Seminario 2: Clase 3, El universo simbólico, 1 de Diciembre de 1954

Diálogos sobre Lévi-Strauss. La vida y la máquina. Dios, la naturaleza y el símbolo. Lo imaginario natural. El dualismo freudiano.

En la sesión de anoche se produjo un progreso manifiesto respecto de la primera, pues el diálogo resultó más vivaz y prolongado.

Tengo algunas referencias de las idas y venidas que esto provoca en la subjetividad de cada uno: ¿Intervendré? ¿No intervendré? No he intervenido, etc.

No obstante, tienen que haberse percatado, aunque sólo fuese por la forma en que las conduzco, de que estas sesiones no son análogas a las de las llamadas comunicaciones científicas. En este sentido, les pido tener presente que en estas sesiones abiertas no están de ningún modo para exhibirse, pese a que tengamos invitados extranjeros, simpatizantes y otros. No deben tratar de decir cosas elegantes, destinadas a hacerlos notar y a incrementar la estima que pueden inspirar. Están ustedes aquí para abrirse a cosas que aún no han visto y que en principio son inesperadas. Entonces, ¿por qué no dar a esta apertura su máxima repercusión, planteando los problemas en el punto más profundo que alcanzan en ustedes, aunque esto se traduzca de una manera algo vacilante, imprecisa y hasta barroca?

En otras palabras, el único reproche que podría dirigirles, si me permiten, es que todos ustedes quieren parecer demasiado inteligentes. Todo el mundo sabe que lo son; entonces, ¿por qué querer parecerlo? Y, de todas formas, ¿qué importancia tiene, para el ser, o para el parecer?

Dicho esto, los que ayer no pudieron expresar sus inquietudes, o lo contrario, quedan invitados a hacerlo ahora, pues el interés de estos encuentros radica en que tengan consecuencias.

Ya se está proponiendo Anzieu. Le agradezco que diga lo que tiene que decir.

Nota. La pregunta del señor Anzieu no está reproducida.

Durandin pareció decir que la violencia de la prohibición del incesto era algo que se podía medir, que se traducía en actos sociales patentes. No es verdad. Para descubrir el complejo de Edipo fue preciso examinar primero a los neuróticos, para pasar después a un círculo de individuos mucho más amplio. Por eso dije que el complejo de Edipo, con la intensidad fantasmática que le hemos descubierto, la importancia y la presencia que tiene sobre el plano imaginario para el sujeto con quien tenemos que vérnosla, debía ser concebido como un fenómeno reciente, terminal y no original, respecto a aquello de que nos habla Lévi-Strauss.

¿Pero cómo puede usted atribuir tanta importancia, estimado Anzieu, al hecho de que Lévi-Strauss introduzca en su lenguaje palabras como compensación, tratándose de las tribus tibetanas o nepaleses, por ejemplo, donde se acostumbra matar a las niñas pequeñas, lo cual hace que haya más hombres que mujeres? El término compensación sólo posee aquí un valor estadístico, sin relación alguna con el término analítico.

No podemos dejar de concordar con Lévi-Strauss en que los elementos numéricos intervienen en la constitución de una colectividad. El señor de Buffon hizo al respecto reflexiones muy acertadas. Lo que resulta fastidioso es que en la escala de los monos, a medida que se ponen los pies sobre un peldaño se olvida que hay peldaños debajo, bien se los deja pudrirse. De suerte que nunca se puede tomar más que un campo bastante limitado dentro del conjunto de la concepción. Pero sería un error no recordar las correctísimas observaciones de Buffon acerca del papel que cumplen los elementos estadísticos en un grupo, en una sociedad.

Dichas observaciones llegan bien lejos, quitando su alcance a toda clase de preguntas  seudofinalistas. Hay preguntas que no hace falta plantearse, porque se dispersan por sí solas a consecuencia de la distribución espacial de los números. Todavía existen problemas de este género, y se los estudia en ciertos niveles demográficos a los que Lévi-Strauss hizo una lejana alusión.

Buffon se preguntaba por qué las abejas hacen tan bonitos hexágonos. Señaló que no hay otro poliedro con el que se pueda ocupar una superficie de manera tan práctica y bonita. Es una especie de presión de la ocupación del espacio lo que hace que tengan que ser hexágonos, y no hay que plantearse problemas eruditos del tipo: ¿acaso las abejas saben geometría?

Ve el sentido que la palabra compensación puede tener en este caso: si hay menos mujeres, habrá por fuerza más hombres.

Pero su error es aún mayor cuando habla usted de finalidad, cuando cree que Lévi-Strauss, al hablar de la circulación de una familia a otra, confiere un alma a la sociedad. Mucho habría que decir sobre el uso del término finalidad y sus relaciones con la causalidad; es asunto de disciplina mental detenerse en ello un momento, así fuese sólo para advertir que la finalidad siempre está implicada, bajo una forma diversamente larvada, en toda noción causal; salvo que se haga recaer el acento, precisamente, en la oposición entre  ensamiento causalista y concepción finalista. Para el pensamiento causalista la finalidad no existe, pero el hecho de que haya que insistir en ello prueba sobradamente que la noción es difícil de manejar.

¿Cuál es la originalidad del pensamiento que aporta Lévi-Strauss con la estructura elemental?

Lo que destaca de un extremo al otro es que nada se comprenderá de los fenómenos que se vienen recopilando desde hace largo tiempo con respecto al parentesco y la familia, si se intenta deducirlos de una dinámica cualquiera natural o naturalizante. El incesto como tal no suscita ningún sentimiento natural de horror. No digo que esto pueda servirnos de base, digo que esto es lo que dice Lévi-Strauss. No hay ninguna razón biológica, y en particular genética, que explique la exogamia, y él lo demuestra después de un análisis extremadamente preciso de los datos científicos. En una sociedad y podemos considerar otras sociedades que las humanas-, la práctica permanente y constante de la endogamia no sólo no traerá inconvenientes sino que al cabo de cierto tiempo producirá el efecto de eliminar las pretendidas taras. No hay ninguna deducción posible, a partir del plano natural, de la formación de esa estructura elemental que se llama orden  referencial.

¿Y esto, en qué lo basa? Lo basa en el hecho de que el orden humano nos pone frente a la emergencia total, que engloba a la totalidad de este orden humano, de una función nueva. La funcion simbólica no es nueva como función, pues se esboza en otras partes además del orden humano, pero son nada más que esbozos. El orden humano se carácteriza por la circunstancia de que la función simbólica interviene en todos los momentos y en todos los grados de su existencia.

Dicho de otro modo: todo está relaciónado. Para entender lo que sucede en el dominio propio del orden humano, tenemos que partir de la idea de que este orden constituye una totalidad. La totalidad en el orden simbólico se llama un universo. El orden simbólico se da primeramente en su carácter universal.

No es que se vaya constituyendo poco a poco. Cuando el símbolo aparece, hay un universo de símbolos. La pregunta que cabría formularse ¿al cabo de cuántos símbolos, numéricamente, se constituye el universo simbólico?-permanece abierta. Pero por pequeño que sea el número de símbolos que puedan concebir en la emergencia de la función simbólica en la vida humana, ellos implican la totalidad de todo lo que es humano. Todo se ordena en relación con los símbolos surgidos, con los símbolos una vez que han aparecido.

La función simbólica constituye un universo en el interior del cual todo lo que es humano debe ordenarse. No es casual que Lévi-Strauss llame a sus estructuras elementales; no dice primitivas. Elemental es lo contrario de complejo. Pues bien, cosa curiosa, todavía no ha descrito las Estructuras complejas del parentesco. Las estructuras complejas las representamos nosotros, y se carácterizan por ser mucho más amorfas.

Dr. BARGUES:-Lévi-Strauss ha hablado de estructuras complejas.

Desde luego. Las esbozó, indicó sus puntos de inserción, pero no las trató.

En las estructuras elementales las reglas de la alianza están incluidas en una red extraordinariamente rica, fastuosa, de preferencias y prohibiciones, indicaciones, mandamientos, facilitaciones, y abarcan un campo mucho más vasto que en las formas complejas. Cuanto más nos acercamos, no al origen sino al elemento, más se imponen la estructuración, la amplitud, la intrincación del sistema propiamente simbólico de la nomenclatura. La nomenclatura del parentesco y de la alianza es más amplia en las formas elementales que en las llamadas formas complejas, es decir, elaboradas en ciclos culturales mucho más extensos.

Es una reflexión fundamental de Lévi-Strauss, y que en este libro muestra su fecundidad. A partir de ella podemos formular la hipótesis de que el orden simbólico, por cuanto se plantea siempre como un todo, como algo que forma por sí sólo un universo-y que incluso constituye el universo como tal, en tanto que distinto del mundo-, debe estar igualmente estructurado como un todo, vale decir que forma una estructura dialéctica acabada, completa.

Sistemas de parentesco los hay más o menos viables. Algunos caen en atolladeros, para hablar con propiedad, aritméticos, y suponen que de cuando en cuando se produzcan crisis en el interior de la sociedad, con las consiguientes rupturas y recomienzos.

A partir de estos estudios aritméticos si se entiende por aritmética no sólo la manipulación de colecciónes de objetos sino también la comprensión del alcance de estas operaciones combinatorias, que va más allá de cualquier tipo de dato experimentalmente deducible de la relación vital del sujeto con el mundo-, Lévi-Strauss demuestra que hay una clasificación correcta de aquello que las estructuras elementales del parentesco nos presentan. Esto supone que las instancias simbólicas funcionan en la sociedad desde el origen, desde el momento en que ella surge como humana. Pues bien: esto es lo que también supone el inconsciente, tal como lo descubrimos y manipulamos en el análisis.

Fue en este punto donde hubo ayer cierta indecisión en la respuesta de Lévi-Strauss a mi pregunta. Porque, a decir verdad, con un gesto frecuente en personas que introducen ideas nuevas, una especie de vacilación en mantener toda su contundencia, casi volvió a un plano psicológico. La pregunta que le formulé no implicaba en absoluto un inconsciente colectivo, término que él pronunció. ¿ Qué solución cabría esperar realmente en este caso de la palabra «colectivo», cuando lo colectivo y lo individual son estrictamente lo mismo? No, no se trata de suponer en alguna parte un alma común donde se efectuarían todos esos cálculos, no se trata de ninguna entificación psicológica, se trata de la función simbólica. La función simbólica no tiene absolutamente nada que ver con una formación para-animal, con una totalidad que haría del conjunto de la humanidad una especie de gran animal; porque, al fin y al cabo, el inconsciente colectivo es eso.

Si la función simbólica funciona, estamos en su interior. Y diré más: estamos a tal punto en su interior que no podemos salir de ella. En gran parte de los problemas que se nos plantean cuando intentamos cientifizar, es decir, poner un orden en determinados fenómenos, en cuyo primer plano está el de la vida, las que nos conducen son siempre, al fin y al cabo, las vías de la función simbólica, mucho más que cualquier aprehensión directa.

De modo tal que, a pesar de todo, siempre tratamos de explicar al ser vivo en términos de mecanismo. La primera pregunta que se nos plantea a los analistas, y quizá por ahí podamos salir de la controversia entablada entre vitalismo y mecanicismo, es la siguiente: ¿por qué nos vemos llevados a pensar la vida en términos de mecanismo? ¿En qué somos efectivamente, en tanto hombres, parientes de la máquina?

HYPPOLITE:-En tanto que somos matemáticos, que tenemos la pasión de la matemática.

Así es. Las críticas filosóficas hechas a las investigaciones propiamente mecanicistas suponen que la máquina está privada de libertad. Sería muy fácil demostrar que la máquina es mucho más libre que el animal. El animal es una máquina bloqueada. no pueden variar. ¿Por qué? Porque es el medio exterior lo que determina al animal y hace de él un tipo fijo. Manifestamos una mayor libertad, en el sentido de libertad como multiplicidad de elecciónes posibles, en tanto que, con relación al animal, somos maquinas, esto es, algo descompuesto. Perspectiva ésta que  una máquina en la que ciertos parámetros ya nunca se pone en evidencia.

Sr. HYPPOLITE:-¿La palabra máquina no ha cambiado de sentido, profunda y sociológicamente, desde sus comienzos hasta la cibernética?

Estoy de acuerdo con usted. Por vez primera estoy tratando de inculcar a mis oyentes que la máquina no es lo que el común de la gente piensa. El sentido de la máquina está cambiando  completamente, para todos ustedes, hayan abierto o no un libro de cibernética Están retrasados, siempre es igual.

Los hombres del siglo dieciocho, que introdujeron el mecanicismo-ése que hoy es de buen tono execrar, el de las maquinitas apartadas de la vida, el que creen haber superado-, hombres como La Mettrie, cuya lectura tanto les aconsejo, los hombres que vivían eso, que escribían El Hombre-máquina, no se imaginan hasta qué punto seguían atados a categorías anteriores que dominaban realmente su espíritu. Hay que leer de punta a punta los treinta y cinco volúmenes de la Enciclopedia de las artes y las técnicas, que muestra el estilo de la época, para advertir hasta qué punto las nociones escolásticas dominaban en ellos lo que estaban introduciendo no sin esfuerzos. Estos intentos de reducción a partir de la máquina, de funcionalización de los fenomenos que se producen a nivel humano, estaban muy por delante de los encadenamientos que subsistían en su funcionamiento mental cuando abordaban un tema cualquiera.

Abran la Enciclopedia en la palabra amor, en la palabra amor propio, y verán hasta qué punto sus sentimientos humanos se apartaban de lo que estaban tratando de construir con respecto al conocimiento del hombre.

Sólo mucho más tarde cobró el mecanicismo, en nuestro espíritu o en el de nuestros padres, su sentido pleno, depurado, demudado, excluyente de cualquier otro sistema interpretativo Reflexión ésta que nos permite comprender qué significa ser un precursor. No es, ya que resultaría absolutamente imposible, anticipar las categorías que llegarán después y aún no han sido creadas; los seres humanos permanecen inmersos en la misma red cultural que sus contemporáneos, y no pueden tener otras nociones que las de estos. Ser un precursor es ver lo que nuestros contemporáneos están constituyendo con el carácter de pensamientos, de conciencia, de acción, de técnicas, de formas políticas, verlos como se los verá un siglo más tarde. Esto sí puede existir.

La función de la máquina está sufriendo una mutación que deja atrás a todos los que aún  permanecen en la crítica del viejo mecanicismo. Estar mínimamente adelantado es percatarse de que esto implica el vuelco total de todas las objeciones clásicas dirigidas al empleo de categorías propiamente mecanicistas. Creo que este año tendré oportunidad de demostrarlo.

Queda alguien que quiera preguntar algo?

MANNONI:  Me interesó la manera en que LéviStrauss abordó el problema de naturaleza y cultura. Dijo que desde hace algún tiempo ya no se ve con claridad la oposición entre una y otra. Las intervenciones que se produjeron seguían buscando la naturaleza del lado de la afectividad, de los impulsos, de la base natural del ser. Sin embargo, lo que condujo a Levi-Strauss a plantearse la cuestión de la naturaleza y la cultura es que le parecía que una determinada forma de incesto, por ejemplo, era a la vez universal y contingente. Y esa especie de contradicción lo llevó a una suerte de convencionalismo que desorientó a buen número de oyentes. Por mi parte hice la siguiente observación: este problema de lo contingente y lo universal volvemos a encontrarlo, y nos deja desconcertados, fuera del mundo institucional. Ser derecho es arna forma universal, y sin embargo contingente: uno podría ser zurdo. Y nunca se pudo probar si esto era social o biológico. Nos hallamos ante una oscuridad profunda, de igual naturaleza que la que encontramos en Lévi-Strauss. Extremando las cosas, y para demostrar que la oscuridad es realmente muy grave, se puede señalar que en los moluscos del género hélice, que con toda seguridad no son institucionales, hay también un enroscamiento universal que es contingente, ya que podrían estar enroscados en otro sentido, y además algunos individuos están enroscados en el otro sentido. Me parece, pues, que la cuestión planteada por Lévi-Strauss desborda ampliamente la clásica oposición entre lo natural y lo  institucional. Por eso no tiene nada de raro que él también titubee en cuanto a saber cuál es su lado natural y su lado institucional, como nos pasó a todos ayer. Esto me parece sumamente importante: estamos en presencia de algo que disuelve, a un tiempo, la antigua idea de naturaleza y la idea de institución.

Sr. HYPPOLITE:-Se trataría de una contingencia universo

O. MANNONI:-No sé.

Creo que usted introduce cosas que tal vez no estaban implicadas en la noción de contingencia tal como la evocó LéviStrauss. Creo que para él la contingencia se oponía a la noción de necesario, y además lo dijo. Lo que él introdujo en forma de pregunta, que en definitiva consideramos ingenua, es la distinción de lo universal y lo necesario. Lo cual equivale también a plantear el problema de lo que podríamos llamar la necesidad de las matemáticas. Está perfectamente claro que merece una definición especial, y por eso hablé hace un momento de universo. Respecto de la introducción del sistema simbólico, creo que la respuesta a la pregunta formulada ayer por Lévi-Strauss es ésta: el complejo de Edipo es al mismo tiempo universal y contingente, porque es pura y exclusivamente simbólico.

Sr. HYPPOLiTE:-No creo.

La contingencia que ahora trae Mannoni es de un orden muy diferente. El valor de la distinción entre naturaleza y cultura, introducida por Lévi-Strauss en sus Estructuras elementales del parentesco, está en que nos permite distinguir lo universal de lo genérico. Lo universal simbólico no tiene ninguna necesidad de difundirse por toda la superficie de la Tierra para ser universal. Por otra parte, que yo sepa no hay nada que constituya la unidad mundial de los seres humanos. No hay nada que esté concretamente realizado como universal. Y, sin embargo, desde el momento en que se forma un sistema simbólico cualquiera, éste es completamente, de derecho, universal como tal. El hecho de que los hombres, salvo excepción, tengan dos brazos, dos piernas y un par de ojos y por otra parte esto lo tienen en común con los animales-, el hecho de que, como se dijo, sean bípedos sin plumas, pollos desplumados, todo esto es genérico, pero absolutamente no universal. Usted introduce aquí sus hélices enroscadas en un sentido o en el otro. El problema que usted plantea es el del tipo natural.

O. MANNONi:-Eso es lo que cuestiono. Hasta el presente los hombres han opuesto a la naturaleza una seudonaturaleza, las instituciones humanas: encontramos la familia como encontramos el roble o el abedul. Y después convinieron en que esas seudonaturalezas eran obra de la libertad humana o de la elección contingente del hombre. Y por consiguiente fueron inducidos a atribuir la mayor importancia a una nueva categoría, la cultura, opuesta a la naturaleza. Estudiando estas cuestiones, Lévi-Strauss acaba no sabiendo ya dónde están la naturaleza ni la cultura, porque surgen precisamente problemas de elección, no sólo en el universo de las nomenclaturas, sino en el universo de las formas. Del simbolismo de la nomenclatura al simbolismo de toda forma, la naturaleza habla. Habla enroscándose hacia la derecha o hacia la izquierda; siendo derecha o zurda. Esta es su propia manera de hacer elecciónes contingentes, como familias o arabescos. En este  momento, efectivamente, me encuentro colocado sobre una línea de división de las aguas y ya no veo cómo se dividen. Quería comunicar este problema. No traigo una solución, sólo una dificultad.

Sr. HYPPOLiTE:-Entiendo que hace un momento opuso usted muy acertadamente lo universal a lo genérico, diciendo que la universalidad estaba ligada al simbolismo mismo, a la  modalidad del universo simbólico creado por el hombre. Pero se trata, por lo tanto, de una pura forma. Su palabra universalidad quiere decir básicamente que un universo humano afecta necesariamente la forma de la universalidad, atrae una totalidad que se universaliza.

Esa es la función del símbolo.

Sr. HYPPOLiTE:-¿Responde eso a la pregunta? Simplemente nos muestra el carácter formal que asume un universo humano.

Hay dos sentidos de la palabra formal. Cuando se habla de formalización matemática, se trata de un conjunto de convenciones a partir de las cuales se pueden desarrollar toda una serie de consecuencias, de teoremas que se encadenan y establecen en el interior de un conjunto ciertas relaciones de estructura, una ley, para ser exactos. En el sentido guestaltista del término, en cambio, la forma, la buena forma, es una totalidad, pero realizada y aislada.

Sr. HYPPOLITE:-¿El suyo es el segundo sentido o el primero?

El primero, indiscutiblemente.

Sr. HYPPOLITE:-Sin embargo usted habló de totalidad, entonces ese universo simbólico es puramente convencional. Afecta a La forma en el sentido en que se dice una forma universal, sin que sea por ello genérica o incluso general. Me pregunto si no le da usted una solución formal al problema planteado por Mannoni.

La pregunta de Mannoni tiene dos caras.

Primero está el problema que él plantea y que se enuncia bajo la forma signatura rerum: ¿presentan las cosas, de manera natural, cierto carácter asimétrico? Hay un real, lo dado. Lo dado está estructurado de cierta manera. Hay, en particular, asimetrías naturales. Siguiendo el hilo de progresión del conocimiento en que estamos, ¿acaso vamos a ponernos a sondear su sentido misterioso? Toda una tradición humana, llamada filosofía de la naturaleza, se ha dedicado a esta clase de lectura. Sabemos en qué acaba. Nunca llega muy lejos. Llega a cosas muy inefables pero que se detienen bastante pronto, salvo si lo mismo uno quiere proseguir y entrar en el plano de lo que comúnmente recibe el nombre de delirio. No es éste por cierto el caso de Mannoni, cuyo espíritu es demasiado agudo, demasiado dialéctico para no plantear una pregunta semejante bajo una forma únicamente problemática.

Lo segundo es saber si a esto apuntaba ayer Lévi-Strauss cuando nos dijo que a fin de cuentas él estaba ahí, al borde de la naturaleza, presa de un vértigo, preguntándose si no era en ella donde había que ir a buscar las raíces de su árbol simbólico. Mis diálogos personales con Lévi-Strauss me permiten aclararles este punto.

Lévi-Strauss está retrocediendo ante su bipartición, muy tajante entre naturaleza y símbolo, cuyo valor creativo sin embargo advierte perfectamente, pues es un método que permite distinguir entre los registros y al mismo tiempo entre los órdenes de hechos. Lévi-Strauss oscila, y por una razón que puede causarles sorpresa pero que él confiesa, teme que bajo la forma de la autonomía del registro simbólico vaya a reaparecer, enmascarada, una trascendencia que por sus afinidades, por su sensibilidad personal, no le inspira sino temor y aversión. En otros términos, teme que después de haber hecho salir a Dios por una puerta, lo hagamos entrar por la otra. No quiere que el símbolo, hasta en la forma extraordinariamente depurada con la cual él mismo lo presenta, no sea más que la reaparición de Dios bajo una máscara. Este es el origen de la oscilación de que dio muestras cuando puso en tela de juicio la separación metódica del plano simbólico respecto al plano natural.

Sr. HYPPOLITE:-De todos modos, apelar al universo no resuelve el problema de las elecciónes hechas por el hombre.

Seguro que no.

Sr. HYPPOLITE:-Lo que se llamó instituciones, y que implica cierto número de elecciónes contingentes, entra sin duda en un universo simbólico. Pero con ello no tenemos la explicación de talas elecciónes.

No se trata de explicación.

Sr. HYPPOLITE:-Igual estamos ante un problema.

Exactamente el problema de los orígenes.

Sr. HYPPOLITE:-No niego que la relación simbólica haya impreso la marca de una universalidad sistemática. Pero este mismo revestimiento exige explicación y también nos conduce al problema planteado por Mannoni. Quisiera hacerle una crítica. ¿Qué servicio nos presta el empleo de la palabra simbólicos ? Qué es lo que aporta? Ese es el asunto. No dudo de que preste servicios. Indice algo más? Qué más dice?

Me sirve en la exposición de la experiencia analítica. Pudieron verlo el año pasado cuando les mostré que es imposible ordenar en forma correcta los diversos aspectos de la transferencia si no se parte de una definición de la palabra, de la función creadora, fundadora, de la palabra plena. En la experiencia captamos la transferencia tras diferentes aspectos, psicológicos, personales, interpersonales: se produce de manera imperfecta, refractada, desacelerada. Sin una radical toma de posición acerca de la función de la palabra, la transferencia es pura y simplemente inconcebible. Inconcebible en el sentido propio del término: no hay concepto de transferencia, nada más que una multiplicidad de hechos ligados por un vínculo vago e inconsistente.

La próxima vez introduciré la cuestión del yo en la forma siguiente: Relaciones entre la función del yo y el principio del placer.

Creo poder demostrar que para entender la función que Freud designa con el nombre de yo, así como para leer toda la metapsicología freudiana, es indispensable servirse de la distinción de planos y relaciones expresada por los términos simbólico, imaginario y real.

¿Para qué sirve? Sirve para mantener el sentido de una experiencia simbólica particularmente pura, la del análisis. Les daré un ejemplo, esbozando lo que finalmente les diré con respecto al yo.

El yo, en su aspecto más esencial, es una función imaginaria. Hay aquí un descubrimiento de la experiencia, y no una categoría que yo calificaría casi de a priori, como la de lo simbólico. A través de este punto, diría casi por este único punto, encontramos en la experiencia humana una puerta abierta a un elemento de tipicidad. Este elemento se nos muestra sin duda en la superficie de la naturaleza, pero bajo una forma siempre decepcionante. En esto quise insistir cuando hablé del fracaso de las diferentes filosofías de la naturaleza. También es decepcionante en lo tocante a la función imaginaria del yo. Pero se trata de una decepción en la que estamos metidos hasta la empuñadura. En la medida en que somos el yo, no sólo tenemos la experiencia de éste, sino que ella es guía de nuestra experiencia tanto como lo son los diferentes registros a los que se ha llamado guías de vida, a saber, las sensaciones.

La estructura fundamental, central, de nuestra experiencia, pertenece propiamente al orden imaginario. E incluso podemos percibir hasta qué punto esa función es ya distinta en el hombre de lo que lo es en el conjunto de la naturaleza.

En la naturaleza encontramos bajo mil formas la función imaginaria: son todas las captaciones guestaltistas enlazadas al pavoneo, tan esencial para el mantenimiento de la atracción sexual en el interior de la especie.

Pues bien: la función del yo presenta en el hombre carácterísticas diferentes. Este es el gran descubrimiento del análisis: a nivel de la relación genérica, ligada a la vida de la especie, el hombre funciona ya de otro modo. Ya hay en él una fisura, una perturbación profunda de la regulación vital. En esto radica la importancia de la noción de instinto de muerte aportada por Freud. No es que esta noción sea en sí misma tan luminosa. Lo que hay que comprender es que le resultó forzoso introducirla para hacernos tener presente un dato punzante de su experiencia, en un momento en que se empezaba a perder.

Como les señalaba hace rato, cuando una apercepción sobre la estructura se anticipa, siempre hay un momento de repliegue en que se tiende a abandonarla.

Esto es lo que sucedió en el círculo freudiano cuando el sentido del descubrimiento del inconsciente pasó a segundo plano. Se volvió a una posición confusa, unitaria, naturalista del hombre, del yo y al mismo tiempo de los instintos. Precisamente, Freud escribió Más allá del principio del placer para volver a encontrar el sentido de su experiencia. Les mostraré qué necesidad le condujo a escribir esos últimos párrafos, a los cuales la generalidad de la comunidad analítica reserva el destino que ustedes conocen. Dicen que no los entienden. Y aún cuando aceptan repetir con Freud instinto de muerte, entienden tanto como los jacobins, tan graciosamente zaheridos por Pascal en las Provinciales, entendían de gracia suficiente. A todos les pido que lean este texto extraordinario de Freud, increíblemente ambigüo y hasta confuso, y que lo lean varias veces; de lo contrario, no entenderán la crítica literal a que lo someteré.

Los últimos párrafos han permanecido literalmente herméticos, y hasta ahora nunca fueron  aclarados. Sólo se pueden comprender viendo qué quiso aportar la experiencia de Freud. Freud quiso salvar a toda costa cierto dualismo, en el momento en que éste se le deshacía entre las manos y en que el yo, la libido, etc., formaban una especie de vasto todo que nos reintroducía en una filosofía de la naturaleza.

Este dualismo no es nada distinto de aquello de lo que estoy hablando cuando pongo de relieve la autonomía de lo simbólico. Esto, Freud nunca lo formuló. Para que lo comprendan, será menester una crítica y una exégesis de su texto. No puedo juzgar ya establecido lo que justamente este año hay que probar Pero creo que podré demostrarles que la categoría de la acción simbólica tiene fundamento.

Sr. HYPPOLITE:-No dije lo contrario. Si he comprendido bien, la función simbólica es para usted una función de trascendencia, en el sentido de que no podemos, a un tiempo, permanecer en ella y salir de ella. ¿Para qué sirve? De esta función no podemos prescindir, y sin embargo tampoco podemos instalarnos en ella.

Desde luego. Es la presencia en la ausencia y la ausencia en la presencia.

Sr. HYPPOLITE:-Yo quería comprender lo que había que comprender.

Si quiere mantener en el plano fenomenológico, lo que Ud. me aporta, no tengo nada que objetar. Pero creo que no es suficiente.

Sr. HYPPOL ITE:-Sin duda. Yo también lo creo.

Para decirlo todo, por ser puramente fenomenológico, no nos presta gran ayuda.

Sr. HYPPOLITE:-También lo pienso.

No puede sino velar el progreso que tenemos que hacer, presentando de antemano la coloración que debe resultar de él. ¿Acaso el uso que hago del registro simbólico, sólo debe permitirnos situar en algún lado la trascendencia que usted menciona y que, al fin y al cabo, debe de existir efectivamente? ¿De eso se trata? No lo creo. Mis alusiones a una utilización muy distinta de la noción de máquina quizá puedan indicárselo.

Sr. HYPPOLITE:-Mis preguntas no eran más que preguntas. Le preguntaba qué le permitía no responder a la pregunta de Mannoni alegando que no había qué responder; o al menos que respondiendo nos desviaríamos del camino.

Dije que no creo que sea en este sentido como se puede decir que Claude Lévi-Strauss retorna a la naturaleza.

Sr. HYPPOLITE:-… rehusa retornar a ella.

También indiqué que, desde luego, debemos tener en cuenta el lado formal de la naturaleza, en el sentido en que lo calificaba de asimetría seudosignificativa, porque de esto se apodera el hombre para constituir sus símbolos fundamentales. Lo importante es lo que da a las formas que están en la naturaleza valor y función simbólicos, lo que hace funcionar a unas en relación con las otras. Es el hombre el que introduce la noción de asimetría. La asimetría en la naturaleza no es ni simétrica, ni asimétrica: es lo que es.

La próxima vez quisiera hablarles de esto: el yo como función y como símbolo. Ahí es donde juega la ambigüedad. El yo, función imaginaria, en la vida psíquica no interviene sino como símbolo. Nos servimos del yo como el bororó del loro. El bororó dice soy un loro, nosotros decimos soy yo. Todo esto no tiene la menor importancia. Lo importante es la función que tiene.

O. MANNONI:-Después de Lévi-Strauss, da la impresión de que las nociones de cultura y naturaleza ya no se pueden emplear. Lévi-Strauss las destruye. Lo mismo en cuanto a la idea de adaptación, de la que hablamos constantemente. Estar adaptado quiere decir únicamente estar vivo.

De eso se trata. Es del mismo orden que lo que mencioné hace unos instantes cuando dije que en un momento dado Freud quiso defender a todo precio cierto dualismo. A causa de la rápida evolución de la teoría y de la técnica analíticas, Freud se halló en presencia de una caída de tensión análoga a la que usted descubre en el espíritu de Lévi-Strauss. Pero, en lo que le concierne, tal vez no sea ésa su última palabra.