Seminario 15: Clase 5, del 10 de Enero de 1968

Feliz año nuevo!, como se dice. ¿Por qué nuevo? Es como la luna, sin embargo; cuando termina comienza de nuevo. Y ese punto de terminación y de recomiendo, se podría ubicar no importa donde, quizás a diferencia de la luna que, ha sido hecha como todos saben y como lo recuerda una locución familiar no en honor de cualquiera (à l’intention de pas n´importe -qui), hay un momento en que la luna desaparece, razón para declararla nueva luego.

Pero para el año y para muchas otras cosas, generalmente para eso que se llama lo real, no hay un principio que se pueda fijar.

Sin embargo, tiene que haber uno, a partir del momento en que ha sido denominado «año» en razón de la localización significante de lo que se puede, para una parte de ese real, definir como ciclo.

Es un ciclo. No completamente exacto, como todos los ciclos en lo real; pero a partir del momento en que se lo tomó como ciclo, hay un significante que no pega totalmente con lo real; se lo corrige hablando por ejemplo de año mayor a propósito de una pequeña cosa que varía de año en año hasta formar un ciclo de 28 mil años. Eso se dice. Abreviando, se recicla.

Y entonces, ¿donde ubicar el comienzo del año, por ejemplo?

Ahí está el acto.

Es por lo menos una de las maneras de abordar lo que resulta del acto, de cuya estructura, si ustedes se fijan bien, se darán cuenta que se ha hablado poco.

El año nuevo me da la oportunidad de abordarlo por esa punta. Un acto, está ligado a la determinación del comienzo, y muy especialmente allí donde hay necesidad de hacer uno precisamente porque no lo hay.

Es por eso que, en suma, tiene un cierto sentido lo que hice al comienzo deseándoles un feliz año, entra en el campo del acto.

Por supuesto, es un pequeño acto, así nomás un muy laico residuo de acto.

Pero no olviden que si nos hacemos esas pequeñas zalamerías, por otra parte siempre más o menos en vías de desuso pero que subsisten, justamente lo que tienen de remarcable es que hacen eco con cosas de las que se habla como si hubieran pasado, a saber, actos ceremoniales que, en un marco por ejemplo que se puede llamar el Imperio, consistían, en todo lo que se les cuenta sobre ese día, que el Emperador por ejemplo manipulaba con sus propias manos un arado. Era un acto precisamente ordenado para marcar un comienzo en tanto que era esencial que esta fundación renovada al final de cada año fuera marcada para un cierto orden del Imperio.

Vemos acá la dimensión de lo que se llama el acto tradicional, aquel que se funda en una cierta necesidad de transferir algo que es considerado como esencial en el orden del significante. Que haya que transferirlo supone aparentemente que eso no se transfiere por sí sólo, que comienzo es efectivamente renovación; lo que abre la puerta, ni siquiera por via de una oposición, a que sea concebible que el acto constituya, si se puede expresar de esa manera, sin comillas, un verdadero comienzo, que hay, para decirlo todo, un acto que sería creador y que ese sería el comienzo.

Ahora bien, basta con evocar este horizonte de todo funcionamiento del acto para darse cuenta que es evidentemente ahí que reside su verdadera estructura, que es totalmente visible, evidente, y que, por otra parte muestra la fecundidad del mito de la creación.

Es algo sorprendente que no se haya llegado de una forma que fuera ahora corriente, admitida por la conciencia común, a que hay una relación cierta entre la fractura que se ha producido en la evolución de la ciencia a comienzos del siglo XVII y la realización, el advenimiento del alcance verdadero de ese mito de la creación que necesitó 16 siglos para llegar a su verdadera incidencia, a lo que a través de esta época, se puede llamar la conciencia cristiana.

No puedo dejar de insistir sobre esta observación que, como lo subrayo a cada rato, no es mía sino de Alexandre Koyré.

«En el principio era la acción»; dice Gôethe un poco después; se cree que esta es la contradicción a la formula juanesca «En el principio era el Verbo». Hace falta que se lo mire más atentamente

Si se introducen en la cuestión por el camino que estoy tratando de abrirles desde un ángulo familiar, queda totalmente claro que no hay entre esas dos fórmulas la más mínima oposición. En el principio era la acción por que, sin acto, simplemente no podría haber principio. La acción está bien al principio por que no podría haber principio sin acción.

Si nos damos cuenta por algún sesgo de lo que no es o nunca ha sido puesto hasta ahora completamente en evidencia, como es debido, que no hay ninguna acción que no se presente con una punta significante de entrada y antes que nada, que su punta significante es lo que carácteriza al acto y que su eficiencia como acto no tiene nada que ver con la eficacia de un hacer, algo que linda con esa punta significante, se puede empezar a hablar de acto simplemente sin perder de vista, es bastante curioso que sea un psicoanalista el que pueda poner por primera vez este acento, sobre este tema del acto, más exactamente que lo que constituye el rasgo extraño, por lo tanto problemático, es doble: por una parte que sea en el campo analítico, al saber, a propósito del acto falido que haya aparecido justamente que un acto que se presenta a sí mismo como falido sea un acto y únicamente por eso significante; después que un psicoanalista precisamente presida (limitémonos a ese término por el momento) una operación llamada psicoanálisis que, en su principio, ordena la suspensión de todo acto.

Se dan cuenta que ahora cuando vamos a entrar por esta vía a interrogar lo que hay del acto psicoanalítico de una manera más precisa, más insistente de lo que pudimos hacer en las sesiones introductorias del último trimestre, quiero de todas formas puntuar un poco más de lo que pude hacer en esas primeras palabras que, en nuestro horizonte tenemos quizás lo que puede pasar con todo acto, este acto cuyo carácter inaugural les mostré recién y cuyo tipo, si se puede decir, es vehiculizado por nosotros a través de esta meditación vacilante que se prosigue alrededor de la política para el acto llamado del Rubicon por ejemplo.

Detrás de éste se perfilan otros: noche del 4 de Agosto, Jeu de Paume, jornadas de Octubre. . . ¿Donde está acá el sentido del acto?

Ciertamente palpamos que el punto donde se suspende en principio la interrogación, es el sentido estratégico de tal o cual atravesamiento. Gracias a Dios, no es en vano que evoqué de entrada el Rubicón. Es un ejemplo bastante simple, marcado por las dimensiones de lo sagrado. Atravesar el Rubicon no tenía para Cesar una significación militar decisiva; sino que por el contrario, atravesarlo era entrar en la tierra-madre, la tierra de la República, aquella que abordar era violar. Es acá que habla atravesado algo, en el sentido de esos actos revolucionarios y a cabo de perfilar —no sin intención— detrás de esto que: el acto está en el momento en que Lenín da tal orden o en el momento en que fueron largados sobre el mundo los significantes que dan a este suceso preciso en la estrategia su sentido de principio ya trazado, algo donde la consecuencia de una cierta estrategia podrá llegar a ocupar su lugar tomando de allí su valor de signo.

Después de todo vale la pena plantear la cuestión acá, en un cierto punto de partida, porque en la forma que en que voy a avanzar hoy sobre ese campo del acto hay también un cierto atravesamiento por evocar esta dimensión del acto revolucionario y abrocharlo diferente en esto a toda eficacia de guerra y que se llama suscitar un nuevo deseo.

«Un golpe de tu dedo sobre el tambor descarga todos los sentidos y comienza la nueva armonía.»
«Un paso tuyo es el alzamiento de nuevos hombres y la hora en marcha, «
«Tu cabeza se aparta, el nuevo amor,»
«Tu cabeza se da vuelta, el nuevo amor. «

Pienso que todos ustedes han escuchado ese texto de Rimbaud que no concluyo y que se llama Por una razón.

Es la fórmula del acto. El acto de plantear el inconsciente puede ser concebido de otra manera y especialmente a partir del momento en que yo recuerdo que el inconsciente es estructura de lenguaje, en que habiéndolo recordado, sin registrar una profunda conmoción en aquellos a los que interesa, retorno y hablo de su efecto de ruptura sobre el cogito.

Acá, retomo subrayo; sucede que, que en un cierto campo, pueda formular «pienso», tiene todas las carácterísticas: lo que soñé anoche, lo que perdí esa mañana, o sea ayer, por algún tropiezo incierto, lo que dije sin querer haciendo lo que se llama un chiste, a veces sin hacerlo a propósito. ¿Es que soy en ese «pienso»?

Es totalmente cierto que la revelación del «pienso», del inconsciente implica, todo el mundo lo sabe, que se ha hecho o no psicoanálisis —basta con abrir un libraco y ver de que se trata— algo a nivel de lo que el cogito de Descartes nos hace tocar de la implicación del «luego soy», esta dimensión que llamaré de desactivado que hace que ahí donde más seguramente pienso, al darme cuenta, era, pero exactamente, saben que ya usé este ejemplo, la experiencia me enseña que no es vano repetirse en el mismo sentido, según el ejemplo extraído de las observaciones del lingüista Guillaume, que este empleo tan especifico del imperfecto en francés hace toda la ambigüedad de la expresión «Un instante más y la bomba estallaba» lo que quiere decir que justamente, no estalló.

Permítanme volver a añadir, enchaparle, este matiz, sobre el «Wo es war» alemán que no lo implica y agregar así la utilización renovada que se puede dar al «Wo es war soll ech werden» ahí donde era, donde no es más que allí por que yo sé que lo pensé, soll ich werden. Acá, el «ich», hace largo tiempo que lo subrayé, sólo puede traducirse por «el sujeto». El sujeto debe advenir. Pero, ¿puede?. He aquí la cuestión.

Ahí donde era, traduzcamos «debo devenir» continúen «psicoanalista», sólo que por obra de la cuestión que propuse a propósito de ese «ich»  traducido por «el sujeto», ¿como va a poder el psicoanalista encontrar su lugar en ésta coyuntura?

Es esta coyuntura que, el año pasado, articulé expresamente a título de la lógica del fantasma, por la conjunción disyuntiva de una disyunción muy especial que es la que, desde hace ya más de tres anos, introduje acá, haciendo novación del término alienación, a saber, el que propone esa elección singular cuyas consecuencias articulé, de ser una elección forzada y forzosamente perdedora (La bolsa o la vida! ¡La libertad o la muerte!). Lo último que introdujimos acá y que traigo para mostrar su relación al acto psicoanalítico: o no pienso o no soy.

Si ustedes agregan, como yo hice recién, al «soll ich werden» el término que es precisamente lo que está en cuestión en el acto psicoanalítico, el término «psicoanalista»,es suficiente para hacer caminar esta maquinita; evidentemente no hay que vacilar, si eligiendo por un lado «yo no soy psicoanalista» resulta que yo no pienso.

Por supuesto, eso no tiene un interés solamente humorístico; debe precisamente conducirnos a alguna parte y particularmente a preguntarnos lo que resulta de nuestra experiencia del año pasado que lo que llamarla esta suposición de partida, que está constituida por «o no pienso, o no soy», como es posible que sea no solamente comprobada eficaz sino necesaria para lo que llamé el año pasado una lógica del fantasma, a saber una lógica tal que conserva en sí la posibilidad de dar cuenta del fantasma y de su relación al inconsciente.

Para ser allí como inconsciente, no es necesario aún que lo piense como pensamiento; lo que hay de mi inconsciente, allí donde yo lo pienso, es para no ser más en mi si puedo decir; yo ya no soy allí exactamente. Yo ya no soy, en términos de lenguaje, de la misma manera que cuando hago contestar por quien contesta a la puerta «el señor no está» es un «yo no estoy» en tanto que se dice y en eso reside su importancia. Es precisamente eso, en particular, lo que hace que, como psicoanalista, yo no pueda pronunciarlo; ¿se dan cuenta del efecto que eso produciría sobre mi clientela?

Es también lo que me atasca en la posición de «no pienso», por lo menos si lo que expongo aquí como lógica puede ser seguido en su verdadero hilo. No pienso, para ser. Para ser allí donde, habiendo dibujado debajo los dos círculos y su intersección (ver el esquema) marqué con todas las comillas de la prudencia para decirles que no hace falta que se alarmen demasiado; ese «falso ser», es el ser de todos nosotros. Nunca está uno tan sólido en su ser como cuando uno no piensa; todos lo saben, sólo que a pesar de todo, yo quisiera marcan bien la distinción. Hay aquí dos falsedades distintas.

Todos saben que, cuando entré en el psicoanálisis con una escobilla que se llamaba estadio del espejo, empecé por señalar —porque después de todo estaba dicho, señalado, machacado en Freud— tomé el estadio del espejo para hacer un perchero. Está incluso mucho más acentuado que nunca pude hacerlo en el curso de enunciaciones que trataban con miramientos las sensibilidades, que no hay amor que no marque esta dimensión narcisistica; que si se sabe leer Freud, lo que se opone al narcisismo, lo que se llama libido objetal, lo que concierne a lo que está en el rincón, de abajo a la izquierda (ver esquema) el objeto (a), dado que es eso la libido objetal, eso no tiene nada que ver con el amor puesto que el amor es el narcisismo y que la libido narcisistica y la libido objetal se oponen.

Por lo tanto, cuando hablo del «falso ser» no se trata de lo que viene en efecto a alojarse ahí de algún modo por debajo, como los mejillones sobre el casco del navío, no se trata del ser engreído de lo imaginario. Se trata de algo por debajo que le da su lugar Se trata de «no pienso» en su necesidad estructurante, en tanto que inscripto en este lugar de partida sin el cual no hubiéramos podido, el año pasado, articular nada sobre la lógica del fantasma.

Naturalmente que ese «no pienso» es un lugar cómodo. Sólo el ser engreído del que hablaba recién encuentra allí su lugar. Todo entra acá, el prejuicio médico en su conjunto y el prejuicio psicológico o psicologizante no menos. En el conjunto, observen que en todo caso a ese «no pienso» está particularmente sujeto el psicoanalista, porque si está habitado por todo lo que acabo de enunciar, de abrochar como prejuicio calificándolo por su origen, hay muchos más, por ejemplo sobre los médicos, la ventaja si puedo decir es que, cuando el prejuicio médico lo ocupa —y Dios sabe que lo ocupa bien— por ejemplo, para tomar este por si sólo, justamente, ellos no piensan. A los médicos todavía eso les preocupa. No al psicoanalista. El lo toma así no más, probablemente en la medida en que tiene esta dimensión sin embargo de que sólo es un prejuicio, pero ya que se trata de no pensar, se siente mucho más cómodo.

Es que, salvo algunas excepciones, ¿han visto por ejemplo algún psicoanalista, que se haya interrogado sobre lo que significa Pasteur, por ejemplo, en la aventura médica? Eso debiera ciertamente haber atraído ya la atención de alguien. No digo que no haya pasado, pero no se sabe. No es un tema muy de moda, Pasteur, pero podría haber retenido justamente a un psicoanalista. Nunca se ha visto. Veremos si eso cambia.

En todo caso, habría que proponer este pequeño ejercicio: ¿qué es ese punto inicial? Vale la pena al menos plantearse la pregunta: si, como lo hablamos entrevisto al principio, el acto en si está siempre en relación con un comienzo, hoy es el eje de nuestro progreso. Ese comienzo lógico, fue a propósito que no planteé la cuestión el año pasado, porque en verdad, como más de un punto de esta lógica del fantasma, nosotros tendríamos que dejarlo en suspenso. Abrochémosle (argh) por que es así que entramos hoy por el comienzo. Es una (argh), un initium, un comienzo; ¿pero en qué sentido? ¿Es en el sentido del cero sobre un aparatito de medida? No es un mal punto de partida plantearse esta pregunta, por que ya parece, incluso se ve enseguida que plantear la cuestión así, es excluir que sea un principio en el sentido de no marcado.

Palpamos incluso que, por el sólo hecho de tener que interrogar ese punto de (argh) de saber si es el cero, es que en todo caso está ya marcado y que después de todo, viene bastante bien pues parece muy satisfactorio ver desprenderse el «o no pienso o no soy» del efecto de la marca.

O no soy esta marca, o sólo soy esta marca, es decir que no pienso. Para el psicoanalista, por ejemplo, se aplicaría muy bien.

El tiene el rabel, o bien no lo es. Sólo que no hay que equivocarse: cómo acabo de marcarlo recién al nivel de la marca, no vemos más que el resultado precisamente necesario de la alienación, a saber, que no hay elección entre la marca y el ser, de modo que si eso debe marcarse en alguna parte, es justamente en el extremo de arriba a la izquierda (ver esquema) del «no pienso»; el efecto alienatorio está ya hecho y no nos sorprende encontrar allí, bajo su forma de origen, el efecto de la marca, lo que está suficientemente indicado en esta deducción del narcisismo que hice en un esquema del que espero que al menos una parte de ustedes conozcan, aquel que relacióna en su dependencia el yo ideal y el ideal del yo.

Pero queda en suspenso saber de que naturaleza es el punto de partida lógico en tanto que mantiene aún en la conjunción anterior a la disyunción, el «no pienso» y el «no soy».

Ciertamente, el año pasado, está precisamente ese hacia que, porque era nuestro punto de partida y si se puede decir el acto inicial de nuestra deducción lógica, no podríamos retomarlo si no tuviéramos lo que constituye la abertura, la hiancia que siempre es necesario encontrar en toda exposición del campo analítico, que nos ha hecho pasar el último trimestre después de haber edificado esos tiempos de la lógica del fantasma, alrededor de un acto sexual precisamente definido como constituyendo una aporía.

Retomemos, a partir del acto psicoanalítico, esta interrogación sobre lo que resulta del initium de la lógica, de la lógica del fantasma, que me hacía falta acá comenzar a recordar.

Es por esa razón que inscribí hoy en el pizarrón esta faz, que articulé el año pasado bajo los términos de la operación alienación, la operación verdad, la operación transferencia, para producir los tres términos de lo que se puede llamar un grupo de Klein, a condición por supuesto de darse cuenta que al nombrarlos así, no vemos la reciprocidad, lo que constituye para cada una la operación recíproca; acá, tal como están inscriptos con esas indicaciones vectoriales, sólo es, si puedo decirlo, la mitad de un grupo de Klein.

Retomemos el acto en el punto sensible donde lo vemos en la institución analítica y volvamos a partir del principio en tanto que hoy eso quiere decir que el acto instituye el comienzo.

Comenzar un psicoanálisis, ¿es sí o no un acto? Ciertamente si. Sólo que ¿quién es el que hace ese acto?
Recién hemos hecho remarcar lo que implica en aquel que se mete en el psicoanálisis, lo que implica justamente de dimisión del acto, se hace muy difícil en ese sentido atribuir la estructura del acto a aquel que se mete en un psicoanálisis.

Un psicoanálisis, es una tarea y algunos dicen que es hasta un oficio, no soy yo quien lo dice, es gente, sin embargo que sabe del asunto «hay que enseñarles su oficio», gente que sigue o no la regla, de cualquier forma que la definan, en ese ángulo, no se dice su oficio de psicoanalizante; ahora van a decirlo porque la palabra se propaga, sin embargo es eso lo que quiere decir. Entonces queda claro que si hay acto probablemente hay que buscarlo en otra parte

A pesar de todo no tenemos que esforzarnos mucho para decir que si no está del lado del psicoanalizante está del lado del psicoanalista, no cabe ninguna duda. Sólo que acá aparece una de las dificultades, porque después de lo que acabamos de decir ¿Hay que replantear a cada rato, el acto de plantear el inconsciente?

¿Es realmente posible, sobretodo si pensamos que, después de lo que acabamos de decir, replantearlo a cada rato sería darnos a cada rato una nueva ocasión de no pensar?

Debe haber otra cosa, una relación de la tarea al acto que quizás todavía no fue captada y que quizás no pueda serlo. Quizás hay que tomar un rodeo. Inmediatamente se ve que este rodeo nos es provisto en otro comienzo. En el momento de comienzo en que se deviene psicoanalista. Tenemos que tener en cuenta eso que está acá, en los datos, que si creemos lo que decimos hay que fiarse en ese asunto. Todo el mundo sabe que se comienza a ser psicoanalista al fin de un análisis. Sólo tenemos que tomar eso como se nos ofrece si queremos captar algo. Hay que partir de ese punto que, en el psicoanálisis, es aprobado por todos.

Entonces tomemos las cosas como se nos presentan. Se llegó una vez al fin y de allí hay que deducir la relación que eso tiene con el comienzo de todas las veces.

Uno llegó una vez al fin del psicoanálisis, eso supone una cierta realización de la oposición verdad, a saber, que si en efecto eso debe constituir esta especie de recorrido que, del sujeto instalado en su falso ser, le hace realizar algo de un pensamiento que implica el «no soy», no es sin encontrar como conviene, bajo una forma cruzada, invertida, su lugar más verdadero, bajo la forma de «allí donde era» a nivel del «no soy» que se encuentra en ese objeto (a) del que hemos hecho mucho, me parece, para darles a ustedes el sentido y la práctica, y por otra parte, esa falta que subsiste a nivel del sujeto natural, del sujeto del conocimiento, del falso ser del sujeto, esa falta que siempre se definió como esencial del hombre y que se llama deseo, pero que al fin de un análisis se traduce por esa cosa no sólo formulada sino encarnada que se llama castración. Es lo que nosotros hemos etiquetado habitualmente con la letra (- j) la inversión de esa relación de izquierda a derecha que hace corresponderse al «no pienso» del sujeto alienado o allí donde era el inconsciente en descubrimiento el allí donde era el deseo en el sujeto al «no soy» del pensamiento inconsciente; eso dando vueltas es propiamente lo que soporta la identificación del (a) como causa del deseo y del (- j) como el lugar donde se inscribe la hiancia propia del acto sexual.

Es precisamente acá que tenemos que interrumpir un momento; lo ven, lo palpan, hay dos «Wo es war», dos «allí donde era» que corresponden por otra parte a la distancia que escinde, en la teoría, el inconsciente del Eso. Está el «allí donde era» inscripto acá a nivel del sujeto, y ya lo dije, lo repito para que no se les escape, donde queda ligado a ese sujeto como falta.

Está el otro «allí donde era» que tiene un sitio opuesto, es el del ángulo de abajo a la derecha, el lugar del inconsciente que queda ligado al «no soy» del inconsciente como objeto, objeto de la pérdida. El objeto perdido inicial de toda la génesis analítica, el que Freud recalca en toda la época del nacimiento del inconsciente, ese objeto perdido, causa del deseo, está allí al principio del acto, ahora veremos como.

Pero esto es sólo un anuncio, no lo voy a justificar inmediatamente. Todavía nos falta un pedazo del camino antes de estar seguros, porque tenemos que detenernos un poco acá; en general detenerse sólo sirve para darse cuenta del tiempo que uno ha pasado sin saberlo, diremos por otra parte diremos, para rectificarnos, dijimos haberlo pasado, más valdría decir «pasando»  – «no sin»-, si me permiten jugar con las palabras eso es lo que quiero decir: no sin saberlo, es decir se lo ha pasado con el saber, pero precisamente es porque yo les exponía el resultado de mis esquemitas del año pasado, supuestamente sabidos por ustedes tanto como para que no haya algún abuso. Es con ese saber que he pasado ese tiempo demasiado rápido, es decir con la prisa que, como saben, deja justamente escapar la verdad. Por otra parte eso nos permite vivir.

La verdad es que la falta de arriba a la izquierda (ver esquema) es la pérdida de abajo a la derecha; pero la pérdida es la causa de otra cosa. La llamaremos la causa de sí, a condición de que no se engañen. Dios es causa de sí nos dice Spinoza, ¿creía hablar tan bien?, ¿Por qué no, después de todo?. Era alguien bastante exagerado.

Lo que es seguro es que el hecho de que haya conferido a Dios ser causa de s! disipó toda la ambigüedad del cogito que bien podría tener una pretensión similar, al menos en el ánimo de algunos, que si hay algo que nos recuerda la experiencia analítica es que, si esa palabra «causa de sí» quiere decir algo, es precisamente indicarnos que al si, o lo que se toma por tal, dicho de otro modo el sujeto es adonde, hace falta que todo el mundo llegue, puesto que aún en cierto campo anglosajón donde realmente se puede decir que no comprenden nada de nada en estas cuestiones, la palabra «self» tuvo que surgir, que no se adapta a ninguna parte de la teoría analítica. Nada corresponde a eso. El sujeto depende de esa causa que lo hace dividido y que se llama el objeto (a), he aquí la firma de lo que es importante firmar: que el sujeto no es causa de sí, que es consecuencia de la pérdida y que tendría que ubicarse en la consecuencia de la pérdida que constituye el objeto (a) para saber lo que le falta.

He aquí en que decía yo que íbamos demasiado rápido en la enunciación tal como la hice en esas dos puntas oblicuas de izquierda a derecha y de arriba a abajo, dos términos descuartizados por la división primera.

Está supuestamente sabido en el enunciado que el «allí donde era» es falta a partir del sujeto; sólo lo es verdaderamente si el sujeto se hace pérdida. Ahora bien, esto es lo que él no puede pensar más que haciéndose ser. «Pienso, dice luego soy». Se arroja inexorablemente en el ser por ese falso acto que se llama el cogito.

El acto del cogito es el error sobre el ser, como podemos ver en la alienación definitiva que resulta del cuerpo que es arrojado en la extensión; el rechazo del cuerpo fuera del pensamiento es la gran Verwerfung de Descartes, está signada por su efecto a reaparecer en lo real, es decir en lo imposible. Es imposible que una máquina sea cuerpo, es por esto que el saber lo prueba cada vez más poniéndolo en piezas sueltas.

Creo que en esta aventura estamos, no necesito hacer alusiones.

Pero dejemos por ahora a Descartes para retomar la secuencia y la puntuación que tenemos que dar hoy a nuestra exposición.

El sujeto del acto analítico, sabemos que no puede saber nada de lo que se aprende en la experiencia analítica, salvo lo que se opera en lo que se llama la transferencia.

Yo he restaurado a la transferencia en su función completa remitiéndola al sujeto supuesto saber. El término del análisis consiste en la caída del sujeto supuesto saber y su reducción a un advenimiento de ese objeto (a) como causa de la división del sujeto que viene a su lugar.

El que fantasmáticamente con el psicoanalizarte juega la partida respecto al supuesto saber, a saber, el analista; en éste, el analista el que llega al término del análisis a soportar el no ser más nada que ese resto, ese resto de la cosa sabida que se llama el objeto (a).

Es alrededor de esto que debe dirigirse nuestra pregunta. En lo que respecta al analizarte llegado al fin del análisis en el acto, si lo hay, que lo lleva a devenir psicoanalista, ¿no tenemos que pensar que no opera ese pasaje más que en el acto que remite a su lugar al sujeto supuesto saber?

Vemos ahora donde está ese lugar, porque puede ser ocupado, pero sólo es ocupado en la medida en que ese sujeto supuesto saber se redujo a ese término que aquel que hasta allí lo garantizó por su acto, a saber, el psicoanalista. El, el psicoanalista devino ese residuo, ese objeto (a), aquel que al fin de un análisis llamado didáctico recoge el guante si puedo decir, de ese acto, no podemos omitir que lo hace sabiendo lo que su analista ha devenido en el cumplimiento de ese acto, a saber, ese residuo, ese desecho, algo arrojado. Restaurando el sujeto supuesto saber, retornando la antorcha del analista mismo, no puede ser que no instale aunque sea sin tocarlo, el (a) a nivel del sujeto supuesto saber, de ese sujeto supuesto saber que sólo puede retomar como condición de todo acto analítico, él sabe en ese momento que llamé el pase, el sabe que allí está el des-ser que para él, el psicoanalizante, ha golpeado el ser del analista.

Dije que es sin tocarlo como se lanza porque en el pase durante el acto analítico, el sujeto no sabe nada del des-ser instituido en el punto del sujeto supuesto saber, justamente porque ha devenido la verdad de ese saber y, si puedo decir, una verdad que es alcanzada no sin el saber, como decía recién, es incurable. Se es esta verdad.

El acto analítico en el punto de partida funciona, si puedo decir, como sujeto supuesto saber falseado, porque el sujeto supuesto saber, si se revela ahora lo que era muy simple ver enseguida, es que él es el (argh) de la lógica analítica; si él que ha devenido analista pudiera ser curado de la verdad que ha devenido, podría marcar lo que se produjo de cambio a nivel del sujeto supuesto saber; es lo que en nuestro grafo hemos marcado con el significante.

Habría que darse cuenta que el sujeto supuesto saber queda reducido al final del análisis al mismo «no ser allí» que es el que es carácterístico del inconsciente mismo, y que este descubrimiento forma parte de la misma operación verdad.

Lo repito, la puesta en cuestión del sujeto supuesto saber, la subversión de lo que implica, yo diría todo funcionamiento del saber y que miles de veces he interrogado ya ante ustedes: ¿donde estaba entonces ese saber, ya sea el del número transfinito de Cantor o el del deseo del analista, antes de que se supiera? Quizás solamente desde allí se puede proceder a un resurgimiento del ser cuya condición es darse cuenta que si su origen y su reinterpelación, la que podría hacerse del significante del otro finalmente desvanecido hacia lo que lo remplaza puesto que además es de su campo, del campo del Otro que ha sido arrancado, a saber, es ese objeto que se llama el objeto (a), eso seria también darse cuenta que el ser tal como puede surgir de cualquier acto que sea, es ser sin esencia, como son sin esencia todos los objetos (a). Es lo que lo carácteriza. Objetos sin esencia que pueden o no reevocarse en el acto a partir de esa especie de sujeto que, lo veremos, es el sujeto del acto, de todo acto diría en tanto que, como el sujeto supuesto saber, al cabo de la experiencia analítica, es un sujeto que, en el acto, no es.