Seminario 16: Clase 14, del 12 de Marzo de 1969

Seminario 16, clase 14
He puesto algunas palabritas en el pizarrón. Que eso les sirva para retener  algunos de los propósitos que sostendré hoy ante ustedes. ¡De hecho, después de tanto tiempo, eso debería bastarles!. Quiero decir que a partir de esos puntos de detención que figuran en las primeras líneas, los puntos de interrogación, debería poder pasar la palabra —al menos a algunos de entre vosotros— para que hicieran en mi lugar, este trabajo semanal que consiste en la perforación de este discurso. En verdad, no estaría mal que se me relevara, quiero decir que, como se hacía, por otra parte, algunos años antes, había alguno que quería consagrarse a llevar más lejos un cierto número de objetos subsistentes, cosas ya impresas cuya puesta a punto no sería vana después de un cierto tiempo.

Es bien evidente en efecto, el hecho que en lo que yo enuncio, hay tiempos, niveles, sobre todo si se lo piensa en el punto desde donde me ha sido necesario partir para, al inicio, martillear ese punto que era, sin embargo, bien visible sin que me mezclara en ello, a saber: que el inconsciente— yo entiendo el inconsciente del cual habla Freud— esta estructurado como un lenguaje, lo que es visible al ojo desnudo, sin necesidad de mis lentes para verlo. Alguien amigo me decía recientemente que la lectura de Freud, en suma, es demasiado fácil, que se lo puede leer sin ver allí más que fuego. Después de todo ¿por qué no? en tanto que, para tomarlo todo, esto fue bien probado por los hechos y la primera cosa masiva, aquella de la cual importaba desembarazarse en primer lugar, no había siquiera sido percibida, gracias a una serie de configuraciones que se puede llamar operación de vulgarización.

No impide que haya sido necesario el tiempo para que yo lo haga pasar y aún en el círculo que, referente a esto, era el más divertido para darse cuenta de ello. Gracias a todos esos retrasos, ocurren cosas de las cuales no puedo decir —lejos de ello— que sean para mí desalentadoras, Ocurre, por ejemplo, que un señor Gilles Delouze, continuando su trabajo, saque, bajo la forma de sus tesis, dos libros capitales, de los cuales, el primero, nos interesa en primer plano, Pienso que su sólo título: «Diferencia y repetición», podrán ver que debe tener alguna relación con mi discurso, de lo cual, ciertamente, es él el primer advertido. Y a causa de eso, sin interrumpir, tengo la buena sorpresa de ver aparecer sobre mi escritorio un libro que él no dona además— verdadera sorpresa, por otra parte, pues él no me lo anunció de ningún modo la última vez que le he visto— después del pasar de sus dos tesis, la última se llama «La lógica del sentido»; no sería vano que alguien, por ejemplo Nassif, se hiciera cargo de una parte de ese libro.  No digo todo entero, pues es un grueso tomo, pero, en fin, esta hecho como debe estarlo un libro, a saber, que cada uno de sus títulos implica el conjunto, de suerte que tomando una parte, bien elegida… No estaría mal darse cuenta que él, en su dicha, ha podido tomarse el tiempo de articular, de reunir en un sólo texto, no sólo lo que esta en el corazón de lo que mi discurso ha enunciado, y no es dudoso que ese corazón esté en el corazón de sus libros, en tanto él ha confesado allí como tal, que el «Seminario sobre la carta robada» forma, de algún modo, el paso de entrada, define su umbral ; pero, en fin, él pudo tener el tiempo de todas esas cosas que, para mí, han nutrido mi discurso, lo han ayudado, le han dado la ocasión a su aparato, tales como la lógica de los estoicos, por ejemplo. Es se permite —el puede— mostrar el lugar de sostén esencial, el puede hacerlo con esta suprema elegancia cuyo secreto tiene, es decir, aprovechando trabajos de todos aquellos que han esclarecido ese difícil punto de la doctrina estoica, difícil porque  también ella no nos es legada más que por trozos esparcidos a reconstruir, de algún modo por luces rasantes. Es que ese fue efectivamente su relieve, relieve de un pensamiento que no era sólo el de una filosofía sino de una practica, hasta una ética, hasta un modo de sostenerse en el orden de las cosas.

Por otra parte, es por ello, que por ejemplo, el hecho de encontrar en tal página —Página 289, de la edición francesa— algo, el único punto sobre el cual, en ese libro donde soy tantas veces evocado, él indica que se separa de una doctrina que sería la mía, al menos dice él, si una cierta relación que en un momento crucial de mi enseñanza ha llevado adelante la comunidad psiquiátrica reúne lo esencial de mi doctrina sobre el inconsciente, aquella de dos excelentes trabajadores que fueron Laplanche y Leclaire: como sobre ese punto, de sostenerse en él, dice él, hace esta reserva pero no duda, seguramente —dada la gran pertinencia que tiene esa relación en el conjunto— al referirme allí algo, que parece implicar también a saber lo que él llama, lo que traduce, la plurivocidad de los elementos significantes al nivel del inconsciente: o más exactamente lo que se expresa en tal fórmula, que al releer esa relación, en tanto yo había atraído allí la atención por esta distinción de Deleuze: la posibilidad de todos los sentidos— está allí escrito— se produce a partir de esta verdadera identidad del significante y del significado; que quizá como alguno de ellos lo recuerde, resulta de un cierto modo de manipular, un poco más allá del modo en que yo lo había hecho, la función metafórica y de hacer funcionar el S, rechazado debajo del límite de la barra por el efecto metafórico de una sustitución, de hacer jugar ese S conjunta a sí misma como representando la esencia de la relación en causa, y jugando como tal al nivel del inconsciente. Seguramente, allí hay un punto que yo dejaré tanto más gustosamente a los autores que, en esa relación destacable, me representaba, que es en efecto, lo que resulta de una cierta manipulación por ellos, de lo que yo había enunciado hasta entonces. Si alguien quisiera aplicarse a entrar allí en el detalle, lo que seguramente el exceso de los deberes de mi marcha, que está destinada por naturaleza a no poder detenerse, dado que ella debe ser aún larga; si alguien fuera capaz, aproximándose a lo que enuncia Deleuze en el conjunto de esta obra, de lo que es avanzado aquí no sin pertinencia, pero seguramente de un modo que represente una falla, a establecer, porque esta es una falla, para estrechar de un modo preciso lo que hace a esta falta coherente, muy precisamente de lo que en esa relación juega alrededor de eso, sobre lo cual he insistido al retomarlo en múltiples ocasiones los años precedentes, a saber, eso que hay de esencial en una justa traducción, lo que vuelve a decir, en una justa desarticulación de la función llamada Vorstellung-repräsentanz, y su incidencia a la vista del inconsciente afectivo. Si alguien quisiera proponerse para poner a punto esto que tendría la ventaja, como es siempre necesario, de permitir —y en la ocasión de un modo público— que aquellos que se refieren a mi enseñanza y que, bien entendido, la completan, la nutren, la acompañan, que ha podido enunciarse de un modo que ellos completan y algunas veces de un modo clarificante, los trabajos de mis alumnos;  que sea,  al menos puesto a punto eso que, en tal o cual de ese trabajo no conviene traducir totalmente, no diría lo que era en ese momento el eje de lo que yo enunciaba, pero sí de lo que a continuación ha demostrado ser el verdadero eje.

Esperando que una tal buena voluntad se proponga, yo subrayo que el artículo al cual hago alusión: «El inconsciente, un estudio psicoanalítico», ha sido publicado, por otra parte, no se sabe demasiado porqué, en «Les temps modernes» de Julio de l961, es decir sensiblemente después que ese informe fuera presentado en un congreso llamado de Bonneval, aquél al cual se refiere eso que yo mismo aporté: una redacción, también ella misma muy posterior, en mis «Escritos», bajo el título de «Posición del inconsciente».

Paso al orden del día y prosigo mi propósito de la última vez, en el eje de lo que les anuncié que sería el orden del día  de hoy, es esto: la sublimación.

La  última vez puse en relieve y puntué dos cosas: que se trataba al decir de Freud— hay muchos otros pasajes, bien entendido para citar, pero aquel es capital, esto es, el de la «Introducción al narcisismo»— en primer lugar, de la idealización am objekt, al objeto; y por otra parte, al hecho que la sublimación se sujeta esencialmente a la suerte, al avatar, al schcksal —vicisitud— de las pulsiones, que ella se refiere a esos avatares, lo que para Freud es anunciado en el artículo que tiene ese título: «Trieb und Triebschiksal», » pulsiones y sus avatares», que ella es allí la cuarta y que ésta cuarta se carácteriza porque ella se hace mit dem trieb, con la pulsión; ese término «con» que es tan sorprendente reencontrar aquí  bajo la pluma de Freud, al menos para aquellos que me han escuchado en el pasado martillar con este «con» al retomarlo en múltiples ocasiones y especialmente al retomar la fórmula de Aristóteles: «No es necesario decir que el alma piensa sin que el hombre piensa con su alma».

Algo se satisface con la pulsión. Que es esto, cuando por otra parte Freud nos dice que esta pulsión, que él nos desmonta, de esos cuatro términos desmontados— es la fórmula de siempre he subrayado como esencial a la pulsión— esto es  un montaje de esos cuatro términos: La fuente, «quelle», el «drang», impulso, el objeto «objekt» y en fin «ziel». ¿Qué encontraría la pulsión para satisfacerse? Esto es lo que está hoy en cuestión, precisamente en que ella esta inhibida en cuanto a su fin, que ella elide lo que se refiere el fin sexual— No alcanza, sin embargo traducir eso en un hecho seguramente corriente, más que imaginar así que es a expensas de su satisfacción sexual que los autores los que sean, de los cuales apreciamos las obras, cuyas obras toman valor social— pues ese es el término que acentúa Freud— que hay allí no sé qué sustitución oscura. No es suficiente sostenerse allí para dar su alcance a lo que Freud ha enunciado. Es precisamente en virtud de las premisas, los tiempos que he puesto en aborda ese asunto articulado expresamente en nuestro últimos encuentros que la sexualidad, a la vista de lo que nos interesa en el campo psicoanalítico, constituye ciertamente un horizonte, pero yo he articulado que su esencia esta mucho más allá, más lejos aún. Ni su saber, ni su práctica— hablo de la de la sexualidad— no están sin embargo esclarecidas, no modificadas.

Es allí que yo quería atraer, otra vez, vuestra atención, en un tiempo en que las cosas, ciertamente, sobre el plano biológico, van a distenderse aunque sea un poco. Todo lo que descubrimos al nivel de las estructuras reguladoras toma, a veces extraños isomorfismos con nuestro enunciados sobre el funcionamiento del lenguaje. Es seguramente más que prudente, a la vista del sexo, no permanecer en esquemas groseros, Si uno se aproxima con un poco de atención a los trabajos de Francois Jacob sobre lo que se llama el bacteriógrafo, y todo lo que una técnica experimental rigurosa permite comenzar a percibir de lo que se refiere a los juegos de la materia viviente, les vendrá a la imaginación que antes mismo de que fuera cuestión de sexo, eso copula mudamente allí adentro. Es por ello que, quizá, eso no deja de tener relación con otro extremo del campo, aquél que es el nuestro y que no tiene, ciertamente, que dar cuenta al sujeto de la biología, uno se da cuenta también que el hablar del sexo es un poco más complicado que eso, y que por ejemplo, convendría no confundir lo  que se refiere a la relación— tomado ese término en un sentido lógico— de la relación que funda la función conjunta de dos sexos. Eso parece ir de suyo ¿no es así? ¡que no hay más que dos de ellos!. ¿ Por que no habría tres o más?. No hay aquí la menor alusión a los usos retozones que se hicieron de ese término de tercer sexo, por ejemplo, libro particularmente destacable, lo digo entre paréntesis, por la irresponsabilidad de la cual testimonia— biológicamente, ¿Por qué, en efecto, no habría tres de ellos? El hecho que haya dos constituye, ciertamente, uno de los asideros fundamentales de la realidad, y de los cuales convendría  percibir hasta donde van las incidencias lógicas, porque, por un curioso retorno, cada vez que nos enfrentamos al número dos, he ahí, al menos un nuestra mente, el sexo que hace su entrada por una pequeña puerta, esto tanto más fácilmente por que del sexo, no se sabe nada.

Pequeña indicación así: que hay un cromosoma de más en alguna parte. Es bastante curioso, por otra parte, que nunca se pueda decir por anticipado, para una especie, de que lado, macho o hembra, se va a encontrar ese cromosoma de más, ese cromosoma disjunto, disimétrico. Entonces, mejor se tratará de prestar atención, más que a enunciar algo sobre la relación sexual. Eso no tiene nada que hacer con lo que aquí se constituye completamente y, especialmente en el psicoanálisis, a saber los fenómenos de identificación con un tipo llamado, para la ocasión, macho o hembra. Dicho esto, pese a la apariencia, lo que el psicoanálisis demuestra es precisamente, que aún esta identificación con un tipo no es tan fácil y que, en el conjunto, es con una gran torpeza que  se llega a enunciar algo de ello. Posición, se dice, masculina o posición femenina. Rápidamente uno se desliza. Se habla de posición homosexual. La menor de las cosas es estar algo sorprendido cada vez que Freud va a dar un enunciado preciso. El mismo confiesa que es enteramente imposible volver a colocarse en esta oposición macho o hembra y es aquella, de activo o pasivo   por la que él la sustituye.

Sería interesante plantearse la cuestión de saber si uno cualquiera de los dos términos, masculinidad, «machidad» o » hembridad», femeneidad  es una calificación aceptable en tanto que predicado. ¿Es que se puede decir «todos los machos», es que eso puede, aún ser enunciado en una manipulación ingenua de los calificativos?. ¿Por qué una proposición aristotélica no se habilitaría aquí?: «Todos los machos de la creación», por ejemplo. Esto es una cuestión que comportaría la siguiente: ¿es que todos los «no machos» querría decir las «hembras»?. Los abismos que abre tal recurso, confiando en el principio de contradicción podrían quizá, también ser tomados en el otro sentido y hacernos interrogar, como ya he enunciado su marcha, hace un momento, sobre lo que es mismo recurso, al principio de contradicción puede contener de implicaciones sexuales. Seguramente hay más modos, más que aquel del si o del no, que entran en juego en esos fantasmas salidos del improbable abordaje de la relación sexual. Por ejemplo, el de la polaridad de la cupla sexual, eso en nombre de una visión más microscópica, de esos filamentos que se producen en el momento en que la fecundación del huevo se está produciendo. Algo se establece como un campo entre los dos núcleos, como que sería necesario concebir menos como una especie de campo de gradación, que como un campo que comportara, según la aproximación de los dos polos, una bivectorialidad creciente y decreciente.

Es que para ser así  soportada por esta imagen del cuerpo, tan fundamental en otros dominios, el de lo electromagnético, por ejemplo, eso debe bastarnos para pensar que el sexo y su relación fundamental, es de aquel orden: dos polos, algo que se organiza,¿una trama de orden estético entre los dos?. Seguramente si la cuestión comienza a plantearse, uno percibe que los fundamentos, no son, quizá, tan evidentes, que si tenemos formas que favorecen tal soporte, hay otras cuestiones, que pueden ser destacadas, efectos de dominancia, de influencia, de repulsión, hasta de ruptura, que son, quizá., de naturaleza tal para incitarnos a volver a cuestionar aquello que— lo digo— no es posible cuestionar, seguramente, más  que a partir del momento, es lo que uno percibe lo que eso tiene de director, como indiscutido, como ingenuo, como se dice.

En todo caso, es muy necesario, cuando se habla de la fort pflanzung, por ejemplo de eso que haría— hablando de la finalidad. del sexo,  a saber de la reproducción— haría ver que no es simplemente al nivel de: cuando dos personas se acuestan juntos, de tiempo en tiempo, llega un pequeño bebé. Es así como se da la imagen de lo que se refiere al sexo. Si he comenzado por partir de los efectos de la cópula sexual, al nivel celular, es evidentemente para indicar que se trata menos del tercero producido, que de la reactivación en la conjunción sexual de una producción fundamental, que es la de la forma celular misma que, estimulada por este pase, deviene capaz de reproducir algo que es, en su seno mismo, a saber, su acomodación.

Prestemos atención a esas contaminaciones que nos hacen, tan fácilmente, hacer reabrir una función de la cual, quizá, todo lo esencial se nos escapa con la posición del más o del menos en matemáticas, hasta aquella del 1 o de 0 en la lógica. Y esto tanto más que, si puedo decirlo, la lógica freudiana, nos pone justamente en el punto en que ella no podría funcionar en términos polares, y que todo eso que ha introducido como lógica del sexo resurge en un sólo término, que es, verdaderamente,. su término original, a saber: la connotación de una falta, un menos esencial que  se llama la  castración,  sin la cual, a un nivel — en tanto que su nivel es de orden lógico, nada podrá funcionar. Toda la normatividad se organiza para el hombre como para la mujer alrededor del otorgamiento de una falta. He ahí lo que vemos al nivel de la estructuración lógica tal como ella fluye de la experiencia freudiana. Debo aquí recordar que lo que he desarrollado largamente en un año— que he evocado en uno de nuestros últimos encuentros— bajo el titulo de «La ética del psicoanálisis» articula que la dialéctica misma del placer, a saber, lo que ella comporta de un nivel de estimulación es a la vez búsqueda y evitación, un justo límite de un umbral implica la centralidad de una zona interdicta, digamos, por que el placer sería  allí  demasiado intenso. Que esta centralidad es lo que designo como el campo del goce, el goce, definiéndose el mismo, como siendo todo lo que realiza de la distribución del placer en el cuerpo.

Esta distribución, su límite íntimo,. he ahí lo que condiciona eso que, en su tiempo— seguramente más palabras, más ilustraciones que las que puedo hacer aquí— he avanzado, he designado como vacuola, como ésta, interdicción en el centro que constituye, en suma, lo que nos es más próximo siéndonos, sin embargo, exterior. Sería necesario hacer la palabra «extime» para designar aquello de lo que se trata. En esa época, yo extraía de textos de Freud— no tengo tiempo de extenderme sobre cuales— la puesta en función, bajo su pluma, de ese término que he relevado, tanto más sorprendente en tanto se distingue de todo lo que él pudo enunciar en lo concerniente a las cosas. Las cosas son,. para él siempre sachen. Allí, él dice das ding. No voy a retomar aquí  — pues todavía no tengo tiempo para ello— que acento he puesto sobre ese «das ding». Todo lo que puedo decir o recordar es que Freud lo introduce por la función del nebenmensch, este hombre más próximo, este hombre ambigüo, que no se sabe situar.¿ que es pues, ese prójimo, razona con los textos evangélicos, en el nombre de la fórmula: «ama a tu prójimo como a ti mismo»? ¿Donde asirlo? ¿Dónde existe fuera de ese centro, de mí-mismo que yo no puedo amar algo que no sea más prójimo?.

Es precisamente, también, lo que Freud, en el momento en que, forzado de alguna manera por su necesidad, por vías deductivas, no puede carácterizarlo de otro modo que por algo absolutamente primario, que llama el grito. Es en esta exterioridad jaculatoria que ese algo se identifica, por lo cual lo que es lo más íntimo justamente es lo que estoy constreñido a no poder reconocer más que fuera.  Es precisamente por el cual ese grito, no tiene necesidad de ser emitido para ser un grito. He demostrado en este gravado magnífico que se llama «El grito», de Munch, que nada convienen mejor a su valor de expresión que el hecho que él se sitúa en ese paisaje calmo, no lejos, dos personas sobre la ruta que se alejan, y que no se dan vuelta; de la boca torcida del ser femenino que, en primer plano, ese grito la representa, es esencial que no sale nada más que el silencio absoluto. Es del silencio que centra ese grito, que surge la presencia del ser más próximo, del ser aguardado tanto más cuanto que él esta siempre, ya allí, el próximo, que no tiene ninguna erscheinung salvo en los actos de los santos. Ese prójimo ¿es ese que he llamado el Otro, que me sirve para hacer funcionar la presencia de la articulación significante en el inconsciente? Ciertamente no. El prójimo es la inminencia intolerable del goce. El Otro no es más que el terraplén impío. Puedo, empero, decir esas cosas rápidamente, así, después del tiempo que hace que les articulo la definición del Otro.

Es justamente eso: es un terreno limpio del goce. Es al nivel del Otro, que aquellos que se tomen el esfuerzo, podrán situar lo que, en el libro de Deleuze, se intitula, con un rigor y una corrección admirables, y como distinto, y como de acuerdo con todo lo que el pensamiento moderno de los lógicos permite definir de eso que se llama los acontecimientos, la puesta en escena y todo el carrusel ligado a  la existencia del lenguaje. Es allí, en el Otro, que está el inconsciente estructurado como un lenguaje.

Por el momento no es cuestión de saber como y por quien ha podido hacerse esa limpieza. Es necesario comenzar, en primer lugar, por reconocerlo. Quizá después se podrán decir cosas sensatas. Sólo que es muy importante definirlo así,  por que no es más que a partir de allí que se puede concebir lo que el Freud esta perfectamente expresado, lo que yo expresaba en dos términos que creo importantes de acentuar: la formalización de una parte; la imposibilidad, por otra parte, ¿De qué? Del deseo. Pues eso es lo que Freud expresa en la última frase de la «Traumdeutung», el deseo del cual se trata, el deseo inconsciente se mantiene de un modo impasible en su estabilidad, transmitiendo las exigencias de lo que Freud llama, con razón o sin ella, el pasado. ¿No es  por el hecho que  haya vergünglichkeit que debemos inmediatamente inclinarnos hacia pensamientos de buenas o malas impresiones, de neurosis traumáticas del pequeño niño que permite siempre en cada uno de nosotros y otros lugares comunes no inutilizables? Pero lo esencial, es esta permanencia, esta constancia, y por el hecho mismo, ¿qué es lo que quiere decir esta imposibilidad del deseo  completamente, entonces, reductible a lo formal?. Entonces, ¿a qué nivel se sitúa la relación sexual para eso que nosotros podemos formular de ella?  Este es el sentido de la cuestión, tal como está escrito en las primeras líneas sobre este pizarrón: la mujer, el Otro, Lugar del deseo que se desliza bajo toda palabra, intacto, imposible; o bien la Cosa, el lugar del goce.

Entonces, seguramente, este es el momento de recordarles que eso que les he dicho— no hay relación sexual— si hay un punto donde se afirma, tranquilamente: es el análisis donde ello ocurre. Es que la mujer, no se sabe lo que es. ¡Incógnita en la caja! No se sabe lo que es, sino a Dios gracias, por representaciones; porque seguramente, donde siempre se le a conocido más que así. Si el psicoanálisis valoriza algo, justamente, es que lo es por uno de los representantes de la representación, este es precisamente el caso de valorizar la función de ese término de Freud introduce a propósito de la represión.

No se trata de saber por el momento, si las mujeres son reprimidas, se trata de saber si la mujer lo es como tal, y seguramente por otra parte, y por que no en ella misma, seguramente. Este discurso no es endrocéntrico. La mujer en su esencia, si es algo— y nosotros no sabemos nada de ello— es reprimida para la mujer, como para el hombre y ella lo es doblemente. En primer lugar, el representante de su representación está perdido. No se sabe lo que es la mujer, y luego, ese representante, si se lo recupera es objeto de  una  verneinung— negación— ¿Pues que otra cosa puede atribuírsele como carácter más que no tener lo que precisamente nunca ha sido cuestión que ella tenga? Sin embargo, no es más que bajo este ángulo que, en la lógica freudiana, aparece la mujer: un representante inadecuado muy próximo al falo, y además la negación que ella no tenga es decir la reafirmación de su solidaridad con esa cosa que es, quizá, prácticamente su representante, pero que no tiene con ella ninguna relación. Entonces eso debería darnos, por si solo, una pequeña lección de lógica y ver que lo que falta en el conjunto de esta lógica es,  precisamente, el significante sexual.

Cuando lean de Deleuze— hay algunos aquí que se procurarán ese mal— se les quebrarán cosas que la frecuentación hebdomadaria de mis discursos no ha, aparentemente, bastado para hacerles familiares, sino yo tendría más producciónes de ese estilo para leer, esto es que lo esencial— esta dicho en alguna parte del estructuralismo, si esa palabra tiene un sentido, sólo como se lo he dado, un sentido a nivel de todo un foro, no veo porque no tendré el privilegio de ello— lo esencial, es a la vez ese blanco, esa falta en la cadena significante, con lo que ello resulta de objetos errantes en la cadena significada. Entonces, el objeto errante, allí, por ejemplo es una linda tripita inflada, una pelotita con ojos pintados encima y además  un bigotito. No crean que eso es el hombre. Esta escrito que esta es la mujer, en tanto esta mujer es inasible y es al menos así— inasible— como la ven circular todos los días. Es lo que nos permite hasta tener, un cierto sentido de lo relativo, a la vista de ese hecho que ello no podría ser así.

En una época menos lógica, cuando nos remontamos a la prehistoria, allí donde, quizá, no había aún Complejo de Edipo, se nos hicieron estatuitas de mujeres que debían se al menos, preciosas, para que se las haya reencontrado— era necesario al menos, encerrarlas en rincones que tenían una forma así (dibujo en el pizarrón). Aquí no más tripita, ojos ni bigote. Aquí formidables nalgas. Y bueno. Es así que se compone una Venus prehistórica. No la he dibujado muy bien, pero era para darles más impresión. Era menos endromorfa. Eso no quiere decir enteramente lo que se imaginan los paleontólogos. Eso no quiere decir que ellas no fueran así. El representante de la representación era de otro modo  que para nosotros. No era una pelota o dos. Y recordarán también las mamas de Tiresias, «Vuela pájaro de mi debilidad….» El representante de la representación era, seguramente, así.

Eso les prueba que, según las edades el representante de la representación puede diferir. Entonces, sobre esas premisas, podemos, ahora avanzar un poco sobre lo que se refiere a la sublimación, de la cual les he dicho suficiente, hace un momento. Como Freud la articula para no tener que repetirlo: zielgehemnt, idealización del objeto y operando con la pulsión.

Freud toma un cierto número de puertas por donde eso puede producirse. Las más simples son, evidentemente, las reaktionsbildung. Si sabemos donde esta la barrea, a saber del lado del goce, esta bien claro que se lo puede imaginar, clasificar, lo que sin embargo, por otra parte, no lo aclara, entre las reaktionsbildung, las formaciones de reacción, a la proximidad del goce. Pero eso no basta, aún, para explicarnos como se descuelga. Pues Freud nos indica en una notita, una frase que la termina, a hay fuera de todos los abordajes que él define como posibles a la sublimación, otros enteramente simples. Simplemente, él no lo dice. Quizá, tenía alguna dificultad en pensarlos, en función de que, después de todo, si nos ha dado los elementos que se llaman intuitivos, o más aún impropiamente ingenuos, en la lógica matemática, de lo que hace nuestra materia lógica, no es in la medida en que se haya dado cuenta enteramente él mismo, que ella se prestaba a la formalización. Nos dice él: se sublima con las pulsiones. Por otra parte, ¿qué es lo que sabemos? ¿De dónde vienen esas pulsiones.?  Por otra parte, ¿qué es lo que sabemos? ¿De dónde vienen esas pulsiones?. Del horizonte de la sexualidad. Lo menos esclarecido del mundo, hasta el presente, es el que ellas comporten una satisfacción sexual. Pero lo que él nos dice es que su goce está ligado a la sexualidad. No esta mal, a ese nivel que hayamos comenzado, en primer lugar, por plantear que de la sexualidad no sabemos nada. Por el contrario lo que hemos articulado y que he articulado yo, es que la pulsión interviene— lo que se llama en topología una estructura de borde— y en la pulsión interviene una estructura de borde, que es único modo de explicar alguno de sus trazos, a saber lo que funciona es esencialmente algo carácterizado siempre, groseramente, por orificios donde se encuentra la estructura de borde. Pues sólo esta estructura de borde, tomada en el sentido matemático, nos permite puntuar una comprensión de lo que Freud no articula al nivel de drang, del empuje, a saber, de la constancia del flujo que ese borde condiciona. He puesto allí una nota. Hasta la he mejorado en la última edición, refiriéndome a lo que, en la teoría vectorial se define como flujo que ese borde condiciona, He puesto allí una nota. Hasta la he mejorado en última edición, refiriéndome a lo que, en la teoría vectorial se define como flujo de lo rotacional.

La pulsión, para decirlo todo, en sí, sola, designa la conjunción de la lógica y de la corporeidad. El enigma es más bien este: como goce de borde, ¿cómo ha podido ella ser llamada en la equivalencia del goce sexual?. Si tienen ustedes, al menos, un poco de imaginación, y quiero decir de posibilidad de volver a utilizar, y ligar lo que piensan en alguna parte de parte de sus circunvoluciones con vuestra experiencia— cierta, evidente, accesoria y siempre entre dos puertas— podrán al menos decir: al nivel del goce sexual se trata, más bien de tumescencia, por ejemplo, y después de orgasmo. ¿Qué tiene eso que hacer con funciones de borde? Si no tuviera configuración de vacuola, de agujero limpio en el goce, en ese algo de insoportable para lo que está regulado esencialmente como tensión atemperada, no verían nada en lo sexual que fuera análogo— a lo que llamo en la pulsión— una estructura de borde. Aquí el borde está constituido por una suerte de logística de la defensa. Si de esta logística de la defensa, no se sabía que después de todo ella se reencuentra en los recodos, en todos, hasta en la práctica sexual, y precisamente en la medida en que esta práctica es otra cosa que lo que se hace a la ligera, con los vagos restos directrices que les quedan del vocabulario freudiano, a propósito del goce de la mujer, quizá algo comenzaría a interesarles de un modo más cercano, más adherente, más directo, en lo que se refiere, no a la relación sexual sobre la cual ustedes no pueden decir gran cosa, sino sobre lo que se refiere al manejo del goce sexual. Todos los enigmas que aparecen, no se sabe porque, cuando se estudia la sexualidad femenina, el enigma que representa a los ojos de algunos, la sensibilidad de la pared vaginal y el hecho, de alguna suerte, no digo insituable, sino limítrofe, del goce femenino es algo que encontraría poder acordarse, fácilmente, a la topología que ensayamos señalar aquí. Pero est no es nuestro asunto en su detalle. Lo importante es que yo anticipo que algo, aquí, asemeja a la cosa y a esta cosa que he hecho hablar en su tiempo bajo el título de «Cosa freudiana». Es precisamente por ello que le damos trazos de mujer cuando, en el mito, la llamamos la Verdad. Sólo que no hay que olvidar— he allí el sentido de esas líneas en el pizarrón— que la cosa, ella, seguramente, no es sexuada. Esto es probablemente lo que permite que hagamos el amor con ella, sin tener la menor idea de lo que es la mujer como cosa sexuada.

Entonces eso nos importa porque nos permitirá, quizá, introducir, teniendo en cuenta la hora, las dos direcciónes bajo las cuales puede estudiarse la sublimación. Se he tomado recaudo en mi seminario sobre la «Ética» de dar gran importancia al amor cortés, es porque ello nos permitía introducir esto: que la sublimación conserva a la mujer, en la relación del amor, al precio de constituirla la nivel de la cosa. ¡ay!, es necesario, porque yo no reharé todo este año, que vuelvan a partir —pero yo me esforzaré en que ustedes tengan su texto bastante rápido— de un largo estudio que he hecho, entonces, sobre el amor cortes, para dar a esto su alcance; esto es muy esclarecedor y será muy ventajosamente leído a la luz de las fórmulas que puedo, en fin, dar ahora en su absolutez. El ritual de la aproximación, los estados del gradus, si yo puedo decir, hacia un goce doméstico, pero también casi sacralizado; he ahí algo de lo cual no es uno de los lados menos divertidos el hacerlo, cuando uno lo circunda y lo estudia, al ver la torpeza— no puedo llamarla tocante, es simplemente repugnante— con la cual la gente se concentra en los lugares donde lo descuidado en la elección de esos textos que, seguramente, no interesan a nadie. Esas gentes que son irreductiblemente profesores, es decir vivientes en condiciones que conocemos todos cuando vamos a visitarlos y de los cuales diría que el símbolo mayor ha sido dado, muy graciosamente por Anatole France, bajo el título «El maniquí de mimbre»— habría sido necesario que les hiciera otro dibujo para el maniquí de mimbre, eso se ría en el sentido inverso— esta especie de estupor, de asombro que los tomaba, y después, mi Dios, como esa gente en aquella época, la noche de la Edad Media, eran tan poco refinados; Ustedes piensan: «ellos eran menos refinados que el profesor en cuestión y su mujer». ¿Como es que esa gente pudo imaginar homenajes tan exaltados?.¿ Qué es todo esto? ¿Todas estas mujeres que nos cantan los poetas? Ellas tienen todas, todas, el mismo carácter. Evidentemente que ellas tienen todas el mismo carácter. Este es también  representante de la representación; ellos son como las Venus prehistóricas, tienen todas el mismo carácter. Eso no quiere decir que esas mujeres ni existieran, ni que los poetas no les hicieran el amor en función de sus méritos. Hay otra cosa aún que los dejaban estupefactos, comprendido allí el acento puesto sobre la prueba, la crudez, mil otras cosas de esta especie. Me he divertido mucho durante dos meses y medio y espero que también lo hayan hecho aquellos que se escuchaban entonces, trataré de volver a poner eso en  lo propio de un modo que se transmita. En todo caso es un homenaje— en fin, esto es lo que nos falta— rendido por la poesía a lo que en su principio, a saber, el deseo sexual, la tentativa, dicho de otro modo, de ser lo que se refiere a ello— sea lo que sea que se dice en el texto de Freud del amor accesible fuera de técnicas especiales— a saber, permanecer siempre estrechamente narcisista.

Sólo hay otra vertiente: la relación de la sublimación a lo que se llama la obra de arte.  Cuando Freud nos dice que la sublimación da la satisfacción de la pulsión y esto es una producción de la cual, después de todo la carácterística de la estima que le da lo social es enteramente inexplicada, ¿por qué, entonces tenemos tanto anhelo sino es, precisamente, sobre la hipótesis del divertimento?.

A saber: que es justamente para no ocuparnos de los anhelos que son muchos más importantes, que nosotros tomamos gusto a algunas cosas que son derramadas al alcance de nuestras bolsas, bajo la forma de novelas, cuadros, poesías y novedades.

La cosa tomada así, parece sin salida. Por otra parte, no les haré con lo que introduciré la próxima vez, una entrada demasiado rápida: la relación de la sublimación con el goce, en tanto que es de ello que se trata, en tanto que ella es goce sexual, no puede explicarse más que por literalmente, lo que llamaría la anatomía de la vacuola. Es por lo cual, hice a la derecha el trazado de eso circular que la representa, la vacuola. Un instante, imaginen esta vacuola como siendo eso que tiene de aparato auditivo uno de estos animalitos que se llaman no se por que primitivos— nada es más primitivo de lo que lo es otra cosa—; pero tomes una pulga de agua. Se parece a un minúsculo langostino, pero mucho más simple. Se encuentra en todos los cursos de agua. La pulga de agua en no se qué se puede decir que le sirve de órgano auditivo, pero al mismo tiempo, vestibular, es decir, de equilibrio; tiene eso que se llama un otolito, si sé todo eso es porque he mirado los resúmenes. Este es el artículo de un psicoanalista, les diré cual la próxima vez, que ha atraído mi atención. Será muy divertido si, en el lugar del otolito ustedes ponen un pequeño trozo de hierro y después, juegan con imanes alrededor, ¡eso la hace gozar! Naturalmente se lo puede presumir por actitudes diversamente extraordinaria que ella puede tomar. ¡Enteramente un hombre en su vida moral!.

He ahí lo que quiero indicarles como introducción la próxima vez: El objeto a juega ese rol por relación a la vacuola. Dicho de otro modo, él es lo que cosquillea das Ding por el interior. He ahí. Esto es lo que hace el mérito especial, esencial, de todo lo que se llama obra de arte. Por otra parte la cosa merece ser detallada. Y como el objeto a tiene más de una forma, como lo enuncia expresamente Freud, diciendo en su análisis de la pulsión que el objeto puede ser muy variable, eso falsea; por otra parte hemos arribado a enunciar cuatro de ellos: entre ellos el objeto oral, el objeto anal, el objeto— si ustedes quieren— escoptofílico, y el objeto sado-masoquista. ¿Cuál es aquél?. Sólo digamos que a propósito de aquél, la próxima vez les reservo una sorpresa.