Seminario 13: Clase 21, del 8 de Junio de 1966

Tómenlo con el valor de estas especies de tapones, de corchos flotantes, sobre un agua más o menos calma que pueden servirles para localizar donde dejaron arrastrar una línea. Tampoco, ni este esquema de la derecha ni estas palabras extrañas, pero cuya resonancia espero que ya les haya dicho algo, tienen, desde luego, un valor operatorio estricto. Son hitos, flotadores concernientes a lo que tengo para decirles hoy y donde, desde luego intentaré poner las cosas en el punto de detención que implica el hecho de que este es, por este año, mi último Seminario abierto. Para conservar la nota de gravedad que algunos tuvieron al buen tino de percibir en algunas de las cosas que decía la última vez voy a volver a partir de …, partir de un punto análogo que está, que me fue provisto por una entrevista que tuve esta semana con uno de mis amigos matemáticos. En la matemática, —me decía este excelente amigo, del que no doy el nombre porque después de todo no sé si tengo derecho de publicar estas especies de apertura de corazón, no son comunes entre los matemáticos, son gente que en el conjunto les falta un poco de impulso en ese aspecto, no ocurre lo mismo en este personaje distinguido, que me decía:— en la matemática —en suma y, quizás, después de todo esta declaración le había sido arrancada de una cierta manera que tenía de socavarlo, de intentar arrancarle el máximo de lo que puedo por estas especies de gusanitos que voy a hacer enredar a continuación frente a ustedes bajo la forma de mi topología— en la matemática, observaba, no se dice de qué se habla —todo está en este no se dice— se lo habla muy simplemente de donde un cierto aspecto, decía él textualmente, de hacer como sí. Y esto es lo que él llamaba con un tono así, con una vena que no es usual en esta clase de diálogo, en lo que él llamaba no sé qué aire de hipocresía hay en el discurso matemático. No me atrevería yo mismo a proponer una cosa semejante si no lo recogiera de la boca de un matemático, que hay que decir que es alguien que, en este contexto, no carece de exigencia. Es como si aquel que enunciara en un cierto nivel de retoma, este discurso matemático se encontrara siempre en posición de ocultar algo. Pero, ahí mi matemático no deja de estar en baja porque que esté en una espera de esta confidencia que se toma también, quizás, —no omitamos nada de ninguno de los aspectos de la situación— del hilo que tiende hacia mi, a saber lo que él también de su lado decía extraer de este baño del que estoy considerado el detentador. Vuelve de todos modos sobre sus pasos, su posición, y agrega que, después de todo, lo que él oculta como matemático es estrictamente lo que debe ocultar, la astucia del discurso racional es la de llegar a dejarlo oculto lo que no se dice concerniente exactamente a la materia, el sujeto de la matemática, aquello, en todo caso, de lo que se habla, se lo habla muy simplemente. Un pequeño paréntesis, resulta que los más groseros y solamente ellos, —solamente ellos sépanlo bien—, creen que la matemática habla de cosas que no existen y si anuncio que hago un dibujito, un pequeño garabato al margen, es un placer así que les doy de pasada, paro eso no es, en absoluto, el eje de lo que voy a continuar diciéndoles. Solamente voy a hacerles notar, por ejemplo, si ustedes abren el libro de Musil ese del qué se acaba de hacer un film muy bonito aunque un poco falido: Las tribulaciones del estudiante Toerless ustedes se darán cuenta de que cuando el estudiante es un poco fino puede tener las más grandes relaciones entre el día en que su maestro de escuela se enreda lamentablemente para darle cuenta de lo que respecta a los números imaginarios y el hecho de que se precipita como por casualidad en ese momento en una configuración propiamente perversa da sus relaciones con sus compañeritos. Todo esto no es sino una anotación marginal. Quisiera retomar y decir a la vez, la diferencia y el parentesco de la posición del psicoanalista en relación a la del matemático. Al fin de cuentas y lo veremos de una manera precisa en un cierto nivel él tampoco dice de qué habla, sólo que es por razones un poco diferentes de la del matemático. Verdaderamente, como todo el mundo sabe, si no dice de qué habla no es simplemente porque no sabe nada de eso, es porque no puede saberlo. Es propiamente lo que quiere decir que hay inconsciente, inconsciente irreductible, Urverdrängung. ¿Pero se puede decir que a la manera en que lo hace el matemático, lo habla muy simplemente?. Es muy evidente que no está, en absoluto, en la misma posición. De una cierta manera alguien, lo habla, aquello de lo que se trata, sólo que es aquel a quien da la palabra, a saber el paciente se trata de saber dónde está, porqué no está porque sí en esta posición donde está, en tanto que hace que el paciente hable porque cuando el paciente habla, habla a su manera en lo que concierne a aquello de lo que tendría que decir aquello de lo que habla y que no puede ser dicho. Lo curioso es que es necesario que los psicoanalistas hablen también y que resulta de esto no que hablen como hace el matemático muy simplemente eso de lo que no dice que habla sino que habla de eso de costado. Hay un pequeño síndrome que los psiquiatras encontraron desde hace mucho tiempo que se llama síndrome de Gancer, ese hablar de costado, que carácteriza a la comunidad analítica, quizás esto va a permitirnos aclarar con una curiosa luz lateral o ambiente, no sé nada de eso, habría que verlo de cerca, lo que concierne al síndrome de Gancer, que se llama precisamente así, la respuesta de costado, en resumen, el psicoanalista es llevado a tener esta especie de discurso que vuelve a caer sobre esa necesidad fundamental desde luego, del discurso, a saber, que es corto y verdaderamente, para entrar más lejos en este tema, es en las metáforas del uso de la moneda incluso no la metafórica, que seria necesario decirme, a saber, de la diferencia entre un cierto discurso, que tiene un curso forzado en el interior de este círculo y por otra parte, de la manera en la que tiene, en suma, de hacerse valer en el marcado de intercambio de las círculos externos. Es algo que intenté abordar cuando escribí un articulo que me encontré releyendo por razones no totalmente contingentes, ya que se trataba de hacerlo reaparecer con toda una colección, artículo sobre las variantes de la técnica al cual ustedes se podrán remitir. La cuestión es de todos modos esta práctica para ustedes analistas se formula de una manera muy gentil, muy ingenua. ¿Es verdaderamente necesario aprender la topología para ser psicoanalistas?, porque, al fin de cuentas, y no es con bebés que se intercambian estos diálogos, en este tipo de preguntas culmina un cierto atolladero, aunque me lleva a zanjar entre notas mucho más matizadas que las que habla hachado sobre este tema, pero es necesario romper la ola —y tengo otras cosas importantes hoy que decirles para romperla— y responder a esta pregunta. Cualquiera que la planteé es ya en la medida en que les doy esa respuesta. La topología no es algo que debe aprender de más, de alguna manera, como si la formación del psicoanalista consistiera en saber con qué pote de color fuera a pintarse. No hay que plantearse la cuestión de saber si debe aprender algo concerniente a la topología cuya etiqueta resumida, y yo diría imprecisa, con la cual designo lo poco que aparto de eso acá, es que la topología es la tela misma en la que corta, lo sepa o no. Poco importa que abra o no, un libro de topología desde el momento en que lo que hace psicoanalistas es la tela en la que corta, en la que se corta el sujeto de la operación psicoanalítica, patrón, vestido, modelo, y que lo que puede estar en causa en lo que hay que descoser y recoser si su topología se hace engañándose, es a expensas de su paciente. No es de ayer, desde luego que intenté formar esta construcción, estas redes estos carteles indicadores, estas redes orientadas que se llaman sucesivamente esquema o esquema , grafo o en fin, este año…desde digamos, algunos años el uso de la superficie del análisis situs. Después de todo, aquellos que me pudieron ver trabajar aportar estas cosas, saber que las construí sin duda, contra viento y marea, pero no únicamente por el deseo de incomodar a mi auditorio antiguo y actual, sino porque yo no tenía sino que seguir este plan a desarrollar en el discurso mismo de mis pacientes o cada uno de aquellos, al menos que puedo controlar que vienen a mi alcance, para hacer lo que se llama en psicoanálisis un control. Me aportan totalmente crudas, totalmente vivas, estas mismas fórmulas, que son, en este caso, las mías. Los enfermos las dicen estrictamente rigurosamente, exactamente como son dichas acá. Esta topología si no hubiera tenido algo ya como una pequeña brisa los enfermos me la hubieran hecho reinventar. La cuestión es, pues, clara, al legado que se pueda tomar de tal a cual referencia a ese algo de que el matemático no dice lo que es, sino que habla. Y bien, tenemos todas las chances de que eso nos despeje un poco el camino, que eso nos de instrumentos o en este caso, reconocer aquellos con los que tenemos que vérnosla, lo que planteé desde el principio del momento en que me metí a hablar del psicoanálisis, a saber, de la función de la palabra y del campo del lenguaje. Y para aquellos que conservan siempre en la cabeza esta especie de objeción: si, pero esto no es todo, repetiré una vez más desde el tiempo en que me molesto en repetirlo que en efecto eso no es todo, pero que todo lo que viene a nuestro horizonte del psicoanálisis viene por ahí. Dicho de otro modo, que por lo que respecta a permanecer oculto mucho más que oculto, sin límite conocido, apenas aproximado en algunos puntos de acceso dije lo que nosotros tampoco decimos, sino muy raras veces en el punto mismo en que vale más no decirlo. Nombré al goce. No tendríamos ninguna clase de idea de esta dimensión, de esta profundidad, de la que no se puede decir que se ofrezca a nosotros, ya que está interdicta, pero que al menos podemos nombrar, el goce, no tendríamos ninguna clase de idea si no fuera la fundación del sujeto en el lenguaje, que por vía de repercusión en tanto que funda en nosotros este orden, esta barrera, esta defensa que se llama el deseo, que por repercusión, digo, no nos forzará a interrogar: ¿contra qué nos defendemos?, ¿que es lo que respecta a este goce?, cuestión desde luego, que no se plantea ningún ser que no sea el ser hablante. ¿Qué perfila para ustedes el desarrollo de esta línea a la derecha?. Pero, si ustedes tienen algo que les quede del esquema SI. IA. ustedes pueden ver la disposición fundamental que va del S al campo del Otro que les designa lo que voy a recordarles enseguida: a saber, que es de este campo que es retirado por el sujeto como pertenencia el objeto a, que algo está en juego. Más acá, concerniente a otra función del Otro, ya que este Otro, ahí detrás del sujeto totalmente oculto a él y percibido solamente en espejismo, ahí donde lo proyecta en el campo del Otro debe ubicarse el goce, esto por la orientación general de lo que tengo que decirles hoy. El efecto, el valor fundamental del objeto del goce es al demostrarnos mediante qué engranaje, porque no tenemos ningún otro hasta el presente, desafío a cualquier filosofía a darnos cuenta hasta el presente de la relación que hay entre el surgimiento del significante y esta relación del ser al goce. Hay forzosamente una, ¿cuál es?. Efectivamente es en la línea de la topología subjetiva que se concentra algo de este campo del goce. Es muy precisamente la cosa está en suspenso en este punto en que Freud nos dijo, ahí está el sentido de lo que él dice. En este hilo subjetivo, en lo que hace que el sujeto no sea inmanente, sino latente, evanescente en la red del lenguaje ahí dentro está tomado al goce en tanto es que es goce sexual. Ahí está la originalidad y lo abrupto, el acento de lo que nos dice Freud. Pero, ¿por qué es así?. Ninguna filosofía, digo, actualmente coincide con nosotros. Y estos miserables abortos de filosofía que arrastramos detrás de nosotros como hábitos que se despedazan no son otra cosa, desde el comienzo del siglo pasado; que una manera de juguetear, más bien que de dedicarse a esta cuestión, que es la única sobre la verdad y que se llama, y que Freud nombró instinto de muerte, masoquismo primordial del goce, a saber, metáforas, reflejos, relámpagos, que proyecta sobre esta cuestión nuestra experiencia. Toda la palabra filosófica se caga y se sustrae. No sabemos, pues, lo que hay de esta toma de la línea en este campo dudado y, sin embargo, ya anunciado en todo el fantasma de la tragedia. No sabemos por qué algo viene a nuestra experiencia de una manera, contingente, quizás, con Freud, que nos dice: lo que se toma del campo de la palabra y del lenguaje es lo que, del goce tiene una relación con este otro misterio dejado intacto, se los haré notar en todo el desarrollo de la doctrina analítica y que se llama la sexualidad. Entonces, lo que yo llamo el dedo en el engranaje es que se trata de muy otra casa que dar razón, no estamos para dominar el por qué de esta aventura, —ya es mucho que sepamos cómo se entra ahí, como tomados por el dedito, es quizás ahí para hacer algunas reflexiones, las que se imponen concernientes a la topología de esta mecánica que nos podrá venir alguna luz sobre estas razones y estos límites, tanto más como debe hacer algún tiempo que toda la mecánica funciona al percibir las cosas, por esta punta podremos, quizás, saber mucho al ver de qué manera anteriormente nos hemos obligado a no ver. Entonces ¿cómo se entra ahí, es evidentemente, todo el sentido del objeto , en esta relación a lo que hemos inscripto como necesario del lugar del Otro, en esta relación que se establece por la demanda y que nos empuja ahí a partir de la necesidad, algo muy simple entra en juego es que de este campo del Otro acertamos a recuperar nuestro propio cuerpo en tanto eso ya está ahí, que el pecho no sea sino una pertenencia de este cuerpo perdida en el campo del Otro por lo que llamaremos provisoriamente desde nuestro punto de vista una contingencia biológica que se llama simplemente ser mamífero. Somos mamíferos, amiguitos míos, no podemos remediarlo y eso tiene muchas otras consecuencias. Está, en general acompañado de este hecho tener este aparato extraño que se llama un pene y que hace que la copulación está sostenida por un cierto goce, eso no rompe las manijas como se dice. En fin, esta es una, una que se tiene al alcance de la mano. Los hago divertirse, pero es el centro de la enseñanza analítica comenzó a partir de ahí, no te lo toques o te lo van a cortar. Esa fue una de las primeras verdades. Se hacia así, ¿no es cierto?. Vagamente, este descubrimiento formidable que se llama el Edipo. Es necesario, de todos modos ver bien, que es en este nivel de verdad trivial que este otro pequeño camelo de la relación con el pene está enganchada en el enorme asunto del Edipo. Esto debería, de todas modos llevarnos a la reflexión. ¿Esta todo ahí?. En otros términos, henos aquí puestos sobre el montón de lo que hay que pensar de la castración. Eso tiene mucha relación con los dos términos que acabo de adelantar: el ciclo corto del goce sexual en el mamífero. ¡Ah!, no perdí mi tiempo este año en explicarles lo que eso puede ser entre las chinches. Eso debe ser insondable. Respecto de esto la de ustedes puede siempre… volver a vestirse. Es muy importante esta observación. La segunda, en efecto, está como muchas cosas, —muchas cosas para el hombre—, está al alcance de la mano, por la razón de que no hay muchos seres fuera de él que tengan una mano. Los primates hacen habitualmente todo el día el uso de esto que evoqué recién y tienen, por consiguiente, en lo que concierne al goce problemas mucho más simples. Pero, se notará que, por ejemplo, simplemente en el perro, que tiene sobre el primate la ventaja de entrar en el campo de la palabra humana, todo lo que se refiere a este frotamiento toma un grado mayor de complicación. No se puede sino admirar una cosa, es hasta qué punto los perros están bien educados. Es de ahí que hay que partir. Ustedes ven que rápidamente nos encontramos comprometidos en una especie de colusión, que es aquello sobre lo que se precipitaron las personas que toman atajos de colusión entre el objeto a de la demanda y algo que concierne a lo que se rehusa de o a el objeto del goce. Es, justamente, que de permanecer ahí no iremos lejos. No iremos lejos porque de permanecer en este nivel de la demanda en lo que… que pertenencia del cuerpo. No hablo de la otra, a saber, de la más trivial, aquella de la que se dice que nos es demandada por el Otro y mediante la cual las damas lo que tenemos para dar con nuestro cuerpo para ponerla en el lugar del Otro considerado como estercolero, como campo de abono, a saber, lo que llamamos púdicamente las heces, el escíbalo, scubalón, lo que se arroja. Es una palabra muy elegante y en verdad, digamos que tiene, en general, la función del desecho corporal. Al limitar como se tiende a hacer en un cierto horizonte analítico, toda la dialéctica de las relaciones del sujeto al Otro a la demanda se culmina en esta esfera, limitada a la frustración, a la prevalencia del Otro materno, justamente llevado a los grados de complicación de lo que se llama los padres compuestos y se obtiene, en efecto, algo bastante cerrado que no tiene, verdaderamente, sino un sólo inconveniente, es que uno se pregunta después de eso por qué hubo la invención del Edipo, mientras que, justamente, esta invención era original, que surgió con el yelmo en la cabeza totalmente armada del cerebro de Freud. Es muy cierto que es a esto que se refiere esta dimensión del deseo en la medida en que Freud la puso él también primero y que solamente alrededor de ella se edificó, se descubrió el mecanismo de la demanda y que no hay ninguna demanda, no solamente que no evoque, sino que literalmente no se evoque más que de la formación en su horizonte del llamado del deseo. Digamos que al Otro en el lugar de ser ese campo inerte donde se recupera algo, a saber, ese pecho que es el objeto ideal siempre faltante que intenta en todo tipo de aparatos reproducir la maquinaria humana, al fin de cuentes, que sea el que hace natación submarina o se vaya al Cosmos —como se dice ahora—, es siempre en un pequeño aparato alimentador con él y formando circuito cerrado que se amojona, ninguna necesidad para eso de imaginar su nostalgia del útero materno en el cual, precisamente, su equipo era a este respecto singularmente deficiente —quiero decir, en el registro que acabo de evocar— y de una simbiosis bien poco sólida. El campo del Otro es esto que se trata de interesar en el deseo. El deseo viene a interesar al Otro y está ahí la esencia diferente de los otros dos objetos. Es por esto que este año hice puntuar, incluso aislar, el paradigma del primero de estos objetos, a saber, la mirada, como representando el momento avanzado de mi exposición, No me demoraré en los otros de los que tenemos suficientemente el manejó —aunque, hay que volver a eso—, sino que hablé de la mirada. La mirada tiene este privilegio, de ser lo que va al Otro como tal. Es desde luego, hay ahí toda una fenomenología en la cual podemos demorarnos, incluso, podemos disfrutar pero ya que es una hendidura, ¿en qué momento funciona?. ¿Cuándo está abierta o cerrada?. Hay un sueño en la Traumdeutung que se llama: cerrar los ojos. Consúltenlo un poquito, ya todo está ahí. Hay un montón de preguntas que se planteen. Pero de esta función de la mirada separé todo la pintoresco no pregunté porqué es a partir del momento en que es ciego que Tiresias se vuelve vidente, jugueteos que hacen la alegría habitual de nuestro singular medio. Yo dí la estructura. Y como con la mirada entra en juego siempre completa una topología que describí, sobre la cual no podemos volver que es aquella que justifica la existencia de la pantalla. En este campo del Otro la mirada es lo que introduce la pantalla y la necesidad —que uno de mis alumnos, Mellman, me hizo recientemente— la observación de que está inscripta en el artículo de Freud: Prinzeps Technikrierungen, Sobre los recuerdos encubridores— la necesidad de que el sujeto se inscriba en el cuadro. No está dicho, desde luego, esta topología tan esencial, tan fundamental a todo el desarrollo freudiano que es tan importante como el del Edipo, esta topología que es verdadero asiento y lo que da su consistencia a esta función que se llama: —¿por qué?—, de la escena primitiva. ¿Qué es esto si no es la necesidad de estos marcos, de estos portantes que intenté, este año instalar frente a ustedes para hacerles notar la condición estructural que no es, quizás —es esto lo que debe confirmarse—, sino al revés, el dobladillo, el segundo giro gracias al cual ya completo en Freud, —pero por nada hasta aquí completado—, completado porque seguido en el orden de su doble giro instaura al lado de la ley del deseo, en tanto es el deseo condicionado por el Edipo, esta ley que liga aquello por lo cual el sujeto está enganchado al lugar del Otro, vuelve necesario ese cierto orden construido alrededor del objeto de la mirada, lo que hace que cuando este objeto del Otro viene a montarse sobre algo que llamamos como ustedes quieran el cuadro, la escena o la pantalla, lo que es el enganche justamente, pariente de un término cuyo origen pienso que ustedes saben de André Breton, y que llamaré el Otro, en tanto que carácterizado por ese poco de realidad, que es toda la sustancia del fantasma, pero que es también, quizás, toda la realidad a la que podemos acceder?. Esto merece que hayamos dejado y no sin propósito, por necesidades de exposición para más tarde este otro objeto extraño, en suma, por cruzarse con el objeto de la mirada, dije la voz; pero en tanto que ella, al venir manifiestamente del Otro, es sin embargo, en el interior que la oímos. Si la voz, desde luego, no es solamente ese ruido que se modula en el campo auditivo sino lo que cae en esta retracción de un significante sobre al otro que es lo que definimos como condición fundamental de la aparición del sujeto. Dicho de otro modo, en toda la medida en que ustedes entienden con todo lo que digo pocas cosas, es que están ocupados por sus voces como todo el mundo. Y ahora se trata de saber lo que quiere decir en todo esto la función de la castración. La castración me parece ligada a la función del deseo, en tanto que en este campo del Otro está literalmente proyectada en un punto límite suficientemente indicado en el mito por el asesinato y la muerte del padre y de donde se deriva la dimensión de la ley. Olvidamos demasiado que en el mito no es solamente la madre lo que el padre acapara, sino todas mujeres y que después del enunciado de la ley del incesto no se trata de ninguna otra cosa que de significar que todas las mujeres están interdictas tanto como la madre. De otro moto la historia del complejo de Edipo tiene necesidad de tantas añadiduras, a saber, que es por transferencia que las otras mujeres, etcétera. Es un accidente, coma si fuera un accidente, en resumen, que al mito de Edipo no tendría de otro modo ningún sentido. En otros términos, la castración se presenta, al tomarla por este sesgo, coma algo que nos sugiere preguntarnos el objeto mediante el cual el sujeto está interesado en esta dialéctica del Otro en tanto esta vez que no responde ni a la demanda, ni al deseo, sino al goce ya que partimos de una cuestión planteada por Freud del goce de las mujeres, —primer tiempo—, repitamos que el goce aquí, pues, se abre, por primera vez como cuestión en tanto que el sujeto está barrado lo que habíamos llamado otra vez en nuestro discurso sobre la angustia: embarazado. Desde luego, todo esto permaneció un poquitito en el aire. Es ciertamente en mucho el mejor Seminario que hice. Aquellos que tuvieron la preocupación de alimentarse de él en las vacaciones que siguieron pueden testimoniarlo. Pero, en ese momento yo tenía toda una primera fila de suboficiales que tomaban ardientemente lo que yo escribía, pero pensaban tanto en otra cosa, que se concibe que no les haya quedado nada. Embarazado está el sujeto, frente a este goce y esta barrera que lo embaraza es, muy precisamente, el deseo mismo. Es por esto que proyecta en el Otro, este Otro cuyo maniquí nos localiza Freud bajo la forma de ese padre asesinado, donde es fácil reconocer al amo de Hegel en tanto se sustituye al amo absoluto. El padre está en el lugar de la muerte y se lo supone haber sido capaz de sostener todo el goce. Es verdadero en Freud, aparte de que también en Freud podemos darnos cuenta de que es un espejismo, no es porque es el deseo del padre al que míticamente se planteó en al origen de la ley, gracias a la cual lo que deseamos tiene por mejor definición lo que no queremos. No es porque las cosas son así que el goce está ahí detrás del soporte del mito del Edipo, luego lo que llamé su maniquí. Aparece, por al contrario, también que esto no es ahí sino un espejismo, que es ahí también que no tenemos ningún trabajo en apuntar el error hegeliano, hablo del que en La fenomenologia del espíritu atribuye al amo, al de la lucha a muerte por puro prestigio —ustedes conocen la cantinela, espero— atribuye al amo guardarse para sí el privilegio del goce, esto bajo el pretexto de que el esclavo para conservar su vida ha renunciado a este goce. Pienso que ya una vez, hace algunos Seminarios, apunté un poquitito la cuestión por ese lado. ¿Por qué?, ¿dónde tomar las leyes de esta singular dialéctica, dónde pasaría a renunciar al goce para perderlo?. Pero, ustedes no conocen las leyes del goce. Es probablemente lo contrario; es incluso seguramente lo contrario. Es del lado del esclavo que queda el goce, y justamente porque renunció a él. Es porque el amo yergue su deseo que viene a culminar sobre las márgenes del goce. Su deseo, incluso, no está hecho sino para esto, para renunciar al goce y es por esto que emprendió la lucha a muerte por puro prestigio de manera que la historia hegeliana es una buena broma que se justifica bastante que sea totalmente incapaz de explicar cual puede ser el cemento de la sociedad de los amos, mientras que Freud da así la solución, es muy simplemente homosexual. Es el deseo, es verdad, de no sufrir la castración mediante el cual los homosexuales, o más exactamente, los amos son homosexuales, y es lo que Freud dice: el punto de partida de la sociedad es el lazo homosexual precisamente en su relación a la interdicción del goce, al goce del Otro, en tanto que es aquella de lo que se trata en el goce sexual, a saber, del Otro femenino. Esto es lo que en el discurso de Freud es la parte enmascarada. Es extraordinario que por enmascarada que esté, esta verdad que se despliega a cada momento —es el caso de decirlo—, en su discurso, por poco que, en todo caso, venga de nuestra experiencia, a saber que todo el problema de la unión sexual entre el hombre y la mujer, sobre el cual hemos derramado todas las boludeces de nuestro pretendida estadio genital de nuestro fabulosa oblatividad, este problema que es verdaderamente aquel sobre el que el análisis jugó al papel del oscurantismo más furioso y este problema entero reposa sobre esto, es la dificultad el extreme obstáculo a lo que en la unión intersexual —la unión del hombre y la mujer—, el deseo concuerda. Dicho de otro modo, que el goce femenino. Lo que se sabe desde siempre, desde Ovidio, lean el Mito de Tiresias; hay ahí veinte versos de Ovidio que puse en mi primer informe, el de Roma, porque es un punto esencial y que intenta hacer evocar luego cuando se habló de la sexualidad femenina en Amsterdam. Eso estuvo bueno. ¿Cómo olvidar la profunda disparidad que hay entre el goce femenino y el goce masculino? Es por esto que en Freud se habla de todo, de actividad, de pasividad, de todas las polaridades que ustedes quieran, pero jamás de masculino—femenino. Porque eso no es una polaridad. Y por otra parte, como eso no es una polaridad es totalmente inútil intentar hablar de esta diferencia. Hay un sólo intermediario de esa diferencia: es que en el goce femenino puede entrar como objeto del deseo del hombre como tal, mediante lo cual la cuestión del fantasma se plantea para la mujer, pero como ella sabe de esto, probablemente, un poquitito más que nosotros en lo que concierne al hecho de que el fantasma y el deseo son, precisamente, barreras al goce, esto no simplifica su situación. Es fastidioso que verdades tan primeras en el campo psicoanalítico puedan tomar un aire de escándalo, Pero, es necesario que sean adelantadas porque esta propiamente ahí lo que justifica en el tiempo preciso en que estamos en nuestra exposición, es decir contrariamente el hecho que hace que sea tal o cual pertenencia del cuerpo, objeto caído del cuerpo en un cierto campo el que organice la demanda y el deseo en cuanto a aquello de lo que se trata de la relación del deseo al goce en tanto que interesa al sujeto, del sexo opuesto. El intermediario ya no es de un objeto, ni incluso de un objeto interdicto —de la interdicción pedantesca, si puedo decir, que es todo un registro de la castración freudiana—, eso va del interdicto llevado sobre la mano del niñito o de la niñita hasta la formación que ustedes reciben en la Universidad, —se trata siempre de impedirnos ver claro—, sino la otra función de la castración, que se confunde con la primera es mucho más profunda, es aquello, por lo cual si un acuerdo es posible, —un acuerdo, entiéndanlo, a la manera en la que puedo intentar hacer una muestra de color lo que reproducirá al costado de este algo que sea del mismo tinte. Es gracias al hecho de que este objeto, que es el pene, pero, que estamos forzados a ser llevados a esta función de ser etiquetado falo, y tratado de una manera tal que aquella que es la misma que cuando nos entregamos a este ejercicio del acuerdo, son cosas sobre las cuales por disciplina no me extendí este año; pero es otro registro que el de lo visual y el de la mirada. Con cualquier lápiz de color se puede hacer una pequeña mezcla que reproduzca cualquier otra —digo: cualquier y cualquier—, salvo en lo que nos permitimos cuando eso no anda —lo que se produce sobre un margen bastante grande—, de servirse, de servirse de uno de los colores del trío para sustreerlo sobre la muestra del otro lado. En otros términos: hay ciertos cualidades de ciertos objetos que es necesaria que hagamos pasar al signo negativo.

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