Seminario 14: Clase 23, del 21 de Junio de 1967

Esta vez tendré que ser breve, había anunciado que sería la última reunión de este año: hará falta cerrar este tema sin haber hecho otra cosa que abrirlo, me agradaría animar en alguno el deseo de retomarlo.

Tengo la intensión de terminar con una observación clínica —no porque hable de lógica y principalmente de lógica del fantasma, dejo de lado el campo de la clínica. Cada uno sabe, cada uno testimonia, entre aquellos que son practicantes, que es en las declaraciones de cada día de sus enfermos que encontrarán mis términos principales tanto como yo, que no he tenido que buscarlos en otra parte. Lo ubico como los referentes de mi enseñanza, quiero decir, ordeno el discurso psicoanalítico mismo.

Al comienzo de esta semana tuve un testimonio que me dan con mucha frecuencia, a saber, tal enfermo parecía sonar a su analista (al día siguiente de mi seminario), como algo que parecería ser una repetición, hasta el punto de preguntarse si habría un eco. Uno se maravilla tanto más en los casos donde esto es imposible; al principio de esta semana, inversamente, encuentro en los relatos de tres sesiones de psicoanalistas (poco importa que fueran didácticos o terapéuticos) los términos que sabía, ya que era lunes, que debía excogitar. Entonces, de ese discurso analítico, no hago otra cosa que dar a ustedes las coordenadas donde se sitúa. ¿Pero qué quiere decir?. No basta decir que es el discurso de un neurótico, eso no especifica ese discurso; es el discurso de un neurótico en las condiciones, aún en el condicionamiento, que le da el hecho de sostenerse en el consultorio del analista.

No por nada adelanto esta condición local. Es decir, que estos ecos, estos calcos funcionarían, cosa extraña; cada uno sabe, cada uno puede ver, saber, probar, que mi discurso aquí no es el de la asociación libre. ¿Hay que decir acaso que ese discurso, cuando recomendamos el método de la asociación libre, el discurso de los pacientes, es el mío en el momento en que nos falta algo, de alguna manera, cuando especula, instrospecta, elucubra, intelectualiza, como decimos amablemente?. No; sin duda debe haber ahí otra cosa que pueda dar cuenta de que el paciente obedece a la recomendación de la asociación libre en tanto es la vía que le proponemos, desde donde puede legítimamente decir cosas. En efecto cada uno sabe que si se lo priva de pasar por la vía de la asociación libre (y no es que esto comande un discurso laxo o un discurso roto), es porque después de todo algo llega hasta la delicadeza de tal distinción, a las incidencias de su relación a su propia demanda, la pregunta por su deseo.

Hay algo como para hacernos reflexionar un instante sobre lo que condiciona este discurso, más allá de nuestras consignas. Nos hace falta hacer intervenir ahí el elemento que hoy dejaré al nivel de las evidencias comunes, la interpretación. Antes que preguntar qué es, cuándo, cómo hace falta hacerla (lo que no deja de provocar en el analista cierto embarazo) hace falta pensar la cuestión en el tiempo previo en que voy a plantearla.

Es esta: ¿Cómo el discurso de la asociación libre, que es encomendado al sujeto, está de alguna manera condicionado por lo que está en vía de ser interpretado?

Nos lleva a evocar algunas referencias que los lógicos, desde hace algún tiempo nos dan. Es lo que este año me ha empujado a hablar de lógica no iba a volverla compatible, intenté dar una armadura con una cierta lógica que nos interese a nivel de los registros de la alienación y de la repetición, con los dos esquemas cuadrangulares superpuestos.

Espero haber incitados a algunos a ojear algunos librejos, no sería más que para recordar las distinciones de valor que los lógicos producen en su discurso cuando, por ejemplo, distinguen las frases que se llaman asertivas, imperativas o implorativas, simplemente para señalar que se puede pasar, localizar, a nivel de las primeras cuestiones, que las otras no serían más que palabras plenas de incidencias, y que también podría interesarle a los lógicos. Curiosamente no abordan más que los contornos, el sesgo que hace que ese campo quede hasta ahora bastante intacto.

Esta frase, la más imperativa, la más implorativa, que solicita algo (si nos referimos a lo que he definido como acto), no puede más que interesar a la lógica. Si solicita intervenciones precoces, es quizás a título de acto. Sólo las primeras serían, al decir de los lógicos, susceptibles de ser sometidas a lo que se pueden llamar triquiñuelas.

Dejemos esta como una crítica que exige una referencia a las condiciones necesarias para que de un enunciado pueda deducirse otro enunciado; aquel que esté de paracaidista, por primera vez, y no hubiera jamás oído estas cosas, podría ahí encontrar algo llano. Supongo, sin embargo, que para vuestras orejas resuena la distinción del enunciado y la enunciación, y que el enunciado está constituido por una cadena significante. Es decir, que lo que es en el discurso objeto de lógica, está limitado desde el comienzo por condiciones formales, lo que hace que esta lógica se llame lógica formal.

Al comienzo (no enunciado al comienzo ya que es por el gran iniciador, Aristóteles) enunciado de una manera ambigüa, parcial, pero deslindada, en los progresos ulteriores al nivel de lo que he llamado las condiciones necesarias: la valorización de la función de la negación en tanto que excluye al tercero, quiere decir, algo que no puede ser afirmado y negado al mismo tiempo bajo el mismo punto. Es lo que nos enuncia Aristóteles expresamente.

Después de todo podemos poner al margen lo que Freud nos afirma: que no está ahí el principio de no contradicción. Lo que enuncia en el inconsciente, lo saben, Freud desde la Traumdeutung, lo subraya, contradicción, es decir, que una misma cosa sea negada y afirmada al mismo tiempo desde el mismo ángulo es lo que Freud nos designa como siendo el privilegio, la propiedad, del inconsciente. Si había necesidad de algo para confirmarlo para cabezota de los que no pueden entenderlo, que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, diré: cómo pueden justificar, entonces que Freud se tome el cuidado de subrayar esta ausencia, en el inconsciente, del principio de no contradicción, ya que el principio de no contradicción no tiene absolutamente nada que ver con lo real, no está en lo real.

Si el inconsciente es —como para aquellos que tienen que hablar en los lugares donde se imparte una enseñanza que comienza diciendo: aquellos que están en la sala que crean que el inconsciente esta estructurado como un lenguaje, salgan, tienen razón, prueban que ya saben todo, y en todo caso para aprender otra cosa no tenían necesidad de quedarse—, es otra cosa, como se dice, las tendencias puras, en todo caso no es cuestión que sea otra cosa que lo que es. Puede componerse, en la ocasión, según el paralelogramo de fuerzas invertidas, en tanto que suponemos una dirección; pero es un campo siempre sometido, si se puede decir, a composición.

En el principio de contradicción se trata de otra cosa, se trata de negación; la negación no es como los arroyos, si buscan bajo el pie de un caballo no encontrarán la negación. Entonces, si Freud que debía saber algo, se toma el cuidado de subrayar que el inconsciente no está sometido al principio de contradicción es porque podía ser que estuviera sometido. Si es cuestión que esté sometido o no, es a causa de que está estructurado como un lenguaje, en un lenguaje: el uso de un lenguaje, que participa de alguna convención, trae aparejado una prohibición, tal prohibición, tiene un sentido: que el principio de contradicción funcione o no. Si en alguna parte se subraya que no funciona, es porque se trata de un discurso. Invocarlo quiere decir que el inconsciente viola esta ley, lo que prueba de golpe que está instalado en el campo lógico, que se articula de proposiciones.

Recordarlo es para volver a las bases, a los principios y recordar que los lógicos nos enseñan que a la ley de no contradicción, aunque bastante tiempo se hayan equivocado, hay que distinguirla de lo que se llama bivalencia.

Otra cosa está prohibida en el uso lógico en tanto están dados los fines que les he dicho siempre, limitados en su campo a las frases asertivas, limitados a deslindar las condiciones necesarias para que de un enunciado se designe una cadena correcta, es decir, que permita hacer el mismo acierto sobre otro enunciado, aserto que es negativo o afirmativo. La ley de bivalencia es otra cosa: toda proposición es o verdadera o falsa.

No quiero detenerme aquí, ya lo he hecho en mis primeras reuniones de este año, haciéndoles sentir hasta que punto es fácil demostrar, no solamente porque no se sepa, que una preposición sencillamente construida pueda hacerles sentir cuánto esta bivalencia, tan tajante, es problemática. Los matices que hay, que se inscriben entre lo verdadero y lo falso, no es para nada algo lineal, unívoco y tajante, pero es justamente donde da todo su valor a la presencia de esta dimensión, que es la nuestra, en el interior de la cual se sitúa este discurso al que le demandamos no ir más lejos, si puedo decir, que la punta de su nariz.

Bastan que tengan que plantear la cuestión de lo que para mí entra en el análisis, a saber, si deben decir eso o no, esto es tajante. Es la manera más clara de enunciar la regla analítica; pero lo que no digo, y es de lo que parto, es que en último término la verdad es lo que esta planteado como debiendo ser buscado en las fallas del enunciado. Fallas a las que les doy el margen que les recomiendo, casi de multiplicar, pero que supone, al principio de la regla que les doy una coherencia que implica la refacción eventual de dichas faltas. ¿Refección según qué normas, sino las que evoca y sugiere la presencia, la dimensión de la verdad?. Dimensión inevitable en la instauración del discurso analítico.

Es un discurso sometido a la ley de solicitar esta verdad de la que ya hablé en términos más apropiados, una verdad más pálida, de solicitar en suma, de enunciar un veredicto, un dicho verdadero.

Seguramente la regla toma otro valor, esta verdad que habla y de la que se espera el veredicto, se la acaricia se la amansa, se la pasa de mano por la espalda, este es el verdadero sentido de la regla. Uno quiere ganarle de mano, para hacerlo se hace semblante (en suma ese es el sentido de la regla de asociación libre), se hace semblante, para no preocuparse, evadirse, pensar en otra cosa, así ella quizá largue el rollo.

He aquí el principio, me ruborizo casi de hacer un disparate, pero no lo olviden; tengo que vérmelas con psicoanalistas, es decir, con los que mayor tendencia a olvidarlo tienen, y seguramente tienen fuertes razones que diré enseguida.

Esta es la cuestión, la señalo al pasar, en suma se interroga, siguiendo a Freud (lo que he dicho siempre), la verdad de un discurso que puede decir sí y no al mismo tiempo, ya que no está sometido al principio de contradicción, y que diciéndose, haciéndose, como un discurso raro, introduce una verdad.

Eso también es fundamental; la prueba es tan fundamental, aunque no siempre está deslindada en el tipo de enseñanza que evocaba hace un rato, es tan fundamental que revela el sobresalto que se sabe. Se lo ha testimoniado, que Freud, cuando tuvo que explicar a su banda (los compañeros vieneses del miércoles), que la paciente había tenido sueños expresamente para enredarlo, produjo un sobresalto en la reunión, probablemente clamor, tanto que se vio bastante mal para resolver la cuestión, los sueños no son el inconsciente, pueden ser mendaces, lo menos que puede decirse es que al inconsciente no hace falta empujarlo. Quiero decir, que si esta dimensión debe ser preservado, Freud lo hace en nombre de esto: que el inconsciente preserva una verdad, si se lo empuja puede ponerse a mentir con los medios que tiene. Pero que puede querer decir todo esto.

El inconsciente no tiene sentido, salvo para los imbéciles que piensan que es el mal, desde entonces se ve que no es un sujeto, más exactamente que es anterior. Hay un lenguaje antes de que al sujeto le sea supuesto saber cualquier cosa. Hay entonces una anterioridad, una lógica del estatuto de la verdad, para que sea calificable el sujeto que pueda alojar ahí.

Sé bien que cuando digo estas cosas, cuando las escribí por primera vez en La cosa freudiana, tienen algo de romántico; la verdad es un personaje que nos pone los pelos de punta, que nos da un pozo para alojarse y aún para hacer de ludión. Se trata de encontrar su razón. Quiero simplemente decirles que es imposible excluirla por lo siguiente, es que si la interpretación no tiene relación con la verdad, si no está detrás de lo que uno arbitra en la manipulación de todos los días (uno no va a atormentar a los pichones que controla, cargándoles sobre el lomo la verdad, mientras se les dice que la interpretación ha o no ha triunfado, como se dice, visto su efecto de discurso, que no puede ser ninguna otra cosa más que un discurso, lo que tuvo de material, por ejemplo que el tipo continuó despotricando), si no es más que por efecto de discurso, eso tiene un nombre que el psicoanálisis conoce perfectamente, y es un problema, se llama sugestión.

Si la interpretación no es más que lo que resulta del material, quiero decir, si se elimina radicalmente la dimensión de la verdad, toda interpretación no es más que sugestión. Lo que pone en su lugar estas especulaciones tan interesantes, porque se ve que es para evitar la palabra verdad que Glover habla de interpretación exacta o inexacta. No lo hace más que para evitar la dimensión de verdad, pero es difícil de hablar de interpretación falsa. La bivalencia queda en una posición embarazosa en cuanto al tercero excluido. Es por eso que Glover admite la fecundidad de la interpretación inexacta. Inexacto no quiere decir falso; quiere decir que no tiene nada que ver con lo que se trata en ese momento como verdad; pero algunas veces no queda forzosamente de lado porque la verdad se revela, por inexacta que sea, y uno después de todo le ha hecho cosquillas en alguna parte.

En el discurso analítico destinado a captar la verdad, es la respuesta, interpretación interpretativa, quien representa la verdad. Interpretación como siendo posible, aún si no hay lugar que oriente este discurso. El discurso que encomendamos como discurso libre tiene por función hacerle un lugar, tiende a instaurar un lugar de reserva para que se inscriba ahí la interpretación y pueda preservar la verdad. Es el lugar que ocupa el analista.

Les hago notar que él lo ocupa pero que no es donde el paciente lo pone, es el interés de la definición que les he dado de la trasferencia, Porque no recordar que es específica, que está ubicado en posición de sujeto supuesto saber. Sabe bien que funciona al sostener esta posición, ya que es donde se producen los efectos mismos de la trasferencia, aquellos sobre lo que hay que intervenir para rectificarlos en el sentido de la verdad. Es decir, que esta entre dos aguas, entre la posición falsa de ser el sujeto supuesto saber (bien sabe que no lo es) y la de tener que ratificar los efectos de dicha suposición de parte del sujeto y esto en nombre de la verdad.

Es en esto aquí la transferencia es fuente de lo que se llama la resistencia, si es verdadero lo que digo: que la verdad en el discurso analítico está ubicada en otra parte, en el lugar del que escucha. De hecho aquel que escucha no puede funcionar más que como relevo con relación a este lugar; es decir, lo único que sabe es que él mismo, como sujeto, está en la misma relación a la verdad que aquél que habla. Es lo que se dice comúnmente: que obligatoriamente, como todo el mundo, está en dificultades con su inconsciente, y que es lo carácterístico, es la función coja de la relación analítica. Es que justamente sólo esta dificultad, la suya propia, puede responder dignamente donde se lo espera o donde se lo puede esperar largo tiempo, donde se espera la interpretación.

Ven la dificultad de ser o de relación con la verdad, probablemente sea la misma cosa; una dificultad no constituye un estatuto, es porque en ese punto se ha hecho todo para tapar esto, que es la condición del analista, no puede responder más que con su propia dificultad de ser. Por qué no, después de todo para camuflarlo se encuentran trucos, por ejemplo que con su inconsciente todo está reglado, ha tenido un psicoanálisis, y aún didáctico, lo que le permitió estar un poco más cómodo. No estamos en el dominio del más o del menos, estamos en el fundamento mismo de lo que constituye el discurso analítico.

Verdad que si se relacióna al deseo quizá nos dará cuenta de las dificultades que tenemos al manejar esta verdad, de la misma manera que lo hacen los lógicos.

Me basta evocar que el deseo no es tan fácil definir su verdad. La verdad del deseo, sí que es tangible, siempre tenemos que vérnosla con eso, ya que es por lo que la gente viene a nosotros, por lo que pasa con ellos cuando el deseo arriba a lo que se llama la hora de la verdad. Eso quiere decir tengo muchos deseos de algo, pero estoy ante eso, puedo tenerlo… ahí ocurre un accidente.

El deseo, ya lo he explicado es falta, (no soy yo quien lo ha dicho, es Sócrates), en esencia es falta; esto tiene un sentido, que no hay objeto del que el deseo se satisfaga, aún si hay objetos que son causa del deseo.

¿Qué deviene el deseo a la hora de la verdad?. Es a partir de estos accidentes bien conocidos que la cordura toma ventaja y se jacta de considerarlo como locura e instaurar todas medidas dietéticas para preservarse del deseo. El único problema es que hay un momento en que el deseo es deseable, es lo que pasa cuando se trata, no sin razón, de la ejecución del acto sexual. Ahí es considerable el error de creer que el deseo tiene una función que se inserta en lo fisiológico. Se cree que la intención no hace más que aportar el problema. Es un error que hoy se percibe, que queda inscripto en los espíritus más advertidos, quiero decir, los psicoanalistas.

Es muy extraño que no se comprenda que lo que aparece como la medida, el test del deseo, dicho de otra manera, la erección, no tenga nada que ver con el deseo. El deseo puede perfectamente jugar, funcionar, tener todas sus incidencias sin estar de ninguna manera acompañado por la erección, que hace falta situarla sobre la vía del goce. Quiero decir que por sí mismo la erección es goce —y que es precisamente demandado, para que se opere el acto sexual, que no se detenga—, es goce autoerótico.

No se ve porqué, si fuera de otra manera este goce estaría marcado por esta suerte de velo, normalmente cuanto el acto sexual, al menos hace falta suponerlo, tiene todo su valor, los emblemas priápticos se levantan por todos lados.

El deseo del que se trata, el deseo inconsciente, del que se habla en psicoanálisis en tanto tiene relación con el acto sexual, hace falta en principio definirlo y ver de donde este término surge antes que funcione. Es importante recordar, si no se lo recuerda, si no se plantea en estos términos la operación indispensable al acto sexual, si no es en el registro del goce y no del deseo que se pone la operación de la copulación su posibilidad de realización, está absolutamente condenada a no comprender nada de todo lo que decimos del deseo femenino, del que explicamos está como el deseo masculino, con relación a una falta simbolizada que es el cuerpo fálico.

Cómo comprender, situar con justeza el sentido, el lugar, de lo que decimos concerniente al deseo femenino, sino se parte sobre el plano del goce de la diferencia fundamental de dos partenaires, que pone entre ellos el abismo que designaría tomando dos referencias. La que definí como la erección sobre el plano del goce, y aquella que para la mujer no encontraré mejor que esta (de la que felizmente no tuve que esperar ser psicoanalista para tener la confidencia, cada uno puede tenerla), la manera en que las muchachas designan entre ellas lo que parece más próximo al lo que se designa en ese nivel: a saber, lo que llaman el golpe de ascensor, pasa mientras el ascensor desciende bruscamente, ellas saben que hay algo ahí del registro de acto sexual.

De ahí hace falta partir para saber a qué distancia ubicar el deseo, es decir, de lo que se trata en el inconsciente: el deseo en su relación al acto sexual. No es una relación de derecho y revés, no es una relación de epifenómeno, no es una relación de cosas que pegan, por eso es necesario ejercitarse durante algunos años. El deseo no tiene nada que ver con la demanda, es lo que se produce como sujeto en el acto de la demanda.

El deseo está comprometido en el acto sexual, en tanto una demanda puede estar interesada en el acto sexual, lo que después de todo no es forzoso. En fin, es corriente, lo que es corriente en la medida en que el acto sexual es lo que es definido, a saber: lo que no alcanza jamás a ser un hombre o una mujer (decimos esto para provocarlos). El acto sexual está inserto en lo que se llama el mercado, el comercio sexual, ahí uno tiene que vérselas con demandas. Es de la demanda que surge el deseo, es por eso que el deseo en el inconsciente está estructurado como un lenguaje, ya que resurge.

Es lamentable que haga falta que vocifere estas cosas que están al alcance de cualquiera, están regularmente omitidas en todo lo que se elucubra en las teorías más simples del psicoanálisis.

Quiero decir que al mismo tiempo que se capta que el deseo no es más que un subproducto de la demanda, también se capta porque es su naturaleza no ser satisfecho. Porque si el deseo surge de la dimensión de la demanda, aún si es satisfecha sobre el plano de la necesidad que la ha suscitado, es de naturaleza de la demanda, porque ha sido lengüistería, engendrar esta falla del deseo que viene de lo que ella es como demanda articulada y que hace que haya algo desplazado que vuelve al objeto de la demanda impropio para satisfacer el deseo. Tal es el seno que desplaza todo lo que pasa por la boca para la necesidad digestiva, que sustituye algo que es propiamente lo que está perdido, lo que no se puede dar más.

No hay ocasión de que el deseo sea satisfecho, sólo se puede satisfacer la demanda; por eso es justo decir que el deseo es el deseo del Otro, su falla se produce en el lugar del Otro, en tanto que es al lugar del Otro que se dirige la demanda. Ahí es donde ella debe cohabitar con el Otro como lugar de la verdad, en ese sentido no está en ninguna parte al abrigo para la verdad sino donde tiene lugar el lenguaje; es en el lugar del Otro que el lenguaje encuentra su lugar. Allí haría falta comprender de qué se trata en lo que concierne a este deseo en su relación al deseo del Otro.

He intentado construir para ustedes un pequeño apólogo que he tomado prestado, no por azar sino por razones esenciales de lo que se llama el arte del vendedor, es decir, el arte de la oferta. En su propósito de crear demanda hace falta hacer desear a alguien un objeto del que no tiene ninguna necesidad, para empujarlo a demandarlo. Entonces no tengo ninguna necesidad de describir todos los trucos que se emplean para eso, se le dice que va a faltarle lo que otro toma y por eso estará barrado.

Empleo palabras que resuenan con mis símbolos habituales, sin embrago, es literalmente como funcione en el espíritu de un buen vendedor. Se mostrará que será un signo exterior, completamente mayor, para el cariz que entiende dar a su vida. En suma, es por el deseo del Otro que todo objeto está presente cuando se trata de comprarlo (l’acheter). Es curioso que se trata de la palabra cobardía (l’achete) al modo de usted es un cobarde, pero es de ti mismo que se trata. Se ve el resultado, sabes que surge de esta serie de malversaciones que la vida resume bajo el signo del deseo, este resultado principal será el que te empujará siempre más lejos en el sentido de redimirte (te racheter) de tu cobardía. He tenido cuidado antes de agregar esta dimensión siempre enmascarada en la intervención analítica, pero que los otros (aquellos que están en tema, los que sostienen el discurso analítico) no aflojan. Se sabe que la dimensión de la cobardía esta ahí comprometida. Tuve el cuidado de reabrir para ustedes no importa que observación de Freud, en el Hombre de las ratas, por ejemplo, donde el paciente introduce enseguida la dimensión de su cobardía. Lo que no está claro es en donde está la cobardía. Es lo mismo para la dimensión de la verdad; el coraje del sujeto es quizá jugar el juego del deseo del Otro; es dar la prima a algo que es quizá la cobardía del Otro, el que la contrajo y encontrase al fin. Al fin de cuentas el problema está cuando se trata de neurosis.

Es importante asir, poner en primer plano, lo que dije sobre el deseo desde que dije que el deseo es su interpretación. Se podría objetar porque después de todo nadie quiere saber que quiere decir ese discurso inconsciente. ¿Qué debe en principio ser más consciente que el deseo?.

Si se habla de deseo inconsciente porque es el deseo del Otro, es posible que tenga justamente lo que acabo de evocar por mi recuerdo de la metáfora de la compra: que no sabe sobre lo que ha tomado, si por cautivación del deseo del Otro, es que hay que franquear un paso (pas). El deseo inconsciente si es inconsciente es que en el discurso que lo soporta se ha hecho saltar un eslabón, para que el discurso del Otro sea que desconocible.

Es el mejor truco que se encontró para detener esta mecánica: hay un paso, creamos de este lado del paso (pas) un no (non pas), el no deseo (non désir), pero el no deseo (désir pas). Definición del deseo inconsciente que nos permite expresar las sutilezas de la negación, en francés, y saber este punto de caída que no designa pas, point, del que ya he hecho uso con el tema del pas de sens. Este no deseo (désir pas), diría aún si me pongo la soga al cuello, se puede escribir con un sólo término, darle a ese des el mismo acento que en desesperar o des-ser y decir que el deseo inconsciente del no deseo (désir pas), es algo que declina por relación a no sé qué inpaso (irpas).

Precisamente el deseo del Otro, en relación con qué interpretarlo, lo verbalizaré bastante bien por un inpasado (irpassé). Es alrededor, de lo que puede hacerse la inversión, es que la intervención, en efecto, toma el lugar del deseo es en el sentido que siempre me objetaran, ya que está de entrada, por inconsciente que sea. Pero está también ahí tal que uno inpase (irpasse), porque ya está articulado; y la interpretación cuando toma su lugar, felizmente no arregla nada ya que no es del todo seguro que el deseo que hemos interpretado tenga su salida. Calculamos que no la tendrá, permanecerá siempre y tanto mejor como no deseo (désir pas). Nos da aún para la interpretación del deseo un recodo bastante amplio, pero entonces convendría saber que quiere decir aquello que es su soporte, el fantasma, y que juego jugamos interpretando los deseos inconscientes, principalmente los del neurótico.

Se trata de plantear la cuestión del fantasma, la hemos planteado sin detenernos llevémosla a su término.

Cuando los lógicos, de donde ha partido hoy esta discurso, se limitan a las funciones formales de la verdad, se los dije, encontrarán una distinción de no contradicción y el de bivalencia. Lo encontrarán en Aristóteles, en el libro que se llama De la interpretación (para que les resulte fácil le señalo que es el parágrafo decimonoveno en la notación de los manuscritos clásicos de Aristóteles en la muy mala traducción que les recomiendo).

Aristóteles cuestiona la función que conlleva la bivalencia de lo verdadero y lo falso en estas consecuencias, quiero decir, lo que conlleva cuando se trata de lo contigente, que llegará a que es verdadero o falso de súbito; les demostraré que es algo ya decidido, la solución que da, que pone en duda la bivalencia, no la cuestionemos aquí, no llevaré la discusión hasta ahí. Por el contrario lo que haré notar es que la solución lógica, dada en el volumen de las mil soluciones lógicas, lo que consiste en decir que lo que es verdadero no podría ser la articulación significante, quiere decir que la solución es falsa. Esta solución es falsa, como todo el desarrollo de la lógica lo demuestra. Esto es, que lo que se deduce de toda instauración formal no podría, en ningún caso, fundarse sobre la significación por la simple razón de que no hay ninguna posibilidad de fijar ninguna significación que sea unívoca, y que cualquiera sea el significante para engancharla es siempre posible implicarlo en una circunstancia donde la verdad, más claramente enunciada, a título de contenido enunciado será falsa.

No es posible instaurar un orden más que al atribuir la función de la verdad a un agrupamiento significante, es por lo que este uso lógico de la verdad no se encuentra más que en matemática, como lo dice Bertrand Russell, en ningún caso se sabe de qué se habla. Si se cree saberlo, uno rápidamente se desengaña, hará falta despejar con rapidez y hacer surgir la intuición.

Recuerdo esto para interrogar la función del fantasma, apelo al modelo de un niño es pegado.

El fantasma no es más que un arreglo significante del que di su fórmula acoplando el a al $ : lo que quiere decir que hay dos carácterísticas, la presencia de un objeto a; y por otra parte, ninguna otra cosa más que lo que engendra al sujeto como $, a saber, una frase. Es porque un niño es pegado, es típico, que un niño es pegado no es otra cosa que la articulación significante un niño es pegado. Casi, -lean el texto- vela lo imposible de eliminar, la mirada.

Antes de hacer jugar los tres tiempos de la génesis de este producto que se llama el fantasma importa designar lo que es. No es porque Freud tenía que hacerlo ante iletrados, que no es interesante plantear las aristas cerradas del estatuto del fantasma y decir no es estrictamente ninguna otra cosa que lo que les he aportado al comienzo de este año respecto al acoplamiento del no pienso con la estructura gramatical. En el lugar mismo de la estructura gramatical, en el cuarto vértice del cuadrángulo, ha surgido el objeto a; y agrego lo que acabamos de designar, que el ángulo de abajo a la derecha aquel del no soy, deja lugar a nivel del inconsciente al complemento de la estructura puramente gramatical, significante del fantasma, a saber, de donde hoy he partido, una significación de la verdad.

Lo que hay que retener, al mostrar enganchándolo con todo lo que Freud enuncia respecto del fantasma, es el rasgo clínico, del que nos indica tantas cosas de su uso al manipularlo, pero lo que hace falta retener, es este rasgo: que el mismo fantasma se encuentra en estructuras neuróticas muy distintas y también, lo saben, que el fantasma permanece a una distancia singular de todo lo que se debate lo que se discute en nuestros análisis, en tanto que se trata de traducir la verdad de sus síntomas. Parece que está ahí como una suerte de muleta, de cuerpo extraño, algo para el uso, que tiene una función de algo indeterminado, subvenir a lo que después de todo se puede llamar por su nombre: una cierta carencia del deseo, en tanto que está puesto en juego, interesado, hace falta que lo esté, sólo será para dar el paso de entrada, poner orden en la pieza, en la entrada del acto sexual.

Esta distancia del fantasma por relación a la zona donde se juega lo que he puesto de relieve como primordial de la función del deseo y de su lazo a la demanda, es de donde sale la inflexión entera del análisis alrededor del registro de la frustración y términos análogos. Es lo que nos permite puntuar la diferencia que hay de la estructura perversa a la neurótica.

¿Qué quiero decir cuando digo que el fantasma tiene un rol de significación de la verdad?. Se los diré, digo lo mismo que no va dicen los lógicos, a saber, ustedes no hacen caso a la recomendación al querer insertar a cualquier precio el fantasma en el discurso del inconsciente, cuando de todas maneras se les resiste a esta reducción, y cuando deben decir que el tiempo medio, aquel donde el sujeto está en el lugar del niño, no lo obtendrán más que en casos excepcionales. Es que en verdad la función del fantasma, en vuestra interpretación más especialmente en la interpretación general que darán de la estructura de tal o tal neurosis, deberá siempre, en último término, inscribirse en los registros que he dado, a saber: para la fobia el deseo prevenido, para la histeria el deseo insatisfecho, y para la neurosis obsesiva el deseo imposible.

Es el rol del fantasma en este orden del deseo neurótico. Significación de la verdad he dicho, quiere decir la misma cosa cuando afectan con una gran V, pura convención, en la teoría dada por ejemplo de tal conjunto, cuando afectan con la connotación de la verdad algo que llaman un axioma. En nuestra interpretación el fantasma no tiene ningún otro rol. Tienen que tomarlo tan literalmente como les sea posible, y tienen que al encontrado en cada estructura, definir las leyes de transformación que aseguran al fantasma en la deducción de los enunciados del discurso inconsciente, el lugar de una axioma. Es la única función que se le puede dar al rol del fantasma en la economía neurótica, que su materia, su arreglo, se pida prestado al campo de determinación del goce perverso, es lo que he demostrado y de lo que creo, en nuestras reuniones anteriores, haber fijado suficientemente su formula respecto de la disyunción del campo del Otro, del cuerpo y del goce, y de la parte reservada del cuerpo donde el goce puede refugiarse. La neurosis encuentra en este arreglo el soporte hecho para ornamentar la carencia de su deseo en el campo del acto sexual, desde entonces es lo que menos está hecho para sorprendernos.

Si quieren que les dé algo que les sirva a la vez de lectura (no puedo decir que sea una lectura agradable) como ejemplo de una verdadera porquería en materia científica, les recomiendo la lectura, en Havelock Ellis, del célebre caso Flora. No se puede ver mejor hasta que punto, con cierto orgullo, del que se jacta en nombre de no sé qué objetividad, fuerza la puerta mientras está integralmente cernido. De una manera muy singular, no hay una sola línea de esta observación célebre que no lleve la marca de la cobardía de su profesor. Es un texto sensacional. Este caso les parecerá con todas las carácterísticas luego de las referencias que les he dado, de ser una neurosis. De ninguna manera el momento en que Flora franquea, en el sentido de algo que puede llegar a la neurosis (sin que jamás haya ahí nada equivalente al goce perverso), franquea, en el sentido ambigüo en que hace a la vez un pasaje al acto (y para nosotros que leemos un acting-out), algo que hace que Flora afectada por sus fantasmas de flagelación llegue una vez a zanjar la prohibición que representa para ella. Esto hay que confrontarlo con las carencias manifiestas de esta observación, hasta el punto en que Flora habiendole confesado que sólo excepcionalmente hace entrar en sus fantasmas a una persona real a la que admira y venera, es increíble ver a la pluma escribir: De que se trata, no se lo he preguntado.

Entonces es claro, como en el caso del padre Ubu, Ellis se deja engatusar por la paciente. Después de todo hace falta ver al gran personaje y los miembros de la comunidad analítica opinar sobre este caso, con un respeto injustificado por la ontología de esta observación.

Es de naturaleza tal como para mostrarles a la vez todas las dificultades que he querido poner de relieve hoy respecto de la apreciación del fantasma. Si se puede decir, diré del fantasma tal como nos lo imaginamos, nosotros, pobres neuróticos, en su función al nivel del perverso, y en su función en el registro neurótico, que se distancia de la alcoba. ¿Hay alcobas?. No hay acto sexual, deja la alcoba, puesta aparte la de Ulises donde la cama es un tronco enraizado en el suelo, deja el sujeto de las alcobas, y sobre todos en nuestra época, donde las cosas van de aquí para allá, eso deja una seria duda, pero en fin es un lugar que al menos teóricamente existe. Hay, sin embargo, una distancia entre la alcoba y el baño.

Presten atención todo lo que pasa de neurótico pasa esencialmente en el baño. Son muy importantes estas concordancias de ambientes, del baño, del vestíbulo; para el hombre del placer del siglo dieciocho, todo pasaba en el tocador, cada uno tiene su lugar. Si quieren precisiones la fobia pasa en el ropero, en el corredor, en la cocina, la histeria pasa en la recepción de los conventos de la moda, las neurosis obsesivas en los cagaderos; préstenles atención a estas cosas muy importantes.

Esto nos deja al alcance de lo que intentaré franquear el año próximo, a saber, una alcoba donde no pasa nada más que el acto sexual que se presenta como preclusión (Verwerfung), es lo que se llama comúnmente el consultorio del analista. Es el título que daré a mi lección del año próximo que se llama: el acto analítico.

Final del Seminario 14.