Seminario 15: Clase 7, del 24 de Enero de 1968

Hoy va a haber una pequeña modificación en nuestro pacto. Por supuesto, se entiende que, según la ley de una prestación de intercambios, ustedes me dan su presencia a cambio de algo que esperan, supuestamente surgido de un cierto fondo y hasta cierto punto, se trata de saber cual, con un destino. Abreviando ustedes esperan una clase.

En muchas oportunidades —me pasa de vez en cuando— retomo esta cuestión de saber a quien me dirijo, de dónde proviene eso. Ustedes saben cuánto me preocupo en insistir sobre esto: no podría perder ni por un momento la marca original que es que este discurso sobre el psicoanálisis se dirige a los psicoanalistas. Hay muchos que no lo son, que se encuentran reunidos acá para escuchar algo, esto por sí sólo exige algunas explicaciones.

Se equivocarían si se contentaran al respecto con explicaciones históricas, a saber la casualidad o las casualidades o efectos de oleaje en una multitud que hacen que haya llegado a ser escuchado en otra parte que donde lo hacia originariamente, eso evidentemente no alcanza para explicar las cosas, es precisamente acá que se podría comparar las referencias a la historia —porque después de todo es este zarandeo lo que se llama historia— y a la estructura.

Hay evidentemente razones de estructura para que yo hable este año del acto, que plantee la cuestión del acto, que haya llegado al punto de lo que dije la última vez, que me pareció por algunos pequeños indicios que al menos algunos se habían dado cuenta de la importancia de lo que fue formulado la última vez, en la medida en que eso marca un punto que justifica, permite reunir al menos en un pequeño nudo lo que habla comenzado a ser articulado por mi desde el principio de este año y que obviamente al principio pudo haber dejado una impresión confusa, sobre todo si se parte de la idea de que lo que se dice de entrada es forzosamente el principio -en muchos casos uno se ve forzado a proceder de otro modo, incluso cuando uno tiene una referencia estructural y hasta sobre todo cuando se la tiene, porque es de su naturaleza no poder ser dada de entrada, hay que conquistarla, sin eso no se entiende por ejemplo por qué no habría comenzado yo hace 15 años por el esquema del tipo grupo de Klein, sobre el que trato actualmente de articular el acto en la perspectiva que abre el acto psicoanalítico, hoy por lo tanto voy a hacer una especie de interrupción cuya ocasión sólo es acá un pretexto, aunque eso no quiera decir por ende que sea lateral.

En las tarjetas de invitación a este seminario está previsto que el 31 de Enero, el 28 de Febrero, el 27 de Marzo y el 29 de Mayo, sólo se entrará con invitación, lo que quiere decir que yo había previsto un cierto número de encuentros más reducidos, algo que permitiría una charla.

Esto, en suma, fue previsto para dar un mínimo de eso que me fue siempre bastante difícil de manejar y que lo es para todo el mundo: la regla de los seminarios cerrados, con todo lo que eso implica de complicaciones en la selección, el modo de elección —no estoy seguro que los que se muestran más deseosos sean los más calificados; en las cosas de este orden se establece siempre una especie de competencia- esto no hace la tarea más fácil para aquel cuyo principio es; más vale dar acogida; pero es para tratar de establecer un medio de intercambio que tenga una relación interna un poco diferente.

Vean como pienso resolver las cosas. Algo ajeno a la serie hace que el 31 yo no pueda estar. No es una razón para que no haya seminario cerrado. Está convenido que sean los miembros de la Escuela llamada Freudiana de París, de la que todos saben que yo me ocupo, y bastante legítimamente puesto que además son psicoanalistas, que sean ellos los que vengan el 31 de Enero en la medida que manifiesten su deseo. Todavía no le pedí —se lo pido ahora— al Dr. Melman que venga a coordinar ese encuentro.

Había establecido el principio de que únicamente vendrían a esta reunión los miembros de la Escuela que se hubieran manifestado acá de una forma suficientemente regular como para saber lo que enuncié hasta ahora. Verán hasta qué punto se justifica esto puesto que voy a dar a esa reunión el siguiente objetivo. Por otra parte la idea no es solamente mía, lejos de eso, diría incluso que corresponde al Dr. Melman, quien dentro de la enseñanza de la Escuela me había propuesto recientemente que en el transcurso mismo de este seminario, particularmente importante puesto que, no creo que se puede tocar un punto más central para los psicoanalistas que el del acto psicoanalítico mismo, a condición por supuesto de que esta palabra tenga un sentido, es lo que espero haber suficientemente esbozado hasta el momento ante la vista de ustedes. Al menos le he dado una forma a ese sentido, que se pueda articularlo según un cierto número de preguntas y saber si se puede responder a ellas y si son incluso preguntas, es precisamente lo que se ha abierto. Así es como se plantea el problema; le di su articulación inicial, mediante lo cual se puede ver manifestarse en su interior ciertos blancos, en otros puntos casillas ya rellenas o hasta superfluamente rellenas, o hasta desbordantes, desequilibradas por no haber tenido en cuenta otras; esta es precisamente la importancia de introducir lo que se llama «estructura»; es bastante curioso que recién estemos, y me veo forzado a decirlo puesto que hay algunas manifestaciones recientes, a nivel de los psicoanalistas, en condiciones de considerar que pueda haber una cuestión a nivel del principio de la estructura. Hay cosas que no tuve realmente tiempo de considerar y que ni siquiera estoy seguro que consideraré de cerca pero de las que, por supuesto, me llegan los ecos.

Se ve algunas personas provistas de una autoridad psicoanalítica de un cierto peso, «facultativos honorables», como dicen, que manifiestan muy singularmente el punto en que están las cosas. Por ejemplo hay todo un medio donde estaba prohibido, todos lo saben, llegar incluso a ponerse al alcance de la mala palabra. Y además hubo una época, una época fabulosa, pero hay que decir que las cosas van lentamente en ese medio tan particular, se dan cuenta: 1960; hay algunos acá que en esa época tenían 14 años: el Congreso de Bonneval, es inmemorial, polvoriento hasta lo increíble! (hay que decir que tardaron más de seis años en sacar las Actas) hay algunos que, para discutir lo que yo enseño, encontraron algo formidable: retomar las cosas en el Congreso de Bonneval.

Yo agradezco mucho a una persona de mi Escuela por haber hecho una revista que, de algún modo que manifiestamente no es el mío, puesto es el suyo, permite ese efecto de basurero; no se podría verter eso en otra parte, porque en otra parte no sería el lugar apropiado; en una cierta revista que se llama, no sé por qué «Revista Francesa de Psicoanálisis», no es cuestión de discutir lo que yo enseño, y eso se entiende porque allí no se habla de psicoanálisis, sino que en ese sitio, el papelero a mano, uno puede descargarse para discutir lo que yo digo del significante, con todo lo que les digo a ustedes desde hace cuatro años, que ha desbordado ampliamente la cuestión, si alguien quiere saber si al principio se trata o no del significante se remonta al Congreso de Bonneval, que es una especie de túnel donde los negros se pelean sin saber quién golpea y dónde se produjeron las más extravagantes elucubraciones, las más fantásticas; había allí un tal Lefebvre, gente absolutamente increíble. Tengo que decir que también había gente simpática, nuestro querido amigo Merleau-Ponty que intervino en esa oportunidad. Pero en ese momento todos estaban en el centro. Simplemente se trataba de que por primera vez se discutía públicamente lo que hasta ese momento yo venía enseñando para un pequeño círculo desde hacia siete años en Santa Ana.

Es así como pasan las cosas, y es lo que hace sensible que en todo discurso haya efectos de acto porque, si sólo estuviera la dimensión del discurso, normalmente eso debería propagarse más rápido.

Es justamente lo que trato de poner en relieve: que ese discurso que es el mío tenga incuestionablemente esa dimensión de acto y sobre todo en el momento en que estoy hablando del acto, es algo que salta a la vista. Y yo diría que, si se mira de cerca, es la única razón de la presencia de la mayoría de los que están aquí, porque si no, no se entiende que podrían venir a buscar aquí, particularmente a nivel de un público joven. No formamos parte del plan de prestaciones de servicio universitarias; no puedo darles nada a cambio de su presencia. Lo que les divierte es que ustedes sienten que, justamente, algo pasa. No estamos de acuerdo. Esto ya es un pequeño comienzo para la dimensión del acto.

Es verdaderamente fabuloso, naturalmente esto lo escuché decir, que me afirmen que ese género de autores de los que hablaba hace un rato le hagan objeción a esa estructura que, según parece, nos dejarla, a nosotros que somos personas, tan incómodos. El ser de la persona se resentiría.
Seminario 15, clase 7
Me temo que nos encontramos acá frente a algo que merece ser observado y analizado. El ser de la persona del psicoanalista es algo que sólo puede percibirse realmente en su localización en la estructura. Hay algo sin embargo que tiene que ser bien sensible en esa especie de pequeño tetraedro (ver esquema) del que partimos este último tiempo: la multiplicidad de traducciones.

Acá, el «no pienso» no es un lugar reservado al psicoanalista. El psicoanalista revela su necesidad; es totalmente otra cosa. La revela en el hecho de que sea tan manifiestamente necesario no pensar para alguien que no se ocupa nada más que de pensamientos. Qué decir de los demás! Esto es lo que tiene de instructivo este ángulo de partida, que en definitiva hace evidente que ese punto de arriba a la izquierda (no pienso) es el de la elección forzada de la alienación. Es un pequeño perfecciónamiento dado a la noción de alienación tal como fue descubierta antes de nosotros, tal como ha sido puntuada a nivel de la producción, es decir a nivel de la explotación social.

Ese «no pienso» es lo que nos permite dar su sentido a esa palabra verdaderamente manipulada de una forma que, hasta el presente, era bastante abyecta en el sentido en que reducía la posición del psicoanalizante, del paciente, a una actitud que calificaría como desvalorizada; si el psicoanalizante, al que llaman paciente a tontas y a locas en cierto vocabulario, resistía, ya ven lo que esto trae consigo para el análisis: algo que no es evidente y que nadie imaginó hacer, a saber una operación de tender el lazo, de sacar la liebre fuera de su madriguera. El «resiste».

Lo que resiste evidentemente no es el sujeto en el análisis, lo que resiste es evidentemente el discurso y precisamente en la medida de la elección de que se trata.

Si renuncia a la posición del «no pienso», acabo de decirlo, es sin embargo tirado hacia el polo donde sólo es posible la elección opuesta que es el «no soy».

Ahora bien, el «no soy» es propiamente hablando inarticulable, es seguro que lo que se presenta de entrada en la resistencia, es que el discurso sólo podría llegar a ser una cosa. ¿Qué cosa? A las personas que nos hablan del ser de la persona para objetar la estructura me gustaría verdaderamente pedirles que articulen de qué se trata para ellas lo que llaman en ese caso «el ser». No sé muy bien dónde lo ubican (digo para sí mismas). Hay algunas formas de ubicar el ser de la persona en los demás que es una operación de afición a las baratijas bastante cómoda.

En definitiva, vamos a intentar sin embargo decir en qué ese acto, de una estructura bastante excepcional que es el acto psicoanalítico, lo que se trata al menos de iniciar, de sugerir, de puntuar este año, es en qué puede presidir una cierta renovación de lo que sin embargo sigue siendo el punto de orientación de nuestra brújula, en que puede renovar la función del acto ilustrado.

Puede haber allí alguna renovación. Si utilizo el término «ilustrado», se dan cuenta que no dejo de ver el eco del Aufklärung, pero también es decir que si nuestra brújula se orienta siempre hacia el mismo Norte, y acá le endoso este Norte, si puedo decirlo, quizás eso puede plantearse para nosotros en términos estructurados algo diferentemente.

La última vez definí y articulé los dos polos de la posición del psicoanalista, en tanto que no le niego, a él, el derecho a la resistencia, no veo por qué el psicoanalista sería destituido. Para ese psicoanalista en tanto que instaura el acto psicoanalítico, es decir que ofrece su garantía a la transferencia, es decir al «sujeto supuesto saber», cuando toda su ventaja, la única que tiene sobre el sujeto psicoanalizante, es saber por experiencia lo que pasa con el «sujeto supuesto saber». Es decir que él, en tanto es supuesto haber atravesado la experiencia psicoanalítica de una manera de la que lo menos que se puede decir sin entrar demasiado en los debates doctrinarios es que debe ser de una forma digamos un poco más a fondo que la de las curas, debe saber lo que pasa con los sujetos supuestos saber, a saber, que para él -ya les expliqué la última vez (ver esquema) por qué razón llega acá el sujeto supuesto saber- para él que sabe lo que resulta del acto psicoanalítico, el trazado, el vector, la operación del acto psicoanalítico debe reducir ese sujeto a la función del objeto (a), es lo que, ha devenido en un análisis, aquél que ha fundado ese análisis en un acto, a saber su propio psicoanalista. Lo ha devenido precisamente porque al término, se junta con lo que no era de entrada —digo en la subjetividad del psicoanalizante— no era de entrada, al comienzo el sujeto supuesto saber.

Es en esto que al término del análisis lo deviene, diría, por hipótesis, dado que uno esta en análisis para saber algo. Es en el momento en que lo deviene que se reviste igualmente para el psicoanalizante de la función que ocupa el objeto (a) en la dinámica del psicoanalizarte como suje to; ese objeto particular que es el (a), quiero decir en el sentido de que ofrece una cierta diversidad que por otra parte no es muy amplia puesto que podemos hacerla cuadruplicar con algo vacío en el centro, en tanto que ese objeto (a) es absolutamente decisivo para todo lo concerniente a la estructura del inconsciente.

Permítanme volver un momento a mi interrogación de hace un rato concerniente a los que todavía están allí, en el borde, tanteando, vacilando sobre lo que hay de admisible en una teoría que ya está suficientemente desarrollada como para que no se trate de discutir el principio sino solamente saber si, sobre tal o cual punto, su articulación es correcta o rectificable.

Para cualquiera de los que están acá, diría incluso para los que vienen por primera vez, no se zanja acaso la cuestión —no quiere decir, por supuesto, que esto pudo haber sido dicho tan simplemente antes— no se zanja pura y simplemente la cuestión con lo siguiente: quiere o no el análisis decir —me parece difícil que se pueda dejar de ver enseguida de que se trata en la forma como voy a decirlo— quiere o no decir el análisis que, en lo que ustedes quieran, un «ser» como ellos dicen, o un devenir, o cualquier cosa del orden del viviente, haya acontecimientos, los que fueren, que impliquen consecuencias. Acá el término «consecuencias» cobra su acento. ¿Hay consecuencias concebibles fuera de una secuencia significante?

El sólo hecho de que algo haya pasado subsiste en el inconsciente de una forma que se puede reencontrar a condición de atrapar una punta que permita reconstituir una secuencia, ¿hay algo que pueda suceder a un animal de lo que sea ni siquiera imaginable que se inscriba en ese orden?, ¿acaso todo lo que se articula en el análisis desde el principio no es del orden de esta articulación biográfica en tanto que se refiere al algo articulable en términos significantes?, que es imposible extraer, expulsar esta dimensión a partir del momento en que se la ha visto, ya no se la puede reducir a ninguna noción de plasticidad o de reactividad o de estímulo-respuesta biológica que, de todas formas no serán del orden de lo que se conserva en una secuencia. Nada de lo que puede operarse de fijación, de transfixión, de interrupción, incluso de equipo alrededor de un aparato, de lo que no será en definitiva más que un aparato, especialmente nervioso, no es por sí sólo capaz de responder a esta función de consecuencia. La estructura, su estabilidad, el mantenimiento de la Iínea  sobre la que se inscribe implica otra dimensión que es propiamente la de la estructura.

Esto es un repaso que no llega al punto en que me detuve para hacer este repaso.

Estamos pues en este punto (S) que ubica lo que hay específicamente del acto psicoanalítico, en tanto que es alrededor de éste que está suspendida lo que yo llamo la resistencia del psicoanalista.

La resistencia del psicoanalista en esta estructuración se manifiesta en esto que es absolutamente constitutivo de la relación analítica, que él se niega al acto. Es en efecto sumamente original para el estatuto de la función analítica; todo analista lo sabe y finalmente eso terminó por ser sabido incluso por los que no se han acercado a su campo. El analista es él que rodea toda una zona que sería llamada, es frecuentemente llamada por, digamos, el paciente, a la intervención en tanto que acto, no solamente en tanto pueda ser llamado de vez en cuando a tomar partido, como se dice, a estar del lado de su paciente en relación a un prójimo o a lo que sea de otro, pero incluso simplemente haciendo ese orden de acto que consiste nada menos que en intervenir por una aprobación o lo contrario, aconsejar; es precisamente lo que la estructura del psicoanálisis deja en blanco, si se puede decir.

Es precisamente por eso que puse sobre la misma diagonal, lo digo para hacer una imagen porque obviamente lo que pasa sobre esta línea (la diagonal) no tiene más derecho a llamarse diagonal que lo que pasa sobre las otras; basta con hacer girar el tetraedro para hacer líneas horizontales y verticales, pero, por razones de imaginación es más cómodo representarlas así; no hay que dejarse atrapar, no hay nada más diagonal en la transferencia que en la alienación ni tampoco en lo que llamo operación verdad. Es precisamente porque el acto queda en blanco, si puedo decir, que es también el que, en el Otro, puede ser hecho por la transferencia.

Es decir en el curso del hacer psicoanalizarte por la marcha hacia el horizonte, el espejismo, el punto de llegada, punto de llegada del que ya he definido bastante el lugar de la cita en tanto que es definido por el sujeto supuesto saber (flecha hacia el S)

El psicoanalizante, al comienzo, toma su bastón, carga sus alforjas para acudir a la cita con el sujeto supuesto saber. Es lo que sólo puede permitir esa cuidadosa interdicción que se impone el analista del lado del acto. De otro modo, si no se lo impusiera, sería pura y simplemente un embustero, puesto que él sabe en principio lo que ocurrirá en el análisis con el sujeto supuesto saber.

Es porque el análisis es —llámenlo como quieran: esa experiencia original, o ese artefacto, o eso que, en la historia quizás aparecerá sólo a partir de cierto momento como una especie de episodio, una forma demasiado limitada de casos extremadamente particulares de una práctica que llegó por azar a abrir un modo completamente diferente de las relaciones de acto entre los seres humanos, lo que no será por ello su privilegio; creo haberles dado suficientes indicaciones la última vez que, en el curso de la historia, la relación del sujeto al acto se modifica, que ni siquiera lo que se arrastra todavía en los manuales de moral o de sociología puede darles una idea de los efectos del acto en nuestra época, que por ejemplo no basta evidentemente con sólo recordar a Hegel, del modo en que les hablaron de él los profesores, para poder medir realmente la importancia de lo que representa como viraje con respecto al acto.

Ahora bien, no sé qué tengo que hacer en este hito crucial. Aconsejar una lectura es siempre bastante peligroso porque, por supuesto todo depende del punto donde ha sido devastado anteriormente. Sin embargo, en definitiva me parece difícil que no lo haya sido lo suficiente como para poder situar un librito, quiero decir con esto, dar un sentido, un alcance a lo que acabo de enunciar. 

Se publicó un librito de alguien a quien creo haber visto en este seminario en su momento, que me lo envió por ese motivo, que se llama el Discurso de la Guerra de André Glucksman, del que lamento no haber tenido tiempo de buscar en mis fichas lo que había podido comunicarme de sus cualidades. Es un libro que quizás pueda darles la dimensión, en un cierto plano, en un cierto campo, de lo que puede surgir de algo que es bastante ejemplar y bastante completo en tanto que de la guerra, por supuesto es algo de lo que todo el mundo habla a tontas y a locas, pero la influencia del Discurso de la Guerra sobre la guerra, influencia que no es para nada, como verán leyendo ese libro, la que responde a una cierta manera de tomar el Discurso de Hegel, en tanto que es discurso de la guerra, pero donde se ve. hasta qué punto, tiene sus limites en el aspecto técnico, en el aspecto militar; y además, al lado, el discurso de un militar 

Nos equivocaríamos si despreciáramos al militar a partir del momento en que sabe sostener un discurso, sucede rara vez; pero cuando se da es sin embargo muy impactante que sea un tanto más eficaz que el discurso del psicoanalista.

El discurso de Clausewitz, en tanto que nos es recordado en conjunción con el de Hegel para aportar su contrapartida, podrá darles (me refiero a los que tienen una oreja sensible) podrá darles una idea de lo que quizás, en esta línea, mi discurso podría aportar de una relación que permitiría creer que en nuestra época hay un discurso válido fuera del discursó de la guerra; que quizás podría. también dar cuenta de cierta diferencia. entre Hegel y Clausewitz precisamente a nivel del Discurso de la Guerra.

Obviamente Clausewitz no conocía el objeto (a). Pero si por azar. fuese el objeto (a) lo que permitiera ver un poco más claro en algo que Clausewitz introduce como la disimetría fundamental de las dos partes en la guerra, a saber lo que tiene de absolutamente heterogéneo y esa disimetría llega a dominar toda la partida entre la ofensiva y la defensiva, siendo que; como ustedes saben, Clausewitz no era precisamente alguien titubeante sobre las necesidades de la ofensiva.

Es sólo una pequeña indicación, yo relleno, de algún modo, àpresuradamente algunas —como diría— faltas en el fondo sobre lo que articulo a propósito de lo que el acto analítico nos permite en suma instaurar o restituir concerniente a las coordenadas del acto, por el sendero que intentamos abrir este año.

Ya ven que los caminos son varios. Por empezar algo que debe quedar adquirido, de algún modo, para nuestra ubicación al mínimo nivel, es lo que, en una estructura lógica instituida por algo absolutamente privilegiado, el psicoanálisis en tanto que constituye la conjunción de un acto y un hacer, si no constituimos esa estructura lógica con sus partes que son en la operación vívidas y además las que son. dejadas en estado muerto, no podemos de ningún modo ubicarnos en la operación analítica.  

Es por lo tanto algo primordial, algo importante no solamente para la práctica misma en cuestión sino también para explicar las paradojas de lo que se produce en sus alrededores, a saber cómo; puede prestarse y especialmente por parte de los que están comprometidos en ella, a un cierto número de desconocimientos selectivos, los que responden a lo que yo llamo esas partes muertas o puestas en suspenso por la misma operación en cuestión.

Tenemos ya dos vertientes. La tercera. no es ciertamente menos apasionante, es algo sobre lo que al final de mi discurso la última vez puntuaba no sé qué indicación demasiado fácil, demasiado tentadora para traducir rápidamente, de la que me volvió un eco, al que debo decir que no podría suscribir pero que es muy divertido: me llegó por una de las numerosas vías que dispongo en este fugar; alguien -no tengo ni idea quien, ni siquiera sé quien me lo repitió- alguien dijo hoy «decididamente es el seminario Che Guevara» todo porque a propósito del sujeto supuesto saber, del S de abajo a la izquierda yo había dicho que lo que quizás sea el fin (al menos ese modelo nos plantea la cuestión) —lo decía en el sentido de terminación, la báscula; la caída— normal en sí del acto en tanto que después de todo, si ese psicoanálisis nos revela algo, y al principio, es que no se trata de un acto del que alguien pueda decirse enteramente dueño. No es de naturaleza tal  como para arrancarnos de nuestros cimientos, por todo lo que tenemos, en el fondo, recogido de nuestra experiencia, por lo que sabemos de la historia y mil cosas más, el acto, cualquier acto y no sólo el acto psicoanalítico promete al que toma la iniciativa que ese fin que yo designo en el objeto (a), no es, sin embargo, algo a propósito de lo cual tímpanos van a salir de su órbita! No vale la pena para eso creer que es el seminario Che Guevara. Hubo otros antes. Y además, después de todo quizás tampoco sea eso lo que quiero decir ni lo que es importante; no estamos dando un brochazo a lo trágico para hacerlo brillar. Quizás se trata de otra cosa. En todo caso se trata de algo que está mucho más a nuestro alcance, si lo remitimos a lo que dije de que tenemos que conocer la estructura lógica del acto para concebir verdaderamente lo que pasa en el campo limitado que es el del psicoanálisis. Es justamente allí que pueden formularse preguntas dentro de los que están en mi escuela y de los que se presume que pueden poner en su lugar lo que yo enuncio a lo largo de una construcción cuya necesidad pudieron seguir en las diferentes etapas. Algo como un testimonio puede ser aportado el próximo miércoles, un testimonio de que son capaces de llevar un poco más lejos los hitos, las cosas que viran, los goznes, las puertas, la forma de valerse de ese aparato en tanto que les concierne; quiero decir que lo que espero de la reunión, de la que, pido disculpas, la mayoría de los que están aquí se verán excluidos de antemano, son algunas preguntas que me prueben que al menos hasta el punto en que llegué concerniente a lo que se trata del acto, se pueda interrogar sobre algo, o al menos proponer una traducción y a esta traducción eventualmente una objeción, a saber: «si usted traduce así, vea lo que enuncia con eso» o «está en contradicción con tal o cual punto de nuestra experiencia», abreviando, mostrarme que al menos hasta cierto punto soy escuchado.

Para eso va a servir el próximo seminario cerrado, el del 28 de Febrero, dado que sólo serán convocados los de mi Escuela que hayan participado en esta primera reunión porque, si no son capaces de molestarse —es también un acto— es sobre todo un acto el no molestarse, eso se ve; ocurre por ejemplo que uno podría preguntarse por qué tal o cual psicoanalista bien enterado de lo que yo enseño y pido no esté precisamente este año en lo que enuncio sobre el acto. Se me dirá: tiene gente que toma notas. No hay muchos. (De paso, quiero señalar que es preferible tomar notas que fumar, incluso el fumar no es un buen signo en cuanto a escuchar lo que digo. No creo que se pueda escuchar bien a través del humo).

Me parece que, ya hice alusión al hecho, lo que parece motivar al menos una parte de esta asistencia que me honra con su presencia, es justamente el aspecto frayage de lo que me pasa ante ustedes. Me parece que, por parte de los analistas por ejemplo, no estar aquí presentes cuando hablo del acto, es decir que no es cualquier discurso, aunque les pasen notas fieles y sagaces, hay acá algo bastante enseñante, bastante significativo y que podría ubicarse donde inscribí el término «resistencia».

Puesto que, en definitiva, yo contaba con ponerlos en el apuro, es decir que una persona o dos o tres me planteen hoy una o dos preguntas, como una especie de modo de entrada al seminario cerrado a fines de Febrero. No estarla mal. Sólo que yo sé el efecto de gel que se produce por ser tan numerosos, razón por la cual actualmente no sucede a menudo que al final de mis discursos yo pida intervenciones.

Propongo, sin embargo, que quede más o menos establecido, salvo algunas excepciones, que en lo que respecta a la regulación de la entrada al seminario del 28 de Febrero, sean precisamente los —es una forma de selección como cualquier otra— que me hayan enviado una pregunta escrita que me parezca estar en la buena veta de lo que trato de aportarles, los que reciban la tarjetita de invitación. Las que tengo acá serán remitidas a Melmann para la gente de mi Escuela que esté acá y entrarán la próxima vez. A los que son de mi escuela o que se vinculan directamente les ruego recoger esta tarjeta para venir el 31 de Enero, de modo tal que yo recoja algo que me permita preparar el seminario cerrado del 28 de Febrero.

Me quedaría por abrochar por aquí y allá algo que nos hace adelantar un poco, aún si hoy no es del orden ex cathedra que adopto habitualmente; Hay, sin embargo, que remarcar que en esa hiancia siempre mantenida entre el acto y el hacer, porque de eso se trata, está el punto candente alrededor del cual se rompen la cabeza desde hace algunos pocos siglos, nunca hice el cálculo de cuán pocos antepasados nos hartan falta para estar en la época del César; ustedes no se dan cuenta hasta qué punto están implicados en cosas que sólo los manuales de historia les hacen creer del pasado; si se rompen la cabeza, vean a Hegel, sobre la diferencia entre el amo y el esclavo, pueden darle a eso todo el sentido elástico que quieran, si observan de cerca, no se trata de otra cosa que de la diferencia entre el acto y el hacer al que tratamos de dar, obviamente, otro cuerpo un poco menos simple que el sujeto que supone el acto. No es forzase y únicamente, esto es lo que ha confundido hasta el presente, el sujeto que comanda. Pierre Janet hizo toda una psicología sólo alrededor de eso. No quiere decir que estuviera mal orientado. Al contrario, viene bien en la línea. Sólo que es rudimentario y no permite comprender gran cosa porque, más allá del hecho mismo de lo que está representado en los bajo relieves egipcios, a saber que hay un piloto, o también que hay un director de orquesta en Pleyel o en otra parte, y que hay los que «hacen», eso no explica gran cosa cuando hay que hacerlo pasar a una escala más amplia, donde hay verdaderamente amos, es decir no tanto los que «se las tiran» como se cree, sino los que tienen que ver con el acto, y los que tienen que ver con el hacer. Entonces hay un hacer. Es acá que se puede empezar a comprender cómo ese hacer puede quizás, a pesar de su carácter a fin de cuentas fusil y en parle ridículo —hablo del psicoanálisis— como ese hacer tiene quizás más chances que otro de permitirnos el acceso a la confluencia porque, observen bien, ese hacer en un rasgo que yo quisiera subrayar, no necesito decir que es un hacer, de pura palabra, puesto que ya es algo que me canso de recordar siempre para explicar la función de intercambio de la palabra y el lenguaje. Pero de lo que no se dan cuenta, es que es justamente porque es un hacer de pura palabra que se compara al acto en relación a lo que es el hacer común. Y además, en la técnica, en eso que parece que no es nada, que es muy simple, esa famosa asociación libre, se la podría también traducir corno el significante en acto, si miramos las cosas de cerca, a saber, que el verdadero sentido de la regla fundamental, es justamente hasta un punto tan avanzado como se pueda, es la consigna: que el sujeto se ausente. Entonces es la tarea, es el hacer del sujeto dejar a ese significante hacer su juego; el «en acto» entre comillas, no es por supuesto el acto del significante.

El significante «en acto» tiene esa connotación, esa evocación del significante que en un cierto registro se podría llamar en potencia, a saber, justamente lo que nuestro doctor de hace un rato quisiera que siempre fuese recordado contra los que ponen el acento en la estructura, hay tanto allí que está listo a salir, a burbujear en la persona, el «ser» es tan sobreabundante que tratando de atraparnos en esos carriles precisos, en esa lógica que, por otra parte, no es una lógica sobre la que pueda poner de ninguna manera ni con ningún derecho el signo de vacío, no es tan fácil hacer esta lógica; ustedes ven bastante el peso y la pena. Digamos, para tranquilizar a nuestro paladín, que un psicoanalista promueva términos como «la persona» es algo totalmente exorbitante al menos para mis orejas, pero en definitiva eso no será evidente para todos hasta dentro de un tiempito, pero si quiere tranquilizarse puede observar que esta lógica, en la que me esfuerzo y que estoy tratando de construir ante ustedes, la definirla más o menos así: una lógica que se mantendría lo más próxima a la gramática. Eso les sorprende un cacho, supongo. Entonces; ¿no es más que Aristóteles? Sí, ¿por qué no? Simplemente hay que tratar de hacer más.

Les pediría que observen que si esa lógica de Aristóteles precisamente se ha mantenido infatigable durante largos siglos hasta el nuestro es precisamente a causa de las objeciones que se le hicieron, por haber sido, dicen, una lógica que no se habría dado cuenta que hacia gramática.

Yo adoro profundamente a los profesores de Universidad que saben que Aristóteles no se daba cuenta de algo. Fue el más grande naturalista que haya existido, pueden releer su Historia de los Animales; todavía resiste lo que es fabuloso a pesar de todo. Es quizás lo mejor que se haya hecho nunca en biología -no se puede decir que no se haya hecho nada después- en lógica también. Pero en definitiva que todavía sigamos rompiéndonos la cabeza alrededor de que la lógica que hizo a partir de la gramática, aún después de haber agregado cosas muy astutas, debo decir, los cuantificadores por ejemplo, que sólo tienen un inconveniente, son verdaderamente intraducibles en el lenguaje.

No les digo que esto no plantee una cuestión; por ejemplo que no reflote la cuestión por la que yo tomé una especie de partido dogmático, una especie de membrete, de gallardete, de santo y seña: no hay metalenguaje. Ustedes creen que eso me preocupa, yo también, quizás haya uno. Pero partamos de la idea de que no lo hay, no estará mal, nos evitará en todo caso creer equivocadamente que hay uno. No es seguro que algo que no pueda traducirse en el lenguaje no sufra de una carencia totalmente eficiente. Sea como fuere, la continuación de nuestro tema nos llevará quizás a esta cuestión de los cuantificatiores porque, en efecto, se va a tratar evidentemente de plantearles a ustedes algunas preguntas; y las preguntas van a concernir a los que debe pasar en el ángulo del S, del sujeto supuesto saber borrado del mapa, lo que sentiremos que elucubrar sobre la disponibilidad del significante en ese lugar quizás va a llevarnos a esa unión de la gramática y de la lógica que és —lo remarco sólo con ese objeto y para refrescar la memoria— precisamente la confluencia sobre la que nosotros navegamos desde siempre, esa lógica que alguien de nuestros entorno de entonces llamaba con simpatía «tentativa de una lógica elástica», no estoy del todo de acuerdo con ese término, la elasticidad, hablando con propiedad, no es lo mejor que se puede pedir para un patrón de medida. Pero la confluencia entre la lógica y la gramática, es algo que podrá permitirnos algunos pasos más. De cualquier forma, lo que yo quisiera decir para terminar, es que nunca dejaré de invocar a los psicoanalistas a meditar sobre lo especifico de su posición por tener que ocupar un ángulo que es distinto de aquél donde sin embargo son requeridos, aún si tienen «interdicto actuar» si se puede decir. Es, sin embargo, desde el punto del acto que tienen que centrar su meditación sobre su función, y no en balde es tan difícil obtenerla. Hay en la posición del psicoanalista, y por función —y creo que este esquema lo muestra lo suficiente como para que nadie vea allí una ofensa— algo agazapado, trataremos de descifrar, como se dice en algún lado, la imagen en lo agazapado o en los. . ., como ustedes quieran.

Hay una cierta forma en el psicoanalista de centrarse, de saborear, si se puede decir, algo que se consuma en esta posición de agazapado ellos la llaman como pueden; llaman a eso la escucha; lo llaman la clínica; lo llaman con todas las palabras opacas que se puede encontrar en ese caso. Porque se preguntan lo que de algún modo puede permitir poner el acento sobre lo que tiene de absolutamente específico el sabor de una experiencia; en todo caso no es ciertamente accesible a ninguna manipulación lógica, en todo caso una cierta forma, en nombre de ese —no me atrevo a decir goce solitario— deleite taciturno simplemente, en nombre de esto se permiten decir que todas las teorías vienen a ser lo mismo, sobre todo que no hay que atarse a ninguna, va sea que se traduzcan las cosas en términos de instinto, en términos de comportamiento, en términos de génesis del simpático batey o en términos de topología lacaniana, ante todo esto tenemos que encontrar una posición equidistante en esa especie de discusión. Todo eso en nombre de ese goce hipocondriaco de ese aspecto centrado, peristáltico y antiperistáltico a la vez alrededor de algo intestinal a la experiencia psicoanalítica, es precisamente con eso con lo que tengo que vérmelas efectivamente y a menudo, de algún modo de una forma gráfica, que se despliega sobre una tribuna; Seguramente, no está allí el punto más fácil de conseguir por efecto de una dialéctica, pero es éste el punto esencial alrededor del cual se juega —todo está allí— lo que Clausewitz introduce como disimétrico entre la ofensiva y la defensiva.