Seminario 3: Clase 22, «Tu eres el que me seguirá», 13 de Junio de 1956

El Otro es un lugar. El tú del Superyó. Devolución y constatación. La voz media. El llamado del significante.

Soy mucho más yo. Antes era un parayó, que creía ser el verdadero, y que era absolutamente falso.
En todo caso, quiero precisar que somos muchos los que hemos apoyado el Frente popular.

Estas frases, que están testificadas, las recogí en la gramática de Damourette y Pichon, obra considerable y harto instructiva, aunque sólo sea por la enorme cantidad de documentos clasificados en forma sumamente inteligente, a pesar de los errores de conjunto y de detalle que pueda tener. Las dos frases, hablada la una, escrita la otra, muestran que aquello en torno a la cual haré que reflexionen hoy, no es un artificio forjado, una sutileza literaria equivocadamente implantada.

La primera frase obviamente ha sido recogida, Pichon lo indica mediante iniciales, de una paciente en análisis, Sra. X., fecha tal. Soy mucho más yo, dice, sin duda muy satisfecha de algún progreso realizado en su tratamiento, antes era un parayó que creía ser… A Dios gracias, la lengua francesa, a menudo ambigüa en lo hablado, permite aquí, gracias al encuentro entre el silencio consonántico y una vocal inicial distinguir perfectamente de que se trata. El verbo esta en primera persona del singular, soy yo, el que creía. A través del relativo, la primera persona se transmitió a la proposición relativa.

Me dirán: es obvio. Eso me contestó hace poco una mujer encantadora cuyo interés por estos temas intentaba yo despertar proponiéndole el problema de la diferencia que hay entre soy la mujer que no te abandonaré y soy la mujer que no te abandonará. Debo decir que no tuve ningún éxito. No quiso interesarse por ese matiz, a pesar de su importancia, que ya ustedes habrán percibido.

Basta el uso para manifestarlo, ya que en la misma frase, la Sra. X. continúa: Soy mucho más yo. Antes, era un parayó, que creía ser el verdadero, y que era absolutamente falso.

Creo que no hay frase que se exprese con más exactitud. El era absolutamente falso, el parayó ése. De yo en la primera parte de la frase pasa a ser él en la segunda.

Hay varias así en Pichon, todas bastante picantes, y siempre de actualidad: En todo caso, quiero precisar que somos muchos los que hemos apoyado el Frente popular, votado por sus candidatos, y que creíamos perseguir un ideal muy distinto, una acción muy distinta, una realidad muy distinta, etcétera.

Si prestan atención encontrarán ejemplos como estos a montones. La cuestión es saber si la personización que está en la principal pasa o no la pantalla, la lente que está a la entrada de la relativa. La pantalla es manifiestamente neutra, no variará. Se trata pues de saber en qué consiste el poder de penetración, si se puede decir, de la personización antecedente.

Veremos que este pequeño punto de lingüística se encuentra de modo muy viviente en otras lenguas. Pero, evidentemente, sería necesario investigar otras formas de sintaxis. Volveremos enseguida a ello.

1)
Interrumpimos la vez pasada en el momento de examinar qué esclarecimiento nuevo puede aportar el progreso que hicimos en lo concerniente a la función del significante al problema candente, actualizado confusamente por la función de la relación de objeto, y presentificado tanto por la estructura como por la fenomenología de la psicosis, al problema candente que es el problema del otro.

Les mostré hasta el momento la duplicidad de ese otro, entre el otro imaginario y el Otro con mayúscula, ese Otro al que me refiero en ese breve comentario que les comuniqué en la última sesión del año pasado, que acaba de aparecer en la Evolution Psyquiatrique con el título de La Cosa Freudiana

Pido disculpas por citarme, más para qué sirve pulir las propias fórmulas si no es para utilizarlas. Digo: Luego, el Otro es el lugar donde se constituye el yo (je) que habla con el que escucha. Digo esto luego de algunos comentarios sobre el hecho de que siempre hay un Otro más allá de todo diálogo concreto, de todo juego interpsicológico. La fórmula que cité debe ser tomada como punto de partida, se trata de saber a qué conduce.

Quisiera que apreciasen toda la diferencia que hay entre una perspectiva tal y la que hoy es confusamente aceptada. Decir que el Otro es el lugar donde se constituye el que habla con el que escucha es algo muy diferente que partir de la idea de que el otro es un ser.

Estamos intoxicados en el análisis desde hace algún tiempo por temas incuestionablemente surgidos del discurso llamado existencialista, donde el otro es el tú, el que puede responder, pero de un modo que es el de la simetría, el de la completa correspondencia, el Alter ego, el hermano. Se tiene una idea fundamentalmente recíproca de la intersubjetividad Agréguenle las confusiones sentimentales que se inscriben bajo la rubrica del personalismo, y el libro de Martín Buber sobre el Yo y el Tú, y la confusión será definitiva e irremediable, salvo que retornemos a la experiencia.

Lejos de haber aportado cosa alguna al esclarecimiento del fundamento de la existencia del otro, la experiencia existencialista no hizo más que suspenderla cada vez más radicalmente a la hipótesis de la proyección con la que todos ustedes viven, por supuesto—según la cual el otro no es más que una cierta semblancia humana, animada por un yo (je) reflejo del mío.

Animismo, antropomorfismo, están ahí siempre listos para surgir, y a decir verdad imposibles de refutar, así como las referencias someras a la experiencia del lenguaje tomada en sus primeros balbuceos. Se nos hace ver que el dominio del tú y del yo (je) no es adquirido de inmediato por el niño, adquisición que se resume para el niño a fin de cuentas, en poder decir yo (je) cuando le dijeron tú, en comprender que cuando se le dice tú vas a hacer esto, él debe decir en su registro yo voy a hacer esto.

Esta concepción simétrica da pie entre los analistas para algunas verdades primeras, para afirmaciones sensacionales del estilo de la siguiente, que escuché en boca de alguien que pertenece a lo que llaman el otro grupo: No puede analizarse a alguien para quien el otro no existe.

Me pregunto qué quiere decir eso, que el otro no existe. Me pregunto si esta fórmula conlleva siquiera un valor de aproximación, por reducido que sea. ¿De qué se trata? ¿De una vivencia, de un sentimiento irreductible? Tomemos nuestro caso Schreber, para quien toda la humanidad pasó un tiempo en estado de sombras hechas a la ligera; pues bien, hay claramente un otro para el, un otro singularmente acentuado, un Otro absoluto, un Otro totalmente radical, un Otro que no es ni un lugar, ni un esquema, un Otro de quien afirma que es un ser viviente a su manera y que cuando se ve amenazado es capaz de egoísmo como los otros vivientes. Dios, cuando se ve amenazado en su independencia por ese desorden del que es el primer responsable, manifiesta reacciónes espasmódicas de defensa. No obstante, la alteridad que conserva es tal que permanece ajeno a las cosas vivientes, y sobre todo desprovisto de toda comprensión respecto a las necesidades vitales de nuestro Schreber.

Que hay para Schreber un otro que es uno, ya lo indica el inicio singularmente picante, humorístico, de uno de los capítulos de sus Memorias, donde dice que en modo alguno es él un paranoico. El paranoico es alguien que relacióna todo consigo mismo, es alguien cuyo egocentrismo es invasor —leyó a Kraepelin— pero yo, dice, soy completamente diferente, es el Otro quien relacióna todo conmigo. Hay un Otro, y esto es decisivo, estructurativo.

Entonces, antes de hablar del otro como algo que se coloca o no a cierta distancia, que somos o no capaces de abrazar, de estrechar, incluso de consumir en dosis más o menos rápidas, se trataría de saber si la fenomenología misma de la forma en que las cosas se presentan en nuestra experiencia no obliga a un abordaje diferente y, precisamente, el que adopto cuando digo—antes de ver como va a ser más o menos realizado—que el Otro debe ser considerado primero como un lugar, el lugar donde se constituye la palabra.

Las personas—ya que hoy nos han interesado—deben salir de algún lado. Salen primero de modo significante, entiendan bien, formal. La palabra se constituye para nosotros a partir de un yo (je) y un tú. Son dos semejantes. La palabra los transforma, dándoles cierta relación justa, pero—y sobre esto quiero insistir—una distancia que no es simétrica, una relación que no es recíproca. En efecto, el yo (je) nunca está donde aparece en forma de un significante particular. El yo (je) está siempre ahí a título de presencia que sostiene el conjunto del discurso, en estilo directo o en estilo indirecto El yo (je) es el yo (je) del que pronuncia el discurso. Todo lo que se dice tiene bajo sí un yo (je) que lo pronuncia. En el interior de esa enunciación aparece el tú.

Estas son verdades primeras, tan primeras que corren el riesgo de ponerse a buscar más allá de sus narices. No hay otra cosa que entender más que la que acabo de señalar. Que el tú está ya en el seno del discurso es una evidencia. Nunca hubo tú en otra parte más que donde se dice tú. Para comenzar debemos encontrarlo ahí, en esta vocalización, tú. Partamos de ahí.

En cuanto al yo (je), ¿ es él también una moneda, un elemento fiduciario que circula en el discurso? Espero poder responderles en seguida, pero formulo desde ya la pregunta para que no la pierdan de vista, y sepan adónde quiero llegar.

El tú está lejos de dirigirse a una persona inefable, o a esa especie de más allá donde las tendencias sentimentalistas a la moda existencialista quisieran colocar el acento primero. En el uso es algo completamente distinto.

No siempre el tú es el tú pleno al que tanta importancia se atribuye y que como saben yo mismo, dado el caso, evoco con ejemplos primordiales. Tú eres mi amo, tú eres mi mujer: doy a estas fórmulas gran importancia para llegar a comprender la función de la palabra.

Se trata hoy de volver a centrar el alcance dado a ese tú, que de ningún modo tiene siempre ese uso pleno.

Los conduciré a algunas observaciones lingüísticas.

La segunda persona de ningún modo se emplea siempre con este acento. Cuando en el uso corriente se dice: Uno puede pasearse por ese lugar sin que lo aborden, no se trata de ningún tú, de ningún lo en realidad. El lo (vous) es casi un reflexivo del Uno (On), es su correspondiente.

Algo más significativo: Cuando se llega a ese grado de sabiduría, no te queda más que morir. Allí también, ¿de qué te, de qué tú se trata? Indudablemente no dirijo a nadie estas palabras. Les ruego tomen la frase en su conjunto, porque no hay frase que pueda separarse de la plenitud de su significación. Te apunta a algo que está tan lejos de ser un otro que diría que es el resto de quienes se obstinan en vivir luego de ese discurso: si la sabiduría dice que el único fin para todo es la muerte, sólo os queda morir. Esta ya basta para mostrarles que la función de la segunda persona en esta ocasión es, precisamente, apuntar a lo que no es persona alguna, a lo que despersonaliza.

De hecho, ese tú que ahí es muerto, lo conocemos perfectamente gracias a la fenomenología de la psicosis, y gracias a la experiencia común, es el tú que en nosotros dice tu, ese tu que siempre se hace escuchar más o menos discretamente, ese tú que habla por sí solo, y que nos dice ves o eres siempre el mismo. Al igual que en la experiencia de Schreber, ese tú no necesita decir tú para ser realmente el tú que nos habla. Basta un poquito de disgregación—Schreber tuvo una buena dosis—para que diga cosas como no ceder a la primera incitación.

Esto apunta hacia algo no nombrado, que reconstruimos en Schreber como la tendencia homosexual, pero puede ser otra cosa, ya que las invitaciones, las conminaciones no son escasas, sino constantes. Esta frase, en efecto, es la regla de conducta de muchos: No cedan a su primer impulso, podría ser el adecuado, como suele decirse. ¿Acaso justamente se les enseña más que a no ceder nunca a la primera incitación? Reconocemos aquí a nuestro viejo y buen amigo el superyó, que de golpe se presenta en su forma fenoménica, más que en forma de amables hipótesis genéticas. Este superyó es efectivamente algo así como una ley, pero es una ley sin dialéctica, y no por nada se lo reconoce, con mayor o menor razón, en el imperativo categórico, con lo que llamaré su malsana neutralidad, cierto autor lo llama el saboteador interno.

Ese tú, sería un error desconocer que también está ahí como observador: ve todo, escucha todo, anota todo. Es precisamente lo que ocurre en Schreber, y es su modo de relación con eso que se expresa en él mediante ese tú incansable, incesante, que lo incita a respuestas sin sentido alguno.  

Tengo ganas de citar a vieja expresión: Nadie lo sospecha, que figuraba otrora en los anuarios telefónicos a propósito de una policía privada. Se percibe ahí hasta qué punto se trata de un ideal. Qué feliz sería todo el mundo si en efecto nadie sospechase. Pero, por más que se esté oculto tras una cortina, los zapatones siempre sobresalen. Algo parecido pasa con el superyó. Pero, desde luego, él no sospecha nada. Nada es menos sospechoso que lo que se nos presenta por intermedio de este tú.

Es increíble que podamos olvidar esa arista primera que nuestra experiencia analítica manifiesta: el tú está ahí como un cuerpo extraño. Un analista, Isakower, llegó a compararlo con lo que se produce en un pequeño crustáceo del género de los langostinos cuya propiedad particular es tener, al comienzo de su existencia, su cámara vestibular—órgano regulador del equilibrio—abierta al medio marino. Más tarde, esa cámara vestibular se cerrará e incluirá cierto número de pequeñas partículas esparcidas en el medio, que le facilitarán la adopción de la posición vertical u horizontal. Los animalitos, al comienzo de su existencia, se zampan ellos mismos en la concha unos cuantos granitos de arena, y luego la cámara se cierra por un proceso fisiológico. Basta entonces sustituir los granitos de arena por pequeñas partículas de limadura para que sea posible, con un electroimán, llevar a los encantadores bichitos hasta el fin del mundo, o ponerlos a nadar patas arriba.

Según Isakower ésta es la función del tú en el hombre, y yo lo tomaría con gusto como apólogo para dar a entender la experiencia del tú, pero en su más bajo nivel. Descuidar que ella culmina en el tú como significante es desconocerlo todo de su función.

Los analistas —la vía que sigo no es solitaria— delimitaron aún otro punto. No puedo extenderme demasiado sobre la relación que existe entre el superyó, que no es más que la función del tú, y el sentimiento de realidad. No necesito insistir por la sencilla razón de que está acentuada en todas las páginas de la observación del presidente Schreber. Si el sujeto no duda de la realidad de lo que escucha, es en función de ese carácter de cuerpo extraño que presenta la intimación del tú delirante. ¿Necesito evocar la filosofía de Kant, que sólo reconoce como realidad fija el cielo estrellado encima de nuestras cabezas y la voz de la conciencia dentro de ellas? Ese extranjero, como dice el personaje de Tartufo, es el verdadero dueño de casa, y le dice tranquilamente al yo: A usted le toca salir de ella. Cuando el sentimiento de extrañeza afecta en algún lado, nunca es por el lado del superyó; es siempre el yo quien se siente perdido, es el yo quien pasa al estado tú, es el yo quien se cree en estado de doble, es decir expulsado de casa, mientras el tú queda dueño de las cosas.

La experiencia es eso. No por ello debemos quedarnos ahí. Pero, en fin, hay que recordar estas verdades para comprender dónde está el problema de estructura.

Puede parecerles raro que mecanice así las cosas, y quizás imaginen que no he pasado de una noción elemental del discurso que enseño, que todo está contenido en la relación del yo (je) al tú, del yo al otro.

Al respecto, los lingüistas —para no hablar de los psicoanalistas— comienzan a balbucear cada vez que abordan la cuestión del discurso. Incluso es lamentable ver que Pichon, en la notable obra de la que hablé, cree tener que recordar como base de su definición de los repartitorios verbales—como se expresa él—que hay que partir de la idea de que el discurso se dirige siempre a otro, al locutor. Y entonces comienza con el plano locutorio simple que encontramos en el imperativo Ven. De él no se necesita decir mucho: Ven supone un yo (je), supone un tú. Hay por otra parte un plano narrativo que será un de alocutorio, donde siempre hay yo (moi) y tú (toi), pero en el que se apunta a otra cosa.

Cabe creer que tal repartición no lo satisface plenamente, puesto que a propósito de la interrogación, se plantea un nuevo problema, que introduciremos con una disimetría, que es simetría a condición de que consideremos que la cifra 3 es la mejor.

Si el narrativo es il vient (él viene), el interrogativo es vient-il ? (¿viene él?). Pero no todo es simple en esta función. Prueba de ello es que se dice le roi vient-tl? (¿viene el rey?), que muestra con claridad que t-il no es exactamente el mismo sujeto en la interrogación que en la narración. Puede querer decir que si hay un rey, que venga, o si el rey viene. La pregunta es mucho más compleja a partir del momento en que nos acercamos al uso concreto del lenguaje. El imperativo Ven crea la ilusión de una presencia simétrica, bipolar, de un yo (je) o de un tú. Pero, ¿acaso están también presentes el yo (je) o el tú cuando se hace referencia a ese tercer objeto que se llama la tercera persona?

La su sodicha tercera persona no existe. Lo digo de paso para empezar a socavar algunos principios muy arraigados en ustedes por culpa de la enseñanza primaria de la gramática. No hay tercera persona, Benveniste lo demostró perfectamente.

Detengámonos un instante para situar la pregunta que el sujeto se hace, o más exactamente la pregunta que yo (je) me hago sobre lo que yo (je) soy o puedo esperar ser.

En nuestra experiencia, sólo la encontramos expresada por el sujeto fuera de sí mismo, y a pesar suyo. Pero es fundamental, porque es la pregunta que está en el fundamento de la neurosis, y es ahí donde la atrapamos por las orejas.

Esta pregunta, cuando aflora, la vemos descomponerse de modo singular. Aflora en formas para nada interrogativas, ¡Pudiese yo (je) lograrlo!, que están entre la exclamación, el anhelo, la fórmula dubitativa. Si queremos darle un poquito más de consistencia, expresarla en el dominio de lo delocutorio y de lo narrativo, observen cómo decimos con toda naturalidad: ¿Piensas lograrlo?

En suma, quisiera llevarlos a una repartición de las funciones del lenguaje diferente a estos balbuceos alrededor de la locución, de la delocución y la alocución. Esto, en función de la pregunta, la pregunta siempre latente, nunca hecha.

Si ella surge, si ella nace, es siempre a causa de un modo de aparición de la palabra que podemos llamar de diferentes modos, la misión, el mandato, la delegación, o incluso por referencia a Heidegger, la devolución. Es el fundamento o la palabra fundante: Tú eres esto, mi mujer, mi amo, mil otras cosas. Ese tú eres esto, cuando lo recibo, me hace en la palabra otro que lo que soy.

¿Quién lo pronuncia? ¿Ese tú es el mismo que el tú que navega libremente en los ejemplos que di? ¿Esta misión es respecto a la pregunta, fenoménicamente, primitiva o secundaria?

La pregunta tiende a surgir cuando tenemos que responder a la misión. El tercero allí en juego —lo señalo al pasar— en nada se asemeja a un objeto, el sujeto se refiere siempre al discurso mismo. Al tú eres mi amo, responde un cierto ¿qué soy?, ¿qué soy para serlo si es que lo soy? Ese lo no es el amo tomado como objeto, es la enunciación total de la frase que dice soy tu amo, como si tu amo tuviese sentido por el sólo homenaje que de el recibo. ¿Qué soy para ser lo que tú acabas de decir?

Hay en la práctica cristiana una oración muy linda que es el Ave María. A nadie se le ocurre, por cierto, que empieza con las tres letras que los monjes budistas mascullan todo el día, AUM, debe haber ahí algo radical en el orden del significante, pero poco importa. Dios te salve María y —según otra fórmula popular— tendréis un hijo sin marido, dice la cancioncilla. Por otra parte, esto no deja de estar relaciónado con el sujeto del presidente Schreber. La respuesta para nada es ¿Qué soy?, sino Soy la sierva del Señor, hágase según Vuestra palabra. Soy la sierva, quiere decir sencillamente Yo (je) me suprimo. ¿Qué soy yo (je) para ser la que vosotros decís? Pero, hágase según Vuestra palabra.

Este es el orden de réplica en juego en la palabra más clara. Cuando la devolución se presenta de modo bastante desarrollado, podemos estudiar las relaciones recíprocas del tú, cuerpo extraño, con el significante que abrocha, que almohadilla al sujeto.

Les ruego que nos detengamos hoy en algunos ejemplos cuyo alcance lingüístico es muy sensible para nosotros los franceses.

3)
¿Cuál es la diferencia entre tú eres el que me seguirás por doquier y tú eres el que me seguirá por doquier?

Tenemos una principal en segunda persona, tú eres el. Que es la pantalla. ¿Dejará o no pasar en la relación al tú? Ven inmediatamente que es absolutamente imposible separar el tu del sentido del significante siguiente. La permeabilidad de la pantalla no depende del tú, sino del sentido de seguir y del sentido que yo, el que habla, coloco en él -ese yo que habla no tengo por qué ser yo, es quizá quien escucha eso del eco que está bajo toda la fase-, del sentido puesto a esa frase.

Tú eres el que me seguirás por doquier, es por lo menos una elección, quizás única, un mandato, una devolución, una delegación, una inversión. Tú eres el que me seguirá por doquier es una constatación, que más bien nos inclinamos a considerar como una constatación penosa. Del tú ése que me seguirá por doquier, si la cosa tiene carácter verdaderamente determinativo, pronto estaremos hasta la coronilla. Si bien tiene un aspecto que linda con el sacramento, tiene otro que pronto lindaría con la persecución, implícito en el termino mismo seguir.

Me dirán una vez más que el significante en cuestión es precisamente una significación. Les replicaré que la significación de la secución que está en juego cuando digo tú eres el que me seguirá por doquier a quien reconozco como mi compañero, y que puede ser la respuesta al tú eres mi amo del que siempre hablamos, implica la existencia de determinado modo del significante. Voy a materializárselos de inmediato.

El seguir puede ser ambigüo en francés, puede no llevar con suficiente rapidez la marca de la originalidad significante de la dimensión del verdadero seguir. ¿Seguir qué? Esto queda abierto. ¿Seguir tu ser, tu mensaje, tu palabra, tu grupo, lo que yo represento? ¿Qué es? Es un nudo, un punto de àpresamiento en un haz de significaciónes, al cual el sujeto ha o no accedido. Si el sujeto no ha accedido a él, entenderá tú eres el que me seguirá por doquier, cuando el otro le haya dicho seguirás, con s final, es decir en un sentido totalmente distinto, que cambia hasta el alcance mismo del tú.

La presencia del tú en el seguirás interesa la personalización del sujeto a quien uno se dirige. Cuando digo, ejemplo sensible, tú eres la mujer que no me abandonará, manifiesto una certeza mucho mayor en lo tocante al comportamiento de mi pareja que cuando digo tú eres la mujer que no me abandonarás. Para hacer sentir la diferencia que en francés no se escucha, manifiesto en el primer caso una certeza mucho mayor, y en el segundo, una confianza mucho mayor. Esta confianza supone precisamente un vínculo mucho más laxo entre la persona que aparece en el tú de la primera parte de la frase, y la que aparece en la proposición relativa. Precisamente porque es laxo aparece con una originalidad especial respecto del significante, y supone que la persona sabe de qué clase de significante se trata en ese seguir, que lo asume. También quiere decir que ella puede no seguir.

Voy a tomar una referencia que hace al carácter más radical de las relaciones del yo (je) con el significante. En las lenguas indoeuropeas antiguas, y en algunas supervivencias de las lenguas vivas, existe la llamada voz media. La voz media se distingue de la activa y la pasiva, según la aproximación que enseñan en la escuela, en que el sujeto en juego hace para sí mismo la acción del caso. Por ejemplo, hay dos formas diferentes de decir Yo (je) sacrifico, según se sea el sacrificador o el que ofrece el sacrificio.

No entremos en este matiz de la voz media respecto a los verbos que tienen tres voces, ya que, como no la usamos, siempre la percibiremos mal. Lo instructivo son los verbos que no tienen voz media. Para recogerlos de un artículo de Benveniste sobre este tema en el Journal de psychologie normale et pathologique de Enero-Marzo de 1950, enteramente dedicado al lenguaje, son medios los siguientes verbos: nacer, morir, seguir y empujar un movimiento, ser amo, estar acostado, volver a un estado familiar, jugar, tener ganancias, sufrir, tener paciencia, experimentar agitación mental, tomar medidas —que es el medeor del que todos ustedes están investidos como médicos—, hablar. En fin, es justamente todo el registro en juego en la experiencia analítica.

Estos verbos en algunas lenguas sólo existen en la voz media. ¿Qué tienen en común? Se desprende, luego de estudiarlo, que tienen en común que el sujeto se constituye en cuanto tal en el proceso o estado que el verbo expresa.

No den importancia alguna al término de proceso o estado; la función verbal no se capta tan fácilmente en una categoría. El verbo es una función en la frase, y nada más. No hay ninguna otra diferencia entre el sustantivo y el verbo fuera de su función en la frase. Proceso o estado, los sustantivos lo expresan igualmente bien. La implicación del sujeto no cambia en absoluto por el hecho de que el proceso o estado en juego esté expresado en forma verbal. Si está expresado en forma verbal es porque es el soporte de cierto número de acentos significantes que sitúan al conjunto de la frase de modo temporal.

La existencia de formas diferentes para los verbos en los que el sujeto se constituye como tal, como yo (je), como el sequor latino, que implica, debido al sentido pleno del verbo seguir, la presencia del yo (je) en la secución, nos pone en camino de lo que está en juego en el hecho de que en francés, el verbo de la proposición relativa se coordina o no se coordina con el tú de la principal. Se coordinará o no con el tú según el modo en que el yo (je) que está en juego, esté interesado, cautivado, etiquetado, captado en el almohadillado del que hablaba el otro día, según el modo en que el significante se enganche en la relación total del sujeto con el discurso.

Todo el contexto de tú eres el que me seguirás cambia según el acento dado al significante, según las implicaciones del seguirás, según el modo de ser que esta detrás de ese seguirás, según las significaciónes adheridas por el sujeto a cierto registro del significante, según el bagaje con el que parte el sujeto en la indeterminación del ¿qué soy yo (je)? Poco importa que ese bagaje sea o no primordial, adquirido, secundario, de defensa, fundamental, poco importa su origen. Vivimos con cierto número de respuestas al ¿qué soy yo (je)?, generalmente de lo más sospechosas. Si yo (je) soy un padre tiene un sentido, es un sentido de lo más problemático. Si es común decirse, yo (je) soy un profesor, esto deja completamente abierta la pregunta ¿profesor de qué? Si uno se dice, entre mil identificaciones posibles, yo (je) soy un francés, esto supone la puesta entre paréntesis de todo lo que puede representar la noción de pertenencia a Francia. Si dicen yo (je) soy un cartesiano, quiere decir en la mayoría de los casos que no ponen obstáculo alguno a lo que dice Descartes, probablemente porque nunca lo han abierto. Cuando dicen yo (je) soy quien tiene ideas claras, se trata de saber por qué. Cuando dicen, yo (je) soy el que tiene carácter, todo el mundo puede preguntarles con todo derecho ¿cuál? Y cuando dicen yo (je) siempre digo la verdad, pues bien, no tienen miedo.

Esta relación del significante determina el acento que ad quiere para el sujeto la primera parte de la frase, tú eres el…. según la parte signficante haya sido conquistada por él, y asumida, o por el contrario verworfen, rechazada.

Quiero aún, antes de dejarlos, darles algunos otros ejemplos.

Si le digo a alguien tú eres el que debes venir, el trasfondo de signficantes que esto supone no se vuelve a encontrar si digo tú eres el que debe llegar, pues esto sencillamente es decir tú llegarás, y eso deja suponer: ¡Sí, pero en qué estado!

Tú eres el que quieres lo que él quiere quiere decir tú eres un pequeño obstinado. Tú eres el que quiere lo que él quiere, quiere decir tú eres el que sabe querer. No se trata forzosamente de que tú seas el que me seguirás o el que no me seguirás, tú eres el que seguirá su camino hasta el final.

Tú eres el que sabes lo que él dijo, no es el que seguirá su camino hasta el final.

La importancia de estas distinciones es mostrar que el cambio de acento, la plenitud que el tú confiere al otro, y que es también lo que recibe de él, está vinculado esencialmente al significante.

4)
¿Qué sucede cuando el significante que está en juego, el centro organizador, el punto de convergencia significativa que constituye, es evocado, pero falta?

Podemos a la vez, deducirlo de este enfoque y verlo confirmado en la experiencia.

Basta situar nuestra fórmula sobre el esquema que di como siendo el de la palabra. Tú eres el que me seguirá por doquier. Naturalmente el S y el A son siempre recíprocos, y en la medida en que es el mensaje del otro el que funda lo que recibimos, el A está a nivel del tú, el a’ minúscula a nivel de el que me, y el S a nivel de seguirás.

¿Qué sucede si falta el significante que da su peso a la frase, y su acento al tú ?

¿Si ese significante es escuchado, pero si nada en el sujeto puede responderle? La función de la frase se reduce entonces al sólo alcance del tú, significante libre, no enganchado en ningún lado. No hay ningún tú electivo. El tú es exactamente aquel al que me dirijo, y nada más. Si digo tú eres, el tú es el que muere. Exactamente esto se observa en las frases interrumpidas de Schreber, que se detienen justamente en el punto en que va a surgir un significante que permanece problemático, cargado de una significación cierta, pero no se sabe cuál. Significación irrisoria, que indica la hiancia, el agujero, donde nada significante puede responder en el sujeto.

Justamente en la medida en que ese significante es llamado, evocado, interesado, surge a su alrededor el puro y simple aparato de la relación al otro, el farfulleo vacío: Tú eres el que me… El tipo mismo de la frase interrumpida del presidente Schreber produce, obviamente, una presencia del otro tanto más radical, tanto más radicalmente otra, puesto que no hay nada que la sitúe a nivel significante, con lo cual el sujeto podría de algún modo coordinarse. Schreber lo dice: si por un instante el Otro lo abandona, lo deja caer, se produce una verdadera descomposición. Esta descomposición del significante se produce alrededor de un punto de llamado constituido por la falta, la desaparición, la ausencia de determinado significante en tanto que en un momento dado, fue llamado en cuanto tal.

Supongan que se trate del me seguirás. Serán evocadas todas las significaciónes cercanas, estarán yo (je) estaría listo, yo (je) estaría sometido, yo (je) estaría dominado, yo (je) estaría frustrado, yo (je) estaría escamoteado, yo (je) estaría alienado, yo (je) sería influenciado. Pero el seguirás en sentido pleno no estará ahí.

¿Cuál fue en el caso del presidente Schreber la significación que fue abordada así? ¿Qué significante fue llamado entonces, cuya falta produjo una tal conmoción en un hombre que hasta ese momento se había acomodado perfectamente al aparato del lenguaje, en tanto establecía la relación corriente con sus semejantes? ¿La ausencia de qué significante puede explicar que el machaqueo de la palabra se vuelva para él el modo de relación electivo a un Otro, que la alteridad se vea reducida al registro único de la alteridad absoluta, quebrando, disipando la alteridad de todos los seres de su ambiente?

En esta pregunta nos detendremos hoy.

Desde ya les indico, para no dejarlos totalmente en suspenso, la dirección en la que vamos a investigar. Las palabras claves, las palabras significantes del delirio de Schreber, el asesinato de almas, la asunción de nervios, la voluptuosidad, la beatitud, y mil otros términos, giran en torno al significante fundamental, que nunca es dicho, y cuya presencia ordena, es determinante. El mismo lo dice. A título indicativo, y para reasegurarlos mostrando que estamos en un terreno que es el nuestro, diré que, en toda la obra de Schreber, su padre está citado tan sólo una vez.

Está citado a propósito de su obra más conocida, si no la más importante, que se llama Manual de gimnasia de alcoba. Hice todo por conseguir ese libro, lleno de esquemitas. La única vez que Schreber nombra a su padre, es en el momento en que va a fijarse en ese librito si lo que le dicen las voces sobre la actitud típica que debe ser la del hombre y la mujer mientras hacen el amor es cierto. Reconozcan que es una idea divertida buscar eso en un Manual de gimnasia de alcoba. Todos saben que el amor es un deporte ideal, pero de todas maneras…

Por humorístico que sea el medio de abordaje, debe, sin embargo, encaminarnos en la vía de lo que —tras haber abordado desde el ángulo de la coherencia de la frase el problema de las consecuencias de determinada falta a nivel del significante— introduciré la vez que viene.