Seminario 4: Clase 23, «Me dará sin mujer descendencia», 26 de Junio de 1957

De la intersubjetividad al discurso.  El objeto en función de significante.  La metáfora fóbica.  Del mordisco al desatornillamiento.  Ana, dueña del caballo.

La verdad sobre Juan, nos dice Freud, no llega a obtenerse por completo. Hoy tenemos que formalizar la observación de forma algo distinta. El único interés de la operación, si tiene alguno, es ceñirnos más y aislar de forma más rigurosa lo que sucede.

Por supuesto, esta observación está llena de puertas. Como de todas formas se trata de una fobia al caballo, por ejemplo, podríamos delirar hasta el infinito sobre el caballo. Se trata de un animal muy singular que aparece repetidamente en toda la mitología. Pueden establecerse analogías válidas con el caballo de Juanito.

Robert Fliess, el hijo del corresponsal de Freud, que ocupa un lugar honorable en el psicoanálisis, hizo en el IJR bajo el título Phylogenetic versus Ontogenic Experience, para el número conmemorativo del centenario de Freud, una elucubración meritoria, demasiado chocante. Lo es por su carácter manifiestamente inadecuado. El autor se empeña en resolver los enigmas que presenta el texto de la observación de Juanito, adjuntando al expediente una increíble extrapolación, y suponerlo resuelto, sin razón, no es su único inconveniente.

Lo centra todo, de forma completamente válida, en el famoso diálogo entre Juanito y su padre, el que yo llamo el gran diálogo, que culmina el 21 de Abril. Les recuerdo que en esa ocasión es cuando Juanito invoca literalmente a su padre para que desempeñe su papel de padre, diciéndole —Tienes que estar celoso. Resulta impensable que el padre no esté implicado, de alguna forma, en el surgimiento de esta frase que parece como si todo lo anterior la hubiera hecho madurar. En este diálogo, Juan desarrolla el fantasma en el cual su padre, antes de dirigirse a la habitación de la madre, se golpea contra una piedra y se hace una herida, como le había ocurrido en otra ocasión a Fritz. Tiene que haber sangre. El diálogo concluye con la frase de Juan —Por mucho que lo niegues temerosamente, Das ist wahr, das musst wahr sein, debe ser verdad.

Nuestro autor insiste aquí con gran sutileza en el uso de las palabras que den a lo que dice Juanito su style soutenu —en francés en el texto— más que en ninguna otra parte, y destaca muy bien en este punto las insuficiencias de la traducción inglesa. Estas observaciones, que con toda seguridad tienen todo su valor, ponen de manifiesto la sensibilidad de los miembros de la primera generación analítica en lo referente al relieve propiamente verbal, al acento, al papel esencial de determinados significantes. Pero lo más interesante es una especulación bastante sútil sobre el papel del padre en esta ocasión.

En efecto, es el propio padre quien por primera vez introduce una palabra, Schimpfen, que en francés traducen por gronder —Al fín y al cabo, ¿por qué iba a reñirte? El autor observa con razón que esta intervención resulta un poco inadecuada en este momento del diálogo, y que interrumpe el diálogo con Juanito. Pero entonces especula sobre lo que podía ser la participación del padre en algo que supuestamente se encontraría en el yo (moi) de Juanito, quien en ese momento estaría desarrollando un superyó. Esta elucubración no constituye una extrapolación demasiado osada, sino que simplemente traduce la necesidad que tiene el autor de aplicar al caso un registro preformado. Podemos captarlo en sus vacilación es —traduce e l fenómeno en cuestión diciendo que el superyó se encuentra in statu nascendi, esta naciendo, o que no ha nacido en absoluto, o que eso es el nacimiento del superyó. Es muy extraño.

Entonces introduce una referencia a los trabajos de Isakower, quien insistió mucho en el predominio de la esfera auditiva en la formación del superyó. Seguramente debió presentir el problema que, por nuestra parte, no hemos dejado de plantear a propósito de la función de la palabra en la génesis de esa crisis normativa llamada el complejo de Edipo. Le debemos algunas observaciones pertinentes sobre la forma en que puede manifestarse en este caso esa especie de aparato cuya armazón podemos captar, esa red de formas que constituye el superyó. Lo capta en los momentos en los que el sujeto escucha modulaciones puramente sintácticas, palabras vacías propiamente dichas, pues sólo se trata de su movimiento. En estos movimientos de cierta intensidad, podemos, dice, captar al natural algo relaciónado con un elemento arcaico —el niño integra la palabra del adulto aún cuando todavía no percibe su sentido, sino tan sólo su estructura. En suma, sería una interiorización. Tendríamos aquí la primera forma que nos permite concebir que es el superyó. Esta observación también es interesante y sería concebible, en el marco de un seminario, confrontarla con el diálogo entre Juan y su padre. Pero no se trataría en absoluto de encontrar ninguna afinidad. Por una parte, se considera que el superyó, como instancia interna, se funda en una integración por parte del sujeto de la palabra en su movimiento general y su estructura fundamental. Por otra parte, se trata del diálogo más exteriorizado —¿creerán eliminar sus paradojas remitiéndose a la anterior observación?

Sin duda, admito que busquemos referencias generales para lo que estamos describiendo, incluso debemos hacerlo en todo momento. Pero siempre he subrayado la necesidad de ceñirnos al máximo a la experiencia misma. Sólo con esta condición tendremos la oportunidad de hacer progresar los conceptos de la experiencia analítica y su manejo.

Por nuestra parte, no procedemos en absoluto como el Sr. Fliess.

1)
Todo lo que hemos hecho hasta ahora se basa en cierto número de postulados —que no lo son del todo, porque se fundan en nuestro anterior trabajo de comentario, lo cual supone toda una reflexión sobre la experiencia analítica y lo que esta nos proporciona . Uno de tales postulados es éste —la neurosis es una pregunta planteada por el sujeto en el plano de su propia existencia.

Esta pregunta adquiere en la histeria las formas siguientes —¿Qué supone tener el sexo que tengo?. ¿Qué quiere decir tener sexo?. ¿Qué significa que pueda incluso preguntármelo? En efecto, por el hecho de la introducción de la dimensión simbólica, el hombre no es simplemente macho o hembra, sino que esta obligado a situarse con respecto a algo simbolizado que se llama macho y hembra.

Si la neurosis esta relaciónada con el plano de la existencia, lo está todavía de forma más dramática en la neurosis obsesiva, en la que se trata no sólo de la relación del sujeto con su sexo, sino de su relación con el propio hecho de existir. Así, las siguientes preguntas se sitúan como obsesivas —¿Qué es existir? ¿Cómo soy con respecto a lo que soy sin serlo, ya que de alguna forma puedo dispensarme de ello, distanciarme lo bastante como para concebirme como muerto?

Si la neurosis es pues una especie de pregunta cerrada para el propio suieto, pero organizada, estructurada como pregunta, los síntomas se pueden entender como los elementos vivos de esta pregunta articulada sin que el sujeto sepa lo que articula. Por así decirlo, la pregunta esta viva y el sujeto no sabe que él está en esa pregunta. El mismo es a menudo uno de sus elementos, que puede situarse a diversos niveles —a un nivel elemental, casi alfabético, o a un nivel más elevado, sintáctico, en el cual nos permitimos hablar de función metafórica y de función metonímica, partiendo de la idea, tomada de los lingüistas , al menos algunos de entre ellos, de que estas son las dos grandes vertientes de la articulación del lenguaje. Si nos resulta difícil no perder el hilo en el comentario de las observaciones, es porque siempre hemos de tener cuidado de no decantarnos de forma demasiado absoluta hacia uno u otro lado.

Para que una observación sea descifrable, hemos de empezar por analizar. Al ser en efecto lo propio de la pregunta del neurótico su carácter absolutamente cerrado, no hay razón alguna para que se confíe a quien se conforma con tomar nota de ella —no sería más que un texto indescifrable, enigmático, jeroglífico. Por este motivo pudieron llevarse a cabo observaciones de neurosis durante décadas antes de Freud, sin llegar a sospechar siquiera la existencia de esa lengua. Porque la neurosis es una lengua.

Así, si llegamos a captar sus transformaciones y podemos proceder a las manipulaciones que nos confirman que se trata verdaderamente de un texto, donde encontramos cierto número de estructuras, es siempre en la medida en que interviene un inicio de desciframiento. Dichas estructuras aparecen sólo si manipulamos el texto.

Podemos hacerlo a modo de un puro y simple recorte, como se hace en casos particularmente cerrados, con los enigmas, de una forma no muy distinta de la que vemos expuesta en no se que texto de Poe, que nos recuerda las practicas comunes de desciframiento de los despachos enviados en un estilo codificado o archicodificado. Calculando los signos repetidos un mayor número de veces, conseguimos hacer suposiciones interesantes, a saber, que signo corresponde a determinada letra en la lengua a la que creemos se debe traducir el texto codificado.

Por suerte, en las neurosis nos dedicamos a operaciones de un orden más elevado, y en ellas encontramos ciertos conjuntos sintácticos con los que estamos familiarizados. Evidentemente, el peligro es siempre entificar estos conjuntos sintácticos, acercarlos excesivamente a eso que podemos llamar las propiedades del alma, incluso forzarlas un poco en el sentido de una especie de instintualización natural. Esto es desconocer que lo dominante es el nudo organizador por el cual estos conjuntos adquieren el valor de una unidad de significación, lo que suele llamarse una palabra. Así, por ejemplo, últimamente me referí a la identificación del niño con la madre, mostrándoles que tal identificación nunca se hace en relación con el movimiento general del progreso de un análisis. Según la enérgica indicación de Freud en la observación de Juanito, en la página 319 del texto alemán, la vía del análisis nunca puede repetir el movimiento del desarrollo de la neurosis.

Hemos llegado pues al meollo del tema. En nuestro esfuerzo de desciframiento, debemos seguir lo que fue efectivamente anudado en el texto de la neurosis. Ahora bien, este texto esta sometido a la utilización, en la situación actual, de un elemento del pasado del sujeto como elemento significante. He aquí una de las formas más claras de la x de la condensación. Por lo tanto, cuando abordamos los elementos significantes del texto, no podemos hacer abstracción del hecho de que se descompone en dos términos situados en dos puntos muy alejados de la historia del sujeto, y sin embargo hemos de resolver las cosas en su forma de organización actual. Esto nos obliga a buscar las leyes propias de la solución de cada uno de tales discursos organizados, bajo cuya forma se nos presentan las neurosis.

Pero no sólo esta el discurso organizado, también esta la forma en que se desarrolla un diálogo destinado a solucionar este discurso, de modo que las cosas se complican todavía más. Que se establezca dicho diálogo supone en efecto ofrecer nuestro lugar como aquel donde deberá realizarse una parte de los términos del discurso. Virtualmente y al principio, este discurso, por el sólo hecho de serlo, supone en alguna parte a ese Otro que es el lugar, el testimonio, el garante, el lugar ideal de su buena fe.

Aquí es precisamente donde nos situamos en principio, en el diálogo revelador en el que se formulará el sentido del discurso. Ahí se nos reclama y ahí vemos emerger los elementos del inconsciente del sujeto, es decir, los términos que irán tomando el lugar que ocupamos. El diálogo descifra progresivamente el discurso, mostrándonos cual es la función del personaje que en el ocupamos. Esto es lo que se llama la transferencia. A lo largo del análisis este personaje no deja de cambiar.

Así es pues como tratamos de dar a luz el sentido del discurso. Nosotros mismos, como personas, estamos integrados a modo de elementos significantes en el discurso de la neurosis, y a este título se nos permite, a veces se nos exige, resolver su sentido.

Es esencial tener siempre presentes estos dos planos de la intersubjetividad como la estructura fundamental en la que se desarrolla la historia del desciframiento. Esto debe ocupar siempre su lugar propio en las observaciones.

En el caso de Juanito, temamos que poner de manifiesto la complejidad de la relación con el padre. En efecto, no olvidemos que este último es quien lleva a cabo el análisis. Tenemos pues el padre real, actual, que dialoga con el niño. Este es ya un padre que tiene la palabra. Pero más allá de él, está ese padre a quien se le revela esta palabra y es como el testimonio de su verdad, el padre omnipotente, representado por Freud. Esta es una carácterística esencial de la observación que merece ser considerada. En cuanto a la estructura en cuestión , debe localizarse en cualquier clase de relación del analizado con el analista. De la misma forma, esta especie de instancia superior es tan inherente a la función paterna que siempre tiende a reproducirse bajo una modalidad cualquiera.

Esto es por cierto lo específico de los casos en los que el paciente se las tenía con el padre Freud en persona. Aquí no había desdoblamiento, no existía tras él la superautoridad, el paciente notaba perfectamente que se encontraba frente a alguien que había hecho surgir un nuevo universo de significación, una nueva relación del hombre con su propio sentido y su propia condición, y ello para uso de ese paciente. No se explica de otra forma lo que nos parece paradójico en esos resultados a veces muy sorprendentes que Freud podía obtener, así como sus formas de intervención tan chocantes, propias de su técnica.

Dicho esto, nos permite situar mejor hacia donde se ha deslizado nuestro interés. A lo largo de los años precedentes, me han visto ustedes elaborar el esquema subjetivo fundamental, o sea, la relación simbólica entre el sujeto y ese Otro, el personaje inconsciente que lo dirige y lo guía, mientras que el otro imaginario, el pequeño, juega un papel intermedio, el de una pantalla. Poco a poco nuestro interés se ha ido desplazando y nos hemos visto llevados a reflexionar sobre la propia estructura del discurso en cuestión, que presenta problemas distintos y no menos originales.

A lo largo de este mismo año, hemos desplazado progresivamente nuestro interés. Por supuesto, hay leyes de la intersubjetividad. Son las leyes que rigen la relación del sujeto con el otro con minúscula y con el Otro con mayúscula. Pero no sólo nos ocupamos de esto. La función original del discurso, en la cual se trata esencialmente de lenguaje, merece que nos la planteemos paso a paso. El discurso también tiene sus leyes, y la relación del significante con el significado es algo distinto que la intersubjetividad, aunque puedan recubrirse, como las relaciones entre lo imaginario y lo simbólico.

Así, en nuestro movimiento de este año a propósito de la relación de objeto, hemos visto como se iba aislando el lugar original de elementos que son realmente objetos, en un estado original, fundador, incluso formador de los objetos, pero que con todo son completamente distintos de los objetos en el sentido acabado. En todos los casos son muy distintos de los objetos reales, porque están extraídos de la psicopatología, es decir, del malestar.

Son objetos puestos en función de significantes.

2)
El objeto en función de significante, lo aislé primero a propósito del fetiche, y de aquí a fin de año sólo habrá alcanzado a considerar la fobia.

Aún así, si han entendido bien lo que hemos tratado de poner en juego cada vez que hemos hablado de la fobia de Juanito, encontraran ahí un modelo mental a partir del cual todo progreso ulterior puede concebirse como una profundización, una extensión a las otras neurosis, especialmente la histeria y la neurosis obsesiva.

En la fobia, esto es particularmente simple y ejemplar. Cada vez que, en un sujeto joven, se enfrenten ustedes a una fobia, podrán advertir que el objeto de dicha fobia es siempre un significante. Es relativamente simple en apariencia, aunque su manejo no lo sea, en cuanto uno entra en su juego. Pero en lo elemental es un significante.

Los términos que figuran bajo la barra representan lo que fue complicando progresivamente la relación elemental con la madre, de la que partimos cuando les hable del símbolo de la frustración, S (M), cuando

la madre está presente-ausente. Así se establecen las relaciones del niño con la madre a lo largo de las distintas edades, en la secuencia del desarrollo.

El caso de Juanito nos conduce primero a aquella fase extremadamente ardua en que la madre se complica con elementos suplementarios de toda clase. En primer lugar, el falo, j. Les dije que era con toda seguridad el elemento crítico de hiancia en esa relación de a dos que la dialéctica analítica actual nos presenta como tan cerrada. Por el contrario, es preciso advertir hasta que punto el propio niño esta en relación con una función imaginaria en la madre. Por otra parte, esta el otro niño, a, que, ni que fuese por un instante, echa, expulsa al niño del cariño de la madre.

Siempre verán aparecer una fobia en el niño en este momento crítico, que es típico —al go falta, algo que vendrá a jugar su papel fundamental en la salida de la crisis, aparentemente sin salida, de la relación del niño con la madre. Para demostrarlo, no necesitamos hacer hipótesis. Toda construcción analítica se apoya en la consistencia del complejo de Edipo, que puede esquematizarse.

Si el complejo de Edipo significa algo, es que a partir de cierto momento la madre es considerada y vivida en función del padre. El padre se merece en este caso una P mayúscula, porque suponemos que es el padre en el sentido absoluto del término. Es el padre al nivel del padre simbólico. Es el nombre del padre, que instaura la existencia del padre en la complejidad con la que se nos presenta. Esta complejidad, toda la experiencia de la psicopatología nos la descompone bajo el encabezamiento del complejo de Edipo. La introducción de este elemento simbólico aporta una dimensión nueva, radical, a la relación del niño con la madre.

Para completar la segunda parte de la ecuación, debemos partir de los datos empíricos. Todo aquello cuya existencia nos indican puede, en líneas generales y a reserva de comentarios, instaurarse poco más o menos así.

Lo que escribo p bajo x sería el pene real. (—p) es lo que se opone al niño en una especie de antagonismo imaginario. Es la función imaginaria del padre, en la medida en que este juega el papel agresivo, represivo, supuesto por el complejo de castración.

La experiencia freudiana, si queremos formalizarla, debemos tomarla al pie de la letra, admitirla al menos provisionalmente. Dicha experiencia afirma la constancia del complejo de castración. Sean cuales sean las discusiones a las que se haya podido prestar posteriormente, en ningún momento dejamos de tenerlo como referencia, y la experiencia pone de relieve su coherencia con el complejo de Edipo.

Por una parte, en las relaciones con la madre ocurre algo que introduce al padre como factor simbólico. El es quien posee a la madre, quien goza de ella legítimamente. Es una función fundamental y al mismo tiempo problemática, que en ocasiones puede debilitarse o fragmentarse.

Por otra parte, hay algo cuya función es hacer entrar en el juego de los instintos del sujeto y en la asunción que este hace de sus funciones una significación esencial, verdaderamente especifica del género humano, el cual se desarrolla con la dimensión suplementaria del orden simbólico. Esta significación que esta presente ahí, que se vive en la experiencia humana, se llama la castración.

El análisis representa la castración de la forma más instrumental — unas tijeras, una hoz, un hacha, un cuchillo. Son significantes que se estampan en las funciones sexuales. Forman parte, por así decirlo, del mobiliario instintivo de la relación sexual en la especie humana. Podíamos tratar de detallar el mobiliario de tal o cual especie animal. Es probable, por ejemplo, que la pechera pectoral coloreada del petirrojo pueda considerarse como un elemento de señal, tanto para el pavoneo como para la lucha intersexual. De cualquier forma, en el animal se encuentra el equivalente del carácter constante de ese elemento paradójico que esta, en el hombre, vinculado con un significante llamado el complejo de castración.

He aquí pues como podemos escribir la fórmula del complejo de Edipo con su correlativo, el complejo de castración. Pero debe prestarse atención al hecho de que el propio complejo de Edipo se organiza en el plano simbólico, lo cual supone detrás de él la existencia constituyente del orden simbólico. Un episodio de la observación de Juanito nos lo muestra perfectamente.

En cierto momento del diálogo, el padre trata de llevar a Juanito a la consideración de toda clase de explicaciones fisiológicas. Como siempre, el padre, tímido, no lleva las cosas hasta el final. Pero como el pobre Juanito dice no entender bien la función del órgano femenino, el padre, como último recurso, acaba explicándoselo, cuando los fantasmas del niño muestran que sabe muy bien que todo eso esta en la barriga de mamá, sea o no simbolizada por un caballo o por un coche. Pero lo que el padre no ve, es que al niño, por su parte, sólo le interesaba la construcción genealógica.

Este interés representa un momento normal del progreso del sujeto. Aquí puede estar reforzado por las dificultades propias de la neurosis, pero es normal, e interviene en Juanito en la medida en que estamos en un punto ya muy avanzado de la observación. El niño sólo ha desarrollado esa larga discusión para construir las posibilidades genealógicas existentes, es decir, las diferentes formas de relación posibles de un niño con un padre y con una madre, y lo que esto significa.

Llega a construir una teoría sexual de lo más original, y Freud subraya que no ha encontrado algo así en el niño con demasiada frecuencia  —y en efecto, hay en toda la observación elementos particulares. Esta teoría es la siguiente —los niños den a luz a las niñas y las niñas den a luz a los niños. No crean que esta es una teoría imposible de encontrar en la organización genealógica. Incluso puede decirse que hay algo de verdad ahí y que es conforme a las estructuras elementales del parentesco.

Precisamente porque las mujeres hacen hombres, luego los hombres pueden hacerles ese favor esencial de permitirles desarrollar su función de procreación. Pero por supuesto, ello supone que lo consideremos en el orden simbólico, es decir, en cierto orden que determine una sucesión regular de las generaciones. En el orden natural, como tantas veces se lo he advertido, no hay ningún obstáculo para que todo gire de forma exclusive alrededor del linaje femenino, sin discriminación alguna en cuanto al producto, y no es imposible que el hijo deje encinta a la madre y, en la medida de su tiempo de fecundidad posible, a las siguientes generaciones. Lo que le interesa a Juanito, es el orden simbólico, que es como el centro de gravitación de toda su construcción, tan extraordinariamente exuberante y fantasiosa.

Por decirlo ahora en términos generales, la interrogación del orden simbólico emerge en el niño a propósito de P mayúscula en forma de pregunta —¿Qué es un padre? El padre es en efecto el eje, el centro ficticio y concreto del mantenimiento del orden genealógico, que le permite al niño inmiscuirse de forma satisfactoria en un mundo que, con independencia de como haya que juzgarlo, cultural, natural o sobrenaturalmente, es donde se nace. El niño aparece en un mundo humano organizado por el orden simbólico, y a eso ha de enfrentarse.

El descubrimiento del análisis, ¿no es acaso mostrarnos cuál es el mínimo de exigencias a cumplir por parte del padre real para que comunique, transmita y haga sentir al niño la noción de su lugar en este orden simbólico? Se presupone igualmente que todo lo que sucede en las neurosis es precisamente para, de alguna forma, suplir alguna dificultad, alguna insuficiencia, en la forma como el niño se había enfrentado al Edipo.

Otra cosa viene a complicar la situación. Es lo que se llaman regresiones. Se trata de elementos intermedios provenientes de la relación primitiva con la madre, que comprenden ya algún simbolismo dual. Entre esta relación primitiva y el momento en que se constituye el Edipo propiamente dicho, pueden producirse toda clase de accidentes, debidos tan sólo a que distintos elementos de intercambio del niño van a desempeñar su papel en la comprensión del orden simbólico. En suma, lo pregenital puede integrarse en el nivel edipico, complicando así la pregunta de la neurosis.

En el caso de la fobia, tenemos algo simple. Nadie discute que, en este caso, el niño ha alcanzado, al menos por un momento, lo que se llama la fase genital, cuando se plantean en su forma plena los problemas de la integración del sexo del sujeto. En este ámbito debemos concebir por lo tanto la función del elemento fóbico.

Freud consideraba la función del elemento fóbico homogénea a la función primitiva que había aislado la etnografía de su tiempo, la del tótem. Probablemente, esto ya no es muy sostenible a la luz del progreso actual de la antropología estructural, en la que el tótem ya no juega ningún papel predominante ni axial, y se vera sustituido por algo distinto. Pero nosotros, analistas, en nuestra experiencia práctica—pues a fin de cuentas, sólo en el plano de la fobia manifestó Freud claramente que el tótem adquiriese su significación en la experiencia analítica—, con todo, debemos trasponerlo a una formalización menos sujeta a caución que la relación totémica. Por eso introduje la última vez aquello que llamé la función metafórica del objeto fóbico.

Es decir, el objeto fóbico viene a desempeñar el papel que, por alguna carencia, por una carencia real en el caso de Juanito, no desempeña el personaje del padre. Así, el objeto de la fobia juega el papel metafórico que aquel día bate de ilustrarles con esta imagen —Su gavilla no era avara ni tenía odio.

Les mostré como utilizaba el poeta la metáfora para poner de manifiesto en su originalidad la dimensión paterna a propósito de ese viejo en decadencia, para darle nuevo vigor con todo lo que naturalmente brota de la gavilla.

No es otra la función del caballo, en la poesía que es en este caso la fobia. Es el elemento alrededor del cual van a gravitar toda clase de significaciónes, formando a fin de cuentas un elemento que suple lo que le faltó al desarrollo del sujeto, es decir, a los desarrollos proporcionados por la dialéctica del entorno donde está inmerso. Pero esto sólo es posible imaginariamente.

Se trata de un significante en bruto. No le falta alguna predisposición, transmitida por todo ese remolque de la cultura que el sujeto va arrastrando. Al fin y al cabo, el sujeto sólo ha tenido que buscarlo donde pueden encontrarse toda clase de blasones —en un libro de imagenes. No se trata de imagenes naturales, sino de imagenes dibujadas por la mano del hombre, que contienen todo un presupuesto de historia, en el sentido en que la historia esta historiada con mitos, con fragmentos de folklore. Ahí, en su libro, junto a la imagen de la caja de la cigüeña sobre una chimenea roja, fue donde encontró Juanito la imagen de un caballo al que le estaban poniendo herraduras. Esta ahí, a nuestro alcance —es un caballo representado.

No tiene porque sorprendernos que los sujetos recurran regularmente a formas que se pueden llamar típicas, pues aparecen siempre en determinados contextos, en determinadas conexiones o asociaciones que les pueden pasar desapercibidas a quienes son sus vehículos. El sujeto elige una para cumplir una función muy precisa, la de permitir la momentánea estabilización de ciertos estados —en este caso, el estado de angustia. Para cumplir la función de transformar esta angustia en miedo localizado, el sujeto elige una forma que constituye un punto de detención, un término, un pivote, un soporte, a cuyo alrededor se va enganchando todo lo que vacila, amenazado por la corriente interior surgida de la crisis de la relación materna. Tal es, en el caso de Juanito, el papel del caballo.

Sin duda, parece un estorbo para el desarrollo del niño, y para su entorno es un elemento parasitario y patológico. Pero la instauración analítica nos muestra que también tiene una función de enganche, un papel fundamental de punto de detención. Alrededor de este punto, el sujeto puede seguir haciendo girar lo que de otro modo se declararía con una angustia imposible de soportar.

Todo el progreso del análisis consiste en este caso en extraer, en poner de manifiesto, las virtualidades que nos ofrece el uso, por parte del niño, de este significante esencial para remediar su crisis. Se trata de permitirle a este significante que desempeñe el papel que le ha reservado el niño en la construcción de su neurosis, para afirmar su relación con lo simbólico, tomándolo como auxilio y como punto de referencia en el orden simbólico.

Esto es lo que desarrolla la fobia. Le permite al sujeto manejar ese significante, obteniendo de el posibilidades de desarrollo más ricas que las que contiene. En efecto, el significante no contiene en sí mismo por adelantado todas las significaciónes que le haremos decir, las contiene más bien por el lugar que ocupa, el lugar donde debería estar el padre simbólico. Al estar ese significante ahí en la medida en que corresponde metafóricamente al padre, permite que se efectúen todas las transferencias, todas las transformaciones necesarias en todo aquello que es complicado y problemático en la relación inscrita en la línea inferior—o sea la madre, la función fálica y el niño —, que requiere en cada ocasión, con respecto a la madre real, un triángulo distinto. Para ello se necesita un término que para el niño sea imposible de dominar, que de miedo, incluso que muerda.

Por eso escribimos en el otro lado lo que esta más amenazado, o sea el pene del niño.

3)
¿Qué nos muestra la observación de Juanito? Que ante semejante estructura, es inútil meterse con su verosimilitud o su inverosimilitud.

Todo eso no se va a movilizar seriamente diciéndole al niño que es una tontería, Dummbeit, ni tampoco haciéndole observaciones muy pertinentes sobre la relación existente entre el hecho de que se toque su hacepipí y que experimente con mayor intensidad los temores inspirados por la tontería, al contrario.

Si leen ustedes la observación a la luz del esquema que acabo de darles, advertirán que estas intervenciones, aunque tienen algunos efectos, nunca tienen el alcance persuasivo directo de la experiencia inicial, la eficacia deseable. Por el contrario, todo el interés de la observación consiste en mostrar claramente que en estas ocasiones el niño reaccióna reforzando los elementos esenciales de su propia formulación simbólica del problema. Vuelve a jugar el juego del escondite fálico con su madre —¿Lo tiene? ¿No lo tiene?—, mostrando a las claras que se trata de un símbolo, que a ese título le importa mucho y que no se trata de desorganizárselo. De ahí la importancia de un esquema como este.

Para nosotros en el análisis se trata tal vez, en efecto, de hacer evolucionar este esquema, de permitirle al niño que desarrolle las significaciónes de las que el sistema está preñado, no quedarse en la solución provisional consistente para el en ser un pequeño fóbico temeroso de los caballos. Pero esta ecuación sólo puede resolverse según sus propias leyes, las de un discurso determinado, de una dialéctica bien precisa y no de otra. No se puede empezar sin tener en cuenta el orden simbólico que esta ecuación esta hecha para sostener.

Ahora podremos dar el esquema general de lo que constituye su progreso.

No es superfluo que intervenga el padre, tanto el gran Padre simbólico que es Freud como el pequeño, ese padre amado que sólo comete un error, pero un gran error, el de no cumplir verdaderamente su función de padre y, al menos por un tiempo, su función de padre, o de dios, celoso, eifern, según la invectiva que le dirige Juanito.

Si bien el padre le había con mucho cariño, con dedicación, de todas formas no puede ser sino lo que había sido hasta ahora, o sea un padre que en lo real no cumple plenamente con su función. En cuanto al niño, hace literalmente lo que se le ocurre con su madre y, por ejemplo, se mete en la cama con ella a pesar del padre. Esto no significa que no quiera a su padre, sino que para él su padre no cumple la función que permitirla encontrarle una salida esquemática y directa a la situación. Nos encontramos por lo tanto con una complicación —el padre empieza a intervenir directamente sobre el término p, de acuerdo con las instrucciónes de Freud, lo que demuestra, en lo que a este último se refiere, que las cosas no están todavía en su punto.

En este sentido podríamos entrar en el detalle de las articulaciones que nos permitinan fórmular de forma completamente rigurosa lo que está en juego, mediante una serie de formulaciones algebraicas que se transforman unas en otras. Me resisto un poco a hacerlo, por temor a que los espíritus no estén todavía del todo abiertos o lo que, creo yo, es el futuro del análisis clínico y terapéutico de la evolución de los casos. Cualquier caso, al menos en sus etapas esenciales, debería llegar a resumirse en una serie de transformaciones.

Todo esto incluido en una A mayúscula, en una logificación.

Desde el momento en que se había y este A queda entre P mayúscula y p minúscula, podríamos preguntarnos en que momento fundamental se produce la transformación. ¿Cuando intervendrá p minúscula aquí, en m + n, y P mayúscula en ‘I mayúscula? Hasta ahora no he entrado en estas transformaciones sucesivas, pero nada nos impide hacerlo, siguiendo lo que ocurre en la observación y la evolución de las cosas.

Inmediatamente después de la intervención de Freud, se produce, el 5 de Abril, un fantasma que juega un papel fundamental y daré lugar a todo lo que se sitúa bajo el signo del Verkehr, es decir, de los transportes, en el ambigüo sentido de la palabra. Puede decirse que aquí, en cierto modo, se encarna bastante bien en el fantasma el primer término de nuestra ecuación.

En efecto, el fantasma que Juan desarrolla entonces consiste en ver que el carro donde se habría subido para jugar es repentinamente arrastrado por el caballo. Este fantasma demuestra que se ha producido una transformación en sus temores y constituye un primer intento de dialectización de la fobia, que puede escribirse así.

El caballo es aquí un elemento de arrastre, mientras que Juanito se sitúa en el mismo carro donde se ha acumulado toda la carga de sacos, los cuales representan, como demuestra la continuación de la observación, a todos los niños posibles, virtuales, de la madre. A nada temía más Juanito que a ver a su madre nuevamente cargada, beladen, es decir, embarazada, rodando, arrastrando, como esos coches cargados que tanto miedo dan, a los niños dentro de su barriga. Como lo demuestra la continuación de la observación, tanto el coche como, en algún caso, la bañera tienen la función de representar a la madre. EL fantasma significa pues —Habrá un montón de esos niños pequeñitos para transportar, yo mismo los meteré ahí.

Se trata, digamos, de un primer ejercicio imaginado. La imagen que les doy, aunque este lo más lejos posible de cualquier asentimiento natural de la realidad psicológica, por el contrario es extremadamente expresiva desde el punto de vista de la estructura de la organización significante. Juanito obtiene aquí un primer beneficio de una dialectización de la función del caballo, elemento esencial de su fobia.

Ya habíamos visto a Juanito muy empeñado en el mantenimiento de la función simbólica, por ejemplo, en uno de sus fantasmas, el de la jirafa. Aquí, en todo lo que sigue a la intervención de Freud, lo vemos hacer de alguna manera todas las pruebas posibles, todo el juego que puede dar este agrupamiento. Primero Juanito esta en el coche en medio de todos los elementos heteróclitos que tanto teme sean arrastrados, quien sabe donde, por una madre que, desde ahora, no es para el sino una potencia incontrolada, imprevisible, con la cual no se puede jugar o, por emplear un término muy expresivo del lenguaje coloquial, se acabó el amor, es decir, no hay reglas del juego, porque intervienen otras reglas —además, porque el propio Juanito complica el juego haciendo intervenir, no ya tan sólo un falo simbólico para jugar al escondite con la madre y las niñas, sino un pequeño pene real, con el que se gana un pescozón.

Como se ve, aunque el niño no se ha creído nada de lo que contaba ese señor que hablaba como el buen Dios, si sólo ha encontrado que hablaba bien, de todos modos, en consecuencia, el mismo ha podido empezar a hablar, es decir, a contar cuentos.

Lo primero que hará será mantener una distinción que deja clara la diferencia entre el esquema real y el esquema simbólico. Le dirá a su padre —¿Por qué me dices que quiero a mamá, si es a ti a quién quiero? Así, deja las cosas en su sitio.

Y después, ¿Qué resulta de todo esto? Juanito inicia todo el movimiento de su fobia, haciéndole dar al caballo todo lo que puede dar, todas sus posibilidades virtuales. El caballo puede ir enganchado o desenganchado, morder o caerse, etc. Por eso tenemos todas esas paradojas.

No olviden que incluso cuando Juan tema más miedo del caballo, significante preñado de todos los peligros, entre el 3 y el 10 de Marzo, se permitía jugar a caballos en compañía de una nueva criada, ocasión para entregarse a todas las incongruencias posibles, para gastar las maneras más impertinentes, para amenazarla con desnudarla, explicándole que entonces se le vena el Wiwimacher. Todo esto forma parte del papel de las criadas en Freud. Ya ven que en ese momento el caballo no le intimidaba en absoluto.

Así, aunque mantiene la función del caballo, Juan aprovecha todas las ocasiones que le proporciona para captar y dilucidar el problema. En sum a, ha descubierto una propiedad esencial de la situación —en cuanto el conjunto está logificado, se puede jugar con él, es decir, que se puede dedicar uno a cierto número de intercambios y de permutaciones de los significantes así agrupados. Este es el punto de transformación inicial. De otro modo, no se ve por que habríamos de dedicarle más tiempo a escrutar lo que cuenta el niño.

Lo mismo y ninguna otra cosa encontraremos en la transformación que mostrará ser decisiva, la de la mordedura en desatornillamiento de la bañera. De un extremo a otro, la relación entre los personajes cambia por completo. No es lo mismo morder vorazmente a la madre, aprehensión de su significación natural, incluso temer que le devuelva ese famoso mordisco encarnado por el caballo —o desatornillar a la madre, desmantelarla, movilizarla en todo esto, hacer que también ella entre en el conjunto del sistema y, por primera vez, como un elemento móvil y al mismo tiempo equivalente a los demás. El sistema se presenta entonces como un gran juego de bolas con el que el niño tratara de reconstituir una situación sostenible, incluso introducir los nuevos elementos que permitan recristalizar la situación.

Esto es lo que ocurre en el momento del fantasma de la bañera. Podía escribirse, por ejemplo, poco más o menos, así, con una permutación que darla.

El símbolo P representa la función sexual de Juanito y m minúscula la madre, en la medida en que el la hace entrar en la dialéctica de los elementos amovibles, haciendo de ella un objeto como otro cualquiera que por lo tanto se permite manipular. Puede decirse entonces que toda est a especie de progreso que es el análisis de la fobia representa, de alguna manera, el declive de la madre con respecto al niño, el dominio que de ella adquiere progresivamente.

La siguiente etapa, con la que concluiré la próxima vez, se desarrolla enteramente en el plano imaginario. Es pues de alguna forma, con respecto a lo que ha habido hasta ahora, regresiva, pero en otro sentido indica indudablemente un progreso.

Juanito hace intervenir a su propia hermana —ese elemento tan arduo de manejar en lo real—en la dimensión imaginaria. Despliega a su alrededor una construcción sorprendente, una brillante fantasía, consistente en primer lugar en suponer que siempre estuvo en el maletero, casi desde toda la eternidad.

Esto supone en el una organización significante muy avanzada. Si, incluso antes de nacer, su hermana estaba ya en el mundo, ¿de que manera? Imaginariamente, por supuesto. Tenemos la explicación de Freud. Aquí se representa algo bajo una forma imaginaria infinitamente repetida, constante, permanente, bajo la forma de una reminiscencia esencial. La pequeña Ana siempre estuvo ahí, en el gran maletero detrás del coche donde, en ocasiones, viaja ella sola. Juanito no deja de insistir en que esta ahí, tanto más cuanto que en realidad sabe muy bien que no lo estaba. Precisamente el primer año, cuando todavía no había nacido, insiste en que sí había nacido y se dedicaba a hacer todo lo que el mismo había hecho, lógicamente, dialécticamente, en su discurso y en sus juegos, durante la primera parte del tratamiento.

En otro momento, nos cuenta que ella esta junto al cochero, que cabalga sin estribos y lleva las riendas —no, dice, no llevaba las riendas. Hay aquí como una dificultad para distinguir la realidad de la imaginación, una ambigüedad entre Wirklichkeit y Phantasie, indicada por Freud. Pero precisamente por medio de este niño imaginario presente desde siempre, por otra parte siempre lo estar, Juanito prosigue su fantasma, y entonces se esboza para él una relación, igualmente imaginaria, mediante la cual se estabilizará su relación con respecto al objeto materno. Este objeto de un eterno retorno le abre camino hacia esa mujer a la que todo hombrecito habrá de acceder.

Juanito se sirve literalmente de su hermanita como de una especie de ideal del yo. Ella se convierte en la dueña del significante, la dueña del caballo, lo domina, y a su través Juanito puede llegar a fustigar al caballo, a golpearlo, a dominarlo, a adueñarse de el. Así es como se encontrara desde ahora en una relación de dominio con respecto a lo que en adelante se inscribirá en el registro de las creaciones de su mente — dominio de ese otro imaginario que para el será cualquier clase de fantasma femenino, lo que podríamos llamar las niñas de su sueño. Para el se tratara siempre de esto, de ese fantasma narcisista en el que se encarna la imagen dominadora. Aún resolviéndole la cuestión de la posesión del falo, esta imagen dejará en un plano esencialmente narcisista e imaginario el dominio adquirido por el sujeto de la situación crítica.

Esto marcará con su profunda ambigüedad lo que se producirá después, a modo de salida o normalización de la situación. La observación indica suficientemente sus etapas. Tras el desarrollo lúdico de sus fantasmas y la reducción a lo imaginario de los elementos una vez fijados como significantes, se constituirá la relación fundamental que le permitirá a Juanito asumir su sexo. Lo asumirá de una forma que, por muy normal que sea, podemos suponerla marcada por una deficiencia.

Sólo podré mostrarles todos sus acentos la próxima vez, pero hoy les diré algo para indicarles cual es el defecto del punto alcanzado por el niño para sostener su lugar.

En este sentido, lo más significativo se expresa en el fantasma terminal de desatornillamiento, en el que le cambian al niño su sostén para ponerle un trasero más grande —¿Y por qué? Para adaptarse a ese lugar que ha convertido en mucho más manejable, esa bañera en la que puede entrar el tema de la caída para dialectizarlo y, en su momento, evacuarlo. Ahí se ve el carácter atípico, anómalo, casi invertido, de la situación.

La fórmula normal del complejo de castración implica que el niño, por hablar sólo de el, posee su pene únicamente con la condición de recuperarlo en la medida en que se le devuelve tras haberlo perdido. En el caso de Juanito, el complejo de castración es constantemente invocado por el niño, el mismo sugiere su fórmula, junta sus imagenes, casi ordena al padre que le haga pasar por esa prueba, de forma refleja fomenta y organiza la misma prueba sobre la imagen de su padre, le hace una herida, desea que esa herida se realice. ¿No es impresionante ver que después de todos estos esfuerzos estériles para alcanzar y franquear esa metamorfosis del sujeto, lo que ocurre en definitiva no afecte a su sexo, sino a su misma base —es decir su relación con su madre?

En adelante, Juanito podrá rellenar ese lugar, pero este resultado es definitivo, a expensas de algo que no aparece en esta perspectiva. Se trata de la dialéctica de la relación del sujeto con su propio órgano. Aquí, a falta de que sea el órgano lo que cambia, es el propio sujeto quien, al final de la observación, se asume como una especie de padre mítico, tal como ha llegado a concebirlo. Vete a saber si ese padre no es un padre del todo como los demás, pues se trata de un padre que, en los fantasmas de Juan, es capaz de engendrar. Como le dice el marido al policía en Las tetas de Tiresias—

Vuelva esta noche para ver cómo la naturaleza
Me dará sin mujer descendencia.

Por eso no puede decirse que este asumido todo lo correspondiente a la posición relativa de los sexos y la hiancia que queda en la integración de dichas relaciones.

¿Cómo juzgar el resultado de determinado progreso analítico, sino por la inversión paradójica de ciertos términos, expresable en una notación simbólica con más y menos? En este caso, puede decirse que Juanito no ha pasado por el complejo de castración, sino por otra vía. Y esta otra vía, como indica el mito del instalador que le cambia el trasero, lo ha llevado a convertirse en otro Juanito

Este es todo el sentido de aquella última pincelada con la que Freud hizo el epílogo del caso. Cuando, mucho más tarde, vuelve a ver a Juanito, ya mayor, es para oírle decir —Ya no me acuerdo de nada de todo eso. Vemos aquí el signo y el testimonio de un momento de alienación esencial.

Ya conocen ustedes la historia que cuentan de un sujeto que se había marchado a una isla para olvidar algo. Cuando lo encuentran, van y le preguntan que era eso que quería olvidar, y entonces no puede responder. Como dice finamente la historia —lo había olvidado.

En el caso de Juanito, sin embargo, hay algo que nos incita a rectificar el acento, diría incluso la fórmula, de esta historia. Si hay algún estigma de lo inacabado, tanto del análisis de Juanito como de la solución edípica postulada por su fobia, es este. Esas vueltas y esos rodeos del significante que revelaron ser tan saludables, que hicieron desvanecerse progresivamente la fobia, que hicieron superfluo el significante del caballo —si operaron, fue a partir de esto, que Juanito, no olvidó, sino que se olvido.