Seminario 16: Clase 21, del 21 de Mayo de 1969

El sistema de ninguna parte. He ahí, podría decirse, lo que nos falta exponer. Es precisamente allí que tomará su sentido, al fin, el término de utopía, pero esta vez realizada —si pudiera decirlo— desde el buen extremo. La vieja «nullibiquidad» (nullibiquité) a la cual en los antiguos tiempos, yo había dado el lustre que ella merece por haber sido inventada por el obispo Wilkins. ¿Qué es ese «no está en ninguna parte»?. Se trata del goce. Lo que la experiencia analítica demuestra,  aún es necesario decirlo es que, por un lazo a algo que no es otra cosa que lo que permite la emergencia del saber, el goce está excluido. El círculo se cierra. Esta exclusión sólo enuncia el sistema mismo, en tanto que éste es lo simbólico. Pues allí que él se afirma como real, real, último del funcionamiento del sistema mismo que lo excluye.

Ninguna parte. Helo aquí vuelto nuevamente por todos lados, desde esta exclusión misma que es todo aquello por cual él se realiza. Y está precisamente allí, se sabe, aquello a lo cual se liga nuestra práctica: desenmascarar, develarlo, allí dónde debemos atenderlo: en el síntoma; desenmascarar esta relación al goce, nuestro real, pero en la medida en que está excluido.

Es a ese título que anticipamos como soporte estos tres términos: el goce en tanto que está excluido, el Otro como el  lugar donde ello se sabe, el a como efecto de la caída que resulta pues esta es la apuesta del asunto, que de esto resulte que, en el juego del significante, sea el goce a quien, sin embargo, se apunta. Que el significante surja de la relación indecible de ese algo que de haber recibido ¿de dónde? ese medio, el significante, esta impresión (frappé) por una relación a ese algo que desde allí se despliega y que va a tomar forma como Otro. Ese lazo del sujeto del Otro, a quien le ocurren avatares, que no ha dicho su última palabra y es precisamente aquello que nos cuenta; he ahí en el nivel de qué término situaremos este psicoanálisis que le es, si pudiera decirlo, desde su momento de origen, la experiencia salvaje, nacida sin duda en un relámpago excepcional por la voz de Freud y que, después no cesa de ser, gracias a la merced de vertientes que se ofrecen a ella y que son idénticas a aquélla misma, en la red de las cuales el sujeto que ella traza es captado.

Quisiera partir de algo tan próximo como sea posible. ¡Tengan!. Me verán en la moral que quieran, analítica, si les place, u otra, poco importa. Bien. He allí un objeto por el cual tengo una preferencia, una preferencia a título de aparato. Es una lapicera que está tan próxima como es posible de un portaplumas por su delgadez. «Porta-plumas» en el sentido antiguo, antediluviano. Sólo hay muy pocas personas que se han servido de él. Ella es así, de un contenido muy débil en tanto, lo ven, su depósito, en tanto puede entrar, por terminar, por llegar a quedar reducido a algo que se sostiene en el hueco de la mano. Su depósito es de un contenido muy débil. Resulta de ello que es muy difícil de cargar porque se producen efectos osmóticos, lo que hace que cuando se vuelque la gota, la gota es justo a la medida  de su entrada. Es, entonces, demasiado incómoda. Y sin embargo, yo la tengo allí. Yo le tengo una preferencia muy especial, por la razón que ella realiza un cierto tipo de portaplumas con una pluma, una verdadera pluma y no algo rígido como se hace ahora (…) donde eso se sabe; y que es lo que no se ve, si se le abre esta dimensión que, al menos para algunos, y me atrevo a decirlo, existe para cada uno. Para algunos es enteramente prevalente, pero para todos constituye un fondo. Hay alguna parte donde eso se sabe, todo eso que ha ocurrido.

El significante de A, en tanto que entero, en tanto uno se interroga en esta vía, se reconoce como estando implícito y, para el neurótico obsesivo, es mucho más que para otros.

Es por allí, al nivel de la historia, en tanto que es para ello que he tomado este sesgo es sugerida no del todo directamente por el sujeto pero, al fin, por la suerte de los objetos. Es por esta vía que es sensible lo que tiene de loca esta presuposición de un lugar cualquiera donde ello se sabe. Esto es importante porque está claro que el «ello se sabe», versa, inmediatamente, sobre el interés que toma la cuestión: allí donde ello se sabe en el sentido neutro en que lo hemos introducido es allí donde se plantea la cuestión si ello se sabe a sí mismo. La reflexibilidad no surge de la conciencia sino por ese rodeo que es necesario verificar, es que allí donde se supone que ello se sabe continuar todo, ¿es que se sabe que ello se sepa?. Si se lo interroga sobre lo que se refiere a la actividad matemática, acerca de la cual es humorístico constatar que, especialmente el matemático es siempre tan capaz de no decir nada en su fondo, si no es que él sabe muy bien lo que eso es cuando él hace matemáticas. En cuanto a decirles a ustedes en qué el lo discierne, hasta el presente, ¡silencio!.

Emitimos un enunciado que, quizá, comenzaría por esa vía: organizar cosas, cosas que se dicen de un modo tal que ello se sabe a sí mismo, seguramente, en todo instante y que ello puede testimoniar de eso. Como me lo decía recientemente alguien, matemático, con quien yo hablaba de eso, lo que carácteriza un enunciado matemático es su libertad de contexto. Un teorema puede enunciarse totalmente sólo y defenderse. Lleva en él esta dosis suficiente de recubrimiento en sí mismo que lo hace libre del discurso que lo introduce. La cosa debe ser revista de cerca. Es importante marcar este lado de diferencia con que los otros discursos donde toda cita arriesga ser abusiva a la vista de lo que se encierra, y que se llama contexto. Esta subsistencia del «ello se sabe» instantáneo como tal, se acompaña de eso que ella supone, que todo lo que allí se alcanza, «ello se sabe» en el sentido de «ello se recubre a sí mismo», eso se sabe en su conjunto. Es decir que lo que es revelador es que el supuesto de un discurso que aspira a poder, enteramente, recubrirse a sí mismo encuentra límites. Encuentra límites precisamente en tanto existen allí puntos que no son planteables, cuya primer imagen será, en fin, dada por el conjunto de los números enteros y por eso que se articula, aquí definido como siendo más grande que uno cualquiera; eso no es allí, precisamente no planteable entendemos en esta serie infinita, como se dice, de los números enteros.

Es precisamente que ese número esté excluido y precisamente en tanto que símbolo en ninguna parte puede ser escrito ese número más grande que algún otro; es muy precisamente de esta imposibilidad de escribirlo que toda la serie de los números enteros extrae esto que ella tiene: no es una simple grafía de una cosa que puede escribirse sino que es algo que está en lo real. Es de este imposible mismo de donde surge ese real. Ese mecanismo es, precisamente lo que permite retomarlo al nivel del símbolo; inscribir , a título de transfinito ese signo, hasta no planteable al nivel de la serie de los enteros, y comenzar a interrogar sobre lo que se puede operar al nivel de la serie de los enteros, y de darse cuenta que, efectivamente ese signo, símbolo retomado al nivel de lo hace la realidad de toda la serie de los enteros, permite un nuevo tratamiento simbólico, donde las relaciones receptibles en el término de la serie de los enteros pueden ser retomada, no todas, sino muy ciertamente, una parte de ellas. Y este es el progreso que se prosigue en un discurso tal que, para saberse a cada instante, él nunca se encuentra sin reencontrar esta combinación de los límites con estos agujeros que se llaman infinito. Es decir, no aprehensible hasta que justamente él sea, por ser retomado en una estructura diferente reductible a ser en este límite, la aporía, no siendo en ningún caso más que la introducción a una estructura del Otro. Esto es lo que se ve demasiado bien en la teoría de los conjuntos en la cual se puede avanzar un cierto tiempo, en efecto, inocentemente y que nos interesa de un modo particular, porque, después de todo, al nivel más radical que debemos atender, a saber esta incidencia del significante en la repetición, en apariencia nada objeta en primer lugar a que A no sea más que la inscripción entera de todas las historias posibles. Cada significante reenvía tanto más al Otro de lo que él puede reenviar a sí mismo en tanto que otro. Nada hace, pues, obstáculo a que los significantes se repartan de un modo circular. Eso que, a ese título, permite muy bien enunciar que hay conjunto de todo lo que de sí no se identifica a sí mismo. Al girar en redondel es perfectamente concebible que todo se ordene, hasta el catálogo de todos los catálogos que no se contienen a sí mismos. Es perfectamente admisible, con la sola condición que se sepa y esto es cierto que ningún catálogo se contiene a sí mismo sino por su título. Eso no impide que el conjunto de todos los catálogos tenga ese carácter cerrado, que cada catálogo, en tanto que no se contiene a sí mismo, pueda siempre ser inscripto en otro que él mismo contiene. La única cosa excluida, si rozamos la red de las cosas, es el trazado que se escribiría así: aquél que admite de un punto a otro de una red cualquiera y de una red orientada que excluye, si se reenvía a un cierto número de otros puntos, d, e, f; que excluye el que b reenvíe a sí mismo. Basta en esta ocasión que b reenvíe a c y que c mismo reenvíe a b para que no haya ningún obstáculo a la subsistencia correlativa de b y c, y que una totalidad los envuelva. Si algo nos interroga, es justamente la experiencia analítica como ubicando en alguna parte ese punto al infinito, de todo lo que se ordena en el orden de las combinaciones significantes. Ese punto al infinito irreductible en tanto que concierne a un cierto goce, permaneciendo problemático y que para nosotros instaura la cuestión del goce bajo un aspecto que no es ya externo al sistema del saber.
seminario 16, clase 21
Ese significante del goce, ese significante excluido, en la medida que él es aquél que promovemos bajo el término de significante fálico. He allí eso alrededor de lo cual se ordenan todas esas biografías, a las cuales la literatura analítica tiende a reducir a lo que se refiere a las neurosis.

Pero eso no es porque no podemos recubrir de una homología tan completa como sea posible, las relaciones llamadas interpersonales de lo que llamamos un adulto-adulto, es necesario decirlo, forzosamente adulterado en tanto lo que reencontramos a través de sus relaciones, lo buscamos en esta biografía segunda que llamamos original, que es la de sus relaciones infantiles, y que allí, al cabo de un cierto tiempo de acostumbramiento del analista, tenemos por recibidas las relaciones tensionales que se establecen en el lugar de un cierto número de términos: el padre, la madre, el nacimiento de un hermano o de una pequeña hermana que consideramos como primitivos, pero que, con seguridad no toman ese sentido, no toman ese peso más que en razón del lugar que tienen, por ejemplo, en esta articulación tal habría quizá, otras más elaboradas que ellas, lo deseo pero tal de hecho como aquélla que les articula a la vista del saber, del goce y de un cierto objeto. En tanto que, primordialmente, es por relación a ellos que se van a situar todas esas relaciones primordiales, de las cuales no basta hacer surgir la simple homología en un retroceso a la vista de aquel que viene a confiarnos sus relaciones actuales, pero de las cuales lo queramos o no, lo sepamos o no hacemos sentir el peso, la presencia y la instancia en todo el modo en el cual nosotros comprendemos esta segunda biografía primera llamada infantil y que no está allí más que para enmascarar, muy a menudo, la cuestión sobre la cual tendríamos nosotros que interrogarnos verdaderamente. Entiendo, nosotros analistas, a saber lo que determina de este modo la biografía infantil, y cuyo resorte no es siempre bien evidente, más que en el modo en el cual se han presentado lo que nosotros llamamos deseos, en el padre, en la madre, y que por consiguiente, nos incitan a explorar no sólo la historia sino el modo de presencia bajo el cual cada uno de estos tres términos: saber, goce y objeto a, han sido ofrecidos efectivamente al sujeto. Esto es lo que hace, y es allí que yace lo que llamamos impropiamente la elección de la neurosis, hasta la elección entre psicosis y neurosis. No ha habido elección. La elección estaba ya hecha al nivel de lo que se ha presentado al sujeto pero que no es perceptible, ubicable, más que en función de los tres términos tales, como vamos aquí a tratar de desprenderlo.

La cosa tiene más de un alcance. Ella tiene historia de eso. Quien no concibe que, si es necesario plantear lo que significa el psicoanálisis en la historia, y si algunas elecciónes le son ofrecidas a ella, es en la medida en que vivimos en un tiempo que en la dimensión de la comunidad, las relaciones del saber y del goce, no son las mismas que podían ser, por ejemplo, en tiempos antiguos y que, seguramente, no podemos tener por aproximable nuestra posición a aquélla, por ejemplo, de los epicúreos o de una escuela similar. Había una cierta posición de retracción a la vista del goce que para ellos era posible, de un modo, en alguna forma, inocente. En un tiempo en el cual por la puesta en juego de lo que llamamos el capitalismo, una cierta posición nos incluye a todos en la relación al goce de un modo carácterístico, si se puede decir, por la «arete» de su pureza. Que lo que se llama explotación del trabajador no consiste, precisamente, en que el goce esté excluido del trabajo y que al mismo tiempo, él no le dé todo su real de la misma suerte que nosotros hemos evocado —hace un momento— el efecto del punto al infinito. Es por allí que se suscita esta suerte de aporía que es, precisamente lo que sugiere el sentido nuevo a la vista del imperio de la sociedad, el sentido nuevo —sin precedente en el contexto antiguo— que toma la palabra «revolución» y es esto en lo cual diremos nuestra palabra, para recordar que ese término es como Marx perfectamente lo ha visto, en el cual él articula la única cosa que se ha encontrado hasta el presente. Esto es, la solidaridad estrecha de ese término que se llama revolución con el sistema mismo que lo soporta, que es el sistema capitalista. Que tengamos allí algo que puede, quizás, ofrecer la apertura para una serie de ejemplos en lo que puede ser una juntura donde se abriría ese círculo; éste es el interés del  psicoanálisis, quiero decir su interés en la historia. Esto es, por otra parte, eso en lo cual él puede desfallecer tan integralmente como se puede. Pues, al tomar las cosas al nivel de la biografía, lo que vemos ofrecerse al giro que constituye biográficamente el momento de eclosión de la neurosis, de la elección que se ofrece y que se ofrece de un modo tanto más urgente que es él mismo en tanto determinante de ese giro; la elección entre lo que es presentificado, a saber la aproximación de ese punto de imposibilidad, de ese punto al infinito que es siempre introducido por la aproximación de la conjunción sexual y la fase correlativa que se enuncia por el hecho que, al nivel del sujeto, en razón del tiempo prematuro —pero, ¿Cómo no sería siempre prematura a la vista de la imposibilidad?— en razón del tiempo prematuro donde vienen a jugar, en la infancia lo que, esta imposibilidad le proyecta, le enmascara, le desvía de deber ejercitarse en términos de insuficiencia, de no estar, en tanto que viviente, viviente y reducido a sus propias fuerzas, forzosamente no a la altura. La coartada tomada de la imposibilidad en la insuficiencia es, por otra parte, la pendiente que puede tomar la dirección —como lo he recordado— del psicoanálisis y que, después de todo no es —no ya humanamente hablando— algo donde, en efecto no podamos sentirnos los ministros de un auxilio que, sobre tal o cual punto, a propósito de tal o tal persona, puede ser la ocasión de un beneficio.

Por otra parte, no está allí lo que justifica al psicoanálisis. No es allí desde donde él ha surgido. No es allí donde tiene su sentido. Y por una simple razón: es que no está allí aquello de lo cual el neurótico nos testimonia. Pues eso de lo cual nos testimonia el neurótico, si queremos entender lo que nos dice por todos sus síntomas, es que allí se ubica su discurso, está claro que lo que él busca es otra cosa por igualarse a la cuestión que él plantea. El neurótico, ya se trate de la histérica o del obsesivo —haremos ulteriormente el lazo de las dos vertientes con este objeto a, que hemos producido en la eficacia de la fobia; el neurótico pone en cuestión lo que se refiere a la verdad del saber, u muy precisamente en que él suspende al goce. Replanteándose la pregunta ¿tiene razón?. Sí, ciertamente, en tanto sabemos que no es más que por esta dependencia que el saber tiene su estatuto original, y que en su desarrollo él articula su distancia. ¿Tiene razón?. Su discurso, ciertamente, es dependiente de lo que se refiere a la verdad del saber. Pero como lo he articulado ante ustedes, no es porque ese discurso lo releve de esta verdad para que él esté en lo verdadero, la coherencia de la suspensión del saber en la prohibición del goce no hace legible, en la medida en que eso que a un cierto nivel se enuncia —ese nudo constitutivo, y por otra parte, ¿por qué no traduciría él también, en último término, una cierta forma de aporía?. Lo he dicho hace un momento, en lo que se ofrece como posición tomada en el nivel de los impases que se formulan como ley del Otro, cuando se trata de lo sexual. Yo diré que, en último término, después de haber sido cribado este tema por mí, tanto como he podido, las caras  bajo las cuales se distinguen el obsesivo y la histérica, la mejor fórmula que podré dar procede, precisamente, de lo que se ofrece al nivel de la naturaleza como solución del impase a esta ley del Otro. Para el hombre, quien tiene que llenar la identificación a esta función llamada del padre simbólico, la única a satisfacer y, es en ello que es mítica, para el hombre la posición del goce en lo viril en lo que se refiere a la conjunción sexual, en lo que se ofrece al nivel de lo natural es, precisamente, lo que se llama saber por el amo. Y en efecto, eso ha sido, lo es probablemente aún, eso ha sido y permanece aún suficientemente al alcance de alguno.

Diré que el obsesivo es aquél que rehusa tomarse como un amo, pues, a la vista de lo que se trata — la verdad del saber— lo que le importa es la relación de ese saber al goce, y de ese saber lo que él sabe es que él no tiene nada, nada de otra cosa de lo que resta de la incidencia primera de su interdicción, a saber: el objeto a. Todo goce es para él, aceptable, sólo como un trato con aquel, el Otro como entero, para él siempre imaginado fundamental, con el cual él trata el goce que para él no se autoriza más que por un pago, pago siempre renovado en un insatisfacible tonel de las Danaides, en ese algo que no se iguala nunca y que hace de las modalidades de la deuda el ceremonial donde sólo él reencuentre su goce. A la inversa, en el opuesto, la histérica de la cual no es por nada que ella se reencuentra en el opuesto, en esta forma de la respuesta a los impases del goce. La histérica— y es precisamente por ello que ese modo se encuentra más especialmente en las mujeres— la histérica se carácteriza por no tomarse por la mujer, pues, en este impase, en esta aporía, tan naturalmente como para el amo, las cosas se ofrecen bastante por igual a la mujer, para llenar un rol en la conjunción sexual donde naturalmente ella tiene bastante parte.

Lo que esta histérica —se dice— reprime, pero que en realidad ella promueve, en ese punto al infinito del goce como absoluto. Ella promueve la castración al nivel de ese nombre del padre simbólico, en el lugar del cual ella se plantea como queriendo ser, en el último término, su goce. Y es por que este goce no puede ser alcanzado que ella rehusa todo otro que para ella pudiera tener ese carácter de disminución de no tener; lo que es verdad de ahora en más no tiene nada que hacer con lo externo, más que por estar al nivel de la suficiencia o la insuficiencia, a la vista de esa relación absoluta que se trata de plantear.

Lean y relean las observaciones de las histéricas a la luz de estos términos y verán de que otro modo más que como anécdota, como un giro biográfico en redondo que la transferencia ha localizado y que sin duda resuelve para hacerla más manejable, pero no hace más que atemperar, para comprender el resorte de lo que nos viene como apertura, hiancia que de algún modo, por otra parte, empleamos en calmar. No es esencial ubicar este resorte en donde surge y que no es otra cosa que eso en lo cual el neurótico reinterroga esta frontera que nada puede, de hecho, suturar: aquélla que se abre entre saber y goce.

Si, en la articulación que he dado del 1 y del a, que no es ciertamente promovida aquí por azar ni de un modo caduco, que no es otra cosa se los he dicho que eso en lo cual se escribe, en un modelo matemático, y que no hay que sorprenderse de ello pues esta es la primera cosa que se tiene que encontrar se inscribe en una serie lo que se conjuga en la simple repetición del 1, con la única condición que escribamos su relación bajo la forma de una adición: después de dos 1 un 2, y de continuar indefinidamente, el último 1 junto al 2, un 3; el 2 al 3 un 5, y después de eso un 8 y después de eso un 13 y así seguidamente. Es esto se los he dicho aquello que, por la proporción que se engendra más y más estrecha, a medida que los números crecen, define estrictamente la función del a. La serie tiene esta propiedad de denunciar, de ser retomada en el sentido inverso, procediendo por sustracción, de culminar en un límite en el sentido negativo, lo que, marcado por esta proporción del a, irá siempre disminuyendo, lleva a que se haga en ese sentido, la suma, en un límite perfectamente finito que, entonces, retomado, es un inicio. Lo que hace la histérica puede inscribirse en ese sentido, a saber, que él o ella sustraen a ese a como tal al 1 absoluto del Otro, al interrogarlo. Al interrogarlo si él libra o no ese 1 último, que tenga suerte su seguridad. En ese proceso, es fácil con ayuda del modelo que acabo de recordar demostrar que a lo mejor, todo su esfuerzo digo el esfuerzo de la histérica después de haber puesto en cuestión ese a, no será nada más que reencontrarse tal, estrictamente igual a ese a y a ninguna otra cosa. Tal es aquí el drama que se traduce al ser transpuesto del nivel donde está, donde se enuncia de un modo  perfectamente correcto al otro se traduce por la irreductible hiancia de una castración realizada. Hay otra salida del impase abierto por la histérica para que eso sea resuelto al nivel de los enunciados a ese nivel que he carácterizado por el alfiloteado «famil»  que la reencuentra con la castración. Pero en el otro nivel, el de la enunciación, aquél que promueve la relación del goce y del saber, que no sabe que los ejemplos históricos ilustrados no dejan percibir que al nivel de un saber, que sería saber recubriéndose de un saber experimentado de la relación tal como ella se presenta, de la relación sexual tal como ella no se percibe más que por la aprehensión de ese punto al infinito, que es impase y aporía, ciertamente, pero que es también límite, la solución puede ser encontrada en un equilibrio subjetivo, con la única condición que sea pagado el tributo justo del edificio de un saber.

Para el obsesivo todos saben que es lo mismo. Todos saben que todo un sector depende de la productividad del obsesivo. Hasta los más ciegos, los más formados en la realidad histórica se han dado cuenta de su contribución a lo que se llama el pensamiento. ¿No está también allí lo que expresa su límite, lo que necesita en más alto grado ser exorcizado?. Es precisamente allí donde Freud lleva la cuestión, cuando nos habla del ritual obsesivo con la religión. Seguramente toda religión se sostiene en lo que se refiere a estas prácticas, y esto es lo que angustiante de la apuesta de Pascal, hacernos dar cuenta que, al tomar las cosas mismas al nivel de la promesa, al probarse partidario del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob y al rechazar al otro, al rechazarlo al punto de decir que uno no sabe ni si él es, ni aún más seguro, lo que él es sin embargo allí al nivel de si él es o no, de par o impar donde él interroga, en la apuesta, porque él es captado  vista su época en esta interrogación  del saber. Es allí donde yo les dejaré hoy.