Seminario 16: Clase 2, del 20 de Noviembre de 1968

La última vez, que era una primera, he hecho referencia a Marx. Es una relación que en un primer tiempo he presentado como homológica —con todo lo que ese término comporta de reservas— introduje al lado de la plusvalía, lo que se llama en  la lengua original,  no donde esa noción fue seguramente nombrada por primera vez, sino donde fue descubierta en su función esencial: Mehrwert. Lo he escrito, pues Dios sabe lo que ocurriría si lo pronunciara ante quienes tengo aquí como auditorio y especialmente ante psicoanalistas cuando ellos se reclutan entre lo que se llama ser por naturaleza o por herencia, los agentes dobles. Inmediatamente se me dirá  que es la «madre verde», y que yo vuelvo a caer en senderos frecuentados. Es con eso que mi «Ello habla» se reintegra al deseo, así llamado obstinado, del sujeto, de reencontrarse bien al calor del vientre materno; a esta plusvalía,  he colgado, superpuesto, enduìdo, en su anverso la noción de plus de gozar. Eso es llamado así en la lengua original, se dijo la última vez, por primera vez en francés. Para llevarla a la lengua de donde me vino la inspiración, la llamaría —a menos que algún germanista en esta asamblea se oponga— Mehrlust.

Con seguridad, no he producido esta operación sin hacer referencia discreta —del modo que se me ocurre hacerlo algunas veces— alusiva a aquél, por que no, que me ha inducido en las búsquedas y el pensamiento, a saber,  a Althusser. Naturalmente, según el uso, en las horas que sigan,  eso habrá hecho pia-pia en los cafés donde se reúnen —y eso me halaga, hasta me colma— para discutir el cabo de grasa  (le bout de gras), sobre lo que se ha dicho aquí. En verdad, lo que puede decirse en esta ocasión —y que no deniego, en tanto es sobre ese plano que he introducido mi charla de la última vez, o sea ese factor «poubellicatoire», como quieran llamarlo del estructuralismo —es que hecho alusión, precisamente, al hecho que en los últimos ecos, Althusser no se encontraba allí tan a gusto. Recordé simplemente, que a cualquiera que se hubiera consagrado al estructuralismo, o renegado de él, le parecería, a quien lo lee, que su discurso ha hecho de Marx un estructuralista y es muy precisamente en eso que él subraya su seriedad.

Es a aquel punto donde querría volver, en tanto que al fin lo que indico, es que se erraría en ver, con cualquier humor que fuera, adhesión a una bandera —lo cual es aquí esencial— a saber que, como ya lo he subrayado en otras ocasiones, lo que he anunciado, al menos para mí, cuando se trata de la estructura —ya lo he dicho— debe ser tomado en el sentido de lo que es lo más real, lo real mismo.

Y cuando dije, en un tiempo en que aquí en el pizarrón dibujaba, hasta manipulaba algunos de esos esquemas con los cuales se ilustra lo que se llama la topología, yo subrayaba ya, que allí no se trata de ninguna metáfora. Dos cosas, una: o aquello de lo que hablamos no tiene ninguna especie de existencia o, si el sujeto tiene una, la entiendo tal como nosotros la articulamos y está exactamente hecha así, a saber, está hecha exactamente como esas cosas que yo escribía en el pizarrón, a condición —bien entendido— que sepan que esta pequeña imagen que es, en efecto, todo lo que se puede poner para representarla sobre una página, evidentemente no está allí más que para figurarles ciertas conexiones que son las que no pueden imaginarse, pero que pueden, por el contrario, escribirse perfectamente bien. La estructura es, entonces, real. Eso se determina por convergencia hacia una imposibilidad, en general. Pero es así, y es por eso que es real. Entonces no habría casi necesidad de hablar de la estructura. Si aquí yo hablo hoy de la estructura es porque se me ha forzado a ello, a causa de los pia-pia en los cafés. Pero yo no debería tener necesidad de hablar de ella, en tanto yo la digo.

Lo que yo digo plantea la estructura, porque eso apunta —como lo he dicho la última vez— a la causa del discurso mismo. Implícitamente y cono todo y cada uno que enseña al querer llenar esta función-desafío, en principio, que se me refute por medio de un discurso, que motive el discurso de otro modo que el que acabo de decir —lo repito para los sordos, esto es, a saber: que a lo que eso apunta es a la causa del discurso mismo. Que alguien motive el discurso de otro modo, como expresión o con relación a un contenido para el cual se ha inventado la forma, él está libre de (libre á lui). Pero destaco entonces que es impensable, en esta posición, que ustedes inscriban allí, bajo cualquier título que fuera, la práctica del psicoanálisis, aún como charlatanismo. Entiendan que la pregunta que aquí indico es la de saber si el psicoanálisis existe. Es eso precisamente lo que está en juego. Pero, por otra parte, hay algo por lo cual él se afirma indiscutiblemente. Es el síntoma del punto del tiempo al cual hemos arribado, digamos con esa palabra provisoria, que yo llamaría la civilización, esto no es por exagerar. No estoy en vías de hablar de la cultura. Es más basta. Por otra parte es una cuestión de convención.

Trataremos de situar a la cultura en el uso actual que se hace de ese término, en un cierto nivel que llamaremos comercial. Retornemos a mi discurso. Para emplear una metáfora, que me ha ocurrido emplear varias veces para hacer sentir lo que entiendo por un discurso que valga, lo comparará a una marca de cincel en esta materia de la cual hablo, cuando de lo real del sujeto. Esa marca de cincel se revela en eso que se llama la estructura, por el modo en ello cae, en lo que ella es. Si se pasa la marca de cincel a alguna parte, las relaciones cambian de tal modo que lo que no se veía antes, se ve después.  Es lo que he ilustrado diciendo que eso no es la metáfora, recordándoles que la marca del cincel, en la banda de Moebius, hace una banda que no tiene nada más que hacer con lo que era precedentemente y que, para hacer el paso siguiente, hasta se puede decir que, en sí misma, es toda la banda. Entiendo que ella es en la medida que es la banda de Moebius. He ahí un medio de hablar de la menor metáfora. Dicho de otro modo, —como principio, llámenle o no estructuralismo— digamos que no vale la pena hablar de otra cosa que de lo real, en lo cual es discurso mismo tiene consecuencias. Llámenle o no a eso estructuralismo; es lo que he llamado la última vez, la condición de lo serio.

Esta condición es particularmente exigible en una técnica cuya pretensión es que el discurso tenga allí consecuencias, en tanto que el paciente no se somete de un modo artificialmente definido a un cierto discurso reglado, más que por el hecho de que tenga consecuencias. Nada previene contra esas distinciones —ni siquiera aquéllas que se ven exhibiéndose en librejos cuyo texto, está por otra parte, raído por ese mismo discurso— para decir, por ejemplo, que descuido la dimensión energética.

Yo dejo pasar trucos como ese. Los dejo pasar cuando se trata de respuestas polémicas. Pero allí vemos lo vivo del asunto en tanto que, como lo he destacado la última vez, en esta referencia exaltante, sobre todo para aquéllos que ignoran hasta lo que la energética quiere decir, he substituido una referencia que, para el tiempo que corre, haríamos mal en sugerir que es menos materialista: una referencia a la economía política. Pero no desdeñemos la energética en la ocasión. Para que ella se refiera a nuestro campo, si ponemos en aplicación lo que acabo de decir, sería necesario que el discurso tuviera consecuencias allí. Precisamente, las tiene. Hablo de la verdadera energética, de donde ella se sitúa en la ciencia de la física. Yo mismo, en un tiempo, mucho antes que se publicaran objeciones risibles expuestas en cursos que los interesados han podido perfectamente escuchar, en tanto hacía uso de ellos luego, en sus propias conferencias. He subrayado, precisamente que la energética no es convenible más que como consecuencia del discurso.

No se trata que no este claro porque pertenezca a la física, porque sin localización significante de cotas y niveles por relación a las cuales pueda estimarse, evaluarse, la función inicial del trabajo —entendido en el sentido de la física— sin esta localización, no existe aún la probabilidad de comenzar a formular lo que se llama principio de toda energética —en el sentido literal de ese término— es decir, la referencia a una constante que es precisamente o que se llama la energía, en relación con un sistema cerrado, que es otra hipótesis esencial. Con ella se puede hacer una física y que funcione, es precisamente la prueba de lo que se refiera a un discurso teniendo consecuencias. Eso implica, al mismo tiempo que la física implica la existencia de un físico y que, es más, no importa cual sea. Un físico que posea un discurso correcto en el sentido en que acabo de articularlo, es decir un discurso que valga la pena de ser dicho y que no sea sólo un aleteo del corazón; esto es lo que llega a ser la energética cuando se la aplica a un uso tan delirante y brumoso como el que se hace de noción del libido, donde se fe lo que se llama una «pulsión de vida».

Brevemente, decir que la física no va sin el físico no es espero que no se encuentre aquí ningún entendimiento para formular su objeción, lo que sería bastante bufonesco en el interior de lo que acabo de enunciar —un postulado idealista, pues estoy en vías de decir, que es el discurso de la física el que determina al físico, y no lo contrario, es decir que no ha habido nunca físico verdadero hasta que ese discurso lo hace prevalecer. Tal es el sentido que yo doy al discurso admisible, en lo que se llama la ciencia. Sólo, irresistiblemente uno se imagina que el argumento realista es el de hacer alusión a que nosotros estemos allí o no, nosotros y nuestra ciencia, como si nuestra ciencia fuera nuestra y si nosotros estuviéramos determinados por ella; la naturaleza, se dice, está siempre allí. No lo discuto en absoluto, Es por ello que la física vale aunque se diga cualquier cosa de ella y que el discurso tiene allí consecuencias es porque la física se distingue de la naturaleza en tanto la naturaleza está allí. En la naturaleza, como todos saben —y es precisamente por lo que se la ama tanto— ningún discurso tiene ninguna consecuencia. Esto es lo que diferencia a la naturaleza de la física. Nunca ha ocurrido, en ninguna época ser filósofo de la naturaleza a partir de un certificado de materialismo o cientificidad, por ejemplo.

Pero retomemos, pues no es allí donde estamos nosotros. Si la física nos otorga, precisamente, un modelo de un discurso que vale, las necesidades del nuestro deben retomarse de más arriba. Todo discurso se presenta como lleno de consecuencias, pero oscuras. Nada de lo que digamos, en principio, lo es sin implicarlo, Por otra parte, no sabemos cuales son las consecuencias. Destacamos en el lenguaje —pues al nivel del lenguaje es que retomaré las cosas, y para marcar bien los límites— una sintaxis tal que la encarnan un gran número de lenguas que, falta de audacia, se llaman lenguas positivas. En tanto yo estoy allí, y acabo de hacerles una distinción que. pienso, no puede haberles parecido sin pertinencia a la naturaleza, ¿por qué molestarnos y no llamarlas lenguas naturales? Así se verá mejor lo que concierne a la lingüística y lo que permite situarla en el campo de la ciencia. Está enteramente claro que, frente al lenguaje y ante cualquier prevalencia que le demos es, porque se lo olvida como realidad natural, que todo discurso científico sobre la lengua se presenta por reducción de su material. Se valoriza un funcionamiento donde se aprehenden consecuencias con sus variedades, por ejemplo, de lo necesario o de lo contingente.

Se opera pues, un clivaje discursivo, y esto es lo que permite dar todo su precio a lo que, en primer lugar afirmo: que no existe metalenguaje.

Lo que es verdad en el campo del lenguaje natural. Pero desde que se opera esa reducción del material, ¿por qué es? Acabo de decírselos: es para valorizar un funcionamiento donde se aprehenden esas consecuencias y desde que ustedes satisfacen ese consecuencias las articulan en algo al cual tienen todo el derecho de considerar metalenguaje, aunque ese «meta» no provoque más que confusión y es por ello que yo preferiría nombrar a eso que hago surgir —el desprendimiento en el discurso— que es precisamente necesario llamar por su nombre: lógica. No indico aquí nada mas, siempre condicionado no por otra cosa que por una reducción de material. E ilustro aquí  lo que quiero decir. Reducción de material. Eso quiere decir que la lógica comienza en esa fecha precisa en la historia, donde alguien que  entiende allí —para ciertos elementos del lenguaje funcionando en su sintaxis natural— inaugura la lógica sustituyendo a algunos de esos elementos del lenguaje por una simple letra. Es a partir del momento en que «si esto, entonces aquello», que la lógica comienza. Ustedes introducen un A y un B y es sólo a partir de allí que, en el lenguaje, pueden, sobre el uso de esa A y de esa B, plantear un cierto número de axiomas y leyes de la discusión, que merecerán el título de articulaciones meta, o si prefieren para-lenguájicas.

Entonces, no más física que se extienda, como la bondad de Dios a toda la naturaleza, no más lógica que encierre todo el lenguaje. No resta menos, como lo he dicho, que, o esto es delirio, locura absurda de detenerse un instante —ésta es, en efecto toda la apariencia que se de  ello en las publicaciones, la mayor parte en el psicoanálisis— o bien, lo que ella enuncia, es que todo lo que ustedes hayan escuchado hasta aquí, en tanto que sintiendo —yo no he dicho sólo en tanto que pensando— aún que, después de todo, no hay lugar para tener ninguna repugnancia frente a ese término. El hecho de pensar sería el privilegio de los intelectuales intelectualistas que, como todos saben, son  el veneno de este bajo mundo, y de este bajo mundo psicoanalítico, y bien entendido, todo lo que ustedes sean en tanto que sintiendo cae bajo el golpe de las consecuencias del discurso. Aún vuestra muerte, entiendo al idea chistósa que puedan tener de ello, no es separable de que puedan decirla y entiendo allí no decirla ingenuamente; aún la idea que he llamado chistósa porque, en efecto, ella no tiene para ustedes gran peso, la idea que ustedes se hagan de vuestra muerte, no es separable del discurso máximo que puedan tramar a su propósito. Es precisamente por eso que el sentimiento que tenga de  ello es sólo chistóso. Yo hasta diría, que ingenuamente ustedes no pueden ni comenzar a decirla. Pues a lo que aquí hago alusión no enteramente al hecho que los primitivos sean ingenuos y que sea por ello que hablan tan divertidos de eso. Que entre ellos sea siempre un truco, un envenenamiento, una suerte echada, una cosa que no va a ninguna parte, para decirlo todo, un accidente, eso no prueba del todo que ellos hablan ingenuamente de eso. ! Si ustedes encuentran que esto es ingenuo! Es precisamente lo contrario. Pero es precisamente por eso que, también ellos mismos caen bajo esta ley. El sentimiento que tengan de su muerte no es separable de lo que puedan decir de ella. Eso es necesario demostrarlo. Así hay una persona entre aquéllas que podrían aquí instruirse un poco, diminuir su parloteo, que hace un momento ha salido porque encuentra, sin duda, que digo banalidades, Es necesario creer que es necesario que sean dichas. Sin ello,¿ por qué me esforzaría, después de todo, en decir lo que acabo de expresar sobre el hecho de que un discurso tenga o no consecuencias? En todo caso él tuvo como consecuencia esta salida, que hace signo.

Es precisamente por ello que sería esencial que, en el  psicoanálisis, nosotros tuviéramos algunos espíritus formados en lo que yo llamo —no sé porqué— lógica matemática, así, por un viejo estorbo, como si hubiera algún otro, la lógica es muy corta. Ocurre que ella ha interesado a los matemáticos. Es todo lo que la distingue de la lógica aristotélica a la cual, evidentemente, no le interesa mucho la matemática. Es un progreso para la lógica que ella interese a la matemática. Sí. Esta lógica matemática, para llamar las cosas por su nombre, es enteramente esencial a vuestra existencia en lo real, lo sepan ustedes o no lo sepan. Es precisamente porque ustedes no lo saben demasiado que ocurren cosas que sacuden de tiempo en tiempo, cosas muy recientes. Se espera que yo hable de ello, pero yo hablaré de ello……¡ Hablaré de ello!   Todo depende del tiempo que ponga en desarrollar lo que he preparado para ustedes hoy  y me agradaría mucho tener una pequeña punta para darles acerca de eso, antes de dejarlos. Pero esto no es seguro, porque no es nunca muy pautado lo que les aporto.

La cuestión no está allí. Que ustedes lo sepan o que ustedes no lo sepan. La cuestión es bizarra. Es que evidentemente acabo de hacer alusión al hecho, en tanto he dicho: que ustedes lo sepan o que ustedes no lo sepan. Se ha sido siempre verdad que la lógica matemática tuviera esas consecuencias en cuanto a vuestras existencias de sujetos, de los cuales acabo de decir que están allí, lo sepan o no.

Pues entonces se plantea la pregunta: ¿cómo pudo ocurrir que la lógica que se llama matemática, no haya sido puesta al día antes? Esta es la cuestión de la existencia de Dios.

Ya he hecho destacar, pero lo repito: nunca se repetiría suficientemente la lógica matemática estaba allí en el acervo divino, antes que en vuestras existencias de sujeto y desde entonces habría estado condicionada; desde ese momento, ustedes habrían estado, de allí en más, afectados por ella. Es un problema que tiene toda su importancia porque es alrededor de él que toma efecto esta avanzada de que un discurso tenga consecuencia. A saber, ha sido necesario algo ya contiguo a los efectos del discurso, para que nazca el de la lógica matemática. Y que, en todo caso, aún si algo pudiera representar en una existencia de sujeto algo que, retroactivamente, podemos ligar a algún efecto en esta existencia del discurso de la lógica, está enteramente claro, que deber ser firmemente sostenido que las consecuencias no son las mismas después de ese discurso —entiendo el de la lógica matemática— ha sido proferido. Allí se sitúa lo necesario y lo contingente en el discurso efectivamente sostenido. Es precisamente allí que veo mal aquello en lo cual la referencia estructural desconocería la dimensión de la historia. Se trata simplemente de saber de cuál se habla. La historia tal como ella está incluida en el materialismo histórico, me parece estrictamente conforme a las exigencias estructurales.

La plusvalía estaba allí, antes que el trabajo abstracto. Entiendo aquel trabajo cuya abstracción se desprende en tanto que el medio social haya resultado de algo que llamaríamos —no garantizo la exactitud de la primera palabra, pero quiero decir una palabra que soporte el peso— la absolutización del mercado. Es más que probable —y por una buena razón— es por ello que hemos introducido el plus de gozar, que esta absolutización del mercado pueda considerarse no más que como una condición para que la plusvalía aparezca en el discurso. Ha sido pues necesario esto que difícilmente puede ser separado del desarrollo de ciertos efectos de lenguaje, a saber, la absolutización del mercado, al punto que engloba el trabajo mismo, para que la plusvalía se definiese como pagando con dinero o no —en tanto que estamos en el mercado— el trabajo, en su verdadero precio. Así es como se define el en mercado la función del valor de cambio; existe el valor no pago en lo que aparece como fruto del trabajo, en un valor de uso; en lo que el verdadera precio de ese fruto, ese trabajo, no es pago, aunque es pagado de modo justo, por relación a la consistencia del mercado. Esto, en el funcionamiento del sujeto capitalista, ese trabajo no pago, es la plusvalía.

Este es el fruto de los medios de articulación que constituye el discurso capitalista de la lógica capitalista. Sin duda, articulado así, esto entraña una reivindicación concerniente a la «frustración» del  trabajador. Esto entraña una cierta posición del trabajador, que es el caso cada vez más general. Es extraño que una cosa entrañe la otra. He ahí lo que es necesario decir. Pues no se trata más que de consecuencias de un discurso en tanto que el trabajador, en tanto que yo (je). Aquí yo digo yo (je). Noten que no he dicho sujeto, en tanto he hablado del sujeto capitalista

Voy lentamente porque después de todo, volveré a ello: Nos volveremos a ver —salvo, espero, los que salen en la mitad— y verán que no es por nada que allí digo «sujeto» y allí digo «yo» (je), porque eso se reencontrará en un cierto nivel y en un nivel que debería funcionar desde hace tiempo, en tanto que es el de mi grafía. Hace más de diez años que la he construido ante un auditorio de asnos. ! Ellos que no han encontrado donde estaba el yo (je) sobre ese grafo! Entonces, será necesario que yo se los explique. Para explicárselos es necesario que los prepare. Trabajamos. Se trata del trabajo. Esperemos que antes del final pueda decirles  como se sitúa para nosotros el trabajo, en el nivel de ese discurso del enseñante. Es extraño que eso entrañe la idea de frustración con las reivindicaciones que siguen, las pequeñas reconstrucciónes que uno distingue bajo el nombre de «revolución». Es extraño, es interesante, pero no puedo hacer desde ahora más que introducirla en ese punto preciso en que articulo que esa dimensión es conflictual. Es difícil designarla de otra manera.

He dicho que era extraño, que era interesante. Eso debería al menos incitarlos a reconocerlo, Yo la designaré por esa palabra extraña, no menos interesante pero extraña, que es la palabra verdad. !La verdad no se aprehende como así! ¿no es así?. Yo la introduje con seguridad, una vez, en su juntura con el saber, cuando traté de dibujar la topología, porque es difícil hablar de lo que sea en psicoanálisis sin introducir esta juntura. Esto muestra bien la prudencia que es necesario tener, porque Dios sabe que, a ese propósito, he recordado a los estúpidos que se fugan. Trataremos de aproximarnos a ella un poco más de cerca y ver como la realidad capitalista no tiene tan mala relación con la ciencia. Puede funcionar así aún un cierto tiempo, según toda apariencia. Hasta diría que no se acomoda del todo mal a aquélla. He hablado de realidad, no he hablado de real. He hablado de lo que se construye sobre el sujeto capitalista. Esto es lo engendrado al nivel de la reivindicación, fundamentalmente insertado sobre el reconocimiento; si esto no es así entonces el discurso de Marx no tiene ningún sentido lo que se llama la plusvalía, que es propiamente la incidencia científica en el orden de alguna cosa, que es del orden del sujeto. Evidentemente, en ciertos niveles eso no se acomoda del todo mal con la ciencia. Se envían a los órbitas espaciales objetos enteramente bien conformados en tanto que habitables. Pero no es seguro que al nivel más próximo, aquel donde es engendrada la revolución y las formas políticas que ella engendra, algo esté enteramente resuelto sobre el plan de esta frustración, que hemos designado como estando al nivel de una verdad. Sin duda, el trabajador es el lugar sagrado de este elemento conflictual que es la verdad del sistema, a saber, que un saber que se sostiene tanto más perfectamente que él, es idéntico a su propia percepción en el ser y se desgarra en alguna parte. Entonces demos ese paso que nos es permitido por el hecho que se trate, sin ninguna duda, de la misma sustancia. Tratemos lo que a él se refiere de la tela estructural, y demos nuestro golpe de tijera. Se trata del saber. Esto es por relación a él. Bajo su forma científica yo acabo de apreciar lo que a él se refiere en las dos realidades que se oponen en nuestro mundo político.

El saber —aunque haya un momento haya parecido cebar con él mi discurso— no es el trabajo. Puede valer por el trabajo, alguna vez, pero puede serles dado sin él. El saber, yendo al extremo es lo que llamamos el precio. El precio, eso se encarna alguna vez en el dinero, pero también el saber vale dinero y cada vez más.¿Esto debería aclararnos el precio de qué? Está claro: el precio de la renuncia al goce, originalmente. Es por allí  que comenzamos a saber de él un pequeño cabo. No hay necesidad de trabajo para ello. No es porque el trabajo implique la renuncia al goce, que toda renuncia al goce sólo se haga por el trabajo. Una iluminación nos sobreviene, así, para que ustedes sepan retener o contener, como he hecho alusión a ello la última vez para definir el pensamiento. Un pequeño tiempo de detención. Podrán percibir, por ejemplo, que la mujer no sólo vive de pan, sino también de vuestra castración —esto para los machos—. Después de eso ustedes conducirán más seguramente vuestra vida. Ese es un valor de uso. El saber no tiene nada que hacer con el trabajo. Pero para que algo se esclarezca en este asunto, es necesario que haya un mercado, un mercado del saber, que el saber devenga una mercadería. Pues allí está lo que se precipita y uno no tenía idea de eso. Por lo menos se debería tener una pequeña sugestión al ver la forma que toman las cosas, al ver el aire de feria que, desde hace algún tiempo eso tomaba, por ejemplo, en la Universidad. Hay cosas como esas de las cuales he hablado incidentalmente bajo otros ángulos. No hay propiedad intelectual, por ejemplo. Eso no quiera decir que no haya robo, hasta es así, que la propiedad comienza. Todo eso es bien complicado. Ello no comienza hasta que no se pagan las conferencias pronunciadas en el extranjero. Quiero decir que es en el extranjero que se las paga. Y he allí, que hasta en Francia eso comienza. Es a partir de ese momento que se puede discernir lo que otra vez he llamado en un círculo íntimo,»un precio-alto-el corazón» («un prix-haut-le coeur»). Se demuestra a cualquiera en vista de esta especie de especulación.

Pero todo esto no es más que anécdota. El saber deviene mercado no enteramente por el efecto de la corrupción ni por la imbecilidad de los hombres. Comprendan, por ejemplo, que la Sorbona —esto es bien conocido— era desde hace tiempo, el lugar elegido de esta suerte de cualidad negativa, de esta suerte de debilidad. Eso se conocía en todos los extremos del campo de la historia. Ya en el momento de Rabelais había puercos.  En el momento de los Jansenistas……eso no falla nunca, están siempre del lado bueno, es decir del malo. No es eso lo nuevo. No es allí que he buscado la raíz de lo que se llama ridículamente «los acontecimientos». No hay el más mínimo acontecimiento en este asunto. pero eso se los explicaré otra vez. El proceso mismo por donde se unifica la ciencia, en tanto ella toma su nudo de un discurso consecuente, reduce todos los saberes a un mercado único., y esta el la referencia nodal, aquello por lo cual nos interrogamos. Es a partir de allí, que podemos concebir que hay allí algo que, en tanto que pagado a su verdadero precio de saber, según las normas que se constituyen del mercado de la ciencia, es sin embargo obtenido por nada. Eso es lo que he llamado el plus de gozar. A partir de saber —lo que no es nuevo pero no se revela más que a partir de la homogeneización de los saberes sobre el mercado— uno percibe, en fin, que el goce se ordena y puede establecerse como buscado y perverso. ¿Qué es entonces, en esta ocasión lo que representa el malestar de la civilización, como se dice?  Es un plus de gozar obtenido de la renuncia al goce, siendo justamente respetado al principio del valor del saber.

¿El saber es un bien? Esta es la cuestión que se plantea porque su correlativo es aquel «non licet omnibus adire Corynthum» — como ya lo he dicho. En fin; no todo el mundo tiene acceso al plus de gozar. ¿Qué es entonces este asunto, pagado o no?. Hemos visto, el trabajo, que más alto. Pero ¿de qué se trata en ese registro? Lo que ya he apuntado, hace un momento, en cuanto a lo que surge de conflictual en la función de plusvalía, nos pone sobre la vía y eso es lo que he llamado, la verdad.

El modo en que cada uno sufre en su relación al goce, en la medida en que no se inserta allí  más que por la función del plus de gozar. He ahí el síntoma y el síntoma en tanto que el aparece a partir de esto: que no hay más que una verdad social media, una verdad abstracta. He ahí que resulta que un saber es siempre pago sin duda según su verdadero precio, pero por debajo del valor de uso que esta verdad engendra ; siempre para otros que aquellos que están en lo verdadera. He ahí lo que él comporta: la función del plus de gozar, de la Mehrlust. Y esta Mehrlust que se burla de nosotros, porque no se sabe precisamente donde anida.  He ahí porque  vuestra hija es muda, queridos niños. Es, a saber, porque, en Mayo eso ha tomado un giro violento. Una gran «toma de palabra» como se ha expresado alguien que tiene en mi campo un lugar no despreciable. Toma de palabra. Yo creo que uno se equivocaría en dar a esta toma una homología con la toma de una bastilla cualquiera. Preferiría una toma de tabaco o de leva. Es que era positivamente la verdad lo que se manifestaba en esa ocasión. Una verdad colectiva pero que es necesario ver en el sentido en que la huelga que no consonaba enteramente mal con esta verdad, es precisamente esta suerte de relación que suelda lo colectivo al trabajo. Hasta es lo único. Porque se cometería un error creer que un tipo que tipo que está en una cadena trabaja colectivamente. Es precisamente él quien hace el trabajo, cuando menos. En la huelga, la verdad colectiva del trabajo se manifiesta. Y lo que hemos visto en Mayo era la huelga de la verdad.

Allí  también  era evidente la relación a la verdad. La verdad se exhibía en los muros. Naturalmente es necesario recordar en aquel momento la relación que, felizmente, yo había puntuado tres meses antes, en tanto que la verdad de la boludez no existe sin plantear la cuestión de la boludez de la verdad. Hasta habría boludeces que se habrían dicho del discurso de Lacan. Eso lo reproducía así, seguramente por azar, casi textualmente. Eso tiende, evidentemente a que las cosas extraídas  de su contexto puedan ser verdades, pero ello no excluye que sean boludeces. Es precisamente por ello que yo prefiero un discurso sin palabras. Lo extraño fue que se vieron interrogaciones apasionadas. aquellas que surgían en el alma de lo que yo llamaría —pienso que ustedes verán perfilarse su silueta— el párroco comunista, cuya bondad no tiene límites en la naturaleza. Se puede allí  contar con recibir de él propósitos morales.  Son cosas que vienen con la edad. Había allí  alguien que yo delineo para siempre con el título de Mudger Muddle. Es un nombre que yo le doy. Es de mi invención, evoca al cocodrilo y el barro donde él se baña y el hecho que con una lágrima delicada, el les atraiga a su mundo bienhechor.

Reencontré a Mudger Muddle en las calzadas de bulevar Saint-Germain. Me dijo que buscaba la teoría marxista y que estaba inundado por la dicha que todo eso respiraba. Pero no se le había ocurrido la idea que la dicha pudiera provenir de la huelga de la verdad. Con el peso que ella tiene sobre nosotros en cada momento de nuestra existencia, podemos dar cuenta de lo que es no tener con ella más que una relación colectiva. Yo no hago ninguna depreciación por el hecho que esas verdades que se exhibían sobre los muros, algunas veces fueron boludas. Se los he dicho. Nadie destaca que ellas estén también en mi discurso. Es porque el mío provoca temor. Pero sobre los muros también provoca temor. Y es precisamente un temor sin igual. Cuando la verdad colectiva surge se sabe que todo el discurso puede  abandonar el campo. He ahí esto, es volver un poco a la fila. Pero eso incuba. Es por eso que los capitales abandonan el campo.

En tanto me he arriesgado hoy a dar mi interpretación de lo que se llaman los acontecimientos quisiera decirles: no creo sin embargo que eso detiene el proceso. Se equivocarían en no percibir que, por el momento, no es cuestión de que se detenga lo que he llamado el mercado del saber. Pero son ustedes mismos quienes tratarán de que se establezca de más un mas. La aparición en la Reforma de una noción como la del la unidad de valor, al nivel de los pequeños hipócritas que quieran discernirlo para ustedes, en fin la unidad de valor es eso, el signo de eso que el saber va a devenir de más en más en ese campo, en ese mercado que se llama la Universidad. Entonces, con seguridad, esas cosas deben ser seguidas de más cerca, para simplemente, que se localice allí lo que es bien evidente: que la verdad puede tener allí funciones espasmódicas, pero que no es enteramente eso lo que regulará para cada uno su existencia   de sujeto.  De eso que a la verdad —se los he recordado la última vez en un texto, he sido muy gentil— le he hecho sostener los propósitos más inteligentes que podía atribuirle, los he tomado prestados de lo que digo cuando no digo la verdad.

Dicho de otro modo: ningún discurso puede decir la verdad. El discurso que se sostiene, es aquel que puede sostenerse suficiente tiempo sin que haya razón de demandarle razón de su verdad. Aguarden allí  al pie del muro, aquéllos que podrán presentarse ante ustedes, diciéndoles: «El psicoanálisis, ustedes saben, lamentablemente, no se puede decir nada de él». No es el tono de lo que ustedes deben exigir si quieren dominar ese mundo con un valor que se llama el saber. Si un discurso se hurta, ustedes no tienen más que una cosa: demandarle razón de su por que. Dicho de otro modo, un discurso que no se articula por decir algo, es un discurso de vanidad.

No crean que el hecho de decir que todo es vanidad —eso sobre lo cual les he dejado la última vez— sea otra cosa aquí que un anzuelo sobre el cual, como se los he dicho, he querido dejarles partir con el alma en paz. hasta que retome ese discurso y eso que se refiere a quienes plantean el principio de una esencial vanidad de todo discurso, es allí que aquel que yo sostengo tendrá la próxima vez que ser retomado en su conjunto.