Seminario 13: Clase 12, del 23 de Marzo de 1966

Me gustaría que abriéramos por otra parte la ventana, porque, es verdad, me doy cuenta por primera vez, de que es irrespirable. Lo verá después, Jean Paul. Bueno, no se con qué amplitud pudo ser difundido esto que yo había hecho conocer a quien por derecho estaba en posición de transmitirlo, a saber, que este Seminario de hoy era un Seminario abierto. Quizás el hecho de que ustedes no llenen en la misma cantidad la sala, se deba tanto a la huelga como a una insuficiente difusión. Tenía en efecto, Dios mío, bastantes ganas de retomar con el conjunto de mi auditorio, después de esta interrupción por la que les pido disculpas. Es una falta de mi parte, sin duda. Pero en fin, me hacía falta elegir y hacer una vez lo que habría debido hacer desde hace mucho tiempo, a saber, este viaje a los Estados Unidos de Norteamérica. Me pareció, aún hasta hace un instante que ustedes esperaban, en fin que algunos de mis auditores esperaban, que les dijera algo de esto. Intentaré, pues, satisfacer, al menos en parte y de un manera improvisada, entonces, este deseo. Antes de hacerlo, sin embargo, me atendré a adelantar la buena sorpresa, que no es una sorpresa completa, la satisfacción final que tuve, digamos, de una buena sorpresa que había tenido ya antes de mi partida. Para decir de qué se trata les mostraré enseguida este último número de Temps Modernes, el artículo del señor Michel Tort aquí presente, aparecido en dos partes, que se llama De la interpretación o La máquina hermenéutica. Yo no les hablé de esto antes de dejarlos esperando el fin de este artículo, del que puedo decir que me aporta grandes satisfacciónes. Me parece convenir que lleve el nombre de Tort aquel que recoge tan bien el nombre de mi razón. En efecto diré que para calificar este artículo, que es una verdadera obra, pienso que para mí es de un gran estímulo ver de parte de alguien, cuya calidad, en fin, no especificaré todavía como tal, por parte de alguien, una puesta a punto, algo que llamaré enseguida, que puntuaré, dé una manera que podría ser aún mejor calificado, pero, en fin, no encuentro mejor término que aquel de desvío filosófico o, aún, desvió de pensamiento. Alguien de mi entorno inmediato había creído haber puesto en primer plano lo que no carecía de coraje, los elementos de préstamo, —no forzosamente reconocidos como tales desde hace mucho por autor— elementos de préstamo de mi enseñanza, con lo cual se había atraído una singular propuesta, de la que ustedes podrían algunos medir la inexactitud leyendo en cierto número de Critique. El término de plagio, que no estaba bajo la pluma de mi alumno, había sido puesto en primer plano en esta respuesta e incluso no sin agitar los trasfondos jurídicos seguramente, esta no es la cuestión. Hace mucho que hablé de esta cuestión de plagio para subrayar que a mis ojos no hay propiedad intelectual. No obstante, después de haber sido durante mucho tiempo, no solamente asistente asiduo, sino incluso confidente del diseño particular de mi enseñanza para con el psicoanálisis, servirse de esto, —y esto desde hace mucho tiempo—, servirse de esto en conferencias hechas en América que tenían, por lo demás, un gran éxito, luego en una obra con fines que son propiamente fines contrarios de aquellos que constituyen al fundamento del psicoanálisis, siendo mi enseñanza una enseñanza que propiamente pretende restablecer la enseñanza del psicoanálisis sobre bases verdaderas, es esto lo que yo calificaba recién de desvío de pensamiento. Puedo hacerlo tanto más cuanto que el artículo del señor Michel Tort es, precisamente la demostración exacta de esta operación escandalosa que refleja por otra parte, el tono general que en nuestra época es aquel de lo que se llama, más o menos vagamente, la filosofía. Es por eso que vacilaba en calificar al señor Michel Tort de filósofo no teniendo la operación a la que se dedica nada en común con la que es usual en este dominio y en este campo. La distinción firme, rigurosa, implacable, que hace entre lo que concierne a la interpretación psicoanalítica y de este campo vago y muelle que ya designé como aquel propiamente de todas las etapas de nuestra época que se llama la hermenéutica, esta distinción, una voz fijada, es verdaderamente el género de operación que más puedo anhelar viniendo de aquellos que me escuchan y que me escuchan de una manera apropiada, entendiendo al alcance de la que digo. La obra del señor Michel Tort, a este respecto, representa un hito, un hito esencial sobre el cual podremos fundarnos para calificar lo que quise decir concerniente a lo que respecta a la interpretación psicoanalítica. En efecto, si ustedes se remiten a lo que adelanté al fin de mi Seminario del año último concerniente a la creada por el advenimiento de la ciencia y que eso advenimiento fue posible en la medida en que se tomaba una posición que usaba del significante y, puedo decir, recusándole todo compromiso en los problemas de la verdad si se piensa que por esto está creada esta situación por la cual la cuestión del campo de la verdad es planteada a la ciencia por cada uno de aquellos que se encuentran alcanzados por esta modificación fundamental, ¿qué hay de la verdad?. Que más propiamente sobre este campo de la verdad, efectivamente que la religión responde y que actúa, responde, ineliminable de toda posición filosófica a partir de este hecho de la distinción de la posición radical de la religión y de la ciencia que es imposible, que es insostenible, como puede hacerlo un Whitehead intentar repartir los dominios de la ciencia y de la religión como dos dominios diferentes de una objetividad que podría tener lo que fuera de común, que su diferencia, muy precisamente, de dos abordajes esencialmente y radicalmente diferentes de la posición del sujeto. Que desde entonces se verifique que si yo digo que el psicoanálisis es propiamente la interpretación de las raíces significantes de lo que del destino del hombre hace la verdad, está claro que el psicoanálisis se coloca sobre el mismo terreno que la religión y es absolutamente incompatible con las respuestas dadas en esta campo por la religión, por la razón propia de que le aporta una interpretación diferente. El psicoanálisis, con respecto a la religión, está en una posición esencialmente desmitificadora y de la interpretación analítica no puede, de ninguna manera, ser mezclada, en cualquier nivel que sea, con la interpretación religiosa de este mismo campo de la verdad. Es en este sentido que diré que el señor Michel Tort articulando esto hasta el punto en que esto vuelve a echar en el mismo campo para desmistificar la casi totalidad de la tradición filosófica dialéctica hegeliana incluida, demostró en esta ocasión ser lo que yo no puedo, al fin de cuentas calificar sino con la palabra, ya que no hay otra a mi alcance por el momento, un freudiano. Y aquellos que merecen ser calificados con este término son en mi conocimiento, propiamente contados con los dedos. Y bien, después de haber hecho justicia así al señor Tort, haberle agradecido, ofrecerle en esta ocasión todo lo que pueda convenirle para adaptar su obra en lo que fuera que pudiera estar en mi órbita como manera de republicarla haberla también designado a la atención de todos y rogado a cada uno de remitirse a ella, diré, línea por línea. Y bien, Dios mío, intentaré decirles un poco lo que ustedes esperan según me dijeron, a saber, mis impresiones de este corto viaje de América, ya que pasé ahí veinte días. Abordar, sobre todo de una manera así un poco improvisada, esta experiencia no es quizás, muy cómodo. Primero, porque hay consecuencias prácticas o proyectos de los que no puedo, después de todo servirme, sino después de haberlo consultado con mis colaboradores más cercanos. Y, después de todo, no debo la confidencia sino a ellos. Esto no obstante, después de todo sobre este campo de lo que pude reencontrar ahí de la realidad, digamos, psiquiátrica, incluso universitaria en su conjunto, que ustedes esperan de mi, quizás, incluso, esperan de mi, ¿por qué no?, sobre… mis recuerdos de viaje. Tomar contacto con lo que no es un nuevo mundo, después de todo sino para mí ya que esperé a mi edad avanzada para poner el pie en él, esto sugiere, quizás, a algunos alguna curiosidad seguramente. No me voy a poner a jugar frente a ustedes al Keyserling a propósito de este encuentro. Y seguidamente diré que la prudencia y en fin, el respeto de lo real me obligan, después de una travesía tan corta, sobre todo a abstenerme de juicios. Pienso, por otra parte fundamentalmente, y no desde hoy, que el beneficio a extraer de un viaje no es que se ve al regreso lo que le es bien conocido, familiar, con otro ojo. Es este el verdadero descubrimiento de un viaje y es en este sentido que este viaje es un gran descubrimiento que no se todavía hasta dónde va a ir el hecho de que veo aquí las cosas (…………..). …Chicago no un lugar elegido en mi historia, se tramaban cosas muy interesantes, aquellas que debían estar en principio destinadas a retirarme, de ahí en más, toda posibilidad de palabra. No estaba pues, en absoluto descontento de ir a llevarla ahí yo mismo. En Chicago vi una Universidad completa pero una Universidad ahí, ustedes saben, es muy grande, completamente construida en gótico, un centenar de edificios de un gótico, debo decir perfecto. Jamás vi gótico más bello, gótico más puro. Puedo decir que está muy bien hecho. El falso gótico vale mucho más que el verdadero, se los aseguro. Sabemos que los métodos universitarios en todos los países del mundo están fechados en esta época gótica. La Sorbona, por ejemplo sigue estando estructurada como en la era de su nacimiento, que era en la época gótica. Se distinguía ya por una violenta, manifiesta oposición a todo lo que podía crearse de nuevo, como lo sabemos a propósito de esta condenación que les recordé recientemente que creyó deber apuntar contra Santo Tomás de Aquino, que era un pequeño innovador audaz. Cuando hablo de la goticidad de la Universidad no lo digo en la medida en que haya permanecido siempre en las mismos principios, más bien ha caído. En la época gótica, justamente, se mantenía muy severamente este principio de las dos verdades de las que les hablaba hace un rato. Cuando se hacía filosofía no era para definir la religión, era para separarla de esta. En nuestros días hemos precedido a este mixing, del que, por supuesto los resultados se extienden. Esto no es sino una evocación de lo que decía hace un rato. En todo caso, hay una cosa cierta, es que la Sorbona en la época en que era buena goticidad no estaba construida en gótico, al menos no en este gótico perfecto de la Universidad de Chicago. Esto no es sino impresionante. Ustedes tienen, de todos modos, la misma sensación cuando ven amontonadas en masa en Museos, estas formidables e inimaginables colecciónes de impresionistas, que parecen ahí como exilados, como prisioneros extraídos de esta atmósfera, de esta luz parisina del fin del último siglo donde han nacido, que son visitadas en una especie de uso ceremonial por hordas de mujeres y niñas que desfilan debo decir, a alguna hora del día, algún día de la semana que sobrevenga, a este especie de brillo incomparable y desgarrador que toman de su acumulación misma como si estuviera ahí, en efecto, mi lugar donde debiera ir a parar el producto, en fin, brillante, de un arte que hemos, es necesario decirlo aquí, particularmente desdeñado, quiero decir en el momento en que surgía, y es pues, una vez más, nuestro pasado el que se encuentra ahí de una cierta manera, pensaba muy gravemente sobre cualquier otra cosa que parecería después de todo, llamada a nacer en una sociedad que existe desde hace bastante tiempo para tener sus maestros propios de cultura, evidentemente hay pequeños brotes de tanto en tanto. No puedo disimularles la satisfacción que tuve al ver un departamento totalmente amueblado con pequeñas muestras de estos pequeños impulsos de fiebre creativa que se intituló a sí misma con la rúbrica de pop art. Era un tipo que había hecho fortunas con las empresas de taxi y que había resultado ser efectivamente, uno de los primeros en financiar, es decir, en dar por aquí y por allá, doscientos dólares a ese grupo hasta entonces disperso de gente que se había lanzado en un cierto registro, no quiero describir ni los principios, ni el aspecto, ni el estilo, ni, en fin, lo que irradia de este pop art. Lo que quiero decir que este personaje que permanecía ahí había amueblado completamente, vestido su departamento, sus paredes cubiertas con los frutos, las obras del pop art. Me hizo un largo discurso, mucho camelo para explicarme como había percibido, ayudado, sostenido, a este pop art. Encontré eso extraordinariamente simpático. En fin algo me parecía, en este arte, en relación con la sociedad que él sostenía, desgraciadamente cuando participé, sin ningún sentido particular, Dios mío, de la paradoja, porque había sentido en la experiencia un placer bastante vivo, participé esto a la gente muy distinguida que encontraba en Nueva York. Sentí una cierta reserva. Me miraban de manera rara. Quiero decir que se preguntaban si no yo llevaba la broma un poco lejos. porque el pop art, parece, por el momento, ya venido abajo y lo mismo al que lo ha sucedido, a saber, el op art. En resumen lo que llamaba hace un rato la dominancia del pasado, acabo de ilustrárselos, improviso, pido disculpas por tardar tanto, acabo de ilustrárselos en campos que son, hablando con propiedad, aquellos que nos interesan, pero es, quizás, que no quisiera demasiado decirlo, que yo quisiera evitar lo que, después de todo, no conozco sino imperfectamente y forzosamente por gente que era más bien aspirante a que algo cambie de lo que llamaremos el modo de enseñanza de la psicología, incluso de la psicología en la medicina, de lo que era el estatuto, el modo de vida, los hábitos, del psiquiatra. Después de todo, es extraordinario, tomo los términos propios de alguien que me hablaba, es extraordinaria la facilidad de la vida ahí para un psiquiatra. No hay verdaderamente necesidad, me decían, de tomarse trabajo para tener clientela. Y a partir de ahí me citaron nombres que no son los menores, que son totalmente capaces de ser aquellos a los cuales podría aplicar frases como estas: Dios mío, por que plantearse cuestiones, y sobre todo metafísicas, por poco que lo sean, entonces Dios mío, si después de todo, todo va tan bien que uno termina su trabajo a las 17 y 30 horas, bebe su whisky, lee una novela, habitualmente de espionaje, y se ubica frente a su televisor. Yo no veo por qué se reprocha al que constituye una clase social tener sus comodidades, simplemente está en nosotros darnos cuenta de lo que esto puede comportar, por supuesto, de inercia, de instalación. Y bien, cualquiera sean las apariencias, no es necesario creer sin embargo, que sobre este fondo, este fondo muy particular, que es quizás, si puedo decirlo, el reverso de estos rascacielos, de esta verticalidad monumental, —que es, por otra parte, cosa singular, ¿no es cierto?, el privilegio exclusivo de los Bancos—, al lado de esto hay todo un mundo horizontal, que es preciosamente aquel habitado por gente, por la gente de la clase que evocaba recién, a saber, un mundo infinito, un mar de casitas de dos plantas, perfectamente imitadas del estilo inglés, en las cuales viven, Dios mío, con lo que se puede llamar todos los encantos de la existencia, un personal considerable que es precisamente aquel que nos interesa en este caso, ya qué en este medio del cual yo era llamado a desplazarme, como peregrino o como pionero, como ustedes quieran. Detroit por donde pasé, es una ciudad de veinticinco kilómetros de ancho por dieciocho de largo, lo que hace que, cuando se va a buscar un buen restaurante, lleve un tiempo, a pesar de todo, considerable para atravesarla en auto. Aunque el corazón de esta ciudad está constituido por un nudo de autopistas, en el interior de esta red de autopistas ustedes tienen las callecitas de las que les hablo con las innumerables casitas. Y todas aquellas donde penetré, por supuesto, dada la clase de gente que yo veía, estaban muy bien amuebladas y más bien atestadas de objetos de arte tomadas de las peregrinaciones a través del mundo, que son numerosas, como ustedes saben, de los personajes interesados. Tal es el estilo y el complemento de lo que llamé hace un rato, esta especie de inercia pasadista y de un pasado singular, vuelvo a eso, porque este me sugirió esta forma de cuestiones, de que hay un dimensión del pasado que debe definirse como esencialmente, radicalmente diferente de aquel que nos interesa bajo la rúbrica de la repetición. El pasado en el cual no interviene en ningún grado y es una sensación de este tipo la que en el encuentro con este pasado extraordinario, es que un pasado si ninguna subyacencia de repetición. Es, quizás, este aspecto singular, sorprendente, impresionante, se los aseguro, el que me dio, al menos esta sensación y que es en fin, de una pasta absolutamente imposible de remover, porque esto no es decir, por lo mismo que no encontré ahí numerosas ocasiones de diálogo. Y diré que sobre los auditores que tuve, fundamentalmente en la Universidad de Columbia, desde mi llegada en el MIT Massachussets Institute of Technology, en la Universidad de Harvard, Center for Cognitive Studies, en la Universidad de Detroit donde hablé ante el Colegio de profesores de una de esta especie de ceremonias que consisten en un almuerzo que se toma en una sala muy confortable que se distingue por la ausencia de toda bebida vínica, lo que no es privilegio de los Estados Unidos, en la Universidad de Ann Arbor a unos cincuenta y cinco kilómetros de ahí, que es una universidad entonces —hablé de la Universidad de Chicago, la palabra ciudad era un metáfora, mientras que para la Universidad de Ann Arbor no lo es—, la regulación de cerca de treinta mil estudiantes que viven ahí en una ciudad casi especializada para recibirlos, en fin, en la Universidad de Chicago, estando el público diversamente dosificado según los diferentes lugares, más lingüistas y filósofos, pocos médicos en Columbia, pero, por el contrario, un público casi enteramente médico en Chicago. Esto ateniéndose al hecho de que las partes de la Universidad a las cuales se había dirigido mi amigo Román Jakobson, a quien quiero ahora rendir homenaje acá por toda la empresa de la que fue, a la vez, organizador e iniciador, y bien debo decir que en los seis auditorios tuve, en respuesta a lo que creí poder articular, —de lo que tendré quizás tiempo de darles la idea—, en respuesta, las preguntas, Dios mío, más pertinentes, las más interesantes que tuve con profesores de diversas especialidades con los cuales, gracias a su acogida y a su encantadora hospitalidad yo tenía a continuación y a lo largo de la jornada, o durante encuentros y cenas u otras festividades, la ocasión de explicarme. Tuve la sensación de una apertura muy grande, a cosas que yo aportaba y que a sus oídos eran, no obstante, indiscutiblemente inéditas. Hablo aquí del medio universitario, exceptúo ahí, como en todos lados, lo que llamaremos el medio High-brow, la alta inteligencia, localizada para mi al menos, por lo que encontré en Nueva York, porque en Nueva York mi enseñanza es inédita, quizá, no lo será probablemente siempre, pero está lejos de ser desconocida. Pero, como se los he dicho sin duda ya muy frecuentemente, Nueva York no es América. En Nueva York se sabe perfectamente lo que pasa aquí y el lugarcito que yo tengo no es ignorado. Pero, para volver a mis contactos con la Universidad Americana, mi sensación fue confirmada, por otra parte por mis interlocutores que me dijeron lo que yo debía esperar y no esperar. Mi sensación es que el campo de los lugares y los puntos en lo que ustedes pueden retener la atención, anudar los lazos, elaborar contactos, que serán seguidos, publicados, registrados, es muy amplio. Traje algunas muestras de revistas, hablando con propiedad, interiores a las Universidades y que, incluso, leí en ruta con un interés muy vivo porque hay artículos excelentes de todo tipo y toda especie, y se puede decir que todo debe hacerse. Se puede decir también que nada debe hacerse, porque con tanta apertura, acogida, incluso éxito, la sensación, la sensación al menos general, hablo entre mis interlocutores —no me permitiría tener una sensación yo mismo—, es que en ningún caso se cambiará nada en el equilibrio actualmente alcanzado que deja muy suficientemente libertad cada uno en las escotaduras. Una persona que arrastra con ella un número suficiente de colaboradores no está ciertamente impedido de trabajar y el todo se instala entonces en una yuxtaposición de coexistencia vital, que parece por el momento excluir, incluso si se aspira a una renovación de estilo y especialmente en lo que nos interesa, en lo que me interesa, a saber, el estatuto de la enseñanza del psicoanálisis, que no se llegará a nada que se parezca a un cambio de corriente, a un reflujo, a un retorno de mareas, a todo lo que ustedes quieran que se parezca a un cambio fundamental. No obstante, entre este todo que hacer y nada que hacer creo que mi inclinación, por el momento, es seguramente, —Dios mío—, aunque más no fuera que la manera de aceptar a un desafío y además, hay otra cosa en el mundo que los Estados Unidos de Norteamérica, la de hacer, de todos modos, al menos bajo la forma de publicación. Y ahí está lo que reservará en cuanto a mi proyecto de mis alumnos más próximos. Y agregaría en dos palabras el complemento, la confidencia de estoque en el curso de este pequeño travel, que no es casi un pequeño trip, me reservé el final ocho días para mi placer personal, y habiendo proyectado hacerlo primero en el Oeste Americano, cambió mi proyecto súbitamente, no pudiendo resistir a la proximidad de un país lleno de magia, —pienso—, para algunos de ustedes, que se llama México. Fui a pasar allí ocho días. No les hablaré durante mucho tiempo ahora. No tuve, en absoluto, ahí la vida de un misionero, tuve la de un turista, es necesario decirlo, nada más. En fin, las cosas que vi me tocaron en dos puntos, es que no se puede sino quedar muy impresionado de ver algo… en fin, algo que es la religión antigua, ya que hace un rato hablándonos de religión de estos pueblos que están siempre ahí absolutamente intercambiados, la cara y, me atrevería a decir, la mirada de estos indios, siempre las mismas, ya sea aquellos que lo sirven con paso discreto en los corredores de los hoteles a los que habitan las cabañas todavía de caña al borde de las rutas, estos indios que tienen las mismas figuras exactamente que vemos fijadas en el basalto o el granito, estos fragmentos flotantes que recogemos de su arte antiguo, estos indios tienen ahí no se qué de una relación que persiste con la sola presencia sobre los monumentos, pero que se llaman impropiamente pictogramas, ideograma u otras designaciones impropias de lo que podamos llamar jeroglífico y también no siempre descifrados, pero cuya recuperación por los pintores contemporáneos o los arquitectos, porque en Chicago hay sobre las paredes de una biblioteca ultramoderna, por ejemplo, las cuatro fachadas enteras decoradas por los que podemos llamar el uso de restos de estas formas significantes, lo que se vehiculiza por ahí me parece algo enigmático y, a la vez, algo tan impresionante por esta especie de lazo invisible a través de una ruptura irremediablemente que subsiste entre las generaciones que se le cantan y aquellas de estos estudiantes que pueblan una Universidad en México, yo diría la más enorme de todas aquellas que vi, con estos signos, estos signos con los cuales algo está roto para siempre y que sin embargo, están ahí traduciendo de una manera visible lo que yo no podría llamar, porque estoy frente a este auditorio, sino una relación conservada con lo que hay de tan sensible en todos lo que sabemos de estos cultos antiguos, esta cosa de la cual no comprendieron nada sino un efecto de horror los primeros conquistadores y que no es otra sino por lados visibles, por todos lados presentes, por todos lados enganchada en formas de la divinidad que no es otra que el objeto a . Tendremos sin duda, quizás, que hacer alusión a continuación, y tal vez tenga la ocasión de dárselos a título en fin de simple ilustración marginal, pero no, sin duda, sin alcance a lo que continuaré diciéndoles de esto. Y bien, es inútil, medio de todo eso, señalarles lo que pensaba ver esbozarse como consecuencia. Me tomé un trabajo enorme en el curso de los numerosos años de mi enseñanza para hacer llegar a un medio, que no estaba especialmente preparado para recibirlo, un cierto número de informaciones más especialmente concerniente al campo de la lingüística. Ustedes ya experimentaron desde hace mucho tiempo lo que puedo tener ahí como leve nostalgia de quince años de esta enseñanza usé, quizás un poquito antes que los otros este pequeño medio que era que el sobre el cual yo esperaba en el rastro, en el rastro de algo que ahora corre de tal modo por todas partes, en todos los cruces, en todas las esquinas, incluso bajo el nombre más o menos apropiado, que será, más bien, absolutamente, inclusive, imposible de limpiar, tanto va a estar cubierto de estas incrustaciones de conchillas que revisten los restos, el término estructuralismo. Es que es más bien ahí que va a tratarse de proceder a una seria limpieza para decir, de todos modos cual es nuestro término de estructuralismo. Este esfuerzo que puede hacer también, para recordar las condiciones de nacimiento y la evolución de la ciencia en lo que puede tener para nosotros de decisivo, de concebirnos como determinado por eso, es necesario decirlo, tuve la sorpresa en los Estados Unidos de Norteamérica de encontrar gran parte de mi programa, de lo que está en mis Seminarios, expuesto sobre las paredes de una decena de metros de largo bajo la forma de pequeños diagramas, sobre los cuales, por otra parte, nadie ponía los ojos, pero que contenían de una manera absolutamente decisiva las fechas, los puntos de giro y perfectamente bien explicadas en cada línea de la clasificación de las ciencias y que, si debo decirlo, debo decir que si fuera ahí lo que yo tuviera que enseñar me habrían ahorrado mucho trabajo. Porque, al fin de cuentas, todas estas cosas están al nivel del libro de bolsillo. Ahí está el interés, la importancia de lo que llamaría, es un cierto aspecto, la evacuación del pasado, que es al mismo tiempo posible. Si vemos bien su dimensión propia, este aspecto de inercia se podría dejar su manipulación a los excavadores. Es necesario decirlo, esta no es en absoluto, una perspectiva de despiste, de desprecio. Lo que aparece ahí, por el contrario, como más cierto es lo que eso despeja concerniente a nuestra propia esencia, porque a partir del momento en que el pasado en estado de puro pasado esta ahí existente en bloque, bajo su forma perfecta, porque, como se los demostraba recién, la pintura de la Universidad de Chicago existe más perfecta de lo que existió. La creación impresionista está ahí como una mosca capturada en el ámbar, en una perfección de estatuto que jamás tuvo aquí. Respecto a este pasado que nos es de alguna manera del que se nos entrega hay todo un aspecto de nosotros mismos que nos queda de esto, que es nosotros tal como somos actualmente y que no es sino su fracaso. Para verlo llegar a la caricatura es aún a México que hay que ir a instalarse en el Hotel del Prado frente a un fresco que tiene la altura de esta pared de nuestra habitación aquí, que es de Diego Rivera y que se llama Un sueño de domingo a la tarde en la alameda. La alameda es una especie de Tullerías de México y la figura que tomamos de este panel no voy a describírselas, procúrense fotografías, es muy instructiva. Esto es, entonces, lo que creo podemos aprender yendo a los Estados Unidos de Norteamérica y también sobre el suelo entero de la noble América. Es la figura de todo lo que fue malogrado en el pasado. Es la figura, de alguna manera, retroactiva de una adherencia a algo que no fue jamás vivido y que, como tal no puede serlo bajo ninguna forma si nos dejamos llevar por algún movimiento ya sea aquel de una esperanza de una vivacidad de una creación seguramente. Todo lo que nos queda de semejante contacto es una impresión verdaderamente abrumadora de lo que puede tener de pesado para llevar a nuestro mundo. ¿De qué les hablé?. Es muy cierto que no les hice, hablando con propiedad, seminario. Aunque mi arraigo, en un cierto estilo, no era tan posible de romper de un sólo golpe, es a esta pendiente, ese hábito, incluso, esa necesidad que tome de una cierta manera de enganchar a mi audiencia que debo, para mi sorpresa debo decir, no haber podido en ningún caso resolverles a hablarles en francés y, cosa curiosa, haber llegado verdaderamente a hablarles en inglés. El hábito que tengo de seguir en nuestras caras el efecto bastante particular de esa palabra no me pareció extremadamente diferente lo que experimentaba frente a estos auditores, a saber, que sus caras cautivas, sino iluminadas, me daban la sensación de que algo de este inglés no era de tal naturaleza que ellos no recibiesen la impresión de un lenguaje articulado. Helo aquí, entonces, les hablé —voy a decirles eso en dos palabras, ya que vamos a dejar en algunos instantes— centré un poco las cosas porque era necesario sobre algo que me pareció contundente. Yo, ustedes comprenden, estoy en mi objeto a, por el momento, intento llevarlos así a hacerles realizar en un cierto número de calcetines de donde debe salir de tal o cual manera. Veremos más, retomaremos la próxima vez. Era necesario que yo volviera a las bases y después de todo, eso me permitió juntar estas bases. No por supuesto, que las dejé así a la deriva. Pero, en fin, ¿por qué no?. Eso me permitió quizás tomar al módulo de un discurso más agrupado, más simple también, más contundente, aún cuando el golpe de martillo no es jamás ausente de lo que les cuento a ustedes. Puede ser que, después de todo haré de esto un librito y no estará, quizá, tan mal adaptarlo a orejas americanas, ya que en orejas americanas lo he medido. Y bien, creí deber partir de algo que es, de todos modos, un rasgo sensible, un rasgo fácil de hacer entender y que es no es nuevo, desde luego, para ustedes, es aquel de la distinción de la demanda y del deseo. Evidentemente en inglés yo me vanagloriaba haberme hecho entender. Es evidentemente con un vocabulario y refinamiento sintáctico más reducido que fui llevado a hablar. Es totalmente fácil hacer entender a la gente que los escucha cuando se les demanda algo de lo que vayan a desconfiar, que no es siempre, lo que se les demanda, lo que justamente se desea que ustedes den. Basta tener apenas la menor experiencia, basta tener un amante para que esta verdad sea inmediatamente perceptible y después de todo eso ustedes pueden entrar en consideraciones estructurales. Sí, porque a partir de ese momento, por supuesto, ustedes pueden mostrar que el deseo debe ser extraído de la demanda y que hay este segundo tiempo que la demanda está articulada en el inconsciente. Basta ahí hacer referencia a las verdades que les recordé desde siempre y que consisten simplemente en abrir los primeros libros de Freud. A fin de cuentas, no es imposible incluso frente a un auditorio americano introducir la inscripción de la fórmula que está en la punta arriba y a la derecha de mi grafo, a saber D, sujeto en su relación a la demanda, a saber que es precisamente ahí que se engancha la división del sujeto. Lo que es evidentemente reintegrar esta división del sujeto en el mismo plano, en el mismo nivel Freud introdujo la división del inconsciente y el preconsciente, suprimir la distancia que separa este comienzo de su obra de ese punto que es su punto de caída, el splitting de lo que el llama el ego, es decir, el splitting del sujeto, y mostrar por ejemplo en este caso que la observación de Freud hace de que el inconsciente no funcione el principio de contradicción es una afirmación que no es más que de primera aproximación inadecuada en un sentido si va a implicar que no hay signo de negación en el inconsciente, porque sabemos todos y por leer los textos de Freud mismo, que la negación tiene, yo no digo en el inconsciente, eso no querría decir nada, sino en las formaciones del inconsciente representantes totalmente localizados y claros. La pretendida suspensión del principio de contradicción a nivel del inconsciente es simplemente este fundamental splitting del sujeto. Hay otra cosa que puse en el primer plano de mi discurso y que sigue como una cuenta de rosario sigue la otra, este abordaje, por la diferencia de la demanda y del deseo, es la designación del punto que es el mismo punto de encuentro de donde partí hace un rato por lo demás, concernientes a la relaciones del saber y la verdad, es lo que Freud nos aporta, es la designación del lugar de incidencia de un deseo particular y que es el punto por donde la sexualidad entra en juego como fundamental en el dominio del que se trata de definir y que este punto se llama el deseo de saber. Es porque la sexualidad entra en juego primero por el sello del deseo del saber que al deseo del que se trata en la dinámica freudiana es el deseo sexual. Es porque entra en juego bajo las especies que ya habían situado, y no es sin motivo, los espíritus religiosos, es porque la cupido sciendi fue situada ahí donde era necesario por Freud que todo ha cambiado en la dinámica de la ética; que los otros deseos —el deseo de goce y el deseo de dominación— se manifiesten no ser del mismo nivel que se encuentra en esta posición dependiente por estar al nivel del narcicismo, que el otro —deseo de goce— está precisamente ahí para manifestarnos lo que llamaría la duplicidad del deseo, porque lejos de que el deseo sea deseo de goce, es precisamente la barrera que les mantiene la distancia más o menos justamente calculada de este fogón ardiente de lo que debe necesariamente evitarse para el sujeto pensante y que se llama el goce. Llegaría a decirles que esbocé para ellos lo que será el paso siguiente de lo que voy tener que exponer frente a ustedes, a saber, teniendo en cuenta esto de lo que, por supuesto, no pude sino hablar desde el principio, a saber, del lugar del Otro, punto de posición de la verdad, como lugar donde está puesta en cuestión la verdad de la demanda, como lugar, también donde aparece y surge al mismo tiempo la dimensión del deseo. Puedo esbozar lo que, acabo de decírselos, va a ser la continuación de mi discurso, consistente en precisar esto de que el deseo, este deseo del que en principio les articulé el lugar diciendo que el deseo es primero el deseo del Otro, la topología va a enseñarnos a poner en función esta especie de vuelta que es propiamente aquella que intentaré manifestarles a nivel que les mostraba, tal como es realizable como se da vuelta en guante, al nivel de la estructura del toro, que si el deseo debe localizarse, medirse, en función de una demanda del Otro, la estructura va a permitirnos ver, la estructura que es la estructura del toro, es que hay un fundamento estructural perfectamente —minimizo diciendo que está ilustrado por la estructura del toro, que está sostenido por la estructura del toro, el toro es la sustancia, el hipokeimenón de la estructura de la que se trata concerniente al deseo, el toro puede aparecer con evidencia, es lo que voy a mostrar a punta de tiza la próxima vez— que se inscribe de la manera más clara, la relación que hay de un sostén del deseo, no a la demanda, sino a la demanda repetida o a la doble demanda. Y el hecho de que esta figura, que es propiamente esta que les dibujo acá, la vuelta de la estructura del toro, puede manifestar materializar ante sus ojos, lo que se puede obtener de esto, y veremos lo que significa vuelta, en función de lo que sucede con la vuelta cuando de trata de las otras estructuras topológicas, a saber, del cross-cap y de la botella de Klein. Estando operada esta vuelta tenemos dos deseos en relación con una demanda. Esta duplicidad del deseo en relación a la demanda está en la raíz de todo lo que en el campo analítico se extiende tan lejos como lo que se llama confusamente ambivalencia y que sólo puede encontrar ahí su razón. Es lo que la próxima vez tendré ocasión de desarrollarles de una manera más amplia. Ustedes ven ahora que aquello de lo que se tata es de la función de un corte que es estas tres formas que deberá retomar bajo este ángulo es la misma forma de corte a saber lo que llame la S o el ocho invertido, que nos da la clave y la forma de esto y que tiene funciones diferentes. Resumiendo para concluir y decir lo que intentaba ante todo hacer pasar a los oídos de mi auditorio en las Américas, es que es un dominio aislable en el campo llamado hasta aquí psicológico, que el dominio de lo que es determinable como campo del lenguaje y destaca en este campo que es la palabra, que esto es definible. Es la función del sujeto, función del sujeto que no es como pude verlo escrito recientemente función de ausencia, sino función, por el contrario de la presencia interna de algo escondido, lo que es aquellos sobre lo cual los dejaré, dándoles cita para el seminario abierto de la semana próxima.