Seminario 2: Clase 8, Introducción al entwurf, 26 de Enero de 1955

Del nivel de las reacciónes psicosomáticas. Lo real carece de fisura. El redescubrimiento del objeto.

El profesor Lagache se mostró con todo derecho ayer deseoso de empirismo, y la forma en que lo hizo no deja de poner la mosca en la oreja. Porque no hay empirismo posible sin una elaborada conceptualización: la obra de Freud lo demuestra. Sólo puede avanzarse por el ámbito empírico en la medida en que a cada instante la conceptualización sea retomada y enriquecida. Abran ustedes el artículo Pulsiones y sus destinos:

Es conveniente -suele oírse decir-que una ciencia se apoye en conceptos fundamentales claros y bien definidos. En realidad, ninguna comienza por semejantes definiciones, aunque se cuente entre las más exactas. En su verdadero comienzo, la actividad científica consiste más bien en describir fenómenos que más tarde agrupará, clasificará y ordenará en determinados conjuntos. Pero ya entonces, cuando sólo se trata de describir, es inevitable aplicar al material ciertas ideas abstractas tomadas de alguna parte, y ciertamente no extraídas sólo de la nueva experiencia. Tales ideas, conceptos fundamentales de la ciencia, resaltan ser todavía más indispensables cuando se sigue trabajando la misma materia. Al principio contienen necesariamente cierto grado de incertidumbre, y no es el caso de delimitar su contenido con nitidez. En tanto se encuentran en ese estado, es posible entenderse sobre su significación apelando repetidamente al material experimental del que parecen extraídas siendo que en realidad dicho material está sometido a ellas Poseen, pues, hablando con propiedad, el carácter de convenciones; todo depende de que su elección no haya sido arbitraria, sino de que se las haya designado en virtud de sus importantes relaciones con materias empíricas cuya existencia puede postularse incluso antes de haberla reconocido y probado Sólo un estudio más profundo del conjunto de los fenómenos considerados permitirá desentrañar mejor sus conceptos científicos fundamentales, y modificarlos progresivamente a fin de volverlos utilizables en amplia escala, liberándolos así de toda contradicción.

Dicen que Freud no es filósofo. De acuerdo, pero no conozco texto sobre la elaboración científica que sea más profundamente filosófico.

Habrá llegado entonces el momento de encerrarlas en definiciones. El progreso del conocimiento no admite tampoco en éstas ninguna rigidez. Como lo demuestra, brillantemente, el ejemplo de la física…

Esto fue escrito en 1915.

O. MANNONI:-Después de Galileo, de todos modos.

Pero antes de Einstein. En consecuencia, perpetua reestructuración de los conceptos, capaz de hacer estallar lo que se ha dado en llamar marcos racionales.

…el contenido de los conceptos fundamentales fijados en definiciones se modifica así continuamente. De un semejante concepto fundamental y convencional, por ahora bastante oscuro pero del que no podemos prescindir en psicología, el de instinto, o, dicho de otro modo, pulsión, vamos a hablar ahora.

Observen que aquí instinto es invención de la señora Anne Berman. En el texto de Freud no se habla más que de la pulsión.

No creo que haya sido un gran error, por parte de Perrier, anoche, al final de su exposición, haber hecho hincapié sobre los trastornos psicosomáticos y las relaciones con el objeto.

La relación con el objeto se ha convertido en un comodín que permite eludir numerosos problemas. Pero el objeto, en el sentido técnico que podemos darle, si tomamos en cuenta el punto al que hemos llegado en la elaboración de los diversos registros en los que se establecen las relaciones del sujeto, es otra cosa. Para que haya relación con el objeto es preciso que ya exista relación narcisista del yo con el otro. Por otra parte, ésta es la condición primordial de toda objetivación del mundo exterior, tanto de la objetivación ingenua, espontánea, como de la objetivación científica.

Perrier quiso hacer una distinción entre las funciones orgánicas-algunas representarían el elemento relaciónal y las otras algo que él opuso a las primeras como lo interior a lo exterior-, creyendo volver así a encontrar un tema constantemente puesto de relieve en la teoría freudiana de la economía psíquica. Pienso que la intuición de Perrier era correcta, pero que no supo expresarla de manera adecuada. La distinción de que se trata, en lo tocante a las reacciónes psicosomáticas de los órganos, se sitúa en un plano muy diferente.

Se trata de saber cuáles son los órganos que entran en juego en la relación narcisista, imaginaria con el otro, donde se forma, bildet, el yo. La estructuración imaginaria del yo se efectúa alrededor de la imagen especular del cuerpo propio, de la imagen del otro. Ahora bien, la relación del mirar y el ser mirado atañe efectivamente a un órgano, el ojo, para llamarlo por su nombre. Pueden ocurrir cosas sorprendentes allí. ¿Cómo abordarlas, dado que en todos los temas de la psicosomática reina la mayor de las confusiones?

(LLega el Dr. Perrier.) Estimado Perrier, estaba diciendo que le faltó a usted una distinción fundamental, que probablemente hubiera puesto su exposición al abrigo de ciertas críticas de Valabrega.

Busca usted una distinción que dé cuenta de los órganos interesados en el proceso específicamente psicosomático, tal como intentó definirlo. Al respecto señalo que dicho proceso está muy lejos de envolver todo lo que usted nos dijo; si se pone a un epiléptico en un sitio mejor pautado tendrá menos crisis, pero esto nada tiene que ver con la psicosomática. Usted habló de los órganos relaciónales, que están en relación con el exterior. En cuanto a los otros, pensó que estaban más próximos a la inmensa reserva de excitaciones cuya imagen Freud nos ofrece cuando habla de las pulsiones internas. Pues bien, no creo que sea una buena distinción.

Lo importante es que ciertos órganos están involucrados en la relación narcisista, en cuanto ésta estructura a la vez la relación del yo con el otro y la constitución del mundo de los objetos. Detrás del narcisismo tiene usted el autoerotismo, a saber, una masa investida de libido en el interior del organismo, de la que diré que se nos escapan tanto sus relaciones internas como su entropía.

En este punto les hago notar que en Tres ensayos para una teoría sexual el pasaje sobre la libido fue agregado posteriormente: si no recuerdo mal, alrededor de 1920. Es ilusorio creer que la teoría de la libido se elaboró al mismo tiempo que la de las fases instintivas, y la ilusión se debe al hecho de que los Tres ensayos conocieron varias reediciones. Freud no elaboró plenamente su teoría de la libido, aquella que ocupa la parte media de su obra, sino después de haber introducido la función del narcisismo-lo señalé suficientemente el año pasado-, y de haber advertido que éste se hallaba directamente involucrado en la economía libidinal.

Vuelvo a mi comparación con la entropía para que perciban todo su alcance. De las equivalencias energéticas que podemos captar en relación con un organismo vivo, al fin y al cabo jamás conocemos otra cosa que su metabolismo, a saber, el libro de cuentas: lo que entra y lo que sale. Están las cantidades de energía que el organismo asimila, por toda clase de vías, y está lo que, habida cuenta de todo-gastos musculares, esfuerzos, deyecciónes-, sale del mecanismo. Como es obvio, las leyes de la termodinámica son respetadas: hay degradación de la energía. Pero de todo lo que ocurre en el interior no sabemos un comino. Por una sencilla razón: no hay forma de medir paso a paso su interacción, a la manera de lo que sucede en el mundo físico, en que lo propio de un organismo es que lo que ocurre en uno de sus puntos repercute en todos los demás.

Y la economía libidinal presenta algo no equivalente sino análogo.

Las investiduras propiamente intraorgánicas que en análisis llamamos autoeróticas desempeñan un papel muy importante, por cierto, en los fenómenos psicosomáticos. La erotización de tal o cual órgano es la metáfora que más frecuentemente aparece, a causa de la sensación que induce en nosotros el orden de fenómenos que se halla en juego en los fenómenos psicosomáticos. Y la distinción de Perrier entre la neurosis y el fenómeno psicosomático está marcada, precisamente, por esa línea divisoria que el narcisismo constituye.

Desde luego, en la neurosis siempre están los mecanismos de defensa. No debemos hablar de ellos de manera vaga, como si fueran homogéneos a los mecanismos de defensa, a las reacciónes de que habla cierta noción económica de la enfermedad. Aquellos de los que aquí se trata, y que Anna Freud enumera como originalmente constituyentes de las defensas del yo, siempre están ligados a la relación narcisista en cuanto ésta se halla estrictamente estructurada sobre la relación con el otro, la identificación posible con el otro, la estricta reciprocidad del yo y el otro. En efecto, en toda relación narcisista el yo es el otro y el otro es yo.

La neurosis está siempre enmarcada por la estructura narcisista. Pero como tal, se encuentra más allá, en otro plano.

Ese otro plano no es el de la relación con el objeto, como dijo usted, o como dice Pasche, con un muy lamentable abandono de todo rigor conceptual; lo recalco precisamente porque se trata de alguien que prometía más en cierta época. Si algo sugieren las reacciónes psicosomáticas como tales, es que están fuera del registro de las construcciónes neuróticas. No se trata de una relación con el objeto. Se trata de una relación con algo que se encuentra siempre en el límite de nuestras elaboraciones conceptuales, algo en lo cual siempre pensamos, de lo que a veces hablamos y que, para ser precisos, no podemos alcanzar y, sin embargo, no lo olviden, está allí: les hablo de lo simbólico, de lo imaginario, pero también está lo real. Las relaciones psicosomáticas se sitúan a nivel de lo real.

Dr. PERRIER:-Eso es lo que quise decir.

Pero no lo dijo. Usted citó a Pasche a propósito de la relación con el objeto. Si coloca las cosas en ese plano, se pierde usted en las relaciones con el objeto materno, primitivo, y llega a una especie de tablas clínico del que no sale nada. Por el contrario, la referencia al término «real» puede evidenciar en este caso su fecundidad.

Dr. PERRIER:-Entiendo que después de haber citado a Pasche insistí sobre el hecho de que el enfermo psicosomático tenía una relación directa con lo real, con el mundo, y no con el objeto; que la relación terapéutica que instauraba con un médico, por indiferenciada que fuese, reintroducía en él el registro del narcisismo. Y en la medida en que ese moderador le permitía volver a una dimensión más humana, curaba entonces de su ciclo psicosomático.

No digo que usted haya dicho tonterías. Digo que desde el punto de vista del rigor en el vocabulario, no habría ofrecido usted flanco a las críticas de Valabrega si hubiera utilizado el término «real» en lugar del de «objeto».

Sr. VALABREGA:-La referencia al narcisismo es fundamental. El narcisismo conduce sin embargo a una relación de objeto, es el cuerpo propio.

No digo otra cosa.

Hablé antes del voyeurismo-exhibicionismo, y de una pulsión que tiene su fuente en un órgano, el ojo. Pero su objeto no es el ojo. Igualmente, aquello que pertenece al registro del sadismo-masoquismo también tiene su fuente en un conjunto orgánico, la musculatura, pero todo indica que su objeto, aunque no carece de relación con la estructura muscular, es otra cosa. Por el contrario, cuando se trata de las investiduras llamadas autoeróticas no podemos distinguir entre la fuente y el objeto. No sabemos, pero es posible concebir que se trata de una investidura sobre el órgano mismo.

Ven ustedes la diferencia. Ven también todo lo que el autoerotismo conserva de misterioso, de casi impenetrable. Esto no quiere decir que después no hemos de avanzar un poco. Si tras el esfuerzo que realizó, consiente Perrier en no caer de inmediato en una reacción de adormecimiento y reposo-eso que naturalmente anhela el principio del placer-, sino en persistir en su esfuerzo, para la vez que viene nos preparará el breve capítulo titulado Pulsiones y sus destinos.

Con respecto a la exterioridad y la interioridad, reparen en lo siguiente: tal distinción no tiene ningún sentido a nivel de lo real. Lo real carece de fisura. Les enseño, y por ahí Freud converge con lo que podemos llamar filosofía de la ciencia, que no tenemos ningún otro medio de aprehender lo real-en todos los planos, y no sólo en el del conocimiento-si no es por intermedio de lo simbólico.

Lo real carece absolutamente de fisura. No nos ocultemos el vicio que presentan teorías momentáneamente tan simpáticas, y hasta fecundas, como la de Von Frisch. El holismo recíproco, la posición correspondiente de un Umwelt y un Innenwelt, es una petición de principio al inicio de la investigación biológica. Puede ofrecer interés como hipótesis, pero nada nos obliga a pensar una cosa semejante. La noción de relaciones reflejas del ser vivo con su medio, la hipótesis de la adaptación preestablecida, dándole incluso la acepción más amplia, nada nos indica que sea una premisa válida. Si otras investigaciones, a las que podemos dirigir toda clase de críticas, anatomismo, asociacionismo, etc., resultan más fecundas, es porque se apartan de esta hipótesis y, sin saberlo, ponen el simbolismo en primer plano. Lo proyectan en lo real, se imaginan que los que cuentan son los elementos de lo real. Pero simplemente hacen funcionar el simbolismo en lo real, no a título de proyección ni de marco del pensamiento, sino a título de instrumento de investigación. Lo real carece de fisura. Y en ese estado hipotético de autoclausura que la teoría freudiana supone propio del sujeto en su más primigenio comienzo, ¿qué puede querer decir que el sujeto es todo?

VALABREGA:-El problema no se plantea respecto a lo real sino respecto a la distinción entre los aparatos de relación con lo real y los aparatos no relaciónales.

La distinción se establece entre lo que está incluido en la relación narcisista y lo que no lo está. La diferenciación se sitúa en la juntura de lo imaginario y lo real.

La vez pasada quise ofrecerles una primera aproximación al sentido de esta pregunta: ¿qué sucede más allá del principio del placer? Mi gran amigo Jean Hyppolite, que hoy no se encuentra aquí pues está en Alemania, me dijo que releyó Más allá del principio del placer. Creo que él está al menos tan ocupado como la mayoría de ustedes; entonces, éste es el momento de pensar en leer. Dentro de quince días hablaremos de ese trabajo, texto en mano.

La vez pasada les dije que un simbolismo es esencial para todas las manifestaciones más fundamentales del campo analítico y, especialmente, para la repetición, a la que tenemos que concebir enlazada a un proceso circular de intercambio de la palabra. Hay un circuito simbólico exterior al sujeto y ligado a cierto grupo de soportes, de agentes humanos, en el cual el sujeto, el pequeño círculo que llamamos su destino, está indefinidamente incluido.

Estoy ilustrando, torciendo mi pensamiento y se percatan de que no es del todo así como hay que entender las cosas.

Cierto intercambio de relaciones, a la vez exterior e interior, hay que representarse como un discurso que se recita, que se lleva a cabo. Con un aparato registrador sería posible aislarlo, recogerlo. Una porción considerable escapa al sujeto, quien no posee tales aparatos registradores, y prosigue, retorna siempre pronto a reingresar en la danza del discurso interior.

Como es natural, el sujeto puede pasarse la vida entera sin prestar oídos al asunto. Esto es incluso lo más común. El análisis está destinado a que preste oído, a que comprenda en qué circulo del discurso se encuentra àpresado y al mismo tiempo en qué otro círculo tiene que entrar.

Ahora volveremos atrás y hablaremos del Entwurf.

Se trata de un manuscrito que Freud no publicó y que fue hallado después. Data de Septiembre de 1895, o sea de antes de La interpretación de los sueños, época en que Freud continuaba no su autoanálisis sino su análisis a secas, es decir que se hallaba en el camino de su descubrimiento. En él nos enteramos del modo en que Freud se representaba el aparato psíquico. Este texto es inseparable de la historia de su pensamiento y, puesto en claro por la puntuación que vamos a darle, revela la significación de las elaboraciones ulteriores, de la teoría de la Traumdentung. Nos hace saber de qué modo se vio obligado Freud a modificar sus concepciones primitivas. Verán ustedes cómo la máquina de soñar se une a esa máquina cuyo esquema evoqué a propósito del discurso del otro, y a muchas otras.

Anzieu nos trae hoy un análisis de lo que en este texto es importante destacar.
(Intervenciones durante la exposición del señor Anzieu).

En 1895, la teoría de la neurona no existía. Las ideas de Freud sobre la sinapsis son enteramente nuevas. Freud toma partido por la sinapsis como tal, es decir, por la ruptura de continuidad entre una célula nerviosa y la siguiente.

Lo que se nos propone como sistema vitalista, arco reflejo, según el esquema más simple estímulo-respuesta, parece obedecer únicamente a la ley de la descarga. Hay una pura y simple inercia general. El circuito se cierra por la vía más corta. Ahí Freud conecta un sistema-moderador, sistema en el interior del sistema, que es el origen del sistema del yo. El principio de realidad es introducido aquí en referencia al sistema S, vuelto hacia el interior. Más tarde, los términos habrán de entrecruzarse.

El sistema w es ya una prefiguración del sistema del ello. Explique la necesidad de su invención. Porque, a fin de cuentas, hasta allí todo funciona perfectamente. No hay la menor conciencia. Sin embargo, es preciso reintroducirla, y Freud lo hace bajo la paradójica forma de un sistema que obedece a leyes absolutamente excepcionales. El período debe pasar allí con el mínimo gasto de energía, con una energía casi nula, Freud no puede decir que totalmente nula.

Nos hallamos por vez primera ante una dificultad que se reproducirá a cada rato en la obra de Freud: no se.sabe qué hacer con el sistema consciente. Es menester atribuirle leyes específicas y ponerlo fuera de las leyes de equivalencia energética que presiden las regulaciones cuantitativas. ¿Por qué no puede Freud omitir su intervención? ¿Qué hará con él? ¿Para que sirve?

En relación con los estados de deseo, Freud pone en juego la correspondencia entre el objeto que se presenta y las estructuras ya constituidas en el yo. Destaca lo siguiente: o aquello que se presenta es lo esperado, y no tiene ningún interés, o no cae bien, y entonces sí es interesante, pues toda especie de constitución del mundo objetal siempre es un esfuerzo por redescubrir el objeto, Wiederzufinden. Freud distingue dos estructuraciones totalmente disímiles de la experiencia humana: la que con Kierkegaard denominé antigua, la de la reminiscencia, que supone un acuerdo, una armonía entre el hombre y el mundo de sus objetos que hace que los reconozca, porque en cierto modo los conoce desde siempre y, por el contrario, la conquista, la estructuración del mundo en un esfuerzo de trabajo, por la vía de la repetición. En la medida en que lo que se le presenta sólo coincide parcialmente con lo que ya le procuró satisfacción, el sujeto se pone a la búsqueda, y la repite indefinidamente hasta volver a encontrar ese objeto.

El objeto se encuentra y se estructura en la vía de una repetición: reencontrar el objeto, repetir el objeto. Pero lo que el sujeto encuentra jamás es el mismo objeto. Dicho de otro modo, el sujeto no cesa de engendrar objetos sustitutivos.

En esta teoría, que parece consistente, hallamos pues el esbozo, a nivel del materialismo, del proceso de la función de repetición como estructurante del mundo de los objetos.

Es el esbozo de algo fecundo que va a constituir el fundamento de la psicología del conflicto, que hace de puente entre la experiencia libidinal como tal y el mundo del conocimiento humano que se carácteriza por el hecho de que en gran parte escapa al campo de fuerzas del deseo. El mundo humano no es para nada estructurable como un Umwelt ensamblado con un Innenwelt de necesidades; no está cerrado, sino abierto a una multitud de objetos neutros de extraordinaria variedad, objetos que incluso en su función radical de símbolos, ya nada tienen que ver con objetos.

El yo experimenta la realidad no sólo en la medida en que la vive sino en la medida en que la neutraliza todo lo que puede. Y esto, en tanto que actúa el sistema de derivación. No insistió usted lo suficiente sobre el hecho de que es en la ramificación neuronal donde Freud sitúa el proceso de derivación que hace que el flujo energético, diseminado e individuado, no pase. Y en la medida en que no pasa, es posible una comparación con las informaciones que nos da el sistema Q sobre el plano periódico, a saber, que la energía se ve reducida, quizá no en su potencial sino en su intensidad.

En este primer esbozo del yo, hay un anuncio de lo que se revelará como condición estructural de la constitución del mundo objetal en el hombre: el redescubrimiento del objeto. Pero la referencia al otro, también esencial para la estructuración del objeto, se elude completamente. En otros términos, como en la estatua de Condillac, la organización objetivada del mundo parece obvia. El descubrimiento del narcisismo cobra para nosotros todo su valor por el hecho de que en ese momento Freud no lo advierte en absoluto.

Siguiendo a los filósofos del siglo XVIII, y como todo el mundo en su época, Freud lo reconstruye todo, memoria, juicio, etc., a partir de la sensación, deteniéndose sólo un momento en la búsqueda del objeto en sí misma. Pero tiene que volver sobre el proceso primario en tanto que éste incumbe al dormir y a los sueños. Así es como esta reconstrucción mecánica de la realidad culmina, de todos modos, en el sueño.

Por hoy quedémonos aquí. Valabrega, ¿quiere usted encargarse de relaciónar esto con la teoría completa de los procesos primario y secundario en la Traumdeutung?