está en cuestión a propósito de Sócrates.

Pues podemos cansarnos de evocar los problemas que pueden parecernos rebatidos, y sentir su olor a escuela sobre lo que es del universo de lo afirmativo, a saber, hay un universal del hombre, o el hombre; en la ocasión sería simplemente decir – como se esfuerza en plantearlo la lógica de la cuantificación – no importa qué hombre. No es la misma cosa. En tanto que se está aún en el debate de la escuela sobre ese tema, quizá, nosotros que somos un poco más apretados – puede sospecharse que hay en alguna parte extravío – plantearemos la cuestión al nivel del nombre propio y preguntaremos si eso va completamente sólo.

Mismo admitiendo que todos los hombres son mortales, es esta una verdad que se lleva suficiente a ella misma para que no debatamos el sentido de la fórmula. Si partiendo de allí, es legítimo decir, concluir, deducir, que Sócrates es mortal, pues no hemos dicho el hombre, como quiera que se llame, puede ser Sócrates, es mortal; hemos dicho Sócrates es mortal. El lógico – sin duda, no demasiado rápido – Aristóteles, no ha salteado de ningún modo este paso,  pues él sabía mejor lo que decía que los otros que lo seguían. Los estoicos con tal soltura, han hecho el salto, porque haya sido dicho que Sócrates es mortal.

Les hago gracia.

Puedo marcarles que un paso fue franqueado al nivel de la escuela estoica el  ónoma como opuesto a la lexis, a saber como una de las dos funciones esenciales del lenguaje. El ónoma se llama cuando se trata del nombre propio, el curioso ónoma, el nombre por excelencia. Es con los estoicos que el idion toma el paso. El nombre que les pertenece. Está allí esa falta de la lógica.

Si preservamos la calidad de función de nominación, entiendan esto, donde se recarga al máximo esa función propia del significante de no poder identificarse a sí mismo, lo que viene a culminar en la función de la nominación.

Sócrates es un se-diciente (soi-disant-15-) y un otro-diciente (autre-disant), aquél que se declara como Sócrates y aquél que de otro que son los elementos de su linaje o no, que, por otra parte están cubiertos del nombre de Sócrates. He ahí que no puede tratarse de modo homogéneo con lo qué sea que este incluido en la rúbrica de todos los hombres.

Tratemos de ver esto de más cerca. Está claro que la agresión de ese silogismo particular está enteramente en su conclusión y, que, en fin, él no podría haber sido promovido en este valor de ejemplo clásico si no comportara en sí, ese algo que satisface el placer de reducción que experimentamos siempre a propósito de un escamoteo. Es siempre de la misma cosa que se trata; de escamotear, a saber: la función del sujeto que habla y hacer necesario, el decir simplemente que Sócrates es mortal, porque todos los hombres lo son es escamotear también esto: que hay más de un modo para un sujeto de caer bajo el golpe de ser mortal.

Sabemos pocas cosas de Sócrates, por sorprendente que esto parezca, de este hombre de donde surgió toda la tradición filosófica occidental. Abran, si quieren, los quinientos volúmenes filosóficos-psicológicos donde podrán ver abordar su asunto; los otros quinientos donde verán apreciar la fecha que constituye su paso filosófico; no verán una sola de sus apreciaciones, las verán supuestas. No será nunca posible asegurar una certeza, no hay asunto sobre el cual los sabios puedan diverger más radicalmente. No es porque Platón nos haya dado de él una imagen abundante, multiplicada, algunas veces seductora, como un croquis de época, una fotografía. No es la multiplicidad de sus testimonios lo que agrega una consistencia a esta figura. Si queremos, al gran cuestionador, interrogarlo a nuestro turno. ¡Qué misterio!

Hay sin embargo en ese se-diciente Sócrates – lo que quiere decir lo contrario, a saber, que él no se dice – hay, cuanto menos algo: dos cosas que  son irrecusables, que no se prestan a interpretación en cuanto a los decires de Sócrates; la primera de esas cosas es la voz. La voz, de la cual Sócrates testimonia seguramente que no es de ningún modo una metáfora, la voz por la cual él se detiene a hablar, para escuchar lo que ella tenga que decirle. Enteramente como uno de nuestros alucinados. Cosa curiosa; hasta en ese gran siglo – el  XIX – de la psicopatología fueron muy moderados sobre ese punto del diagnóstico.

En efecto; tanto que no se tiene de ello una idea adecuada de lo que puede ser una voz más allá de su fenómeno, lo que eso quiere decir en su campo subjetivo, tanto que no tiene de ello lo que permite en mi discurso para formularlo como ese pequeño objeto caído del Otro, el objeto a, para llamarlo por su nombre. No tenemos el aparato suficiente para situar sin imprudencia a la función de la voz en un caso como el de Sócrates, en efecto, privilegiado.

Sabemos también que hay una relación entre ese a fundamental y el deseo. Después, por otra parte, concerniendo a lo que nos interroga, a saber, que de Sócrates, es legítimo o no, decir que él es mortal – que podrá decirse rápidamente  – que Sócrates ha demandado la suerte. Es un modo de expresarse. El ha también demandado de ser alimentado a lo pritáneo. En el mismo discurso, llamado «Apología de Sócrates», me ahorrarán el hacer la lectura de la «Apología de Sócrates» y de este reencuentro con ese rector Eutifrón, no como es que Platón no haya estado allí en el proceso, ni en el momento de la plática antes de la muerte; puede ser que toda la obra de Platón no haya sido hecha más que para cubrir esta carencia. La demanda de ser alimentado a lo pritáneo se verá como una insolencia; se comienza rápido a hacer psicología.

No quiero aquí, de ningún modo designar un discurso que me ha golpeado en su tiempo, discurso sin duda admirable, que he podido escuchar, en otro lugar, hablar, – del último que me ha enmudecido – del proceso de Sócrates. Algo que era dicho era, sin duda, que Sócrates habría podido – digamos la palabra, el matiz es quizá demasiado acentuado – defenderse mejor. Siempre uno puede batirse, debatirse, teniendo en cuenta el pensamiento de los jueces. Existe la idea animadora del secreto del compromiso existencial, de algo que nos demanda siempre seguir sobre el terreno de situación del interlocutor. Vean, también, donde nos conduce esta pendiente, la pendiente del análisis que yo llamaría vulgar, recuerda aquella declaración mía de que Sócrates ha demandado la muerte Eso producía ambigüedad. Se llegará a decir que él ha huido en una agresión medrosa, o aún, que Sócrates deseaba la muerte.

Sócrates deseaba la muerte. Justamente, la tercera cosa, aquélla que no sabemos y sobre la cual estamos en posición de aceptar o no lo que él mismo nos  ha dicho. El nos ha dicho que no sabía nada, que no conocía nada de eso, sino del deseo y que, del deseo, él sabía algo solamente. He ahí ese deseo de Sócrates del cual no es quizá demasiado decir, que está en la raíz de los tres cuartos, de lo que, en la realidad, o en eso que ustedes llaman tal, nos configura el deseo de Sócrates que se afirma en la atopía.

El que hace de Sócrates ser el que interroga al amo, es una de las grandes ilusiones que han podido desarrollarse alrededor del hecho que la cuestión del deseo de Sócrates no haya sido nunca promovida, y con causa. Es una gran irrisión filosófica el identificar el amo al deseo, pura y simplemente. Esta visión del amo es la del esclavo, lo que quiere decir que el esclavo tiene un deseo, el amo también, pero el amo, bestia como es, no sabe nada de ello. El amo se sostiene, esto es lo que peca en el análisis hegeliano: promover la cuestión de si el amo en Hegel dice: «Entonces, cómo la sociedad de amos, esto es insoluble, seguramente.»

Esto es demasiado soluble, de hecho.

El gran apoyo del amo no es su deseo, sino sus identificaciones, siendo la principal de ellas el nombre del amo, el nombre que él lleva, que viene a aislarlo en la función del nombre por el hecho de que es un aristócrata.

Sócrates interroga al amo sobre lo que él llama su alma; sospecho el punto donde lo aguarda siempre, sobre el punto de su deseo, justamente haciendo testimoniar al Otro por excelencia, al Otro que, quizá, tenga la sensación de su sociedad representado por el Otro radical, aquel que no forma parte de ella, a saber, el esclavo. Es de allí que él hace surgir la palabra válida. Tales son las maniobras que debían terminar, cualquiera fuera la admiración, el amor, que un personaje como Sócrates pudiera arrastrar tras él, terminar por provocar alguna impaciencia. Se tenía bastante de ello y de aquél, con escucharlo siempre.

Sócrates dice: «o me dejan ustedes ser como soy, aunque fuera eso ponerme como péndulo sobre la chimenea, a lo pritáneo, o la muerte, a mi edad…» Rara traza de humor en el discurso de Sócrates. Platón es un humorista; nada testimonia que Sócrates lo fuera. Este es un caso muy particular. Sócrates no busca en ningún caso  ser gracioso, es trágico, y aún ¿qué es este trágico singular? Los últimos momentos de Sócrates. El no es trágico más que hasta el fin. Lo que no ha dicho nunca es que era un hombre. Esta es una palabra de poeta cómico, porque no sabemos muy bien lo qué es el hombre. Hay algo cierto y es que el hombre es lo cómico.

La articulación de los dos círculos – Todos los hombres son mortales. Sócrates es mortal – no podría impulsar más lejos lo que de ello resulta  en sus interferencias. No es mi falta si la vía es larga y si es necesario que les haga sentir todos sus rodeos, pues ustedes ven bien pintar a los dos términos entre ese deseo enigmático y eso a lo cual hemos llegado, aún no sabemos muy bien cómo: a hablar de la pulsión de muerte. O bien se habla de ella sin saber lo que se quiere decir, o se la rechaza porque es demasiado difícil. Vemos bien que es hacia ese punto de encuentro hacia el que nosotros vamos. ¿Qué relación? Cómo deletrear lo que hay entre la demanda de muerte de un gran vividor y esta famosa pulsión de muerte que veremos implicar a un «Todos los hombres» de otra naturaleza que los dos términos lógicos que he anticipado, a saber que el hombre sin nombre, tanto más sin nombre que aquel que encontramos detrás, esto es el inconsciente del hombre él, es innominado, porque es indeterminado.

¿Cómo franquear este espacio aquí perforado entre la conclusión de Sócrates?

Precisaré mi puntuación alrededor de un trazo topológico, en todo caso y de algún modo que esos dos círculos no se recubren del todo, la fuerza de la reversión topológica alrededor de la cual hago girar el juego de mi discurso. Puntuación que marcaré: esta línea virtual que no está en la superficie, que es esencialmente engañosa, la que hace la articulación del silogismo, a saber: no, «Sócrates es un hombre», sino, simplemente la introducción del: «es un hombre», diametralmente en la proposición, cualquiera fuera, «Todos los hombres son mortales», si fuera el recorte si así lo quieren.

«Sócrates es mortal» o como trazo de recorte común de ese diámetro, en tanto se trata de una topología y no de un espacio métrico; ese diámetro sobre el cual nosotros inscribiremos, «es un hombre». ¿Qué quiere decir esto? Que en la medida de la heterogeneidad, la conclusión se afirma en nosotros como engaño. ¿Qué es lo que quiere decir esta intersección de planos, entre planos que no lo son, en tanto que son los dos, agujeros de la naturaleza?. ¿Qué es lo que quiere decir esta identificación que permite ese paso del silogismo? Lo que quiere decir, lo ven punteado en las letras con las que he marcado los tres estados en el círculo diametrado. La relación entre dos mitades del círculo que son heterogéneas, si la una es identificación y la otra demanda,  e inversamente la  relación entre las dos, en tanto que ella es engañosa, es precisamente  ese diámetro que las sostiene y que no existe en ninguna parte. He puesto allí la letra T porque reencontramos la función de la transferencia, en tanto que está ligado al Otro engañado o al Otro engañador.

He ahí en lo que consistirá mi lección: las relaciones entre identificación, transferencia y demanda, en tanto que se solidarizan entre tres términos familiares de la indeterminación: sujeto del inconsciente, el término de la certeza como constituyendo al sujeto en la experiencia y el alcance del análisis. El término del engaño como siendo la vía donde el llamado, aún en la identificación, su llamado …si las cosas están así anudadas entre esos términos, donde parece que no podríamos encontrar encima algo que no sea engaño; esto en razón de la estructura de este gran bucle, de ese gran nudo que, haciéndose, se conjugan en el campo donde se juega la partida concerniente al deseo, cuyo soporte no puede ser más que este bucle representado por el puño tórico cuyo interior trataremos de hacer hablar.

No reconocen ustedes esta  abertura, esta salida como espasmódica fuera de la abertura palpitante del inconsciente – que, en el agujero mayor alrededor del cual hemos girado se abre y cierra – el trayecto mismo del ir y volver de la pulsión que rodea algo que hemos dejado en suspenso en el vacío?. ¿Es que ese deseo determina?. ¿Es que él no es, de ningún modo, sin figura?

He elegido a Sócrates. Ese deseo introduce la cuarta categoría después de las otras: indeterminación, engaño, certeza; la cuarta que comanda todo y que nuestra misma posición, tan articulada por Freud: la misma del deseo en tanto que ella determina en la realidad la categoría de lo imposible.

Hemos encontrado, a veces, el modo de franquear ese imposible resolviendo lo que he llamado su parte construida; del modo que sea percibida, cómo pueda ser ganada esta partida, está allí, me parece, el problema mayor, crucial para el psicoanálisis.