Seminario 15: Clase 10, del 21 de Febrero de 1968

Está por aparecer una pequeña revista que no necesito presentarles. La van a encontrar en la naturaleza —de St. Germain de Prés— dentro de unos días. Van a ver en ella algunos rasgos particulares, el principal es el hecho de que aparte de los míos, por razones que explico, los artículos no están firmados, esto ha asombrado y producido algo de ruido, principalmente donde debiera haber sido captado casi inmediatamente, quiero decir ante aquellos que, hasta ahora, fueron los únicos que sabían que los artículos saldrían así, quiero decir no solamente psicoanalistas sino todavía más: miembros de mi Escuela y que en virtud de eso deberían quizás tener el oído un poco aguzado por lo que se dice aquí.

En fin, espero que después de lo que viene en el orden de lo que les enseño, a saber lo que voy a decir hoy, la explicación, el resorte de ese principio admitido de que los artículos no estarán firmados, les parecerá quizás mejor, puesto que parece que hay poca gente capaz de dar el pasito hacia adelante, por más que ya esté indicado, si se puede decir, por todo el avance precedente. La cosa picante es evidentemente que, en ese pequeño boletín de información, fue expresamente precisado que eso no quería decir que no se conocería a los autores de esos artículos no firmados, puesto que estaba expresamente dicho que dichos autores aparecerían en una lista al final de cada año, el término «artículos no firmados» fue al punto para ciertas orejas —orejas del género caracola de mar de donde salen cosas singularmente escuchadas— que era como la función del anonimato. Les ahorro todo lo que pudo surgir sobre este tema dado que, obviamente, si comuniqué la cosa a algunos únicamente a título instructivo, de algún modo a saber cómo puede una cosa ser transformada en otra, no hay evidentemente sordera peor que cuando no se quiere escuchar. Hay otros que llegaron más lejos y que, en correspondencias personales abundantes me hicieron entender hasta qué punto ese uso del anonimato representaba una forma de utilizar a sus colaboradores como empleados. Según parece eso se hace en algunas revistas que no están por otra parte ni peor hechas ni peor ubicadas por eso. Pero en definitiva, desde afuera, es así como se permiten calificar el hecho de que, por ejemplo, en las revistas de crítica, donde no se estila que el crítico ponga su nombre, según parece sólo son empleados de la dirección. En ese concepto quien sabe hasta dónde llega la noción de empleado. En fin, como se dice, escuché todo lo que se podía escuchar, como cada vez que conseguí una respuesta a propósito de una innovación en algo que es extremadamente importante y justamente que es lo que comienza a pasar al frente hoy a continuación del acto psicoanalítico, a saber lo que, de ese acto resulta como posición del sujeto llamado psicoanalista precisamente en tanto que debe serle asignado ese predicado, a saber la consagración de psicoanalista. Si las consecuencias que podemos ver, por ejemplo, en el caso que acabo de citarles, bajo la forma de una especie de pérdida evidente de las facultades de comprensión, si de algún modo esto se demostrara como incluido en las premisas como la consecuencia de lo que resulta de la inscripción del acto en lo que llamé la consagración bajo una forma predicativa, ciertamente nos tranquilizaría mucho en cuanto a la comprensión de ese singular efecto que llamé pérdida de facultades, sin querer por supuesto llevar más lejos lo que se puede decir a nivel de los mismos interesados; en ciertos casos se emplea el término «pueril» corno si en verdad hubiera que referirse al niño cuando se trata de esos efectos. Obviamente, sucede, como se lo ha demostrado en muy buenos lugares, que los niños caen en la debilidad mental por obra de los adultos. Sin embargo no debemos referirnos a una explicación como ésta en el caso que está en juego, a saber el de los psicoanalistas.

Retomemos entonces lo que resulta del acto psicoanalítico y dejemos claro que hoy vamos a tratar de adelantar en ese sentido que es el del acto psicoanalítico. No olvidemos los primeros  pasos que dimos alrededor de su explicación, a saber que es esencialmente como inscribiéndose en un efecto de lenguaje.

Seguramente en esa oportunidad pudimos darnos cuenta o al menos simplemente recordar que esto es así para todo acto, pero por supuesto no es lo que lo especifica.

Hemos desarrollado lo que es, como se ordena el efecto de lenguaje en cuestión. Si se puede decir es en dos niveles. Supone al psicoanálisis mismo precisamente como efecto de lenguaje. En otros términos sólo es definible al mínimo incluyendo el acto psicoanalítico como definido por el cumplimiento del psicoanálisis mismo. Y hemos mostrado acá —una vez más tenemos que redoblar la división— a saber que ese psicoanálisis precisamente no podría instaurarse sin un acto, sin el acto de aquel que, si puedo decir, autoriza la posibilidad, sin el acto del psicoanalista y que la tarea psicoanalítica se inscribe en el interior de ese acto que es el psicoanálisis. Y ya ven aparecer de algún modo esa primera estructura de envoltura.

Pero de lo que se trata – por otra parte no es la primera vez que insisto sobre esta distinción un el seno mismo del acto- es del acto por el cual un sujeto da a ese acto singular su más extraña consecuencia, a saber que sea él mismo quien lo instituya, dicho de otro modo que se proponga como psicoanalista.

Ahora bien, esto sólo sucede a costa de retener altamente nuestra atención, pues precisamente de eso se trata, es que él toma esta posición, él repite en suma este acto sabiendo muy bien cuál es la consecuencia de ese acto, que él se haga el teniente de eso cuyo fin él conoce, a saber que poniéndose en el lugar del analista, llegara finalmente a ser bajo la forma del (a) ese objeto arrojado, ese objeto arrojado ese objeto donde se especifica todo el movimiento del psicoanálisis, a saber aquel que llega al fin al lugar del psicoanalista en tanto que acá el sujeto se separa decisivamente, se reconoce como causado por el objeto en cuestión.

¿Causado en qué? Causado en su división de sujeto, a saber en tanto que al fin del psicoanálisis ha quedado marcado por esa hiancia que es la suya y que en el psicoanálisis se definió con el término «castración».

He aquí al menos el esquema, pero por supuesto comentado, no simplemente resumido como lo hago en este momento, que di de lo que es el resultado, el efecto del psicoanálisis y se los he marcado en el pizarrón (ver esquema) como representado en lo que pasa al término del doble movimiento del psicoanálisis marcado en esta línea por la transferencia y en esta muy precisamente por lo que se llama castración y que llega al fin en esa disyunción del (-φ por V y del (a) que está acá y que viene el lugar donde al fin del análisis llega el psicoanalista por la operación del psicoanalizante, operación que ha autorizado sabiendo de algún modo cual es el termino, operación en la que se instituye a sí mismo, se los he dicho, como lo que termina a pesar, si se puede decir, del saber que tiene de lo que resulta de ese término.
Seminario 15, clase 10
Acá, permanece la abertura, si se puede decir, hiante, de como puede operarse, como podríamos llamarlo, ese salto o mejor como lo hice en un texto de propuesta a explorar lo que resulta de ese salto, que llamé más simplemente el pase.

Hasta lo que hemos visto más de cerca, no hay más para decir sino que es muy precisamente, ese salto. Muchas cosas se han hecho se podría decir que en suma todo esta hecho en la ordenación del psicoanálisis para disimular que es un salto. Se hará cualquier cosa, llegado el caso, incluso se dará un salto a condición de que, sobre lo que hay que atravesar haya una especie de cobertura tendida que no deje ver que es un salto; es incluso el mejor caso; es todavía mejor que poner una pequeña pasarela bien cómoda para evitar el salto; pero, en tanto que la cosa no sea efectivamente interrogada, puesta en cuestión en el análisis -y no necesito agregar más para decir que mi tesis es precisamente que toda ordenación de lo que se hace, de lo que existe en psicoanálisis está hecha para que esta exploración, esta interrogación no tenga lugar -hasta tal punto que efectivamente no tendrá lugar, no podemos decir nada más de lo que no se dice en ninguna parte porque, en verdad, nos es imposible hablar solos.

Por el contrario, es más cómodo designar un cierto número de puntos, un cierto número de cosas como, según todas las apariencias, las consecuencias del hecho de que ese salto esté puesto entre paréntesis. Interrogar por ejemplo, los efectos de la consagración, si se puede decir – yo no diría oficial (oficielle) sino del provisor (official), de la consagración como oficio -de lo que es un sujeto antes y después de ese salto presuntamente realizado. Tenemos además algo que, después de todo, vale la pregunta y vale hacer la pregunta más apremiante, quiero decir que no sólo vale la pregunta sino que es preludio de una respuesta, insistencia si se puede decir de la pregunta, si se comprueba por supuesto por ejemplo que en la misma medida de la duración de lo que llamé la consagración en el oficio algo fundamental viene a pacificarse, atinente a lo que son efectivamente los presupuestos necesarios del acto psicoanalítico, a saber sobre lo que terminé la última vez designando como siendo a su manera lo que llamamos un acto de fe. Acto de fe, dije, en el sujeto supuesto saber, y precisamente por un sujeto que acaba de aprender lo que pasa con el sujeto supuesto saber, al menos en una operación ejemplar que es la del psicoanálisis, a saber, que el psicoanálisis está lejos de poder asentarse como se hizo hasta ahora con todo lo que se ha enunciado de una ciencia. Quiero decir el momento en que una ciencia pasa a ese estadio enseñable, dicho de otro modo, profesoral, todo lo que se enuncia de una ciencia jamás cuestiona lo que pasaba antes de que surgiera el saber (¿quién lo sabía?) Ni siquiera se le ocurrió a nadie, porque cae de su peso que estaba antes ese sujeto supuesto saber (el enunciado de la ciencia más ateísta es sobre este punto firmemente teísta) dado que no hay algo distinto de ese sujeto supuesto saber, que en verdad yo no conozco nada serio que haya sido dicho en ese registro antes de que el psicoanálisis mismo nos planteara la cuestión, es a saber propiamente esto, que es insostenible que el sujeto supuesto saber preexista a su operación cuando esta operación consiste precisamente en la repartición entre esos dos partenaires en cuestión en cuanto a lo que se opera, a saber lo que les enseñé a articular, a aislar en la lógica del fantasma, esos dos términos que son el S/ y el (a), en tanto que al término ideal del psicoanálisis, psicoanálisis que llamarla acabado (finito), y recalco que dejo entre paréntesis el acento que ese término puede recibir en su uso matemático, a saber a nivel de la teoría de los conjuntos, por ese paso que se hace del nivel donde se trata de un conjunto finito al que se puede tratar un conjunto que no lo es por medios probados inaugurados a nivel de los conjuntos finitos. Pero por el momento mantengámonos en el psicoanálisis finito (acabado) y digamos que al fin, el psicoanalizarte, no vamos a decir que es todo sujeto porque precisamente no es todo por estar dividido, lo que ni siquiera quiere decir que podamos decir por ende que es dos, sino que es solamente sujeto y que ese sujeto dividido no es, no es sin- según la fórmula a cuyo uso he habituado a los que me escuchan desde la época del seminario de la angustia- que no es sin ese objeto finalmente arrojado al lugar preparado por la presencia del psicoanalista para que se sitúe en esa relación de causa de su división de sujeto y que, por otra parte no diremos que el analista es todo objeto, que no es sin embargo al término únicamente ese objeto arrojado, que es precisamente allí donde yace no sé cuál misterio que recela en suma lo que bien conocen todos los practicantes, a saber lo que se establece finalmente a nivel de la relación humana, como se dice, entre el que ha seguido el camino del psicoanálisis y el que «se hizo su guía».

La cuestión de saber cómo alguien puede ser reconocido de otro modo que por los propios caminos en los que está asegurado, es decir reconocido de otro modo que por sí mismo como calificado para esta operación es una cuestión que, después de todo, no es específica del psicoanálisis. Habitualmente se resuelve como en el psicoanálisis por la elección o por una cierta forma de opción de todas formas. Visto desde la perspectiva que tratamos de establecer, elección u opción, todo se resume como siendo en el fondo más o menos del mismo orden, desde el momento que eso supone siempre intacto, no puesto en cuestión, al sujeto supuesto saber. En las formas de elección que los aristócratas declaran ser las más estúpidas, a saber las elecciónes democráticas, no se ve porqué serían más estúpidas que las otras. Simplemente supone que «la base» como se dice, el votante, el elemento sabe un montón. No puede apoyarse en otra cosa. Es a su nivel que se pone al sujeto supuesto saber.

Se dan cuenta que mientras el sujeto supuesto saber está allí las cosas son siempre muy simples, sobre todo a partir del momento en que se lo pone en cuestión, porque si se lo pone en cuestión, se hace mucho menos importante saber dónde se lo pone a eso que se mantiene en un cierto número de operaciones, y no vemos en efecto porqué razón no ponerlo a nivel de todo el mundo.

Es por eso que la Iglesia ha sido desde hace mucho la institución más democrática a saber: todo pasa por la elección; es que ella tiene al Espíritu Santo. El Espíritu Santo es una noción mucho menos tonta que la del sujeto supuesto saber. Sólo hay una diferencia, a ese nivel, a favor del sujeto supuesto saber, es que en el conjunto, uno no se da cuenta que el sujeto supuesto saber está siempre allí, de modo que uno no es falible para mantenerlo Es a partir del momento en que puede ser puesto en cuestión que se puede promover las categorías que yo acabo de sacar, como para cosquillearles las orejas, bajo ese término que de ningún modo puede ser suficiente, la tontería. Uno no es tonto por obstinarse, a veces es porque no se sabe qué hacer. En lo que respecta al Espíritu Santo, voy a hacerles notar que es una función mucho más elaborada, cuya teoría no voy a hacer hoy pero, sin embargo, cualquiera que haya reflexionado un poco -al menos intentado- sobre la función de la trinidad cristiana, encontrará los equivalentes precisos en cuanto a las funciones que el psicoanálisis permite elaborar, especialmente las que puse en relieve en algunos de mis artículos, el de las cuestiones preliminares a todo tratamiento posible de la psicosis bajo el término de φ, sólo que precisamente elφno es una posición muy sostenible fuera de la categoría de la psicosis.

Dejemos despuntar, de algún modo, ese desvío que tiene su importancia y volvamos a la transferencia para, una vez más – pero hoy es acá muy necesario- articular hasta qué punto, puesto que lo introduje como constituyente del acto psicoanalítico, es esencial como tal a la configuración de la transferencia.

Por supuesto si no se introduce el sujeto supuesto saber la transferencia se mantiene en toda su opacidad. Pero a partir del momento en que la noción del sujeto supuesto saber como fundamental es la fractura, si puedo decir, que sufre en el psicoanálisis su puesta al día, la transferencia se aclara singularmente, lo que por supuesto, cobra entonces todo su valor al dar una mirada hacia atrás y darnos cuenta cómo, por ejemplo, cada vez que se trata de la transferencia, los autores, los buenos, los honestos —y tengo que decir que hay muchos de este orden que hacen lo que pueden- evocaran que, tomada la distancia que permitió la instauración en nuestra teoría de la transferencia, remonta nada menos que a ese momento preciso en que, como ustedes saben, al salir de una sesión triunfante de hipnosis de una paciente, ella le arrolla, nos dice Freud, los brazos alrededor del cuello.

¿Qué es esto?. Por supuesto uno se detiene, uno se maravilla de que Freud no se haya emocionado por eso. «Ella me toma por otro» se traduce la forma como Freud se expresa: yo no soy «Unwiderstehlich»  irresistible hasta ese punto. Uno se maravilla como si allí hubiera, quiero decir en ese nivel, algo de que maravillarse.

Quizás no sea tanto que Freud, como él se expresa, como él se expresa en su humorismo propio, no se haya creído el objeto en cuestión. No se trata de que uno se crea o no el objeto. Cuando se trata de eso, a saber del amor, uno se cree en el ajo. En otros términos uno tiene esa, especie de complacencia, por poco que los atrape, en esa melaza que se llama el amor. Porque en definitiva se hace así todo tipo de operaciones, de arabescos alrededor de lo que hay que pensar de la transferencia. Vemos pues hacer demostraciones de coraje y decir: «Pero no arrojemos toda la transferencia del lado del analizado», «Nosotros también estarnos para algo». ¡Y en efecto!. Y hasta qué punto estamos para algo y la situación analítica tiene una meta.

A partir de este otro exceso: la situación analítica lo determina todo; fuera de la situación analítica no hay transferencia.

En fin, ya conocen toda la variedad, la gama, la ronda que se hace, donde cada uno rivaliza para mostrar un poco más de libertad de espíritu que los demás

Y además hay cosas muy extrañas también, una persona que, durante un último congreso, donde se trataba de cosas que fueron puestas en cuestión durante la reunión cerrada aquí, a saber en qué momento a propósito del acto psicoanalítico yo iba a empalmar esto con el pasaje al acto y el acting out, por supuesto que lo voy a hacer. En verdad, la persona que mejor articuló esta cuestión es alguien que, por excepción, recuerda lo que yo pude articular al respecto un cierto 23 de Enero de 1963. El autor cuya personalidad comencé a introducir recién es un autor que, a propósito del acting out nadie le pedía que hiciera sobre ese tema una clase sobre la transferencia, hace una clase sobre la transferencia, hecha según ese tipo de artículo que actualmente se propaga cada vez más; articula sobre la transferencia cosas que ni siquiera podrían concebirse si el discurso de Lacan no existiera; por otra parte lo consagra a demostrar que, por ejemplo, tal formulación de Lacan en su trabajo «función y campo de la palabra y del lenguaje» ha progresado, a saber que el inconsciente, por ejemplo, es algo que falta al discurso y que de algún modo habría que suplir, completar en la historia, que se restablezca la historia en su completud para que, etc… etc… se levante el síntoma y de lo que naturalmente se burla sarcásticamente «sería hermoso si fuese así, cualquiera sabe que no por acordarse de todo una histérica se compone» (eso por otra parte depende de los casos, ¡pero qué importa!) Continúa mostrando hasta qué punto es más complejo eso de lo que se trata en el discurso analítico, y que hay que distinguir eso que no es simplemente, dice o cree armarse contra mí, estructura del enunciado sino que también hay que saber para qué sirve, a saber si se dice o no la verdad, y que a veces mentir es propiamente hablando la forma como el sujeto anuncia la verdad de su deseo porque, precisamente, no hay otro sesgo que anunciarlo por la mentira.

Esa cosa que fue escrita no hace mucho tiempo, ya ven, consiste precisamente en decir estrictamente sólo cosas que yo he articulado del modo más expreso; si recién anuncié ese seminario del 23 de Enero de 1963, es porque es exactamente lo que dije de la función de un cierto tipo de enunciado del inconsciente en tanto que la enunciación que se implica allí es propiamente la de la mentira, a saber el punto que el mismo marcó el dedo en el caso de homosexualidad femenina. Y que es precisamente así como se expresa y se ubica el deseo, y que lo que se presenta al respecto como el registro donde juega en su originalidad la interpretación analítica, a saber justamente lo que hace que de algún modo no sea enunciable en una especie de anterioridad que hubiera podido ser sabida, lo que es revelado por la intervención propiamente interpretativa, a saber lo que hace de la transferencia algo muy distinto que objeto ya ahí, inscripto ya de algún modo en todo lo que va a producir, pura y simple repetición de algo que ya desde antes no haría más que esperar para expresarse en lugar de ser producido por su efecto retroactivo. Abreviando todo lo que he dicho al respecto desde hace tres años y de lo que no hay que creer que no haya hecho sin embargo su pequeño camino, así, por empapamiento, para descubrir en un segundo tiempo, recordando sólo lo que yo dije hace diez años por ejemplo y haciendo de la segunda parte objeción a la primera. Abreviando, en algunos casos y cómodamente, y demasiado a menudo, se arman contra lo que yo enuncio con lo que yo puedo enunciar después de un cierto escalonamiento edificado y recorrido de lo que construyo para permitirles a ustedes orientarse en la experiencia analítica, y se objeta con lo que dije en tal fecha ulterior, como sí lo inventaran por sí mismo, a lo que dije antes y que, por supuesto, puede ser tomado como parcial, sobre todo si se lo aísla del contexto, pero que, por otra parte, por lo demás en lo que respecta al efecto de algunas interpretaciones puramente complementarias, si se puede decir, de tal fragmento de la historia a nivel de la histérica, fue efectivamente precisado por mi como muy limitado y no correspondiendo en lo más mínimo, aún desde la época en que lo articulé, a esa noción de algún modo muy objetivante de la historia que consistirla en tomar la función de la historia de otro modo que como historia constituida a partir de las preocupaciones presentes, es decir como cualquier especie de historia existente, y muy precisamente en mi discurso calificado como Discurso de Roma hablé sin tapujos al respecto con bastante insistencia, a saber que ninguna especie de función de la historia se articula, se comprende sin la historia de la historia, a saber a partir de lo que construye el historiador.

No hago esta observación, a propósito de un enunciado que se presenta como una miseria, más que para designar ese algo que después de todo no deja de tener una cierta relación con lo que yo llamaba la estructura de lo que pasa a propósito del paso a dar, que yo trato de hacer franquear a los psicoanalistas, a saber lo que resulta de la puesta en cuestión del sujeto supuesto saber.

Lo que resulta, quiere decir el modo de ejercicio de la cuestión, la formulación de una lógica que haga manejable algo a partir de la revisión necesaria a nivel de esa cuestión previa, de ese presupuesto, de ese preestablecido, de un sujeto supuesto saber que no puede ser el mismo, al menos en un cierto campo donde se trata de saber cómo podemos manejar el saber allí, en un punto preciso del campo donde se trata no del saber sino de algo que, para nosotros, se llama la verdad.

Obtener esta especie de respuesta, allí precisamente donde mi pregunta sólo puede ser experimentada como la más molesta, porque precisamente toda la ordenación analítica está construida precisamente para enmascarar esa cuestión sobre la función a revisar del sujeto supuesto saber, ese modo muy preciso de respuesta que consiste, para cualquiera que sepa leer, en descomponer dos tiempos de mi discurso para hacer sólo una oposición que es imposible de encontrar en la mayor parte de los casos y que sólo resulta de la ficción que haría que, alrededor de lo que se expresa, hubiera descubierto él mismo la segunda parte mientras que yo me habría limitado a la primera, a algo bastante irrisorio que no deja de tener que ver con lo que se puede decir también allí – dado que hay que reconocer dónde se insertan las cosas en su realidad- con lo que es el fondo mismo de la cuestión, porque, ¿qué es lo que hice recién cuando hablé de la transferencia para llevarla a su simple, miserable origen?. Si hablé tan mal al respecto de los términos del amor, no es acaso porque lo que es la médula de la puesta en cuestión que constituye en si la transferencia, no es que sea el amor como dicen algunos, ni que no lo sea como dirán otros gustosos, es que, si puedo decirlo, ella pone el amor en el banquillo, y precisamente de esta forma irrisoria, la que ya nos permite ver ahí, en ese gesto de la histérica saliendo de la captura hipnótica, ver de qué se trata, lo que está precisamente allí, en el fondo, lo que es alcanzado, pero de golpe, es justamente por lo que definí esa cosa tanto más rica e instructiva y en verdad nueva en el mundo que se llama psicoanálisis. La histérica alcanza la meta enseguida Freud, del que ella succióna, es el objeto (a). Todos saben que está allí lo que le hace falta a una histérica, sobre todo al salir de la hipnosis donde las cosas están de algún modo despejadas. Obviamente – y es precisamente allí que se plantea el problema al respecto- ¿cómo pudo Freud poner en suspenso de esta forma radical lo que hay del amor?. Podemos quizás sospecharlo justamente señalando lo que resulta estrictamente de la operación analítica. Pero esa no es la cuestión. El ponerlo en suspenso le permitió instaurar, por ese cortocircuito original, en efecto, que supo extender hasta darle ese lugar desmesurado de toda la operación analítica, en la cual qué es lo que se descubre? Todo el drama humano del deseo. ¿Con qué fin? Solamente con, lo que no es pavada, toda esa inmensa adquisición, todo ese campo nuevo abierto sobre la subjetivación, ¿con qué fin? El mismo resultado que era alcanzado en ese corto instante, a saber de un lado el $, simbolizado por ese momento de emergencia, ese momento fulminante del intervalo entre dos mundos por un despertar del sueño hipnótico, y el (a) súbito estrechado en los brazos de la histérica. Sí el (a) le es tan conveniente es justamente porque es lo que está en cuestión en el corazón de todas las vestiduras del amor que se toman – ya lo he articulado e ilustrado suficientemente- es alrededor de ese objeto (a) que se instalan, que se instauran todos los revestimientos narcisísticos con que se sostiene el amor.

Precisamente eso es lo que le hace falta a la histérica, quiero decir lo que necesita ese «quiero y no quiero» que proviene a la vez de la especificidad de ese objeto y de su insostenible desnudez, de modo que es bastante divertido, incidentalmente pensar que -eso ayudará a pensarlo porque pondrá un cierto número de cosas en su lugar- al hacer toda la construcción del psicoanálisis, ese Freud que, hasta el fin de su vida se preguntó «¿que quiere una mujer?» sin encontrar la respuesta, y bien justamente lo que hizo fue un psicoanalista. A nivel de la histérica en todo caso es perfectamente cierto. Lo que deviene él psicoanalista al término del psicoanálisis, si es cierto que se reduce a ese objeto (a), es exactamente lo que quiere la histérica.

Se comprende porqué razón en el psicoanálisis la histérica se cura de todo menos de su histeria! Esto, por supuesto, no es más que una observación lateral y en la cual ustedes se equivocarían si vieran más alcance que eso sobre lo que ella se inscribe exactamente. Pero lo que hay que ver y lo que, para sensibilizar a algunos de los que sólo escuchan estas cosas desde hace poco, llegaría a decir: no hay algo en esta expulsión del objeto (a) que nos evoca de algún modo – puesto que la tele nos lo muestra- una pequeña inclinación que se tomarla muy gustosamente a encontrar analogías entre eso sobre lo que operamos y no sé qué se encontrarla en niveles mucho más abismales en la biología, porque se les antoja a los biologistas expresar en términos de mensaje los términos cromosómicos, alguien puede llegar, corno escuché recientemente – porque cuando hay que decir algunas boludeces se puede decir que no falla jamás- a hacer este descubrimiento: se podría, en suma, decir después de eso, que el lenguaje esta estructurado como el inconsciente. ¡Gustaría eso! ¡Daría placer eso! ¡Gente que creía que había que llegar de lo conocido a lo desconocido! ¡Pero, vamos! Vamos de lo desconocido a lo conocido. Es decir que eso también se hace mucho. Se llama ocultismo. Es lo que Freud llama el gusto por el mystiche element. Es precisamente la reflexión que se hizo cuando la histérica le tiró los brazos alrededor del cuello. Precisamente en ese momento él habla del mystiche element. Todo el sentido de lo que hizo Freud consiste precisamente en adelantarse de tal forma que procede contra el mystiche element y no yéndose. Y cuando Freud protesta contra la protesta – porque es exactamente lo que hace- que se levanta a su alrededor el día en que dijo que un sueño es mentiroso, él repite en ese momento: si esa gente se escandaliza de esa forma porque el inconsciente puede ser mentiroso, es porque no hay nada que hacer, a pesar de lo que dije sobre el sueño, ellos seguirán queriendo mantener el mystiche element, a saber que el inconsciente no puede mentir.

Entonces, que eso al menos no nos impida tomar nuestra pequeña metáfora, ese objeto (a), que se trata de expulsar al fin del análisis, que viene a tomar el lugar del analista, no se parece acaso a algo: la expulsión de glomérulos polares en la meiosis, dicho de otro modo eso de lo que se desembarazan las células sexuales en su maduración ¡Sería muy elegante eso! En suma sería de eso de lo que se trata, gracias a lo cual se prosigue esta comparación: ¿qué deviene acá la castración? Pero la castración es justamente eso, es el resultado, es de algún modo la célula reducida. A partir de allí, está hecha la subjetivación que va a permitirles ser, como se dice, Dios los hizo, macho y hembra, la castración sería verdaderamente la preparación para la conjunción de sus goces.

De tiempo en tiempo, así nomás, al margen del psicoanálisis, naturalmente eso no implica nada serio, pero en definitiva hay algunos que fantasean de este modo, y eso ha sido tenido en cuenta, se ha dicho eso. Sólo hay una pequeña desgracia, es que estamos a nivel de la subjetivación de esta función del hombre y de la mujer y que a nivel de la subjetivación es en tanto que objeto (a) —ese objeto (a) expulsado— que va a presentarse en lo real el que está llamado a ser el compañero sexual. Allí reside la diferencia entre la unión de los gametos y la realización subjetiva del hombre y la mujer.

Naturalmente se puede ver precipitarse a ese nivel todas las exageraciones del mundo. En fin, a Dios gracias, no hay demasiado en nuestro campo, las que van a buscar sus referencias concernientes a no sé que pretendidos obstáculos de la sexualidad femenina en el temor, un temor a la penetración nacido a nivel de la fractura que hace el espermatozoide en la cápsula del óvulo.

Ustedes ven que no soy yo el que agito, por primera vez ante ustedes, fantasmas pretendidamente biológicos, pero para diferenciarnos, para que se marquen bien las diferencias al respecto.

Cuando digo que en el objeto (a) se encontrará siempre y necesariamente el compañero sexual, vemos surgir acá la vieja verdad inscripta en el Génesis, el hecho de que el partenaire —y Dios sabe que eso no lo compromete a nada— figuraba en el mito como la costilla de Adán, por lo tanto el (a).

Es precisamente por eso que eso anda tan mal desde esa época, en lo relativo a la perfección que se imaginaría como la conjunción de dos potencias, y que en verdad, por supuesto, ¿es este el primer y simple reconocimiento que muestra la necesidad del médium, del intermediario de los desfiladeros constituidos por el fantasma, a saber esa infinita complejidad, esa riqueza del deseo con todos sus declives? todas esas regiones, todo ese mapa que puede dibujarse, todos esos efectos a nivel de esas pendientes que llamamos neuróticas, psicóticas o perversas, y que se insertan precisamente en esa distancia establecida para siempre entre los dos goces.

Lo extraño es que a nivel de la Iglesia, donde no son tan boludos, sin embargo, tendrían que darse cuenta que allí Freud dijo lo mismo que lo que ellos han presumido saber como la verdad, desde la época en que enseñan que hay algo que falla del lado del sexo. Sin eso para que esa red técnica embrutecedora. Pero nada de eso: sus preferencias en ese aspecto van netamente hacia Jung, cuya posición está claro que es exactamente opuesta, a saber, que volvemos a entrar en la esfera de la gnosis, a saber del obligatorio complementario del ying y el yang, de todos los signos que ustedes ven girar uno alrededor del otro como si estuvieran allí para unirse para siempre, animus y anima, la esencia completa del macho y la hembra.

Pueden creerme: ¡los eclesiásticos prefieren eso! Abro la pregunta de si no es justamente por eso: si estuviéramos en lo verdadero, como ellos, ¿adónde iría a parar su magisterio?.

Por el momento – no me entrego a los vanos excesos del lenguaje- no es simplemente por el placer de pasearme de forma incómoda en el campo de lo que se llama el aggiornamento porque, por supuesto, son observaciones que en el punto en que estamos ahora puedo ir a hacer hasta al Santo Oficio. Fui no hace mucho tiempo, les aseguro que lo que les dije les interesó mucho; no llevé la cuestión hasta decirles: «¿es que eso no les gusta porque es la verdad? ¿la verdad que ustedes saben que es la verdad?» Les dejé tiempo para hacerse a la idea.

¿Por qué les hablo así? Para decirles que lo que es tan molesto, quizás, a nivel del poder en algunos lugares, donde tienen sin embargo algunos años más que nosotros, puede ser algo quizás del mismo orden que lo que puede pasar en esa especie de extraño principado, Mónaco con la verdad que se llama Asociación Psicoanalítica Internacional. Puede haber efectos del mismo orden. No siempre es tan cómodo saber exactamente lo que se hace, tanto más cuando a fin de cuentas, quizás podemos poner los puntos sobre las íes sobre cierto número de cosas, a saber que la aventura analítica, lejos de haber permitido articular las cosas, más precisamente lo que se llama la conciencia de los humanos, consiste quizás en aportar algo que devuelva su rebrote a lo que empezaba a ir por una cierta pendiente de cretinización que se acompañó por la idea del progreso obligatorio a la rastra de la ciencia; habrá que ver dónde se sitúa ese rebrote de verdad, quiero decir, si se define a la experiencia analítica por instaurar esos desfiladeros, instaurar esa formidable producción que se instala, ¿dónde? En una hiancia que no está del todo constituida por la castración misma, de la que la castración es el signo, y en definitiva yo diría el carácter más justo, la solución más elegante. ¿Pero eso no quita qué? Que nosotros sabemos muy bien que el goce femenino queda afuera. No sabemos ni una palabra sobre el goce femenino; sin embargo no es una cuestión reciente; hubo ya un cierto Júpiter, por ejemplo, sujeto supuesto saber, de eso no sabía. Le preguntó a Tiresias. Cosa formidable: ¡Tiresias sabía mucho más! Sólo cometió un error, decírselo; como ya saben, perdió la vista.

Ya ven que esas cosas están inscriptas desde hace mucho tiempo en la realidad, en los márgenes de cierta tradición humana. Pero en definitiva, quizás convendría también darnos cuenta para comprender bien; y por otra parte lo que hace legítima nuestra intrusión en la lógica en lo que concierne al acto psicoanalítico, es además que es lo que tiene que englobar nuestra burbuja; no es por cierto reducirla a nada el calificarla de burbuja, si es allí donde se ubica todo lo que pasa por sensato, inteligible e incluso insensato, pero en definitiva convendría saber dónde se ubican las cosas, por ejemplo en lo que respecta al goce femenino. Resulta muy claro que ha sido completamente dejado fuera del campo.

¿Por qué hablo en primer lugar del goce femenino? Quizás para precisar ya algo del sujeto supuesto saber en cuestión, y Dios sabe que no hay que engañarse, algunos podrían creer, porque todo se produce como confusión, que nosotros sabríamos en alguna parte del lado del sujeto supuesto saber cómo se llega al goce. Invoco a todos los psicoanalistas, en fin a aquellos que a pesar de todo saben de qué hablo: ¿es que se puede proponer y conseguir? Se despeja el terreno delante de la puerta, pero en cuanto a la puerta, creo que somos muy poco competentes.

Después de un buen análisis, digamos que una mujer puede afirmarse; sin embargo si hay alguna pequeña ventaja ganada, es precisamente en la medida y en el caso en que justo antes ella estuviera tomada por elφde recién, por supuesto, radicalmente frígida.

Pero no hay más que eso; se dan cuenta que Freud lo ha remarcado bien cuando se trata de la libido tal como la definió, es decir justamente en el campo del análisis, la libido deseo, no habría más que libido masculina, dijo.

Esto debiera ponernos la pulga en la oreja y mostrarnos precisamente lo que ya he acentuado, que el juego en cuestión es la relación de subjetivación relativa a la cosa del sexo, pero en tanto que esa relación desemboca en la relación definida lógicamente por $ à (a).

En cuanto a la libido, se puede calificarla como se quiera de masculina o femenina, queda claro que lo que deja pensar que es más vale masculina es que, del lado del goce, en lo que respecta al hombre, es todavía retroceder más lejos porque el goce femenino, lo tenemos todavía allí, de vez en cuando, al alcance de lo que ustedes saben; pero en lo que respecta al goce masculino, en lo que respecta al menos a la experiencia analítica, cosa extraña, nunca nadie se dio cuenta que está reducido precisamente al mito de Edipo.

Sólo que, desde la época en que me canso de decir que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, nadie se dio cuenta todavía que el mito original, el de Tótem y Tabú, el Edipo es quizás un drama original sin duda, sólo que es un drama afásico. El padre goza de todas las mujeres; tal es la esencia del mito de Edipo, quiero decir bajo la pluma de Freud. Además hay algo que no va; lo amasijan y se lo comen. Eso no tiene nada que ver con ningún drama. Si los psicoanalistas fuesen más serios, en lugar de perder su tiempo hurgando en Agamenón o en Edipo para extraer no sé qué cosa, siempre lo mismo, hubieran empezado por observar que lo que hay que explicar es justamente que se haya convertido en una tragedia, pero que hay algo mucho más importante que explicar, porqué razón los psicoanalistas nunca han formulado expresamente que Edipo sólo es un mito gracias al cual ellos ponen de algún modo en su lugar los límites de su operación Y es tan importante decirlo. Es lo que permite poner en su lugar lo que pasa en el tratamiento psicoanalítico, dentro de ese marco mítico destinado a contener ya en un afuera, en el interior del cual podrá ponerse la división realizada de donde «yo partí», a saber que, al término del acto analítico, está sobre la escena, esa escena que es estructurante, pero solamente a ese nivel, el (a) en ese punto extremo donde sabemos que está en la tragedia al termino del destino de los héroes, no es más que eso, y que todo lo que es del orden del sujeto está a nivel de ese algo que tiene ese carácter dividido entre el espectador y el coro.

El que este Edipo haya aparecido un día sobre la escena no es una razón -y acá hay que mirar atentamente- para que no se vea que su rol económico en el psicoanálisis está en otra parte, a saber en esa puesta en suspenso de los polos enemigos del goce, el goce macho y el goce de la mujer.

Seguramente, en esta extraña división constatamos ya, lo que a mi juicio nunca fue puesto verdaderamente en relieve, la diferencia de la función del mito de Edipo con el de la horda primitiva, que no tiene ningún derecho a llamarse Edipo, como ven, y en el uso figurado, a nivel de la escena en cuestión, cuando Freud lo reconoce, lo traspone y lo hace jugar, ya se trate de la escena sofocleana o de la Shakespeare, allí está precisamente lo que nos permite diferenciar lo que se opera realmente en el psicoanálisis con lo que no se opera.

Para completar al pasar y antes de continuar, agregaría que ustedes pueden ver que hay en el texto de Freud un tercer término, el de Moisés y el monoteísmo, que Freud no vacila, ni en este tercer caso ni en los dos primeros que no se parecen en nada, en pretender hacer funcionar siempre de la misma forma al padre y su asesinato; ¿no debería esto sugerirles algo? La sola introducción de cuestiones como estas especialmente sobre esta tan evidente tripartición de la función resumida como edípica en la teoría freudiana, y que hasta ahora no haya sido hecho el más mínimo esbozo de elaboración en el verdadero nivel en cuestión (por otra parte especialmente no por mí, pero ustedes ya saben por qué) es lo que yo les había preparado en el seminario sobre los nombres del padre, habiendo demostrado en ese momento que si yo empezaba a entrar en ese campo —digamos que me parecieron un poco frágiles para meterse ahí dentro. Me refiero a los que les interesa eso y que están hartos de su campo psicoanalítico definido como no pudiendo pretender de ninguna manera recuperar la escena, ni la tragedia ni el circuito edípico.

¿Qué hacemos en el análisis? Nos damos cuenta de los fallos, de las diferencias, ¿diferencias en relación a qué? a algo que no conocemos para nada; en relación a un mito, simplemente en relación a algo que nos permite poner en orden nuestras observaciones.

No vamos a decir que en el psicoanálisis estamos haciendo madurar algún pretendido pregenital. Por el contrario, puesto que es por la regresión que avanzamos en esos campos de la prematuración. Es precisamente, como salta a los ojos y como cualquier cosa no enviscada por las cosas a las que tenemos que llegar, precisamente por mujeres, que son ciertamente en el psicoanálisis lo más eficaz y en algunos casos lo menos tonto, por mujeres, por Melanie Klein, que qué es lo que hacemos? ¿De qué nos damos cuenta? Que tenemos que reconocer la función del Edipo precisamente en los niveles pregenitales. Es en esto que consiste esencialmente el psicoanálisis.

En consecuencia no hay ninguna experiencia edípica en el psicoanálisis. El Edipo es el marco dentro del cual podemos reglar el juego. E intencionalmente digo «el juego». Se trata de saber a qué juego jugamos, por eso intento introducir acá cierta lógica. No se estila empezar a jugar al poker y de golpe decir «Perdón.. Desde hace cinco minutos estaba jugando a la malilla». Eso no se hace, al menos en matemática. Es por eso que trato de vez en cuando de tomar algunas referencias.

No los voy a entretener mucho más hoy, dado que siento que en este lugar nada nos apura; no veo porque hacer el corte aquí o allá; lo hago de acuerdo al tiempo.

No he abordado en los términos expresos en que lo voy a plantear, en términos de lógica. ¿Por qué razón en términos de lógica? porque en toda la ciencia (les doy esta nueva definición) la lógica se define como lo que tiene como fin reabsorber el problema del sujeto supuesto saber. Únicamente en ella, al menos en la lógica moderna, de la que vamos a partir la próxima vez cuando se tratará precisamente de plantear la cuestión lógica, a saber por esas figuras literales gracias a las cuales podemos progresar en esos problemas, por figurar en términos en términos de álgebra lógica, como se plantea la cuestión de saber en términos de cuantificación lo que quiere decir «existe un psicoanalista».

Podremos progresar allí donde hasta ahora sólo se pudo hacer algo tan oscuro, tan absurdo, como ratificación de una calificación de todo lo que ya se hizo en otra parte que evocaba recién y que justamente aquí, por seguir una experiencia tan particularmente grave concerniente al sujeto supuesto saber, toma un aspecto, un acento, una forma, un valor de recaída que precipita tan peligrosamente las consecuencias. Podremos figurarnos esas consecuencias de una forma implacable y, de algún modo, tangible con sólo hacerlas soportar por esos rasgos, esas figuras, esas composiciones de la lógica moderna, me refiero a las que introducen los cuantificadores, a los que ya hice mención.

Si eso nos será útil, sepan que será precisamente en función de lo que acabo de decir; de una definición que ciertamente no fue dada nunca por ningún lógico, porque además esta dimensión, justamente porque son lógicos, les queda totalmente reabsorbida, escamoteada, no se dan cuenta -cada uno tiene su punto negro- que la función de la lógica es precisamente el que sea reabsorbida, escamoteada en debida forma la cuestión del sujeto supuesto saber. En lógica eso no se plantea No hay ninguna duda que antes del nacimiento de la lógica moderna nadie tenía la menor idea, aún en el interior de la lógica, de lo que funda (no hay que demostrarlo ahora, pero será fácil, en todo caso propongo el problema, la huella y la indicación. podría ser el objeto de un trabajo muy elegante, mucho más elegante de lo que podría hacer yo, de parte de un lógico), lo que legitima, lo que motiva la existencia de la lógica, ahí está ese punto ínfimo cuando se define el campo donde el sujeto supuesto saber no es nada. Es precisamente porque allí no es nada y en otra parte es falacia que nosotros, que estamos entre los dos, tomando apoyo en la lógica por un lado y en nuestra experiencia por el otro, podremos al menos introducir una cuestión de la que no es seguro – lo peor, como dijo Claudel, no siempre es seguro- que quede siempre sin efecto en los psicoanalistas.