Seminario 5: Clase 10, La Metáfora Paterna II, 22 de Enero de 1958

Vamos a continuar nuestro examen de lo que hemos llamado la «Metáfora paterna».

En suma, hemos llegado al punto en que he afirmado que era en esta estructura, que aquí hemos promovido como siendo la estructura de la metáfora, que residían todas las posibilidades de articular claramente el complejo de Edipo y su resorte, a saber el complejo de castración.

A aquellos que podrían asombrarse de que lleguemos tan tarde a articular una cuestión tan central en la teoría y en la práctica analítica, responderemos que era imposible hacerlo sin haberles probado sobre diversos terrenos, tanto teóricos como prácticos, lo que tienen de insuficiente las formulas de las que uno se sirve corrientemente en el análisis, y sobre todo sin haberles mostrado en qué se pueden dar las fórmulas más suficientes, si puedo decir, para comenzar a articular los problemas, ante todo habituándolos a pensar en términos, por ejemplo, de «sujeto»

¿Qué es un sujeto? ¿Es que es algo que se confunde pura y simplemente con la realidad que está ante ustedes cuando dicen «el sujeto»? ¿O bien es que a partir del momento en que ustedes lo hacen hablar, eso implica necesariamente otra cosa? Quiero decir, ¿es que la palabra es, si o no, algo que flota sobre él como una emanación, o, si ella desarrolla por si misma, si ella impone por si misma, una estructura tal como la que he comentado ampliamente, a la que los he habituado, y que dice que, desde que hay sujeto hablante, no podría ser cuestión de reducir para él la cuestión de sus relaciones en tanto que él habla a otro, muy simplemente? Siempre hay en ello un tercero, ese gran «Otro» del que hablamos, y que es constituyente de la posición del sujeto en tanto que habla, es decir también del sujeto en tanto que ustedes lo analizan. Lo que no es simplemente una necesidad teórica más. Esto aporta toda suerte de facilidades cuando se trata de comprender dónde se sitúan los efectos con los que ustedes tienen que vérselas, quiero decir lo que sucede cuando ustedes vuelven a encontrar en el paciente, en el «sujeto», la exigencia, los deseos, un fantasma —lo que no es lo mismo—, y también algo que parece ser en suma lo más incierto, lo más difícil de comprender, de definir: una realidad.

Vamos a tener la ocasión de verlo en el punto donde nos adentramos ahora, para explicar cómo el término de «metáfora paterna», es a saber que, en lo que ha sido constituido de una simbolización primordial entre el niño y la madre, es propiamente la sustitución del padre en tanto que símbolo, en tanto que significante en el lugar de la madre. Y veremos lo que quiere decir este «en el lugar», que constituye el punto pivote, el nervio motor, si puedo decir, lo esencial del progreso constituido por el complejo de Edipo.

Recordemos que es de eso que se trata. Recordemos los términos que he avanzado ante ustedes el año pasado, en lo concerniente a :Las relaciones del niño y de la madre. Pero recordemos también ante todo, frente a este triángulo imaginario, que el año pasado les enseñé a manejar, en lo que concierne a las relaciones del niño y de la madre, recordemos frente a esto que admitir como fundamental el triángulo niño-padre-madre, es aportar algo que es real, sin duda, pero que, ya, plantea en lo real, entiendo como instituida una relación simbólica, la relación niño-padre-madre (dibujo del triángulo en el pizarrón) y si puedo decir, objetivamente , para hacerles comprender, en tanto que podemos, nosotros, hacer de él un objeto, mirarlo.

Las primeras relaciones de realidad se dibujan  entre la madre y el niño. Es ahí que el niño va a experimentar las primeras realidades de su contacto con el medio viviente, el triángulo, en tanto que él tiene esta realidad por el sólo hecho de que hagamos entrar, para comenzar a delinear objetivamente la situación, que hagamos entrar allí al padre. El padre no ha entrado todavía para el niño. El padre, por otra parte, para nosotros, «es», es real. Pero no olvidemos que, para nosotros, él no es real más que en tanto que las instituciones le confieren, no diría incluso su rol y su función de padre, esto no es una cuestión sociológica, sino que le confieren su «nombre» de padre. Quiero decir que es preciso admitir esto: que el padre, por ejemplo, es el verdadero agente de la pro-creación, lo que en ningún caso es una verdad de experiencia, pues en el tiempo en que los analistas todavía  discutían de cosas serias, sucedió que se hiciera observar que, en tal o cual tribu primitiva, la pro-creación era atribuida a no sé qué, a una fuente, a una piedra, o al. encuentro de un espíritu en lugares apartados, a lo cual el Sr. Jones, con mucha pertinencia además, había aportado esta observación: que es completamente impensable que unos seres inteligentes —y a todo ser humano le suponemos su mínimo  de esta inteligencia— esta verdad de experiencia, está bien claro que, salvo excepción, pero excepción «excepcional», una mujer no da a luz si no ha tenido un coito, y aún en un lapso muy preciso. Pero, haciendo esta observación que, se los repito, es particularmente pertinente, el señor Ernest Jones dejaba simplemente de lado todo lo que es importante en la cuestión.

Pues, lo que es importante en la cuestión, no es que la gente sepa perfectamente que una mujer no puede parir sino cuando ha tenido un coito, es que sancione en un significante que aquél con quien ella ha tenido el coito es el padre. Pues, dicho de otro modo, tal como está constituido por su naturaleza el orden del símbolo, el significante, absolutamente nada obvia que, sin embargo, el algo que es responsable de la procreación no continúe siendo mantenido en el sistema simbólico como idéntico a cualquier cosa, lo que hemos dicho recién: a saber una piedra, una fuente, o el encuentro de un espíritu en un lugar apartado.

La posición del padre como simbólico es algo que no depende del hecho de que la gente haya más o menos reconocido la necesidad de una cierta consecución de unos acontecimientos tan diferentes como un coito y un parto. Posición del nombre del Padre, como tal, calificación del padre como procreador, es un asunto que se sitúa en el nivel simbólico y que puede servir, que puede ser puesto en relación según las formas culturales, pues esto no depende de la forma cultural , esto es una necesidad de la cadena significante como tal.; por el hecho de que ustedes instituyan un orden simbólico, algo responde o no a esta función definida por el nombre del padre, y en el interior de esta función, ustedes ponen allí las significaciónes que pueden ser diferentes según los casos, pero que, en ningún caso, dependen de otra necesidad que de la necesidad de la función del padre, que ocupa el nombre del padre en la cadena significante.

Creo haber ya insistido bastante sobre esto. He ahí, pues, lo que podemos llamar el «triángulo simbólico en tanto que es instituido en lo real, a partir del momento en que hay cadena significante, en que hay articulación de una palabra.

Yo digo que hay una relación entre este ternario simbólico y el ternario que hemos traído aquel año pasado bajo la forma del ternario imaginario que es el de la relación del niño a la madre, en tanto que el niño se encuentra dependiendo del deseo de la madre, de la primera simbolización de la madre como tal, y nada más que eso, a saber que él desata su dependencia efectiva de su deseo del puro y simple vivido de esta dependencia, a saber que, por esta simbolización, algo es instituido, que es subjetivado en un nivel. primero, primitivo; esta subjetivación consiste en plantearla como ese ser primordial que puede estar ahí, o no estar ahí. Es decir, en el deseo, el deseo de «él», de este ser, es esencial. Lo que hace que lo que el sujeto desee, no es simplemente la apetencia de sus cuidados, de su contacto, incluso de su. presencia, es la apetencia de su deseo.

En esta primera simbolización, el deseo del niño se afirma, inicia todas las complicaciones ulteriores de la simbolización en esto: «que él es deseo del deseo de la madre» y que, por este hecho, algo se abre, por lo cual virtualmente lo que la madre desea objetivamente ella misma, en tanto que ser que vive en el mundo del símbolo, en un mundo donde el símbolo  está presente, en un mundo hablante, e incluso si ella no vive en él más que de un modo completamente parcial, si ella misma es, como sucede, un ser mal adaptado a este mundo del símbolo,  o que ha rechazado de éste algunos elementos, abre a pesar de todo ser niño, a partir de esta simbolización primordial, esta dimención, lo que incluso sobre el plano imaginario la madre puede, como se dice, desear «de otro» sobre el plano imaginario.

Es así que entra, de una manera todavía confusa y completamente virtual, ese deseo «de otra cosa», del que hablaba el otro día, pero no de una manera de alguna forma sustancial y tal que podamos reconocerlo como lo hemos hecho en el último seminario, en toda su. generalidad, sino de una manera concreta. Hay en ella el deseo de otra cosa que de «satisfacer en mi, que comienzo a palpitar en la vida, mi. deseo».

Y en esta vía, hay a la vez acceso y no acceso. ¿Cómo concebir que, de alguna manera, en esa relación de espejismo por la cual el ser primero lee o se adelanta a La satisfacción de sus deseos en los movimientos esbozados del otro, en esa a captación «dual» de la imagen a la imagen que se constituye en todas las relaciones interanimales, como concebir que pueda ser leído como en un espejo —como se expresa la Escritura— lo que el sujeto desea «de otro»?

Seguramente esto es a la vez difícilmente pensable y demasiado difícilmente efectuado, pues ahí está precisamente todo el drama de lo que sucede en ese cierto nivel de cambio de vías del nivel primitivo, que se llama «las perversiones» Esto es difícilmente efectuado en el sentido de que es efectuado de una manera defectuosa, pero es efectuado sin embargo, es efectuado ciertamente no sin la intervención de algo más, que la simbolización no basta para constituir; la simbolización primordial de esta madre que «va y viene», que se llama cuando ella no esta ahí y que, como tal, cuando ella está ahí, se la rechaza para poder volver a llamarla; es preciso que haya algo más. Este algo más, es precisamente :la existencia tras ella de todo este orden simbólico, del que ella depende y que, como esta siempre más o menos ahí, permite este cierto acceso a ese objeto, su. deseo, que es ya un objeto de tal modo especializado, de tal modo marcado por la necesidad instaurada por el sistema simbólico, que es absolutamente impensable de otro modo en su prevalencia y que se llama el falo. Este falo alrededor del cual he hecho girar toda nuestra dialéctica de la relación de objeto el año pasado.

¿Por qué? ¿Por qué este objeto privilegiado, si no es por algo que necesita ahí, en su lugar, en tanto que está privilegiado en el orden simbólico? Es en esto que ahora queremos entrar más en detalle, y que vamos a ver cómo, no simplemente por una simple relación de simetría, la que se explica en este dibujo y que hace que aquí «falo» esté en el punto cumbre del ternario imaginario (esquema en el pizarrón), lo mismo que aquí, «padre», esté en el punto cumbre del ternario simbólico, ¿cómo resulta que haya entre los dos este enlace, y cómo resulta que yo pueda ya adelantarles que este enlace es de orden metafórico?

Y bien, esto es justamente lo que nos arrastra al interior de la dialéctica del complejo de Edipo. Es en el complejo de Edipo que podemos darnos cuenta, quiero decir intentar articular paso a paso —y esto es lo que Freud hace, lo que otros han hecho después de él, y es lo que, ahí dentro, no siempre está completamente claro, ni completamente claramente simbolizado— intentar llevar para ustedes más lejos, no simplemente para la satisfacción de nuestro espíritu sino porque, si nosotros articulamos paso a paso esta «génesis» que hace que la posición del significante del padre en el símbolo sea fundadora de la posición del falo en el plano imaginario, si esto exige una, dos, tres etapas en los tiempos —si se puede decir— Lógicos de la constitución de este falo en el plano imaginario como objeto privilegiado prevalerte, si estos tiempos están claramente distinguidos y si de su distinción resulta que podemos orientarnos mejor, interrogarnos mejor y al enfermo en el  examen y el sentido de la clínica y de la conducción de la cura, entonces, esto justificará nuestros esfuerzos, y nos parece que, dadas las dificultades que encontramos, precisamente en la clínica, en el interrogatorio, en el examen y en la maniobra terapéutica, estos esfuerzos están, de ahora en adelante, y por anticipado, justificados.

Observemos este «deseo del otro», que es el deseo de la madre, que comporta este «más allá». Nosotros decimos que para alcanzar este «más allá» —y ya nada más que para alcanzar este más allá de la madre, deseo de la madre como tal, una mediación es necesaria— que esta mediación es precisamente dada por la posición del padre en el orden simbólico.

Más bien que proceder dogmáticamente nosotros mismos, interroguémonos sobre la manera por la cual se plantea para nosotros la cuestión en lo concreto. Vemos que hay estados, casos, etapas también en unos estados muy diferentes, en que el niño se identifica al falo. Esto ha sido todo el objeto del camino que hemos recorrido el año pasado Hemos mostrado en el fetichismo una perversión ejemplar en el sentido de que, ahí, el niño tiene una cierta relación con este objeto del más allá del deseo de la madre, y, habiendo señalado la prevalencia y el valor de excelencia —si se puede decir— que allí se liga, por la vía, en suma, de una identificación imaginaria a la madre, hemos visto indicado también que, en otras formas de perversión, y especialmente el travestismo, es en la posición contraria que el niño va a asumir la dificultad de la relación imaginaria a la madre, a saber que él mismo se identifica, se dice, a la madre fálica. Creo que, más correctamente, hay que decir que es propiamente al falo que él se identifica en tanto que este falo está oculto bajo los vestidos de la madre.

Les recuerdo esto para mostrarles que esta relación del niño al falo es esencial en tanto que el falo es objeto del deseo de la madre. También la experiencia nos prueba que este elemento juega un papel activo esencial en las relaciones que el niño tiene con la pareja parental. Ya, la última vez, lo hemos recordado sobre el plano teórico, en la exposición de la declinación del complejo de Edipo, por relación al Edipo que se llama invertido. Freud nos ha subrayado los casos en que, por identificarse a la madre, quiero decir en —la medida en que él se identifica a la madre, el niño teme, habiendo adoptado esta posición a la vez significativa y prometedora, teme la consecuencia, es decir la privación que resultará de ello para él, si es un varoncito, de su órgano viril.

Esta es una vía de indicación, pero que va mucho más lejos. La experiencia nos prueba que el padre, considerado en tanto que él priva a la madre de este objeto, especialmente del objeto fálico, de su deseo, juega un papel completamente esencial en, yo no diría  las perversiones, sino en todas las neurosis, y diría en todo el curso, así fuese el más fácil, el más normal, del complejo de Edipo. Ustedes encontrarán en la experiencia en el análisis que el sujeto ha tomado posición de una cierta manera en un momento de su infancia sobre este punto, sobre este punto del papel del padre en el hecho de que la madre no tiene falo. Este momento jamás es elidido, este momento que es el que, en nuestro recordatorio de la última vez, dejaba abierta la cuestión de la salida favorable o desfavorable del Edipo, suspendida alrededor de los tres planos de la castración, de la frustración, de la privación, ejercidas por el padre. Era en el nivel tercero, el que a la vez nos planteaba la cuestión, porque es aquél en el cual es más difícil  comprender algo, y aquél en el cual, sin embargo, se nos dice que está toda la clave del Edipo, a saber su salida, a saber finalmente la identificación del niño con el padre. Este nivel, es aquél del padre que priva a alguien de lo que al fin de cuentas no tiene, es decir lo priva de algo que no tiene existencia más que en tanto ustedes lo hacen surgir a la existencia en tanto que símbolo.

Está muy claro que el padre no castra a la madre de algo que ella no tiene. Para que esté planteado que ella no lo tiene, es necesario que, ya, eso de lo que se trata sea proyectado sobre el plano simbólico en tanto que símbolo. Pero esto es perfectamente una privación, y toda privación real es algo que necesita .la simbolización de lo que es paciente y privado, es pues sobre el plano de la privación de la madre que una cuestión, en un momento dado de la evolución del Edipo, se plantea para el sujeto: la de aceptar, registrar, simbolizar él mismo, volver significante a esta privación cuyo objeto se comprueba que es la madre. Esta privación, el infantil sujeto la asume o no la asume, la acepta o la rechaza. Este punto es esencial, ustedes lo encontrarán en todas las encrucijadas, cada vez que vuestra experiencia los lleve hasta un cierto punto que ahora intentamos definir como «nodal» en el Edipo.

Llamémoslo «punto nodal», puesto que acaba de ocurrírseme, no me atengo a ello esencialmente, quiero decir con esto que no coincide, lejos de eso, con ese momento cuya clave buscamos, que es la declinación del Edipo, su resultado, su fruto en el sujeto, pero hay un momento en que el padre entra en función como privador de la madre, es decir se perfila detrás de esa relación de la madre con el objeto de su deseo como algo que, si ustedes quieren, «castra», pero ahí yo no lo pongo si no entre comillas, porque quien es castrado, en la ocasión, no es el sujeto, es la madre.

Este punto no es muy nuevo. Lo que es nuevo, es puntuarlo precisamente, es volver vuestras miradas hacia este punto en tanto que nos permite comprender desde ahí lo que precede, sobre lo que ya tenemos algunas luces, y lo que va a seguir.

La experiencia, en todo caso, no lo duden, y ustedes podrán controlarlo, confirmarlo, cada vez que tengan la ocasión de verlo, la experiencia prueba que, en la medida en que el sujeto no franquea este punto nodal, es decir no acepta esta privación del falo operada por el padre sobre La madre, se observa que está en la regla —y yo subrayo este «en la regla», porque ahí no tiene simplemente una importancia de correlación ordinaria, sino de correlación fundada en la estructura —, es en la medida en que el niño mantiene para sí mismo una cierta forma de identificación a este objeto de la madre, a este objeto que les represento desde el origen, para emplear la palabra que ahí surge, como objeto «rival», si se puede decir, de alguna manera, siempre que se trate de fobia, de neurosis o de perversión, ustedes percibirán un lazo; éste es un punto de referencia —quizá no hay mejor palabra— alrededor del cual ustedes podrán reagrupar los elementos de la observación a partir de esta pregunta que ustedes se plantearán en el caso particular. ¿Cuál es la configuración especial de esta relación a la madre, al padre, y al falo, que hace que el niño no acepte que la madre sea privada por el padre de algo que es el objeto de su deseo, y en qué medida, en tal caso, es preciso puntuar que, en correlación con esta relación, él, el niño, mantiene su identificación al falo?

Hay grados, por supuesto. Esta relación no es la misma en la neurosis o en la psicosis que en la perversión. Pero esta configuración es nodal, ustedes lo ven. A este nivel, la cuestión que se plantea es: «ser o no ser», «to be or not to be» el falo. Sobre el plano imaginario, se trata para el sujeto de ser o de no ser el falo, y la fase que hay que atravesar es ésta: el sujeto elegirá en un momento; cuando yo digo «elegirá», pongan este elegirá también entre comillas, pues, por su puesto, el sujeto es ahí tan pasivo como activo, por la buena razón de que no es él quien tira los hilos de lo simbólico; la frase ha sido comenzada antes de él, ha sido comenzada precisamente por sus padres, (y) a lo que voy a llevarlos, es precisamente a la relación de cada uno de estos padres con esta frase comenzada y a la manera en que conviene que la frase sea sostenida por una cierta posición recíproca de estos padres en relación a esta frase.

Pero digamos, porque es preciso expresarse bien, que hay ahí, si ustedes quieren, en neutro, una alternativa: ser o no ser ese falo. Ustedes sienten bien que hay un paso considerable a franquear para comprender simplemente eso de lo que se trata entre este ser o no ser el falo y eso de lo que se trata en un momento cualquiera, es preciso sin embargo esperarlo y encontrarlo, que es completamente diferente, que es «tenerlo o no», como se dice también, para fundarse sobre otra cita literaria, dicho de otro modo, tener o no tener el pene.

Esto no es lo mismo, es preciso que algo haya sido franqueado entre una y otra cosa, y, no lo olvidemos, eso de lo que se trata en el complejo de castración, es ese algo que nunca es articulado, que se hace casi completamente misterioso, pues sabemos que es del complejo de castración que dependen estos dos hechos: que, por un lado, el varoncito deviene un hombre, por el otro lado, (la niña) deviene una mujer; pero que esta cuestión de tenerlo o no tenerlo está reglada incluso para aquél que, finalmente, está con derecho de tenerlo, es decir el hombre, por el intermediario de algo que se llama complejo de castración, lo que por consiguiente supone que, para tenerlo, es preciso que haya un momento en que no lo haya tenido. Es decir que no se lo llamaría complejo de castración si, en cierta manera, eso no pusiera en primer plano esto: que, para tenerlo, es preciso ante todo que haya sido planteado que se puede no tenerlo, que esta posibilidad de ser castrado es esencial en la asunción del hecho de tenerlo, al falo.

Es ese paso el que hay que franquear, es ahí que debe intervenir en algún momento, eficazmente, realmente, efectivamente, el padre, pues ustedes ven que, hasta ahora, he podido —el hilo mismo de mi discurso lo indicaba— ha podido hablarles de cosas que, a partir del sujeto, él acepta o no acepta. En la medida en que no acepta, eso lo arrastra, hombre o mujer, a ser el falo.

Pero ahora, para el paso siguiente, es esencial hacer intervenir efectivamente al padre, no digo que antes él no intervenga ya efectivamente, sino que mi discurso, hasta ahora, ha podido de jarro en un segundo plano, incluso prescindir de él. Mientras que a partir de ahora, en que se trata de tenerlo o no tenerlo, estamos forzados a hacer entrar en nuestros cálculos a «él», él que, es preciso ante todo, se los subrayo, que esté en el exterior del sujeto constituido como símbolo. Pues si no está en el exterior del sujeto constituido como símbolo,  nadie va a poder intervenir realmente como revestido de ese símbolo,  pero es como personaje real en tanto que revestido de ese símbolo  que él va a intervenir ahora efectivamente en la etapa siguiente.

Es ahí que se sitúan, en la instancia del padre real, las diferentes fases bajo las cuales hemos evocado la última vez, a saber el padre real, en tanto que puede portar una prohibición; y hemos hecho observar que, en lo referido, por ejemplo, al prohibir las primeras manifestaciones del instinto sexual que comienza a llegar a su primera madurez en el sujeto, Las primeras veces en que el sujeto toma nota de su instrumento, incluso lo exhibe, ofrece a la madre sus buenos oficios, no tenemos para esto ninguna necesidad del padre. Diría incluso más sobre este punto, lo que sucede habitualmente, que es algo todavía muy próximo a la identificación imaginaria, a saber que el sujeto se muestra a la madre, le hace ofrecimientos, la mayor parte del tiempo lo que sucede, es algo que, como lo hemos visto el año pasado a propósito del pequeño Hans, sucede sobre el plano de la comparación, de la depreciación imaginaria. La madre basta para mostrar al niño cuánto lo que le ofrece él es insuficiente, ella basta también para hacer la prohibición del uso del nuevo instrumento.

El padre entra en juego, es muy cierto, como portador de la ley, como prohibidor del objeto que es la madre. Esto, lo sabemos, es fundamental, pero está completamente por fuera de la cuestión tal como ella está efectivamente puesta en juego con el niño. Sabemos que la función del padre, el nombre del padre, está ligado a la prohibición del incesto, pero nadie ha soñado jamás con poner en el primer plano del complejo de castración el hecho de que el padre, efectivamente, promulga la ley de la prohibición del incesto. Se lo dice algunas veces, pero jamás esto es articulado por el padre, si puedo decir, en tanto que legislador excathedra. El hace obstáculo entre el niño y la madre, él es el portador de la ley, si puedo decir, de derecho, pero en los hechos, él interviene de otro modo , y diría que es también de otro modo que de manifiestan sus carencias para intervenir, es esto lo que nosotros estrechamos de cerca. En otros términos, el padre, en tanto que es el portador, culturalmente de la ley padre es tanto  que esta investido por el significante  del padre, interviene en  complejo de Edipo de una manera más concreta, más escalonada, si puedo decir, que se trata ahora de articular, y que es lo que nosotros queremos articular hoy.

Y es aquí que se comprueba que la «no-inutilidad» del esquemita que les he comentado durante todo el primer trimestre, para la más grande lasitud, parece, de algunos… no parece sin embargo tener que ser completamente inútil.

Les recuerdo eso a lo que es preciso volver siempre, que es porque y en tanto que la intención, quiero decir el deseo pasado al estado de demanda» en el sujeto, ha atravesado algo que, de ahora en adelante, esta constituido, a saber que para aquello a lo cual se dirige, especialmente su objeto, su objeto primordial, la madre, el deseo es algo que se articula, y de alguna manera todo su progreso, toda su entrada en este mundo, este submundo que no es simplemente un mundo en el sentido de que uno pueda encontrar en él para saturar sus necesidades, sino un mundo donde reina la palabra, que somete el deseo de cada uno a la ley del deseo del otro, pero por este sólo hecho, en tanto que él franquea más o menos feliz mente esta línea de la cadena significante en tanto que está ahí, latente y ya estructurante, la madre, que la demanda del joven sujeto, la primera experiencia que hace de su relación al primer «otro», aquél que es su madre en tanto que él ya ha simbolizado, es en tanto que él ya la ha simbolizado que se dirige a ella de una manera que es quizá más o menos balbuceante, pero que está ya articulada, pues esta primera simbolización está ligada a las primeras articulaciones, es pues en tanto que esta intención, esta demanda ha atravesado la cadena significante que ella puede hacer se valer junto al objeto materno.

En esta medida, el niño que ha constituido a su madre como sujeto, por fundamento de la primera simbolización se encuentra enteramente sometido a lo que podemos llamar, pero únicamente por anticipación, «la ley», pero esto no es más que una metáfora, quiero decir que es preciso desplegar la metáfora que hay en este término de «la ley», para dar su verdadera posición a este término en el momento en que yo lo empleo.

La ley de la madre es, por supuesto, el hecho de que la madre es un ser hablante, y esto basta para legitimar que yo diga «la ley de la madre». Sin embargo, esta ley es, si puedo decir, una ley incontrolada. Esta ley es también, en todo caso para el sujeto, simplemente el hecho de que hay «ley», es decir que algo de su deseo es completamente dependiente de algo que, sin ninguna duda ya se articula, a saber como tal, y del orden de la ley. Pero esta ley está enteramente en el sujeto que la soporta, a saber en el buen o mal querer de la madre, la buena o mala madre. Y esto es lo que hace que yo les proponga este término nuevo que, van a verlo, no es tan nuevo, basta con empujarlo un poquito para hacerle volver a encontrar algo que la lengua no ha encontrado por azar El principio que adelantamos aquí, es que no hay sujeto si no hay significante que lo funde. Es en la medida en que hubo esas primeras simbolizaciones constituidas por la pareja significante, el primer sujeto y la madre, que es preciso saber lo que esto quiere decir en relación a algunos términos, realidad o no realidad al comienzo de la vida del niño, autoerotismo o no autoerotismo, ustedes verán aclararse singularmente las cosas a partir del momento en que ustedes planteen preguntas, pues, en relación a ese sujeto, el niño, aquél de donde emana la demanda, aquél donde se forma el deseo, y todo el análisis es una dialéctica del deseo.

El niño se esboza, se esboza como «sujetado» (assujet); es un sujetado porque él se experimenta y se siente ante todo como profundamente sujetado (assujettl) al capricho de eso de lo que él depende, incluso si este capricho es un capricho articulado. Lo que les adelanto es necesario en toda nuestra experiencia.

Por ejemplo, tomo el primer ejemplo que me viene a la mente, ustedes han podido ver el año pasado que ente pequeño Hans, que encuentra una salida tan atípica a su Edipo, es decir, justamente, que no encuentra la salida que ahora vamos a tratar de designar, que no encuentra más que una suplencia, para quien es preciso ese caballo para todo, para servirse de todo lo que va a faltar para él en ese momento de franqueamiento que es La etapa propiamente de la asunción de lo simbólico como complejo de Edipo, donde Los llevo hoy, que suple entonces por ese caballo que es a la vez el padre, el falo, la hermanita, todo lo que se quiere, pero que es esencialmente algo que, justamente, corresponde a lo que voy a mostrarles ahora. Recuerden cómo sale de ello y cómo es simbolizado en el último sueño; lo que él llama al lugar del padre, a saber ese ser imaginario y omnipotente que se llama el «plomero»; este plomero está ahí, justamente, para des-sujetar (désassugettir) algo Pues la angustia del pequeño Hans, y esto es esencialmente, se los he dicho, la angustia de ese sujetamiento en tanto que, literalmente, a partir de un cierto momento, el realiza que, por estar a si sujetado, no se sabe a dónde puede llevarlo eso. Se acuerdan de ese esquema, el esquema del carro que se va, que encarna el centro de su temor; es justamente a partir de ese momento que el pequeño Hans instaura en su vida un cierto número de centros de temor, centros de temor alrededor de los cuales girará precisamente el restablecímiento de su seguridad, el miedo, o sea algo que tenga su fuente en lo real. El miedo es un elemento del aseguramiento del niño, en tanto que es gracias a esos miedos que él da al otro, a ese sujetamiento angustiarte que él realiza en el momento en que aparece la falta de ese dominio externo de este otro plano, donde es necesario que algo a parezca para que él no sea pura y simplemente un sujetado

Eso es a lo que llegamos, es pues aquí que se sitúa la observación de que esta «otra» a la que él se dirige, es decir especialmente «la madre», tiene una cierta relación —esto, todavía, todo el mundo lo dice, todo el mundo lo ha dicho— una cierta relación que es relación al padre, y cada uno ha percibido que de esas relaciones al padre dependen muchas cosas. La experiencia nos ha probado  que el padre, como se dice, no juega su rol, no juega su rol — no tengo necesidad de recordar les que la última vez les he hablado de todas las formas de carencia paterna concretamente designa dan en términos  de relaciones interhumanas—, la experiencia impone, en efecto, que es así, pero nada articula suficientemente que eso de lo que se trata, no es tanto de las relaciones de la madre con el padre en el sentido vago, donde se trata de algo que es del orden de una especie de rivalidad de prestigio entre ambos, la que viene a converger sobre el sujeto del niño, sin ninguna duda. Este esquema de convergencia no es falso. La duplicidad de las dos instancias es más que exigible, sin eso no podría  haber justamente este ternario, pero eso no basta, y lo que pasa entre uno y otro, todo el mundo lo admite, es muy esencial.

Y aquí, llegamos a lo que se llama «los lazos de amor y de respeto», la posición de la madre y volvemos a caer en el camino trillado del análisis sociológico ambiental — alrededor de los cuales tales o cuales hicieron girar enteramente el análisis del caso del pequeño Hans, a saber si la madre era suficientemente amable, afectuosa con el padre, etc…

Sin articular lo que es esencial, no se trata tanto de las relaciones personales entre el padre y la madre, ni de saber si uno y otro «tienen las condiciones requeridas» o no las tienen, se trata propiamente de un momento que debe ser vivido como tal y que concierne a las relaciones no simplemente de la persona de la madre con la persona del padre, sino de la madre con la palabra del padre, con el padre en tanto que lo que él dice no es absolutamente equivalente a nada.La función en la cual: 1) el nombre del padre interviene, sólo significante del padre; 2) la palabra articulada del padre; 3) la ley en tanto que el padre está en una relación más o menos intima con ella, eso es también muy importante. En otros términos, la relación en la cual la madre funda al padre como mediador de algo que está más allá de su ley, la de ella, y de su capricho, y que es pura y simplemente la ley como tal, el padre, entonces, en tanto que nombre del padre, es decir en tanto que todo (el) desarrollo de la doctrina freudiana nos lo anuncia y lo promueve, a saber como estrechamente ligado a esta enunciación de l a ley, eso es lo que es esencial, y es en eso que él es aceptado o que no es aceptado por el niño como aquél que priva o no priva a la madre del objeto de su deseo.

En otros términos, debemos, para comprender el complejo de Edipo, considerar tres tiempos que voy a tratar de esquematizarles con la ayuda de nuestro pequeño diagrama del primer trimestre.

(dibujo en el pizarrón)

Primer tiempo — Lo que el niño busca es, a saber, deseo de deseo, poder satisfacer el deseo ce su madre, es decir «to be or not to be» el objeto del deseo de la madre, y en la medida en que el» introduce su demanda y en que, aquí, va a haber algo que es su fruto, su resultado, y sobre el camino de lo cual se plantea este punto que corresponde a lo que es «ego», y que aquí esta su otro «ego», a lo que él se identifica, este algo «otro» que él va a buscar ser, ahí, a saber el objeto satisfactorio para la madre. Desde que comience a conmover algo bajo su vientre, él comenzará a mostrarle, a saber «si yo soy muy capaz de algo», con las decepciones que se siguen, él lo busca, y lo encuentra. En tanto y en la mecida en que la madre es interrogada por la demanda (pregunta) del  niño. Ella es también algo, ella que esta en la persecución de su propio deseo, y algo parte de ahí (en el pizarrón)  situándose sus constituyentes.

En el primer tiempo y la primera etapa, se trata de esto: es que de alguna manera, en espejo, el sujeto se identifica a lo que es el objeto del deseo de la madre, y esta es la etapa, si puedo decir, fálica primitiva, aquella donde la metáfora paterna obra en si, en tanto que, ya, en el mundo, La primacía del falo está instaurada por la existencia del símbolo del discurso y de la ley.

Pero el niño, él, no toma más que su resultado; para agradar a la madre — si ustedes me permite ir rápido y emplear unas palabras cargadas de imagenes, es necesario y suficiente con ser el falo, y, en esta etapa, muchas cosas se detienen en un cierto sentido, es en la medida en que el mensaje aquí se realiza de una manera satisfactoria que un cierto número de trastornos pueden fundarse, entre los cuales esas identificaciones que hemos calificado de «perversas».

Segundo tiempo. Les he dicho que, sobre el plano imaginario, el padre perfectamente interviene como privador de la madre, es decir que, lo que aquí está dirigido al otro como demanda, es reenviado  a un tribunal superior, si puedo expresarme así, es relevado como conviene, pues siempre, por ciertos lados, eso de lo que nosotros interrogamos al «otro» en tanto que lo recorre enteramente, encuentra en el otro ese otro del otro, a saber su propia ley. Y es a ese nivel que se produce algo que hace que lo que vuelve al niño es pura y simplemente la ley del padre en tanto que ella es concebida imaginariamente por el sujeto como privando a la madre. Este es el estadio, si puedo decir, nodal y negativo, por el cual ese algo que desata al sujeto de su identificación lo vuelve a atar al mismo tiempo a la primera aparición de la ley bajo la forma de este hecho: que la madre en eso es dependiente, dependiente de un objeto, de un objeto que ya no es simplemente el objeto de su deseo, sino un objeto que el otro tiene  o no tiene.

La ligazón estrecha de este reenvió de la madre a una ley que no es la suya con el hecho de que en la realidad el objeto de su deseo es poseído soberanamente por ese mismo «otro» a la Iey del cual ella reenvía, tenemos la clave de la relación del Edipo y lo que constituye el carácter tan esencial, tan decisivo de esta relación de madre en tanto que yo les ruego que la aíslen como  relación no al padre, sino a la palabra del padre.

Acuérdense del pequeño Hans el año pasado El padre es lo más amable que hay, es lo más presente que hay, es lo más inteligente que hay, es lo más amigable que hay para Hans, no parece haber sido para nada un imbécil, ha llevado al pequeño Hans a Freud, lo que en esa época era a pesar de todo dar pruebas de un espíritu esclarecido, el padre es sin embargo totalmente inoperante, en tanto que hay una cosa que está completamente clara, (y) es que cualesquiera que fuesen las relaciones entre esos dos personajes parentales, lo que dice el padre, es exactamente como si él «tocara la flauta», quiero decir al lado de la madre; la madre, obsérvenlo, en relación al pequerño Hans,es a la vez prohibidora, es decir, juega el papel castrador que uno podría ver atribuir al.. padre, —pero sobre el plano real ella le dice: «¡No te sirvas de eso, es asqueroso!», lo que no impide que, sobre el plano práctico, ella admita completamente al pequeño Hans en su intimidad, es decir que le permite, lo alienta a sostener esta función del objeto imaginario para lo cual, efectivamente, el pequeño Hans le rinde los más grandes servicios. El encarna perfectamente para ella su falo, y el pequeño Hans como tal es mantenido en la posición de sujetado. El es sujetado, y ésta es toda la fuente de su angustia y de su fobia. Es por eso y esencialmente en tanto que ya la posición del padre está puesta en cuestión por el hecho de que no es su palabra la que constituye la ley para la madre que el problema es introducido. Pero esto no es todo, parece que, en el caso del pequeño Hans, lo que va a suceder ahora, es decir en el tercer tiempo, este tercer tiempo es esencial y también es defectuoso. Es por eso que les he subrayado el año pasado que la salida del complejo de Edipo en el caso del pequeño Hans es una salida falseada, que el pequeño Hans, aunque haya salido de ello gracias a su fobia, tendrá una vida amorosa que estará completamente marcada por un cierto estilo, por el estilo imaginario sobre el cual les indicaba sus prolongaciones a propósito del caso de Leonardo da Vinci.

Esta tercera etapa es ésta, y es tan importante como la segunda, pues es de ésta que depende la salida del complejo de Edipo; eso de lo que el padre ha testimoniado que él lo daba, en tanto, y en tanto solamente, que él es el portador de la «ley», es de él que depende o no la posesión por el sujeto paterno o no de ese falo. Es en tanto que esta etapa ha sido atravesada que, en el segundo tiempo, lo que el padre, si puedo decir, en tanto que «soportar» de la «ley», lo que el padre ha prometido, es preciso que lo tenga, él puede dar o rehusar en tanto que lo tiene, pero el hecho de que él lo tiene, al falo, él, es preciso que en un momento dado de pruebas de ello; es en tanto que interviene en el tercer tiempo corno aquél que tiene el falo y no que lo es, que puede producirse algo que vuelva a instaurar la instancia del falo como objeto deseado por la madre, no solamente como objeto del que el padre puede privar, el padre omnipotente es aquél que priva, es por otra parte en este estadio que se han detenido hasta cierto momento los análisis del complejo de Edipo, en el tiempo en que se pensaba que todos los estragos del complejo de Edipo dependían de la omnipotencia del padre, no se pensaba más que en este tiempo, aparte de que no se subrayaba que la castración que en él se ejerce, era la privación de la madre, y no del niño.

El tercer tiempo es éste. Es en tanto que el padre puede dar a la madre lo que ella desea, puede darlo porque lo tiene, y aquí  interviene precisamente el hecho de la potencia en el sentido genital de la palabra, digamos que el padre es un padre «potente», que, en este tercer tiempo, se produce la restitución, si ustedes quieren, de la relación de la madre con el padre sobre el plano real, que la relación como tal del otro que es el padre con el ego (esquema) de la madre y el objeto de su deseo y eso a lo cual puede identificarse en el nivel inferior en que el niño está en posición de demandante, que la identificación puede hacerse a esta instancia paterna que ha sido aquí realizada en estos tres tiempos:

1) bajo la forma velada donde, en tanto que todavía no aparecido, pero padre existente en la realidad mundana, quiero decir en el mundo, por el hecho de que, en el mundo, reina la ley del símbolo, ya la cuestión del falo está planteada en alguna otra parte que en la madre, donde el niño debe repararla.

2) Por su presencia privadora en tanto que es aquél que soporta la ley, y esto se hace no de una forma velada, sino de una manera mediada por la madre, que es la que lo propone como aquél que le hace la ley.

3) El padre, en tanto que es revelado — es revelado en tanto que, él, «lo tiene» — es La salida del complejo de Edipo, y una salida favorable en tanto que la identificación al padre se hace en este tercer tiempo, en el tiempo en que él interviene en tanto que aquél que «lo tiene». Esta es una identificación que se llama «ideal del yo», y que viene a este nivel en el triángulo simbólico, precisamente ahí, en el polo donde esta el niño, y en la medida en que es en el polo materno que todo Lo que va a ser a continuación realidad comienza a constituirse. Y es al nivel del padre que todo lo que va a ser a continuación «superyó» comienza a constituirse.

Es en tanto que el padre interviene como real y como padre potente en un tercer tiempo, el que sucede a la privación o la castración que lleva sobre la madre, sobre La madre imaginada a nivel del sujeto, en su propia posición imaginaria, la de ella, de dependencia, es en tanto que interviene en el tercer tiempo como aquél que lo tiene, que él es interiorizado como ideal del yo en el sujeto, y que si puedo decir, no lo olvidemos, en ese momento el complejo de Edipo declina.

¿Qué quiere decir eso? Eso no quiere decir que en ese momento el niño va a entrar en el ejercicio de todos sus poderes sexuales, ustedes lo saben bien. Muy por el contrario. No los ejerce para nada. La salida del complejo de Edipo consiste en esto: en efecto, se puede decir que aparente mente, ha decaído en ello el ejercicio de esas funciones que habían comenzado a despertarse.

No obstante, si todo lo que Freud ha articulado tiene un sentido, eso quiere decir que tiene en el bolsillo todos los títulos para servirse de ello en el futuro. La metáfora paterna juega ahí un papel que es el que podíamos esperarnos por parte de una metáfora: concluir en la institución de algo que es del orden del significante que ahí está en reserva; la significación se desarrollará más tarde. El niño tiene todos los derechos a ser un hombre, y lo que será más tarde discutido de sus derechos, en el momento de la pubertad, es en tanto que habrá allí algo que no habrá llenado completamente esta identificación metafórica con la imagen del padre, en tanto que ella se habrá constituido, pero a través de estos tres tiempos.

Les hago observar en esta ocasión que eso quiere decir que, en tanto que es viril, un hombre es siempre más o menos su propia metáfora. Esto es incluso lo que pone sobre el término de virilidad esa especie de sombra de ridículo, la que a pesar de todo hay que poner de manifiesto.

También les haré observar que la salida del complejo de Edipo es diferente, como todos saben, para la mujer, pues, para ella, esta tercera etapa, como Freud lo subraya
—lean el artículo sobre la declinación del Edipo— para ella, es mucho más simple, ella no tiene que hacer esta identificación ni que conservar este título para la virilidad; ella, ella sabe dónde está, ella sabe dónde tiene que ir a tomarlo, es del lado del padre, hacia aquél que lo tiene, y eso también les indica en qué lo que se llama una feminidad, una verdadera feminidad, tiene siempre un poco también una dimensión de coartada, las verdaderas mujeres, eso tiene siempre algo de un poco extraviado, ésta es una sugerencia que quiero hacerles únicamente para apoyarles la dimensión concreta en la cual se sitúa este desarrollo.

Para volver y concluir justificando mi término de metáfora, esto no es hoy, ustedes lo sienten, sino un diagrama. Volveremos sobre cada una de estas etapas y veremos lo que allí se fija. Observen bien que eso de lo que se trata aquí, es en el nivel más fundamental exactamente lo mismo que lo que se llama, en el terreno maniático y común en el estudio de la lengua, metáfora, pues la metáfora, con la fórmula que yo les he dado de ella, no quiere decir nada más que esto: que de las dos cadenas, de las S S S, S’S’S’, S»S» (inscripción en el pizarrón) que son unos significantes en relación a todo lo que circula de signifcados ambulantes, porque están siempre deslizando; el abrochamiento del que yo hablo, o aún el punto de capitón, no es mis que un asunto mítico, pues nunca nadie ha podido abrochar una significación a un significante; pero, por el contrario, lo que se puede hacer, es abrochar un significante a un significante y ver lo que eso hace.

Pero, en este caso se produce siempre algo nuevo que algunas veces es tan inesperado como una reacción química, a saber el surgimiento de una nueva significación; en tanto que el padre es en el Significante, en el otro, el significante que representa simplemente esto: la existencia del lugar de la cadena significante como tal, en lo que él se ubica, si puedo decir, por encima de la cadena significante, en una posición metaforica, es en tanto que la madre hace del padre aquél que sanciona por su presencia la existencia como tal del lugar de la ley, es en tanto que ella hace eso y únicamente en esa medida. Y esto deja entonces una inmensa latitud para los modos y medios en los cuales eso puede realizarse y es por lo cual también es compatible, Es en esta medida que el tercer tiempo del complejo de Edipo puede ser franqueado, es decir en la etapa de la identificación, en la cual se trata para el varoncito de identificarse al padre en tanto que poseedor del pene, y para la niña de reconocer al hombre en tanto que aquél que lo posee.

Veremos la continuación la próxima vez.