Seminario 13: Clase 8, del 26 de Enero de 1966

Mis queridos amigos, la cuestión es la existencia y el funcionamiento de este seminario cerrado. Lo que me decidió a hacerlo es que entiendo que se produzca ahí lo que se llama —más o menos propiamente—, un diálogo.

Este término es vago y se abusa mucho de él. El diálogo, tal como puede producirse en el marco que intento fundar de este Seminario cerrado, no tiene nada de privilegiado con respecto a cualquier diálogo.

Muy recientemente, por ejemplo alguien vino a demandarme algo. Ese algo era en sí algo tan exorbitante e imposible de acordar, que yo no creí ni un instante que era eso lo que se me demandaba. El resultado es que concediendo algo que yo podía acordar totalmente, la persona que estaba frente a mi se convenció de que yo le acordaba lo que era según su deseo y que, se los repito, estaba tan fuera de todos los límites de posibilidad que yo no podía, incluso, ni pensar que era eso lo que se me demandaba (Falta una página, en el original francés.).

Por otra parte, ustedes tuvieron una presentación de mi alumno Conté y un cierto número de cuestiones planteadas por mi alumno Melman. Estos tres trabajos que fueron muy preparados, bastaron para llenar el cuarto miércoles al que hago alusión, el del mes de Diciembre (refiere al Seminario cerrado del 22 de Diciembre de 1965).  Es en esa línea de cosas y por ese hecho prometido, que ustedes oirán hoy una puesta de Stein. Supe ayer de él, —con placer— que me pedía hablar durante más de media hora: que hable todo el tiempo que quiera, a condición de dejar la mitad de la sesión para las respuestas que, espero, se manifiesten. Me disculpo, entonces, hacia él si me comprometo como lo hago, a no tomar la palabra yo mismo hoy, ya que se demuestra para algunos que es la presencia misma de esta palabra la que los pone en una posición de no querer, —resumo, es mucho más complejo—, exponerse a no sé que comparación, cuya referencia a una ocasión semejante me parece absolutamente en el límite de lo analizable.

Conseguiré o no conseguiré. Pero, no se trata para mí, en absoluto, del valor del trabajo que hice para ustedes acá. Conseguiré, pues, o no conseguiré, que se intervenga. Les ruego, pues, ahora que presten su atención a lo que les va a decir Stein a quien paso inmediatamente la palabra.

STEIN: —Tomaré como punto de partida de mis respuestas las observaciones muy precisas y muy pertinentes que Conté hizo la última vez y al mismo tiempo seré llevado a responder a un cierto número de preguntas de Melman para destacar enseguida un problema que concierne muy particularmente a la exposición de Melman. Creo que en el centro de las preocupaciones de Conté, a propósito de los dos artículos míos que analizó, se encontraba esta noción de situación fusional. Es sobre esto que Conté señala, que insiste al principio, y cita dos frases mías, dos frases que figuran en el primer artículo. La primera: hay un único Ello hablante y escuchante. Y la segunda: el paciente y el analista tienden a ser, ambos, dos en uno, en el cual está todo. A partir de ahí Conté anota que tales estados son raros. Así es conducido a preguntarme: primero, si relacióno estos estados a una estructura neurótica determinada; segundo, cómo sitúo estos estados en relación al conjunto de la cura.

Detengámonos, pues, en esta primer pregunta de Conté. La respuesta que espero poder proveerles servirá en gran medida como clave para todas las otras preguntas y para todas las otras objeciones que se me hicieron. Mi respuesta podría ser la siguiente: es verdad que relacióno estos estados a una estructura determinada, a una estruc tura neurótica determinada, para esta estructura determinada concierne a todos los pacientes, al conjunto de todos los pacientes capaces de transferencia. Diré incluso: sí, relacióno todos estos estados a una estructura común que define a esta categoría y que intentaré elucidar un poco enseguida. Respondería no, si fuera necesario tomar estructura, estructura neurótica en el sentido estricto del término, es decir, lo que distingue una forma de neurosis de otra. Y no pienso que estos estados no se encuentren sino en una de las formas de neurosis que se pueden distinguir. En cuanto al conjunto de la cura, debo decir que la cuestión es un poco más difícil, dado que en estos trabajos, en los trabajos que di hasta ahora, el conjunto de la cura no está, todavía, tomado en consideración en lo que la diferencia en sus fases sucesivas. No es sobre eso que traté, por el momento. Por el contrario, se trata de cosas, de fenómenos, que se encuentran de una punta a la otra de la cura. Es decir que en este primer estadio tomé en consideración algo que es común, que concierne no a la cura, sino que concierne a la sesión analítica, cualquiera sea. Es decir que intento para mi uso personal en primer lugar, por otra parte, encontrar hitos, que sean válidos para la primera sesión tanto como para la última de una cura.

Las respuestas que acabo de dar así a Conté están en contradicción con la noción de que privilegio —según Conté—, estados raros. Podría observar a esto: bien poco importa que estos estados sean raros, si son ejemplares. También podría objetar a esto: yo los encuentro muy frecuentemente. Ustedes no dejaran de encontrar que una u otra respuesta serían demasiado subjetivas para servir de base a una discusión. Y este carácter subjetivo de mi respuesta sería aún acrecentado si les recordara que se trata ahí de estados límites que no podrían ser realizados. Lo que se puede percibir son solamente estados que puedan —es lo que hice— ser descriptos como tendiendo más o menos a este límite.

Para abandonar este registro demasiado subjetivo deberemos considerar que los casos límites en cuestión, que no podrían ser realizados, son, por definición misma, imaginarios. Somos, pues, llevados a definir este estado imaginario, lo que viene, más precisamente, a definir el sentido de la proposición: Ello habla. Es a propósito de la definición del sentido de esta proposición que voy a ser llevado a exponerles un argumento que es, quizás, un poco nuevo y que debería servirnos de clave para las principales cuestiones que han sido planteadas. Estoy, pues, obligado a pedirles una atención particularmente sostenida durante algunos instantes, ya que estoy obligado a anunciarles un cierto número de proposiciones bajo una forma bastante árida.

Se trata entonces, de elucidar el sentido de la proposición: Ello habla. Llamemos predicación a toda proposición que designa un sujeto por medio de su predicado. Llamemos a este sujeto, sujeto del predicado. En cuanto aquel que está en el origen, aquel que es el agente de la predicación, aquel que realmente pronuncia las palabras y que no esta habitualmente representado por un término de la proposición, aquel que podría hacer proceder la proposición con un digo, llamémoslo sujeto predicante. Notarán que esto necesariamente siempre es en primera persona.

Ahora convengamos que el sujeto del predicado es el término que designa un paciente determinado de una vez por todas. En la situación analítica se trata de aquel que llamamos habitualmente el paciente. Y si se quisiera examinar con este método el contenido de un diálogo cualquiera aquel del que les hablaba Lacan hace un rato, Y, bien, el paciente podría ser elegido arbitrariamente. Pero debería permanecer siempre el mismo. El paciente debe permanecer siempre el mismo ya se hable de él, se le hable a él o hable él mismo. Les doy un ejemplo para precisar bien las cosas. El paciente, digamos, en la situación analítica, ya que, de hecho, no es sino ella lo que tenemos en vista hoy, y no llegaré a la extrapolación que concierne a todo diálogo, el paciente dice a su psicoanalista: usted no responde a mi expectativa. El sujeto del predicado, contrariamente a las apariencias está contenido en mi, lo que quiere decir que esta frase, para aclarar las cosas, podría ser transpuesta: yo espero en vano su respuesta. Ahí el sujeto del predicado sería Yo —predicado— espero en vano su respuesta. A esto ustedes objetan que las dos frases no tienen el mismo sentido.

Les responderé que esto nos muestra que no es indiferente que el sujeto del predicado figure ahí de una manera o de otra. Nuestra proposición ello habla en la sesión es una predicación de segundo grado. No lo olvidemos, no tenemos que estudiar especialmente estas predicaciones de segundo grado, pero debemos saber bien que cuando hablamos, hablamos de palabras que se dicen en la sesión.

Hay que distinguir lo que nosotros decimos de las palabras que son dichas. Eso no quiere decir nada más. Ello habla en la sesión es nuestro discurso sobre la palabra que en la sesión era pronunciada. Debemos, pues, preguntarnos ¿quién hablaba, quién habla?. Con toda evidencia en el campo considerado ello habla en la sesión era: es el paciente quien habla. Sin embargo, decimos ello habla y no él habla. ¿Por qué?. Porque él no habla. El no habla a su psicoanalista en el caso imaginario que tenemos que considerar. Para aclarar bien las cosas consideremos primero el caso en que él hablaría a su psicoanalista, el caso en el límite más habitual en mucho. En el caso en que él habla a su psicoanalista, su palabra podría estar precedida por un digo, lo que implica que deben ser dos en la escucha: yo hablante y escuchante, que designa al paciente en el mismo orden, —en tanto que es yo, que es yo del Otro, el psicoanalista escuchante. Podemos considerar otro caso, donde es el paciente que habla, del que podemos decir él habla. El paciente puede pronunciar palabras, que supone dirigidas a sí mismo por su doble o por el tercero, por ejemplo por su psicoanalista. Esta suposición suya es que su palabra podría, aún estar precedida por un yo digo. Yo semejante al yo de aquel cuya palabra es supuesta. Este no es siempre el caso imaginario que consideramos.

Hagamos primero algunas observaciones que tienen referencia a este orden formal que es el del: él habla, y que consideramos por el momento. Primera observación: yo sujeto predicante es siempre del mismo orden que otro yo sujeto predicante. Segunda observación: cuando es el paciente quien habla, el sujeto predicante es por definición el mismo que el sujeto del predicado. Yo digo yo. Tercera observación: cuando el sujeto predicante es el mismo que el sujeto del predicado este último está siempre en la primera persona. Hablando de mí mismo yo no puedo designarme de otro modo que mediante yo. Para hablar de sí, se dice yo. Pero, en el segundo caso que consideramos para hacer hablar a otro de uno se dice a su psicoanalista usted me dirá que…. Para hacer hablar a otro de uno, no se dice yo, se dice me. Usted me dice. A propósito de esta forma reflexiva de la primera persona me debemos notar, es muy importante, que implica la referencia a una predicación en segunda persona: Usted me dice. Me contiene el sujeto del predicado. No es menos cierto que la referencia implicada en la segunda persona es la del tú: usted me dice tú. Hay, pues, en la forma reflexiva, de la primera persona, me, un cierto grado de contaminación del yo, primera persona propiamente hablando mediante una referencia a la segunda persona, tú. Si les hago notar este grado de contaminación que existe en esta forma reflexiva es porque nos lleva fácilmente por transición al caso imaginario que tenemos que considerar donde ya no hay contaminación del yo por la referencia a un tú. Yo y tú, que designan siempre al mismo sujeto, el sujeto del predicado, sino donde hay confusión de los dos. ¿Qué hay, pues, del caso imaginario que debemos considerar ahora, aquel a propósito del cual nuestro comentario es: ello habla?.

Y bien, hemos visto que en el orden formal donde se puede decir él habla, él designa a yo sujeto predicante, que se opone siempre a un otro yo sujeto predicante. El orden imaginario es aquel donde ello habla, ello designa, como emisor de la palabra, una persona única. Hay siempre dos yo. No hay más que un ello. Una persona única y una persona innominada, en el sentido en que no se nombra. Por otra parte, cuando decimos él habla nos referimos a aquel que dice yo. Y cuando decimos ello habla no tenemos nombre para designar lo que está en el origen de la palabra pronunciada. No tenemos nombre para designar al sujeto predicante, por la buena razón de que este sujeto predicante pierde ahí su estatuto de sujeto. El caso imaginario es, precisamente, aquel donde, contrariamente a la ley que los presenta bajo forma de observación hace un rato, donde contrariamente a la ley el sujeto del predicado está en segunda persona mientras que el sujeto predicante es el mismo que el sujeto del predicado. Dicho de otro modo, donde la primera y la segunda persona no hacen más que una.

Ejemplo: ¿cómo se puede dar el ejemplo de un caso imaginario?. No se lo puede dar sino de una manera muy aproximativa evidentemente: el paciente hablando por la boca de su psicoanalista. Entiendo, no en el sentido figurado de la fórmula hablar por la boca de algún otro, sino al paciente hablando por la boca de su psicoanalista. Digamos realmente, ya que no hay nada tan real en el sentido de que se trata de la realidad psíquica con el imaginario. El paciente hablando por boca de su analista, es algo, —si se toma el término en su sentido propio y su figurado—, evidentemente imposible en todo otro dominio que el de la realidad psíquica.

Entonces, ¿qué sucede en este caso imaginario?. En su predicación se designaría a sí mismo como el sujeto de la segunda persona, diciéndose tú. Si tal palabra estuviera precedida por un digo, esto daría yo y tú siendo el mismo, digo: tú eres yo.

Ahora bien, él no puede decir tú eres yo. Por eso decimos ello dice: tú eres yo. La persona imaginaria que es, a la vez, primera y segunda, la designamos en nuestro discurso, —sobre su discurso—, como siendo ello. Ello es una persona imaginaria. Ello habla y el discurso que se hace oír, semejante a una predicación, no tiene este estatuto, en razón del carácter ubicuo del sujeto que se designa ahí —les dije hace un rato que no tenía el estatuto del sujeto. Ahora, quizás, sea bueno notar que hemos distinguido dos registros de la palabra: el registro formal del él habla y el registro imaginario del ello habla, debemos agregar que estos registros admiten subdivisiones muy numerosas. Pero, no es nuestro propósito hoy examinar todas las subdivisiones posibles de estos registros. Lo que sería, por otra parte, un propósito muy interesante de hacer. Quisiera simplemente mencionar tres registros que constituyen subdivisiones del registro normal él habla. Tres registros porque nos serán de una utilidad inmediata. Estos registros son, por otra parte, los más simples.

Primero el de la designación del sujeto del predicado en segunda persona. La palabra, en este caso, es evidentemente el hecho del otro, aquel que dice tú. Este registro es, en una aproximación muy grosera, en una primera aproximación, aquel que está privilegiado en la interpretación del psicoanalista que dice a su paciente tú.

Segundo, designación del sujeto del predicado en la primera persona reflexiva, registro que ya encontramos como ejemplo ahí es el paciente quien habla de sí mismo, designándose por medio del dicho supuesto de su psicoanalista que constituye el predicado. Este registro de la designación del sujeto en la primera persona reflexiva, del sujeto del predicado es el de la interpretación supuesta del analista. Es el registro de una manera, todavía, muy aproximativa, de una manera privilegiada, el de la transferencia.

Ahora, dirán ustedes, existe, incluso un registro extremadamente simple y del que ya hablamos hace un rato y que hay que tener muy en cuenta, es aquel de la designación del sujeto del predicado en primera persona. En el caso del psicoanálisis, aquel donde el paciente habla diciendo yo, ¿qué hay de este registro?.

Y bien, les pido un momento, volveremos ahí enseguida, porque les propongo precisar todo esto respondiendo a un cierto número de cuestiones de Conté.

Yo presentaba —dice Conté— a la palabra como introduciendo un corte. Yo presentaba, incluso, a la palabra —dice él—, como anotando el flujo psíquico sin falla ni corte. La expresión es de Conté, hay ahí una paradoja aparente que lleva a Conté a plantear la pregunta: —pero a mi entender—, ¿qué es lo primordial?. Esta es mi respuesta: la función primordial de la predicación me parece  (……….)  el registro que designé hace un rato, como siendo aquel de la designación del sujeto del predicado en segunda persona, registro que, de una manera privilegiada, sería a aquel de la interpretación del psicoanalista. Les señalo que todo esto, por supuesto, demanda ser mucho más investigado de lo que yo lo hice en este primer proyecto, esto es, pues, lo primordial. Agregaría que la función de esta predicación tiene alguna relación. Y diría, incluso una relación muy íntima a lo que podemos designar como siendo la función paterna, que es constitutiva del aparato del alma como lo llama Freud, aparato psíquico, en su dimensión tópica tanto como en su estructura, es decir, en su referencia a estas tres personas no gramaticales que constituye lo que se llama, con un término impropio, la segunda tópica freudiana, en consecuencia, constitutiva del registro imaginario del que decimos ello habla. Dicho de otro modo, constitutivo de lo que, en el lenguaje habitual, se llama el ello, tanto como constitutiva de yo del superyó.

Agreguemos ahora que en este registro imaginario, ello habla, la función de predicación de la palabra está de alguna manera, alienada. Notemos ahora que hay incompatibilidad entre ello habla y la predicación, que frente al registro narcisista ello habla, la predicación tiene bien un efecto de corte que restituye al paciente en uno de los modo de registro donde él habla, o bien no tiene efecto en absoluto. En ese caso, esta función de predicación, esta predicación está de alguna manera, forcluída y para retomar el término de Lacan en el ejercicio de su función, y pienso que esta manera de ver las cosas se debe recubrir bastante exactamente con la que Lacan llama la forclusión del Nombre-del-Padre. Dicho de otro modo cuando ello habla, y que, de alguna manera, las cosas son fijadas en este registro, que la predicación queda sin efecto, debemos considerar que no hay transferencia simplemente en el sentido en la intervención de la predicación que designa el sujeto del predicado la segunda persona no rompe, en absoluto, el ello habla y no hace acceder al paciente, en particular, al registro de la designación del sujeto en la primera persona relativa. Es decir que, en este caso de forclusión tenemos que vérnosla en la práctica con pacientes para los que la interpretación no representa nada en tanto que tal y que no acceden al registro donde se designan a sí mismos por medio de la interpretación supuesta del psicoanalista. He aquí la forclusión; he aquí lo que respecta a la forclusión del Nombre-del-Padre, como dice Lacan, y he aquí, muy precisamente, la definición de la neurosis narcisística, tal como la distinguió Freud.

Ustedes saben hago aquí una acotación destinada a mostrar que todo esto tiene también un interés para el psicoanálisis, ustedes saben que desde que los psicoanalistas empezaron a ocuparse de gente que estaba loca, a ocuparse de alienados notaron que, esta gente experimentaba frente a ellos sentimientos muy vivos, lo que les hizo creer que la locura no incluía la posibilidad de la transferencia. Y bien, es un error, si se quiere mantener el marco de las neurosis narcisística, —lo que me parece necesario—, hay que tomar la transferencia en un sentido más restrictivo que el del sentimiento dirigido a alguien, en un sentido estricto que es el que les propongo, —por ejemplo, porque hay muchas otras formulaciones posibles—, como ser por ejemplo, esta capacidad de designarme por medio de la interpretación supuesta del psicoanalista. Y bien, la locura, en la medida en que el paciente está loco, porque no se está jamás completamente loco y es por eso que se puede incluso tratar a los locos, y en la medida en que el paciente está loco esta posibilidad no existe en razón de la forclusión de la que acaba de ser cuestión.

Ahora bien, siempre en esta acotación, —ya que ahí ya no respondo a las preguntas de Conté—, se debe notar que hay que volver a este registro, del que no les dije nada hace un rato, registro de la designación del sujeto en primera persona, el paciente hablando de sí mismo y diciendo yo.

Y bien, en este otro extremo se podría decir la función de predicación de la palabra es, no alienada, como en el registro imaginario del Ello habla, sino que ella es pretendidamente asumida enteramente. Este registro podría ser definido como siendo aquel del narcisismo secundario. Frente a este registra la predicación, o bien debe volverse a poner en cuestión en su efecto, o bien queda sin efecto. Ahí todavía puede haber forclusión de esta función que Lacan designa como esencial del Nombre-del-Padre, ahí todavía no hay transferencia posible, en la medida en que las cosas son verdaderamente así. Aquí tenemos que vérnosla no en la práctica, con locos, sino, muy al contrario, con personas que son perfectamente sanas de espíritu o aparentemente sanas de espíritu. Estos pacientes sanos de espíritu que no hacen análisis, que parecen de algún modo irreductibles, y de los que se dice, en un lenguaje que me parece bastante inapropiado y bastante vago, tanto más cuanto que la terminología es múltiple, que presentan defensas narcisistas dirigidas a defensas de carácter irreductibles a todo lo que se quiera.

Entonces, esto era una acotación, una indicación muy sumaria para mostrarles que mis formulaciones, —un poco áridas, no pienso que sea necesario ver las cosas como yo las veo y no pienso que sea necesario interesarse en este género de formulaciones—, para decirles que en la medida en que uno se interesa, esto no quiere decir que uno no se ocupe de psicoanálisis.

Otra pregunta de Conté: ¿en el único Ello hablante y escuchante, el psicoanalista está también sometido a la regresión tópica o se trata, más bien de un fantasma de fusión del analizado?.

Y bien, creo, que lo que precede permite formular la respuesta muy simplemente, implica ya la respuesta, en toda la medida en que hemos planteado, justamente, esta convención de que el paciente se mantenía siempre el mismo, la convención a determinada prueba que cuando hablamos las palabras que se hacen oír en el curso de la sesión de análisis, no podemos de un golpe tomar al psicoanalista como paciente. Pero, se puede razonar así: el único ello hablante y escuchante designa, muy evidentemente, el fantasma del paciente, fantasma que delata desde el punto de vista fenomenológico un cierto afecto una cierta manera de ser temporal, aleatoria que designé como siendo la expansión narcisista. No exijo, en absoluto, que se retenga esta terminología, que no tiene una importancia fundamental. Lo que es importante es subrayar el carácter irreductiblemente inconsciente del fantasma del paciente enunciado, más bien que hablar de expansión narcisista, ya que hacemos la teoría anunciándolo a este fantasma de la siguiente manera: ello dice: tú eres yo. Ustedes notarán que tú eres yo, esta fórmula no es especularizable, y que no hay nunca sino un Ello, lo que responde, creo suficientemente a la pregunta de Conté.

Otra pregunta. Conté dice que para mi el narcisismo primario —para él no lo asegura—, aparece como un paso primordial, como un paso anteverbal o preverbal del desarrollo. Por otra parte, planteándose al paciente como el objeto faltante de su psicoanalista aparece, en mi trabajo, apuntar a la restauración del narcisismo del otro. Y esta restauración del narcisismo del otro se presentaría como el mito o el fantasma de la completud del deseo del Otro. Entonces, Conté me pregunta: —¿cuál es el aspecto decisivo y cómo se articulan los dos aspectos entre ellos?. Y bien, mi respuesta sobre el primer punto: creo que respondí suficientemente para no tener necesidad de dar precisiones sobre el hecho de que es muy evidente que no puedo considerar el narcisismo primario como algo anteverbal o preverbal. Esto resulta de lo que intenté mostrarles recién.

Sobre el segundo punto diré a Conté que creo que hay que distinguir el fantasma narcisista y el mito narcisista, al menos se los puede distinguir. El fantasma narcisista es el fantasma del paciente, es inconsciente. El mito narcisista, —esta es una noción quizá un poco más nueva que Conté introduce así— el mito narcisista no es inconsciente, sino consciente o preconsciente, susceptible de devenir consciente. Este mito narcisista es aquel según el cual el Otro podría cumplir o calmar su deseo. El mito narcisista sería por ejemplo, el mito del psicoanalista ordenador del destino, el mito del psicoanalista erigido en una función que es, propiamente hablando la de un ídolo.

Conté y Melman, por otra parte, han querido interrogarse sobre la relación de los hilos provistos por mis dos primeros textos con un cierto número de principales categorías lacanianas. Se encontraron, entonces, molestos de que el narcisismo primario descripto en una primera aproximación, como un estado límite de fusión, podía aparecer en un aspecto de alguna manera amorfo. Quizás, las precisiones que sus observaciones me llevaron a formular, en cuanto a la significación de la proposición Ello habla, quizás estas observaciones, esta clave que intenté proveer en una primera aproximación, contribuya a plantear mejor los elementos de tal confrontación. No obstante queda en pie, no lo olvidemos, que mi primer artículo introductorio conserva y conservará un carácter más descriptivo que teórico, hablando con propiedad; y que el segundo artículo que Conté resumió apunta a situar la palabra del paciente en un plano definido por dos ejes de coordenadas, la imaginaria donde ello habla y la normal donde ello habla designando la primera persona por medio de la atribución de su objeto. La progresión asintótica hacia el primero de estos ejes la llamé movimiento de regresión tópica. Y la progresión asintótica hacia al segundo de estos ejes la llamé movimiento de la represión. Esto justifica plenamente la impresión de Conté y de Melman, de que se trata ahí como ellos dicen, de un encuadre de la situación analítica en referencia a la oposición no diría tanto de dos términos, como ellos dicen sino de dos ejes.

Conté sintió muy bien, por otra parte, que en toda la medida en que tal localización condujera a evocar la relación sado-masoquista en la transferencia como lo hago en el segundo artículo, un tercer término se encontraba ya necesariamente implicado, tercer término que será introducido en el tercero de estos artículos que Melman comentó el de la función de predicación de la palabra del psicoanalista. Pero sigue en pie que en este tercer artículo el trabajo está lejos de ser acabado. Es este inacabamiento que vuelve la confrontación, de alguna manera, banal.

La cuestión de la situación de la castración en relación a la frustración, sobre la cual termina el comentario de Conté, será abordada correlativamente a la de la constitución del Ideal del yo, en tanto que heredero del narcisismo primario. Esto aún no lo he hecho pero es solamente entonces que yo podría hablar de la evolución y de la terminación de la cura. A propósito de la terminación de la cura es quizás, inútil ahora que diga, como lo piensa quizás, Conté y Melman, que diga si puedo subordinarla a algún artificio llamado técnico.

Creo haber vuelto a evocar, si no respondido, a todas las preguntas y observaciones de Conté y a un gran número de las de Melman. Para Conté no queda sino la cuestión del sueño, para la cual la respuesta sería por otra parte un ejercicio muy instructivo. Pero no tengo tiempo, hay una especie de resto en lo que concierne a Melman. Debo responderle separadamente sobre lo que parece constituir entre él y yo, lo que pareció constituir al menos el otro día entre él y yo, el principal malentendido. He aquí de qué se trata. Como dice Melman podría el analista hacer de su palabra la garantía de verdad, mientras que al paciente en la transferencia le atribuye un poder que no tiene. Es lo que dice Melman haciéndome hablar, lo que me hace decir.

Ahora bien yo no dije nada que se pueda prestar a tal paráfrasis. Yo escribí, y aquí Melman me cita correctamente incluso, en dos oportunidades, en un artículo que, por lo demás, no se trata sobre la palabra pronunciada por el psicoanalista. Es quizás, un artificio hacer un artículo dejando para más tarde la cuestión de la palabra efectivamente pronunciada por el psicoanalista. Pero, este artificio fue el mío, escribí en este artículo: no habría psicoanalista si el psicoanalista pretendiera en todo momento plantearse como fiel servidor de la verdad. Esto es lo que yo escribí y en un contexto que no deja crear ninguna duda en cuanto al sentido de esta frase. Para ser aún más explícitos reemplacemos el término servidor si ustedes quieren por el término paladín, paladín de la verdad; que él no se haga el paladín en todo momento no significa, en absoluto, que no sirva en absoluto a lo que tarde o temprano esta verdad hace evidente. De una manera general esto significa, incluso, que él se calla y que no impide al paciente hablar, que él no se opone al desarrollo de la transferencia, en la cual el paciente hace de él un engañador engañado. Esto no implica, en absoluto, muy por el contrario, que acepte o que ratifique esta posición cuando, a su vez, llega a hablar, es decir, a interpretar. El lugar desde donde el psicoanalista habla no es el mismo que aquel desde donde en la transferencia es supuesto saber, es esencial.

Una observación un poco incidental de todos modos. A ese respecto Melman habla del lugar desde donde la palabra del analista tomaría esta brillantez tan singular. Es una expresión muy bella. Pero, cuando se habla de este problema, del lugar ocupado por el analista, del lugar donde el analista habla, creo que hay, a menudo, en el diálogo una cierta confusión entre un problema de derecho y un problema de hecho. No pienso que estemos ahí, en primer lugar, para decir de qué lugar el psicoanalista debe hablar para que su palabra tome esta brillantez tan singular. Pero, creo que estamos ahí para examinar, en primer lugar, de qué lugar se comprueba que el psicoanalista habla. Sostendré esta consideración con una observación que puede parecer quizás, un poco mordaz, pero Melman acordará conmigo que la palabra de alguno de sus colegas, por cuya inteligencia él no sostiene la mayor estima no menciono a nadie, es un ejemplo, de los que considera que éste analista no comprende gran cosa del análisis y de la que hace, acordaré conmigo, de todas modos, que incluso en este caso por poco que esta en situación de analista con su paciente, sucede de tiempo en tiempo que su palabra tome esta brillantez. De hecho, quizás, no para nosotros que podríamos tener el registro del análisis, sino para su paciente. No se trata entonces, tanto de la cuestión de derecho sino de la cuestión de hecho. Melman nota que la palabra considerada independientemente de su contenido, —es en lo que acuerda conmigo—, parece evocar esencialmente el lugar donde la palabra del analista tomaría dice esta brillantez tan singular. Se trata, digo, de la cuestión del lugar de aquel que pronuncia la palabra. Dicho de otro modo, del estatuto del sujeto predicante. Aquel que pronuncia la interpretación designa al paciente como sujeto del predicado en segunda persona. No tiene el mismo estatuto que aquel que de supuesto hablar en transferencia, se le supone designar al paciente en segunda persona, mientras que está de hecho designado por sí mismo en primera, en su forma reflejada yo. El psicoanalista, así supuesto a hablar, ocupa el lugar del sujeto del mito de la relación narcisista. Está supuesto en el origen de toda cosa. El psicoanalista que da la interpretación ocupa el lugar de un sujeto, designado él mismo a su vez en segunda persona por un Otro, al contrario de aquel que esta supuesto en el origen de toda cosa, está marcado en su lugar en la sucesión de la genealogía.

Seré muy breve para terminar. Pero, me queda por responder a la sugerencia que el Señor Lacan nos hizo al final de la última reunión. Nos sugirió retomar hoy nuestro debate a partir de la siguiente idea: si el analista está en una cierta posición, esta no puede ser otra que la de la Verneinung y no la de una Bejahung. Bejahung es en francés, muy simplemente la afirmación.

Ahora bien todos saben que la predicación puede tomar una forma afirmativa o negativa. La categoría de la predicación no podría ser, Pues ni la de la afirmación, ni de la negación. Esto es lo que rehusa, creo, el argumento del señor Lacan, según la cual yo situaría el psicoanalista en una posición de afirmación, de Bejahung. Y para intentar situar lo que intento formular hoy en la óptica de la sugerencia de Lacan, diré a grandes rasgos esto. La palabra del psicoanalista que designa el sujeto en segunda persona es incompatible con el imaginario tú eres yo del narcisismo. Se los recuerda, Cuando la palabra del psicoanalista es oída, ella no puede ser recibida sino como un corte sino como el corte constitutivo del deseo, sino como una negación del narcisismo, repetición de la primera negación mítica donde el fantasma tú eres yo se constituyó en la alienación, de la función de predicación o función de negación. Porque es una sola y la misma cosa aquí, de la palabra donde, según los términos de Freud, esta palabra no puede ser recibida sino como una negación de omnipotencia infantil, primera formulación de Freud, o digamos como una negación de omnipotencia narcisista, para referirnos a la formulación ulterior de Freud, negación que es, en consecuencia, correlativa de la represión. Esta negación de omnipotencia está mejor ilustrada por la palabra siguiente por la palabra: según su deseo, —palabra que el psicoanalista agrega al texto del sueño de su paciente: Él no sabía que estaba muerto. Suscitando así la denegación del paciente, ese no es en absoluto mi deseo.  Esto es lo que quería decirles.

LACAN: —Stein, le agradezco mucho lo que usted quiso aportar como conjunto de precisiones sobre la que usted nos presenta, por otra parte, como no siendo más que los tres primeros tiempos de algo que es su proyecto y que debe seguramente comportar al menos otra. Es necesario pues que le agradezca dos cosas. Primera, haber logrado hacer aparecer esta primera parte. Segundo, haber querido situárnoslo en el conjunto de su diseño. No voy, como anuncié hace un rato, conforme a lo que anuncié, no intervendré hoy ni sobre el fondo ni sobre los detalles de la articulación que usted nos aportó, contando con las personas que lo oyeron en el auditorio para aportar las primeras observaciones. No puedo decir más que una cosa, es que me felicito, más allá de lo que fue la motivación inmediata por la cual quise que alguno de estos artículos en el conjunto, y precisamente a propósito del primero la discusión fuera llevada aquí en el marco de nuestro Seminario. Seguramente en lo que usted enunció, un cierto malentendido fue disipado en lo que concierne a la esencia de lo que usted quería decir. Queda en pie, sin embargo que esto no quiere decir que yo pueda estar de acuerdo sobre el conjunto de situación del problema, ya que de esto es de lo que se trata. Pero, es seguramente una cosa bastante profundamente armada para que esto nos designe muy bien el nivel donde se ubican ciertos problemas esenciales. Pienso que porque los límites que lo implican del desarrollo de esta situación analítica pueden ser traspasados y es acá, justamente, ahí una base un punto de apoyo que me puede ser excesivamente precioso para localizar en qué lo que articulo esto año me permite criticar esta posición. Lo haré seguramente tanto más y tanto más fácilmente de una manera tanto más pertinente para todos cuanto que veré donde están tales o cuales auditores en relación a la audición que su presentación de hoy impone. Sin embargo, no puedo no hacer desde ahora una rectificación. Esta es importante. Estoy, en verdad, totalmente desolado de que el texto que le comuniqué, —y al que particularmente Melman había aportado sus correcciónes—, haya dejado pasar en la última página lo que no era de mi parte poco, un jalón, una cuerda, lanzada hacia usted. Hablé durante el tiempo de dos páginas y media. Hay, en efecto escrito en este texto la palabra cuya incorrección, quizás, habría debido llamar la atención, la palabra Verneunung que no existe. Usted tradujo Verneinung y yo había dicho Verleugnung. De manera que esto desvía un poco, sin, por otra parte disminuir, en absoluto, su interés, lo que usted me respondió a mí directamente al terminar.

STEIN: —Estoy mucho más de acuerdo con Verleugnung.

LACAN: —Entonces pregunto primero lo que es natural a aquellos a quienes se respondió, a saber, fundamentalmente Conté y Melman, si quieren ahora tomar la palabra. Conté, ¿usted tomó notas?, ¿quiere usted reservarse un tiempo de reflexión?, ¿o puede desde ahora abordar lo que tiene para decir?. No hable desde su lugar, venga acá.

Entonces, ya que es posible que las cosas pasen bastante bien a gusto para que enseguida la partida se haga escalonadamente como viene, a saber, que algunos estén limitados por la hora y se vayan, cumplo en anunciarles, es una de las razones por las cuales hace un rato me regocijaba de que haya tomado en el conjunto de mi Seminario este año, de que este lugar que fue tomado por un discurso tal como el que acabamos de oír. En efecto, quizás no capten desde ahora la relación. Pero, creo que no hay mejor texto que me permita relanzar algunas de las afirmaciones que oigo discutir de lo que nos anunció Stein que este texto, el que les había anunciado la última vez antes de que la Señora Parisot les hablara del artículo de Dragonetti sobre Dante. No puedo, desde luego, de ningún modo, comentar hoy la función que entiendo reservarle. Pero, después de todo para no abordar la función en un efecto de sorpresa y que a cualquiera cuando llegue lo agarre desprevenido. Les anuncio a todos los fines útiles, es decir, para que refresquen su conocimiento, incluso para que se remitan a los comentarios numerosos y esenciales que provocó este texto, del que partiré la próxima vez, que tomaré como relevo de la serie topológica que este año les enseña a ubicar la función del objeto a, no es otro que La apuesta de Pascal.

Aquellos que quieran oír, como conviene, lo que se dice este año, tienen, pues, ocho días al menos para referirse a las distintas ediciones que han sido dadas. Insisto, la mayoría de ustedes espero, lo saben, sobre el hecho de que hubo desde la primera edición, —aquella de los señores de Port Royal— una serie de textos que son diferentes. Quiero decir, que se aproximan más o menos, que tienden a aproximarse cada vez más a las dos hojitas de papel escritas de un modo increíblemente garabateado, de las dos hojitas de papel, frente y dorso, sobre las cuales lo que se publicó bajo este registro de La apuesta de Pascal resulta habernos sido dejado. Por lo tanto, no les doy toda una bibliografía, a menos que al final alguno me lo pida. Ustedes saben también que son numerosos los filósofos que se dedicaron a mostrar su valor y sus incidencias. Ahí también aquellos que pueden tener algo para preguntarme en cuanto a algunos artículos, los más gruesos, a los cuales conviene que se refieran, podrán venir, en este caso, a pedírmelo a mí mismo, a menos que me dejen algún tiempo que me permita indicarlos.

CONTÉ: —Tengo la intención de limitarme a muy pocas cosas y esencialmente de agradecer a Stein por lo que nos aportó hoy, que, en efecto, es un aporte nuevo en gran parte en relación a lo yo había leído y que nos permite situar las cosas en otra perspectiva. Ya ciertamente el tercer articulo sobre El juicio del psicoanalista con la introducción la función de predicación habría podido, ciertamente, permitir comprender mejor su primer artículo y, en todo caso, lo que dijo esta mañana, que es más preciso, más desarrollado, deja a la mayoría de mis observaciones sin objeto. Quiero decir, que las dificultades que se hallaban destacadas están resueltas en este nivel, resultando remitido el problema a otro nivel de discusión. Quedo de todos modos, un poquitito hambriento acerca de cierto número de puntos, fundamentalmente sobre las relaciones entre registro del narcisismo y el registro del deseo, en tanto implica la dimensión del objeto  . No veo muy bien, todavía, como articula Stein estos dos registros.

Segundo punto: el segundo artículo, aquel sobre el masoquismo en la cura, insistía sobre la referencia a la palabra pronunciada por el psicoanalista como real, oponiéndose esto a la dimensión de lo imaginario. Y  quisiera preguntar a Stein a este respecto si no tiende en este texto situar la transferencia, a hacer bascular la transferencia un poquitito demasiado del lado de la demanda, y si habría ahí una parcialidad de su parte a nivel de esta presentación. De hecho, creo que el debate debe ser llevado ahora, en efecto sobre lo que respecta a la función de la predicación. Esta es una referencia rara la cual estoy poco preparado para intervenir. Me reservo una reflexión más madura sobre este tema y me pregunto simplemente en primera escucha, en primera audición, si debemos situar en la predicación esta primera palabra fundadora u original, como una predicación que funda al sujeto es decir, que atribuye al sujeto un predicado, el sujeto deviene tal en esto o aquello, o si la predicación no debería referirse, más bien a un juicio dirigido sobre objetos. No podría eventualmente desarrollar este punto. Y a propósito sobre ese tercer artículo, sobre El juicio del psicoanalista hay ahí también algo que por momentos capto mal en el pensamiento de Stein. Es, justamente, la articulación del nivel del deseo y el de la ley o, aún, de la interdicción. Es decir el momento en que Stein pasa de la falta, por ejemplo del analizado, que intenta plantearse como el objeto faltante al analista, donde pasa, pues, de este nivel al de la infracción donde se trata ahí de la infracción a una ley, y donde se trata, pues, de la interdicción, a saber, la articulación muy precisa que hace Stein entre el primer juicio fundador, en tanto que establece al sujeto, por una parte, como objeto del deseo y, por otra parte como sujeto de una falta pasada. Hay ahí una articulación que no capto bien, pero, sin duda por falta de haber reflexionado en eso. Es todo lo que quería decir por hoy.

MELMAN: —Me parece que uno de los grandes méritos de tu exposición es, en todo caso, haber vuelto, quizás, a los auditores mucho más claro que lo que habíamos intentado hacerlo con Conté, cuáles son tus posiciones y tu opinión sobre la cura, lo que seguramente permite iniciar una discusión, quizás, más fácilmente. Lo que quisiera, de todos modos, decirte es que leí tus textos con mucho interés y, ciertamente, tanto más grande que como había intentado decirlo la última vez. Todo lo que puede presentarse como un esfuerzo de teorización general de la cura o de lo que sucede en el análisis no puede sino, por supuesto, despertar toda nuestra atención, todo nuestro interés y toda nuestra simpatía, por supuesto. Dicho esto, tuve la impresión y la sensación, leyendo justamente estos tres textos, los tres últimos textos recientes, de que era posible articular los diversos términos que adelantás y que son los de expansión narcisista primaria —nos dijiste hoy que después de todo en este texto no te sostenías demasiado, la abandonarías voluntariamente— quiero….  

STEIN: —Preciso que no se trata ahí, que este término no se refiere a un concepto teórico. Es por eso que dije que lo considero como descriptivo por lo tanto, como de una importancia efectivamente secundaria.

LACAN: —Es una precisión muy importante dado el carácter generalmente, esencialmente teórico que se da al término de narcisismo primario.

MELMAN: —Esencialmente teórico y muy difícil de situar, quiero decir, en al fondo mismo de tu texto. Quiero decir que, a veces se tiene la impresión, quiero decir que por ejemplo, cuando sitúas al narcisismo primario o, al menos, el fin del narcisismo primario como el reencuentro de este objeto mítico perdido, es muy cierto que te comprometés ahí en una cierta vía, un cierto modo de aproximación de este término. Pero lo que quería decirte es que reagrupé de alguna manera tus diversas posiciones y tus diversos términos alrededor de algo que me parece es una posición. Esta posición es la que haría de la palabra del analista un objeto a. Es acerca de esto que intenté hablarte y es igualmente digo bien alrededor de esto que me parece que los diversos momentos tus textos pueden muy bien articularse. Cuando decís que la palabra de analista es susceptible de tomar lo que yo llamaba, por otra parte, de manera un poco forzada, en fin, de tomar esta brillantez tan singular no dudo, por supuesto en absoluto, la cuestión esencial me parece, más bien, la de la posición del analista respecto a su propia palabra, en tanto que ella es susceptible de figurar para al paciente este objeto particular, este objeto singular.

Para retomar las cosas, quizás un poquito por el comienzo, lo que me pareció debo decir ajustar, de alguna manera, los desarrollos de estos textos, de alguna manera reducirlos constantemente a este juego dual entre el paciente y el analista, donde las cosas como están oscilan de uno al otro en un movimiento donde, como lo decía muy claramente, una se pregunta cómo puede terminar esto, porque en fin, lo decía muy bien y muy claramente: planteás, en todo caso, de manera muy clara y tenés una cierta franqueza, me parece que la referencia al Otro —entiendo acá, por supuesto, el Gran Otro—, la falta de referencia que hacés acá al Gran Otro es el punto donde justamente las cosas vienen en el texto a aglutinarse, a colmarse, y terminamos por preguntarnos cómo pueden desanudarse. Por ejemplo tendría tendencia a interpretar lo que definís bajo el término de situación fusional, por el que comenzaste tu informe quiero decir, la realización de este único ello hablante y escuchante que Conté destacó por otra parte como un fenómeno seguramente posible pero raro. Ya tendría sin duda tendencia a intentar evocarla en esta dimensión que sería quizá eventualmente aquella donde el paciente podría tener la sensación de que su palabra se expondría a alcanzar un discurso, el discurso del Otro donde toda separación a partir de ese momento donde toda ruptura donde todo hiato, donde toda distancia se encontraría abolida.

Me pregunto también si introducir esta referencia no permitiría situar moderadamente, —en todo caso te pido perdón, si no fuera al escucharte ahí, forzosamente siempre lo bastante atento—, pero lo que introducís a propósito de esta distinción de las diversas personas a propósito del tú y del él, que son categorías gramaticales que, desde luego son esenciales, para, de las que debo decir, me pregunto cada vez al escucharte cómo las utilizás. Quiero decir, si las tomás, si las destacás como tales en el sujeto de tu paciente. Quiero decir, ni cuando el paciente dice yo y por ejemplo a partir de ahí lo haces entrar en una de las tres categorías que aislaste, designación del sujeto del predicado en segunda persona o en la primera persona reflejada o bien, aún designación del sujeto del predicado en segunda persona. Dicho de otra modo, todo la que introducís ahí, en un esfuerzo de distinción y de análisis del yo del tú y del él, me pregunto si puede, incluso decía, ser situado fuera de esta referencia a ese lugar, tercero, de donde el sujeto recibe su palabra en tanto que sujeto. En la que respecta a esta puntita que adelantás concerniente a la verdad, la cuestión de la verdad, —permíteme citarte cuando decís esto en ese texto sobre el masoquismo—: el psicoanalista es llamado a intervenir es llamado de dos lados a la vez, en la transferencia el paciente lo llama en un lugar donde no está, lo sitúa en el lugar supuesto del hecho del cual experimenta la frustración, es decir, este poder de realidad que el analista detentaría y del que podría hacer uso: su gusto para interrumpir la expansión narcisista del paciente, en nombre de la verdad sería llamado a pronunciarse sobre la transferencia (el analista a denunciar la ilusión del paciente), respondiendo al primer llamado de un lugar donde no está, engañaría al paciente aceptando servirle de señuelo y por arrogarse un poder que no es el suyo. En nombre de la verdad, debería abstenerse de romper el llamado del paciente e intervenir para rehusarse. Pero, en la escucha del analista el llamado del paciente es constante. Tolerar la transferencia es engañar, ya que es la escucha la que la suscita. El analista debería, pues, intervenir constantemente para denunciar lo falso en nombre de lo verdadero y para nada oír el llamado al engaño. Su eficacia, entonces, sería la del predicador y ya no la del psicoanalista.

Y es ahí que agregás no habría psicoanálisis si el psicoanalista pretendiera plantearse en todo momento como fiel servidor de la verdad.

Creo que es cierto creo que tenés perfectamente razón poro no veo cómo en esta articulación que adelantás procurás lo que parece, no obstante esencial para todo el desarrollo posible de la cura. Al menos que ella devenga, no sabría demasiado exactamente como situarla, como procurás un lugar para, no obstante, en este movimiento, la existencia de dimensión que sería aquella, la de la verdad.

STEIN: —Ahí te respondo de inmediato, es que esto no está tratado en este punto. En cuanto al término predicador, en este texto es muy evidente que los desarrollos ulteriores me van a llevar a suprimirlo. Hasta ahí yo lo había tomado simplemente en el sentido de aquel que hace sermones. Entonces, para que no haya confusión se suprimiría ahí, es evidente.

MELMAN: —Bueno, entendido así, retomaré, quizás, igualmente, quizás por mi cuenta, quizás en muy último término, lo que decís respecto del sujeto predicante que mantiene un lugar importante en tus últimos desarrollos, que creo merecen una gran reflexión. Ahí está la función eventualmente predicante que asignarías al analista.

LACAN:— Bueno, Stein, evidentemente, me di cuenta sólo retroactivamente. Yo estaba bajo el encanto de su palabra. Stein sensiblemente sobrepasó su tiempo, lo que no nos deja suficiente tiempo para dar a la discusión el tiempo que habría esperado hoy. Ahora hay lugar, todavía, para una persona. ¿Quiere usted intervenir Green?

GREEN: —Quiero. Pero no quiero privar a los otros de intervenir.

LACAN: —¿Mejor querría intervenir?. ¿Tiene algo para decir mejor?. Usted debe partir, bueno entonces Audouard  (falta una página del original) [Esta falta hace ignorar quien toma la palabra a continuación, aunque sostiene la sospecha por la cual otorgamos a Auduard la continuación].

[AUDOUARD: —]En suma, se podría decir que éste universo lógico de una reflexión del tú sobre el yo o yo sobre sí mismo, no está quizás completamente, incluso, ya en la orientación de una dialéctica y que, aún, si se introdujera en una orientación más dialéctica aún quedaría que en esta dialéctica no encontramos nada de fondo o de verdad que la funde. Es en unión, por ejemplo con lo que la señora Parisot nos dijo el otro día que se podría poner todo esto, a saber, que, después de todo, lo especularizado que no es lo especularizable. Lejos de ser lo especularizable es, quizás, simplemente lo que hace creer que hay un especularizable y que lo especular en tanto que tal está siempre atravesado por un resto que cae fuera del campo de la reflexión. En suma, que hay una especie de abismo entre el sujeto predicante y el sujeto del predicado. Esto nos indica que hay ahí entre ellos dos como un mundo, como un vacío, como un algo que los aleja, no ciertamente sin poder dialectizarlos, sin poder permitir en ningún momento que esto apunte tú eres yo, sin que se constituya como otra cosa como un forzamiento que no pertenece ni a la lógica ni a la gramática, sino a este forzamiento particular del deseo. La predicación no me parece ser, en el inicio, un acto lógico, como el chico dice que el perro hace miau y el gato hace guau. Como decía Lacan, no se trata de una predicación que pertenece al orden de la lógica, sino al orden de este forzamiento particular que es el deseo.

En fin, es simplemente para indicar en qué vía se podría, a mi entender, introducir una crítica de una interpretación quizás, a mi entender demasiado satisfactoria o demasiado gramática.

LACAN: Green diga unas palabras.

GREEN: —Pido disculpas, necesitaría el pizarrón, me esforzaré por ser todo lo breve que sea posible. Pienso que querría justamente, decir algunas palabras concernientes a la fórmula de Lacan Yo, la verdad, hablo  con lo que acaba de decir Stein. Entonces, si escribimos:

Encontramos una frase que está, de hecho articulada según dos ejes: el eje moi—je y el eje la verité—parle. Pienso que todo eso tiene una relación con lo que nos dijo Stein de las relaciones entre el je, el moi y la palabra. Audouard acaba de hacer notar que Stein construye una equivalencia de los diferentes pronombres en el je, el tú y eventualmente, el él, por el hecho mismo de que el sujeto no puede decir digo que tú eres yo, por el hecho mismo de que el digo y tú eres yo está reemplazado por ello dice que tú eres yo. Por esto hecho mismo creo que es esta equivalencia entre los diferentes pronombres lo que me parece plantear las cosas. ¿Por qué?. Porque si en este momento connotando bajo la forma de índice ello dice que tú eres yo, se puede decir, de alguna manera, que en la enunciación misma, en la sucesión de la enunciación a partir del momento en que el tú adviene al yo, el je se encuentra, por decir así transformado y no es ya el mismo que al principio y es reenviado al tú primitivo. Creo que este punto es muy esencial para concebir que hay ahí algo que es una circularidad cerrada y que la única manera de salir de la circularidad, la única manera de que eso no constituya un sistema que gire en redondo es, en efecto, concebir que existe una diferencia entre el tú y el yo, siendo esta diferencia la del Otro, y el Otro barrado, en tanto que, justamente, lo que libera la barra es un resto. Es necesario que haya un resto y para que hay un resto es necesario que no haya equivalencia entre los diferentes valores pronominales.

¿Con qué nos topamos ahí?. Nos topamos, justamente, con el término, justamente, del que hablaba al principio: la verdad. Es decir que Stein habló del moi y habló del je, que habló de la palabra, pero justamente la cuestión sigue siendo, en lo que concierne a la verdad, ¿el analista es o no el fiel sirviente de la verdad?.

Y bien, creo que es ahí donde debemos volver a la fórmula propuesta por Lacan que especifica la transferencia, a saber, que la transferencia se dirige a un sujeto supuesto saber, ¿supuesto saber qué?. Toda la cuestión es: ¿qué sabe el psicoanalista?. Y bien, ¿qué sabe?. Pienso que todo el malentendido de la cura, toda su Verleugnung, es que es considerado saber todo, salvo la verdad. Y es en la medida en que este malentendido existe en el inicio que la cura puede proseguirse para llegar finalmente a una situación donde evidentemente, por supuesto, el sujeto supuesto saber no está ya del lado del analista y que aquello de lo que es cuestión es una verdad que no puede ser sino la del sujeto. Creo que encontramos una problemática completamente idéntica a la que intenté analizar en lo que concierne al oráculo en los griegos.

LACAN: —Intentaré dar formulas aún más precisas, pero esta me parece verdaderamente masiva y totalmente fundamental. Quiere usted Stein responder inmediatamente o bien, como es concebible, porque les anuncio ya que haré en Febrero tres seminarios, dos seminarios abiertos y haré todavía un primer seminario cerrado, el cuarto, habré, en principio, partido a los Estados Unidos, es totalmente concebible que el cuarto seminario de Febrero se pase para proseguir una discusión también iniciada, lo que les deja toda la comodidad de esperar para responder a las intervenciones de hoy la próxima vez, a menos que usted quiera, de inmediata plantear algunas palabras.

STEIN: —No pienso que me sea fácil hacer una introducción sustancial, la primera vez, sobre la base de las observaciones que se hicieron hoy, porque eso no llevaría a nada.

LACAN: —No, pero la próxima se puede inscribir alrededor de usted. Sería más simple un cierto número de personas que, habiendo dejado madurar lo que oyeron hoy, se propondrían para venir a discutir con usted el cuarto miércoles.

STEIN: —Si, pero yo no podría todavía adelantar mucho más sobre…

LACAN: —No, no se trata de eso. Se trata, o bien, que usted dijera unas palabras en las que usted tenga mucho interés …

STEIN: —Si hay unas palabras que quisiera decir. Es la siguiente: en toda esta discusión, —y esto no es para asombrarnos—, se llega siempre a la tentación de reducir este resto del que hablaba Audouard y que retomaba Green. En el argumento de Green, que no quiero retomar en su conjunto porque es muy importante, interesante, quisiera, de todos modos, simplemente, hacerles notar que al otorgarme el propósito de establecer una equivalencia entre los diferentes pronombres, reduce, justamente, lo que yo dejaba, de alguna manera, como resto, porque yo no designé la equivalencia entre los diferentes pronombres, sino, justamente, una confusión entre los diferentes pronombres en el registro imaginario, lo que es totalmente deferente. Y esto me lleva, para ser muy breve, a Audouard que, a mi entender, definió admirablemente algo que se relacióna, que está en lo que les dije hoy.  (falta una página del original)

[LACAN: —] Quisiera, de todos modos, por el placer de la historia, recordar que en un cierto Congreso de Amsterdam que si no me equivoco se sitúa en 1950, no el primer Congreso de Amsterdam es en…

GREEN: —En 1948

LACAN: —En 1948, hice el discurso que había preparado, —en ese momento no estábamos en el comienzo de una enseñanza cualquiera de mi parte—, que era, que giraba alrededor, no solamente de una gramaticalización cualquiera, sino, muy precisamente, la de los pronombres personales, discurso en el curso del cual debí reventar a los intérpretes porque fui forzado a decir en diez minutos lo que había preparado para veinte, habiendo creído la Señorita Anna Freud deber sobrepasar ampliamente su tiempo de intervención.