Seminario 3: Clase 6, El fenómeno psicótico y su mecanismo, 11 de Enero de 1956

Certeza y realidad. Schreber no es poeta. La noción de defensa. Verdichtung, Verdrängung, Verneinung y Verwerfung.

Siempre es bueno impedir que se estreche nuestro horizonte. Por ello quisiera recordar hoy cual es, no sólo mi propósito general en lo tocante al caso Schreber, sino el propósito fundamental de estos seminarios. Cuando se sigue durante algún tiempo paso a paso un camino, al final, siempre se da uno de narices contra paredes. Pero, en fin, como los conduzco por lugares difíciles, quizá nuestra exigencia es mayor que en otros casos. Me parece necesario recordar también el mapa que orienta nuestro recorrido.

Deberíamos formular el propósito de este seminario de diversas maneras que se entrecrucen, y que dieran todas lo mismo. Para comenzar podría decir que estoy aquí para recordarles que conviene tomar en serio nuestra experiencia, y que el hecho de ser analista no lo exime a uno de ser inteligente y sensible. No basta que les hayan dado cierto numero de claves para que las aprovechen para dejar de pensar, y se esfuercen -propensión general de los seres humanos- por dejar las cosas tal como están. Existen ciertas formas de utilizar categorías como las de inconsciente, pulsión, relación pre-edípica, defensa, que consisten en no sacar ninguna de las consecuencias auténticas que entrañan, y en considerar que ese es un asunto que concierne a los demás, pero que no afecta el  fondo de las relaciones de uno con el mundo. Hay que reconocer que para ser psicoanalistas no están forzados en modo alguno, a menos que se sacudan un poco, a tener presente que el mundo no es exactamente como cada quien lo concibe, sino que está tramado por esos mecanismos que ustedes pretenden conocer.

Ahora bien, no se engañen, tampoco se trata de que yo haga aquí la metafísica del descubrimiento freudiano, de que saque las consecuencias que entraña en lo tocante a lo que podemos llamar, en el sentido más amplio, el ser. Mi intención no es esa. No sería inútil, pero creo que le podemos dejar eso a otros, y que lo que aquí hacemos indicará la forma de acceso. No crean que les esté prohibido probar alas en esa dirección; nada perderán preguntándose acerca de la metafísica de la condición humana tal como la revela el descubrimiento freudiano. Pero, a fin, esto no es lo esencial, ya que esa metafísica le cae a uno encima de la cabeza, podemos confiar en las cosas tal como están estructuradas: ya están ustedes allí, en su seno.

Si el descubrimiento freudiano se llevó a cabo en nuestra época, y si por una serie harto confusa de casualidades, ustedes resultan ser personalmente sus depositarios, no es en balde. La metafísica en cuestión puede inscribirse por entero en la relación del hombre con lo simbolice. Están inmersos en ella hasta un punto que rebasa con mucho vuestra experiencia como técnicos y, como a veces se los indico, encontramos sus huellas y su presencia en toda suerte de disciplinas e interrogaciones cercanas al psicoanálisis.

Ustedes son técnicos. Pero técnicos que existen en el seno de este  descubrimiento. Puesto que esta técnica se desenvuelve a través de la palabra, el mundo en que les toca moverse en su experiencia está incurvado por dicha perspectiva. Intentemos, al menos, estructurarla correctamente.

A esta exigencia responde mi pequeño cuadrado, que va del sujeto al otro, y en cierto modo de lo simbólico a lo real, sujeto, yo, cuerpo y en sentido inverso, hacia el Otro con mayúscula de la intersubjetividad, el Otro que no aprehenden en tanto es sujeto, es decir, en tanto puede mentir, el Otro, en cambio, que siempre está en su lugar, el Otro de los astros, o si prefieren el sistema estable del mundo, del objeto, y entre ambos, de la palabra con sus tres etapas, del significante, de la significación y del discurso.

No es un sistema del mundo, es un sistema de orientación de nuestra experiencia: ella se estructura así, y en su seno podemos situar las diversas manifestaciones fenoménicas con que nos encontramos. Si no tomamos en serio esta estructura, no las podemos entender.

Por supuesto, esta historia de seriedad toca también el meollo del asunto. Un sujeto normal se carácteriza precisamente por nunca tomar del todo en serio cierto número de realidades cuya existencia reconoce. Ustedes están rodeados de toda clase de realidades de las que no dudan, algunas especialmente amenazantes, pero no las toman plenamente en serio, porque piensan, como dice el subtítulo de Claudel, que lo peor no siempre es seguro, y se mantienen en un estado medio, fundamental en el sentido de que se trata del fondo, que es feliz incertidumbre, y que les permite una existencia suficientemente sosegada. Indudablemente, para el sujeto normal la certeza es la cosa más inusitada. Si se hace preguntas al respecto, se percatará de que es estrictamente correlativa de una acción en la que esta empeñado.

No me extenderé al respecto, porque nuestro objetivo aquí no es hacer la psicología y la fenomenología de lo más cercano. Como ocurre siempre, tenemos que alcanzarla dando un rodeo, por lo más lejano, que hoy es el loco Schreber.

1)
Seamos algo prudentes y nos daremos cuenta de que Schreber tiene en común con los demás locos un rasgo que siempre volverán a encontrar en los datos más inmediatos; por esta razón hago presentaciones de enfermos. Los psicólogos, por no frecuentar de verdad al loco, se formulan el falso problema de saber por que cree en la realidad de su alucinación. Por más que sea, ven bien que hay algo que no encaja, y se rompen la cabeza elucubrando una génesis de la creencia. Antes habría que precisar esa creencia, pues, a decir verdad, en la realidad de su alucinación, el loco no cree.

De inmediato se me ocurren mil y un ejemplos, aunque no me voy a detener en ellos, porque quiero dedicarme al texto del loco Schreber. Pero, en fin, es algo que incluso esta al alcance de personas que no son psiquiatras. El azar me hizo abrir hace poco la Fenomenología de la percepción de Maurice Merleau Ponty, página 386 de la edición francesa, sobre el tema de la cosa y el mundo natural. Remítanse a ella: encontrarán excelentes comentarios sobre este tema, a saber, que es muy fácil obtener del sujeto la confesión de que lo que él oye, nadie más lo ha oído. Dice: Sí, de acuerdo, sólo yo lo oí.

Lo que está en juego no es la realidad. El sujeto admite, por todos los rodeos explicativos verbalmente desarrollados que están a su alcance, que esos fenómenos son de un orden distinto a lo real, sabe bien que su realidad no está asegurada, incluso admite hasta cierto punto su irrealidad. Pero, a diferencia del sujeto normal para quien la realidad está bien ubicada, él tiene una certeza: que lo que está en juego—desde la alucinación hasta la interpretación—le concierne.

En él, no está en juego la realidad, sino la certeza. Aún cuando se expresa en el sentido de que lo que experimenta no es del orden de la realidad, ello no afecta a su certeza, que es que le concierne. Esta certeza es radical. La índole misma del objeto de su certeza puede muy bien conservar una ambigüedad perfecta, en toda la escala que va de la benevolencia a la malevolencia. Pero significa para él algo inquebrantable.

Esto constituye lo que se llama, con o sin razón, fenómeno elemental, o también -fenómeno más desarrollado- la creencia delirante.

Pueden hacerse una idea de ello hojeando la admirable condensación que Freud nos da del libro de Schreber, a la par que lo analiza. A través de Freud, pueden tener el contacto, la dimensión del fenómeno.

Un fenómeno central del delirio de Schreber, que puede considerarse incluso inicial en la concepción que se hace de esa transformación del mundo que constituye su delirio, es lo que llama la Seelenmord, el asesinato del alma. Ahora bien, él mismo lo presenta como completamente enigmático.

Es cierto que el capítulo II de las Memorias, que explicaba las razones de su neuropatía y desarrollaba la noción de asesinato del alma, está censurado. Sabemos, empero, que incluía comentarios respecto a su familia, que probablemente nos aclararían su delirio inaugural en relación a su padre o a su hermano, o a alguno de sus familiares, y los así llamados elementos transferenciales significativos. Pero no tenemos por qué lamentar demasiado, después de todo, esta censura. A veces un exceso de detalles impide ver las carácterísticas formales fundamentales. Lo fundamental no es que nosotros hayamos perdido, a causa de esa censura, la oportunidad de comprender tal o cual de sus experiencias afectivas en relación a sus familiares, sino que él, el sujeto, no la comprenda, y que, sin embargo, la formule.

La distingue como un momento decisivo de esa nueva dimensión a la cual accedió, y la comunica mediante el relato de los diferentes modos de relación cuya perspectiva le fue dada progresivamente. Considera este asesinato del alma como un resorte cierto, que a pesar de su certeza conserva por sí mismo un carácter enigmático. ¿Qué podrá ser asesinar un alma? Por otra parte, saber diferenciar el alma de todo lo que tiene que ver con ella no le es dado a cualquiera, pero sí en cambio a este delirante, con un matiz de certeza que confiere a su testimonio un relieve esencial.

Debemos reparar en estas cosas, y no perder de vista su carácter distintivo, si queremos comprender lo que sucede verdaderamente, y no sacarnos de encima el fenómeno de la locura con ayuda de una palabra clave o de esa oposición entre realidades y certeza.

Deben adiestrarse a encontrar esa certeza delirante en cualquier parte que este. Descubrirán entonces, por ejemplo, la diferencia que existe entre el fenómeno de los celos cuando se presenta en un sujeto normal y cuando se presenta en un delirante. No es necesario evocar en detalle lo que tienen de humorístico, inclusive de cómico, los celos de tipo normal que, por así decirlo, rechazan la certeza con la mayor naturalidad, por más que las realidades se la ofrezcan. Es la famosa historia del celoso que persigue a su mujer hasta la puerta de la habitación donde esta encerrada con otro. Contrasta suficientemente con el hecho de que el delirante, por su parte, se exime de toda referencia real. Esto debería inspirarnos cierta desconfianza a propósito de la transferencia de mecanismos normales, como la proyección, para explicar la génesis de los celos delirantes. Y, sin embargo, verán hacer muy a menudo esta extrapolación. Basta leer el texto de Freud sobre el presidente Schreber para darse cuenta de que, a pesar de no tener tiempo para abordar el asunto en toda su extensión, él muestra los peligros que se corren, a propósito de la paranoia, haciendo intervenir de modo imprudente la proyección, la relación de yo a yo, o sea del yo al otro. Aunque esta advertencia este escrita con todas sus letras, el termino de proyección se usa a diestra y siniestra para explicar los delirios y su génesis.

Diré aún más: a medida que el delirante asciende la escala de los delirios, está cada vez más seguro de cosas planteadas como cada vez más irreales. La paranoia se distingue en este punto de la demencia precoz: el delirante articula con una abundancia, una riqueza, que es precisamente una de sus carácterísticas clínicas esenciales, que si bien es una de las más obvias, no debe sin embargo descuidarse. Las producciónes discursivas que carácterizan el registro de las paranoias florecen además, casi siempre, en producciónes literarias, en el sentido en que literarias quiere decir sencillamente hojas de papel cubiertas de escritura. Observen que este hecho aboga a favor del mantenimiento de cierta unidad entre los delirios quizá prematuramente aislados como paranoicos, y las formaciones que la nosología clásica llama parafrénicas.

Conviene sin embargo que adviertan lo que le falta al loco en este caso, por más escritor que sea, incluyendo a este presidente Schreber, que nos brinda una obra tan cautivante por su carácter completo, cerrado, pleno, logrado.

El mundo que describe está articulado en conformidad con la concepción alcanzada luego del momento del síntoma inexplicado que perturbó profunda, cruel y dolorosamente su existencia. Según dicha concepción, que le brinda por lo demás cierto dominio de su psicosis, él es el correlato femenino de Dios. Con ello todo es comprensible, todo se arregla, y diría aún más, todo se arreglará para todo el mundo, ya que él desempeña así el papel de intermediario entre una humanidad amenazada hasta lo más recóndito de su existencia, y ese poder divino con el que mantiene vínculos tan singulares. Todo se arregla en la Versöhnung, la reconciliación que lo sitúa como la mujer de Dios. Su relación con Dios, tal como nos la comunica es rica y compleja; con todo, no puede dejar de impactarnos el hecho de que su texto nada entraña que indique la menor presencia, la menor efusión, la menor comunicación real, nada que dé idea de una verdadera relación entre dos seres.

Sin apelar, lo cual sería discordante a propósito de un texto como éste, a la comparación con un gran místico, abran de todos modos —si la experiencia les provoca— abran cualquier página de San Juan de la Cruz. El también, en la experiencia del ascenso del alma, se presenta en una actitud de recepción y ofrenda, y habla incluso de esponsales del alma con la presencia divina. Ahora bien, nada hay en común en el acento que encontramos en cada uno de ellos. Diría incluso que el más mínimo testimonio de una experiencia religiosa auténtica les permitiría ver la enorme diferencia. Digamos que el largo discurso con que Schreber da fe de lo que finalmente resolvió admitir como solución de su problemática, no da en lado alguno la impresión de una experiencia original en la que el sujeto mismo esté incluido: es un testimonio, valga la palabra, verdaderamente objetivado.

¿Sobre qué versan estos testimonios delirantes? No digamos que el loco es alguien que prescinde del reconocimiento del otro. Si Schreber escribe esa enorme obra es realmente para que nadie ignore lo que experimentó, e incluso para que, eventualmente, los sabios verifiquen la presencia de los nervios femeninos que penetran progresivamente en su cuerpo, objetivando así la relación única que ha sido la suya con la realidad divina. Es algo que de hecho se propone como un esfuerzo por ser reconocido. Tratándose de un discurso publicado, surge el interrogante acerca de qué querrá decir realmente, en ese personaje tan aislado por su experiencia que es el loco, la necesidad de reconocimiento. El loco parece distinguirse a primera vista por el hecho de no tener necesidad de ser reconocido. Sin embargo, esa suficiencia que tiene en su propio mundo, la auto-comprehensibilidad que parece carácterizarlo, no deja de presentar algunas contradicciónes.

Podemos resumir la posición en que estamos respecto a su discurso cuando lo conocemos, diciendo que es sin duda escritor más no poeta. Schreber no nos introduce a una nueva dimensión de la experiencia. Hay poesía cada vez que un escrito nos introduce en un mundo diferente al nuestro y dándonos la presencia de un ser, de determinada relación fundamental, lo hace nuestro también. La poesía hace que no podamos dudar de la autenticidad de la experiencia de San Juan de la Cruz, ni de Proust, ni de Gerard de Nerval. La poesía es creación de un sujeto que asume un nuevo orden de relación simbolice con el mundo. No hay nada parecido en las Memorias de Schreber.

¿Que diríamos, a fin de cuentas, del delirante? ¿Está sólo? Tampoco es esa nuestra impresión, porque esta habitado por toda suerte de existencias, improbables sin duda, pero cuyo carácter significativo es indudable, dato primero, cuya articulación se vuelve cada vez más elaborada a medida que su delirio avanza. Es violado, manipulado, transformado, hablado de todas las maneras, y, diría, charloteado. Lean en detalle lo que él dice sobre los pájaros del cielo, como los llama, y su chillido. Realmente de eso se trata: él es sede de una pajarera de fenómenos, y este hecho le inspiró la enorme comunicación que es la suya, ese libro de alrededor de quinientas páginas, resultado de una larga construcción que fue para el la solución de su aventura interior.

Al inicio, y en tal o cual momento, la duda versa sobre aquello a lo cual la significación remite, pero no tiene duda alguna de que remite a algo. En un sujeto como Schreber, las cosas llegan tan lejos que el mundo entero es presa de ese delirio de significación, de modo tal que puede decirse que, lejos de estar solo, él es casi todo lo que lo rodea.

En cambio, todo lo que él hace ser en esas significaciónes esta, de alguna manera, vaciado de su persona. Lo articula de mil maneras, y especialmente por ejemplo, cuando observa que Dios, su interlocutor imaginario, nada comprende de todo cuanto esta dentro, de todo lo que es de los seres vivos, y que sólo trata con sombras o cadáveres. Por eso mismo todo su mundo se transformo en una fantasmagoría de sombras de hombres hechos a la ligera, dice la traducción.

2)
A la luz de las perspectivas analíticas, se nos abren varios caminos a fin de comprender cómo una construcción así puede producirse en un sujeto.

Los caminos más fáciles son los caminos ya conocidos. La defensa es una categoría – introducida muy tempranamente en análisis- que ocupa hoy el primer plano, Se considera al delirio una defensa del sujeto. Las neurosis, por otra parte, se explican de igual modo.

Saben hasta qué punto insisto en el carácter incompleto y escabroso de esta referencia, que se presta a todo tipo de intervenciones precipitadas y nocivas. Saben también hasta qué punto es difícil desprenderse de ella. Este concepto es tan insistente, tan sostenido, porque responde verdaderamente a algo objetivable. El sujeto se defiende, pues bien, ayudémosle a comprender que no hace sino defenderse, mostrémosle contra que se defiende. Una vez que se colocan en esta perspectiva, enfrentan múltiples peligros y, en primer termino, el de marrar el plano en que debe hacerse vuestra intervención. En efecto, deben distinguir siempre severamente el orden en que se manifiesta la defensa.

Supongamos que esa defensa es manifiestamente del orden simbólico, y que pueden elucidarla en el sentido de una palabra en sentido pleno, vale decir, que atañe en el sujeto al significante y al significado. Si el sujeto presentifica ambos significante y significado, entonces, en efecto, pueden intervenir mostrándole la conjunción de ese significante y ese significado. Pero tan sólo si ambos están presentes en su discurso Si no están los dos, si ustedes tienen la sensación de que el sujeto se defiende contra algo que ustedes ven y él no, es decir, que ven de manera clara que el sujeto distorsiona la realidad, no basta la noción de defensa para permitirles enfrentar al sujeto con la realidad.

Recuerden lo que dije en una época ya pasada acerca de la bella observación de Kris sobre ese personaje habitado por la idea de que era un plagiario, y la culpabilidad aferente. Kris considera genial su intervención en nombre de la defensa. Desde hace algún tiempo, no tenemos más que esa noción de defensa, y como el yo debe luchar en tres frentes, es decir, en el del id, en el del superyó y en el del mundo exterior, nos creemos autorizados a intervenir en cualquiera de estos tres planos. Cuando el sujeto alude al trabajo de uno de sus colegas al que nuevamente habría plagiado, nos permitimos leer ese trabajo, y, percatándonos de que nada hay en ese colega que merezca ser considerado como una idea original que el sujeto plagiase, se lo señalamos. Se considera que una intervención de esta índole forma parte del análisis. Por suerte, somos suficientemente honestos y ciegos como para considerar como prueba de lo bien fundado de nuestra interpretación el hecho de que el sujeto traiga la vez siguiente esta linda historieta: saliendo de la sesión, fue a un restaurante, y saboreó su plato preferido, sesos frescos.

Estamos encantados, la cosa funcionó. ¿Pero qué quiere decir? Quiere decir que el sujeto no entendió nada del asunto y tampoco entendió lo que nos trae, de modo que no se ve muy bien cuál sería el progreso realizado. Kris apretó el botón adecuado. Apretar el botón adecuado no basta. El sujeto sencillamente hace un acting-out.

Confirmo el acting-out como equivalente a un fenómeno alucinatorio de tipo delirante que se produce cuando uno simboliza prematuramente, cuando uno aborda algo en el orden de la realidad, y no en el seno del registro simbólico. Para un analista, abordar el problema del plagiarismo en el registro del orden simbólico debe centrarse en primer término en la idea de que el plagiarismo no existe. No hay propiedad simbólica. La verdadera pregunta es: si el símbolo es de todos, ¿por qué las cosas del orden del símbolo adquirieron ese matiz, ese peso para el sujeto?

El analista debe esperar frente a eso lo que el sujeto le proporcionara, antes de hacer intervenir su interpretación. Como se trata de un gran neurótico que resiste una tentativa de análisis por cierto nada despreciable —ya había tenido un análisis antes de ver a Kris— tienen todas las probabilidades de que ese plagiarismo sea fantasmático. Si, en cambio, llevan la intervención al plano de la realidad, es decir, si vuelven a la más primaria de las psicoterapias, ¿qué hace el sujeto? Responde del modo más claro, en un nivel más profundo de la realidad. Da fe de que algo surge en la realidad, que es obstinado, que se le impone, frente a lo cual nada que pueda decírsele cambiara en lo más mínimo el fondo del problema. Uno le demuestra que ya no es plagiario, y el demuestra de qué se trata haciéndole comer a uno sesos frescos. Reitera su síntoma, y en un punto que no tiene ni mayor fundamento ni mayor existencia que el que mostró primero. ¿Acaso muestra algo? Iré más lejos: aire que no muestra nada, que algo se muestra.

Estamos aquí en el núcleo de lo que intentare demostrar este año respecto al presidente Schreber.

3)
La observación del presidente Schreber muestra en forma amplificada cosas microscópicas. Esto es justamente lo que me va a permitir aclarar lo que Freud formulo de la manera más clara a propósito de la psicosis, sin llegar hasta el final, porque en su época el problema no había alcanzado el grado de agudeza, de urgencia, que tiene en la nuestra en lo tocante a la practica analítica. Dice, frase esencial que cite innumerables veces: algo que fue rechazado del interior reaparece en el exterior. A ella vuelvo.

Les propongo articular el problema en los siguientes términos. Previa a toda simbolización —esta anterioridad es lógica no cronológica— hay una etapa, lo demuestran las psicosis, donde puede suceder que parte de la simbolización no se lleve a cabo. Esta etapa primera precede toda la dialéctica neurótica, fundada en que la neurosis es una palabra que se articula, en tanto lo reprimido y el retorno de lo reprimido son una sola y única cosa. Puede entonces suceder que algo primordial en lo tocante al ser del sujeto no entre en la simbolización, y sea, no reprimido, sino rechazado.

Esto no esta demostrado. Tampoco es una hipótesis. Es una articulación del problema. La primera etapa no es una etapa que tengan que ubicar en algún momento en la génesis. No niego, por supuesto, que lo que sucede a nivel de las primeras articulaciones simbólicas, la aparición esencial del sujeto, suscite preguntas, pero no se dejen fascinar por ese momento genético. El niñito al que ven jugando a la desaparición y retorno de un objeto, ejercitándose así en la aprehensión del símbolo, enmascara, si se dejan fascinar, el hecho de que el símbolo ya está ahí, enorme, englobándolo por todas partes, que el lenguaje existe, que llena las bibliotecas, las desborda, rodea todas vuestras acciones, las guía, las suscita, los compromete, puede en cualquier momento requerir que se desplacen y llevarlos a no importa dónde. Ante el niño que se está introduciendo en la dimensión simbolice olvidan todo esto. Coloquémonos, entonces, a nivel de la existencia del símbolo en cuanto tal, en tanto estamos sumergidos en él.

En la relación del sujeto con el símbolo, existe la posibilidad de una Verwerfung primitiva, a saber, que algo no sea simbolizado, que se manifestara en lo real.

Es esencial introducir la categoría de lo real, es imposible descuidarla en los textos freudianos. Le doy ese nombre en tanto define un campo distinto al de lo simbólico. Sólo con esto es posible esclarecer el fenómeno psicótico y su evolución.

A nivel de esa Bejahung, pura, primitiva, que puede o no llevarse a cabo, se establece una primera dicotomía: aquello que haya estado sometido a la Bejahung, a la simbolización primitiva, sufrirá diversos destinos; lo afectado por la Verwerfung primitiva sufrirá otro.

Hoy voy a avanzar, y les alumbro el camino para que sepan adónde voy. No consideren mi exposición como una construcción arbitraria, tampoco fruto simplemente de un sometimiento al texto de Freud, aún cuando eso fue exactamente lo que leíamos en ese extraordinario texto de la Verneinung que Hyppolite tuvo a bien comentar para nosotros hace dos años. Si digo lo que digo, se debe a que es la única manera de introducir rigor, coherencia y racionalidad, en lo que sucede en las psicosis, y especialmente en aquella de que aquí se trata, la de presidente Schreber. Les mostraré luego las dificultades que la comprensión del caso presenta, y la necesidad de esta articulación inicial.

En el origen hay pues Bejahung, a saber, afirmación de lo que es, o Verwerfung.

Obviamente, no basta con que el sujeto haya elegido en el texto de lo que hay que decir, una parte, tan sólo una parte, rechazando lo demás, para que al menos con ésa las cosas encajen bien. Siempre hay cosas que no encajan. Es algo evidente, si no partimos de la idea que inspira a toda la psicología clásica, académica, a saber, que los seres vivos son seres adaptados, como suele decirse, ya que viven, y que por ende todo debe encajar bien. Si piensan así no son psicoanalistas. Ser psicoanalista es, sencillamente, abrir los ojos ante la evidencia de que nada es más disparatado que la realidad humana. Si creen tener un yo bien adaptado, razonable, que sabe navegar, reconocer lo que debe y lo que no debe hacer, tener en cuenta las realidades, sólo queda apartarlos de aquí. El psicoanálisis, coincidiendo al respecto con la experiencia común, muestra que no hay nada más necio que un destino humano, o sea, que siempre somos embaucados. Aún cuando tenemos éxito en algo que hacemos, precisamente no es eso lo que queríamos. No hay nada más desencantado que quien supuestamente alcanza su ensueño dorado, basta hablar tres minutos con el, francamente, como quizá sólo lo permite el artificio del diván psicoanalítico, para saber que, a fin de cuentas, el sueño es precisamente la bagatela que le importa un bledo, y que además esta muy molesto por un montón de cosas. El análisis es darse cuenta de esto, y tenerlo en cuenta.

Si por una suerte extraña atravesamos la vida encontrándonos solamente con gente desdichada, no es accidental, no es porque pudiese ser de otro modo. Uno piensa que la gente feliz debe estar en algún lado. Pues bien, si no se quitan eso de la cabeza, es que no han entendido nada del psicoanálisis. Esto es lo que yo llamo tomar las cosas en serio. Cuando les dije que era preciso tomarse las cosas en serio, era precisamente para que se tomaran en serio el hecho de que nunca las toman en serio.

Entonces, en el seno de la Bejahung, ocurren toda clase de accidentes. Nada indica que la primitiva sustracción haya sido realizada de manera adecuada. Por otra parte, lo más probable es que de aquí a mucho tiempo, seguiremos sin saber nada de sus motivos, precisamente porque se sitúa más allá de todo mecanismo de simbolización. Y si alguien sabe algo de ello algún día, es difícil que ese alguien sea el analista. En todo caso, con lo que queda el sujeto se forja un mundo, y, sobre todo, se ubica en su seno, es decir, se las arregla para ser aproximadamente lo que admitió que era, un hombre cuando resulta ser del sexo masculino, o, a la inversa, una mujer.

Si lo coloco en primer plano, es porque el análisis subraya claramente que este es uno de los problemas esenciales. Jamás olviden que nada de lo tocante al comportamiento del ser humano en tanto sujeto, nada de aquello, sea lo que fuere, en que se realiza, en que es, lisa y llanamente, puede escapar del sometimiento a las leyes de la palabra.

El descubrimiento freudiano nos enseña que las adaptaciones naturales están, en el hombre, profundamente desbarajustadas. No simplemente porque la bisexualidad desempeña en el un papel esencial. Desde el punto de vista biológico esa bisexualidad no es extraña, dado que las vías de acceso a la regularización y a la normalización son en el más complejas, y distintas, en comparación con lo que observamos en general en los mamíferos y en los vertebrados. La simbolización, en otras palabras, la Ley, cumple allí un papel primordial.

Si Freud insistió tanto en el complejo de Edipo que llegó hasta construir una sociología de tótemes y tabúes, es, manifiestamente, porque la Ley esta ahí ab origine. Está excluido, en consecuencia, preguntarse por el problema de los orígenes: la Ley esta ahí justamente desde el inicio, desde siempre, y la sexualidad humana debe realizarse a través de ella. Esta Ley fundamental es sencillamente una ley de simbolización. Esto quiere decir el Edipo.

En su seno, entonces, se producirá todo lo que puedan imaginar, en los tres registros de la Verdichtung, de la Verdrängung y de la Verneinung.

La Verdichtung es simplemente la ley del malentendido, gracias a la cual sobrevivimos, o hacemos varias cosas a la vez, o también gracias a la cual podemos, por ejemplo, cuando somos un hombre, satisfacer completamente nuestras tendencias opuestas ocupando en una relación simbólica una posición femenina, a la par que seguimos siendo cabalmente un hombre, provisto de su virilidad, en el plano imaginario y en el plano real. Esta función que, con mayor o menor intensidad es de feminidad, puede satisfacerse así en esa receptividad esencial que es uno de los papeles existentes fundamentales. No es metaforice: cuando recibimos la palabra de verdad recibimos algo. La participación en la relación de la palabra puede tener múltiples sentidos a la vez, y una de las significaciónes involucradas puede ser justamente la de satisfacerse en la posición femenina, en cuanto tal esencial a nuestro ser.

La Verdrängung, la represión, no es la ley del malentendido, es lo que sucede cuando algo no encaja a nivel de la cadena simbólica. Cada cadena simbólica a la que estamos ligados entraña una coherencia interna, que nos fuerza en un momento a devolver lo que recibimos a otro. Ahora bien, puede ocurrir que no nos sea posible devolver en todos los planos a la vez, y que, en otros términos, la ley nos sea intolerable. No porque lo sea en sí misma, sino porque la posición en que estamos implica un sacrificio que resulta imposible en el plano de las significaciónes. Entonces reprimimos: nuestros actos, nuestro discurso, nuestro comportamiento. Pero la cadena, de todos modos, sigue circulando por lo bajo, expresando sus exigencias, haciendo valer su crédito, y lo hace por intermedio del síntoma neurótico. En esto es que la represión es el mecanismo de la neurosis.

La Verneinung es del orden del discurso, y concierne a lo que somos capaces de producir por vía articulada. El así llamado principio de realidad interviene estrictamente a este nivel. Freud lo expresa del modo más claro en tres o cuatro lugares de su obra, que recorrimos en distintos momentos de nuestro comentario. Se trata de la atribución, no del valor de símbolo, Bejahung, sino del valor de existencia. A este nivel, que Freud sitúa en su vocabulario como el de juicio de existencia, le asigna, con una profundidad que se adelanta mil veces a lo que se decía en su época, la siguiente carácterística: siempre se trata de volver a encontrar un objeto.

Toda aprehensión humana de la realidad está sometida a esta condición primordial: el sujeto está en busca del objeto de su deseo, más nada lo conduce a él. La realidad en tanto el deseo la subtiende es, al comienzo alucinada. La teoría freudiana del nacimiento del mundo objetal, de la realidad, tal como es expresada al final de la Traumdeutung, por ejemplo, y tal como la retoma cada vez que ella está esencialmente en juego, implica que el sujeto queda en suspenso en lo tocante a su objeto fundamental, al objeto de su satisfacción esencial.

Esta es la parte de la obra, del pensamiento freudiano, que retoman abundantemente todos los desarrollos que actualmente se llevan a cabo sobre la relación pre-edípica, y que consisten, a fin de cuentas, en decir que el sujeto siempre busca satisfacer la primitiva relación materna. En otros términos, donde Freud introduce la dialéctica de dos principios inseparables, que no pueden ser pensados el uno sin el otro, principio de placer y principio de realidad, escogen a uno de los dos, el principio del placer, y ponen todo el énfasis en él, postulando que domina y engloba al principio de realidad.

Pero desconocen en su esencia al principio de realidad, que expresa exactamente lo siguiente: el sujeto no tiene que encontrar al objeto de su deseo, no es conducido hacia él por los canales, los rieles naturales de una adaptación instintiva más o menos preestablecida, y por lo demás más o menos trastabillante, tal como la vemos en el reino animal; debe en cambio volver a encontrar el objeto, cuyo surgimiento es fundamentalmente alucinado. Por supuesto, nunca lo vuelve a encontrar, y en esto consiste precisamente el principio de realidad. El sujeto nunca vuelve a encontrar, escribe Freud, más que otro objeto, que responderé de manera más o menos satisfactoria a las necesidades del caso. Nunca encuentra sino un objeto distinto, porque, por definición, debe volver a encontrar algo que es prestado. Este es el punto esencial en torno al cual gira la introducción, en la dialéctica freudiana, del principio de realidad.

Lo que es preciso concebir, porque me lo ofrece la experiencia clínica, es que en lo real aparece algo diferente de lo que el sujeto pone a prueba y busca, algo diferente de aquello hacia lo cual el aparato de reflexión, de dominio y de investigación que es su yo—con todas las alienaciones que supone— conduce al sujeto; algo diferente, que puede surgir, o bien bajo la forma esporádica de esa pequeña alucinación que relata el Hombre de los lobos, o bien de modo mucho más amplio, tal como se produce en el caso del presidente Schreber.

4)
¿Qué es el fenómeno psicótico? La emergencia en la realidad de una significación enorme que parece una nadería—en la medida en que no se la puede vincular a nada, ya que nunca entró en el sistema de la simbolización—pero que, en determinadas condiciones puede amenazar todo el edificio.

Manifiestamente, hay en el caso del presidente Schreber una significación que concierne al sujeto, pero que es rechazada, y que sólo asoma de la manera más desdibujada en su horizonte y en su ética, y cuyo surgimiento determina la invasión psicótica. Verán hasta qué punto lo que la determina es diferente de lo que determina la invasión neurótica, son condiciones estrictamente opuestas. En el caso del presidente Schreber, esa significación rechazada tiene la más estrecha relación con la bisexualidad primitiva que mencioné hace poco. El presidente Schreber nunca integró en modo alguno, intentaremos verlo en el texto, especie alguna de forma femenina.

Resulta difícil pensar cómo la represión pura y simple de tal o cual tendencia, el rechazo o la represión de tal o cual pulsión, en mayor o menor grado transferencia!, experimentada respecto al doctor Flechsig, habría llevado al presidente Schreber a construir su enorme delirio. Debe haber en realidad algo un poco más proporcionado con el resultado obtenido.

Les indico por adelantado que se trata de la función femenina en su significación simbólica esencial, y que sólo la podemos volver a encontrar en la procreación, ya verán por que. No diremos ni emasculación ni feminización, ni fantasma de embarazo, porque esto llega hasta la procreación. En un momento cumbre de su existencia, no en un momento deficitario, esto se le manifiesta bajo la forma de la irrupción en lo real de algo que jamas conoció, de un surgimiento totalmente extraño, que va a provocar progresivamente una sumersión radical de todas sus categorías, hasta forzarlo a un verdadero reordenamiento de su mundo.

¿Podemos hablar de proceso de compensación, y aún de curación, como algunos no dudarían hacerlo, so pretexto de que en el momento de estabilización de su delirio, el sujeto presenta un estado más sosegado que en el momento de su irrupción? ¿Es o no una curación? Vale la pena hacer la pregunta, pero creo que sólo puede hablarse aquí de curación en un sentido abusivo.

¿Que sucede pues en el momento en que lo que no está simbolizado reaparece en lo real? No es inútil introducir al respecto el término de defensa. Es claro que lo que aparece, aparece bajo el registro de la significación, y de una significación que no viene de ninguna parte, que no remite a nada, pero que es una significación esencial, que afecta al sujeto. En ese momento se pone en movimiento sin duda lo que interviene cada vez que hay conflicto de ordenes, a saber, la represión. Pero, ¿por que en este caso la represión no encaja, vale decir, no tiene como resultado lo que se produce en el caso de una neurosis?

Antes de saber por que, primero hay que estudiar el como. Voy a poner bastante énfasis en lo que hace la diferencia de estructura entre neurosis y psicosis.

Cuando una pulsión, digamos femenina o pasivizante, aparece en un sujeto para quien dicha pulsión ya fue puesta en juego en diferentes puntos de su simbolización previa, en su neurosis infantil por ejemplo, logra expresarse en cierto numero de síntomas. Así, lo reprimido se expresa de todos modos, siendo la represión y el retorno de lo reprimido una sola y única cosa. El sujeto, en el seno de la represión, tiene la posibilidad de arreglárselas con lo que vuelve a aparecer. Hay compromiso. Esto carácteriza a la neurosis, es a la vez lo más evidente del mundo y lo que menos se quiere ver.

La Verwerfung no pertenece al mismo nivel que la Verneinung. Cuando, al comienzo de la psicosis, lo no simbolizado reaparece en lo real, hay respuestas, del lado del mecanismo de la Verneinung, pero son inadecuadas.

¿Que es el comienzo de una psicosis? ¿Acaso una psicosis tiene prehistoria, como una neurosis? ¿Hay una psicosis infantil? No digo que responderemos esta pregunta, pero al menos la haremos.

Todo parece indicar que la psicosis no tiene prehistoria. Lo único que se encuentra es que cuando, en condiciones especiales que deben precisarse, algo aparece en el mundo exterior que no fue primitivamente simbolizado, el sujeto se encuentra absolutamente inerme, incapaz de hacer funcionar la Verneinung con respecto al acontecimiento. Se produce entonces algo cuya carácterística es estar absolutamente excluido del compromiso simbolizante de la neurosis, y que se traduce en otro registro, por una verdadera reacción en cadena a nivel de lo imaginario, o sea en la contradiagonal de nuestro pequeño cuadrado mágico.

El sujeto, por no poder en modo alguno restablecer el pacto del sujeto con el otro, por no poder realizar mediación simbólica alguna entre lo nuevo y él mismo, entra en otro modo de mediación, completamente diferente del primero, que sustituye la mediación simbólica por un pulular, una proliferación imaginaria, en los que se introduce, de manera deformada y profundamente a- simbólica, la señal central de la mediación posible.

El significante mismo sufre profundos reordenamientos, que otorgan ese acento tan peculiar a las intuiciones más significantes para el sujeto. La lengua fundamental del presidente Schreber es, en efecto, el signo de que subsiste en el seno de ese mundo imaginario la exigencia del significante.

La relación del sujeto con el mundo es una relación en espejo. El mundo del sujeto consistirá esencialmente en la relación con ese ser que para él es el otro, es decir, Dios mismo. Algo de la relación del hombre con la mujer es realizado supuestamente de este modo. Pero verán, cuando estudiemos en detalle este delirio, que por el contrario, los dos personajes, es decir Dios, con todo lo que supone —el universo, la esfera celeste— y el propio Schreber por otra parte, en tanto literalmente desarticulado en una multitud de seres imaginarios que se dedican a sus vaivenes y transfixiones diversas, son dos estructuras que se acoplan estrictamente. Desarrollan, de modo sumamente interesante para nosotros, lo que siempre está elidido, velado, domesticado en la vida del hombre normal: a saber, la dialéctica del cuerpo fragmentado con respecto al universo imaginario, que en la estructura normal es subyacente.

El estudio del delirio de Schreber presenta el interés eminente de permitirnos captar de manera desarrollada la dialéctica imaginaria. Si se distingue manifiestamente de todo lo que podemos presumir de la relación instintiva, natural, se debe a una estructura genérica que hemos indicado en el origen, y que es la del estadio del espejo. Esta estructura hace del mundo imaginario del hombre algo descompuesto por adelantado. La encontramos aquí en su estado desarrollado, y éste es uno de los intereses del análisis del delirio en cuanto tal. Los analistas siempre lo subrayaron, el delirio muestra el juego de los fantasmas en su carácter absolutamente desarrollado de duplicidad. Los dos personajes a los que se reduce el mundo para el presidente Schreber, están hechos uno en referencia al otro, uno le ofrece al otro su imagen invertida.

Lo importante es ver como esto responde a la demanda, indirectamente realizada de integrar lo que surgió en lo real, que representa para el sujeto ese algo propio que nunca simbolizó. Una exigencia del orden simbólico, al no poder ser integrada en lo que ya fue puesto en juego en el movimiento dialéctico en que vivió el sujeto, acarrea una desagregación en cadena, una sustracción de la trama en el tapiz, que se llama delirio. Un delirio no carece forzosamente de relación con el discurso normal, y el sujeto es harto capaz de comunicárnoslo, y de satisfacerse con él, dentro de un mundo donde toda comunicación no está interrumpida.

En la junción de la Verwerfung y de la Verdrängung con la Verneinung continuaremos la próxima vez nuestro examen.