Seminario 14: Clase 22, del 14 de Junio de 1967

Un análisis puede ser terminable, pero un curso hace falta que tenga un fin, el de este año tendrá lugar el miércoles próximo. Hoy es entonces el anteúltimo.

He elegido este año que no sea un seminario cerrado; hice lugar, sin embargo, al menos me excuso si lo he olvidado, a dos personas que han aportado su contribución. Quizá al comienzo de esta anteúltima reunión, habrá alguno entre ustedes, muchos quizá, que quisieran hablar, quien sabe. Veré si puedo responder o no, me esforzaré al menos en indicar en qué sentido puedo responder o no.

Si alguno de ustedes quiere enseguida darme algunas indicaciones concernientes al campo de lo que he articulado, este año sobre la lógica del fantasma, le estaré agradecido.

¿Quién pide la palabra?….

No hablemos más de esto por ahora, aquellos que vayan por la escalera podrán quizás dirigirme unas líneas, mi dirección está en el anuario, rue de Lille; no creo que tengan dudas, que sepa soy el único, al menos en ese lugar, que se llama Doctor Lacan.

Continuaré por donde hemos dejado las cosas, y como no tenemos mucho tiempo para desarrollar ciertos campos, para cernir lo que he dicho este año, voy a esforzarme para indicar los últimos puntos de referencia de la manera simple que pueda, esto supone que les advierta, lo que esta simplicidad puede querer decir.

Ven que el término lógica del fantasma, se justifica por el hecho de que el fantasma está más estrechamente, que todo el resto del inconsciente, estructurado como un lenguaje; ya que el fantasma, al fin de cuentas, es una frase con una estructura gramatical, que parece articular la lógica del fantasma. Lo que quiere decir por ejemplo, plantear cierto número de cuestiones lógicas, que por simple que sean no han sido articuladas. No digo que haya sido articulada por primera vez por mí, sino por primera vez en el campo analítico, como la relación del sujeto del enunciado al sujeto de la enunciación.

No excluye al final de esta primera indicación, esta dirección, dar el sentido que en el porvenir podría desarrollarse de manera más plena, más articulada, más sistemática. Esta lógica del fantasma, de la que pretendo haber abierto los surcos este año, no excluye sino que indica que en alguna parte se engancha, se inserta, se suspende, de la economía del fantasma. Por eso al final de este discurso he planteado el goce, subrayando que es un término nuevo, al menos en la función que les doy, no es un término que Freud haya puesto, en primer plano en la articulación teórica.

Si mi enseñanza pudiera encontrar su eje en la fórmula que hace valer la doctrina de Freud sería algo que implicaría, que anunciaría esta función, referencia que de alguna manera es exigida, implicada. Hacer valer a Freud es lo que hago siempre, como se dice, dar a Freud lo que es de Freud: no excluye hacer valer lo que indica, lo que conlleva con relación a la verdad. Diré que si algo así es posible, es en la medida en que no dejo jamás de dar a Freud lo que es de Freud, no me lo apropio nunca. Ese es el punto que tiene importancia, quizá tendré tiempo de volver ahí al final.

Es curioso ver que para algunos se trata de apropiarse, quiero decir, no darme lo que manifiestamente me deben.

Cada uno puede darse cuenta en su formulación, no es lo importante, que esa falta de darme lo que me deben les impide dar el paso siguiente, dejármelo hacer sería, sin embargo, fácil en un campo disponible, luego se sienten desesperados porque les retiro el apoyo.

Entonces la función del fantasma en principio es algo que, como el comienzo mismo de nuestra cuestión, salta a los ojos; es algo clausurado que se presenta en nuestra experiencia como una significación cerrada para los sujetos que comúnmente, habitualmente, lo soportan, a saber, los neuróticos. Que se note como lo hace Freud en el examen ejemplar que hace de uno de estos fantasmas, en Pegan a un niño… del que hablé si recuerdan, cuando introduje los primeros esquemas de este año, que les aconsejé anotar para asir el camino que había que recorrer-, que es algo clausurado que hay que situar doblemente en los términos que he acentuado.

Correlativo a la elección del no pienso, en la que el Je se constituye por el hecho de que quede en reserva, si puedo decir, decantado en la estructura gramatical, el fantasma (no: se pega a un niño, sino, para ser escrito: un niño es pegado, como se escribe en alemán), es esta estructura que al nivel del único término posible de elección, tal como queda en la estructura de la alienación, la elección del no pienso, el fantasma aparece como esta frase gramaticalmente estructurada: Ein Kind wird geschlagen. Pero esta estructura, como les he dicho, la única que se nos ofrece en la elección forzada a nivel del o no soy o no pienso, si esta ahí en la medida en que puede ser llamada a revelar una y rechazar otra. A nivel del Otro, la del no soy es la Bedeutung inconsciente, que viene correlativamente a morder sobre Je que es en tanto no siendo; la relación a la Bedeutung es precisamente esta significación que escapa, esta significación cerrada. Sin embrago, tan importante de subrayar en cuanto que, se puede decir, es la que da la medida de la comprensión, la medida aceptada, recibida, la intuición, la experiencia que se interpela en sostener este discurso de falso semblante que apela a la comprensión como opuesta a la explicación, santidad y vanidad filosófica. Jaspers en primer rango.

El lugar de las tripas donde se apunta para hacerles creer que comprenden las cosas de tiempo en tiempo, es un pequeño secreto aislado que tienen dentro de ustedes bajo la forma del fantasma, y creen que comprenden porque despierta en ustedes la dimensión del deseo. Eso es lo que se llama comprensión y recordarlo tiene aquí su importancia, no es porque ustedes sean un poco neuróticos, el fantasma les da la medida de la comprensión en la medida en que despierta en ustedes su deseo, lo que no es huir ya que es lo que centra vuestro mundo. Es por eso que hace falta que se imaginen, que comprendan lo que sólo revela la lógica del fantasma, a saber, la perversión.

No imaginen que para el perverso el fantasma juega el mismo rol, intento explicarles el enraizamiento que hace al perverso que no podría definirse más que por un término nuevo que he introducido y acentuado: el acto sexual.

Lo ven, hay conexiones que hacen falta distinguir. Articular el gocé comprometido en la perversión con relación a la dificultad, o el impasse del acto sexual, es dar algo que tiene por relación al fantasma, tal como no se es dado en forma cerrada (es por esto que he recordado el ejemplo de Pegan a un niño), la función de este fantasma que no puede como tal presentarse más que estrictamente bajo esta fórmula Ein Kind wird geschlagen. No es que pueda indicar (en el sentido que tiene una configuración que pueden remitir sobre la economía del goce perverso haciendo corresponder tal término de uno a tal termino de otro) que sea de la misma naturaleza.

Hace falta recordar enseguida ese punto vivo que no es difícil de remitir al pasaje, en ese texto tan claro de Freud, por ejemplo que no hay tal especificidad en los casos de neurosis donde lo encontró.

Es estructura de una neurosis, este fantasma, no está específicamente ligado a una u otra. He aquí por lo que un instante podría llamar nuestra atención, para la estructura de los síntomas, quiero decirlo que significan los síntomas en la economía, donde no podemos decir que se combine la misma cosa en una neurosis que en otra.

Nunca lo repetiré demasiado, aún si parece que me llama la atención, ante aquellos que tienen confianza en hacerse controlar por mí. Me revelo con fuerzas ante el uso de términos como, por ejemplo, estructura histerofóbica. ¿Por que eso, no es pareja una estructura histérica y una fóbica, no están más cerca una de otra que de la estructura obsesiva?.

El síntoma representa una estructura, es el punto asombroso que nos indica Freud en estructuras diferentes, el fantasma puede estar ahí paseándose con el privilegio de ser el más inconfesable, leo Freud inconfesable, implica muchas cosas, uno podría detenerse en eso. En todo caso para quedar en un nivel de aproximación grosera, el del año 1919 en que ha sido escrito esto, digamos que pende como una cereza del cabo de sentimiento de culpabilidad.

Ahí se detiene Freud para ponerlo en relación con lo que llama una cicatriz, precisamente la del complejo de Edipo. Esto está hecho par hacernos sentir, para hacernos decir, que la manera en que el fantasma surge en nuestra experiencia, participa del aspecto experimental del cuerpo extraño, del que fuimos llamados a (en razón del verdadero salto teórico de Freud) presentir esta significación cerrada de relaciones de otra cosa muy desarrollable, más rica, virtualidad que se llama perversión. No es porque Freud haya hecho rápidamente este salto que no debamos omitir la distancia, la justa relación, para interrogarnos después de mucha experiencia adquirida qué es la perversión.

La perversión es entonces algo que se articula se presenta, como una vía de acceso propia a la dificultad que se engendra del proyecto, si ponen estas palabras entre comillas, es decir, que no es analógico. Lo hago intervenir como una referencia que a otro discurso que al mío. La puesta en cuestión, para ser más exactos, se sitúa en el ángulo de estos dos términos: no hay/no hay más que, acto sexual.

He dicho que no hay acto sexual, en tanto que somos capaces de articular las afirmaciones que resultan de eso, lo que no quiere decir que no haya algún sujeto que haya accedido ahí, que pueda decir legítimamente soy un hombre, soy una mujer.

Nosotros, analistas, es asombroso que no seamos capaces de decirlo, sin embargo, no hay más que este acto puesto en suspenso en este nivel para rendir cuenta de algo; después de todo, la cosa no solamente es abandonada sino que es ambigüa para ser separada de lo que se llama perversión. ¿Por qué?.

Es una perversión en sentido absoluto, en el sentido en que Aristóteles la toma cuando aleja a Terencio del campo de su ética, a un cierto número de prácticas que pueden ser, porque no, más manifiestas, más visibles, más vivaces aún, en su mundo que en el nuestro, por otra parte no hace creer que estén siempre ahí. El ejemplo que da del amor bestial, si recuerdo bien, es la alusión al hecho de no sé que tirano de Falero amaba mucho a ser pasar a algunas víctimas, fueran o no amigables, por no sé qué máquina donde las cocinaba un rato. Seguramente no es para nosotros un modelo unívoco, ya que en su ética, el acto sexual, como en ética alguna de la tradición filosófica griega, no tiene valor central confesado, patente; nos queda leerlo, no es lo mismo para nosotros gracias al hecho de la inclusión del mandamiento judaico en nuestra moral.

Con Freud la cosa está cerrada, el interés que damos a la perversión sexual, aún cuando encontramos más cómodo relajar las cadenas bajo la forma de una referencia a no sé qué desarrollo endógeno, a no sé qué estado que pretendemos, no se sabe por qué, biológico, la perversión no toma su valor más que al articularse al acto sexual. Es por eso que he elegido este pequeño modelo de la dicción inconmensurable por excelencia, el a, la más amplia al desarrollar la inconmensurabilidad que se define por Seminario 14, clase 22 ,que nos permite inscribirlo en un esquema bajo la forma de un doble desarrollo.
Seminario 14, clase 22
Queda como por azar a2 = 1-a, siendo a2 igual a la suma de las potencias impares. Lo que ha visto proyectarse en el uno a saber, a a la izquierda, a2 a la derecha, se encuentra al fin separado de una manera definitiva en forma invertida.

Tema preciado del que nos será fácil mostrar que puede representar bastante bien que el acto sexual podría para nosotros presentarse de una manera conforme al presentimiento de Freud, a saber, realizable solamente bajo la forma de la sublimación, es en la medida en que esta vía y lo que implica permanece problemática y excluida este año (ya que decir que puede realizarse bajo la forma de la sublimación es alejarse de lo que tenemos que hacer), que en su campo surge, toda la cadena de dificultades que se desarrollan, que se incluyen en una hiancia mayor, la de la castración. Es ahí el voto común de los autores que tienen experiencia es claro- es una vía inversa que aquella que va al tope de la castración que se articula la perversión.

El interés del esquema es mostrar donde se mide a proyectado sobre el uno que también puede desarrollarse sobre una manera externa, a saber, la relación de    1 =   a 
                                                                                                          —-    —-
                                                                                                         1+a     1

A nivel de la perversión se trata de cómo el presumido Uno, no del acto sexual sino de la unión del acto sexual, es dejado intacto con la partición no se establece ahí que el sujeto perverso venga a encontrar su goce a nivel de este irreductible, de este pequeño a original. Lo que vuelve concebible que no podría haber acto sexual, tampoco ningún otro acto, sino es en la referencia significante, que sólo pueda constituirlo como acto, esta referencia significante, por el sólo hecho que domina, ordena, esos seres macho y hembra, que no podamos de ninguna manera mantener el estado de seres naturales, los introduce bajo la forma de una función de sujeto que tiene por efecto la disyunción de cuerpo y goce, es al nivel de esa participación que interviene típicamente la perversión.

Lo que ella destaca para intentar volver a juntar este goce y este cuerpo separado por el significante que sitúa en la vía de la resolución de la sección del acto sexual, es que en el acto sexual, como se los he mostrado en el esquema de la última vez, hay para cualquiera de los partenaires, un goce, el del otro que queda en suspendo. Es porque el entrecruzamiento, el quiasma exigible que haría de pleno derecho de cada uno de los cuerpos la metáfora significante del goce del otro, es porque este quiasma está en suspenso, que no podemos por ningún lado que lo abordemos, más que ver que este desplazamiento que, en efecto, pone un goce en dependencia del cuerpo del otro queda a la deriva.

El hombre, por la razón estructural de que su goce esta tomado prevalentemente, lo eleva a la función de un valor de goce, el hombre se encuentra más electivamente que la mujer capturado en las consecuencias de esta sustracción estructural de una parte de su goce. El hombre es efectivamente el primero en soportar la realidad de este agujero introducido en el goce, es lo que también para él esta cuestión del goce no tiene más peso que para su partenaire, pero puede dar soluciones articuladas a eso. Puede porque hay en la naturaleza de este Otro que se llama el cuerpo algo que redoble esta alienación de la estructura del sujeto, la alienación del goce.

Del lado de la alienación subjetiva, quiero decir dependiente de la introducción de la función del sujeto que lleva sobre el goce, hay otra encarnada en la función de objeto a. Eurídice, si se puede decir, dos veces perdida.

El goce, este goce que el perverso reencuentra: ¿dónde lo reencontrará?. No en la totalidad de su cuerpo, donde un goce es perfectamente conveniente y quizás exigible, sino donde es claro, que está el problema cuando se trata del acto sexual. El goce del acto sexual no podría de ninguna manera compararse al que puede probar el corredor de esta marcha libre y altiva en ninguna parte más que en el cuerpo del goce sexual. No es por nada que aparece prevalente en ese campo el principio del placer que es propiamente el límite, el tropiezo, el término puesto a toda prueba que se sitúa como exceso de goce, en ninguna parte aparece mejor que la ley del goce esta sometida a este límite y que es donde va a encontrar especialmente para el hombre tanto ya que he dicho para él el complejo de castración articula el problema, va a encontrar su campo. Quiero decir, el de los objetos que en el cuerpo se definen por estar de alguna manera respecto del principio del placer, fuera del cuerpo.

Ahí están los objetos a; el a es tan ambigüo que por poco que sea del cuerpo, del objeto individual, esta en el campo del Otro y con causa, porque es en ese campo que se perfila el sujeto. Es donde hay que encontrar la huella del seno, este objeto que hace falta definir como algo que puede ser ligado superficialmente, parasitariamente a la manera de una placenta; así queda algo que puede legítimamente revindicar como su pertenencia el cuerpo del niño.

Se ve la pertenencia enigmática por el accidente de la evolución de los seres vivientes, aparece así para algunos, que algo de ellos queda proviniendo del cuerpo del ser que los a engendrado; luego los otros, lo hemos dicho, el excremento, tengo apenas necesidad de subrayar lo marginal que es respecto del cuerpo, y no sin estar muy ligado a su funcionamiento es bastante claro ver, en todo su peso, lo que estos seres vivientes agregan al dominio natural del producto de las funciones que designado como la mirada y la voz.

Busquemos para el primero de estos términos habiendo ya articulado lo que implica el hecho de que en la visión la cuestión quede siempre pendiente —tan simple de articular como lo prueba el abordaje fenomenológico de la última obra de Merleau-Ponty. A pesar de todo no se lo puede resolver, lo que en esta raíz de lo visible se debe encontrar: la cuestión de que es radicalmente la mirada. La mirada más que ningún otro objeto en cuestión no puede ser asida como reflejo del cuerpo, no puede ser retomada en el alma, quiero decir, en esta estesia regulatriz del principio del placer, en esta estesia representativa en que el individuo se encuentra representado a sí mismo, en la relación narcisista, donde se afirma como individuo. Este resto que sólo surge en el momento en que es concebido el límite que funda al sujeto llamado objeto a, ahí se refugio el goce que no cae bajo el golpe del principio del placer. Es también el ser ahí, el Dasein, no sólo del perverso sino de todo sujeto, que hay que situar fuera del cuerpo, en esta parte que presiente el Filebo (pasaje que les pedí que fueran a buscar) que Sócrates llama la relación del alma al cuerpo. Es en esta parte anestésica en la que el goce gira como lo muestra la estructura de la posición del sujeto en dos términos ejemplares, definidos como sádicos y masoquistas para proveerle esta vía de acceso.

¿Tengo necesidad de evocar la marioneta más elemental que podamos imaginar del acto sádico?. Casi desde que el comienzo tengo mis garantías que les pido tomar, les pido detenerse en otra cosa que los que les he dicho vacilantes sobre los bordes de la neurosis cualquier fantasma de este orden puede despertar en ustedes cierta empatía, no se trata de comprender cuán turbadora puede ser la práctica imaginada o no. Se trata de articular lo que nos evitará plantear cuestiones sobre la economía de la función del dolor, por ejemplo, sobre la que dejaron de romperse la cabeza, con la que juega el sádico: el sujeto.

No haré prosapia, ya he escrito Kant con Sade para mostrar que son de la misma vaina. Juegan con el sujeto. ¿Qué sujeto?. Diría como lo dije en alguna parte con el sujeto del pensamiento o sujeto del vértigo, el sujeto del goce. Ven que introduce esta inflexión que del sujeto nos hace pasar a lo que el marcado como resto, el objeto a.

Es a nivel del Otro que opera esta subversión, rigiendo, reglando lo que desde siempre los filósofos han sentido digno de calificar desdeñosamente de relaciones del cuerpo con el alma y que en Spinoza se llama por su verdadero nombre, titilateo, cosquilleo. Él goza aparentemente del cuerpo del cuerpo del otro, pero ven que la cuestión hay que desplazarla a nivel de lo que formulé en un campo donde las cosas son menos cautivantes, que he representado bajo la relación del amo y del esclavo preguntando de qué goza. ¿Aquél goza?.

Ven la relación inmediata con el campo del goce sexual; sólo la cuestión en el nivel del sádico es: él no sabe que en esta cuestión deviene el instrumento no sabe que hace como sujeto. Es esencialmente en la Verleugnung, que se lo puede interpretar de mil maneras, no se los pido. Hace falta seguramente alguna manera articulante, fue el caso del Marqués de Sade, legítimamente su nombre está ligado a la cuestión.

Sade es esencial por haber marcado las relaciones del acto sádico con el goce y por haber intentado marcar irrisoriamente la ley bajo la forma de una regla universal digna de las articulaciones de Kant, en su célebre Franceses un esfuerzo más para ser republicanos… objeto de mi comentario. Artículo que he mostrado siempre, mostraba que esta ley no podría articularse más que en términos no de goce del cuerpo sino de partes del cuerpo. Cada uno en ese estado fantasmático fundando sobre el derecho al goce, cada uno ofreciendo a cualquiera el goce de tal parte (escribe el autor y no es en vano) de su cuerpo en señal de designo. El refugio del goce es esta parte de la que el sujeto sádico no sabe que es su Dasein, que él realiza en eso su esencia, he aquí la clave del texto de Sade.

No tengo tiempo de rearticular lo que resulta de esta captura, de esta reclasificación, uno con relación al otro del goce y del sujeto; y cuán próximo está del fantasma el goce, inmediatamente articulado por Sade, donde se alcanza en lo absoluto, en el Otro. En ese Uno el goce dejados sin soporte, aquel del que se trata cuando Sade construye la figura más verdadera de Dios, la del goce de una maldad absoluta.

De este mal esencial y soberano, desde entonces sólo aportado por la lógica del fantasma, Sade les testimonia que el sádico no es que sirviente que debe al mal radical (que constituye la naturaleza terrorífica) las vías de un máximo de destrucción. No olvidemos que no se trata más que de la lógica de la cosa; si la he desarrollado indicándoles que se remiten a su fuente en el carácter tan fútil, bufonesco, siempre miserablemente abortado de las empresas sádicas, es porque a partir de esta apariencia se verá mejor la verdad que está dada en la práctica masoquista. Donde es evidente que el masoquista para salir, si se puede decir escaparse, al único rincón en que es asible que es el objeto a, se libra deliberadamente a esta identificación al objeto rechazado; él es menos que nada, aún que el animal, el animal que se maltrata, y también el sujeto que de su función de sujeto ha abandonado por contrato todos los privilegios. Esta búsqueda, esta construcción, de alguna manera encarnizada de la identificación imposible con lo que se reduce al más extremo desecho y que esta ligado a la captación del goce, he aquí donde aparece de manera ejemplar la economía de la que se trata.

Observemos sin detenernos en los versos sublimes que humanizan si puedo decir esta maniobra:

Mientras entre los mortales está la multitud vil
bajo la fusta del placer,
el verdugo sin merced hará correr
los remordimientos en la fiesta servil.

Todo esto es pavada es el reflejo llevado sobre la ley del placer, el placer no es un verdugo sin merced, el placer los mantiene en un límite bastante tapado, precisamente por ser el placer. Se trata cuando el poeta se expresa así, de marcar su distancia:

Mi dolor me da la mano, viene por aquí lejos de ellos…

Canta la flauta para mostrarnos los encantos de cierto camino que se obtiene por estos colores sí invertidos.

Si tenemos que ocuparnos del masoquismo sexual, observemos la necesidad de nuestro esquema, lo que Reich subraya con una torpeza como para agarrarnos la cabeza por el carácter imaginario o fantasioso del masoquismo; no ha captado aún que todo lo que aporta, designa suficientemente que se trata de lo que hemos proyectado, a saber: el Uno absoluto de la unión sexual, en tanto que por una parte es el puro goce pero desligado del cuerpo femenino.

Sacher-Masoch, tan ejemplar como el anterior, nos ha dado de la relación masoquista todas las estructuras que encarna en la figura de una mujer, este otro al que hay que hurtarle el goce, goce absoluto pero completamente enigmático. No es cuestión de que este goce pueda la mujer causarle placer, lo tiene sin cuidado al masoquista es lo que por su mujer bajo el camuflaje del nombre de Wanda en La venus de las pieles, cuando escribe sus memorias nos muestra hasta que punto está embargada por sus requerimientos tanto como un pescado de su manzana.

Por el contrario, para qué romperse la cabeza con que este goce, sea puramente imaginario; en la ocasión hace falta que esté encarnado por una pareja. Necesidad que se manifiesta por la estructura de este Otro, en tanto que no es más que el rebatimiento del uno no repartido aún en la división sexual.

No hace falta romperse la cabeza, al entrar en las evocaciones edípicas, para ver que es necesario que el ser que representa este goce mítico, que refiero aquí al goce femenino, sea en la ocasión representado a dos partenaires pretendidamente sexuales, que están ahí para el teatro, para el guiñol y alternan. El masoquista entonces, no puede más que situarse por relación una representación del acto sexual y definir por su lugar el lugar en que se refugia el goce.

Es lo que tienen de irrisorio, y no simplemente para nosotros, también para él. Es por ahí que se explica este doble aspecto de lo irrisorio, quiero decir, en la experiencia, en tanto que jamás falta en la puesta en escena, como lo ha remarcado Jean Genêt, un pequeño detalle, no para un público eterno sino para cualquier sobreviviente que no se engañe, que forma parte del goce: que todo eso sea un truco, una diversión.

Hay otra cara burlona, basta haberla leído (ya que la tienen ahora en vuestro alcance) en la continuación la admirable presentación de Deleuze de La venus de las pieles. Vean ese personaje un poco señorón que era Sacher-Masoch, imagina el personaje de su novela, del que hace un gran señor que mientras juega el rol de valet encuentra detrás de su dama todas las penas del mundo para no estallar de risa, aunque tome el aire más triste posible; no entretiene más que con pena su risa.

Es introducir como esencial el costado que llamaré, que también impacta cuando Reich da plenamente cuanta de ese propósito, el costado de la demostración de la cosa, forma parte de esta posición masoquista, que demuestra como lo hago en el pizarrón, ya que tiene el mismo valor, que solamente ahí esta el valor del goce. Demostrarlo forma parte de su goce y por esto la demostración no es menos valida.

La perversión siempre tiene la dimensión de la demostración, quiero decir, no que ella demuestre, para nosotros sino que el perverso es demostrador, es quien tiene la intensión. He aquel a partir de lo que puede plantearse sanamente las cuestiones sobre lo que llamamos, prudentemente, masoquismo moral.

Antes de introducir el término masoquista en cada giro de nuestra exposición, hace falta haber comprendido bien que es el masoquismo a nivel del perverso. Les he indicado suficientemente que lo que liga la neurosis a la perversión no es otra cosa que este fantasma, que en el interior de su campo (el de la neurosis) cumple una función muy especial sobre lo que parece jamás nadie se ha interrogado. Es únicamente a partir de ahí que podemos dar un justo valor a lo que introduciremos en tal o cual giro de la neurosis llamándolo masoquismo.

Hoy he articulado el resorte de la perversión en sí misma, y al mismo tiempo les he mostrado que el sadismo no hay que tomarlo de ninguna manera como una vuelta al masoquismo ya que es claro que ambos operan de la misma manera, casi que el sádico opera de una manera más ingenua: interviniendo sobre el campo del sujeto en tanto que está sujeto al goce, el masoquista, después de todo sabe bien que por poco que le interese lo que pase en el campo del Otro, hace que el Otro se preste al juego, pero sabe el goce que tiene que extraer.

El sádico está esclavizado por esta necesidad de remitir bajo el yugo del goce lo que él apunta como sujeto pero no se da cuenta que en ese juego el timado, haciendo algo que está enteramente fuera, y la mayor parte del tiempo quedando a mitad del camino de lo que apunta, al contrario no deja de realizar de hecho, sin buscarla, sin ubicarse ahí de hecho la función del objeto a, es decir estar objetivamente en una posición masoquista, como la biografía del divino Marqués lo demuestra, lo he subrayado en mi artículo. Qué más masoquista que ser remitido a las manos de la Marquesa de Merteur.