Seminario 5: Clase 25, del 4 de Junio de 1958

Freud en el análisis de Psicología de las masas y análisis del yo consagra un capítulo a la identificación.

En los seminarios que nos quedan este año vamos a avanzar en este campo de la tópica abierto por Freud, luego de la primera guerra, hacia los años 1920. Hemos recorrido este año tratando de dar una dimensión de las formaciones del inconsciente y lo que ello representa nos permitirá sobre la cuestión no extraviarnos en los otros sentidos que ya son costumbre.

Tendremos que indicar lo que quiere decir esta tópica porque ella ha llegado al primer plano de la función del yo (moi) en sentido muy diferente del uso del que se hizo después.

Retengo de ese capítulo, es necesario leerlo, el valor de una mediación, una articulación, incluso de una interpretación de lo que es la estructura del inconsciente en tanto que profundamente articulada como una palabra, como un lenguaje y por otra parte lo que se despeja como tópica.

Freud distingue tres tipos de identificación, articulado y resumido en un párrafo.

«El primer tipo de identificación es la forma más original del lazo de sentimiento a un objeto«. La segunda, sobre la que se extiende en este capítulo, es la base de su reflexión sobre la identificación ligada en profundidad a la tópica. Los diferentes órganos de la tópica surgen del esquema famoso en forma de huevo que tendría un ojo del que intuirán las relaciones del Ello, del Yo y del Superyó, un ojo y una pipeta que penetra en la sustancia que representa al Superyó. El inconveniente es que es un esquema cómodo porque las cuestiones topológicas no se pueden representar en esquemas espaciales. Mi tópica no escapa a esa dificultad tratando de reducir a un mínimo el inconveniente, porque la tópica de un esquema espacial —mi pequeña red, por ejemplo— hace posible que lo tomen, lo abollen y se lo metan en el bolsillo. En principio las relaciones quedan siempre iguales porque lo son de orden, de lugar. Esto es difícil con el esquema del huevo porque está enteramente inmerso en una proyección espacial.

Freud quiere designar el Ello estando en alguna parte como un órgano que soporta una suerte de protuberancia representada por el Yo, como un ojo. En el texto no hace ninguna alusión a algo que se represente con un carácter substancial que permita representarlo como una diferenciación organizada. El desarrollo de los órganos del cuerpo es otra cosa. La identificación es otra cuestión, sobre esas identificaciones están soportadas diferenciaciones de otra especie.

Hay gente que imagina que cuando hace anatomía quitan un trozo de Superyó y además lo escriben.

Articula Freud: «La segunda forma de identificación se produce sobre la vía de una regresión, como reemplazo de una ligadura a un objeto, ligadura libidinal que equivale a una introyección del objeto en el yo».

Esta forma es la que Freud a lo largo de Psicología de las masas y análisis del yo, pero también en…………le plantea el máximo de problemas por su relación ambigüa con el objeto. Allí se reúnen todos los problemas del análisis y en particular el complejo invertido de Edipo.

¿Porqué en algunos casos de este tipo el objeto de atadura libidinal se torna objeto de identificación?

En algunos casos es más importante sostener el problema que resolverlo de cualquier modo. No hay obligación de dar una solución a lo que nos representa esta pregunta.

Puede ser la pregunta central, más acá de la cual estamos condenados a permanecer haciendo pivote allí. Hace falta que lo haya en alguna parte porque donde nos metamos para considerar que todas las preguntas están resueltas quedará siempre ésta: ¿porqué nosotros estamos allí? y ¿cómo hemos llegado al punto donde está todo claro?

Está claro que debe haber un punto que nos sumerja en la pregunta. No se trata de ese punto pero Freud gira a su alrededor sin pretender en ninguna parte haberlo resuelto.

Por el contrario es importante ver cómo las coordenadas de ese punto O varían. Allí está lo esencial, esa relación entre el amor por un objeto y la identificación que nos brinda la experiencia.

Aquí Freud introduce con claridad la distinción y la oposición, a la que aludí al final de uno de mis últimos seminarios, al problema de la relación al falo, a la oposición del ser y del tener. Así articula la diferencia que hay entre la atadura erótica libidinal al objeto amado y la identificación al mismo.

Freud nos dice que la experiencia le indica que esta identificación es siempre de naturaleza regresiva. Las coordenadas de esta transformación lo muestran.

Articulo así lo que la regresión testimonia: es la elección de los significantes lo que nos da una indicación clara. Regresar al estadio anal y oral, con sus matices, es lo que vemos oponer en el presente del discurso del sujeto: significantes regresivos.

No hay regresión en análisis aunque el sujeto se ponga a gemir en el diván como un lactante, lo que no es muy frecuente. Esa suerte de mohín se produce por parte del paciente y por lo general no es de buen augurio y no se lo llama en forma habitual regresión.

De las dos formas de identificación vamos a tratar de aplicarlas en nuestro esquema para ver qué quieren decir.

Nos ubicamos aquí, al nivel de la necesidad del sujeto, el término es empleado por Freud. En relación al advenimiento de la identificación y sus relaciones con la investidura de objeto nos dice: ‘`Más tarde se debe admitir que la investidura de objeto…».

Los capítulos traducidos por ……… vuelve ininteligibles haciéndole decir a veces lo contrario al texto. Investidura de objeto está traducido por «concentración sobre el objeto» lo que aporta una increíble obscuridad.

«……que la investidura del objeto proviene del Ello que percibe las incitaciones eróticas como necesidad».

El Ello es algo que se propone como muy ambigüo, percibe las incitaciones, presiones y tensiones eróticas como necesidad. Aún en la perspectiva de la necesidad esas líneas nos dan los dos horizontes de la demanda, en tanto que articulada a la satisfacción de una necesidad que debe pasar por los desfiladeros que el lenguaje torna obligatorios y pasando al plano del significante (en su existencia y no en su articulación), al que se dirige la demanda, al plano del Otro, en términos de amor incondicional por estar ligada a lo que es él mismo simbolizado como presencia sobre un fondo de ausencia, es decir, que puede ser vuelto presente en tanto que ausencia: ese otro horizonte.

Antes de ser amado eróticamente el objeto, donde el Eros del objeto amado puede ser percibido como necesidad, la institución, la posición de la demanda crea el horizonte de la demanda de amor.

Estas líneas están separadas por una razón de necesariedad topológica lo que no obsta para ser una misma línea, lo que articula el niño en la madre.

La ambigüedad, la simultaneidad del desarrollo de lo que sucede sobre esas líneas, en tanto que lo que es la necesidad del sujeto se articula como significante, esta superposición siempre se nos ofrece en estado permanente. Ustedes van a ver una aplicación inmediata: esta ambigüedad se sostiene en la obra de Freud en la noción de transferencia, entiendo en la acción de la transferencia en el análisis con la de la sugestión, él nos dice que aquella es en definitiva una sugestión que la usamos como tal, pero agrega, con la restricción de que hacemos de ella muy otra cosa, porque esta sugestión la interpretamos.

¿Qué quiere decir que podemos interpretar la sugestión? En el plano de fondo está la sugestión como transferencia en potencia. Eso existe y en seguida voy a darles un ejemplo. Esta es ya análisis de la sugestión. Es ella misma la posibilidad de este análisis de la sugestión. Es articulación segunda de lo que en la sugestión se impone puro y  simple al sujeto. La línea de horizonte en que la sugestión se basa está al nivel de la demanda del sujeto al analista sólo por estar allí.

¿Cuáles son y cómo podemos situar esas demandas? El punto de partida varia en extremo. Hay gente para la que la demanda de cura está allí todo el tiempo presente. Otros más advertidos saben que será diferida al día siguiente. Y otros están allí por otra cosa, están para ver. Y algunos para devenir analistas. Es importante el lugar de la demanda porque el analista instituido al no responder, allí responde y es constitutivo de todos los efectos de sugestión pero no podemos decir que la transferencia se sitúa gracias a que opera la sugestión.

Es la idea que uno tiene habitualmente y hasta Freud en cierto momento escribe que si conviene dejar establecerse la transferencia, ¿es legitimo usar de su poder? Del poder de sugestión que da la transferencia concebida como la toma y el poder del analista sobre el sujeto, como lazo afectivo del sujeto que lo hace depender de él legitimado en su ejercicio para que una interpretación pase.

¿Por qué, en este nivel enunciado con claridad, nosotros usamos la sugestión? Porque el paciente ha llegado a amarnos es que las interpretaciones son engurgitadas. Freud no intenta limitarse al plano de la sugestión. Pero cuando decimos que vamos a analizar la transferencia se presenta una bifurcación que hace desvanecer la transferencia, —subrayo los términos que no son míos sino aquellos que están en toda discusión sobre el tema de la transferencia en tanto toma afectiva por el sujeto—, ahora si nos distinguimos de los que toman apoyo en el poder sobre su paciente para hacer pasar la interpretación, lo hacemos para analizar el efecto de su poder reenviando la pregunta al infinito.

Es a partir de la transferencia que analizaremos lo que acaba de acontecer en el hecho que el sujeto ha aceptado la interpretación. No hay ninguna razón para salir de la vía del circulo infernal de la sugestión. Por otra parte suponemos que es posible otra cosa. La transferencia no es el uso de un poder, es ya un campo abierto: la posibilidad de una articulación significante distinta de la que encierra al sujeto en la demanda.

Es legitimo, cualquiera sea el contenido, poner en el horizonte la línea de la transferencia y no la de la sugestión, como algo articulado, en potencia, más allá de lo que se articula, sobre el plano de la demanda.

Lo que está en ese horizonte es lo que produce la demanda o sea la simbolización del otro, a saber la demanda incondicional de amor donde posteriormente viene a alojarse el objeto en tanto que erótico. Allí este es alcanzado por el sujeto y la identificación que acontece en este alcance del objeto como amado, la identificación que lo reemplaza es una regresión. Se trata de la ambigüedad de las líneas de la transferencia y la sugestión, lo he articulado desde hace mucho tiempo, desde el comienzo, y Freud también allí. Y es sobre la línea de la sugestión que se produce la identificación en su forma primaria a las insignias que hace que el otro en tanto sujeto de la demanda, aquel que puede o no satisfacerla, marca en todo momento esta satisfacción por lo que está en primer plano, su lenguaje, su palabra, las relaciones habladas del niño con la madre, —de eso he subrayado la importancia, son esenciales— que hacen que todos los otros signos, toda la pantomima de la madre se articule en términos significantes cristalizados en el carácter convencional de esas mímicas llamadas emocionales por las que la madre se comunica con el niño y que dan a toda la especie de expresión de las emociones en el hombre su carácter convencional, que hace que su pretendida espontaneidad se revele al examen, sin forzarse en ser freudiano, como problemática y archifluctuante. Lo que en cierta área de articulación significante de las emociones puede en otra área, es una referencia, ser de muy otro valor desde el punto de vista de la expresión de las emociones.

La identificación, si es regresiva, es porque la ambigüedad permanece entre las líneas de la transferencia y la sugestión.

No nos sorprenderemos si en la continuación en el desarrollo del análisis vemos escandirse a las regresiones por una serie de identificaciones que les son correlativas y que les marcan el tiempo, el ritmo. Pero son diferentes pues no puede haber a la vez regresión e identificación, unas son detenciones de las otras. Pero si hay transferencia es para que esto sea mantenido sobre otro plano que el de la sugestión, no como algo que no responde a la satisfacción de la demanda sino como articulación significante, allí radica su distinción.

¿Cuál es la operación que permite mantener esta distinción? Es la abstinencia y consiste en no gratificar jamás la demanda. Pero aunque sea esencial no es suficiente. Salta a la vista que está en la naturaleza de las cosas que estas líneas permanezcan diferenciadas. Porque para el sujeto son distintas es que entre ellas no hay —a Dios gracias— un campo estrecho, jamás abolido, que es el campo del deseo.

Todo lo que se nos demanda de nuestra presencia como otro es no favorecer esta confusión, puesto que alcanza con que nos mantengamos como otro, sobre todo de la manera como ingresamos allí, con ese carácter permisivo del análisis, sólo sobre el plano verbal. ¿Porqué es suficiente con la permisividad en el plano verbal? No porque el paciente se satisfaga con eso puesto que sin embargo se satisface con eso, pero él permanece insatisfecho con los elementos de lo real. Alcanza con su satisfacción en el plano de la demanda para que la confusión se establezca irremediablemente entre los dos planos: el que llamo la línea de la transferencia y la línea de la sugestión.

Somos, por nuestra presencia, en tanto escuchamos al paciente, lo que tiende a hacer confundir las líneas de la transferencia y la demanda, eso quiere decir que estamos en el principio nocivo.

La regresión es nuestra vía descendente, que en relación al objetivo de nuestra acción no designa el fin sino el contorneo que es necesario que sostengamos sin cesar ante el espíritu. Gracias a Dios hay algo que impide que esta confusión irremediable se establezca aún, que haya una técnica del análisis que no tenga más objetivo que el de establecer esta confusión por ello culmina en la neurosis de transferencia. Vemos escrito en la Revue Française de Psychoanalyse que para resolver la cuestión de la transferencia sólo se puede hacer una cosa: hacer sentar al enfermo, mostrarle cosas amables, que afuera está lindo y decirle que franquee la puerta con paso lento sin levantar polvareda (rever les mouches); y esto por un gran técnico.

Por suerte hay entre las líneas que se oponen en esta confusión el deseo, cuya evidencia hasta los hipnotizadores, sin más, los que están interesados en la hipnosis, lo conocen bien en tanto que ninguna sugestión por más lograda se adueña por completo del sujeto.

¿Qué resiste? No tal o cual deseo del sujeto, es la evidencia, sino esencialmente esto: el deseo de tener su deseo, que sea aún más evidente no es razón para no decirlo, son las formas para el sujeto del sostén necesario del deseo. Gracias a lo cual queda lo que es de la naturaleza humana del sujeto como tal, un sujeto dividido. Si deja de serlo está loco, queda dividido porque hay allí un deseo cuyo campo no debe ser tan cómodo de sostener, porque una neurosis es construida como tal, histérica, obsesiva, para sostener algo articulado que es el deseo.

La neurosis no es ni una fuerza ni una debilidad grande o pequeña ni la fijación entendida en ese sentido intuitivo de imaginarla como un punto donde el sujeto ha puesto el pie en un tarro de pegamento. La fijación se asemeja más a piquetes destinados a sostener algo que de otro modo se soltaria (se sauverait).

Es muy variable lo que se llama el elemento cuantitativo, la fuerza del deseo en la neurosis, que es de lo más convincente para asegurar la autonomía de la modificación estructural en la neurosis, lo que salta a la vista en neurosis que tienen la misma forma es que hay gente muy diversamente dotada, a lo que uno de nuestros autores concerniendo a la neurosis obsesiva llama «la sexualidad exuberante y precoz» de uno de sus pacientes. Debo decir que esta sexualidad del paciente del cual se dice en alguna parte que «se masturbaba pellizcándose en forma ligera la periferia del prepucio, en la época en que se estaba persuadido de que se producían lesiones irreparables, él no osaba lavarse las….. porque temía lastimarse y perder de algún modo los consejos de su médico debió consultar un médico ante los fracasos repetidos en sus tentativas de coito».

Sabemos que esos son síntomas, el sujeto se revelará al medio, al menos donde el autor conduce su análisis, muy capaz de satisfacer a su mujer y cumplir sus deberes de marido. No hablaremos de inmediato de una sexualidad exuberante, aquella que por cierta fuerza que suponemos soportando a los síntomas se deja languidecer enseguida, engañosa en el punto donde podemos describir de un modo parecido a un sujeto de edad avanzada. Lo que no significa que por otra parte otra neurosis obsesiva les mostrará un cuadro diferente, por ejemplo una sexualidad que podemos calificar de exuberante, incluso precoz.

Es justamente esta diferencia, semejante en los casos clínicos, que por otra parte no nos impide reconocer siempre que en todos los casos clínicos se trata de una única neurosis obsesiva y que lo es por algo que se sitúa por fuera de ese elemento cuantitativo del deseo. Si interviene lo hace en tanto que tendrá que pasar por lo que yo llamo los desfiladeros de la estructura. Pero lo que carácteriza a la neurosis en la ocasión, es la estructura, ese algo que en el caso del obsesivo hace que su deseo sea débil, en plena pubertad o en su madurez, y que desee comprender aquello que no entendió en su existencia hasta el momento de la declinación de su deseo. En todos los casos se presentará no en forma absoluta como debilidad o fuerza del deseo, por el contrario débil o fuerte el obsesivo durante su existencia se ha ocupado de poner su deseo en posición fuerte, de constituir una plaza fuerte del deseo, y esto sobre el plano de las relaciones esencialmente significantes. En esta fortaleza puede habitar un deseo débil o uno fuerte.

La cuestión no está allí. En todos los casos las fortalezas tienen doble filo, las que están construidas sobre el exterior son más aburridas para aquellos que están adentro: allí está el problema.

La primer forma de identificación se nos define por el primer lazo al objeto en el nivel —para esquematizar— de la identificación a la madre.

La otra forma es la identificación al objeto amado en tanto regresiva y que deberla producirse en un punto externo, un punto del horizonte que no es fácil de alcanzar porque siendo incondicional, sumido a la sola condición de la existencia del significante puesto que por fuera de ella no existe ninguna apertura posible a la dimensión del amor como tal. Esta es por completo demandante siendo la única condición la existencia del significante, pero en el interior de esta existencia ninguna articulación particular y sólo a partir de esta hay la existencia de la articulación y es por eso que no es fácil de formular, porque nada sabría completarla, colmarla, ni siquiera la totalidad de mi discurso, en toda mi existencia, porque es el horizonte de mis discursos.

La cuestión es saber qué significa ese……en ese nivel. Dicho de otra manera, ¿de qué sujeto se trata?

No hay porqué asombrarse de que esto no constituya jamás sino un horizonte, a saber, el problema es lo que va a construirse, a articularse, en esta dirección, en este intervalo. Esta dirección en la que lo que se articula, se articula en suma para el neurótico, es la buena, ¿para el neurótico que vive qué? Que vive la paradoja del deseo, igual que todo el mundo, porque no hay humano insertado en su condición que escape a ello. La única diferencia entre la relación normal de deseo y la neurótica no es simplemente esa paradoja del deseo, que es fundamental, sino que el neurótico está abierto a la existencia de la misma, lo que no le simplifica la existencia pero tampoco lo ubica en una posición tan mala, desde cierto punto de vista, hasta el punto que podemos allí articular decididamente el punto de vista del filósofo. Su punto de vista tampoco es más claro. Se lo puede cuestionar igual que al neurótico más no sabemos si tiene la ocasión de hacerlo.

Más allá de su validez lo cierto es que está en la naturaleza de las cosas que esto sea así y que sin embargo hay una vía que lo emparenta con lo que el filósofo articula o lo que deberla articular que es el problema del deseo, ustedes lo ven correctamente articulado en la vía del filósofo. Una de las mayores carácterísticas de la filosofía es que eso esté tan cuidadosamente evitado.

Tendría que abrir otro paréntesis para la filosofía de la acción que nos llevarla a conclusiones similares pues en la acción de la que se habla por todos lados se ve, no se qué suerte de intrusión de la espontaneidad, de la originalidad del hombre en tanto llega para transformar los alcances del problema y transformar el mundo, como es habitual decir. Es singular que jamás se valore lo que sin embargo es la verdad de nuestra experiencia, a saber, ese carácter tan profundamente emparentado con la paradoja del deseo a la acción, sus rasgos y sus relieves, que empecé a introducir la última vez cuando aludí al carácter de explosión, de rendimiento, de demostración, de acción, incluso de solución desesperada.

Esos términos no son míos, el término «veswerfoll» (?) está empleado por Freud para designar la acción en extremo paradoja! y generalizada, la acción humana. Esta se ubica donde se pretende designarla de acuerdo a la historia, como el pasaje del Rubicon.

Mi amigo Coges habla de ello refiriendo allí el punto de concurso, porvenir de esas almas, aunque la última vez que crucé al otro lado lo he visto seco como siempre, era inmenso y en esa época estaba seco. No era la misma estación en que Cesar lo franqueó y tampoco el hecho de que él haya pasado el Rubicon con su genio, en ese hecho siempre hay algo que comporta que uno se tire al agua, porque es un río.

La acción humana no es algo tan armonioso como eso, y para nosotros analistas es algo muy sorprendente que nadie en el análisis se haya propuesto tratar de articular lo que concierne a la acción, justo en esta perspectiva paradoja! donde la vemos sin cesar, donde no vemos jamás nada diferente. Lo que suena mal para definir bien con propiedad lo que es acting out, este es en cierto sentido una acción como otra que toma su relieve por ser provocada por el hecho que utilizamos la transferencia, lo que nos puede llevar a hacer algo en extremo peligroso, y tanto más peligroso como ustedes lo ven a partir de lo que sugiero, no tenemos una idea muy precisa de lo que eso es.

Como indicación al paso quiero decirles que la resistencia de un modo sensible y natural en tanto que el sujeto en algunos casos no acepta interpretaciones tal como se las presentamos sobre el plano de la regresión, es algo que parece pegar también en el primer abordaje, a saber que eso no parece llegarle en absoluto y si el sujeto resiste terminará aflojando si insistimos, en la medida que siempre estamos al borde de la sugestión.

Esta resistencia expresa la necesidad de sostén del punto donde se trata de articular el deseo de manera diferente. Sobre el plano del deseo, ¿qué valor tiene esta resistencia? Es muy precisamente el valor que Freud le da en algunos textos. Si la llama «…….»  es porque es lo mismo que la transferencia en el sentido donde lo que se trata de sostener es la otra línea, la de la transferencia, donde la articulación tiene otra exigencia que aquella que le damos de inmediato en respuesta a la demanda.

Este recordatorio corresponde sólo a evidencias que tienen sin embargo necesidad de ser articuladas, por ello la segunda identificación quiere decir el punto donde se juzga lo que sucede en tanto que regresiva, que es ese llamado de la transferencia que permite ese escándalo de los significantes que se llama regresión y que debe llevarnos a algo más allá de sí mismo que queremos alcanzar en este instante, a saber cómo operar con la transferencia, pero como es natural tiende a degradarse en algo que podemos siempre satisfacer en su nivel regresivo, de algún modo, desde cierta concepción del análisis que se deja fascinar por la noción de frustración y por diferentes articulaciones que se expresan en la relación de objeto de mil maneras.

Todos los modos de articular el análisis siempre tienden a degradarse, lo que no impide al análisis en absoluto ser otra cosa.

La tercer forma de identificación Freud la articula de este modo: «Esta forma de identificación que puede nacer de una comunidad nuevamente percibida con una persona que no es del todo el objeto de una pulsión sexual».

¿Dónde se la sitúa?

Freud nos la ejemplifica de una manera sin ambigüedad para responder a ella sobre ese esquema. Da como ejemplo la identificación de la histérica. Nos lo articula exactamente. Como les decía todo este tiempo en Freud está dicho siempre de la manera más clara: para la histérica el problema es fijar en alguna parte, en el sentido en que un instrumento de óptica fija un punto, fijar su deseo que para ella viene a presentar algunas dificultades especiales.

Ese deseo está consagrado por ella, sin embargo, a alguna suerte de impasse porque sólo puede realizar esta fijación al punto de su deseo a condición de identificarse a cualquier cosa, a un pequeño trazo. Freud lo escribe: cuando les diga una insignia, un trazo, trazo único —dice él— poco importa cuál, de algún otro en el cual ella pueda presentir que hay el mismo problema del deseo, que el impasse de la histérica le abre todas las puertas grandes del otro, al menos de su costado, de todos los histéricos posibles y de todos los momentos histéricos de todos los otros en tanto que ella presenta en ellos por un instante el mismo problema que es el de la pregunta por el deseo.

He aquí entonces cómo Freud lo sitúa, se los mostraré: la pregunta, aunque se articule un tanto diferente, es desde el punto de vista de la relación topológica, exactamente la misma para el obsesivo, ¡y con justa razón!

Esta identificación está aquí en el lugar que les he designado en el obsesivo la última vez, el fantasma. Es en tanto que hay un punto para el sujeto donde puede establecer una relación imaginario con el otro, no en si, ¿porqué? Porque esa relación imaginaria le aporta satisfacción. Está bien precisado que se trata de una persona o de un objeto que no tiene ninguna relación con un objeto sexual cualquiera. Es otra cosa, un soporte, una marioneta del fantasma. He dado al término fantasma toda la extensión que ustedes quieran. Se trata del fantasma, como lo he articulado la última vez y como volveré a ello, en tanto que puede ser inconsciente.

Aquí el otro no sirve para nada, lo que no es poco, para permitir al sujeto tener una cierta posición que evite ese colapso del deseo, el problema de la neurosis.

He allí una tercera forma de identificación absolutamente esencial.

No sé adónde nos llevarla esto porque siempre excede lo que uno piensa, el hecho de entrar en la lectura de la observación del articulo aparecido en la Revue Française de Psychanalyse donde está mi informe sobre la agresividad en psicoanálisis (Julio-sept. 1948, obs. 2 del art. llamado «Importancia del aspecto homosexual de la transferencia»), les pido leerlo. A partir de allí quiero situar hoy el error de técnica del análisis actual en la transferencia homosexual en la neurosis obsesiva.

Lo que se produce en tanto aparece en los fantasmas el objeto fálico, en especial el objeto fálico en tanto que es fantasmáticamente el falo del analista, en el punto de proliferación ya instituido pero que siempre puede ser estimulado en tanto que el sujeto obsesivo sostiene por su fantasma la posibilidad de sostenerse, en tanto que para la histérica es más escabroso y peligroso encarar su deseo.

Aquí aparece A, el falo fantasmático en tanto que por esta técnica el analista va a insistir con sus interpretaciones presentes, para que de alguna manera el sujeto consienta a comulgar, avalar, a incorporarse fantasmáticamente ese objeto parcial.

Esto es un error de plano, es hacer pasar sobre el plano de la identificación sugestiva, a nivel de la demanda, lo que es en ese momento puesto en causa, favoreciendo una identificación imaginaria del sujeto aprovechando la toma que da la posición sugestiva abierta al análisis sobre el fundamento de la transferencia, dando una solución falsa y desviada lateral a lo que está en causa, no en sus fantasmas sino en el material que efectivamente aporta el sujeto al analista, esto se lee en las observaciones sobre las que se construye toda una doctrina del objeto parcial, de la distancia y la introyección del objeto, para introducir lo que proseguiré la próxima vez en detalle, les daré un ejemplo.

Es sensible en todo momento de la observación que el problema que es la solución del análisis del obsesivo es que descubre la castración por lo que ella es, por la ley del otro. Es el otro que está castrado por razones que son las de su falsa implicación en el problema, el sujeto se siente él mismo amenazado por esta castración de modo tan agudo que no puede aproximarse a su deseo sin volver a sentir los efectos. Este horizonte del Otro, del gran Otro como tal, en tanto que distinto del otro y que a partir de allí surge el problema, es palpable en esta observación. Desde su anamnesis ese sujeto que desde la primera vez que tiene una aproximación a una chica huye, se presenta bajo la angustia y va a contárselo a su madre y se siente reasegurado cuando él le dice: «te diré todo», sólo hay que tomar ese material a la letra.

Sólo hay una referencia y un sostén virtual, un proyecto, una referencia perdida al Otro como lugar de la articulación verbal en el cual el sujeto va a investirse por completo en adelante. Es el único refugio posible al pánico que comprueba al acercarse a su deseo. Ya está inscripto y habrá que ver qué hay debajo.

Cuando luego de toda clase de solicitaciones del analista algunos fantasmas salen a la luz llegamos a un sueño que el analista interpreta. De inmediato se lo dice y tan pronto como lo hace deviene patente la tendencia homosexual pasiva en el sujeto. Aquí el sueño: «Lo acompaño a vuestro domicilio, en vuestra habitación hay una gran cama, me acuesto allí, estoy extremadamente incómodo. Hay un bidet en una esquina del cuarto. Estoy feliz, pero molesto,,.

Se nos dice que después de la preparación por un período anterior del análisis el sujeto no demuestra dificultades en admitir la significación homosexual pasiva de ese sueño.

¿Es suficiente a vuestros ojos para articularlo?

Retomando la observación encontramos todos los Índices de que eso no alcanza, pero hay algo cierto en el texto del sueño que muestra que el sujeto viene a ponerse en el lugar del otro, lo dice: «Estoy en vuestro domicilio y acostado en vuestro lecho».

¿Porqué homosexual pasivo? Nada manifiesta allí que haga del otro un objeto de deseo. Por el contrario está designado con claridad y en posición tercera, en una esquina, algo que está articulado de pleno y nadie parece prestarle atención, y no está allí para nada. El bidet.

Algo que a la vez presentifica el falo y no lo muestra porque no preveo que en el sueño esté indicado que alguien pueda ocuparse en servirse de ello, el bidet está allí indicando que lo que es problemático, es algo que está presente en la pregunta, no es por nada que adviene ese objeto parcial. Es el falo pero está puesto justo allí en tanto que pregunta: ¿el otro tiene o no tiene? Es la ocasión de mostrarlo. ¿El otro lo es o no lo es? Es lo que está por detrás, es la pregunta de la castración para ese obsesivo en pro de toda suerte de obsesiones de propiedad que muestran bien en qué punto en la ocasión este instrumento puede ser una fuente de peligro.

Esas obsesiones de propiedad se relaciónan con ese bidet que de por si durante tiempo ha presentificado el falo, al menos el propio. Es la pregunta por el falo en tanto que es puesto en juego al nivel del otro como siendo objeto de esta operación esencialmente simbólica que hace que en el otro y a su nivel y en el nivel del significante,  el falo es el significante de lo que es herido por la acción del significante, de lo que es sujeto para la castración.

Es en esta articulación esencial en la que no importa si al final el sujeto se sentirá confortado en si para la asunción de una potencia superior, de la asimilación a un más fuerte que él, sino cómo habrá resuelto efectivamente la pregunta que está en el horizonte implicito en la línea misma de lo que indica la estructura de la neurosis, la aceptación o no del complejo de castración en tanto que siendo realizado en su función significante.

Aquí se distingue una técnica de la otra, independientemente de la legitimidad ligada a la estructura, en el sentido de la existencia del deseo del obsesivo, independientemente de eso, la solución terapéutica, el nudo, el bucle, la cicatriz obtenida, sólo vuelve absolutamente dudosa una cierta técnica desfavorable, no corresponde a lo que podemos llamar una cura, ni tampoco a una ortopedia, aunque fuese renga, que el otro pueda dar no sólo la solución correcta sino la solución eficaz.