Seminario 16: Clase 10, del 5 de Febrero de 1969

Voy a partir de donde les he dejado la última vez. He dicho muchas cosas la última vez, y en particular, llegué a tocar algunas por la evidencia matemática y, creo haber llegado a dar la génesis de lo que se refiere al  a, por la sola virtud del Uno en tanto que marca. Esto reposa sobre ese factum, esta fabricación que resulta del uso más simple del Uno, en tanto que una vez repetido abunda, en tanto no está planteado ya, más que para intentar la repetición. Para reencontrar el goce, en tanto él  ya  ha huido, el primer Uno, para reencontrar lo que no estaba marcado de origen, ya lo altera, en tanto en el origen no estaba marcado. Se plantea, pues, ya, en la fundación de una diferencia que no constituye en tanto que tal, pero en tanto que él la produce.

Es ese punto original que hace de la repetición la clave de un proceso que, una vez abierto, la cuestión se plantee: en si puede, o no, encontrar su término. Ven que somos inmediatamente llevados sobre la cuestión que no es terminal más que al tomarla en un sólo curso; la de si Freud, en tanto que sujeto de una parte —él fue también hombre de acción, digamos un hombre que inauguró una vía— ¿Como la inauguró?. Esto es lo que convendrá, quizá, a un desvío de lo que les diré hoy para recordar, pero todo curso de hombre compromete algo que tiene su límite en la muerte y es sólo desde ese punto de vista que podemos encontrar el término del camino trazado por Freud en la cuestión que él se plantea, al fin del análisis terminal, terminable o interminable, lo que no hace más que marcar el tiempo de la cuestión que reabro diciendo: ¿Eso que se compromete par el sujeto por el hecho de la repetición como origen, es él mismo un proceso que tiene o no su límite?. Esto es lo que he dejado abierto, suspendido, pero sin embargo, anticipado, demostrando en el pizarrón la última vez del modo más claro, lo que he podido expresar como la división, la bipartición de dos infinitos, marcando que es eso lo que es en el fondo la cuestión de la apuesta de Pascal. Es el infinito del número, el infinito sobre el cual él se apoya.

Pues, de tomar esta infinidad —si pudiera decirlo— acelerándola aún por la institución de la serie de Fibonacci, de la cual es fácil mostrar que es exponencial, que los números que ella engendra crecen no aritméticamente sino geométricamente, que es ella misma quien engendra, y precisamente, en la medida en que nos alejamos de su origen, esta «proporción» que se articula en el  a.  A medida que esos números crecen, es de una manera cerrada, de un modo constante que el  a  interviene allí bajo su forma inversa y  tanto más sorprendente que ella anuda el 1 al a, que es el 1, que esta proporción de, un número al otro se a
acaba en la constante más rigurosa, a medida que los números  crecen desde ese 1 .                                        
a

He escrito también para tomarla en su origen, la serie que resulta a de tomar las cosas en el otro sentido y allí, por el hecho que el  a  es menor que el 1, ustedes ven que el proceso se acaba no sólo sobre una proporción, sino sobre un límite, sea lo que sea que ustedes adicionen de lo que se produce; a la inversa, al proceder por sustracción, o término sea siempre verdad que, al retomar la cosa en la ascendencia, cada término sea la suma de los dos precedentes, encontrarán también la función de a , en tanto que esta vez alcanza un límite. Por más numerosos que sean los términos que ustedes adicionen, no superarán el 1 + a, lo que parece indicar que de tomar las cosas en ese sentido, lo que engendra la repetición tiene su término. Es aquí que interviene la tabla, bien conocida, por la cual, aquellos, en suma, que carecen de lo que está en la apuesta de Pascal, inscriben lo que se trata en los términos de la teoría de los juegos, a saber, en una matriz construida por la distinción de los casos, formulan eso de lo que se trata —si Dios existe— e inscriben para ser lo que resulta de la observación de esas órdenes confundidas aquí  con la renuncia a algo. Que lo llamemos placer o de cualquier otro modo, no podemos dejar de apreciar allí un impulso, que veremos lo sorprendente, que es por un cero que ellos inscriben lo que, en esta vida es dejado a los creyentes, mediante el cual una vida futura se acota por el término de infinito, por una infinidad de vidas prometidas como infinitamente dichosas. En otros términos, al suponer que Dios no existe, el sujeto —lo inscribimos a— presumiéndolo siempre captado por el juego, es el caso decirlo al pie de la letra, conoce la felicidad límite y por otra parte problemática, que le es ofrecida en esta vida, lo que se dice, no esta infundado (infondé) a elegir, si no existiendo Dios, parece claro que no hay en la otra vida nada que esperar.
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Lo que destaco aquí, es el carácter frágil de esta suerte  de inscripción, en la medida en que, de seguir la teoría de los juegos, las conjunciones no podrían determinarse más que por el entrecruzamiento  del juego de dos adversarios, es decir que es en esta postura que debería estar el sujeto, en tanto que el otro, enigmático, aquel del cual se trata que en suma tiene o no la apuesta, debería encontrarse en este lugar. Dios existe o no existe.
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Pero Dios no está en el golpe (coup). En todo caso nada puede permitir afirmarlo, Es por ese hecho que resulta paradojal, que, de frente a él, sobre la mesa —si puedo decirlo— la apuesta define no al hombre sino al sujeto.

La postura se confunde con la existencia del partenaire, y es por lo cual deben ser reinterpretados los signos que se inscriben sobre ese pizarrón. La elección se hace al nivel del: Dios existe o Dios no existe. Es de allí que parte la formulación de la apuesta, y tomado de allí solamente, está claro que no hay que dudar, a saber, que lo que se arriesga ganar al apostar, que Dios existe, no tiene nada de comparable con lo que se ganará, seguramente; aún esta certeza puede ser fácilmente cuestionada, pues ¿que es lo que se ganará? El a  no está precisamente definido. Es aquí  que he abierto la cuestión, no al nivel de una fórmula que tiene, sin embargo, el interés de tomar en su fuente la cuestión de la intervención del significante, de lo que a él se refiere en un acto de elección cualquiera.
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Es allí donde he destacado lo insuficiente de un pizarrón incompleto, de no valorizar que, al tomar las cosas en un segundo piso, éste quizá restituyera la justa posición de eso que comporta la matriz tal como se usa en la teoría de los juegos. Es aquí  que debe ubicarse lo que yo distingo del sujeto, del sujeto puramente idéntico a la inscripción de las posturas como de aquel que puede enfrentar los casos donde Dios, aún existente, apuesta contra, es decir, elige el a, a sus expensas, es decir sabiendo lo que comporta esa elección; a saber, que pierde positivamente el infinito, la infinidad de vidas dichosas que le es ofrecida y que seguramente, para que se reproduzca en las dos casillas aquí marcadas. Lo que al principio ocupaba la primera matriz, falta aún llenar esta cuarta, a saber, que se puede suponer que, aún Dios no existiendo, el a como teniendo el lugar que ustedes le ven ocupar en la primera casilla, puede ser abandonado, esta vez, aquí de un modo expreso y por este hecho aparece en negativo, siendo sustracción de  a con lo que comporta, lo que escribimos aquí sin más comentario y por lo cual ven que todo cero  que parezca ir de suyo, no deja de constituir un problema.
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Extraigamos ahora, para aislarlo un una nueva matriz, simplemente eso que agrega nuestra segunda composición, a saber,  a. — ∞,  —a, o. Para ser honesto, marco expresamente esto que acabo de indicar al pasar, en ese discurso mismo que ese cero toma valor de pregunta.

En efecto, se ha podido ocurrir que los ceros se planteen así en la primera matriz, hay allí algo que merece retener nuestra atención, pues, ¿que  he dicho hace un momento sino que, en verdad, no cuenta en esta posición del jugador, del sujeto que sólo existe, no entran en balanza más que el infinito y el finito de a?

Qué es lo que designan esos ceros sino que al poner alguna postura sobre la mesa, como Pascal lo ha subrayado introduciendo la teoría de las partidas, nada justo podría enunciarse de un juego sino a partir de esto: que teniendo un comienzo y un término fijados en su regla lo que es puesto sobre la mesa, lo que se llama la puesta, está, desde el origen, perdida. El juego no existe más que a partir de que es sobre la mesa, si puede decirse, un una mesa común, que esta implicado lo que es el juego y es pues a partir de la constitución del juego que no se puede producir aquí el cero; ese cero no hace más que indicar que ustedes juegan; sin ese cero no hay juego. Seguramente se podría decir la misma cosa del otro cero —a saber, aquél— el que representa la pérdida, a la cual el otro jugador se resigna, al poner en juego este infinito. Pero, como, precisamente, es de la existencia del otro jugador de lo que se trata, es aquí —en la primera matriz— que ese cero en tanto que signo de la pérdida, deviene problemático.

Después de todo, como nada nos fuerza a precipitar ningún movimiento, pues, es justamente en esas precipitaciones donde los errores se producen, podemos abstenernos de motivar ese cero de un modo simétrico a lo que se refiere al nuestro, pues aparece suficientemente en la discusión que los filósofos han hecho del montaje de Pascal, esto es, a saber, que nos parece, en efecto, que ese cero representa no la pérdida constitutiva de la postura, sino, al menos al nivel del diálogo entre Pascal y Meré, que no es por nada el modo en el cual Pascal ha escrito y por el cual, al mismo tiempo, nos extravía —nunca, seguramente, sin nuestra colaboración— en lo que se refiere al interés mismo del montaje; a saber, que lo que domina es que, en efecto, ese cero puede ser la inscripción de una clase de lecciónes que se ofrecen y que no sólo son para asentar en esta tabla. El lo que hace él, quien en ese diálogo no sólo  (……..) sino efectivo, al dirigir el esquema de la apuesta; ese cero no quiere decir la pérdida constituyente de la postura, sino se inscribe en el pizarrón  «no postura», es decir, que no se asienta en la tabla de juego. Es a partir de allí que tenemos que interrogar lo que se produce al nivel de la segunda matriz para ver como, a su nivel, puede repartirse lo que está en juego.
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En efecto, he indicado ya, la última vez, las figuras que pueden sernos dadas en el texto de nuestra práctica, y en verdad, he podido indicarlo también rápidamente— como lo he hecho— eso que ya en un cierto grafo había sido construido, con lo que he recordado hace un momento, en el comienzo de mi articulación; a saber, no la hipótesis, sino lo que puede inscribirse y desde entonces, lo tangible que hace que el  a  pueda bien no ser, él mismo, más que el efecto de la entrada de la vida del hombre en juego, eso de lo cual Pascal nos advierte en esos términos, sin duda expresamente formulados, quiero decir en aquellos mismos que voy a enunciar: «Ustedes están comprometidos», nos dice él, y es verdad. Eso no le parece necesario, porque se funda sobre la palabra; la palabra que, seguramente para él, es la de la Iglesia. Es singular que no distinga de ella eso que —allí está el punto ciego de siglos que no eran sin embargo oscurantistas— sin embargo, lo abasteció mucho de la Escritura Santa, esto es, seguramente, del hecho del carácter ineliminable durante siglos de pensamiento, que  la escritura más radical que es aquella que, para nosotros, aparece allí en filigrana, no es realmente distinguida. Pero sí de esta escritura voy a buscar la trama en la lógica matemática, esto deja homóloga mi posición en relación a la suya, a menos que, para nosotros, no sea evitable ya plantear la cuestión de si  la postura misma no es como tal, esencialmente dependiente de esta función de la escritura.

Observemos aún la diferencia que es la que he puesto en exergo en el primer tiempo de mi enunciado este año, y que podría decirse —en tanto no es su fórmula exacta— simplemente: lo que yo prefiero es un discurso sin palabra, lo que no quiere decir otra cosa que ese es discurso que soporta la escritura. Aquí  tengo un pequeño tiempo para medir el alcance, la línea, el carácter absolutamente solidario de lo que enuncio en ese punto este año, con todo lo que he comenzado a anunciar bajo la triplicidad de lo simbólico, lo imaginario y lo real. Observen bien —y es aquí que conviene insistir— la diferencia que hay entre el discurso filosófico, cualquiera que sea, y ese en el que nos introduce esa otra cosa que se distingue a partir de la repetición.

El  discurso filosófico, cualquiera que sea, termina siempre por desprenderse de lo que se trata, sin embargo, como aparato en un material de lenguaje, Toda la tradición filosófica culmina sobre la refutación de Kant del argumento ontológico; ¿en nombre de qué?. De que las formas de la razón pura, la analítica trascendental, caen bajo una sospecha de imaginario y es precisamente eso lo que constituye la única objeción —es filosófica— a la apuesta de Pascal. «ese Dios cuya existencia pueden ustedes  concebir como necesaria, dice Kant, no lo es menos aunque ustedes no lo conciban más que en los cuadros de un pensamiento, que no se apoya más que sobre el suspenso previo del cual releva la estética», calificada en esta ocasión de trascendental. Esto no quiere decir otra cosa que: ustedes no pueden enunciar nada, sino enunciar como palabras en el tiempo y en el espacio en el cual, por convención filosófica, ponemos en suspenso la existencia en tanto que ella sería radical. Sólo hay una desdicha y es lo que hace al interés de la apuesta de Pascal; es por ella que me permito —aunque puedan pensarlo como un recurso a la antigualla— encontrar allí un punto pivote ejemplar; esto es que en ningún caso, el Dios de Pascal esta puesto en cuestión sobre el plano de lo imaginario, porque este no es el Dios de los Filósofos, ni es el Dios de ningún saber. » No sabemos, escribe Pascal, ni lo que él es —bien seguro— ni siquiera si él es». Es precisamente por eso que el no es susceptible de ser puesto en suspenso por ninguna filosofía, en tanto que no es la filosofía quién lo funda.

Pues de lo que se trata y lo que quiere decir, en particular, mi discurso, cuando retome el de Freud, es muy precisamente que, fundándose sobre lo que ese discurso ha abierto, él se distingue esencialmente del discurso filosófico, en que no despega de eso en lo cual estamos captados y comprometidos, como dice Pascal, sino más bien, que, de servirse de un discurso, al fin de cuentas, para fijar al mundo su ley, a la historia sus normas, e inversamente, se pone en este lugar donde, al principio, el sujeto pensante se dio cuenta que él no puede reconocerse más que como efecto de lenguaje. Dicho de otro modo, que, antes de ser pensante, para ir rápido, para delinearlo, hasta lo más corto, lo que estoy en tren de decir, desde que se monta la mesa de juego. Y Dios sabe si ya ella está montada, está, al inicio, el a. Y es después que se plantea la cuestión de enlazar eso que él piensa. Pero él no ha tenido necesidad de pensar para estar fijado como a. Esto ya está hecho, contrariamente a lo que se pueda imaginar, precisamente en razón de la lamentable carencia, de la futilidad más y más restallante de toda la filosofía; a saber, que no puede volcar la mesa de juego.

Seguramente yo puedo volcarla y tirar por el aire las mesas en Vincennes y otras parte. Pero eso no impide que la verdadera mesa, la mesa de juego no esté siempre allí. No se trata de la mesa universitaria, la mesa alrededor de la cual el patrón se reúne, o lo que sea, con los alumnos en un pequeño interior encantador, que ese interior  sea el suyo, bien caluroso y papadre (pepere), o aquél dónde se lo encuadra en las guarderías-modelos. Es precisamente allí donde está la cuestión. Es por eso que me he permitido, en un garabato —el cual no se si ustedes verán aparecer o no— no es un garabato, enteramente, he pasado tiempo antes de ayer, en fin, no se si ustedes lo verán aparecer, porque él aparece en un sólo lugar o no aparece, y me interesa el hecho, el hecho de saber si aparecerá o no aparecerá; brevemente, he estado hasta esta exorbitancia delirante —pues desde hace un tiempito yo deliro aparte, esas cosas ocurren siempre un día, bajo una forma u otra haría que se perciba si es mi delirio o no, que no es posible jugar el rol que conviene a la transmisión del saber, que no es la transmisión de un valor, aunque eso se inscriba sobre registros «unidad de valor», sino de asir lo que se puede llamar un efecto de formación.

Es por ello que cualquiera que sea, alguien en el porvenir, justamente porque ocurra algo en este valor del saber, quiera ocupar un lugar de algún modo aferente a este efecto de formación, mismo si son las matemáticas, la bioquímica o no importa que otra, hará bien en ser psicoanalista, si es así que es necesario definir a alguien para quien exista esta cuestión de la dependencia del sujeto, por relación al discurso que lo sostiene y no que él sostiene. Entonces, vale decir, en tanto que como lo ven, acabo de evitar algo en razón del hecho, que todos los productos de la escuela, es decir, de una enseñanza filosófica que se que no puede abordar de un modo abrupto lo que se refiere al cambio que se inscribe al nivel de la segunda matriz, a saber, plantear la cuestión, de lo que eso quiere decir allí (esquema ), eso no sea a o cero, pues eso no ha sido nunca a o cero, como acabo de indicárselos y como Pascal lo dice, pero como  no son jamás, más que filósofos quienes lo han leído, todo el mundo ha permanecido sordo.

El ha dicho «a  es cero», eso quiere decir: a es la postura. Esto estaba, sin embargo, bien precisado desde la teoría de las partidas. ¡No, eso no hace nada, ellos permanecieron sordos!. Y  cero, es cero a la mirada del infinito. ¡Fruslerías!. Que es lo que cambia que ya no haya ahora como (….) pregonan las personas que ya se dirigían un poquito hacia la salida. Pero, en el conjunto, les he hecho notar que el infierno —eso lo conocemos— es la vida de todos los días. Cosa curiosa, se lo sabe, se lo dice, hasta no se dice más que eso; pero ello se limita al discurso y a algunos síntomas, bien entendido. ¡A Dios Gracias!; ¡Si no hubiera síntomas, uno no daría cuenta de ello!, ¡Si los síntomas neuróticos no existieran, no habría habido Freud!. ¡Si las histéricas no hubieran allanado la cuestión, ninguna posibilidad de que, hasta la verdad, apunte al extremo de la oreja!. Entonces, es necesario hacer allí una pequeña estación. Alguien a quien agradezco— porque es necesario, siempre, agradecer a las personas por quienes nos hacen llegar los regalos—, me ha recordado por razones externas, la existencia del capítulo de Bergler que se llama «El yo subestimado», esto está en la famosa «Neurosis de base» que explica todo (nota del traductor: Error textual: en primer lugar figura el yo subestimado y luego el super yo subestimado).

No irán a decirme que yo explico todo. Yo justamente, no explico nada. ¡Esto es precisamente, lo que les interesa a ustedes!. He tratado, a diversos niveles —no sólo aquí— de hacer que haya psicoanalistas que no sean imbéciles. Mi operación aquí es una operación de ojeo, no para atraer a un agujero de escuela, sino para tratar de dar, el equivalente de lo que deberían tener los psicoanalistas, a gentes que no tienen ningún medio de tenerla. Esta es una empresa desesperada. Pero la experiencia prueba que la otra también, aquella de enseñar a los psicoanalistas mismos, parece destinada al fracaso, como ya lo he escrito.

¡Imbéciles como sujetos, se entiende, porque para enmierdarse en su práctica, ellos son más bien hábiles!. Y esta es, precisamente, una consecuencia, precisamente de lo que estoy en tren de enunciar aquí. Esto es conforme a la teoría. Esto es lo que prueba, no sólo que no hay necesidad de ser filósofo, sino que mucho mejor no serlo. Sólo que eso tiene una consecuencia y es que no se comprende nada. De donde surge eso que paso también mi tiempo en enunciar: que vale mucho más no comprender. Sólo que lo enojoso es que ellos comprenden cositas, entonces eso pulula.  Por ejemplo, «El superyó subestimado» es un capítulo genial; en primer lugar porque reúne todas las formas en las cuales ha sido articulado el superyó en Freud. Como el no es filósofo, no ve en absoluto que las formas son conjuntas.

Por otra parte, es encantador, y él confiesa el truco. Esto no es lo que hay de bueno en los psicoanalistas: ¡Ellos confiesan todo !, El confiesa que ha escrito a un señor— esto está en una nota— M.H.H. Heart, que hacía extractos de Freud. Entonces le escribió: «Envíeme algunas citas sobre el superyó». Después de todo eso puede hacerse, ‘esto es, por otra parte, conforme, igualmente, a la teoría. Se pueden tomar las cosas así, con un par de tijeras, si la escritura tiene tanta importancia, en todos los lados donde haya «superyó», crits, crits, se corta. Se hace una lista de quince citas. Y debo decir que humorizo.Pero él me tiende la pértiga. Porque, seguramente, que Bergler ha leído a Freud —en fin, ¡prefier o imaginarlo!—. Pero al menos, él confiesa que para escribir ese capítulo, el ha escrito a H.H.Heart para que le diera citas sobre el superyó.  El resultado es que él puede evidentemente marcar, exactamente al mismo nivel en que están todas las revistas de Psicoanálisis existentes —salvo la mía, bien entendido— en que punto esto es incoherente. Eso comienza por el censor al nivel de los sueños. Se cree que el censor es un inocente, como si eso no fuera nada más  que tener justamente el par de tijeras con las cuales inmediatamente se hace la teoría. después de eso, deviene algo que titila. Y después de eso viene el gran lobo malo. Y después de eso no hay más. Y después de eso se evoca a Eros, Thanatos y todo el equipo.

Y después, entonces, ese superyó —me acomodo a él— «Te hago gambetas y cosquillas». ¡Ah!, ¡Querido Superyó!.  Bien. Gracias a ésta presentación, seguramente, se obtiene algo, es necesario decirlo, bastante risible. Es necesario, verdaderamente que se esté en nuestra época para que no ría nadie. Nadie no ríe. Ni un profesor de filosofía. ¡Es necesario decir que ellos están en un punto, en nuestra generación!. Ni un profesor de filosofía puede leer ese truco sin reír. ¡Se les ha dado Jaque mate!. Había, al menos un tiempo en que había personas que no eran especialmente inteligentes, un tipo que se llama Charles Blondel, que prefería aullidos a propósito de Freud. Al menos era algo. Ahora, hasta las personas menos hechas para imaginar eso de lo que se trata en un psicoanálisis  leen trucos absolutamente escandalosos sin hipar. No. Todo es posible. Todo es admitido. Estamos —por otra parte las cosas dibujan siempre sus lineamientos en otra parte que en lo real, antes de descender allí— verdaderamente en el régimen de la segregación intelectual. Y bien, ese tipo, se dio cuenta de una cantidad de cosas. Cuando una cosa está allí, bajo su nariz, él la comprende. Y yo diría que esto es lo que hay de triste porque él la comprendía al nivel de su nariz, es que no puede seguramente ser, absolutamente, así. Es forzosamente puntiagudo. Entonces, él ve una pequeña cosita.

Se da cuenta que lo que se le explica, así, al nivel de las citas de Freud, como siendo el superyó, se da cuenta: «Pero ello debe tener relación con lo que él ve todo el tiempo». Entonces comienza a darse cuenta, pero así, de un modo intuitivo que lo que se llama la durcharbeitung, la elaboración, como se lo ha traducido en francés, ello…. uno pasa su tiempo en darse cuenta, que es intraducible. Durcharbeitung no es «elaboración». Ahí no se puede hacer nada. Como no hay en francés palabra para decir «trabajo a través», perforación, se traduce «elaboración». Todos saben que en francés, uno elabora. Esto está  más bien en el género humos….. La elaboración analítica no es enteramente así, Aquellos que están sobre un diván se dan cuenta que eso consiste en volver todo el tiempo sobre el mismo truco, y es necesario que eso dure para llegar justamente a eso que yo les expliqué a ustedes, en el límite, en la terminación —cuando se va en el buen sentido naturalmente— donde se reencuentra el límite. El dice «eso es un efecto del superyó», es decir que se da cuenta que esta especie de fulano, gran pillo, que sin embargo es extraído, así dicho, del complejo de Edipo, o aún de la madre devorante o no importa cual de esas merecedoras, él se da cuenta que eso tiene relación con ese lado agotador, pesado necesario, repetido sobre todo por el cual se llega a algo que en efecto, alguna vez, tiene un cabo. ¿Cómo es que él no ve, que eso no tiene nada en común con esta especie de figura de una escenificación donde el superyó es, cono se dice, una instancia —lo que no sería nada— pero donde se lo hace vivir como una persona?; porque, como no se ha comprendido bien lo que era una instancia, se le dá verdaderamente su idea al superyó.

Es necesario que todo eso ocurra no sobre la otra escena, de la cual hablaba Freud, aquella que funciona en los sueños, sino sobre una especie de pequeña escenita, eso que se llama  la enseñanza analítica que les hace jugar a las marionetas: el superyó es el comisario y viene a golpear sobre la cabeza de guignol que es el yo (moi). Nada que ver esa aproximación que el punto de vista clínico introduce en la elaboración, durcharbeintung; ello podría se quizás la prueba de algo que no necesitaría, así, que se multiplique en la personalidad, las instancias. Y después, entonces esto es que en todo momento el deja el pedazo, confiesa el truco, es decir que se ha localizado bien —dice él— que eso tenía una relación con el ideal del Yo. Pero le falta confesar que no se comprende allí absolutamente nada; nadie ha hecho aún el pegamento (collage). No obstante, para que ese discurso sea otra cosa que las memorias del psicoanalista, a saber confesar el caso de una joven que, a ese propósito se ve bien que era el sentimiento de culpabilidad que la ha hecho entrar en el psicoanálisis —!esperamos sea el mismo que la haya hecho salir de él— se puede, quizá al menos percibir que, por ejemplo, esta especie de pequeña maniobra de una medida, que es precisamente la medida de lo que no puede ser medida, porque es la postura de partida, que eso se puede, en efecto, en ciertos casos figurar con la mayor precisión y escribirlo en el pizarrón, que es en el modo de una cierta suerte de balance regular, que se llega a llenar ese algo que puede en ciertos casos figurar como el Uno. Se puede al menos ver que hay interés en articular algo de un modo que sea verdaderamente preciso, y que permita concebir que eso no es, en efecto enteramente, un abuso de términos, aproximando a una intuición mínima como es, el nombre mismo de elaboración, la durcharbeitung— en el tratamiento— con el superyó. Entonces, es necesario decirnos que el superyó es el lobo malo y cogitar para ver sin no es de la identificación, con no sé que persona, que ese superyó severo ha nacido. No es así como es necesario plantear las cuestiones. Esto el como las gentes de les dicen, que si alguien es religioso, es porque su abuelo lo era. Eso no me satisface a mí porque aunque se haya tenido un abuelo religioso, uno puede, quizá, también darse cuenta que esta es una boludez, ¿No es así?. Sería necesario, empero, distinguir la dirección de la identificación por relación a otras cosas, Seria necesario saber si la identificación en el análisis, es la mira o es el obstáculo. Pero eso puede, quizá ser el medio por donde se comprometen las gentes, justamente sin duda para hacerlo, pero para que por el mismo hecho, ella se deshaga y que por el hecho que eso se deshaga, justamente porque se la ha hecho es que puede aparecer otra cosa que llamaremos en la ocasión, el agujero. Voy a dejarlos allí, hoy. He tratado, al fin de este discurso, de mostrarles que es un discurso directamente interesante para la aireación de nuestra práctica. Quiero decir por ello que al servirse de lo que no eran experiencias olfativas Freud no avanza a primera aproximación (au pifometre); se puede, en efecto ver allí en el desarrollo de una función a través de su pensamiento, las aristas que permiten darle su coherencia, pero esta coherencia es indispensable que —si se quiere avanzar de otro modo que con historietas— se la reúna y que se le dé consistencia y solidez; ello permitirá, quizá, ver enteramente otros hechos, más que hechos simplemente analógicos.

Lo que yo digo, no oculta nada a la mira del detalle, como justamente Bergler insiste en ello. Pero lean ese capitulo para ver que aún eso que es pertinente, bien ordenado, orientado, pero orientado al modo de las partículas de la limadura de hierro cuando ustedes golpean en un campo ya magnetizado; ninguna especie de motivación verdadera de la potencia y de la importancia del detalle, y porque en efecto, no hay más que detalles —es verdad— que nos interesen. Aún sería necesario saber en cada caso lo que es allí interesante. Porque si no se sabe, se refieren detalles a disparates, en nombre de una pura y simple semejanza, en tanto que no es eso lo importante. Retomaremos la próxima vez al nivel de la tercera figura.