Seminario 15: Clase 12, del 6 de Marzo de 1968

Escribí «yo no conozco» y «yo ignoro». A este «yo no conozco» y a este «yo ignoro» los confronto con algo que me va a servir de base: «sobre la poesía».

Para mayor rigor digo que yo postulo que «yo no conozco» equivale a «yo ignoro». Admito que la negación está incluida en el término «yo ignoro». Por supuesto en otra oportunidad podría volver sobre el ignoro y sobre lo que indica muy precisamente en la lengua latina de donde nos viene. Pero hoy yo postulo lógicamente que los dos términos son equivalentes. Es a partir de esta suposición que cobra valor la consecuencia.

Escribí dos veces la palabra «todo». Estos son perfectamente equivalentes. ¿Qué es lo que resulta? Que por la introducción dos veces repetida en esos dos niveles de este término idéntico obtengo dos proposiciones de valor esencialmente diferente.

P: Yo no conozco todo (je ne connais pas tout)
sobre la poesía

U: Yo ignoro todo

P: I don’t know everything
about poetry

U: I don’t know anything

No es lo mismo decir «yo no conozco todo sobre la poesía» o «yo ignoro todo sobre la poesía».

Hay una distancia entre uno y otro —lo digo enseguida para aclarar adónde quiero llegar— es la diferencia significante quiero decir en tanto que puede ser determinada por procedimientos significantes entre lo que se llama una proposición universal como expresarnos con Aristóteles y con todo lo que se ha prorrogado de lógica después por otra parte y una proposición particular.

Dónde está entonces el misterio si estos significantes son equivalentes término por término (pongamos que acá lo hayamos postulado como convención lo repito no es más que un escrúpulo alrededor de la etimología del «yo ignoro»; yo ignoro quiere decir exactamente esto: yo no sé yo no conozco) como desemboca esto en dos proposiciones de las que una se presenta como refiriéndose a un particular en ese campo de la poesía (hay algo ahí dentro que yo no conozco; no conozco todo sobre la poesía) y esta proposición totalmente universal aunque negativa: de todo lo que es el campo de la poesía yo no conozco nada no entiendo un comino (¡que es lo más común!).

Vamos a detenernos en esto que inmediatamente nos introduce en la especificidad de una lengua positiva en la existencia peculiar del francés que como lo dijeron en su momento personas muy sabias presenta la duplicidad de los términos en que se apoya la negación. A saber que el «ne», que parece el soporte suficiente el soporte necesario y suficiente a la función negativa se apoya en apariencia se refuerza pero quizás después de todo se complica por esta adjunción de un término del que solamente el uso de la lengua nos permite ver para qué sirve. Al respecto no puedo dejar de citar al margen a un colega psicoanalista y eminente gramático llamado Pichon, en la obra que junto con su tío Damourette ha cogitado sobre la gramática francesa introdujo hermosas consideraciones en la línea de lo que era su método y su procedimiento relativas a lo que llama la función más vale discordante del «ne» y más bien forclusiva del «pas». Dijo al respecto cosas muy sutiles y nutridas con todo tipo de ejemplos tomados a todos los niveles y muy bien escogidos sin me parece estar en el eje que puede ser de verdadera importancia al menos para nosotros.

Lo que espero hacerles entender con lo que sigue es cómo está determinada esta importancia para nosotros refiriéndome por el momento simplemente a esta especificidad de la lengua francesa sólo quiero tomar apoyo en algo que si se produce en nuestra lengua tiene que producirse también en otra parte. Por ejemplo, se podría plantear que si el resultado de este enunciado condujera al hecho de que pudiéramos agrupar el «no todo» (pas tout), en cuyo caso se mantendría el sentido de la frase, haciendo superfluo el ne permitiendo elidirlo, como sucede en la conversación familiar (no digo suprimir sino elidir, hacer entrar en la garganta el ne) «je connais pas tout», con «pas tout» «no todo» junto, el resorte estarla en la no separabilidad de la negación, que podemos decir incluida en el término «yo ignoro» y todos quedarían contentos.

No veo porqué no conformarnos con esta explicación si no se tratara más que de resolver este pequeño enigma: es cómico pero quizás no vaya más lejos de lo que parece. Eso llega más lejos, corno vamos a tratar de demostrarlo, refiriéndonos a otra lengua, la inglesa por ejemplo.

Tratemos de partir de algo que corresponde como sentido a la primera frase: I don’t know everything about poetry. . Y la otra frase: I don’t know anything about poetry.

No obstante, considerando las cosas expresadas en esta otra lengua vamos a ver que para producir esos dos sentidos equivalentes a la distancia de los dos primeros, la explicación que evocamos recién del bloqueo de los dos significantes juntos va a encontrarse obligatoriamente invertida, porque el bloqueo del «pas» con el término «todo» en el primer ejemplo se haya realizado acá —me refiero a nivel significante— en lo que corresponde a la segunda articulación, la segunda proposición, la que hemos calificado de universal. «Anything» como todos saben está acá en efecto como equivalente de «something», algo que se transforma en «anything» en la medida en que interviene a título negativo.

En consecuencia, nuestra primera explicación no es plenamente satisfactoria puesto que es por algo totalmente opuesto, es por un bloqueo hecho a nivel de la segunda frase, la que realiza en ese caso el universal, que se produce ese bloqueo, ese alejamiento igualmente ambigüo por otra parte, sin que desaparezca, por ello el don’t para obtener ese sentido, no entiendo nada de la poesía.

Por el contrario «everything» se encuentra conjunto con el «I don’t know», siendo allí que se produce el primer sentido. Esto nos permite reflexionar sobre algo interesante nada menos que por tratarse, como ya se los he dicho mostrando mis cartas, de las relaciones entre lo universal y lo particular.

Trataremos de decir ahora cuál era la preocupación fundamental del que introdujo esa distinción en la historia, a saber, Aristóteles.

Todos saben que sobre el tema del sesgo en que hay que tomar esos dos registros del enunciado se produjo una especie de pequeña revolución de las ideas, la que ya varias veces he abrochado a la introducción de los cuantificadores.

Quizás hay algunos aquí —quisiera suponerlo— para quienes esto no es simplemente un cosquilleo en la oreja. Pero igualmente debe haber muchos para quienes esto no es más que el anuncio que yo hice de que en un momento dado hablarla de eso y —Dios sabe cómo— será necesario que les hable desde el ángulo en que eso nos interesa, el ángulo en que estoy, el ángulo en que me pareció que podía servimos. Es decir que no puedo darles toda la historia, todos los antecedentes, cómo surgió, emergió, se perfecciónó y cómo (al fin de cuentas es menester que me limite a eso) está pensado por los que se valen de eso; ¿cómo saberlo? Porque no es totalmente seguro, porque ellos se valgan de eso, que lo piensen, quiero decir que ellos ubiquen de alguna forma lo que su forma de utilizarlo implica a nivel del pensar.

Entonces me voy a ver forzado a partir de la forma en que yo lo pienso, al nivel donde creo que puede servirnos para algo a nosotros.

A nivel de Aristóteles todo se apoya sobre lo siguiente, que está designando en algo que es un signo que él cree poder permitirse. Se permite operar así, a saber que, si él ha dicho que todo hombre es un animal, él puede con cualquier fin útil, si le parece que puede servirle para algo, extraer: «algún hombre es un animal».

Es lo que llamaremos —no es éste el término que él utiliza— puesto que se trata de una relación que se ha calificado de subalterna entre el universal y el particular, una operación de subalternación (subalternation).

Probablemente más de una vez tendré que hacer alguna observación incidental sobre el hecho, la forma en que nos machacan los oídos con «el hombre» en los ejemplos, las ilustraciones que dan los lógicos de sus elaboraciones, que sin duda no deja de tener un valor sintomático. Podemos empezar a sospechar en la medida en que nos hicimos la observación que quizás no sabemos muy bien qué es lo que es el hombre. En fin eso nos llevaría…

La cuestión de saber si dos conjuntos, se dice en nuestra época, pueden tener algo común es una cuestión grave que está implicando toda una revisión de la teoría matemática puesto que, después de todo, bien podríamos desde un principio —y sin ponernos a hacer gestos vanos, me animo a decirlo, como el de nuestro amigo Michel Foucault dando la absolución a un humanismo agotado hace ya tanto tiempo que se ve llevado por la corriente sin que nadie sepa a dónde fue a parar, como si todavía tuviera importancia y como si allí estuviera lo esencial de la cuestión concerniente al estructuralismo— pasémoslo por alto, digamos simplemente que lógicamente podemos retener sólo lo único que nos importa, si hablamos de lo mismo cuando decimos (lógicamente me refiero) «todo hombre es un animal» o por ejemplo «todo hombre habla»; la cuestión de saber si dos conjuntos, lo repito, pueden tener un elemento común es una cuestión muy seriamente planteada en tanto que lo que plantea es que resulta del elemento, si el elemento mismo no puede ser —es el fundamento de la teoría de conjuntos— más que algo a propósito de lo cual ustedes pueden especular exactamente como si fuera un conjunto; es acá que empieza a despuntar la cuestión, pero dejemos esto.

Ustedes saben que la patria es a la vez la realidad más bella, y que obviamente cae de su peso que todo francés debe morir por ella, pero es a partir del momento en que ustedes se subalternar para saber si algún francés debe morir por ella que me parece que tienen que darse cuenta que la operación de subalternación presenta algunas dificultades porque «todo francés debe morir por ella» y «algún francés debe morir por ella» no es la misma cosa. Son cosas que uno advierte todos los días.

Es allí que se advierte lo que arrastra de ontología, es decir de algo que es un poco más de lo que era su objetivo, al hacer una lógica, una lógica formal, lo que su lógica arrastra todavía de ontología. (Les aseguro que evito muchas disgresiones, quisiera que no pierdan el hilo.)

Acá los voy a introducir de golpe, por un procedimiento de oposición un poquito tajante —me alegro, quizás erróneamente, pero habitualmente hay un eminente lógico acá en primera fila, yo lo miro siempre de reojo para ver cuándo va a empezar a aullar, hoy no está, me parece que no lo veo, eso me tranquiliza y me fastidia a la vez, me hubiera gustado saber lo que me diría al final, habitualmente me estrecha la mano y me dice que está totalmente de acuerdo, lo que siempre me hace muy bien, no es que yo necesite que me lo diga para saber adónde voy, pero todos saben que, cuando uno se aventura en terrenos que no le son propios, uno está siempre en peligro de  ¡patapum!, en cuanto a mí, por supuesto, lo que me preocupa no es usurpar territorios, sino encontrar a nivel de la lógica algo que sea para ustedes un ejemplo, un hilo, una guía ejemplificadora de las dificultades con que tenemos que vérnoslas, nosotros, aquellos en cuyo nombre hablo, aquellos también a los que les hablo, y esta ambigüedad es esencial, a saber los psicoanalistas respecto a una acción que concierne nada menos que al que traté de definirles como «el sujeto». El sujeto no es el hombre. Si hay alguien que no sabe lo que es el hombre, son precisamente los psicoanalistas. Es incluso todo su mérito el ponerlo radicalmente en cuestión, digo en tanto que hombre, en tanto que esa palabra tenga todavía una apariencia de sentido para alguno.

Entonces paso a nivel de la lógica dé los cuantificadores, y me permito con ese aspecto bulldozer que utilizo de vez en cuando, indicar que la diferencia radical en la forma de oponer el universal al particular, a nivel de la lógica de los cuantificadores, reside en lo siguiente (naturalmente cuando ustedes abren los libracos al respecto, se encontrarán con lo que yo digo, podrán ver que puede ser abordado de mil maneras distintas, pero lo esencial es que el hilo principal está allí, al menos en lo que nos interesa) que el universal, al menos afirmativo debe enunciarse así: no hombre que no sea prudente (pus d’homme qui ne soil sage).

He aquí (créanme al menos por un momento, lo importante es que ustedes puedan seguir el hilo para ver adonde quiero llegar) lo que da la fórmula del universal negativo, a saber lo que, en Aristóteles se articularla: todo hombre es prudente, enunciado tranquilizante que, en este caso por otra parte, no tiene ninguna importancia. Lo que nos importa es ver la ventaja que podemos hallar articulando este enunciado de otro modo.

Podrán notar enseguida que este universal afirmativo para soportarse pondrá en juego nada menos que dos negaciones. Es importante que vean en qué orden van a presentarse las cosas: pongamos a la izquierda las formas aristotélicas, universal afirmativa y negativa; son las letras A y E que las designan para la posteridad de Aristóteles, y las letras I y O son las particulares, siendo I la particular afirmativa (todos los hombres son prudentes, algún hombre es prudente).
Seminario 15, cljase 12
¿Cómo podrá expresarse «algún hombre es prudente» en nuestra articulación cuantificadora? Había dicho antes «no hombre que no sea prudente» («pas d’homme qui ne soit sage»). Articulamos ahora «es hombre que sea prudente,’ o «hombre que sea prudente» pero a ese hombre que quedará suspendido en el aire, le damos soporte conveniente con un «es» («ll est»), igualmente que «no hombre que no sea prudente» es «no es hombre que no sea prudente».

Pero ustedes ven que sobra el «no» («ne») a nivel del «no sea prudente». Para que tenga sentirlo es necesario que sea: «que sea prudente . O aún si quieren articular «es hombre así sea prudente», ese «así» no tiene nada de abusivo porque ustedes pueden también ponerlo al nivel del universal «no es hambre así no sea prudente» (il n’est homme tel qu’il ne soit sage).

Para hacer pues el equivalente de nuestra subalternación aristotélica, tuvimos que borrar dos negaciones. Esto es muy interesante porque de entrada podemos ver que, un cierto uso de la doble negación, no es para resolverse en una afirmación sino justamente para permitir según el sentido en que esta doble negación sea empleada, ya sea que se la añada o que se la retire, asegurar el pasaje del universal al particular.

Esto que es tan impactante está destinado a hacernos preguntarnos que es lo que hay que decir para que, en ciertos casos, podamos asimilar la doble negación a la vuelta a cero, es decir lo que habla como afirmación al principio, y en otros casos podamos obtener este resultado.

Pero sigamos interesándonos en lo que nos ofrece como propiedad eso de lo que partirnos como funcionamiento a lo que hemos abrochado, porque es justo, porque es a eso a lo que responde: operación cuantificadora. Saquemos sólo una negación, la primera: «es hombre así no sea prudente». También acá yo particularizo, y de una forma que corresponde a la particular negativa. Es lo que Aristóteles llamarla «algún hombre no es prudente». En verdad, en Aristóteles, ese «no prudente» (no ya la subalternación sino subalternación opuesta que es diagonal, oposición de A a O, de «todo hombre es prudente» a «algún hombre no es prudente») es lo que él llama «contradictoria».

El uso de la palabra contradicción nos interesa a nosotros, los analistas, tanto más cuanto que, como lo recordó Nassif en el último seminario cerrado, es un punto absolutamente esencial para los psicoanalistas el que Freud les haya dado de una vez por todas esa verdad seguramente primera de que el inconsciente no conoce la contradicción. El único inconveniente (nunca se sabe qué frutos produce lo que uno enuncia como verdad, sobre todo primera) es que esto tiene como consecuencia que los psicoanalistas, a partir de ese momento se creyeron de vacaciones, si puedo decir, en el lugar de la contradicción y creyeron que, al mismo tiempo, eso les permitía no conocer nada a ellos mismos, es decir no interesarse en ningún grado.

Es una consecuencia manifiestamente abusiva. No es que porque el inconsciente, aún si fuera cierto, no conocerla la contradicción que los psicoanalistas no tienen que conocerla, aunque más no fuera para saber por qué no la conoce, por ejemplo.

En fin, remarquemos que «contradicción» merece un examen más atento, que naturalmente los lógicos han hecho desde hace tiempo, y que es muy distinto hablar de contradicción a nivel del principio de no contradicción, a saber que A no podría ser No-A desde el mismo punto de vista y en el mismo lugar, y el hecho de que nuestra particular negativa no sea la contradictoria. Es cierto, lo es. Pero ustedes ven que por el sesgo «es hombre así no sea prudente» no la llevo, en relación a la fórmula qué nos ha servido de punto de partida fundada sobre la doble negación, no la llevo más que a la posición de excepción.

Por supuesto, la excepción no confirma la regla contrariamente a lo que comúnmente se dice y que soluciona todo. Eso la reduce simplemente al valor de regla sin valor necesario, es decir la reduce al valor de regla, es incluso la definición de la regla.

Ya empiezan a ver cuántas cosas pueden tener interés para nosotros. Acudo a mi auditorio psicoanalítico para que no se aburran. Vean el interés de esas articulaciones que nos permiten matizar cosas tan interesantes como ésta por ejemplo, que no es lo mismo decir (es por eso que hice esta distinción a nivel de la contradicción) «el hombre es no mujer» —acá por supuesto se nos dirá que el inconsciente no conoce la contradicción— pero no es para nada lo mismo decir (universal) «no hombre» (se trata del sujeto por supuesto) que no excluya la posición femenina, la mujer» o (el estado de excepción y no ya de contradicción) «es hombre es, no excluya a la mujer».

Eso puede mostrarles, sin embargo, lo que puede haber de más manejable destinado a mostrar el interés de estas investigaciones lógicas, aún en el nivel en que el psicoanalista se cree (cosa que bien merece llamarse obediencia, con el tiempo) obligado a tener la vista fija en el horizonte de lo preverbal.

Sigamos por el contrario nuestro pequeño camino haciendo una experiencia.

«Es hombre así no sea prudente» (il est homme tel qu’il ne soit sage) dije. Pueden notar que hasta ahora hemos prescindido del «pas». Veamos cómo seria. «Es hombre así sea —por ejemplo— no prudente» (il est homme tel qu’il soit pas sage). No presenta inconveniente, quiere decir más o menos lo mismo: siempre hay quienes no son prudentes.

Desconfiemos: ese «no prudente» nos podría servir de pasaje a algo inesperado.

Si volvemos a poner «ne», todavía anda: «es hombre así no sea no prudente» (Il est homme tel qu’il ne soit pas sage), todavía puede andar.

Vamos al «no prudente» (pas sage) y volvamos en diagonal a A, la universal afirmativa de Aristóteles siendo la locución cuantificadora: «No hombre así no sea no prudente» (Pas d’homme tel qu’il ne soit pas sage). Esto produce un insólito sentido, de golpe es la universal negativa: todos son no prudentes.

¿Qué es lo que pudo producirse? Ese «no» (pas) añadido que era perfectamente tolerable a nivel de la particular negativa, si lo ponemos a nivel de lo que anteriormente era la universal afirmativa que parecía designada para tolerar ese «no» (pas), he aquí que vira al negro y no sé cuál color a E en el soneto de Rimbaud pero a nivel aristotélico es negro, es la universal negativa: todos son no prudentes.

Enseguida les voy a decir la enseñanza que vamos a extraer de esto. Es evidentemente algo que nos hace palpar que la relación entre los dos «ne» tal como existe en la estructura fundamental de la universal afirmativa cuantificada, que es esta fórmula «no hay nada que no» (il n’est rien qui ne), tiene algo que se basta en sí mismo, y tenemos la prueba en la liberación de ese «pas» que de repente se encuentra, inofensivo en otra parte, haciendo virar aquí un universal en el otro.

Es lo que nos permite avanzar y afirmar que la distinción de la operación cuantificadora, cuando la portemos en su función rectora, función de régimen de la operación lógica, se distingue de la lógica de Aristóteles a la que sustituye, en el lugar donde la ousia, la esencia, lo ontológico no es eliminado, en el lugar del sujeto gramatical, el sujeto que nos interesa en tanto sujeto dividido, a saber la pura y simple división como tal del sujeto en tanto que habla, del sujeto de la enunciación en tanto que distinto del sujeto del enunciado.

La unidad con que se presenta esta presencia del sujeto dividido, no es otra cosa que esta conjunción de las dos negaciones, y además es la que motiva que para presentárselas, para articularla ante ustedes, se hayan dado cuenta o no ya es tiempo de señalarlo, las cosas no podrían andar sin el empleo del subjuntivo «No hay nada que no sea» —prudente o no prudente, poco importa. Es ese «sea» que marca la dimensión de ese deslizamiento de lo que pasa entre esos dos «ne» y que es precisamente allí donde va a jugar la distancia que subsiste siempre de la enunciación al enunciado.

Por lo tanto no es en balde que al darles, hace algunas reuniones, el primer ejemplo de la formulación de Pierce, les hice remarcar que, en esa ejemplificación que les mostré de las rayitas repartidas en cuatro casillas, que lo que constituía el verdadero sujeto de todo universal, era esencialmente el sujeto en tanto que es esencial y fundamentalmente ese no sujeto’ que se articula ya en nuestra forma de introducirlo: «no hombre que no sea prudente». Es difícil mantenerse sobre este filo. Más exactamente la teoría, por supuesto, está hecha para eliminarlo. Quiero decir que lo que a nosotros nos interesa es que la teoría de los cuantificadores, si la articulamos, nos fuerza a descubrir allí ese relieve y esa fuga irreductible que hace que no sepamos a dónde desliza el nervio propiamente instituyente de lo que al principio no parece más que negación repetida y que por el contrario es negación creadora en tanto que es de ella que se instaura la única cosa verdaderamente digna de ser articulada a saber la universal afirmativa lo que vale siempre y en todo caso lo único que nos interesa.

Es así que verán formularse bajo la pluma de los lógicos de la cuantificación que podemos hacer la equivalencia de lo que se expresa por una «, a saber, el valor universal de una proposición escrita tal como «x  Fx tenemos que escribirla en los términos algebrizados de la lógica simbólica a saber que esta verdad universal » es para todo x que x funcione en la función Fx, a saber por ejemplo en este caso la función de ser prudente y que el hombre será una x que estará siempre en su lugar en esa función.

La transformación que nos es dada como válida en la teoría de los cuantificadores se representa así: por – $x siendo ese $ el símbolo que especifica para nosotros en la cuantificación la existencia de una x de un valor de x tal que satisfaga la función Fx y se nos dirá que la x F x puede ser traducida por una – $ x a saber que no existe x tal como para poner la función Fx patas para arriba. – $x -Fx. Abreviando que la conjunción de esos dos signos menos (y es precisamente algo que viene a recubrir la forma articulada lingüísticamente (langagieremet) matizada bajo la que se las expuse) bastan para simbolizar la misma cosa lo que no es cierto ya que está bien claro que por más meros que sean en la simbolización lógica, esos dos menos no tienen el mismo valor que no existe x que ponga patas para arriba es decir falsee la función Fx. Yo simbolicé esos dos términos; el de la no existencia y el del efecto que se saldan por la falsedad de la función no son del mismo orden. Pero precisamente de eso se trata. De enmascarar algo que es justamente la lisura muy fina y para nosotros absolutamente esencial de determinar y de fijar en su plano que es la distancia del sujeto de la enunciación al sujeto del enunciado como se los haré remarcar todavía por ejemplo a nivel de otros autores a propósito de otra forma de dar una imagen de la función que sea más manejable a nivel de su aplicación propiamente predicativa ya que en verdad Fx puede designar toda clase de cosas incluyendo todo tipo de fórmulas matemáticas que puedan aplicar allí. Es la fórmula más general.

Si por el contrario quieren quedarse a nivel de mi «todo hombre es prudente» he aquí la fórmula: (h(con un guión arriba) v p) con el signo de disyunción v que ya habla puesto la otra vez en el pizarrón fórmula a la cual según los lógicos que introdujeron la cuantificación, bastaría agregar el p del pan o el S para hacer una proposición universal o particular: p(h(con un guión arriba) v p) y que querría decir que en suma lo que tenemos entre manos es la disyunción del no hombre y de ese p; esto quiere decir que si elegimos lo contrario del no hombre es decir el hombre tenemos la disyunción: él es prudente ya sea en todos los casos ya sea en algunos casos particulares.

Si tomamos la negación del prudente, es decir si renunciamos al prudente estamos del otro lado de la disyunción, a saber del lado del no hombre, eso todavía puede andar hasta ese punto. Pero no implica de ningún modo la exigencia del no prudente para lo que no es hombre. Ahora bien esto no está indicado en la fórmula. Para eso sería necesario que la disyunción estuviera marcada por ejemplo así: p(h  raíz cuadrada de p)  un signo que sería la inversa del de la raíz cuadrada destinado a mostrar que con respecto a la implicación si tenemos acá en suma a nivel del universal que hombre implica prudente que no prudente ciertamente no implica no hombre pero que prudente es perfectamente compatible también con no hombre es decir que puede haber algo distinto del hombre que sea prudente esto esta elidido en la forma de presentar la fórmula de la disyunción desnuda entre un sujeto negativizado y el predicado que no lo está.

En este punto se demuestra también algo que, en el sistema llamado de la doble negación, utilizando esta nominación que es de Mitchell, deja escapar siempre ese algo que, esta vez, lejos de suturar la fisura la deja en su ignorancia hiante, confirmación de que siempre es de fisura de lo que se trata.

En otras palabras, de lo que se trata, en lo que respecta a la lógica, formal se entiende, es siempre esto: saber lo que puede extraerse y hasta dónde de un enunciado, a saber obtener un enunciado fiable: también Aristóteles partió de esto.

No diremos, por supuesto, que Aristóteles estaba en la aurora del pensamiento, porque lo propio del pensamiento es no haber tenido nunca aurora; el pensamiento ya era viejo y él sabía algo. Particularmente sabía que ni siquiera sería cuestión de saber si no hubiera lenguaje; eso no basta por supuesto, para que el saber sólo dependa del lenguaje, pero lo que a él le importaba era precisamente saber, precisamente porque el pensamiento no databa de ayer, lo que de una enunciación podía hacer una cosa necesaria; no había forma de ceder sobre ese punto. La primera anaghh (EN LETRA GRIEGA) es la anaghh (EN LETRA GRIEGA) del discurso.

La lógica formal de Aristóteles era el primer paso para saber lo que propiamente y distinguido como tal, a nivel del enunciado, podía formularse como dando de esta fuente —lo que no quiere decir que fuese la única por supuesto— su necesidad a la enunciación, es decir que allí no hay forma de dar marcha atrás. Además el sentido que tenla en esa época el término epiádihmh es el de una enunciación sobre, la distinción entre epidthmh(EN LETRA GRIEGA)  y doxa(EN LETRA GRIEGA)  no es otra cosa que una distinción que se sitúa a nivel del discurso. Es su diferencia con lo que para nosotros es la ciencia, yendo en el mismo sentido, a saber un enunciado estrictamente fiable, y especialmente para nosotros que hemos hecho algunas producciónes inéditas en lo relativo al enunciado y por otra parte no en otra parte que las matemáticas; esas leyes del enunciado para ser fiables se han vuelto, se vuelven cada día aún más exigentes y por esa razón no dejan de demostrar sus limites; quiero decir que en la medida en que liemos hecho, en lógica, algunos pasos de los que por supuesto el que les represento acá no es original pero es el que nos interesa. ¿Por qué? Porque nosotros, analistas, no hemos llegado a esta tentativa de captura de la enunciación por las redes del enunciado, pero qué suerte que el trabajo haya progresado tanto afuera si puede ser por allí que se nos entreguen algunas reglas para localizar la fisura.

Cuando yo enuncio que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, no quiere decir que yo lo sepa, puesto que eso con lo que lo completo, es propiamente ese «se» («on») en el que pongo el acento y que produce vértigo al conjunto de los analistas, es que no se sabe nada (on n’en san rien). «Se» («On»), el sujeto supuesto saber, que siempre es necesario que esté allí para darnos descanso.

No es por lo tanto que lo sé si lo enuncio, es que mi discurso ordena, en efecto, el inconsciente. Yo digo que el único discurso que tenemos sobre el inconsciente, el de Freud, hace sentido ciertamente pero eso no es lo importante, porque hace sentido como se hace agua: por todas partes. Todo hace sentido, se los he mostrado «colourless green ideas sleep furiously» también hace sentido. Es incluso la mejor carácterización que se puede dar del conjunto de la literatura analítica. Si ese sentido es tan pleno en Freud, tan resonante respecto a lo que está en juego —el inconsciente—, si, en otras palabras, eso se distingue de todo lo que él ha rechazado de antemano como ocultismo, si todos saben y sienten que no se trata de Mesmer (es por eso que subsiste a pesar de lo insensato del discurso analítico) es un milagro que sólo podemos explicar indirectamente, a saber por la formación científica de Freud.

Lo importante no es el sentido de ese discurso del que hace falta en primer lugar que exista para que lo que yo digo con «el inconsciente está estructurado como un lenguaje» tenga su referencia, su Bedeutung, porque es allí que se percibe que la referencia es el lenguaje; en otras palabras que todo lo que mi discurso articula a propósito del de Freud sobre el inconsciente desemboca en fórmulas isomorfas, las que se imponen si se trata del lenguaje tomado como objeto. El isomorfismo que impone a mi discurso el discurso relativo al inconsciente con respecto a lo que resulta del discurso sobre el lenguaje, he aquí de lo que se trata y lo que hace que en este discurso tenga que estar tomado todo psicoanalista en tanto que se embarca en ese campo definido por Freud como el inconsciente.

A partir de esto no podemos hacer otra cosa que enunciar, antes de dejarlos, algunos abrochamientos destinados a que ustedes no pierdan la cabeza en este asunto, Espero que lo que acabo de decir relativo a la fórmula «el inconsciente está estructurado como un lenguaje» mantendrá sin embargo su valor de hito crucial tanto para aquellos que lo escuchan desde hace tiempo como para los que se niegan a escucharlo.

Por supuesto que nuestra ciencia, la que es la nuestra, no se definió solamente por estas coordenadas por las cuales sólo hay saber por el lenguaje. Queda sin embargo que la ciencia misma sólo puede sostenerse con la puesta en reserva de un saber puramente lingüístico (langagièr), a saber por una lógica estrictamente interna y necesaria al desarrollo de su instrumento en tanto que el instrumento es matemático y que todos pueden palpar que a cada momento los impasses propiamente lingüísticos (langagières) en que la mete ese progreso del instrumento matemático mismo en tanto qué acoge y es acogido a la vez por cada campo nuevo de sus descubrimientos factuales es un resorte esencial a la ciencia moderna.

Queda por lo tanto que hay todo un nivel en que el saber es el lenguaje y que no es banal decir que ese campo es propiamente tautológico, que está en el mismo origen de lo que ha producido el punto de partida de la ciencia, a saber una medición del clivaje definido así en el discurso, por una ascesis lógica que se llama cogito es un signo él que yo haya podido desarrollar bastante dicha ascesis para fundar allí la lógica del fantasma, cuyas articulaciones han sido muy bien aisladas la última vez durante el seminario cerrado por uno de los que trabajan en ese campo de mi discurso.

No se trata como él lo dijo —y lo dijo de una forma legitima en la perspectiva de lo que trataba de aportar como respuesta a ese discurso— de una nueva negación que seria la que yo produciría, Dios me libre y guarde de dar a cualquiera la oportunidad de escamotear de lo que se trata con la introducción de una novedad, que es todo lo contrario de algo que se tapona puesto que es algo intaponable, quiera Dios que yo jamás les de a los psicoanalistas una renovación de coartada, a lo que tiene que ser en el discurso analítico, a saber en el sentido propio y aristotélico, su npokeimenon, su soporte subjetivo, ciertamente, pero en tanto que él mismo asume la división.