Seminario 15: Clase 14, del 20 de Marzo de 1968

«Todo hombre es un animal, a reserva de que él se no hombre»
(«Tout homme est un animal, sauf à ce qu’il se n’homme»)
* Nota del traductor: n’homme: no hombre. Juego de palabras con la homofonía entre este término y nomme: nombre (verbo nombrar, tercera persona, presente). El efecto sería a reserva de que él se nombre (n’hombre).

Les puse eso en el pizarrón para estimularlos porque en realidad yo no estoy muy estimulado. Esta formulita no tiene la pretensión de ser un pensamiento. De todas formas puede ser que sirva de punto de enganche, de pivote a algunos de ustedes que no van a comprender nada de lo que diré hoy; no es impensable. No van a comprender nada pero eso no les impedirá soñar algo. No estoy injuriándolos; no creo que sea la generalidad de los casos; ¡pero digamos que es la media!

Hay que tener siempre en cuenta la parte de ensueño que se produce siempre en todo tipo de enunciado con pretensión pensante o que se cree tal y por qué no darle ese puntito de enganche. Supongan por ejemplo que mi enseñanza, a saber lo que puede pasar como pensamiento, no tenga ninguna consecuencia —como le ha ocurrido ya a muchos y de mayor importancia que yo— quedaran cositas así no más. Entonces se produce algo al respecto. En el reino animal hay una especie de fauna muy especial, esas especies de bichitos de la clase de los insectos, seres con élitros; hay montones que se alimentan de cadáveres; en medicina legal se los llama las escuadras de la muerte; hacen falta decenas de generaciones para consumir lo que queda de un despojo humano (cuando digo generaciones quiero decir que son distintas especies que vienen en las distintas etapas).

Más o menos a esto se parece la aplicación de ciertas actividades universitarias alrededor de esos restos de pensamiento: escuadras de la muerte. Hay quienes ya se aplican por ejemplo sin esperar siquiera que yo esté muerto, ni que se haya visto el resultado de las cosas que yo he enunciado en el curso de estos años en lo que constituye lo que he reunido como pude, con una escoba, bajo el titulo de «Escritos», dosificando en qué momento empiezo a hablar verdaderamente de lingüística, en qué momento y hasta dónde lo que yo digo recubre lo que ha dicho Jacobson. Van a ver, eso va a desarrollarse. Por otra parte no creo que semejante operación haga resaltar mis méritos en lo más mínimo. Creo que es una operación bastante dirigida por parte de aquellos a los que interesa directamente lo que yo digo y que quisieran que la gente que se ocupa de esto prolifere inmediatamente con lo que pueda retener de mis enunciados bajo el título de pensamiento. Eso les daría un pequeño anticipo de lo que ellos esperan, a saber que lo que yo enuncio y que no es forzosamente pensamiento, quede sin consecuencias, para ellos se entiende. ¡He aquí la alimentación!

Sin embargo, verán que esto tiene cierta relación con lo que voy a decirles hoy. Estamos siempre, por supuesto, en el acto psicoanalítico. ¿Para quién hablo yo, en suma, del acto psicoanalítico? Para los psicoanalistas. Sólo ellos están verdaderamente implicados en él. Por otra parte todo está ahí. Hoy avanzo por un terreno poco propicio evidentemente para un público tan numeroso, a saber cómo puede operar el acto psicoanalítico para llevar a cabo eso que llamaremos la identificación del psicoanalista.

Es una forma de tomar la cuestión que al menos tiene el mérito de ser nueva, quiero decir que, hasta el presente no ha podido articularse nada supuestamente sólido sobre lo que califica como tal al psicoanalista. Se habla, por supuesto, de reglas, procedimientos, modos de acceso, pero eso no siempre dice lo que es un psicoanalista. El hecho de que yo hable del acto psicoanalítico, de donde, en suma, espero que se pueda dar un paso en lo que se llama la calificación del psicoanalista, que me vea llevado a hablar del acto psicoanalítico ante un público como éste al que sólo en parte le concierne, es algo que en si ocasiona un problema, problema que por otra parte no es insoluble puesto que, en suma, insisto una vez más en marcar lo que justifica —no lo que condiciona; lo que condiciona es una serie de efectos de posición sobre los cuales justamente, dentro de nuestro discurso de hoy, lo que podamos avanzar va a permitirnos quizás precisar algo, pero en definitiva sea cual fuere el condicionamiento— lo que justifica que hable del acto ante un público más amplio que ese al que interesa, a saber propiamente los psicoanalistas, es evidentemente que el acto psicoanalítico tiene una particularidad que muy pronto podrán… Voy a hacer un garabato más en el pizarrón para mostrar de qué se trata en el famoso cuadrante: el que parte de: o yo no pienso, o yo no soy, con lo que implica del yo no pienso que está acá, del que ustedes saben que el acto psicoanalítico se produce en este eje, teniendo por desenlace esta eyección del (a)
seminario 15, clase 14
que, en suma, incumbe, corre a cargo del psicoanalista que ha establecido, ha permitido, ha autorizado las condiciones del acto al precio de llegar él mismo a soportar esta función del objeto (a): el acto psicoanalítico es evidentemente lo que da ese soporte, lo que autoriza lo que va a ser realizado como la tarea psicoanalizante, y es porque el psicoanalista da a este acto su autorización que el acto psicoanalítico se realiza.

Ahora bien, es muy singular que este acto cuyo trayecto de algún modo tiene que ser cumplido por el otro, y con ese resultado al menos presunto de que lo que es acto propiamente hablando, por lo que podríamos vernos llevados a preguntarnos qué es un acto, evidentemente no debería ser dibujado, al menos sobre este cuadrángulo, ni en esta condición, ni en este trayecto atípico sino en este (- j). Es decir que en lo que respecta al sujeto psicoanalizarte, habiendo llegado a esa realización que es la de la castración, es por una conclusión volviendo hacia el punto original, aquél del que en verdad nunca salió, aquél que es estatutario, aquél de la elección forzada, de la elección alienante entre el o yo no soy o yo no pienso, que debería cumplir por su acto lo que finalmente fue realizado por él, a saber lo que lo hace dividido como sujeto. Dicho de otro modo que efectúa un acto sabiendo, en conocimiento de causa de porqué él mismo jamás realizará ese acto plenamente como sujeto.

El acto psicoanalítico pues, tal como se presenta, porque introduce otra dimensión de ese acto que no actúa por sí mismo, si se puede decir, puede permitirnos aportar alguna luz sobre lo que hay del otro, del que recién dibujé transversalmente, del acto sin calificación, porque ni siquiera lo voy a llamar humano; no lo voy a llamar humano por toda clase de razones que pueden adivinar por esa palabrita de enganche que citaba al principio, puesto que funda al hombre en principio, o más vale lo refunda, o lo refunde, cada vez que tiene lugar el acto en cuestión, el acto a secas, el acto que no nombro, lo que no sucede a menudo.

Al respecto, naturalmente, traté a pesar de todo de dar algunas definiciones para que se sepa de qué se habla, especialmente que el acto es un hecho significante; de esto hemos partido cuando comenzamos a balbucear alrededor del tema, un hecho significante por donde se ubica el retorno del efecto llamado efecto de sujeto que se produce por la palabra, en el lenguaje por supuesto, retorno de ese efecto de sujeto en tanto que es radicalmente divisorio; ésta es la novedad aportada como un desafío por el descubrimiento psicoanalítico que plantea como esencial que ese efecto de sujeto sea un efecto de división; es por ese efecto de división que una vez realizado puede darse el retorno, que puede haber re-acto, que podemos hablar de acto y que ese acto que es el acto psicoanalítico que se plantea de una forma tan singular por ser absolutamente diferente en ese sentido de que nada impone que se produzca tras lo que, en el psicoanálisis, lleva al sujeto a estar en posición de poder actuar, nada implica que ese (a) aislado en lo sucesivo en virtud de la acción del otro que lo ha guiado en su psicoanálisis, psicoanálisis cuyo acto ha permitido cumplirse a la tarea, nada explica ese salto por el cual ese acto que ha permitido la tarea realizadora, la tarea psicoanalizarte, lleva al psicoanalizarte a asumir el programa, si se puede decir.

Con respecto al acto —haré un pequeño paréntesis reflexivo que es importante, que se relacióna por otra parte con las palabras con que comencé relativas al porvenir de todo pensamiento— todo pensamiento ordenado se ubica en un bivium o a partir de un bivium que en la actualidad es particularmente claro: o bien rechaza ese efecto de sujeto del que parto, anudándolo una vez más a sí mismo en un momento que se quiere original, es el sentido que tuvo originalmente el cogito; el cogito es el modelo, y el modelo honesto si se puede decir; es honesto porque se coloca a sí mismo como origen; cuando ustedes vean a alguien comenzar a hablar del fantasma del origen, pueden saber que es deshonesto; no hay otro fantasma capturable que hic et nunc, desde ahora; ése es el origen del fantasma; después podremos hablar cuando lo hayamos encontrado allí, cuando estemos con él. En cuanto al cogito, no se planteó como origen; en ninguna parte nos dice Descartes: «en el origen aquél que piensa hace surgir al ser». El dice: «pienso luego soy» y, a partir de esto, ha hecho una gran cosa; no hay que ocuparse más. Ha liberado completamente la entrada de la ciencia que no se ocupará nunca más del sujeto, si no es, por supuesto, el límite obligado donde lo encuentra, a ese sujeto, cuando tiene, al cabo de cierto tiempo, que darse cuenta con que opera ella, a saber el aparato matemático y simultáneamente el aparato lógico.

La ciencia hará todo pues, en ese aparato lógico, para sistematizarlo sin tener que ver con el sujeto, pero no será cómodo: en verdad sólo será en sus fronteras lógicas que el efecto de sujeto continuará haciéndose sentir, presentificándose y produciendo a la ciencia algunas dificultades. Pero por lo demás, a causa de este paso inicial del cogito, se puede decir que a la ciencia le ha sido dado todo, y de una forma en suma legitima; todo le ha caído en la mano en un inmenso campo de éxito; pero de algún modo es a ese precio que la ciencia no tiene nada que decir del sujeto del acto; ella no impone ninguno; permite hacer mucho —no todo lo que se quiera; ella puede lo que puede; lo que ella no puede, no puede—. Pero ella puede mucho. Ella puede mucho pero no motiva nada, o más exactamente no da ninguna expresa razón para hacer nada. Ella sólo se presenta como tentación de hacer, tentación irresistible, es cierto. Todo lo que podemos hacer con lo que la ciencia ha conquistado después de tres siglos, no es pavada, y no nos privamos de hacerlo; pero de ninguna manera está dicho que ningún acto será a su medida. Allí donde se trata de acto, donde eso se decide, donde uno se vale en conocimiento de causa para fines que parecen motivados; se trata de un modo muy distinto de pensamiento. Es la otra parte del bivium allí el pensamiento se entrega en la dimensión del acto y para esto basta con que toque al efecto de sujeto. 

Ejemplo: la observación fundamental de una doctrina que según creo es fácil de reconocer para ustedes, que el sujeto no se reconoce, es decir está alienado en el orden de producción que condiciona su trabajo, a causa del efecto de sujeto que se llama explotación —no hace falta agregar «del hombre por el hombre» porque hemos visto que hay que desconfiar un poco del hombre en este caso, y además cualquiera sabe que se ha podido convertir este uso en algunos juegos de palabras chistósos— esto a causa del efecto de sujeto pues, que es el fundamento de toda explotación, he aquí lo que tiene consecuencias de acto. Se llama a eso la revolución; y, en esas consecuencias de acto, el pensamiento tiene la mayor dificultad para reconocerse, como se los demuestran desde que ustedes existen puesto que incluso para algunos de ustedes hablan comenzado antes de vuestro nacimiento, las dificultades que ha tenido, que sigue teniendo lo que llaman la intelligentzia con el orden comunista

Todo pensamiento, pues, de esta categoría que toca al efecto de sujeto participa del acto. Formularlo indica, si se puede decir, el acto y su referencia. Sólo que, mientras el acto no está en marcha, es una referencia difícil de sostener en la medida en que sólo es aislable al término, cualquiera lo sabe. Todo pensamiento que, en el pasado, ha hecho escuela —las cosas que quedan, así no más, prendidas en los herbarios universitarios, escuela estoica por ejemplo— tenía ese fin del acto. A veces se para en seco. Quiero decir que, por el momento, en el circuito que aludí, todavía no tenemos el resultado del acto que actualmente se abrocha al término revolucionario, esta referencia al acto no está aislada ni es aislable; pero en definitiva, para los estoicos tal como los evoqué recién, el hecho es que eso se paró en seco, que en un momento, no hubo nada más que extraer que lo que hablan extraído de los que se habían embarcado en esta vía de pensamiento; a partir de lo cual la necrofagia de la que hablaba hace un rato puede comenzar y, a Dios gracias, tampoco puede eternizarse puesto que no quedan tantos residuos, tantos restos de este pensamiento estoico. ¡Pero en fin, eso ocupa a mucha gente!

Dicho esto, volvamos a nuestro acto psicoanalítico y retomemos ese pequeño travesaño que está en el pizarrón, del que ya dije muchas veces que no tienen que darle un valor privilegiado a las diagonales, más vale para hacerse una idea precisa, tienen que verlo como una especie de tetraedro en perspectiva, eso los ayudará a darse cuenta que la diagonal no tiene ningún privilegio; el acto psicoanalítico consiste esencialmente en esta especie de efecto de sujeto que opera distribuyendo, si se puede decir lo que va a constituir el soporte, a saber el sujeto dividido, el $ porque ésta es la adquisición del efecto de sujeto al término de la tarea psicoanalizarte, es la verdad que es conquistada por el sujeto, sea cual fuere y bajo cualquier pretexto que sea embarcado, es a saber por ejemplo para el sujeto más banal, el que viene a los fines de ser aliviado: éste es mi síntoma, ahora tengo la verdad; quiero decir que es en la medida en que eso no es todo lo que había de mi (moi), en la medida en que hay algo irreductible en esta posición del sujeto que se llama en suma esfuerzo nombrable, impotencia para saberlo todo, que yo estoy acá y que, a Dios gracias; del síntoma que revelaba lo que queda enmascarado en el efecto de sujeto del que repercute un saber, ¿he levantado yo lo que allí hay enmascarado? Con seguridad no completamente. Algo queda irreductiblemente limitado en ese saber. Es al precio —ya que he hablado de distribución— de que toda la experiencia ha girado alrededor de ese objeto (a) del que el analista se hace el soporte, el objeto (a) en tanto que es lo que, de esta división del sujeto ha sido y sigue siendo estructuralmente la causa de esta división del sujeto. Es en la medida en que la existencia de este objeto (a) se ha demostrado en la tarea psicoanalítica ¿y cómo? Todos lo saben: en el efecto de transferencia; es en tanto que es el partenaire el que, por la misma estructura instituida por el acto, llegó a cumplir la función que, desde que el sujeto ha intervenido como efecto de sujeto, que tomado en la demanda instaurando el deseo, se encontró determinado por esas funciones que el análisis ha abrochado como las de objeto nutricio, el seno, objeto excremental, el cíbalo, la función de la mirada y de la voz. Es alrededor de estas funciones, en la medida que en la relación analítica han sido atribuidas a quien es el partenaire, que está el pivote y el soporte, como dije la última vez, el instrumento que ha podido realizar la esencia de la función del S, a saber la impotencia del saber.

¿Tengo que evocar acá la dimensión analógica que hay, en esta repartición, con el acto trágico? Porque se tiene claramente la sensación de que, en la tragedia hay algo análogo, quiero decir que en la ficción trágica tal como se expresa en una mitología de la que no está excluido que veamos incidencias históricas, vividas, reales, quiero decir que el héroe, cualquiera de ellos que, se embarca sólo en el acto, está destinado a ese destino de no ser al fin más que desecho de su propia empresa; no necesito dar ejemplos, el nivel que llame de ficción o de mitología basta por si sólo para indicar plenamente la estructura. Pero, de todas formas, no lo olvidemos, no confundamos la ficción trágica, quiero decir el mito de Edipo, de Antígona por ejemplo, con lo que es verdaderamente la única acepción valedera, fundada, de la tragedia, a saber: la representación de cosa. Evidentemente en la representación estamos más cerca de esta schize tal como es sostenida en la tarea psicoanalizante; podemos sostener la división realizada por el sujeto psicoanalizante al término del psicoanálisis en la división, que, en el área en que podía jugarse la representación trágica en su forma más pura, podemos identificar a ese psicoanalizante con la pareja dividida y relativa del espectador y del coro, mientras que el héroe…, no hace falta que haya treinta y seis héroes, nunca hay más de uno; el héroe es aquel que sobre la escena no es más que la figura de desecho con que se clausura toda tragedia digna de ese nombre.

La analogía estructural pesa de una forma tan evidente que por esa razón fue introducida masivamente, si se puede decir, bajo la pluma de Freud y por eso esta analogía obsesiona toda la ideología analítica, sólo que con un efecto de desmesura que confina al grotesco y que por otra parte produce la incapacidad total que demuestra esta literatura que llaman analítica para hacer otra cosa, alrededor de esta referencia mítica, que una especie de repetición en círculo, extraordinariamente estéril, con la sensación de vez en cuando de que hay allí algo de una división de la que no se ve qué es lo que separa, de la que no se ve dónde está la radical diferencia que nos vuelve inadecuados.

Esto impacta a algunos. No a los peores. Pero produce resultados que verdaderamente no pueden ir mucho más allá de un ladrido. No olvidemos el Edipo, ni lo que es el Edipo, ni hasta qué punto está internamente ligado a la estructura de toda nuestra experiencia; y una vez producida esta evocación no es necesario ir mucho más lejos. Es precisamente por eso que considero que no le hago daño a nadie por haberme jurado no retomar jamás el terna del nombre del padre en el cual, àpresado en no sé qué vértigo felizmente superado, me dije una vez que me embarcaría para el circuito de uno de mis años de seminario. Las cosas tomadas a ese nivel son hopeless, mientras que tenemos un camino mucho más seguro para trazar relativo al efecto de sujeto y que tiene que ver con la lógica.

Si los he llevado a la encrucijada de ese efecto propiamente lógico que bien ha definido la lógica moderna con el término de función de los cuantificadores, es evidentemente por una razón muy cercana a lo que les anuncié como la cuestión de hoy, a saber, la relación del acto psicoanalítico con algo del orden de una predicación, a saber, de qué se trata, ¿cómo podemos decir que ubica al psicoanalista?

No lo olvidemos, si es al término de una experiencia de la división del sujeto que algo que se llama el psicoanalista puede instaurarse, podemos fiarnos en una pura y simple identificación del término como la que está al principio de la definición del significante, que todo significante representa a un sujeto para otro significante, justamente el significante, cualquiera que fuere, no puede ser todo lo que representa al sujeto, justamente, como se los he mostrado la última vez; porque la función que abrochamos a «todo» señala una causa que no es otra que el objeto (a). Ese objeto (a) ha caído en el intervalo que, si se puede decir, aliena la complementariedad (se los recordé la última vez) de lo que hay del sujeto representado por el significante, del sujeto $ con el S sea cual fuere, predicado que puede instituirse en el campo del Otro; por lo tanto que lo que resulta, en virtud de ese efecto del todo en tanto que se enuncia, interesa otra cosa que eso hacia lo cual, si puedo decir, la identificación no se produce, a saber hacia el reconocimiento venido del Otro, puesto que de eso se trata, que en nada de lo que podamos inscribir nosotros mismos en el campo del Otro podamos reconocernos.

Todo lo que nos representa en este llamado del conocimiento podría tener que ver con ese vacío, con ese hueco, con esa falta. Ahora bien allí está lo que no esta. Es que al principio de la institución dé ese todo requerido, cada vez que enunciamos algo universal, hay otra cosa que la posibilidad que enmascara, a saber la de hacerse reconocer y esto se comprueba en la experiencia analítica con lo que articularé de una forma condensada porque es ejemplar: que el sexo no es todo, porque éste es el descubrimiento del psicoanálisis; hemos visto resurgir unas especies de recopilaciones de gente a la que se delega para reunir un cierto número de textos sobre ese famoso campo tan bizarramente preservado, reservado, que es el psicoanálisis; se le da una beca de investigación a un señor que se llama Brown y que no escribió tan mal antaño: Eros y Tánatos; habla aprovechado para decir cosas muy sensatas sobre M. Luther y como era a beneficio de la Universidad Wesleyenne, todo se justificaba bastante. Pero en definitiva, desconociendo toda mesura en esa operación de recopilación, publica algo que se llama el «Cuerpo de Amor» y que nos comenta con una nota hablándonos del pansexualismo freudiano Ahora bien, si lo que Freud dijo significa algo, es obvio que ha tenido la referencia de lo que se esperarla que se produzca de la conjunción sexual, a saber una unión, un todo, justamente si hay algo que se impone al término de la experiencia es que, en el sentido en que les indico, que lo hago resonar para ustedes, el sexo no es todo; el todo viene en su lugar, lo que no quiere decir que este lugar sea el lugar del todo. El todo lo usurpa haciendo creer, si puedo decir, que él viene del sexo. Es así como la función verdad cambia de valor, si puedo expresarme así, y que lo que puede expresarse en esto que pega muy bien, lo que es alentador, con ciertos descubrimientos en el campo de la lógica nos hace palpar que el todo, la función del todo, el todo cuantificador, la función del universal, que el todo debe ser concebido como un desplazamiento de la parte. Es porque sólo el objeto (a) motiva y hace surgir la función del todo como tal que nos encontramos sometidos en lógica a esta categoría del todo, pero que se explican al mismo tiempo un cierto número de singularidades que lo aíslan en el conjunto de los funcionamientos lógicos, me refiero a ese campo donde reina el aparato del cuantificador, que lo aíslan haciendo surgir singulares dificultades, extrañas paradojas.

Por supuesto interesa que en lo posible ustedes —y lo digo tanto para todos como para cada uno— tengan una cierta cultura lógica, quiero decir que nadie tiene nada que perder acá yendo a formarse a los lugares donde lo que se enseña es alrededor de los campos ya constituidos del progreso de la lógica actual, que no tienen nada que perder yendo precisamente a formarse para entender lo que intento probar diseñando una lógica funcionando en una zona intermediaria, en tanto que todavía no ha sido manejada en una forma conveniente; no perderán nada captando lo que yo aludo cuando digo que todavía la lógica de los cuantificadores no ha llegado a obtener su estatuto propio y verdaderamente riguroso, quiero decir teniendo toda la apariencia de excluir al sujeto, quiero decir ser manejable a través de puras y simples reglas que den cuenta de un manejo de letras. Eso no quita que si comparan el uso de esta lógica de los cuántificadores con tal o cual sector, segmento de la lógica tal como se definen en diversos términos, se darán cuenta que es singular que mientras que para todos los demás aparatos lógicos se pueden dar siempre un gran número de interpretaciones geométrica, por ejemplo, económica, conceptuales, o sea que cada uno de esos manejos de los aparatos lógicos, es absolutamente plurivalente en cuanto a la interpretación, es muy sorprendente, por el contrario, que sea cual fuere el rigor con que se ha podido, al fin de cuentas, profundizar la lógica de los cuantificadores nunca llegarán a substraer ese algo que se inscribe en la estructura gramatical, quiero decir en el lenguaje ordinario, y que hace intervenir esas funciones del todos y algún.

La cosa tiene consecuencias, ninguna de ellas pudo ser puesta en relieve más que a nivel de los lógicos, quiero decir allí donde saben valerse de lo que es una deducción, a saber que en cualquier parte donde sostengamos un sistema, un aparato tal como se trata del uso de los cuantificadores, no podremos crear algoritmos tales que baste con reglarlos por adelantado, que todo problema esté pura y simplemente sometido al uso de una regla de cálculo prefijada; que desde que estamos en ese campo seremos siempre capaces de hacer surgir allí lo indecidible (indecidable).

Extraño privilegio. Para aquellos que nunca han escuchado hablar de lo indecidible (indecidable) voy a ilustrar lo que digo con un pequeño ejemplo. Qué quiere decir indecidible (indecidable) (me disculpo con aquellos a los que lo que voy a decir parezca una trillada cantinela).

Tomo un ejemplo, hay muchos. Ustedes saben —o no saben— lo que es un número perfecto; es un número tal que sea igual a la suma de sus divisores. Ejemplo: los divisores del número 6 son 1, 2 y 3.  1 + 2 + 3 = 6. Es igualmente cierto para 28. (No se trata de números primos sino de divisores, lo que quiere decir: dado un número, ¿en cuántas partes iguales pueden dividirlo?) Para 28 les da 14, 7, 4, 2 y 1. Eso hace 28.

Ven que esos dos números son pares. No se conocen muchos números así. No se conoce un número impar que sea perfecto. Eso no quiere decir que no exista. He aquí lo indecidible. No es mi función acá mostrarles el lazo de lo indecidible con la estructura, la función lógica de los cuantificadores, en rigor digamos que podríamos reservarlo para un seminario cerrado. Pediría que se asocie conmigo alguien que tenga más oficio en esto que yo.

Pero ese privilegio de la función de los cuantificadores nos interesa en sumo grado, enseguida van a ver ese privilegio —yo sostengo la hipótesis, llamémosla así provisoriamente— este impasse fecundo, porque si tuviéramos la menor esperanza de que todo puede ser sometido a un algoritmo universal, que podemos zanjar en todo sobre la cuestión de saber si una proposición es verdadera o falsa, eso seria más bien un cierre. La hipótesis que yo sostengo consiste en que ese privilegio de la función de la cuantificación se refiere a la esencia del todo y su relación con la presencia del objeto (a).

Existe algo que funciona para que todo sujeto se crea todo, para que el sujeto se crea todo sujeto, y por allí mismo sujeto del todo; y por esto mismo con derecho a hablar de todo.

Ahora bien, lo que nos da la experiencia analítica es que no hay sujeto cuya totalidad no sea ilusión, porque destaca al objeto (a) en tanto que elidido.

Ahora vamos a ocuparnos de ilustrar porque nos interesa esto de la forma más directa. Como se expresa correctamente lo que resulta de la dimensión propiamente analítica: todo saber no es concierte. La ambigüedad, la problemática, la schize fundamental que introduce la función de cuantificador en tanto que introduce un «para todo» y un «existe» consiste en lo siguiente: admite y al mismo tiempo pone en cuestión el que si decimos: «no es cierto que para todo… (lo que siga) es de tal o cual forma», esto implica que no está dicho que haya algo de ese todo que no, porque no es cierto que para todo haya quien que no.

En otros términos, porque una negación recae sobre el universal, algo surge de la existencia de un particular y, asimismo, porque no todo es afectado por un no, más aún, hay quienes que (como dicen); haciendo surgir una existencia positiva particular de una doble negación, la de una verdad que, retirada al todo por no ser, hará surgir una existencia particular.

Ahora bien, bastaría que no fuera demostrado que todo algo para que exista algo que no? Se dan cuenta que acá hay un escollo, una cuestión que, por si sola basta para volver muy sospechoso ese uso de la negación en tanto que por sí sola bastaría para asegurar el nexo, la coherencia de las funciones recíprocas del universal y el particular. En lo que respecta al saber, debido a que todo saber no es concierte, no podemos ya admitir como fundamental que todo saber se sepa a sí mismo, ¿es esto decir que es correcto decir que hay inconsciente?

Es precisamente lo que, en ese articulo recopilado en mis Escritos que se llama «Posiciones del inconsciente». traté de hacer sentir utilizando lo que podía en ese momento, a saber una pequeña parábola que sólo era una forma de imaginar bajo una especie que incluso, si recuerdo bien, he llamado el «hommelette», porque me gusta mucho jugar con la palabra hombre y que no es otro que el objeto (a). Por supuesto podría ser la oportunidad para un futuro «scholar»,  de imaginarse que en el momento en que escribí «Posiciones del inconsciente» no tenía la menor idea sobre lógica, como si lo que constituye el orden de mi discurso no consistiera justamente en adaptarlo para un determinado auditorio, que por otra parte no lo es totalmente porque bien sé lo que son capaces de recibir y de no recibir las orejas de los psicoanalistas en un momento dado.

En lo que respecta a la calificación, hace mucho tiempo que, para todo lo que respecta al saber. la reflexión constructiva alrededor del epistema puso en cuestión qué pasa con el práctico cuando se trata de un saber. A nivel de Platón cada vez que se trata de asegurar un saber en su estatuto, lo que prevalece es la referencia al artesano y nada parece obviar al anuncio de que toda práctica humana —digo «práctica» porque el que hagamos prevalecer el acto no quiere decir que rechacemos la referencia a la práctica— todo práctico supone un cierto saber si queremos adelantar en lo que resulta del epistema. Todo saber sobre carpintería, es lo que para nosotros definirá al carpintero.

Esto implica secretamente que la carpintería se sabe a sí misma como arte (no digo como materia, por supuesto) lo que prolonga para nosotros, analistas, que todo saber sobre terapéutica califica al terapeuta, lo que implica y de una forma muy dudosa que la terapéutica se sabe a sí misma.

Ahora bien, lo que más instintivamente —¡perdónenme, lo voy a decir!— rechaza el psicoanálisis es que todo saber sobre psicoanálisis califique al psicoanalista. Y no sin razón, precisamente no porque por allí sepamos más sobre lo que es el psicoanalista, sino que todo saber de psicoanálisis está de tal forma puesto en la suspensión de lo que hay de la referencia de la experiencia al objeto (a) en tanto que al término es radicalmente excluido de toda subsistencia de sujeto, que el psicoanalista no tiene ningún derecho de plantearse haciendo el balance de la experiencia de la cual él no es más que el pivote y el instrumento. Todo saber que depende de esta función del objeto (a) ciertamente no asegura nada y justamente por no poder responder por su totalidad sino en referencia a esta instrumentación ciertamente impone que no haya nada que pueda presentarse como todo de ese saber sino que justamente esa ausencia, esa falta, no impone de ninguna manera que pueda deducirse ni que haya ni que no haya psicoanálisis. La reflexión, la repercusión de la negación a miel del todo no implica consecuencia nula a nivel del particular ya que el estatuto del psicoanalista como tal no se apoya sobre otra cosa que esto se ofrece para soportar en un cierto proceso de saber ese rol de objeto de demanda, de causa del deseo que hace que el saber obtenido no pueda ser tenido más que por lo que es: realización significante relaciónada a una revelación de fantasma.

Si el «no todo» que ponemos en lo siguiente; «no todo saber es concierte», representa la no constitución de todo saber, esto, en el mismo nivel en que el saber se necesita, no es cierto que forzosamente exista saber del inconsciente que podríamos teorizar sobre cualquier modelo lógico. ¿Qué es para el psicoanalista que el psicoanalizante esté al final de su tarea? Toda una forma de exponer la teoría porque implica una forma de pensar, pero en la acción psicoanalítica ese factor que interviene como parásito: el psicoanalista tiene el quid de lo que hay que pensar, es decir que es él quien tiene el pensamiento de todo el asunto, que el psicoanalizarte al fin sería regularizado, lo que implica que plantea ser una cierta conjunción subjetiva, que nuevamente se apoya en un yo no pienso renovado solamente por pasar de lo restringido a lo generalizado.

¿Es así? De ninguna manera. No es un simple enigma que el psicoanalista que lo sabe mejor que nadie por experiencia pueda concebir bajo esta forma de ciencia ficción, es el caso de decirlo, el fruto que él mismo obtiene.

¿Es en el orden del para sí que se consuma el trayecto psicoanalizante? Esto no es menos contradicho por el principio mismo del inconsciente; por el cual el sujeto no sólo está condenado a seguir dividido de un pensamiento que no puede asegurarse en ningún «yo soy quien piensa» que plantea un en sí del yo pienso irreductible a nada que lo piense para sí, sino que es justamente el fin del psicoanálisis que se realice como constituido por esa división, esa división donde todo significante en tanto que representa a un sujeto para otro significante implica la posibilidad de su ineficiencia, precisamente para operar esta representación de su puesta en falta al título de representante. No hay psicoanalizado, hay un «habiendo sido psicoanalizante», de donde no resulta más que un sujeto advertido de eso en lo cual él no podría pensar como constituyente de toda acción suya.

Para concebir lo que debe pasar con ese sujeto advertido, todavía no tenemos ningún tipo existente. Sólo es juzgable con respecto de un acto a construir como aquel donde reiterándose la castración se instaura como pasaje al acto, de igual modo que su complementario, la. tarea psicoanalítica misma se reitera anulándose como sublimación.

Pero esto no nos dice nada del estatuto del psicoanalista porque, a decir verdad, si su esencia es asumir el lugar donde, en esta operación, se ubica el objeto (a), ¿cuál es el estatuto posible de un sujeto que se pone en esta posición? El psicoanalista en esta posición puede no tener la menor idea de todo lo que acabo de desarrollar, a saber de lo que la condiciona; la menor idea de la ciencia por ejemplo. Incluso es habitual. En verdad, ni siquiera se le pide que la tenga dado el campo que ocupa y la función que debe cumplir. Por el contrario, del soporte lógico de la ciencia tendría mucho que aprender. Pero si hice referencia al respecto a los estatutos, sean los que fueren, del práctico, y que no excluye la reflexión sobre la ciencia en algunos de esos estatutos, tal como los hemos evocado desde la Antigüedad, pero además todavía presentes en cierto número de campos, ¿es que para él no tiene algún valor lo que, solamente a la luz del psicoanálisis puede ser definido en semejante función de práctica como evidente, como poniendo en relieve la presencia del objeto (a)?

¿Por qué al final del año sobre los problemas cruciales del psicoanálisis, insistí tanto sobre la función de la perspectiva? Que parecería la teoría, operación que sólo interesa al arquitecto, si no es para mostrar que no lo hubiera aislado por sí mismo desde siempre, quiero decir desde la época en que no sabemos demasiado cómo justificar el ideal que dirigía por ejemplo lo que nos ha sido legado de los gramatismas de un Vitruve, que de lo que se trata, lo que domina, lo que nos equivocaríamos si redujéramos a una función utilitaria dada la presencia de los ideales, de construcción por ejemplo, lo que domina es una referencia que es la qué traté de explicarles en su relación con el efecto de sujeto en el momento en que la perspectiva llega a su estructura a nivel de Dessargue, es decir en que se instaura esta nueva definición del espacio que se llama geometría proyectiva; y esta puesta en cuestión de lo que es el dominio mismo de la visión en tanto que un primer aspecto parecería poder ser enteramente soportada por una operación de cuadriculado mientras que al contrario aparece esta estructura cerrada que es a partir de la cual pude tratar de aislar para ustedes, de definir entre todos los otros porque es el más descuidado por la función psicoanalítica, la función del objeto (a) que se llama la mirada.

Y no es por nada que al término de ese mismo año, alrededor del cuadro de las Meninas, les haya hecho una exposición, sin duda difícil pero que hay que tomar como apología y como ejemplo y como línea de conducta para el psicoanalista; porque lo que hay de la ilusión del sujeto supuesto saber está siempre alrededor de lo que admite tan fácilmente el campo de la visión. Si por el contrario, alrededor de esa obra ejemplar que es el cuadro de las Meninas, yo quise mostrarles la función inscripta de lo que pasa con la mirada y de lo que ésta tiene en sí misma operando de una forma tan sutil que es a la vez presente y velada, es, como les hice notar, nuestra existencia misma, de nosotros, espectadores, lo que pone en cuestión, reduciéndola a ser de algún modo nada más que sombra con respecto a lo que se instituye en el campo del cuadro por un orden de representación qué no tiene nada que ver propiamente hablando con lo que ningún sujeto puede representarse, ¿no está acaso acá el ejemplo y el modelo donde algo de una disciplina que hace a lo más candente de la posición del psicoanalista podría ejercerse? No es la trampa a la que cede en esta singular representación ficticia que recién trataba de darles como aquella donde el psicoanalista termina por detenerse, con respecto a su experiencia que él llama clínica, es que no podría encontrar allí el modelo de recuerdo de signo, que no podría instituir nada del mundo de su experiencia sin que tenga, con absoluta necesidad, que presentificar allí y como tal la función de su propia mirada.

Ciertamente sólo es una indicación, pero una indicación dada, como hago a menudo al final de mis discursos, muy anticipada, que muestra con esto que si en el psicoanálisis —quiero decir en la operación ubicada entre las cuatro paredes del consultorio donde se ejerce— todo está puesto en juego por el objeto (a), es con una muy singular reserva, no por azar, relativa a la mirada. Y acá quisiera indicarles antes de dejarlos el acento propio que toma lo que hay del objeto (a) por una cierta inmunidad de la negación que puede explicar eso por lo que, al término del psicoanálisis, se produce la elección que lleva a la instauración del acto psicoanalítico, a saber lo que hay de indenegable en este objeto (a).

Observen la diferencia de esta negación cuando cae, en la lógica predicativa sobre el no hombre, como si eso existiera; pero se imagina, se soporta. «Yo no veo», la negación tiene algo de indistinto, ya se trate de un defecto de mi vista o de un defecto de iluminación, lo que motiva la negación. Pero «Yo no miro», por sí sólo hace surgir más objetos complementarios que cualquier otra enunciación; quiero decir yo miro esto o lo otro; «yo no miro» ciertamente aquí hay algo de indenegable: y lo mismo pasa en los otros registros del objeto (a) que se encarnaría en un «yo no tomo» en lo que respecta al seno y sabemos lo que quiere decir, el llamado que realiza a nivel de la anorexia mental —del «yo no suelto» sabemos lo que quiere decir a nivel de esa avaricia estructurante del deseo. Llegaré a evocar, al término de lo que tengo para decirles hoy, lo que hacemos escuchar con un «yo no digo», en general es entendido como `’yo no digo no». Ustedes mismos lo entienden así: «yo no digo».