Seminario 13: Clase 9, del 2 de Febrero de 1966

Me preocupo por saber si aquellos psicoanalistas a los que enseñé algo transmitirán propiamente lo que dije. Ahí está el sentido de la prueba que constituyen las sesiones consagradas a un Seminario en el cual no puedo admitir tanta gente, por la razón de que esta asistencia misma sería un obstáculo a esta verificación. Si es verdad que la aspiración primaria del sujeto psicológico es la de presentar al deseo del Otro este objeto falaz que es su imagen de sí, no podríamos tomar precauciones demasiado rigurosas para no ver nunca bajo una forma cualquiera en lo que se llama la cura psicoanalítica —que es una experiencia propiamente trascendente— en vista de lo que se expresa hasta ahora en el orden de la ética. No podríamos jamás tomar demasiadas precauciones para definir las vías por donde esta fórmula de la relación del sujeto al deseo del Otro, que acabo de dar al principio, y que nunca fue en ninguna doctrina filosófica superada, ya sea efectivamente superada, franqueada, de una manera radical. Por esto, a falta de poder estar el cuarto miércoles en el que se proseguirá los debates que se instauraron desde los dos últimos miércoles sobre el tema de las formulaciones del Señor Stein, —aquí presente en la primera fila de esta asamblea—, lo interrogaré para que se retome la pelota sobre lo que entiende por este pretendido masoquismo imputado al paciente en la medida en que se somete a una regla severa, porque ir tan rápido a definir esto como masoquismo, —después de todo—, de esto podríamos no tener qué decir al principio, ¿si no es qué?. Que él quiere. Es todo lo que podemos decir de esto. Él quiere: formula no vaga, sino mínima del deseo. ¿Todo deseo entonces sería —de ser deseo y en sí mismo—, masoquista?. Seguramente. Si la cuestión vale ser planteada, vale también de no ser zanjada demasiado pronto sobre todo si recordamos la formula que di al hablar de El deseo y su interpretación, que en un cierto sentido, vistas las condiciones de la experiencia psicoanalítica, el deseo es su interpretación.

Exponerse a esta situación que es, verdaderamente, fundamental, de que toda demanda no puede ser sino decepcionada, ahí está, sin duda, lo que el paciente tiene que afrontar y lo que no podría prever al principio. Y por el resto ¿qué es masoquismo en este caso?, ¿es ofrecerse a la decepción?, como lo formuló muy bien otro de mis interlocutores. El analista es, en efecto, el sujeto supuesto saber, supuesto saber todo, salvo lo que respecta a la verdad del paciente. Y mucho más que una situación que se establece sobre los datos de los que les indico aquí la punta, no nos dice el paciente que se ofrece a la experiencia analítica: —es usted el que sufrirá si usted me demanda la verdad. Esta ley de que toda demanda no puede ser sino decepcionada, usted no gozará de mi verdad y es por esto que le supongo saber, es por esto lo que lo obliga a estar errado. La función epistemológica es la verdad que se ofrece como goce y que sabe por ahí mismo ser defendida, porque ¿quién podría gozar de la verdad?. Función, pues, más bien mítica. Déjenme adherir estos dos términos en una sola palabra y reciban, psicoanalistas, investiduras de lo que acá le es impuesto al adjetivo en una sola palabra: la más bien mítica. Lo que el paciente hace de nosotros es lo que nos hace caer de la posición de pirronianos. Ustedes querrán saber más de esto. Despierto vuestro deseo más reflexivo, es decir el más imposible de reconocer. El predicado con el que ustedes me afectarán es vuestra caída. Si ustedes califican, ustedes se califican. Yo triunfo.

Sin duda, hay ahí, como Stein lo percibió, la punta y el nacimiento de una culpabilidad en mis pacientes. Pero ustedes, si se aceptan como juez, helos ahí rechazados como sujetos desde entonces en la ambigüedad de tener que juzgarse. El deslizamiento armónico de la lengua, este sujeto que tiene que juzgarse, reconozcan ahí una de estas formas de la que cada lengua a su manera nos ofrece la indicación. Sin duda, acá, al mismo tiempo está la advertencia de no ir, de no tener que ir demasiado lejos, porque dice el paciente: desde luego, usted me volvería masoquista, es decir, enamorado de su angustia, que usted toma por un goce, que he devenido el Otro para usted, y si usted no tiene cuidado, usted no puede más que jugar equivocadamente, porque basta que me identifique a usted, para que usted vea bien que no es de mi que gozará la bolita ésta y tomar su escamoteada realidad Wirklichkeit, lo que borro hasta la huella en lo real. Realität, es justamente lo que elegí en usted para sancionar este borramiento.

Así la idea de un ser subsistente y asible, fundante de las relaciones de sujeto a sujeto, es propiamente el terreno sembrado de trampas sobre al cual, desde el principio, una teoría insuficiente se compromete irremediablemente. Pero, es por esto que es para nosotros tan deseable elaborar la estructura que nos permite concebir de una manera radical cómo es posible el progreso de aquel que se ofrece en la posición de sujeto saber y que debe, no obstante, —inicialmente y de esta manera— renunciar a todo acceso a la verdad. No más esto que aquello. Esta fórmula nodal, que es aquella en que se expresa la posición del pirroniano escéptico, siendo Pirrón el dirigente de una de estas sectas filosóficas, que incluso llamé en su momento Escuelas para recordar que otra cosa era la práctica de la filosofía en un cierto contexto: aquel donde se lograba un cierto orden socialmente definido del mundo antiguo. Piensen en lo que era la disciplina de aquellos que se imponían, precisamente, en la introducción de todo predicado, en alguna cuestión cualquiera sobre la verdad, no simplemente replantear mediante un ni-ni los miembros de una alternativa, sino de defenderse siempre contra la introducción misma de la disyunción, aquella que se imponía más aparentemente, el rechazo precisamente de franquear la barra de su establecimiento y da rechazar en conjunto los dos miembros de la disyunción. La posición, pues fundamental de un sujeto como imponiéndose su propia detención en el umbral de la verdad es aquí algo que merecería, sin duda, una explicación más larga, una vuelta sobre estos textos, sin duda, dispersos, suficientes, llenos de problemas, pero de los que, sin embargo, la lectura de un Sexto Empírico nos puede dar toda la amplitud, aquella que no se alcanza simplemente leyendo su resumen en un manual, sino siguiendo por el desvío de un texto del que hay que hojear página por página el estilo, el peso, la realidad del juego que ahí estaba comprometido.

No es en absoluto porque sí, que adelanto acá esta referencia que doy como meta a los más estudiosos, aunque sea para indicarles encontrar ahí en la excelente Obra de Victor Brochard, Los escépticos griegos, el complemento, la situación, el fruto de una meditación real en un espíritu moderno. No es en absoluto, por casualidad que lo pongo acá en el umbral de lo que anuncié hoy como debiendo ser mi tema, que, sin duda, no debe ser porque sí en la enorme asistencia que reúne, es, a saber, La apuesta de Pascal. La apuesta de Pascal, espero que no haya ninguno de ustedes que, antes de hoy, haya tenido algún indicio de esto; no dudo que La apuesta de Pascal sea algo, entiendo, como objeto cultural, infinitamente más difundido de lo que se supone y si uno se maravilla de que haya habido algunos textos de filósofos, después de todo, si debiera darles aquí la bibliografía llegaría, —Dios mío—, a agotarla bastante rápido cuando hubiera alcanzado una cincuentena de referencias del lado de aquellos que escriben y juzgan bien hacernos participar de su pensamiento. Habría visto el fin y todo lo que fue dicho, —lamento tener que anunciar una fórmula tan deprimente, lo lamento más cuanto que esto interesa—, si puedo decirlo, a la reputación de una corporación llamada filosófica. Todo esto no va muy lejos. No dejaría, sin embargo, de recomendarles tal artículo, que se recomienda, mediante el procedimiento excelente de un comienzo al nivel, yo no diría del texto, si no del escrito, de ese papelito o, más bien, de esos papelitos cubiertos, anverso y reverso, es lo que Pascal nos dejó de lo que se podría llamar su garabato y que partiendo de ahí, porque es muy necesario no ver en absoluto algo que habría sido logrado en nuestra dirección, pero que, sin embargo, es quizás de tanto mayor mérito para ser retenido, dándonos, de alguna manera, una especie de sustituto o de sustancia real concerniente a esta singular realidad incorpórea que es, propiamente, aquella de la que intenta, con los recursos de una topología elemental, hacer valer para ustedes lo que podemos extraer de esto en el nivel de nuestras articulaciones. A este título, al título Henri Gouille, aparecido en una revista italiana y del que, después de todo quisiera dejarles aquí la indicación, revista italiana que es la publicada como Archivio di filosofia Nº 3, 1962, Organo del instituto de estudios filosoficos di studi filosofichi en roma, el artículo del señor Henri Gouille, La apuesta de Pascal, merece, si ustedes pueden procurar el tomo de esta revista, su atención. Es, cono ustedes ven uno de los últimos aparecidos. En el pasado hubo muchos otros, desde los asombros de Voltaire, las precisiones de Condorcet, las divagaciones de Laplace, el escándalo de Víctor Cousin, sobre el que no me extenderé aquí. No tengo tiempo de decirles cuál fue la verdadera función de lo que se llama el eclecticismo, más recientemente las notas de mérito, que han sido dadas por el buen Lacherier que seguramente pueden leer. No diría lo mismo de algo de lo que los daré una muestra enseguida, el artículo de Dugas y Riquier en la Revue philosophique de 1900.

Luego las cosan fueron retomadas a nivel de lo que llamaremos La apuesta, considerado a nivel del plano del Otro. Se debe apostar —como Pascal lo indica—, si es tanto de esto de lo que se trata, lo que tendría de cierto el bien de nuestra vida concebida en su nivel más ordinario por la incertidumbre de una promesa de que la articulación de Pascal parece toda entera orientada a mostrarnos la desmesura en relación a lo que abandonaríamos —introducción, se dice—, invita a La apuesta de la creencia seguramente. Disciernan, desde ahora, lo que se propone en la avanzada de algo, después de todo, que no está tan lejos de la conciencia más común. Esta vaga angustia del más allá, que no en absoluto forzosamente, un más allá de la muerte, no hace falta que ella exista para soportarse en toda clase de referencias, que para los más exigentes toman forma en estas esperanzas a las cuales uno se consagra y que no son en esta perspectiva respecto a la religión, sino a algo que por lo menos calificaremos de analógicas, en un capítulo corto y sustancial. El autor de El dios oculto el señor Goldman, no parece para nada repugnarle hacer de La apuesta de Pascal el preludio a la fe que el marxista compromete en el advenimiento del proletariado. Estaría lejos de reducir a este alcance —del que lo menos que se puede decir, es que es un tanto demasiado apologético—, el alcance de un capítulo cuyo valor de discusión es seguramente enriquecedor, bastante sin duda, para que podamos poner esta parte de la empresa por encima del bricollage, pero, me parece que en ninguna parte nadie avanzó en este texto de La apuesta, desde este punto de vista de que no es un uno al que se trata de convencer, que esta apuesta es La apuesta de Pascal mismo de un Je, de un sujeto que revela su estructura, estructura perfectamente comprobable, a controlar, no de tal o cual incidente que lo confirma en el contexto biográfico —los gestos de Pascal en una vía de la que se tiene razón en manifestar los pasos extremadamente complejos—, los gestos tales como se logran en la proximidad de la muerte en tal o cual voto que puede parecernos exorbitante, el de ser llevado a los incurables, para acabar ahí su existencia. Sería etiquetarlo muy rápido destacar ahí la temática masoquista. Si un sujeto, si un pensamiento, que sabe distinguir tan admirablemente —ustedes lo van a ver—, en la formulación estricta de posiciones esenciales, nos entrega, de alguna manera, su estructura. Hay ahí algo que para nosotros no debe sino ser enlazado a los otros puntos donde también la estructura del sujeto en tanto que tal es, en una cierta posición radical, manifestada por él. Y si tenemos la dicha de ver afirmar sin que al cabo nada diga que hubo ahí un mensaje cualquiera, porque, después de todo, estos papelitos los tenemos casi después de su muerte. La muerte no es, quizás, al límite de ningún más allá. Es seguramente uno de los límites más fáciles de utilizar cuando se trata de hacer los bolsillos. Le hicieron los bolsillos a Pascal, la cosa está hecha, aprovechémosla.

Aprovechémosla si hay algo que pueda permitirnos a nosotros articular uno de los más singulares proyectos, una forma de empresa de las más excepcionales que se nos hayan dado jamás y que puede pasar por ser la más banal, como ustedes van a ver: —Infinito, nada.— comienza. Ininterpretable. —Nuestra alma es echada en el cuerpo en que ella encuentra número, tiempo, dimensión; ella razona sobre esto y llama a esto naturaleza, necesidad, y no puede creer en otra cosa — Evocación de las potencias de lo imaginario. —La unidad añadida a lo infinito no lo aumenta en nada, no más que un añadido a una medida infinita, y se convierte en pura nada. Así nuestro espíritu ante Dios, así nuestra justicia ante la justicia divina. No hay tanta desproporción entre nuestra justicia y la de Dios, como entre la unidad y lo infinito  — no resiste al placer de no captar lo que sigue: —Es preciso que la justicia de Dios sea enorme como su misericordia y la justicia respecto de los réprobos es enorme y debe chocar menos que la misericordia respecto de los elegidos. Nosotros conocemos que hay un infinito e ignoramos su naturaleza, como sabemos que es falso que los números sean finitos. Hay, pues, en verdad, un infinito en número, pero nosotros ignoramos lo que sea. Es falso que sea par y es falso que sea impar, porque añadiendo una unidad no cambia de naturaleza. Sin embargo es un número y todo número es par o impar. Verdad es que esto se entiende de todos los números infinitos. Así se puede conocer que hay un Dios sin saber lo que es. Sabemos que hay un infinito, e ignoramos su naturaleza. Como sabemos que es falso que los números sean finitos, por lo tanto es verdadero que hay un infinito en cuanto al número. Pero no sabemos que es: es falso que sea par, es falso que sea impar; pues si se agrega a la unidad, no cambia la naturaleza; sin embargo es un número, y todo número es par o impar (aunque es verdad que esto se aplica a todo número finito o infinito). Así también, se puede saber que hay un Dios sin saber qué es..

Tal es la introducción desarrollada a continuación. Les rogaría, a partir de ahí, que se remitan al texto, cuyo punto de partida es propiamente que Pascal, pensador —y pensador, si ustedes quieren, religioso—, integrado en el pensamiento de que tanto réprobos como elegidos están naturalmente a merced de la gracia divina, no plantea menos, sin embargo, como camino inaugural que Dios de ninguna manera y hasta en su ser podría ser conocido. Apunta, incluso, hablando con propiedad, a que no se podría por el poder de la razón saber si existe. Lo importante era mostrárselos entero y después de todo, no pienso que vaya a aportar ahí para ninguno de ustedes algo tan sorprendente. Ustedes oyeron hablar bastante, aunque suspendidos de la vaguedad de los problemas de la existencia, para que no se sorprendan si yo indico al pasar, a falta de poder detenerme ahí más hoy, que lo importante no es en absoluto, tanto este suspenso en tanto que es radical, cuanto que la división que introduce entre el ser y la existencia el existe que provocó tantas dificultades en el pensamiento aristotélico en la medida en que, después de todo el ser planteado se basta, existe porque es ser y no obstante la intrusión de la revelación religiosa, la del judaísmo plantea, digo, entre los filósofos, a partir de Avicena, la cuestión de saber cómo ubicar este suspenso de la existencia en tanto que es necesario para un pensamiento religioso devolverle a Dios la decisión. Esta imposibilidad de ubicar de una manera categorizable la función de la existencia en relación al ser, aunque sea la misma que irá a recaer como cuestión sobre Dios mismo para preservarnos de esta cuestión de saber, si basta decir de Dios que es el ser supremo. No duden de esto. Para Pascal la cuestión esta zanjada. Otro papelito cosido más profundamente que en un bolsillo bajo un dobladillo, no Dios de los filósofos, sino Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Nos muestra el paso franqueado y que no se trata, en absoluto, del Ser supremo.

De ahí en más, despejen, afinen, estas cuestiones preliminares que volverán, seguramente, precarias todas las referencias a un dato como constituyendo suficientemente por sí mismo una certeza.

Cuando los señores Dugas y Riquier, al final de su artículo, —léanlo, no pretendo hacérselos juzgar entero por la muestra que les doy—, se interrogan — y ahora qué pensar de una experiencia que se presenta así: para entrar en el estado de alma del creyente ustedes despojarán su naturaleza, harán tabla rasa de sus instintos, de sus sentimientos, de sus concepciones de la felicidad, de no considerar La apuesta sino desde el punto de vista lógico, el rechazo de apostar por—, así se llama el argumento, yo no leí bastante para que estén en este punto del vocabulario—, de tomar cruz.

Esto quiere decir par o impar, cruz o cara .—no se trata de la cruz cristiana. Pero, si nos ponemos frente a las condiciones reales de La apuesta debemos decir que habría, por el contrario, locura en tomar cruz, porque la fe no es tal como Pascal a veces la presenta. Ella no se superpone simplemente a la razón, no tiene como efecto alejar los límites de nuestro espíritu sin trabar su desarrollo natural y de darle así acceso a un mundo que le sería naturalmente cerrado. En realidad, exige la abdicación de nuestra razón, la inmolación de nuestros sentimientos. ¿No es esta aniquilación de nuestra personalidad el mayor peligro que pudiéramos humanamente correr?. Pascal, sin embargo, ve este peligro con un ojo indiferente. ¿Qué tienen que perder?, nos dice, colmado de sus ideas teológicas estamos aquí en la psicología. No entra en el espíritu del hombre puramente hombre, y su discurso. Se dirige exclusivamente a aquel que admite ya, sino el pecado original y la caída del hombre, toda esta filosofía más pesimista que él mismo extrajo del dogma cristiano. Pero todo espíritu, que no tiene más que razón por guía y cree en la dignidad natural del hombre y en la posibilidad de la felicidad, no puede dejar de considerar la argumentación de La apuesta, a la vez, como una monstruosidad lógica y una enormidad moral. La dureza de un juicio semejante encontraría por necesidad su justificación y su censura en la acotación célebre de Pascal sobre la diferencia entre los hombres o la originalidad de los espíritus.

Salteo algunas líneas para llegar hasta esta absolución indulgente. Su sinceridad es evidente, su franqueza absoluta, y cualquiera sea la inmoralidad de su tesis y la debilidad de sus razonamientos, seguimos respetando su carácter y admirando su genio. Esto es lo que nos arrojan: queridita, pasame mis pantuflas, arreglé cuentas con él. No obstante, quisiera que apelando a todo esto y, después de todo, da una nota que no está jamás, hablando con propiedad, completamente ausente, al menos como estado de aquellos que más lejos llevaron el análisis de La apuesta de Pascal, a los cuales no quisiera, por temor a olvidarlo enseguida, dejar de unir a aquellos que les cité hace un rato, el capítulo consagrado por el señor Souriau a La apuesta de Pascal, en su libro La sombra de dios. Ahí también verán ustedes observaciones totalmente sugestivas y válidas en nuestra perspectiva, en relación a la manera en que conviene manejar este testimonio.

Una apuesta: se han dicho sobre esta apuesta muchas cosas y, en particular que no era tal. Vamos a ver enseguida lo que es una apuesta. Lo que causa temor al comienzo es lo que se pone en juego y la manera que un Pascal habla de esto.

Examinemos entonces, este punto y digamos: —Dios es o no es. Pero ¿de qué lado nos inclinaremos?. La razón no puede determinar nada ahí. Hay un caos infinito. Todo nos separa. Se juega un juego —atención a esta frase— en el extremo de esta distancia infinita donde acontecerá cruz o cara—. Jamás esta distancia infinita, —a saber, lo que ella quiere decir—, fue verdaderamente tomada en consideración.

—¿Que apostarán? Mediante la razón ustedes no pueden decidir ni lo uno ni lo otro, mediante la razón no pueden defender ninguno de los dos.

Es Pascal quien habla. —No acusen entonces, de falsedad a aquellos que han hecho una elección, porque ustedes no saben nada de eso. No. —Responde el interlocutor, que también es el mismo Pascal—. Pero, yo los acusaré de haber hecho, no esta elección, sino una elección. Porque aún, cuando aquel que hace una elección y el otro, estén en igual falta, ambos están en falta. Lo justo es no apostar en absoluto. —Si, pero hay que apostar. Esto no es voluntario, ustedes están embarcados. ¿Cuál tomaran ustedes?, pues veamos, ya que hay que elegir. Veamos lo que les interesa menos, tienen dos cosas para perder. —Nadie parece haberse dado cuenta de que se trata pura y simplemente de perderlas—. Lo verdadero y el bien, dos cosas a comprometer: vuestra razón y vuestra voluntad, vuestro conocimiento y vuestra beatitud.

Cuando se compromete a algo en un juego que se lleva entre dos hay dos apuestas: vuestra razón y vuestra voluntad es la primera, vuestro conocimiento y vuestra beatitud es la segunda, que no es puesta, en absoluto, por el mismo partenaire. Más tarde se discutirá sobre lo que está en juego, a saber: apuesten sin dudar, que él es, ya que hay igual riesgo de ganancia y de pérdida. Si no tuvieran sino que ganar dos vidas por una aún podrían apostar. A continuación de lo cual se nos promete, en una formula de la que importa no desconocer el texto, una infinidad da vidas, en principio, lo que desplaza por supuesto, las condiciones de lo que se apuesta. No son, en absoluto dos vidas en lugar de una, una vida de cada lado que son puestas en el juego, sino una vida por una parte y por otra parte lo que Pascal llama una infinidad de vida. Luego, a continuación una infinidad de vidas infinitamente felices. En lo que debemos retomar dentro de un instante cuando estudiemos lo que significa tal apuesta. Pero, primero, quisiera interrogar sobre esto que no fue retenido en absoluto. Es, a saber lo que quiere decir comprometer su vida y cómo ella está puesta en el juego. Vemos a Pascal hacer alusión ahí a varias etapas de su razonamiento. Primero, que ella puede no estar comprometida ahí. Segundo, la manera en la que convendrá juzgarla si al término de La apuesta está perdida.

Respondo, —dice Pascal— perdida vuestra vida. —Y acá él articula: Pero perdiéndola no pierden nada.— Singularidad de esta nada. Primero se trata de una vida. Al menos por un tiempo, en el caso medio, esta elección no se hace en absoluto, en el lecho de muerte, aunque esto no sea, en absoluto impensable, una vida que ustedes habrán vivido. Esta vida es evocada en otro momento como comportando más de un placer, placeres que califica de apostados, sin duda pero que no están menos provistos ahí de un cierto peso, ya que harán obstáculo a lo que de este razonamiento aquel al que se dirige siente el alcance convincente. La ambigüedad, pues, de esta vida entre esto de que ella es el corazón de la resistencia del sujeto a comprometerse en La apuesta y que, por otra parte, respecto a aquello de lo que se trata en La apuesta es una nada. Esto es lo que propiamente debe ser retenido por nosotros para hacernos interrogar sobre lo que distingue a esta nada. Esta nada tiene igualmente esta propiedad de es lo que se pone en juego, de lo que vamos a ver enseguida aquello de lo que se trata en lo que concierne a una apuesta. Esta acotación es justamente el algo que va a permitirnos dar su verdadero lugar en la estructura, a esa pretendida nada de lo que se pone en juego. Y ni cuando franqueando el término discurso, para ponerlos ahí como señores a Dugas y Riquier, de Pascal, Pascal a aquel que viene a consentir, a someterse a las reglas de La apuesta, dice, sin embargo: ustedes no podrán creer que los efectos de mi apuesta, se identifican a mi creencia. La respuesta de Pascal: Embrutecerse, la que producía el horror del señor Victor Cousin, el primero en haberla extraído con el escrito del escándalo de los papeles directos de Pascal, a los cuales él tenía directamente acceso. Este embrutecerse es, sin embargo, bastante claro. Este embrutecerse es exactamente lo que podemos designar como la renuncia a las trampas y a las envolturas, a las vestiduras del narcisismo, a saber, el despojamiento de esta imagen, la única que justamente no tiene las bestias, a saber, la imagen de sí. Lo que precipita, lo que cae al fin propuesto de una cierta ascesis, de un cierto despojamiento, es propiamente lo que reúne en su situación en el ser a nivel de lo que se afirma de esto como: yo soy en el campo del otro, de lo que en el sujeto destaca del desconocimiento de sí. Es decir, si debiéramos tomar como igual a la nada, la nada que rueda, como podría, entonces, jugar su papel, de lo que se pone en juego. ¿Es que esta nada —introduzco acá la cuestión—, no podemos identificarla a este objeto siempre huidizo, siempre substraído, a lo que es después de toda esperanza o desesperanza esencia de nuestra deseo, a este objeto innombrable, inasible, inarticulable y, sin embargo, que La apuesta de Pascal va a permitirnos afirmar, según la fórmula que Platón emplea en el Fedon, concerniente a lo que es del ser como algo a lo que corresponde a un discurso invencible? El, como causa del deseo y valor que lo determina, esto es aquello de lo que se trata en La apuesta en juego, pascalina. ¿Qué es lo que nos permite confirmarlo?. Seguramente acabo de decirlo, el hecho de que está comprometido como lo que se pone en juego en La apuesta. Paro esto conviene desenredar las oscuridades que conciernen a lo que es una apuesta, una apuesta es un acto al que muchos se entregan. Dije es un acto; no hay apuesta, en efecto, sin algo que implique la decisión. La decisión se remite a una causa que yo llamaría la causa ideal y que se llama el azar.

También pongamos mucha atención en evitar acá la ambigüedad que consistiría en insertar La apuesta de Pascal en los términos de la moderna teoría todavía no nacida en esa época de la probabilidad.

La probabilidad es lo que el desarrollo de nuestra ciencia encuentra en último término de una cierta vena de investigación de lo real. Y para manifestar la permanencia de la presencia de esta ambigüedad de la que evocaba apenas hace un rato el perfil concerniente a la relación al ser, no puede acá sino recordar cómo, —como diría Pascal—, se marcan las diferencias de los espíritus, lo que no es, en absoluto una acotación psicológica, sino una referencia a la estructura del sujeto.

La repugnancia marcada, por ejemplo en una carta a Max Born de Einstein, por esta última realidad que no sería sino un jugador de dados, el apego fundamental y proclamado por parte de un espíritu que comprometía ahí la más alta autoridad científica de su tiempo por la suposición de un ser, astuto sin duda, pero que no engaña, a saber una cierta forma aún perfectamente subsistente en el centro de un pensamiento científico de un ser divino. He aquí lo que merece ser recordado en el umbral de aquello en lo cual vamos a comprometernos y que es propiamente, esto no puede ser definido sino en el momento de este umbral, de este paso, de este franqueamiento radical de Pascal, a saber, el término estrictamente opuesto de un azar definido. Porque, ¿qué es el azar?. El azar se refiere esencialmente a la concepción de lo real en tanto que imposible, dije. ¿Imposible de qué?, —completaría hoy—, imposible de interrogar. Imposible de interrogar porque responde al azar.

¿Qué quiere decir esta forma de lo real?. Podemos considerar, aunque más no fuera por un instante y para situar el sentido de lo que articulamos como el muro, el límite, el punto en el cual intentamos en último término, por la exploración de la ciencia de terminar por el punto donde ya no hay nada para extraer sino una respuesta del azar. La ciencia no está lograda en absoluto. Pero, el ascenso progresivo de un pensamiento que se llama muy propiamente indeterminista, —no en la medida en que el nivel de lo real que interrogamos nos obliga—, puede permitirnos, al menos, sugerir esta perspectiva donde se inscribiría el saber científico, y es precisamente lo que les digo. Es decir, renuncio al conocer y al mismo tiempo al ser. No es, en absoluto, en la medida en que esto es de lo que se trata, es de construir bajo la forma de instrumentos científicos, lo que en el curso de esto objetivo de unirse a lo real, el punto de azar, nos ha sido mandado como instrumento que fuera capaz de unirse a él. ¿Que es un dado sino un instrumento echo para hacer surgir el puro azar?. En la investigación de lo real todos nuestros instrumentos podrían no ser concebidos sino como los cimientos gracias a los cuales, para penetrar más adelante, llegamos hasta el término del absoluto azar. No digo, en absoluto, que zanje la cuestión en esta materia. Sin duda, no podrían estar suficientemente articulados sino por entrar de una manera mucho más precisa en las elaboraciones que nuestro abrazo con la física nos constriñe a dar al principio de la probabilidad. Pero, estamos ahí en un nivel mucho más elemental.

¿Es que antes de que nazca esta teoría de la probabilidad se asegura en este registro, si puedo decir, su seriedad científica?. No debemos interrogarnos sobre lo que significa la primera especulación sobre el azar, indispensable siempre para poner en exergo toda especulación sobre la probabilidad.

Abran cualquier libro. Hay buenos, hay malos. Hay uno bueno, que se los cito de paso, El azar del señor Emile Borel, simplemente por el hecho de que les reúne de pasada una serie de objeciones, de cuestiones absurdas, nada más interesante para nosotros que las Stultae quaestiones.

Ustedes verán ahí que para aquellos que comienzan a dar cuerpo, a dar forma a esta cuestión sobre el azar, cuando dije hace un rato dar cuerpo y evocando esta edificación de nuestra ciencia, me viene como eco las fórmulas que había, de alguna manera, tomando mis notas, brotado de mi pluma, que en la localización sobre este muro de azar nuestra ciencia, en sus instrumentos, daría cuerpo a la verdad.

Pero ¿qué es lo que habita a quien juguetea el nivel más accesible y el más elemental de este juego de azar?, ¿al cabo de cuanto tiempo los dactilógrafos habrán escrito con su máquina un verso de Homero?, ¿cuál es la chance de que un niño que no conoce el alfabeto ordene de entrada en modo correcto las letras?, ¿qué chance hay de que un poema salga de una seguida de golpes de dedos?. Estas cuestiones son absurdas. Todas estas eventualidades, no hay ninguna objeción de que ellas se realicen de primera intención. Simplemente que pensamos ahí, cuando introducimos esta función del azar, prueba lo que significa para nosotros el alcance de esta causa. Ella apunta, a la vez, a este real del que no hay nada que esperar, lo que un poeta en el año 1929 escribía en una pequeña revista inencontrable: el mal ciego y sordo, el Dios privado de sentido y al mismo tiempo espera manifestarse como un sujeto.

Pero, después de todo. ¿A que llegamos?. Incluso si las apuestas son iguales, lo que es siempre aquello de lo que se parte, para comenzar por apreciar lo que está en juego en un juego de azar, que las chances, como se dice, o aún la esperanza matemática —término muy impropio— sean iguales a un medio. Aquí comienza que valga la pena jugar. Y, no obstante, es muy claro que si la chance no es sino un medio, ustedes no harán apuestas iguales sino recuperar la vuestra lo que no quiere decir nada.

Es pues, que hay en el riesgo alguna otra cosa que está comprometida, Lo que está comprometida, lo que está en el horizonte subjetivo de la pasión del jugador es esto que al término del acto —porque es necesario que haya acto y acto de decisión—, al término de esto, de lo que hace falta primero que un cierto marco significante haya definido las condiciones, —yo no lo abordé todavía hasta acá porque es ahí que vamos a entrar inmediatamente. Una respuesta pura da el equivalente de lo que, en efecto, está siempre comprometido como nada, ya que La apuesta está puesta ahí para ser perdida. Que ella encarna, para decirlo todo, lo que yo llamo el objeto perdido para el sujeto en todo compromiso en el significante, y que más allá de otra cadena supuesta, de ser significante y de un otro orden de sujeto, le era algo que no comporta objeto perdido lo que por este hecho, cuando la secuencia tiene éxito, nos lo devuelve. Tal es el principio puro de la pasión del jugador. El jugador se refiere, en un cierto más allá, —que es aquel que define el marco del juego—, se refiere a un modo de relación otra del sujeto y del significante que no comporta la pérdida del  . Es por eso que es capaz, si es jugador, —y por qué despreciarlos si ustedes no lo son, ustedes no tienen ninguna duda sobre los testimonios más importantes de la literatura que hay ahí un modo existencial y que si ustedes no lo son es, quizás, simplemente por no darse cuenta hasta qué punto ustedes también lo son, lo que espero mostrarles pronto, como hace Pascal que les dice que ustedes están, lo quieran o no, comprometidos.

Aquí es necesario detenernos un instante sobre la manera en la cual antes a La apuesta, Pascal intentó propiamente dar sustancia, si puedo decir, a esta referencia. Que puede parecerles àpresurada que les doy de la presencia del objeto que se encuentra en la secuencia azarosa.

Les explicaré, sin duda no hoy, sino la próxima vez, visto que la hora me limitará, por qué Pascal en La apuesta no evoca sino un juego, específicamente este y especialmente este para, —digamos rápidamente— un janseísta, se juega en varios golpes, pero una cosa —en la época misma en que comenzaba a escribir los Pensamientos y donde nadie puede saber si ya había escrito los papelitos de La apuesta…—, una cosa fue trabajada por él, de la que era muy celoso, ella es esencial para recordar, ya que en la tríada, que es de su propia pluma y que resume los tres tiempos de La apuesta, de los que no habré recorrido sino dos, reservando para la próxima vez el tercero, pirroniano ningún acceso a la verdad geómetra.

Es en estos términos que Pascal se dirige a la Sociedad Matemática Parisina, frente a la cual presenta algunos de los resultados de su triángulo aritmético. Él mismo llama estupefaciente a esta captura; este cabestro pasado por él, de la geometría al azar. Él dialoga largamente con Fermat, espíritu sin duda eminente. pero al que su posición en la Magistratura de Tolousse, sin duda, digamos, distraía de la estricta firmeza necesaria para las especulaciones matemáticas. Porque ellos no están, en absoluto, de acuerdo sobre lo que se llamará, —ustedes verán lo que es a continuación—, el valor de la partidas. Y justamente, demasiado prematuramente, Fermat entiende tratarlas en nombre de la probabilidad, es decir, de la serie de golpes arreglados según la seguidilla de los resultados combinatorios entre lo que dan, digamos con Pascal, cara o cruz.

Pascal tiene otro procedimiento totalmente distinto. Es lo que es en Pascal la regla de las partidas. Voy a intentar ponerlo enseguida alcance de vuestra mano. Naturalmente, ustedes creerán comprender. Les aconsejo, —sin embargo—, ponerse muy seriamente en la lectura de Boutroux, Gazier, Brunschvicg, en el Libro III, del volúmen III, en la lectura de lo que respecta no solamente a la regla de las partidas, sino al triángulo matemático. Porque ustedes verán en este momento que eso no se da inmediatamente, aunque, como voy a decírselos, es por primera vez que Descartes lo presenta a Fermat o a Monsier de Carcavie, no recuerdo.

Una partida se juega en dos tiempos. Esto supone que las apuestas están ahí. Decimos, provisoriamente, que son iguales. Se juega una tirada, yo gano. Mi compañero desea detener ahí la partida. Subrayo esta escansión que está resumida en Pascal. Habla, a continuación, de un común acuerdo. Ahora bien vamos a volver a verlo, este común acuerdo merece ser interrogado, estoy de acuerdo. ¿Es que vamos, ya que nadie ganó, a seguir al azar del que se trata? Es, por ejemplo, que dos veces el cospel salga a continuación cruz sobre lo que yo había apostado por simple suposición. Yo no gané. Y, sin embargo, Pascal dice y afirmó en un desarrollo que da a la articulación de la que se va a tratar todo su peso, porque resulta de esto una teoría matemática cuyos desarrollos son muy amplios, y es a esta amplitud que les pedía hace un rato esperando que me vuelvan a escuchar la semana próxima, que se remitieran.

Pascal dice: así debe razonar el ganador para dar su acuerdo, debe decir, ganó una partida. Esto no es nada acerca de La apuesta ya que La apuesta es que yo gane dos y, no obstante, esto vale algo, porque si jugamos la segunda ahora, o bien yo gano todo lo que se apostó, o bien si es usted el que gana, estamos en el mismo punto que al principio.

Es decir que, si nos separamos, repito, de común acuerdo, cada uno retoma su apuesta. Entonces, para yo consentir que soy ganador, ahora con la interrupción del juego, están aquellos que parten y lo que es necesario repartir, partituri cognosciunt partitura hasta, o bien, si yo llego a retomar mi apuesta o yo gano todo. Les pido como legítimo tomar la mitad de vuestra apuesta. Es desde ahí que Pascal parte para dar un sentido a lo que significa un juego de azar. Lo que no está puesto en valor es que si fuera yo el ganador que interrumpo mi adversario estaría en todo el derecho de decir perdón, usted no ganó. Y. entonces, ustedes no tienen nada que demandar sobre mi apuesta. La sustancia, la encarnación que da Pascal del valor del acto mismo del juego, separado de la secuencia de la partida he aquí donde se designa que lo que Pascal ve en el juego son estrictamente uno de estos objetos que no son nada y que pueden, de todos modos, evaluarse en función del valor de La apuesta, porque, —como él lo articula muy bien—, este objeto definible con toda justicia y toda justeza en la regla de las partidas, es tenerlo sobre el dinero del otro.

Son las catorce. Y estas cosas en las cuales me adelanto, las que ustedes verán que en último término, en ninguna parte ahí, donde les dije las cosas hoy, está La apuesta, ya que La apuesta está en La apuesta de Pascal sobre la existencia del otro. Que esta apuesta tenga por segura esas dos líneas separadas por una barra, Dios existe, Dios no existe, a saber que, no como se lo dijo, La apuesta de Pascal permanece suspendida, porque si Dios no existe no hay apuesta, ya que no hay ni Otro ni apuesta. Muy lejos de eso, la estructura que adelanta La apuesta de Pascal es la posibilidad, no solamente fundamental, sino yo diría esencial, estructural, ubicuista en toda estructura del sujeto, que el campo en relación al cual se instaura la reivindicación del  , el objeto del deseo, es el campo del Otro en tanto que dividido en relación al ser mismo, que es lo que está en mi grafo como S(A/) [A mayúscula barrada]