Seminario 4: Clase 10, La identificación con el falo, 6 de Febrero de 1957

El travestismo y el uso del vestido. Mostrar (no es igual) dar a ver. Girl = Phallus. El objeto y el ideal en Freud. Frustración de amor y satisfacción de la necesidad.

El último día di un paso hacia la elucidación del fetichismo, ejemplo particularmente fundamental de la dinámica del deseo.

El deseo tiene para nosotros el mayor interés, por una doble razón. Por una parte, es con él, con este deseo, con lo que nos encontramos en nuestra práctica. No se trata de un deseo construido, sino de un deseo con todas sus paradojas, del mismo modo que nos ocupamos de un objeto con todas sus paradojas. Por otra parte, esta claro que el pensamiento freudiano partió de tales paradojas. En particular, en lo referente al deseo, partió del deseo perverso. Sena verdaderamente una pena olvidarlo en nuestra tentativa de unificación o de reducción, cuando nos enfrentamos con las teorías más ingenuamente intuitivas a las que se remite hoy día el psicoanálisis.

De vez en cuando me llegan ecos de como reciben las pequeñas novedades que voy aportando, al menos así lo espero. Ahora bien, aquel pequeño paso que di sorprendió a algunos, que ya teman bastante con la teoría del amor tal como la había presentado, basada en el hecho de que el sujeto se dirige a la falta que hay en el objeto. Para ellos, esto había dado ya ocasión a una meditación que les parecía suficientemente esclarecedora, aunque les resultara algo inquietante ver como a la relación sujeto-objeto se le añade un más allá y una falta. La última vez aporte una complicación suplementaria, con un término situado delante del objeto, o sea el velo, la cortina, el lugar donde se produce la proyección imaginaria. Aquí surge lo que convierte a la falta en una figura, el fetiche, que puede ser el soporte ofrecido a algo cuyo nombre le viene precisamente de ahí, el deseo, pero el deseo como perverso. Sobre el velo es donde el fetiche dibuja lo que falta más allá del objeto.

Esta esquematización está destinada a instaurar esos planos sucesivos que deben permitirles orientarse un poco mejor en algunos casos, frente a esa perpetua ambivalencia, esa confusión, que hace al sí equivalente al no, lo que va en una dirección equivalente a lo que va en la dirección exactamente contraria —en suma, todo lo que, por desgracia, los analistas suelen calificar, para salir de apuros, de ambivalencia.

1)
Al final de todo lo que les dije la última vez acerca del fetichismo, les mostré el surgimiento de una posición de algún modo complementaria.  Aparece también en algunas fases de la estructura fetichista, incluso en las tentativas del fetichista para recuperar el objeto del que se encuentra separado por eso cuya función y cuyo mecanismo, por supuesto, no comprende. Esta posición, que puede llamarse lo simétrico, la contrapartida, el polo opuesto con respecto al fetichismo, es la función del travestismo.

En el travestismo, el sujeto se identifica con lo que esta detrás del velo, con el objeto al que le falta algo. Los autores lo  han  visto en el análisis, sin duda, y lo dicen en su lenguaje —el travestido se identifica con la madre fálica, en la medida en que esta, por otra parte, vela la falta de falo.

Este travestismo nos lleva muy lejos en la cuestión que nos ocupa. Por otra parte, no hubo que esperar a Freud para abordar la psicología del vestido. En todo uso del vestido, hay algo que participa de la función del travestismo. Si la percepción inmediata, corriente, común, de la función del vestido es la de esconder las pudenda, la cuestión debe complicarse un poco a ojos del analista. Bastaría con que alguno de los autores que hablan de madre fálica quisiera darse cuenta de que significa lo que dice. Los vestidos no están hechos tan sólo para esconder lo que se tiene, en el sentido de tener o no tener, sino también para esconder lo que no se tiene. Una y otra función son esenciales. No se trata siempre y esencialmente de esconder el objeto, sino también de esconder la falta de objeto. Es una simple aplicación, en el caso de la dialéctica imaginaria, de algo que demasiado a menudo se olvida, a saber, la presencia y la función de la falta de objeto.

A la inversa, en el uso masivo que suele hacerse de la relación escoptofílica, se supone siempre como algo evidente que el hecho de mostrarse es algo muy simple, correlativo de la actividad de ver, del voyeurismo. También aquí se empeñan en olvidar una dimensión.

No es cierto que, siempre y en todo caso, el sujeto se muestre sencillamente porque mostrarse sea el polo correlativo de la actividad de ver. No se trata simplemente de la implicación del sujeto en el par de la captura visual. Hay en la escoptofilia una dimensión suplementaria de la implicación, expresada en el uso de la lengua por la presencia del reflexivo, esa forma del verbo que existe en otras lenguas y se llama la voz media. Aquí sería darse a ver. Si se combinan ambas dimensiones, podemos decir que en toda una clase de actividades confundidas bajo el encabezamiento de la relación voyeurismo-exhibicionismo, lo que el sujeto da a ver al mostrarse es algo distinto de lo que muestra. Es una e quivocación confundir todo esto dentro de lo que se llama en bloque la relación escoptofílica.

Autores como Fenichel, que son muy malos teóricos bajo su aparente claridad, pero no les falta experiencia analítica, se dieron perfecta cuenta. Si el esfuerzo de teorización de alguno de sus artículos se salda con un fracaso desesperante, en ocasiones encontrarán ustedes perlas clínicas muy bellas, e incluso el presentimiento de todo un conjunto de hechos que, por una especie de olfato felizmente adquirido por el analista en su experiencia, se agrupan alrededor de un tema escogido de la articulación analítica, a partir de una rama de las relaciones imaginarias fundamentales. Alrededor de la escoptofilia o del travestismo, por ejemplo, se agrupan haces de hechos distintos unos de otros en la fenomenología, pero el autor intuye de forma más o menos oscura que están emparentados, tienen algo en común.

Así, informándome de toda una extensa e insulsa literatura para ver hasta donde han penetrado los analistas en una articulación real de estos hechos, me interesé recientemente en un artículo de Fenichel, aparecido en el Psychoanalytic Quarterly, volumen XVIII, n° 3, de 1949, sobre lo que llama la ecuación Girl = Phallus, que como el mismo advierte, no carece de relación con la serie de ecuaciones tan conocida heces = niño= pene. A pesar de una falta de orientación flagrante que nos deja en todo momento deseosos de alguna lógica que se salve, resulta de los hechos encontrados en el análisis y agrupados por el autor, que el niño puede considerarse igual al falo en el inconsciente del sujeto, especialmente el femenino.

No pocos hechos diversos quedan agrupados en este mismo paréntesis, lo cual resulta ya, de todas formas, bastante sorprendente. Cuando yo me he referido al niño, no se trataba especialmente del niño femenino, mientras que este artículo apunta específicamente a la niña. Parte de aspectos bien conocidos en la especificidad fetichista, o cuasi fetichista, de determinadas perversiones, que indican que la niña puede ser interpretada como equivalente del falo del sujeto. Los datos analíticos indican igualmente que la niña —incluso de forma general el niño—puede concebirse a sí misma como un equivalente del falo, manifestarlo a través de su comportamiento, y vivir la relación sexual bajo una modalidad que supone que ella le aporta el falo al partener masculino. A veces esto se note hasta en los detalles de su posición amorosa privilegiada, cuando se abraza al partener acurrucándose en cierto rincón de su cuerpo. Este tipo de hechos por fuerza  han  de llamarnos la atención y sorprendernos. A esto se añade finalmente el hecho de que, en algunos casos, el sujeto masculino puede igualmente darse a la mujer como si fuera lo que a ella le falta, como si le aportara el falo a título de lo que le falta, imaginariamente hablando.

Los hechos que aquí se destacan y se equiparan entran en una misma ecuación, que parece desprenderse del conjunto. Ahora bien, se trata de hechos de ordenes extre madam ente distintos . En los cuatro ordenes de relaciones que acabo de trazar, el sujeto no se encuentra de ningún modo en la misma relación con el objeto, ya sea que lo aporte, lo de, lo desee o incluso lo sustituya. Una vez centrada nuestra atención en estos registros, no puede pasarnos por alto que el reagrupamiento de estos hechos bajo la equivalencia así instituida va mucho más allá de una simple exégesis teórica. Que la niña pueda ser objeto de predilección por parte de cierto tipo de sujetos, pone de relieve una función que podemos llamar mítica, la cual se desprende tanto de los espejismos perversos como de toda una serie de construcciónes literarias que podemos agrupar según los autores, bajo encabezamientos más o menos ilustres.

Algunos hablan de buena gana de un tipo Mignon. Ya conocen ustedes la creación de Goethe, Mignon la bohemia, cuya posición bisexual subraya el propio autor, que vive con una especie de protector desmesurado, brutal y manifiestamente superpaternal, llamado Harfner. En suma, le sirve como una especie de sirviente superior, pero al mismo tiempo tiene mucha necesidad de ella. Goethe dice en alguna parte de esta pareja —Hariner, a quien ella tanto necesita, Mignon, sin quien é nada puede hacer. Encontramos aquí emparejadas la potencia en estado bruto, brutal, y, por otra parte, algo sin lo cual dicha potencia pierde toda eficacia, lo que le falta a la misma potencia y es a fin de cuentas el secreto de su verdadera potencia. Este algo no es más que una falta.

Aquí se sitúa finalmente la famosa magia que la teoría analítica atribuye siempre de forma tan confusa a la idea de omnipotencia. Como ya les he dicho, la estructura de la omnipotencia no esta, contrariamente a lo que se cree, en el sujeto, sino en la madre, es decir, en el Otro primitivo. Quien es omnipotente es el Otro. Pero tras esta omnipotencia, se encuentra la falta última de la que se halla suspendida su potencia. En cuanto el sujeto percibe, en el objeto cuya omnipotencia espera, la falta que le hace a el mismo impotente, el mecanismo último de la omnipotencia es remitido más allá, a saber, allí donde algo no existe, en grado máximo. Se trata de lo que, en el objeto, no es sino simbolismo de la falta, fragilidad, pequeñez. Aquí es donde el sujeto acentúa el secreto y el verdadero motor de la omnipotencia. Esto es lo que hace tan interesante para nosotros lo que hoy llamamos el tipo Mignon, reproducido en la literatura en gran cantidad de ejemplares.

Hace tres años, anunciaba yo una conferencia sobre El diablo enamorado, de Cazotte. Pocos testimonios hay tan ejemplares de la más profunda adivinación de la dinámica imaginaria que trato de desarrollar ante ustedes, especialmente hoy. Hoy lo he recordado, como ilustración de primer orden que acentúa el sentido de aquel ser mágico más allá del objeto, al cual pueden adherirse toda una serie de fantasmas idealizantes.

El cuento comienza en Nápoles, en una caverna donde el autor se entrega a la evocación del diablo, quien no deja de aparecer tras las acostumbradas formalidades. Se manifiesta entonces en forma de una formidable cabeza de camello, dotada especialmente de grandes orejas, y le dice al autor, con la voz más caverna que pueda haber —¿Qué quieres? Che vuoi ?

Esta interrogación fundamental nos da, de la forma más sobrecogedora, una ilustración del superyó. Pero no es este su único interés, sino que el mismo ser supuestamente se transforma, una vez concluido el pacto, en un perrito, el cual, mediante una transición que a nadie produce sorpresa, se convierte en un joven encantador, luego en una joven encantadora, y después los dos van entremezclándose hasta el final en una perfecta ambigüedad. Este amado personaje, que tiene un nombre significativo, Biondetta, se convierte por un tiempo para el narrador en fuente inesperada de todas las felicidades, cumple todos sus deseos, le procure la satisfacción mágica de todo cuanto pueda desear. Todo esta inmerso mientras tanto en una atmósfera fantasmática, de peligrosa irrealidad, de amenaza permanente, que no deja de teñir todo el entorno. La situación se resuelve finalmente con una súbita ruptura de esta carrera alocada y cada vez más rápida, y con la disipación catastrófica del espejismo cuando el sujeto vuelve como es debido al castillo de su madre.

Otra novela, de Latouche, Fragoletta, presenta a un curioso personaje, claramente un travestido, de quien hasta el final no se revela nada, salvo al rector. Se trata de una chica que es un chico y juega un papel funcionalmente análogo a ese que acabo de describirles como el tipo Mignon. Hay una serie de detalles, de refinamientos, que dejo de lado. Todo termina en un duelo en el cual el héroe de la novela mate a Fragoletta, que se le presenta como chico sin que el la reconozca, demostrándose así la equivalencia de cierto objeto femenino de la Verliebtheit con el otro como rival. De este mismo otro se trata cuando Hamlet mata al hermano de Ofelia.

Hemos visto Aquí en acción a un personaje fetichizado, o hechizado —es la misma palabra, las dos están vinculadas con factiço en portugués, origen histórico del término fetiche, que no es sino la palabra facticio. Este ser femenino ambigüo encarna, de algún modo, más allá de la madre, el falo que le falta. Lo encarna tanto mejor porque el mismo no lo posee, pero esta implicado en su representación, en su Vorstellung, mas bien todo el entero. Tenemos Aquí una función más que esclarece la relación de enamoramiento tal como se puede establecer en las vías perversas del deseo. Estas pueden ser ejemplares para ilustrarnos sobre las posiciones que deben distinguirse cuando analizamos dicho deseo.

He Aquí que nos vemos llevados a plantear la cuestión de lo que subyace a todo esto, perpetuamente cuestionado por esta misma critica, o sea la noción de identificación.

2)
La noción de identificación está presente en la obra de Freud desde el origen —latente, emergente en todo momento, para volver a desaparecer. Encontramos algunas implicaciones en La interpretación de los sueños. Su principal punto de explicación se alcanza en Psicología de las masas y análisis del yo, con un capítulo, el VII, expresamente consagrado a la identificación.

Este capítulo tiene la carácterística de mostrarnos, como a menudo ocurre en Freud, y de ahí el valor de su obra, la mayor perplejidad del autor. Freud confiesa su desconcierto, incluso su impotencia para resolver el dilema planteado por la perpetua ambigüedad entre dos términos que precise, la identificación y la elección del objeto. Estos dos términos aparecen en muchos casos como si se sustituyeran el uno al otro, con un poder de metamorfosis sumamente desconcertante, de tal forma que la misma transición es imperceptible. Sin embargo, es evidente la necesidad de mantener la distinción entre los dos, puesto que, como dice Freud, no es lo mismo estar del lado del objeto o del lado del sujeto. No es lo mismo que un objeto se convierta en objeto de elección o que se convierta en soporte de la identificación del sujeto.

Este hecho es en sí mismo formidablemente instructivo. No lo es menos ver la desconcertante facilidad con la que todo el mundo parece adaptarse a el, usando de forma estrictamente equivalente uno y otro, sin hacer más preguntas, trátese de observación o de teorización. Cuando alguien hace preguntas, se produce un artículo como el de Gustav-Hans Graber en Imago, en 1937—Las dos clases de mecanismos de identificación—, que es sin duda lo más asombroso que uno pueda imaginar, porque al parecer todo se resuelve para el con la distinción de la identificación activa y la identificación pasiva. Cuando se examine detenidamente, resulta imposible no ver, y el mismo se da cuenta, que los dos polos activo y pasivo están presentes en toda clase de identificación, de modo que hemos de volver a Freud para seguir paso a paso su forma de articular esta cuestión.

El capítulo VIII de Psicología de las masas y análisis del yo, después del capítulo sobre identificación, empieza con una frase que enseguida nos devuelve a una atmósfera de una pureza distinta, comparada con lo que solemos leer —El uso linguístico sigue fiel, aún en sus caprichos, a una Wirlichkeit, una realidad eficaz cualquiera.

De paso quisiera destacar que Freud hab1a empezado a tratar de la identificación en el capítulo anterior, hablando de la identificación con el padre como del ejemplo que nos lleva a introducirnos de la forma más natural en este fenómeno. Llegamos al segundo párrafo y nos encontramos con un ejemplo de las males traducciones francesas de los textos de Freud. Leemos en el texto alemán —Al mismo tiempo que esta identificación con el padre, tal vez incluso un poco antes— lo que se traduce por un poco más tarde —el niño empieza a orientar hacia su madre sus deseos libidinosos— y con esta traducción, uno puede preguntarse si la identificación con el padre no sería previa.

Encontramos otro ejemplo en el pasaje que quiero plantear esta mañana, que he escogido como el más condensado y el más apropiado para mostrarles las perplejidades de Freud.
Se trata del estado de enamoramiento y su relación con la identificación. De acuerdo con el texto de Freud, la identificación es una función más primitiva, más fundamental, en la medida en que comporta una elección de objeto, pero una elección de objeto que no obstante requiere una articulación de por si muy problemática, puesto que el análisis freudiano la vincula profundamente con el narcisismo. Para ir tan lejos como sea posible en la dirección en la que Freud lo articula perfectamente, digamos que este objeto es una especie de otro yo en el sujeto. Se trata pues de saber como articular la diferencia entre la identificación y la Verliebtheit en sus manifestaciones más elevadas, más plenas, conocidas con el nombre de fascinación, sumisión, de Horigkeit, de fácil descripción. Leemos en la traducción francesa —En el primer caso, el yo se enriquece con las cualidades del objeto, se lo asimila… cuando simplemente hay que leer lo que decía Ferenczi, o sea que se introyecta. Se trata de la cuestión de las relaciones entre la introyección y la identificación.

En el segúndo caso se empobrece, al darse todo entero al objeto, al eclipsarse por completofrente a él, traducen en francés. No es exactamente lo mismo que dice Freud—objeto que ha puesto en el lugar de su elemento más constituyente. Esto se confunde totalmente en la frase francesa, pues no se ve que algo tan articulado pueda traducirse como eclipsarse por completo frente a él.

Freud examina aquí la oposición entre, por una parte, lo que el sujeto introyecta, enriqueciéndose con ello, y por otra parte, lo que le sustrae algo y lo empobrece. En efecto, antes Freud se había dedicado a examinar expresamente lo que ocurre en el estado amoroso, en el cual el sujeto se desprende cada vez más de lo que es suyo, en beneficio del objeto amado. En un arrebato de humildad, cae en una complete sumisión respecto del objeto que ha investido. Este objeto a beneficio del cual se empobrece, es el mismo que pone en el lugar de su elemento constituyente más importante, Bestandteil.

Este es el planteamiento que Freud hace del problema. Prosigue en sentido inverso —porque no nos ahorra sus movimientos, se adelanta y, viendo que no esta completo, desanda lo andado— dice que esta descripción hace surgir oposiciones que, en realidad, no existen, nicht bestehen, desde el punto de vista económico—Desde el punto de vista económico, no se trata ni de un enriquecimiento ni de un empobrecimiento, puesto que el mismo estado amoroso extremo puede concebirse como una introyección del objeto en el yo.

La siguiente distinción se refiere tal vez a puntos más esenciales— En el caso de la identificación, el objeto se volatiliza y desaparece para reaparecer en el ya, el cual experimenta una transformación parcial, de acuerdo con el modelo del objeto desaparecida En el otro caso, el objeto sustituido se encuentra dotado de todas las cualidades del yo y a sus expensas.

Eso dice el texto francés. ¿Por qué habría de volatilizarse y desaparecer para reaparecer en el yo, tras haber experimentado una transformación parcial de acuerdo con el modelo del objeto desaparecido? Mas vale remitirse al texto alemán—Tal vez lo esencial sea otra distinción. En el caso de la identificación, el objeto ha sido perdido—es una referencia a aquella noción fundamental que se encuentra constantemente desde el principio, la formación del objeto, tal como Freud nos la explica, se basa en la noción fundamental de la perdida del objeto—o abandonado. No se trata pues de un objeto que se volatiliza, ni desaparece, porque precisamente no desaparece. Entonces vuelve a erigirse en el yo, y el yo se transforma parcialmente de acuerdo con el modelo del objeto perdido.

En el otro caso —el de la Verliebtheit—, el o bjeto es conservado, erhalten geblieben, y como tal es sobreinvestido, uberbesetz, por parte del yo y a sus expensas.

Pero esta distinción a su vez suscita una nueva reflexión: ¿es seguro que la identificación suponga el abandono del investimiento del objeto?, ¿No puede haber una identificación con conservación del objeto? Y antes de entrar en esta discusión particularmente espinosa, debemos detenernos también un instante en esta consideración que presentamos, que hay una alternativa que permite concebir la esencia de este estado de cosas, en particular, que el objeto esté situado en el lugar del  Ich o del Ich-Ideal, del yo o del ideal del yo.

La forma como progresa este texto nos pone en un aprieto. Parece que de estos movimientos hacia delante y hacia atrás no resulta nada claro. El propio lugar que deba atribuirse al objeto en estos distintos momentos de ida y vuelta, según se constituya como objeto de identificación o como objeto de la captura amorosa, está marcado por una ambigüedad que Freud hace patente, y queda casi del todo como una pregunta. Al menos es una pregunta que merece ser planteada, y por mi parte sólo he querido ponerlo de relieve. No puede decirse que este sea el texto testamentario de Freud, aún tratándose de uno de aquellos en los que alcanzo la cumbre de su elaboración teórica.

Ahora procuremos considerar el problema a partir de los puntos de referencia que nos hemos dado en nuestra elaboración de las relaciones de la frustración con la constitución del objeto.

3)
De entrada se trata de concebir el vínculo que establecemos comúnmente, en nuestra práctica y en nuestra forma de hablar, entre la identificación y la introyección. Por otra parte, en el trozo de Freud que les he leído han podido ver como aparecía desde el principio.

Les propongo lo siguiente —la metáfora subyacente a la introyección es una metáfora oral. Se habla indistintamente de introyección y de incorporación, y por lo general se produce un deslizamiento hacia las articulaciones planteadas en la época kleiniana. Se evoca, por ejemplo, la famosa constitución de los objetos primordiales, que se dividen como es debido en buenos y malos. Se habla de la introyección de los objetos, considerados como simples datos presentes en este famoso mundo primitivo sin límite, donde el sujeto formarla un todo con su propia anexión al cuerpo materno. En esta acepción, la introyección se considera una función estrictamente equivalente y simétrica de la proyección. Del mismo modo, el objeto se encuentra perpetuamente en una especie de movimiento que le hace pasar del exterior al interior, para resultar inmediatamente rechazado desde el interior hacia el exterior, cuando se hace demasiado intolerable en el interior. Esto deja a introyección y proyección en una simetría perfecta.

Contra este abuso, que esta muy lejos de ser un abuso freudiano, se eleva lo que tratare de articular ante ustedes.

Observamos, por ejemplo, en la cure de un fetichista impulsos bulímicos manifiestos, correlativos de un momento decisivo en la reducción simbólica del objeto a la que algunas veces nos dedicamos, con mayor o menor éxito, en los perversos. ¿Cómo concebir esta correlación, la evocación en este momento de la pulsión oral? Su conceptualización resulta imposible, es imposible cualquier construcción ordenada, no sólo en nuestros pensamientos, sino en la práctica y en la clínica, si nos atenemos a la vaga noción que en estos casos esta siempre a nuestra disposición —el sujeto regresa, dicen, porque evidentemente para eso esta aquí. Así, en el mismo momento en que el sujeto esta progresando en el análisis, es decir, cuando trata de tomar la perspectiva de su fetiche, regresa. Siempre puedes decirlo y nadie te va a contradecir.

Yo digo, por el contrario, que cada vez que la pulsión aparece en el análisis o fuera de él, debemos concebirla, en cuanto a su función económica, en relación con el desarrollo de una relación simbólicamente definida. El esquema primitivo que les di de la estructura simbólica del amor, ¿no nos permite acaso aclararlo?

Partamos del soporte de la primera relación amorosa, de la madre como objeto de la llamada y, por lo tanto, objeto tan ausente como presente. Una parte de sus dones son signos de amor y, a ese título, sólo son esos, es decir que por este mismo hecho quedan anulados en la medida en que son algo muy distinto que signos de amor. Por otra parte, están los objetos de la necesidad, que la madre presenta al niño bajo la forma de su pecho. ¿No ven ustedes que entre ambos lo que hay es un equilibrio y una compensación? Cada vez que hay frustración de amor, se compensa mediante la satisfacción de la necesidad. Si el niño llama, Si se aferra al pecho y este se convierte en lo más significativo de todo, es porque la madre le falta. Mientras tiene el pecho en la boca y se satisface con el, por una parte el niño no puede ser separado de la madre, y por otra parte esto le deja alimentado, descansado y satisfecho. La satisfacción de la necesidad es aquí la compensación de la frustración de amor y, al mismo tiempo, casi diría que empieza a convertirse en su coartada.

El valor predominante que adquiere el objeto, en este caso el pecho o la tetina, se base en esto —un objeto real adquiere su función como parte del objeto de amor, adquiere su significación como simbólico, y la pulsión se dirige al objeto real como parte del objeto simbólico, el objeto se convierte como objeto real en una parte del objeto simbólico. Ahí empieza toda comprensión posible de la absorción oral y de su mecanismo supuestamente regresivo, que puede intervenir en toda relación amorosa. Si un objeto real que satisface una necesidad real ha podido convertirse en elemento del objeto simbólico, cualquier otro objeto capaz de satisfacer una necesidad real puede ocupar su lugar, y de forma destacada, ese objeto ya simbolizado, pero también perfectamente materializado que es la palabra.

Si la regresión oral al objeto primitivo de devoración acude a compensar la frustración de amor, tal reacción de incorporación proporciona su modelo, su molde, su Vorbild, a esa especie de incorporación, la incorporación de determinadas palabras entre otras, que esta en el origen de la formación precoz llamada el superyó. Eso que el sujeto incorpora bajo el nombre de superyó es algo análogo al objeto de necesidad, no porque sea el don, sino como su sustituto cuando este falta, lo cual no es en absoluto lo mismo.

Sobre esta base igualmente, el hecho de poseer o no un pene puede tomar un doble sentido y entrar así por dos vías en un principio muy distintas en la economía imaginaria del sujeto. En primer lugar, el pene puede situar su objeto en un momento dado como sucesor y en el lugar de ese objeto que es el pecho o la tetina. Hay pues una forma oral de incorporación del pene que juega su papel en el determinismo de algunos síntomas y algunas funciones. Pero el pene puede entrar de otra forma en la economía imaginaria. Puede hacerlo, no como objeto compensatorio de la frustración de amor, sino precisamente por estar más allá del objeto de amor y por el hecho de faltarle a este último.

Al primero, llamémoslo el pene, que sin embargo es una función imaginaria, pues su incorporación es imaginaria. El otro es el falo en la medida en que le falta a la madre y esta más allá de ella misma y de su potencia de amor.

A propósito del falo como faltante les voy planteando a ustedes esta pregunta desde que empece el seminario de este año —¿en qué momento descubre el sujeto esta falta? ¿Cuando y como hace este descubrimiento, a partir del cual se vera obligado a suplirlo, es decir, a elegir otra vía para el reencuentro con el objeto de amor que se escabulle, la de aportarle el mismo su propia falta?

Esta distinción es capital y nos permite plantear hoy un primer esbozo de lo que es más o menos exigible para que este tiempo se produzca.

Tenemos la estructuración simbólica y la introyección posible, que es propiamente la forma más carácterizada de la identificación freudiana primitiva. Es en un segundo tiempo cuando se produce la Verliebtheit. Esta sólo es concebible, sólo esta articulada, en el registro de la relación narcisista, dicho de otra manera de la relación especular tal como quien ahora les habla la ha definido y articulado.

Les recuerdo que es en una fecha situable y, necesariamente, no antes del sexto mes, cuando se produce la relación con la imagen del otro, que le proporciona al sujeto la matriz alrededor de la cual se organice para el lo que yo llamaría su vivencia de incompletud. O sea el hecho de que esta en falta. En relación con esta imagen que se presenta como total, y no sólo colma, sino que es fuente de jubilo por la relación específica del hombre con su propia imagen, es como capta que a el puede faltarle algo. En la medida en que lo imaginario entra en juego, y sobre la base de las dos primeras relaciones simbólicas entre el objeto y la madre del niño, puede ponerse de manifiesto que tanto a la madre como a él les puede faltar imaginariamente algo. Es en la relación especular donde el sujeto experimenta y aprehende una falta posible, que más allá puede existir algo que es una falta.

Sólo más allá de la realización narcisista y al empezar a organizarse el vaivén tensional, profundamente agresivo, entre el sujeto y el otro, que irán recubriendo, a medida que cristalizan, las capes sucesivas de lo que constituirá el yo, puede introducirse algo que le revela al sujeto, más allá de lo que el mismo constituye como objeto para la madre, esa forma, que el objeto de amor esta capturado, cautivo, retenido, en algo que el mismo, como objeto, no consigue apagar — a saber, una nostalgia, relaciónada con la propia falta del objeto de amor.

Todo esto, en el punto donde nos encontramos, depende del efecto de transmisión en virtud del cual nosotros suponemos —porque la experiencia nos lo impone y Freud lo sostuvo hasta el último momento en sus formulaciones—que ninguna satisfacción mediante un objeto real cualquiera que acuda a suplirla consigue colmar jamas la falta en la madre. Junto a la relación con el niño, sigue habiendo en ella, como un amarre de su inserción imaginaria, la falta de falo. Sólo tras el segundo tiempo de la identificación imaginaria especular con la imagen del cuerpo, que esta en el origen de su yo (moi) y proporciona su matriz, el sujeto puede captar lo que le falta a la madre. La experiencia especular del otro constituyendo una totalidad es una condición previa. Con respecto a esta imagen es como el sujeto ve que puede faltarle algo a el. El sujeto aporta así más allá del objeto de amor esa falta que puede verse llevado a suplir, proponiéndose el mismo como el objeto que la colma.

Hoy les he conducido hasta la presentación de una forma que deben tener presente para que podamos partir de este punto la próxima vez. ¿A qué responde esta forma? Lo que ustedes ven dibujarse aqul, es una nueva dimensión y una nueva propiedad de lo que se presenta en el sujeto terminado, en quien están diferenciadas las funciones llamadas superyó, ideal del yo y yo. Se trata de saber, como muy bien dice Freud al final de su artículo, que es ese objeto que en la Verliebtheit viene a ponerse en el lugar del yo o del ideal del yo.

En lo que les he explicado hasta ahora del narcisismo, he tenido que destacar la formación ideal del yo, sí, eso mismo, la formación del yo como una formación ideal, en la medida en que el yo (moi) se aísla a partir del ideal del yo. No les he articulado suficientemente la diferencia que existe. Pero vayan a Freud, con sus fecundas oscuridades, y miren tan sólo sus esquemas, que van de mano en mano sin que a nadie se le haya ocurrido ni por un momento reproducirlos. ¿Qué encontramos al final de este capítulo? Este esquema, donde pone los yoes de distintos sujetos.
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Se trata de saber por que los sujetos comulgan con un mismo ideal. Freud nos explica que hay identificación del ideal del yo con objetos que son supuestamente el mismo. Pero, si miramos el esquema, vemos que ha tenido el cuidado de vincular estos tres objetos con un objeto exterior, que se encuentra detrás de todos ellos. ¿No encuentran que esto tiene un parecido chocante con lo que yo les estoy explicando? A propósito del Icb-Ideal, no se trata tan sólo de un objeto, sino de algo que está más allá del objeto y se refleja, como dice Freud, no pura y simplemente en el yo, que sin duda se resiente de alguna forma y puede empobrecerse, sino en algo que se encuentra en los mismos cimientos del yo, en sus primeras formas, en sus primeras exigencias y, por decirlo todo, el primer velo, algo que se proyecta allí bajo la forma del ideal del yo.

La próxima vez empezaré en este mismo punto donde les dejo, la relación entre el ideal del yo, el fetiche y el objeto en cuanto que es el objeto que falta, es decir el falo.