Seminario 16: Clase 3, del 27 de Noviembre de 1968

Hemos llegado la última vez a un punto que ordena hoy, que les procure algunos  esclarecimientos que yo llamaré  topológicos. No es cosa nueva que lo introduzca aquí, pero conviene que lo conjugue con eso que, precisamente he introducido este año, bajo esa forma que designo como la relación del saber a algo, ciertamente más misterioso, más fundamental, a algo cuyo peligro está en ser tomado en la función de un fondo, por relación al campo de una forma, en tanto se trata de otra cosa, que he llamado el goce. El goce del cual no es suficientemente evidente que haga la sustancia de todo eso de lo cual hablamos en el psicoanálisis. Es precisamente por allí que él no es informe; el goce tiene aquí ese alcance que nos permite introducir esta función propiamente estructural, que es la del plus de gozar. Ese plus de gozar apareció en mis últimos discursos, en función de homología por relación  a la plusvalía marxista; homología, está bien dicho y he subrayado que su relación no es de analogía. Se trata precisamente de la misma cosa. Se trata precisamente de la misma tela en tanto que de lo que se trata es del trazo de cincel del discurso. ¿Me hago entender bien?.

Si es precisamente verdad lo que está interesado aquí, en el mío —pues esa relación del plus de gozar en la plusvalía, el que sigue desde tiempo suficiente lo que yo enuncio, ve alrededor de que función gira esa relación— es la función del objeto a. Este objeto a, si lo he inventado en algún sentido es del modo en que puede decirse que el discurso de Marx inventa —que sería decir que es su hallazgo— la plusvalía. Esto no quiere decir, con seguridad, que no haya sido anticipado antes en mi propio discurso; es lo que se ha llamado, pero de modo francamente insuficiente, tan insuficiente como era la definición de la plusvalía antes que la haga aparecer en su rigor el discurso de Marx. Pero lo importante es plantear la cuestión de lo que nosotros podemos pensar del hecho mismo del hallazgo, si en primer lugar, yo lo defino como efecto de un discurso. Pues no se trata de teorías en el sentido en que ellas recubrirías algo que, en un momento dado, devendría aparente. El objeto a es efecto del discurso analítico y como tal, lo que yo digo de él no es más que este efecto mismo. ¿Es esto decir que no es más que artificio creado por el discurso analítico? Allí está el punto que yo designo y que es consistente con el fondo de la cuestión, tal como la planteo en cuanto a la función del analista. Si el analista mismo no fuera efecto, yo diría más, ese síntoma que resulta de una cierta incidencia en la historia, implicando la transformación de la relación del saber con ese fondo enigmático del goce, de la relación del saber en tanto que él es determinante para la posición del sujeto, no habría ni discurso analítico, ni seguramente revelación de la función del objeto a.

Pero la cuestión del artificio, ustedes lo ven bien, se modifica, se suspende, encuentra su mediación en ese hecho; que lo que es descubierto en un efecto de discurso, ha aparecido ya como efecto de discurso en la historia. Que el psicoanálisis, dicho de otro modo, no aparezca como síntoma más que en la medida que un giro del saber en la historia —yo no digo de la historia del saber— más que un giro de la incidencia del saber en la historia ya concentrado allí, si pudiera decirlo para ofrecérnoslo, para poner a nuestro alcance esta función. Hablo de aquella definida por el objeto a. Está claro, que nadie, salvo mi traductora italiana, a la cual no ofenderé  su  modestia, por el hecho que ella ha perdido el avión esta mañana y no está aquí, quien se dio cuenta demasiado bien, hace algún tiempo, de la identidad de esta función de la plusvalía y del objeto a…¿ por qué no lo habrían enunciado algunas personas más, si es tan así que ello pudo hacerse y no me fue comunicado nunca? Allí está lo extraño. Lo extraño, que seguramente, se atempera al captar sobre lo vivo —como yo hago, es mi destino— la dificultad del progreso de ese discurso analítico, la resistencia que se acrecienta a medida misma que él prosigue.

Y no es singular, en tanto que tengo allí un testimonio que después de todo toma su valor, el de venir de alguien que es de una generación de las más  jóvenes, no es singular el ver, por un efecto que, seguramente, no designaré por ser el de mi discurso, sino por ser el del progreso de la dificultad creciente que se engendra, de lo que he llamado de esta absolutización del mercado del saber. He podido notar frecuentemente, cuanto más  fácil es mi intercambio con la generación que viene con aquellos que, después de todo, por una pequeña experiencia de cálculo que puedo hacer sobre la media de edad, digamos, con aquellos que tienen 24 años. No iré a decir que a los 24 años todo el mundo es lacaniano, pero seguramente se lo es de alguna manera. Nada de lo que he podido encontrar en el tiempo, como se dice, como las dificultades para hacer entender ese discurso se producen, por lo menos no en el mismo lugar, allí donde debo atender a alguien, digo aún, no siendo psicoanalista, sólo abordan los problemas del saber bajo su ángulo más  moderno y digamos con alguna apertura sobre el dominio de la lógica.

Por otra parte en tanto és al nivel de ésta generación que uno se pone —he ya tenido ecos  de ello, frutos, resultados— a estudiar mis escritos, lo mismo que al comenzar a producir eso que se llama diplomas o tésis, brevemente, someterlos a la prueba de una transmisión universitaria, he podido recientemente, y no enteramente sorprendido por ello, constatar, seguramente la dificultad que tienen esos jóvenes autores en extraer de esos escritos eso que puede llamarse una forma que sea receptuable y clasificable en lo que se les ofrece como cajón. Seguramente lo que se les escapa,. la mayor parte, es eso que está allí adentro, lo que hace su peso y esencia, lo que, sin duda retiene a esos lectores de los cuales siempre me sorprendo por saberlos tan numerosos. Es la dimensión del trabajo lo que precisamente se representa allí. Quiero decir que cada uno de ellos, cada uno de esos escritos representa algo que yo he tenido que desplazar, impulsar, acarrear en el orden de ésta dimensión de resistencia, que no es de orden individual, que es sólo por el hecho que las generaciones ya en tiempo en que yo comenzaba a hablar, se reclutaban ya a un nivel más adulto, esa relación en pleno deslizamiento al saber que se encontraba, para decirlo todo, formada, de todos modos; de un modo tal, que nada en sí, sería más difícil que situarlos al nivel de esa experiencia enunciadora, denunciadora que es el psicoanálisis. Es precisamente por eso que lo que trato hoy de articular, lo hago con una cierta esperanza, que algo se conjugue y que sea lo que sea nos ofrece a la atención de las generaciones más  jóvenes, con lo que efectivamente se presenta como un discurso. Por otra parte que no se espere de ningún modo que ese discurso pueda hacerse profesión articulada de una posición de distancia, en el lugar de lo que verdaderamente se opera en ese progreso del discurso analítico. Lo que yo enuncio del sujeto, como efecto él mismo del discurso, excluye absolutamente que el mío haga sistema, en tanto que lo que hace su dificultad está en indicar, por su proceso mismo, como ese discurso mismo, es comandado por una subordinación del sujeto, del sujeto psicoanalítico, del cual me hago aquí soporte por relación a eso  que lo comanda y que sostiene a todo el saber.

Mi posición, todos lo saben, es idéntica en muchos puntos a aquella que, bajo el nombre de epistemología, plantea una cuestión que podría, en alguna suerte, definirse siempre por esto: ¿qué del deseo que sostiene del más oculto eso que es el discurso, que es aparentemente el más abstracto, digamos el discurso matemático?. Sin embargo la dificultad es de un orden enteramente diferente al nivel en que debo ubicarme, por la razón que si el suspenso puede ser puesto sobre lo que anima el discurso matemático, esta claro que cada una de esas operaciones está hecha para obturar, elidir, recoser, suturar esta cuestión en todo momento y recuerden lo que aquí  apareció —ya hace cuatro años— bajo la función de la sutura. Entonces, que, al contrario de lo que se trata en el discurso analítico es de dar su presencia plena a esta función del sujeto, al contrario regresando ese movimiento de reducción que está en el discurso lógico perpetuamente descentrada y de un modo tanto más problemático, en tanto no nos es permitido de ningún modo suplirla en lo que es falla, sino por artificio e indicando precisamente lo que hacemos en este instante, cuando nos permitimos designar esa falta, efecto de la significancia de algo que, pretendiendo significarla, no podría ser, por definición, un significante.

Si indicamos significante de A/ [A mayúscula barrada] es de algún modo para indicar esa falta, como lo he articulado ya muchas veces esa falta en el significante ¿qué es lo que representa esa falta en el significante?. Si por otra parte podemos admitir que esa falta sea algo específico en nuestro destino de extraviados —allí nosotros designamos la falta— ha sido siempre la misma y si hay algo que nos ponga en relación con la historia, es el concebir durante cuanto tiempo los hombres han podido pasar allí.

Pero no es esta la cuestión que yo vengo hoy a aquí a promover ante ustedes. Hoy por el contrario, se los he dicho: se trata de topología. Si existe una fórmula que he repetido estos días, estos tiempos, con insistencia es aquella que enraíza la determinación del sujeto en que un significante lo representa, lo representa para otro significante. Esta fórmula tiene la ventaja de insertarse en una concepción más  simple más  reducida, aquella de un significante 1 a un significante 2. Es lo que nos hace partir para no perdernos —no perder ni un sólo instante más— la dependencia del sujeto. La relación de ese significante 1 a ese significante 2, todos aquellos —y no es enteramente raro el poder esperarlo, a partir de un cierto momento— todos aquellos que tienen alguna audición de lo que se refiere a la lógica, en que es probablemente en la teoría de los conjuntos, lo que se llama un par ordenado. No puedo dar aquí su indicación, dispensado de lo que, sobre tal demanda que me llega, haré su comentario más tarde.

Esta referencia teórica es, por otra parte, importante de ser destacada aquí. Sin embargo, lo que yo llamo mi discurso, no data de ayer. Quiero decir que, como se los he enunciado la última vez, hay algo al borde de lo cual nos lleva nuestro camino;  es lo que ya está construido al nivel mismo de la experiencia y yo diría del trabajo, del trabajo que consiste en hacer entrar en mi discurso, en yo diría provocante, aquellos que quieren superar el obstáculo que reencuentra ese sólo hecho, que ese discurso, en un momento haya sido comenzado en el seno de una institución que, como tal, estaba hecha para suspenderlo. He tratado de situar ese discurso, de construirlo en su relación fundamental al vínculo del saber, en algo que algunos de aquellos que han podido abrir mi libro habrán podido encontrar en cierta página dibujado bajo el nombre de grafo. Hace diez años ya que esta operación alcanzo su venida al día. En el seminario de 1957-58 sobre las formaciones del inconsciente, para marcar bien las cosas en lo vivo de eso de lo cual se trata, diré que es por un comentario del witz, del chiste —como Freud se expresa— el chiste, digo yo, que esta construcción comienza.

En verdad no es para referirme a ese discurso mismo, que he empleado eso directamente —para retomar aquí  el punto en que lo había dejado la última vez— sino más  bien a algo que es necesario decirlo, sin ser perfecto y aún sin testimoniar singular negligencia, tiene sin embargo, el alcance de testimoniar en que fecha, a saber en el boletín psicológico, ese extracto, ese resumen fue impreso. Se puede ver allí que desde esa época, tan prehistórica, por relación a la emergencia como tal del objeto a, que no estaba aún designado, a ese nivel se seguía lo que yo había hecho el año anterior sobre la relación de objeto; que no estaba designado, pero sí verdaderamente prefigurado para alguien que entendió la continuación, en la función del objeto metonímico. Las cosas son puestas en su lugar en ese momento y cada uno puede, sin tener que recurrir a notas no publicadas, encontrar aquí  su testimonio, en ese extracto de las formaciones del inconsciente que recubre en una primera sección las lecciónes del 6, 13 y 20 de Noviembre de 1957. Encontramos un primer dibujo que se representaba así.
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Del modo más  claro, es aquí  en δ..que parte esta línea para culminar aquí  en.. δ’ donde, que pongamos el (‘) o que no lo pongamos, está claro que al ver el dibujo de esta curva con esta marca de flecha en la extremidad y esta pequeña pirámide en la partida, no es cuestión de hacerla partir de aquí  para ir en sentido contrario que importa; ese detalle cerca el testimonio del autor del resumen y guarda su interés. Su interés sobre todo en que él testimonia que si como después la cosa ha devenido  banal, que este primer esbozo del grafo tiene por función el inscribir en alguna parte, —lo que es de una unidad de la cadena significante en la medida que ella no encuentra su acabamiento más  que allí  donde recorta la intención, en el futuro anterior que la determina.  A saber, que si de aquí algo se instaura, que es el querer decir, digamos lo que se desarrollará del discurso, no se acaba más  que en reencontrarla. Dicho de otro modo, no toma su pleno alcance más  que del modo aquí  designado, es decir retroactivo. Es a partir de allí que se puede hacer una primera lectura de esa relación en una toma como Otro (A), o en lugar del código, a saber de lo que es necesario suponer ya como tesoro del lenguaje  para que puedan ser de él  extraídos, bajo el sello de la intención, esos elementos que vienen a inscribirse, los unos después de los otros, para desarrollarse a partir de allí bajo la forma de una serie de S1, S2, S3. Dicho de otro modo de una frase que se enrula hasta que algo de ella se halla realizado firmemente.

¿Qué sería más natural, no sería más que de un modo didáctico de haber articulado entonces, y después de todo, porque yo mismo no temblaría en el presente, cuando pienso cuan larga fue esta marcha, de haberme dejado ir a una debilidad parecida?  A Dios gracias, no se refiere a eso.

Leo bajo la pluma del escriba de entonces que, pese a sus descuidos, no ha dejado de retener aquí lo que es esencial: «nuestro esquema representa no el significante y el significado, sino dos estados del significante». No se los repito como él lo enuncia, en tanto lo enuncia de través, pero es evidentemente ese circuito. «…El circuíto que designa …δ A ץ δ’………representa la cadena del significante en tanto que permanece permeable a los efectos de la metáfora y de la metonimia ; es por ello que la consideramos constituida al nivel de los fonemas». «…..la segunda línea —la que ven aquí  dibujada algo embrollada que introduce una mala localización sobre un esquema aquí mal reproducido. Se los digo casi al nivel de las designaciones literales— representa el círculo del discurso, discurso común constituido por semantemas que, bien entiendo, no corresponden de modo unívoco al del significado sino que son definidos por un empleo». Ustedes  perciben bien como puede estar esto condicionado al nivel en que lo edifico, por la necesidad de poner en su lugar — entonces haría falta percibir  que allí está el acceso más  evidente— de poner en su lugar la formación del inconsciente, en tanto que ella puede producir el witz en la ocasión, lo que se refiere a la formación de la palabra famillionario. Es que es evidente que esto no puede producirse más que en la medida en que pueda recortase en una interferencia precisa, estructuralmente definible, algo que juega al nivel de los fonemas con algo que es del círculo del  discurso, del discurso más común. Cuando Hirsch Hyacinthe —y es esencial que no sea aquí Henrich Heine, otro H.H., que sea contado— cuando Hirsch Hyacinthe hablaba de Salomón Rothschild, decía que él lo había recibido de un modo enteramente familiar. He ahí lo que viene familiarmente sobre el círculo del discurso, quería decir que él lo había recibido de un modo famillionario, es decir que él inscribía allí, que hacía entrar allí esos fonemas suplementarios, que el realiza esta fórmula impagable que no deja de tener su alcance para cualquiera, esta familiaridad que, como en alguna parte se expresa Freud, no deja de tener un último gusto de millones. Este no es un chiste, nadie ríe si ustedes  lo expresan así, si ustedes  lo expresan, si eso aparece, si eso horada bajo la forma famillionario, la risa no falta. ¿por que después de todo, no falta?. No falta precisamente en tanto que un sujeto esta allí interesado, en tanto se trata de saber dónde ubicarlo, y evidentemente no podemos aquí —como Freud mismo lo articula— más que percibir que ese sujeto está siempre funcionando en un registro triple, que no hay chistes más que a la mirada, la presencia de un tercero, que el chiste no se sostiene como tal más que por un interlocutor en el otro, a saber, en el momento en que Hirach Hyacinthe relata la cosa al compañero, pero donde aquel lo percibe como estando él mismo en otra parte, como estando muy cerca de ir a contarlo a un otro tercero.

Efectivamente esa triplicidad se mantiene cuando ese otro tercero lo repite, pues para que él se refiera a aquél a quien va a relatarlo, es precisamente en tanto que Hirsch Hyacinthe aquí  permanece sólo e interrogado en su lugar, sobre lo que a él se refiere, él relata a aquél hacia quien el mensaje se encuentra referido, a saber el nuevo auditor; ¿Dónde está el punto sensible de esta famillionaridad sino, muy precisamente en que escapará a cada uno de aquellos que la transmiten?. Esto es a saber, esta novedad del sujeto que no hesita en la ocasión en transplantar en ese campo de la relación que hago intervenir, que he introducido en nuestro discurso, bajo el término de sujeto capitalista.

¿Cuál es la función de cada uno de aquellos que pasan entre las mallas de la red de hierro que constituye esto, que tan insuficientemente delinea la noción de la explotación de ciertos hombres por otros, todos aquellos que no son tomados en esos dos extremos de la cadena que son, en esta perspectiva, no otra cosa que empleados?. Es en tanto, precisamente, que cada uno de los interlocutores sobre el pasaje de esta dulce diversión del famillionariamiento se siente, sin saberlo, interesado como empleado o como ustedes quieran, como implicado en el sector terciario, es que eso hace  reír. Quiero decir que no es de ningún modo indiferente que sea Heinrich Heine quien nos dice haberlos recogido de la boca de Hirsch Hyacinthe, pero no olvidemos que, después de todo, si Hirsch Hyacinthe ha existido, él es también la creación de Heinrich Heine. He mostrado suficientemente cuales han podido ser las relaciones de Heinrich Heine con la baronesa Betty. Cualquiera que se introduzca en ese sesgo, en ese algo que parece sólo una punta, una saliente, un chiste, si él ríe, es en tanto que interesado en esa captura ejercida por no importa cual, una cierta forma de riqueza, ciertos modos de su incidencia en una relación qué, no es sólo la de una opresión social, sino del interés de toda posición del sujeto en el saber que ella comanda.

Pero el interés que hay que recordar en esta estructura, es que desde ese punto, es de un modo riguroso que distingo aquí el círculo del discurso; es precisamente para mostrar que así se encontraba preparada la verdadera función de lo que completa esta primera aproximación, de lo que se refiere al discurso, que es, a saber, que nada podría ser articulado en lo concerniente a la función del sujeto, si no es doblándolo de lo que parece, en un nivel —únicamente en virtud de las dimensiones del papel— presente como el piso superior. Pero quien no estuviera allí podría también describirlo a la inversa, en tanto él está suspendido precisamente de esta función del A aquella que hoy interrogaremos. La interrogamos porque no es una parte del discurso que ella misma interroga. He dicho de que modo, tan bien articulado, tan bien puesto en evidencia por el discurso analítico, él mismo, en el modo en que he introducido la lección, después diré, cuando haya comenzado a dibujarla así, hilvanado sobre el grafo simplificado de puntos de interrogación que lo superan, y que he llamado por referencia a «El diablo enamorado», el Che vuoi.

El «che» quiere decir: ¿qué quiere el Otro? Yo me lo pregunto. Esta duplicidad de la relación al otro que hace que podamos aquí desdoblar lo que se presenta como discurso, o digámoslo de un modo más depurado, enunciación que aquí se presenta como demanda, de un modo perfectamente indicado porque ese sujeto habla puesto en una conjunción definida por eso que llamo provisoriamente el punzón, con la demanda articulada como tal. Es por otra parte eso de lo cual ese texto y ese relevamiento prestan el testimonio que ya es verdaderamente como demanda, que esta línea está constituida. Y aquí, eso que allí se refiere como homólogo a la función A, es decir a eso que se produce como efecto de sujeto en la enunciación, aquí, pues el índice o la indicación S (A/) es ahora lo que no diría interpretado por primera vez, pues ya lo he hecho bajo múltiples formas, pero si reinterrogado en la perspectiva que hoy introducimos. Conviene pues, partir nuevamente del punto en que el sujeto se define en el nivel más bajo de lo que, aquí, se presenta en escalera como siendo lo que representa un significante para otro significante.

No es sólo por un modo de superponer la función de lo imaginario a lo simbólico que aquí yo he indicado, en mi primer esquema, la presencia del objeto llamado, entonces, objeto metonímico para ponerlo en correspondencia con algo que es su imagen y el reflejo más, dicho de otro modo, el yo (moi), imagen de a. La interrogación sobre el deseo de Otro. Aquí esta el resorte de la identificación imaginaria. Es por ello que lo pongo en rojo. Veremos que él también se articula de un modo simbólico.
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Ustedes saben que aquí aparece por primera vez la fórmula del fantasma, bajo la forma $ ( a.

Si desde ese momento está bien indicado que esta cadena es la cadena del significante, es precisamente porque aquí esta ya contenida la relación del significante 1 a esta forma mínima que he llamado el par ordenado, a la cual se limita el enunciado del significante, como siendo lo que representa un sujeto, un sujeto para otro significante. Ese otro significante, en esta conexión radical es precisamente lo que representa el saber, el saber pues en la primera articulación de lo que se refiere a la función del significante, en tanto que ella determina el sujeto. Es saber es ese término opaco, donde viene, si puedo decirlo, a perderse el sujeto mismo, se apaga aún, si ustedes quieren. Es lo que, desde siempre representa la noción, que he subrayado ya, del empleo del término fading. En esta relación, en esta génesis subjetiva en la partida, el saber se presenta como ese término donde viene a apagarse el sujeto. Allí está el sentido de lo que Freud designa como Urverdrängung. Esta pretendida represión que está dicha, expresamente formulada, como no siendo una, sino como siendo ese nudo ya fuera de alcance del sujeto, siendo todo saber de él. He allí lo que significa la noción de urverdrängung, en tanto que hace posible que toda una cadena significante venga a reunírsele, implicando este enigma, esta verdadera contradicción en acto que es el sujeto como inconsciente.

Hemos dibujado aquí, en un tiempo precoz o suficientemente bueno, en la articulación de ese discurso que me encuentro soportando en la experiencia analítica, hemos ya cuestionado esta problema de lo que puede decir, al nivel del discurso, formación del inconsciente, del Witz, en la ocasión que puedo aquí decir: Yo digo (Je dis). Pues he distinguido precisamente, y esto desde el origen de este discurso, la distinción de lo que a él se refiere, del discurso y de la palabra, y la fórmula-clave que he inscripto este año en el primero de estos seminarios, de lo que es un discurso sin palabras, esencia —he dicho— de la teoría analítica.

Y bien, allí, para recordarles que es en esa unión que va a ponerse en juego esta año, eso que hemos anticipado par lo que, en «De un Otro al otro», nosotros hemos de dejar la palabra. No se trata aquí de la palabra y no les he aún mostrado si, sin embargo ya lo hago entrar en juego recordándoles el discurso que he atribuido a esta persona inaprensible esencialmente, que he llamado la verdad, si le he hecho decir: «yo, (moi) yo (je) hablo……..» esto es precisamente lo que he subrayado, que se trata de otra cosa que de eso que ella dice; lo indico aquí para marcar que ella está en el plano de atrás, que nos espera, en cuanto a lo que tenemos que decir de la función del discurso. Retomémosla allí ahora y observemos que en eso de lo que se trata en la cadena significante —siempre la misma es de la relación del significante a otro significante.

Contentémonos. Es un artificio de exposición, No disimularé aquí, que me evita una introducción por la vía de la teoría  de los conjuntos, y el recuerdo, si es necesario que lo haga— sería necesario que lo hiciera un tanto poco articulado. El recuerdo de ese hecho que en primer paso, esta teoría tropieza sobre un paradoja: aquélla que se llama la paradoja de Russell. A saber, se trata de una cierta definición que es la de los conjuntos, o sea de lo que está más cerca de la relación significante: una relación de conexión. Ninguna otra cosa está indicada aún en ese carthecum (sic). La primera definición de la función del significante, si esto no es más que significante, en una relación que podemos definir como queramos — el término más simple sería pertenencia— relación de un significante a otro significante. En esa relación, hemos dicho, él representa al sujeto. Esta conexión tan simple sería suficiente si tanto otros trazos no nos lo indicaran que de la lógica matemática —como tantos lingüistas lo han percibido— es la teoría de los conjuntos quien se encuentra más al alcance de tratar de ella —no digo de formalizarla— de tratar de esta conexión.

Lo recuerdo para aquellos que han escuchado hablar un poquito de eso, que el primer paso de lo que se encuentra es que con esta única condición de considerar como una clase, y esto hasta se demuestra, todo elemento de una tal conexión, en tanto que pueda escribirse que él no pertenezca a sí mismo, va a entrañar una paradoja. Repito esta introducción, No hago aquí más que indicar su lugar. Desarrollarla no haría recaer sobre enunciado aún más singulares. Quizá si el tiempo nos dejara o si la tomamos ulteriormente, podríamos hacerlo. Procederé de otro modo, y no partiendo más de mi grafo, trataré de mostrarles de un modo formal a que nos conduce esto que tomamos de la fórmula —el significante no representa al sujeto más que para otro significante— que tomamos elementos que nos ofrecen el mismo grafo en la partida, de aquí. Es S, un significante que nosotros pondremos. Si tomamos, como otro significante aquél que constituya el A, si hemos llamado en primer lugar el A, el lugar, el tesoro de los significantes, ¿no nos encontraremos en posición de interrogar la siguiente disposición, es que hay que plantear como significante de la relación misma al mismo significante que interviene en la relación?.

Dicho de otro modo, si es importante, como lo he subrayado que, en esta definición del significante, no intervenga más que la alteridad del otro significante, ¿a qué va a conducirnos?¿es formalizable de un modo que lleve a alguna parte, el delinear de ese  S/ significante, mismo A alteridad del Otro, lo que pertenece a la relación?. Este modo de plantear el problema —lo digo para reafirmar también a aquellos a quienes esto puede inquietar— no es de ningún modo extraño a lo que constituye el punto de partida de un cierto modo de formalización en la lógica matemática. Eso, a este nivel, necesitaría que yo desarrollara suficientemente la diferencia que constituye la definición del conjunto por relación a la clase. La cuestión está bien planteada al nivel de la lógica matemática, tan bien que él es un punto donde ella se indica en esta lógica del cual, ruego al Cielo que nos concerniera de más cerca, pues los problemas están allí resueltos, esto es, a saber, que la clase de los conjuntos que se contienen a sí mismos —tienen allí un ejemplo de ello, al menos indicado— bajo la forma de esta inscripción, esta clase no existe.

Pero tenemos otra cosa de que ocuparnos, además de la lógica matemática. Nuestra relación al Otro es una relación más candente. El hecho de saber si lo que surge del sólo hecho de la demanda que el Otro contiene ya en algún modo, todo eso alrededor de lo cual ella se articula, si se tratara sólo de discurso; dicho de otro modo, si hubiera un diálogo —lo cual, precisamente, a fin del año pasado he proferido aquí, que no existía diálogo— si, entonces, este Otro pudiera ser concebido como el código cerrado, aquel sobre cuyo techado no hay más que apoyarse, para que el discurso se instituya sin falla, para que el discurso pueda allí totalizarse. Esto es lo que de este modo rudimentario, y de algún modo al margen de la teoría de los conjuntos, yo interrogo. Habría podido poner en el lugar de esa S una b, como aquélla. Se habrían dado cuenta que se trata del b, a, ba. Estamos en el  b, a, ba de la cuestión y desde el b, a, ba verán como ella se ahonda y lo hace topológicamente. Si es así que hemos planteado la cuestión está claro que lo que es A en el par ordenado que constituye este conjunto, está tomado por idéntico al A que lo designa; esto va entonces a escribirse así:

S————————> (S—————————> A)

 Relación de  S con  S en relación con  A. Substituyo en A lo que A es, en tanto que es el significante del conjunto constituido por la relación de S a A, relación de par ordenado. Esto es enteramente usual en todo desarrollo de una teoría de los conjuntos, cuyo fundamento mismo es que todo elemento se supone poder ser conjunto él mismo. Ven ustedes entonces lo que se produce a partir de ese proceso. Veremos una serie de no se que, que son esos círculos que describo. Nos han servido para hacer funcionar el conjunto y su designación como tal. Tenemos una repetición indefinida de S sin que podamos detener nunca el retroceso de A, si pudiera decirlo.
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No se pongan, sin embargo, en sus cabezas que él se reduce, que se desvanece, si pudiera decirlo, espacialmente; que de ningún modo este indicado aquí algo que constituya, que sea del orden de una reducción infinitesimal de una distancia o de algún pasaje, en el límite no se trata más que de la inaprensibilidad, aunque él permanezca siempre el mismo, A como tal. Ese carácter inaprensible, que no es seguramente para nosotros sorprendente en tanto hemos hecho de él, de A. el lugar de lo urverdrängung. Ello nos permite ver, precisamente, que eso que yo interrogaba hace un momento, a saber eso que referiría aquí a esos signos circulares, lo es en la medida en que el A lo hace así. Simplemente se multiplica por el hecho que podemos escribirlo en el exterior y en el interior, y esos círculos no hacen más que incrementar esta identidad. Dicho de otro modo, que ese círculo, el más impulsado en un sentido, de lo que surge de esa noción de disimetría, volverá al último término, confundiéndose con el círculo de partida, que esta fuga que hace que en su interior mismo, una envoltura reencuentre su afuera;¿ perciben o no ustedes el parentesco con lo que hemos dibujado en uno de los años precedentes bajo la forma topológica del plano proyectivo, ilustrado, materializado para el ojo, por medio del cross-cap? el lugar de la verdad agujereado.

Que el gran Otro, como tal, tenga en sí esta falla —que  no pueda saberse lo que el contiene, si no es su propio significante— he allí la cuestión decisiva donde se puntualiza lo que se refiere a la falla del saber. En la medida que es en el lugar del Otro donde se suspende la posibilidad del sujeto en tanto que él se formula, en muy importante saber que eso que lo garantizaba —a saber el lugar de la verdad— es él mismo un lugar agujereado.

Que, en otros términos, lo que ya poseemos de una experiencia fundamental que no es de ningún modo experiencia del azar, producción caduca de los clérigos, a saber la pregunta: ¿Dios existe?. Percibimos que esta pregunta no toma su peso más que, precisamente, por reposar sobre una estructura más fundamental, a saber, en el lugar del saber; podemos decir que de algún modo el saber se sabe a sí mismo, el saber se soporta articulado al significante.

Es siempre así que he tratado, para aquellos que me escuchan, de desplazar esta cuestión que no podría ser más que el objeto de una apuesta de la existencia de Dios, de desplazarla sobre lo que puede articularse verdaderamente, a saber: de cualquier modo que soportemos la función del saber, no podemos —hecho de experiencia— soportarla más que por articularla en el significante ¿El saber se sabe él mismo o es abierto desde su estructura? Ese círculo que dibuja esta  botella de Klein, forma que, aún más simplemente, quiero decir para que se reencuentren allí, habría podido, siendo dado ese carácter que tiene mi dibujo, de ser un círculo que se reencuentra a sí mismo pero vuelto, en tanto lo más interior viene a conjugarse para que pueda serle dado el sentido, el índice de la dificultad de la cual se trata; debo referirme a la botella de Klein, de la cual he hecho su dibujo suficientes veces aquí para que alguno la recuerde ¿qué hace aparecer ella?  . A esta estructura, y
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en tanto que ustedes la ven, podemos darle algún soporte imaginario y es precisamente en lo que debemos ser particularmente sobrios. Esta estructura no es otra cosa que el objeto a.

Es precisamente en esto que el objeto a  el agujero que se designa al nivel del Otro, que como tal es cuestionado por nosotros en su relación al sujeto. Pues, tratemos ahora de sostener a ese sujeto donde él está representado. Tratemos de extraerle esa S, significante que lo representa, del conjunto constituido por el par ordenado. Es allí que les será muy simple recaer sobre terreno conocido. Esta es la paradoja de Russell.¿ que hacemos nosotros aquí, sino extraer del conjunto  aquellos de los significantes de los cuales podemos decir que no se contienen a sí mismos?. Es suficiente —y les dejo ir a buscar a las primeras páginas de no importa que teoría ingenua o no, de los conjuntos— es suficiente que se refieran a ello para saber que, del mismo modo que está perfectamente ilustrado en la articulación al sofisma, la clase de todos los catálogos que no se contienen a sí mismos no podría de ningún modo situarse bajo la forma de conjunto, por la buena razón que no podría de ningún modo reconocerse en los elementos ya inscriptos de este conjunto.

Aquella es distinto de eso. Ya he rebatido ese tema. Es corriente. Es trivial. No hay ningún modo de inscribir en un conjunto ese algo que podrían extraer de él. designándolo como el conjunto de los elementos que no se contienen a sí mismos. No haré su exhibición aquí. Simplemente es suficiente que resulte de ello que sólo con plantear la cuestión de saber si S está en  A, en tanto que contrariamente a él, no parte de eso que como A, por relación a sí mismo se contiene a sí mismo, sólo en querer aislar, ustedes no saben donde ubicarlo, hagan la prueba. Si está  afuera, está adentro; si está adentro, está afuera. En otros términos, que de ningún modo para todo discurso que se plantea como fundado esencialmente sobre la relación a otro significante, es imposible totalizarlo como discurso, en la medida en que esto es dicho y se plantea como cuestión que el universo del discurso —hablo aquí no del significante sino de lo que está articulado como discurso— estará siempre en extraer algo de cualquier campo que sea, que pretende totalizarlo.

En otros términos, que lo que ustedes verán producirse a la inversa de ese esquema es que, a medida que se interroguen sobre la pertenencia al conjunto de un S cualquiera, en primer lugar planteado como en esta relación, el S será forzosamente excluido del A. El próximo S que ustedes interroguen es aquel que se reproduce en la relación S (A) que aquí he mostrado, reproducido; que ellos saldrán todos indefinidamente dando la esencia de lo que esencialmente metonímico en la continuidad de la cadena significante, a saber que todo elemento significante se extrae de toda totalidad concebible. Esto es —me excuso por ello— para terminar, sin duda, un poco difícil, pero observen que al ver instalarse ese proceso por salidas sucesivas, por envolturas nunca infecundas, y no pudiendo nunca englobarlas, lo que se indica, es que lo que es allí tangible de la división del sujeto sale precisamente de ese punto que, en una metáfora espacial, llamamos agujero, en tanto que es la estructura de la botella de Klein sale precisamente de ese centro, donde el (a) se plantea como ausencia.

Si esto es suficiente para captarlo, la continuación de la consecuencia que proseguiré en cuanto al grafo, podrá tomar su pleno alcance en cuanto al lugar de la interrogación analítica entre la cadena de la demanda y la cadena de la enunciación, entre el enunciación en la cual el sujeto no se enuncia más que como «él», y entre lo que aparece no sólo la demanda sino la relación de la demanda a la cadena de la enunciación como yo (je) y como «tú». Esto constituirá el objeto de nuestro próximo encuentro.